martes, 21 de octubre de 2025

SAHARA ESPAÑOL

En 1499 la corona de Castilla logró soberanía sobre este territorio frente al reino de Portugal, que se materializó en la presencia de pescadores canarios en sus costas. De 1884 a 1976 fue un territorio de ultramar español denominado Sáhara español.
El país cuya completa geografía está cubierta por la arena del desierto homónimo, era patria de varios pueblos nómadas que vagaban por su interior, y de un buen puñado de pescadores con asentamientos en la costa. Poco después del tristemente famoso reparto colonial del continente africano, España pasa a ocuparlo, y posteriormente colonizarlo. 

Qué joyas guardará este arenoso lugar, pero lo cierto es que en esta nación deseosa de ser reconocida existe una gran cantidad de fosfatos enterrados (allí se encuentra la mayor mina de este mineral tan extendido en las industrias), y que las aguas que bañan al país tienen unos de los caladeros más ricos del Atlántico. Eso se traduce en dinero, y explica en buena parte que, Marruecos y Mauritania quisieran ocuparlo. Con un ambiente cargado por algunos saharauis que ya pidieran la independencia (de España) allá por 1970, el abandono del territorio por los militares españoles en 1975, el fin de la dictadura franquista, fue la perfecta coyuntura para que Marruecos maquillase con su “pacífica” marcha verde la invasión y colonización de este territorio. Mauritania quedó rápidamente fuera de la ecuación al carecer de infraestructura militar, y la guerra comenzaba.

Vinieron diecisiete años de conflicto armado. En desventaja armamentística, los saharauis no sólo perdían vidas, sino su propia tierra. Forzados a huir a la vecina Argelia, se establecieron provisionalmente en la hamada (algo así como el desierto dentro del desierto). Aconsejados y ayudados por Israel y EE UU, cada vez que los marroquíes ganaban otra considerable franja de terreno, construían un muro que parapetase la tierra conquistada, y así nació, en varias tandas, el hoy conocido como muro de la vergüenza. Dos mil setecientos kilómetros que vertebran en dos el país saharaui. A la izquierda, queda la parte ocupada por Marruecos, y a la derecha los territorios liberados por el Frente Polisario. Al este de éstos, dentro ya de las fronteras argelinas, aquel asentamiento provisional es hoy casa para trescientas mil personas, que siguen viviendo, desde hace treinta y ocho años, en la cárcel a cielo abierto que suponen los campamentos de refugiados.

Estados Unidos tiene en la dinastía alahuí, gobernante de Marruecos, su principal aliado islámico. Francia, amén de explotar los citados bancos de pesca y fosfatos, fue colonizadora de todos los países del Noroeste africano, y si bien sobre el papel no lo es ya, la realidad es que la influencia que tienen sobre éstos no es siquiera discutible. Por ello, ver todo el territorio que controlan interrumpido por el fragmento que representa el país saharaui les supone un “grano en el culo” tanto comercial como geopolítico. Estos son algunos de los motivos que les hacen respaldar notablemente la invasión marroquí al Sáhara Occidental, y por los que envían fondos económicos (camuflados como ayuda para cooperación) para sufragar costes, así como material bélico. Muchas de las armas, minas helicópteros, tanques y aviación son los excedentes y “sobras” de la guerra de Vietnam, cedidos a Marruecos por Estados Unidos.
Se estima que el mantenimiento del muro cuesta la friolera de tres millones de dólares diarios.

Cerca del muro, donde antes de llegar, pueden verse restos de mortero, metralla de diferentes tipos y hasta bombas de fragmentación y racimo (prohibidas internacionalmente), que azarosamente esparcidas sobre la arena atestiguan la historia reciente del pueblo saharaui. Allí aún resulta más fácil poner escenario. Nómadas, todavía con el DNI de la época franquista en el bolsillo, que sin saber bien qué ocurría un día vieron su tierra arrebatada, y repelidos con tiros fueron obligados a huir. Otras tantas de los primeros años de guerra, con familias separadas despertando con la continua incertidumbre de ignorar dónde estaban sus familiares, o si seguían vivos, pues las campañas duraban meses. Algunas más de compañeros que fallecieron en el frente, y cuyos cadáveres no pudieron recoger en la huida, y así una interminable lista de testimonios que encogen el corazón…
Admiración por este pueblo hijo del desierto, con una fortaleza interior que ningún muro parece capaz de derribar, con cuyo silencio y resistencia pacífica luchan esperando que el futuro de sus hijos transcurra en la tierra que les arrebataron.

El muro divide en dos el Sáhara Occidental.  Le llaman "Muro de la vergüenza".
Donald Trump reconoció por primera vez la soberanía marroquí en el territorio saharaui en el 2020.
El Gobierno de Pedro Sánchez en 2022 dio un giro histórico a la política exterior de España, al anunciar que apoya que la excolonia española del Sáhara Occidental se convierta en una región autónoma dentro de Marruecos, que es la posición defendida por Rabat. Se ha cedido ante Marruecos en una pieza angular de la política exterior española los últimos 46 años, mantenida desde que España abandonó su colonia en noviembre de 1975.


El 17 de julio del 2023 Israel se convirtió en el segundo Estado en reconocer la soberanía marroquí sobre el territorio de Sahara Occidental, posición constatada en una misiva enviada al rey Mohamed VI por parte de la oficina del gobierno de Benjamín Netanyahu. Este paso se ha dado en el marco del establecimiento de relaciones oficiales entre ambos Estados y el reconocimiento marroquí directo del Estado de Israel.
 
 

miércoles, 15 de octubre de 2025

LOS EPISODIOS NACIONALES (Primera parte)

La Literatura del siglo XIX tuvo algo de extraordinario. Muchos genios de la literatura coexistieran y dejaron los libros más célebres y reconocidos de la Historia. En España Edestacan escritores de la talla de Leopoldo Alas Clarín, Emilia Pardo Bazán, y, sobre todo, Benito Pérez Galdós.


Que un escritor haya llegado a ser tan popular como en su día lo fue Lope y tan universal como lo fue Cervantes, habla de la importancia y de la magnitud de este escritor que supo entender al pueblo español, que conoció al país de primera mano y que aunque se le recuerda, no le tenemos en cuenta hoy en día tanto como se merece.
Decir Galdós es decir “Los Episodios Nacionales”. Evidentemente quien quiera conocer los sucesos que marcan al país desde la desastrosa batalla de Trafalgar, pasando por todo el siglo XIX, (que si hay un siglo nefasto en España es ese), se hace necesario y primordial leer los “Episodios” para entender la política de los años siguientes.
Nació a mediados del siglo XIX y murió en 1920. Con los relatos de primera mano de su padre, que había intervenido en la Guerra de la Independencia contra Napoleón, y la época que le tocó vivir, es decir, el reinado de Isabel II, el de Amadeo de Saboya, la Primera República y la llegada de Alfonso XII, pudo componer los relatos de los “Episodios”, (50 novelas), una crónica de los sucesos que recogen la historia del país.
Me referiré solamente a la Primera serie correspondiente al entorno de la Guerra de la Independencia, o más concretamente desde Trafalgar hasta la batalla de los Arapiles.

La serie se divide en diez libros. No se trata de ensayos independientes, como algunas personas piensan, sino que son novelas perfectamente conectadas. La acción discurre cronológicamente, apareciendo una serie de hechos de gran importancia histórica. La primera serie completa queda entonces compuesta por:

1. ‘Trafalgar’ (1873).
2. ‘La corte de Carlos IV’ (1873).
3. ‘El 19 de marzo y el 2 de mayo’ (1873).
4. ‘Bailén’ (1873).
5. ‘Napoleón en Chamartín’ (1874).
6. ‘Zaragoza’ (1874).
7. ‘Gerona’ (1874).
8. ‘Cádiz’ (1874).
9. ‘Juan Martín El Empecinado’ (1874).
10. ‘La batalla de los Arapiles’ (1875).
Con títulos tan significativos es notoria la temática de cada uno de ellos. Y si bien constituyen una obra uniforme, con acción continuada, lo cierto es que hay algunos rasgos distintivos en cada uno de ellos. Por ejemplo, aunque hay partes cómicas a lo largo de los diez libros, ‘La Corte de Carlos IV’ y el comienzo de ‘El 19 de marzo y el 2 de mayo’, se prestan especialmente a situaciones de comedia. Bien distinto es el caso de ‘Gerona’, que puede ser calificado como el episodio más crudo y descarnado de toda la serie. En él se observa como el sitio de una ciudad conlleva una situación de hambre y caos, donde la diaria lucha por la supervivencia constituye un enorme horror en las calles de la población catalana. A su vez el siguiente episodio, ‘Cádiz’, deja a un lado la guerra y a las tropas napoleónicas para centrarse en las aventuras del protagonista en “la tacita de plata”. Este libro representa un soplo de aire fresco para un lector que durante cientos de páginas ha vivido montones de sitios, batallas y combates entre españoles y franceses.
Para novelar estos acontecimientos, el autor de Las Palmas recurrió al narrador en primera persona, inventando así la figura de Gabriel Araceli, un mozalbete huérfano que nos va contando su vivencias personales, a la par que las relaciona con los hechos históricos de la época.
De lo que no cabe duda es de que todos los personajes que van apareciendo en ‘Los Episodios Nacionales’ son genuinamente españoles. Así, van apareciendo progresivamente veteranos marinos con ansias de una segunda oportunidad, devotas y regañonas ancianas, avaros y especuladores comerciantes, valerosos guerrilleros sin cultura, curas fanáticos, intrigantes cortesanas, gente de baja ralea que llena las tabernas y figones, nobles damas amantes de las más antiguas tradiciones, jóvenes calaveras con ansias de renovación, obstinados patriotas, políticos corruptos, cotillas, chaqueteros, y un largo etcétera de los más variopintos personajes.
También son curiosos los extranjeros que aparecen en la obra, quienes tienen la visión tópica que siempre ha ofrecido España al resto del mundo. En ‘La batalla de los Arapiles’, Miss Fly, una dama inglesa, aparece como todo un George Borrow, que imagina y disfruta de España como de una tierra llena de románticas aventuras, pasiones y folclore.
Y si bien el autor elogia como se merece a todos aquellos españolitos que abandonaron sus casas para combatir al francés, no escatima en críticas hacia algunos de los elementos de la guerrilla, que, como toda tropa reclutada a fuerza de las circunstancias, recogía lo mejor y lo peor de la sociedad, desde ilustrados y caballerosos combatientes hasta el más ruin y barriobajero de los criminales.
El gran acierto de la obra de Galdós es combinar a la perfección la documentación histórica con la ficción. A diferencia de los best-seller pseudohistóricos, los ‘Episodios’ constituyen una ardua labor de investigación basada en libros, viajes, epístolas, prensa, e incluso conversaciones del autor con supervivientes de los hechos. Empero, el carácter realista y fidedigno no entorpece las partes novelescas, donde los personajes y sus vivencias encajan a la perfección. Las licencias históricas deben ser aceptadas por un lector mínimamente predispuesto a ello.
La amplia documentación se puede observar, por ejemplo, en las batallas, las cuales, interviniendo Gabriel, son vistas como una acción de masas, de (el dolor, el miedo, el cansancio, la gloria, el orgullo, la rabia). Trafalgar, Bailén o el conjunto, narrando el protagonista no sólo sus acciones personales, sino relacionando éstas con la globalidad del combate. De esta forma se recrean los movimientos de tropas, como si de un libro de Historia se tratase, pero dando una visión mucho más cercana y visto romance entre clases desiguales. Amargo desgarradora del acontecimiento, intercalando sensaciones y sentimientos sitio de Zaragoza son contadas de una forma fidedigna, mezclándose personajes reales con novelescos, y provocando además que el lector busque información complementaria en libros y enciclopedias.
En cuanto a lo puramente ficticio, lo romántico no podía faltar en esta obra, pues en la vida de Araceli aparecerán varias mujeres que despiertan los instintos amorosos en él. Y si bien su gran amor y la mujer que guía sus impulsos es Inés, su relación con esta última pasará por muchas fases, siendo un romance que varía a medida que pasa el tiempo.


Cabe señalarse que los "Episodios Nacionales" poseen la capacidad de servirnos como guía de la España de la época. Si Cervantes en ‘El Quijote’ nos mostraba la España del XVII, Galdós nos muestra la del XIX. La acción transcurre a lo largo y ancho de toda la geografía hispana, y el autor muestra sus virtudes literarias a la hora de describir poblaciones y paisajes. Suerte tendrán aquellos lectores que conozcan a la perfección las calles y edificios nombrados.
No sólo las grandes dosis de placer que ofrecen los ‘Episodios Nacionales’ son interesantes, sino que todo español que la lea cobrará muchos puntos de lucidez, viendo reflejadas en un libro las dos (o tres, o cuatro, o infinitas) Españas, la eterna lucha política, el odio al contrario, que siguen tan vigentes ahora como a principios del XIX. Ya entonces se podían apreciar todos defectos y males endémicos que hoy en día asolan la sociedad española.
Las eternas disputas de nuestros políticos y sus aliados contertulios hooligans no salen de la nada. Son el resultado de cientos de años de enfrentamientos banales, de posturas irreconciliables y de gente a quien gusta discutir y convertir en arma arrojadiza todo cuanto sale a su paso.
Los ‘Episodios Nacionales’ se presentan entonces como un perfecto retrato de nuestra querida, y a la vez acerba, España. Las virtudes y las miserias del país quedan al descubierto en este mosaico histórico, siendo patente la resignación del autor ante el continuo círculo sin fin que representa la Historia de España.
Ese testigo y ese ansia de retratar la evolución de nuestra sociedad lo ha recogido Arturo Pérez-Reverte, quien con su magnífica y exitosa saga del Capitán Alatriste no hace sino reflejar amargura, mala leche y humor negro, centrándose en el periodo histórico del Siglo de Oro. A pesar de ser sucesos ocurridos dos siglos antes que los ‘Episodios’, algunos fragmentos de Alatriste perfectamente se pueden complementar a los de Galdós. 
¡Qué poco hemos cambiado!.

martes, 14 de octubre de 2025

AVENTURA DE LOS CONQUISTADORES

 

Plantearse ir al Nuevo Mundo era asumir una vida dura, difícil y, sobre todo, fugaz. A las inclemencias del tiempo y de la selva, aquellos hombres aguerridos tuvieron que enfrentarse a la enfermedad, los mosquitos, el hambre, la sed, las emboscadas de los indígenas y a la avaricia. Esto era igual para cualquiera. Pero hablaremos de los jefes comandantes. Toda jefe expedicionario debía recibir un permiso de la Corona en el que figuraban sus derechos y obligaciones. No se deseaba cometer el error que se hizo con Colón concediendo muy valiosas prerrogativas. Hasta el año 1542 solo eran autorizados por el rey, pero con las Leyes Nuevas desde 1572 se hizo obligatoria la consulta previa al Consejo de Indias. Dejaba en manos del particular la tarea de buscar el capital, el material y los hombres, quedando al Estado la única obligación de prometer determinadas concesiones. Conscientes del tremendo desequilibrio existente entre riesgos y beneficios, ello no impidió que hombres como Hernán Cortés, Francisco de Pizarro, Pedro de Valdivia, Diego de Almagro, Alvar Núñez Cabeza de Vaca o Juan Vázquez de Coronado se hicieran al mando de cientos de hombres en busca de su particular El Dorado. 


El grueso de la comitiva la conformaban los soldados, pero en ella no podían faltar carpinteros, herreros, porqueros, mozos de caballerizas y, sobretodo, médicos o, en su defecto, un boticario o barbero instruido en el arte de curar. Milagrosamente, durante el primer viaje de Colón solo se registró un enfermo. La norma era que la enfermedad y las heridas estuvieran siempre a la orden del día. Uno de los capitanes más previsores fue Hernán Cortés, quien siempre llevaba en su corte a cirujanos, boticarios, curanderos y ensalmadores. Ninguno de ellos cobraba sueldo fijo, sino que se les pagaba por herido atendido. Cada uno de estos profesionales tenía sus trucos propios, heredados de la experiencia y de sus estudios, si los tenían, claro, que de todo siempre hubo. Contaban con el libro Milicia y descripción de las Indias. Por ejemplo, para curar las heridas por armas emponzoñadas recomienda cortar toda la carne afectada y levantarla con un anzuelo sin tocar los nervios. Pero si este remedio nos parece doloroso, peor era no contar con nadie que supiese de medicina. En esos casos solo restaba atajar los problemas de raíz y con los medios al alcance. Así lo hizo Alonso de Ojeda, quien, herido durante una refriega con los indios, optó por cauterizarse las heridas con un hierro al rojo vivo y luego envolverlas en mantas empapadas en vinagre por si las flechas estuvieran envenenadas. Entre los males destacaban las niguas, suerte de insectos cuya hembra penetra en la piel para depositar sus larvas que, al crecer, se van alimentando de la carne del huésped. La única forma de extraerlas era con un alfiler o una aguja. Después era muy difícil eliminarlas de la piel y su evolución solía conllevar la pérdida de los dedos o de los pies. Junto a las niguas, la sífilis y la modorra. De la sífilis poco hay que decir, al tratarse de un mal muy conocido en Europa. No así en América, donde diezmó a la población indígena. 



En cuanto a la modorra, esta sí fue una enfermedad novedosa para los españoles. Los síntomas incluían apatía generalizada, somnolencia acompañada por fiebres, falta de apetito… y al final, la muerte. Además de estas enfermedades, todos los conquistadores sufrieron períodos más o menos intensos de hambruna y de sed. Pese a lo bien planificadas de las expediciones, lo largo de las caminatas y los continuos percances menguaban las provisiones, obligando a los hombres a ingerir alimentos podridos, cortezas de árboles y hasta restos de sus compañeros muertos para sobrevivir. Famoso es ese episodio descrito por el expedicionario Ulrico Schmidel, relatando, cómo en el poblado de Santa María de los Buenos Aires, unos españoles aprovecharon la noche para rebanar los muslos y otras partes de tres compañeros suyos que yacían ahorcados por haberse comido un caballo para saciar su hambre. Leyendo lo descrito hasta el momento, no costará imaginarse lo sufrido que fue en verdad la conquista de América. “Los enfermos vivían muriendo; y los que estaban sanos aborrecían la vida, deseaban la muerte por no verse como se veían”, escribió Pedro de Cieza de León en su Descubrimiento y conquista del Perú. Entonces, ¿por qué continuaban avanzando? Primero, por sus deseos de mejorar socialmente. Dar la vuelta podía significar salvar la vida, pero también regresar a su vida de pobreza y miseria. Segundo, porque muchas veces se cruzaba el llamado punto de no retorno, tras el cual era más seguro proseguir que recular. Y tercero, porque ningún expedicionario abandonaba jamás a un compañero, ni le permitía dirigirse solo a la muerte una vez se emprendía la aventura. Pero también estaban los soldados, que la mayoría no eran profesionales. Imaginemos un poco la situación de esta gente. En el siglo XVI y dos siguientes más, era apenas un agricultor que sacaba para ir tirando malamente, campos que no eran suyos, sino del noble que correspondía, o de la Iglesia. Y sus antepasados hicieron lo mismo, pasarlas muy mal. De cuando en cuando era obligado a luchar en causas que no se había metido, pero de perderlas, en vez de trabajar para este, trabajaba para otro, que además le sometía un poco más, si es que se salvaba de morir, claro.

 

Además sabía que sus hijos también harían lo mismo. Agachar la cabeza y rezar, que para eso estaba Dios que perdonaba todos tus malos pensamientos y las ganas de saquear al noble, mandar al cura al carajo y echarse al monte y robar por los caminos, que es lo que muchos hicieron, al fin y al cabo daba lo mismo morir de una manera que de otra, pero no daba igual vivir así.  Pero le llegan noticias de que, no se sabe muy bien en que punto de este puñetero mundo, hay una posibilidad de salir de estas. Se trata de ponerse a las órdenes de un tío, que ha descubierto unas tierras, que están a tomar por saco, pero que si llegas, si luchas, si no te matan y si tienes mucha suerte y logras volver, vendrás con oro y otras riquezas. Lo de vivir como la mierda aquí ya está claro, y lo de morir de asco también, con lo cual hay que intentarlo. Y fuiste, a hacerte rico, como sea, por las buenas o por las malas. ¿Enemigos? Todos los que quieras, empezando por sus propios compañeros, sus jefes y los indígenas, que al fin y al cabo eran los mejores. 

Y fuiste, y aguantaste la selva jodida, las fiebres, las enfermedades desconocidas, el calor y la humedad insoportables, las órdenes con mala leche, aguaceros, caimanes, corazas, armas, medallas, rezos, miedos y odios.  Y a abrirse paso, matando, saqueando y persiguiendo la sempiterna quimera del oro. Y muchos tuvieron que pagar el precio estipulado, morir en las laderas de los ríos, devorados luego por las alimañas, sacrificados por indígenas en la pira. Pero también en los ratos libres, mientras unos se pierden en la espesura tras el amor de la india, otros consiguen conquistar a aquellas gentes y enseñarles que están equivocados en sus dioses, y también en su idioma, que lo usen pero para ellos, que aprendan a hablar en cristiano. Y consiguen levantar pueblos, enseñarles lo que es una rueda, para qué sirve un caballo, y que no se hacen sacrificios a un compañero ni a una chavala de esa forma. Y lentamente se va formando una nueva civilización, todos con la bendición del papa y de la corona.  Algunos vuelven al pueblo y con algo de riqueza y muchas heridas en el cuerpo y en el alma. La mayoría se queda allá, en aquellas tierras, en tumbas perdidas en el mejor de los casos. Los que vuelven, están jodidos, terminan pidiendo limosna en nombre de Dios a las puertas de las iglesias. Mientras tanto la vida sigue y España se puebla de buitres reales, en forma de burocracia, de explotadores de minas y otras mandangas que se hacen cargo del asunto. 


Pero de todas formas, aquellos hombres, muchos se casaron con las indias, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia, y queriendo a sus hijos, cuidándolos e inculcando lo poco que sabían unos, o lo mucho otros, que de todo ha habido, pero incorporándolos a una cultura que, en las tierras españolas que dejaron, eran capaces de construir catedrales góticas, conocer la física, la química, las matemáticas, la astronomía, saber navegar, medicina, escritura y artes. Para algo tenían de abuelo nada menos que a Roma y otras civilizaciones que les habían ido enseñando. Nada que ver con lo que estaban haciendo en el norte con los indios los ingleses, franceses y otras raleas que se dedicaban a exterminar o si acaso a juntarlos en zonas “reservadas”.  En fin, que de esta y otras formas, todos aquellos hombres fueron haciendo un mundo nuevo donde una lengua enorme aglutina hoy a 500 millones de personas.  Ya lo dijo Carlos Fuentes, "Se llevaron el oro, pero nos trajeron el oro". 

viernes, 10 de octubre de 2025

LA LIBERAL CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1812

Popularmente llamada La Pepa, fue promulgada el día de San José, el 19 de marzo de 1912, por las Cortes Generales Españolas en Cádiz. Se trata de la primera Constitución promulgada en España, además de ser una de las más liberales de su tiempo.
Oficialmente estuvo en vigor solo dos años, desde su promulgación hasta su derogación en Valencia el 4 de mayo de 1814, tras el regreso a España del borbón Fernando VII. Posteriormente se volvió a aplicar durante el Trienio Liberal (1820-1823), así como durante un breve período en 1836-1837, bajo el gobierno progresista que preparaba la Constitución de 1837.



La Constitución se aprobó durante la Guerra de la Independencia (1808 a 1814), y fue la respuesta del pueblo español a las intenciones invasoras de Napoleón Bonaparte que, aprovechando los problemas dinásticos entre Carlos IV y Fernando VII, aspiraba a constituir en España una monarquía satélite del Imperio, como ya había hecho con Holanda, Alemania e Italia, destronando en España a los Borbones y coronando a su hermano José Bonaparte.
Sin embargo, apenas si entró en vigor, puesto que buena parte de España se encontraba en manos del gobierno de José I Bonaparte, y otra en poder Juntas opuestas a José I.
El resto de los territorios de la Corona Española, los virreinatos, se hallaban en un estado de confusión y vacío de poder causado por la guerra contra el invasor.
La Constitución establecía la soberanía en la Nación, que residía en el pueblo, ya no en el rey, se establecía una monarquía constitucional, la separación de poderes, la limitación de los poderes del rey, el sufragio universal masculino indirecto, la libertad de imprenta, la libertad de industria, el derecho de propiedad o la fundamental abolición de los señoríos, entre otras cuestiones. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a las colonias americanas.



Por el contrario, el texto consagraba a España como Estado confesional católico, prohibiendo expresamente en su artículo duodécimo cualquier otra confesión, y el rey lo seguía siendo «por la gracia de Dios y la Constitución». No contempló derechos para la mujer, ni siquiera la ciudadanía, aunque hoy sería impensable este hecho, por entonces esto sucedía en los usos y costumbres de toda Europa. No obstante fue la Constitución más liberal de las existentes. Pensemos que solo eran anteriores a esta la de Estados Unidos de 1787 y la de la Revolución Francesa de 1789.
La obra de las Cortes de Cádiz combinó las tendencias constitucionales netamente españolas y la afrancesada.
En efecto, la constitución enlazaba con las Leyes tradicionales de la Monarquía española pero, al mismo tiempo, incorporaba principios del liberalismo democráticos. La separación de poderes, la más rígida de nuestra historia, siguió el modelo de la constitución francesa de 1791 y la de los Estados Unidos, inspirada en el pensamiento de Montesquieu. Las Cortes se organizaban en una Cámara única, pues se temía que el clero y la nobleza consiguieran apoderarse de una Asamblea de Próceres, obstaculizando la renovación política, social y económica que se pretendía operar.
En lo que a los poderes del Rey se refiere, se introdujeron modificaciones sustanciales. Si en el Antiguo Régimen el Rey había ostentado su condición en virtud de un título divino, ahora lo hacía por la gracia de Dios y la Constitución. Su poder se vio limitado, conservando una participación en el Poder legislativo, con una tímida iniciativa y un veto suspensivo así como la titularidad del Poder ejecutivo, aunque sus actos debían ser refrendados por los Secretarios de despacho.
Tras la derrota de los ejércitos napoleónicos y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España. Sin embargo, el Deseado pronto se reveló como un soberano absolutista. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó, en buena medida, hacia su propia supervivencia. Derogó la Constitución a su vuelta a España en 1814, implantando el más férreo absolutismo durante seis años.
Tras el pronunciamiento de Riego en 1820, precisamente con las tropas que debían viajar a América para detener la emancipación, el Rey juró la Constitución de 1812, iniciándose así el Trienio liberal. “Me habéis hecho entender vuestro anhelo de que restableciese aquella Constitución que entre el estruendo de las armas hostiles fue promulgada en Cádiz el año de 1812. He jurado esa Constitución por la que suspirabais y seré siempre su más firme apoyo. Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional” Manifiesto del Rey el 10 de marzo de 1820.
El pronunciamiento de Riego, dio inicio al llamado trienio liberal, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, el rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, que fueron un contingente francés que combatió en 1823 en defensa de Fernando VII de España, poniendo fin a la Guerra Realista y al Trienio Liberal.
Con ello terminó la vigencia de la Constitución de Cádiz, pero no su influjo, que gravitó sobre la política nacional, directamente hasta 1868, e indirectamente, durante el resto del ciclo liberal. Tuvo además una gran influencia fuera de España, tanto en América, en las constituciones de las viejas colonias españolas al independizarse, como en Europa, en la que durante años operó como un auténtico mito, influyendo en las ideas constitucionales portuguesas, en el surgimiento del Estado italiano e incluso en la Rusia zarista.

PACTOS DE LA MONCLOA- 1977

Adolfo Suárez, presidente del gobierno, había sostenido conversaciones con Felipe González y Santiago Carrillo, después de constituirse las ...