¿Cómo
fue aquello para los trabajadores, soldados y gente sin recursos, que fueron a
América?
Plantearse ir al Nuevo Mundo era una posibilidad que no cualquiera era capaz de afrontar. Era la aventura total en aquellos tiempos. Sumemos a la enorme distancia, el desconocimiento casi absoluto de lo que se pudiera encontrar, la posibilidad de no regresar jamás y luchar contra lo desconocido. Aquellos hombres aguerridos tuvieron que enfrentarse a enfermedades y enemigos diferentes en tierras ignotas.
Entre los males destacaban las niguas y la modorra, que ésta sí fue una enfermedad novedosa para los españoles. Los síntomas incluían apatía generalizada, somnolencia acompañada por fiebres, falta de apetito y al final, la muerte. Además de estas enfermedades, todos los exploradores sufrieron períodos más o menos intensos de hambruna y de sed. Largas caminatas y continuos percances menguaban las provisiones, obligando a los hombres a ingerir alimentos podridos, cortezas de árboles y hasta restos de caballos, e incluso de sus propios compañeros muertos, para no morir de hambre. Dar la vuelta era tan arriesgado como seguir adelante, era desobedecer las órdenes.
Plantearse ir al Nuevo Mundo era una posibilidad que no cualquiera era capaz de afrontar. Era la aventura total en aquellos tiempos. Sumemos a la enorme distancia, el desconocimiento casi absoluto de lo que se pudiera encontrar, la posibilidad de no regresar jamás y luchar contra lo desconocido. Aquellos hombres aguerridos tuvieron que enfrentarse a enfermedades y enemigos diferentes en tierras ignotas.
Entre los males destacaban las niguas y la modorra, que ésta sí fue una enfermedad novedosa para los españoles. Los síntomas incluían apatía generalizada, somnolencia acompañada por fiebres, falta de apetito y al final, la muerte. Además de estas enfermedades, todos los exploradores sufrieron períodos más o menos intensos de hambruna y de sed. Largas caminatas y continuos percances menguaban las provisiones, obligando a los hombres a ingerir alimentos podridos, cortezas de árboles y hasta restos de caballos, e incluso de sus propios compañeros muertos, para no morir de hambre. Dar la vuelta era tan arriesgado como seguir adelante, era desobedecer las órdenes.
Un hombre del pueblo, en aquella España nuestra, que eran los únicos que curraban de verdad, partiéndose el lomo de sol a sol y los que pagaban impuestos, cosa que no hacían ni el clero ni los nobles, es decir que vivían del trabajo ajeno legalmente. Trabajaba en campos que no eran suyos, sino del noble, o del obispo. Y sus padres y abuelos hicieron lo mismo, pasarlas putas. De cuando en cuando era obligado a luchar en causas en que no se había metido, pero de perderlas, en vez de trabajar para este, trabajaba para otro, que además le sometía un poco más, si es que se salvaba de morir, claro.
Además sabía que sus hijos también tendrían que hacer lo mismo. Agachar la cabeza y rezar. Ya tenía unas ganas locas de echarse al monte, y de saquear al noble, mandar al cura al carajo y robar por los caminos, que es lo que muchos hicieron. Al fin y al cabo daba lo mismo y de perdidos al río porque vivir así a poco que se lo planteara no era vida, no tenía la posibilidad de salir de ese laberinto.
Un buen día, o desgraciado, según se vea, vienen unos tipos por el pueblo reclutando voluntarios y dicen que en un lugar de no se sabe muy bien en que punto de este puñetero mundo, hay una posibilidad de salir de estas. Se trata de ponerse a las órdenes de un tío que, con la autorización del rey buscaba hombres jóvenes, sanos y trabajadores, con ganas de darse de ostias con la vida, y embarcarse en un viaje de meses para ir a unas tierras que están a tomar por saco, pero que si llegaban, si luchaban, si no te matan y si tienes mucha suerte y logras volver, vendrás con oro y otras riquezas.
Lo de vivir como la mierda aquí, ya está claro, y lo de morir de asco también, con lo cual hay que intentarlo. Y aquél español se decidió a liarse de una puta vez y dejar lo malo conocido y buscar lo bueno por conocer, y a luchar para volver rico, como sea, por las buenas o por las malas.
Y se
marchó, y a su barco no le llamó libertad, precisamente, pero sintió en la cara
el viento del océano, y aguantó la selva jodida, las fiebres, las enfermedades
desconocidas, el calor y la humedad insoportables, las órdenes con mala leche,
aguaceros, caimanes, traiciones, armas, medallas, rezos, miedos y odios. Y a
abrirse paso, matando, saqueando y persiguiendo la sempiterna quimera del oro.
Y muchos tuvieron que pagar el precio estipulado, morir en las laderas de los
ríos, devorados luego por las alimañas, o sacrificados por indígenas en la
pira. Pero también en los ratos libres, mientras unos se pierden en la espesura
tras el amor de la india, otros consiguen conquistar a aquellas gentes y
enseñarles una religión nueva, un idioma nuevo, que usen el suyo para ellos,
pero que aprendan a hablar en cristiano. Y consiguen levantar pueblos,
enseñarles lo que es una rueda, para qué sirve un caballo, la agricultura
organizada, la ganadería rentable, conseguir el hierro, el papel, llevarles la
imprenta, construir colegios y Universidades, y una administración e ideas
nuevas. Y también convencerles con la religión que no se hacen sacrificios
asesinando a un compañero ni a una chavala de esa forma. Y lentamente se va
formando una nueva civilización, todo con la bendición de la corona.
Algunos vuelven al pueblo con algo de riqueza y muchas heridas en el cuerpo y en el alma. La mayoría se queda allá, en aquellas tierras, en tumbas perdidas. Muchos de los que vuelven, están jodidos, terminan pidiendo limosna a las puertas de las iglesias. Mientras tanto España se puebla de buitres reales, en forma de burocracia, de explotadores de minas y otras mandangas que se hacen con el negocio.
Pero de todas formas, aquellos hombres que se quedaron, muchos se casaron con las indias, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia, la bendice el papa y lo fomenta la corona, y queriendo a sus hijos, cuidándolos e inculcando lo poco que sabían unos, o lo mucho otros, que de todo ha habido, pero incorporándolos a una cultura que, en las tierras españolas que dejaron, eran capaces de construir catedrales, conocer la física, la química, las matemáticas, la astronomía, saber navegar a vela, la medicina, escritura y artes. Para algo tenían de abuelo nada menos que a Roma y otras civilizaciones importantes de las que se habían nutrido. Nada que ver con lo que estaban haciendo en el norte los ingleses, franceses, holandeses y otras raleas con los indígenas, que se dedicaban a exterminarlos o apartarlos como apestados.
Todos aquellos españoles fueron haciendo un mundo nuevo, con un idioma y una religión que aglutina hoy a 550 millones de personas.
Algunos vuelven al pueblo con algo de riqueza y muchas heridas en el cuerpo y en el alma. La mayoría se queda allá, en aquellas tierras, en tumbas perdidas. Muchos de los que vuelven, están jodidos, terminan pidiendo limosna a las puertas de las iglesias. Mientras tanto España se puebla de buitres reales, en forma de burocracia, de explotadores de minas y otras mandangas que se hacen con el negocio.
Pero de todas formas, aquellos hombres que se quedaron, muchos se casaron con las indias, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia, la bendice el papa y lo fomenta la corona, y queriendo a sus hijos, cuidándolos e inculcando lo poco que sabían unos, o lo mucho otros, que de todo ha habido, pero incorporándolos a una cultura que, en las tierras españolas que dejaron, eran capaces de construir catedrales, conocer la física, la química, las matemáticas, la astronomía, saber navegar a vela, la medicina, escritura y artes. Para algo tenían de abuelo nada menos que a Roma y otras civilizaciones importantes de las que se habían nutrido. Nada que ver con lo que estaban haciendo en el norte los ingleses, franceses, holandeses y otras raleas con los indígenas, que se dedicaban a exterminarlos o apartarlos como apestados.
Todos aquellos españoles fueron haciendo un mundo nuevo, con un idioma y una religión que aglutina hoy a 550 millones de personas.
Muchos
se llevaron parte del oro que consiguieron y otros muchos más dejaron allí su
vida. Claro que aquello fue una impresionante lucha entre unos y otros, pero
allí no estaban los indígenas viviendo en paz y armonía. Tenían guerras
constantes entre tribus o con la civilización de los Incas o de los Mexicas.
Para conseguir algo debían hacerse fuertes, y muchos de los que fueron eran
hombres duros que venían de una civilización organizada pero difícil.
Hay que tener en cuenta que de los importantes conquistadores, la inmensa mayoría murió en suelo americano, en lucha con los indios, como Francisco Pizarro fue asesinado por un enemigo. Pánfilo de Narváez murió en 1527 arrastrado por la corriente del Mississippi. A Diego de Almagro (hijo) se le cortó la cabeza. Vasco Núñez de Balboa fue decapitado. Juan de la Cosa murió por una flecha envenenada. Álvaro de Mendaña murió por malaria en el Pacífico. Diego de Almagro (padre) fue ajusticiado a garrote vil. Hernando de Magallanes murió por una flecha envenenada. Francisco de Orellana naufraga en el Amazonas y es alcanzado por flechas envenenadas. Pedro de Valdivia murió por los mapuches después de tres días de torturas increíbles, desmembraron su cuerpo estando vivo y luego le sacaron el corazón y se lo comieron. Colgaron de las ramas de los árboles sus restos. Pedro de Alvarado muere al ser aplastado por su caballo en una batalla. Juan Ponce de León muere por gangrena al ser herido por flechas envenenadas. Juan Díaz de Solís murió con sus hombres en el mes de febrero de 1516, en un ataque de los indios en el río de la Plata. Fueron asesinados y luego descuartizados y se los comieron asados. Hernando de Soto murió enfermo de fiebres en una expedición. Álvaro de Mendaña falleció infectado de malaria en las islas Salomón. Miguel López de Legazpi falleció en Manila, pobre y desamparado. Ponce de León Falleció en La Habana en julio de 1521 por las heridas recibidas en una batalla contra los indígenas. Algunos volvieron resignados y heridos en el alma, y otros muchos se quedaron para siempre, formando con el paso de los años, de los siglos, un continente nuevo, un continente impresionante, que se llama Hispanoamérica.
Hay que tener en cuenta que de los importantes conquistadores, la inmensa mayoría murió en suelo americano, en lucha con los indios, como Francisco Pizarro fue asesinado por un enemigo. Pánfilo de Narváez murió en 1527 arrastrado por la corriente del Mississippi. A Diego de Almagro (hijo) se le cortó la cabeza. Vasco Núñez de Balboa fue decapitado. Juan de la Cosa murió por una flecha envenenada. Álvaro de Mendaña murió por malaria en el Pacífico. Diego de Almagro (padre) fue ajusticiado a garrote vil. Hernando de Magallanes murió por una flecha envenenada. Francisco de Orellana naufraga en el Amazonas y es alcanzado por flechas envenenadas. Pedro de Valdivia murió por los mapuches después de tres días de torturas increíbles, desmembraron su cuerpo estando vivo y luego le sacaron el corazón y se lo comieron. Colgaron de las ramas de los árboles sus restos. Pedro de Alvarado muere al ser aplastado por su caballo en una batalla. Juan Ponce de León muere por gangrena al ser herido por flechas envenenadas. Juan Díaz de Solís murió con sus hombres en el mes de febrero de 1516, en un ataque de los indios en el río de la Plata. Fueron asesinados y luego descuartizados y se los comieron asados. Hernando de Soto murió enfermo de fiebres en una expedición. Álvaro de Mendaña falleció infectado de malaria en las islas Salomón. Miguel López de Legazpi falleció en Manila, pobre y desamparado. Ponce de León Falleció en La Habana en julio de 1521 por las heridas recibidas en una batalla contra los indígenas. Algunos volvieron resignados y heridos en el alma, y otros muchos se quedaron para siempre, formando con el paso de los años, de los siglos, un continente nuevo, un continente impresionante, que se llama Hispanoamérica.