Portugal, el país más occidental del continente, y sin compromisos europeos, iniciaría la gran aventura oceánica, en la que le siguió la Corona de Castilla y a la que poco a poco se irían sumando otros países.
Desde finales del siglo XIV, los turcos extendían sus conquistas por los Balcanes y el Próximo Oriente, con lo cual lograron controlar el comercio entre la Europa cristiana y Asia, de donde procedían las apreciadas especias y la seda. Los portugueses iniciaron a principios del siglo XV, bajo el impulso de Enrique “el navegante”, la exploración del Atlántico por las costas de África, y a lo largo de toda el siglo consiguieron grandes avances.
Uno de esos hitos lo puso Bartolomé Díaz en 1488 al rebasar el Cabo de Buena Esperanza, el extremo meridional del continente africano. Estas fueron dos de las circunstancias que contribuyeron al inicio de la llamada “Era de los grandes Descubrimientos”, un período durante el cual Europa occidental se lanzo al descubrimiento, exploración, conquista y colonización de todas las tierra emergidas, desconocidas hasta entonces.
Para un europeo del siglo XV era muy difícil imaginar un mapamundi de aquellos tiempos. No habían viajado por toda la tierra conocida. Tenían los escritos antiguos y mapas de navegación, pero eran reconstrucciones de viajes hechos por hombres de mar que antiguamente habían surcado las aguas. Y de viajeros, casi aventureros, que se habían internado en remotos países, con otras costumbres, diferentes idiomas y comerciado con ellos con productos nuevos en Europa. No sabían tampoco que en sus mapas faltaba la mitad del mundo. Los viajes de los vikingos 500 años atrás eran una quimera. Constantinopla cayó en mayo de 1.453. Ese hecho cambió la historia de la humanidad de aquellos tiempos. Esa ciudad era por entonces el centro de la cultura, la religión y el comercio. Su ubicación la hacían fundamental para el control marítimo con oriente. Génova vio perder sus colonias cayendo en manos musulmanas. Peligraba el comercio de Europa occidental. Evidentemente pensar en que había que encontrar un camino alternativo no era algo descartable. Los portugueses lo estaban consiguiendo con navegación “de cabotaje”. Por entonces era habitual no difundir información de nuevos sitios descubiertos como caladeros o tierras. Los marinos comerciantes y pescadores ocultaban para sí cualquier posibilidad de enriquecerse. Conocían perfectamente los instrumentos marinos, usaban una buena cartografía, sabían aprovechar los vientos de aquellas zonas.
Ya sabemos que fue Cristóbal Colón quien fue el precursor, el gran visionario que apareció en los momentos precisos para desarrollar una teoría que parecía descabellada. Necesitaba más información y sobre todo la organización para realizar la idea que le rondaba desde hacía tiempo. Colón ya pensaba que la tierra era esférica y hay varias hipótesis que hablan de la demostración que obtuvo de este hecho. Una es que el destino quiso que pasase un tiempo en las islas portuguesas del Atlántico y conoció una historia que confirmaba su teoría de poder llegar a Oriente navegando siempre hacia Occidente. Otra es que los chinos viajaron por gran parte de los océanos y dejaron constancia escrita de ello. Esos mapas fueron ocultados durante siglos, pero es posible que algunos comerciantes venecianos que visitaban tierras chinas le hablaran a Colón de estas cartas.
Su obsesión era viajar para encontrar oro y especias, también comerciar con sedas, alfombras y diversos productos orientales. El oro lo había visto conseguir fácilmente en África al conocer pueblos donde abundaba.
En el siglo XV la gente culta sabía que la tierra era redonda. Colón calculaba que habría unas 3.000 millas náuticas de mar abierto para llegar a Oriente desde Europa. Sus expectativas de presentar un proyecto serio y fundamentado al rey portugués necesitaban del aval de un erudito. De Florencia tuvo el respaldo que necesitaba, Toscanelli aprobaba la teoría de Colón. Era cartógrafo y científico de reputada consideración.
En 1.484 presentó al reino de Portugal su empresa. Se le escuchó y se formó una comisión de expertos pero finalmente no se aprobó. Portugal tenía por entonces un plan más lógico, ir por la costa africana. De hecho ya lo estaban realizando. Y en realidad Portugal llegó a Oriente antes que nadie.
Después de mucho sacrificio durante ocho largos y penosos años, consiguió el apoyo de los Reyes Católicos para realizar su impresionante idea.
El rey Fernando era un príncipe del Renacimiento, un político, práctico y buen gobernante. Isabel en cambio era más enigmática y muy devota, pero decidida y ambiciosa. Esta combinación de personalidades convenía a Colón. Los monarcas fueron convencidos. Eran jóvenes y emprendedores, decididos y también su pasión de ampliar la cristiandad y obtener el comercio por rutas marítimas nuevas les seducía. Y se comenzó algo que resultó ser mucho más grandioso de lo pensado.
Cuando el reino de Granada cayó ante los reyes cristianos, Europa estalló de alegría, los reinos, el papa y todos los pueblos. Isabel y Fernando si no hubieran hecho nada más a partir de entonces serían igual de grandes en la historia que lo son ahora. Pero el destino quiso que junto con Colón, y con un impresionante plantel de hombres dispuestos a la exploración y conquista de tierras ignotas, el mundo, el planeta se hiciera más grande, más rico, más hermoso.