Después de la famosa Batalla de las Navas de Tolosa, (1.212) en que se puede decir que comienza el declive musulmán en la península. Luego, entre 1265-66, el rey de Castilla, Fernando III y el de Aragón, Jaime I, se pusieron de acuerdo uno se hizo con Murcia y el valle del Guadalquivir y el otro se hizo con Valencia y Mallorca. Jaime entregó Murcia a Fernando y así es como allí hoy se habla castellano y no valenciano.
Teníamos ya lo que Menéndez Pelayo llamó “La España de los cinco reinos”, Castilla, Aragón, Navarra y Portugal, y el pequeño emirato nazarí de Granada. Y por eso digo que los musulmanes no dominaron 800 años como se suele decir, realmente estaban resistiendo con pago de impuestos a los cristianos y divididos entre ellos (los reinos de Taifas). Del 711 en que comenzó la invasión hasta el 1265 van 554 años. El resto hasta 1492, en que cae Granada van 227, en que solo estaba ese reino nazarí.
Después de 1266, en Granada, los reyes de Castilla, cobraban un tributo a sus homólogos nazaríes ya que estos era vasallos de Castilla-León. Un tributo en oro, porque Granada, que se beneficiaba de sus privilegiadas relaciones de sangre con el norte de África, era la puerta del oro africano. Lo cierto es que Granada era un reino próspero, muy poblado y de refinadas costumbres. Ahí tenemos el palacio de la Alhambra.
Pero las cosas no son para siempre. El oro comenzó a escasear, y además, los jóvenes cristianos que se habían casado tenían las ideas muy claritas; reunir bajo sus reinos los antiguos dominios de los Godos, es decir, todos los territorios que habían sido cristianos.
Pero el gobernador moro de Ronda, Mohamed al Zagrí, se apoderó de la plaza de Zahara en 1481, realmente calculó mal. Isabel y Fernando que ya habían vencido al rey de Portugal, se decidieron a terminar con el reino nazarí. Pidieron al papa que la guerra la declarase com "Cruzada", lo que significaba además, dinero. Fernando era sagaz y astuto y buen militar, se lo pensó muy bien. Se acuarteló en Córdoba. Organizó un ejército regular con sus distintos cuerpos, con su Estado Mayor. Las campañas se harían en los meses calurosos, y las desarrollarían con su estudio previo. Podemos pensar que con él había nacido la guerra moderna.
Los musulmanes se pensaban superiores a los cristianos, y no iban a tolerar que un cristiano les diera lecciones de guerra. Realmente la crisis dentro del emirato estaba servida.
En las luchas los moros iban siendo derrotados plaza por plaza. En el Palacio crecieron las intrigas.
Para colmo el rey Muley Hacén, algo viejo ya, se encaprichó con una concubina cristiana mucho más joven que él llamada Soraya. Su esposa Aixa, muy resentida por perder la condición de favorita, se conchabó en secreto con su hijo Boabdil para que le destronase y diese cumplida venganza a la traición. Boabdil, se dejó enredar.
El rey moro salió a la lucha por recuperar Alhama y su hijo Boabdil aprovechó la ausencia de su progenitor para dar un golpe de mano con la ayuda del poderoso clan de los Abencerrajes, una familia aristocrática traicionera.
Fernando de Trastámara, se enteró de la cuestión e influyó lo que pudo para incrementar las rencillas del palacio moro.
El rey Muley Hacén, se refugió en el castillo de Mondújar. Boabdil condujo entonces un ejército hasta los territorios cristianos, donde los castellanos salieron a su encuentro, le derrotaron en Lucena y se lo enviaron a Fernando cargado de cadenas.
Todos los cristianos pedían la cabeza de Boabdil, pero a Fernando eso le parecía un desperdicio. Le dejó marchar a cambio de que, en secreto, fuese su aliado y pagase una indemnización, porque la guerra estaba saliendo carísima. En prenda se quedó con sus dos hijos. Con el emirato partido en dos bandos que se la tenían jurada, Fernando se dispuso a ir troceando con paciencia los dominios del enemigo.
Ronda y Marbella cayeron en 1485, Loja en 1486 y Málaga en 1487, tras un sonado asedio. Málaga era muy importante y justificaba el dispendio. Los reyes reclamaron soldados de todos sus reinos, y hasta allí llegaron enfervorecidas huestes de vizcaínos, guipuzcoanos, asturianos y valencianos. La flota castellana bloqueó el puerto para evitar que la ciudad recibiese refuerzos y provisiones de Marruecos. A finales de agosto se rindió. Tanto había costado doblegarla que Fernando fue extremadamente cruel con los supervivientes. Ordenó que todos fuesen esclavizados.
Lo que quedaba del emirato estaba dividido entre Boabdil, que controlaba Granada, y su tío el Zagal, que tenía en su poder Almería y Guadix. Muley Hacén había muerto dos años antes, abandonado por todos. Se cuenta que, al morir, los pocos partidarios que le quedaban llevaron su cadáver hasta lo más alto de Sierra Nevada, donde le dieron sepultura. El pico pasaría a llamarse como él: Mulhacén, que es, además, con sus casi 3.500 metros, el más alto de la Península.
Fernando antes dar el remate al timorato Boabdil, que se escondía en el Albaicín detrás de las faldas de su madre, siguió a lo suyo, los castellanos conquistaron Baza, y envió un emisario al Zagal para pedir su rendición. Lo entendió enseguida. Entregó Almería y se largó al norte de África.
Granada, la capital, en 1490, era lo que quedaba. Fernando sabía que entrar a saco hubiera sido una carnicería por ambos bandos, y con resultado incierto. De modo en lugar de tratar de tomarla al asalto, la sitió. Mandó construir una ciudad junto a Granada, a la que llamó Santa Fe. Caso insólito éste: edificar una ciudad para sitiar otra. No se volvería a ver cosa igual.
Granada resistía, Isabel envió un emisario negociador. Ofreció a Boabdil un señorío en la Alpujarra, rentas y el compromiso de respetar la religión y las costumbres de los granadinos. El acuerdo en la desesperada situación en que se encontraba, no estaba mal por lo que el emir aceptó. Se fijó el 2 de enero para hacer efectiva la entrega de la ciudad. Para evitar machadas de última hora, Fernando ordenó a Gutierre de Cárdenas que entrase con un pequeño contingente por la noche y ocupase la Alhambra.
Al amanecer, los reyes esperaron a Boabdil a orillas del Genil. El moro se acercó derrotado; hizo ademán de besar las manos de Fernando, cosa que éste rechazó, y entregó las llaves al rey, que, a su vez, se las dio a Isabel. Era su regalo, el más preciado que una reina de Castilla pudo soñar jamás. Gutierre de Cárdenas hizo entonces ondear el pendón de Castilla en lo más alto de la Alhambra, en la torre de la Vela. El cardenal Pedro de Mendoza, que estaba con él, puso una cruz junto al estandarte.
Cuando se produjo la rendición, la esposa de Boabdil, Morayma pensó que le serían devueltos sus hijos, después de diez años. Pero ante la posibilidad de un levantamiento, los monarcas cristianos no entregaron a los príncipes cautivos. El alcalde de Benarix intercedió ante los monarcas suplicando la entrega de los infantes. Los reyes tardaron un año en conceder lo suplicado. Cuando el menor de los hijos, Ahmed, vio a su madre, enferma y postrada, ni la reconoció. Boabdil trató de calmar a su esposa explicándole que había sido educados en la fe católica y ese mismo desdén lo había tenido con él. Pero la pena aumentó al saber que su hijo mayor había muerto años atrás. Terminaría muriendo también.
La Reconquista había terminado.
La noticia recorrió Europa. El Papa hizo repicar al unísono todas las campanas de Roma. Los reyes de Europa, incluido el de Francia, celebraron la conquista y ordenaron misas en gratitud por la victoria.
Mientras tanto, un vencido Boabdil salía camino del exilio en compañía de su madre, la vengativa Aixa. Al coronar uno de los cerros que anticipan la sierra, Boabdil descendió del caballo, se giró y, mientras contemplaba compungido el perfil de Granada al atardecer, con sus palacios y torres reflejando la delicada luz dorada que baña la ciudad los días de invierno, se echó a llorar. Es entonces cuando dicen las lenguas de doble filo que Aixa pronunció: "Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como hombre". Pero esto último no es cierto. La frase la escribió por primera vez, tres siglos después, el padre Echevarría en una obra titulada “Los paseos de Granada”. De ser cierta, sería una gran injusticia. Boabdil luchó por Granada, no fue un buen guerrero, no fue hábil negociador, pero se dejó llevar por los consejos de su madre, pues fue ella quien hizo que su hijo traicionara a su padre y se aliara con los poderosos y pérfidos clan de los Abencerrajes.
De ahí que sea conocido como Boabdil el Desdichado. Sus lágrimas siguen hoy inspirando a poetas, y el lugar donde las derramó se llama desde entonces Puerto del Suspiro del Moro.
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