sábado, 31 de agosto de 2024

EL CID CAMPEADOR

RODRIGO DÍAZ DE VIVAR Nació en lo que hoy es Vivar del Cid a diez kilómetros al norte de Burgos en 1043. El día en concreto es desconocido.
Fernando I en 1037 se había convertido en rey de León por casarse con Sancha, hermana de su rey, Bermudo III, por lo tanto la sucesora en el trono de León. Los leoneses desconfiaban de Fernando. Él era hijo del rey navarro, Sancho III el Mayor, y su madre era de la familia de los condes de Castilla. Por lo tanto había heredado el condado de Castilla en 1029.
Rodrigo fue educado junto al infante Sancho, (hermano del rey), era su paje, y tenía las tareas propias del sirviente de un caballero, si lo merecía a los catorce años se pasaba a escudero, y armiger (guardar las armas del señor).



El bautismo de fuego para Rodrigo fue la batalla de Graus que enfrentó en 1063 a las tropas de la taifa de Zaragoza, apoyadas por un contingente castellano al mando del príncipe Sancho, ante el intento de conquista de la ciudad de Graus por parte del rey de Aragón y en defensa de la Taifa de Zaragoza, que era vasallo de la corona de León, por lo tanto en ayuda a al-Muqtadir gobernador de la Taifa de Zaragoza. Rodrigo tendría 18 años.

El rey Fernando I de Castilla y León, murió en el año 1065. Había dejado repartido su reino, que comprendía una tercera parte de la Península Ibérica, entre sus cinco hijos habidos con su esposa Sancha, lo cual había sido aceptado por una junta de nobles de Castilla y León.
A Sancho le correspondió el Condado de Castilla, elevado a la categoría de Reino, y las parias (tributos) del reino Taifa de Zaragoza.
A su hermano Alfonso el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León, que tenía derechos sobre la Taifa de Toledo.
A su hermano García le dio Galicia, para lo que creó nuevos derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz.
A Urraca, de dio Zamora, con título y rentas.
A su otra hija Elvira, le dio la ciudad de Toro, también con título, rentas y los infantazgos de los monasterios del reino, a condición de que permaneciesen solteras.
Cuando Sancho llega al trono castellano, el rey nombra a Rodrigo alférez real. Está probado que Rodrigo era listo, valiente, diestro en la guerra y peligroso, hasta el punto de que en su juventud venció en dos épicos combates singulares: uno contra un campeón navarro y otro contra un moro de Medinaceli. Hacia 1066, Rodrigo tuvo un singular combate con el caballero navarro Jimeno Garcés, para dirimir el dominio de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra; el triunfo le valió el sobrenombre de Campeador. Luego participó en la guerra que enfrentó a Sancho II de Castilla con su hermano Alfonso VI de León.
Rodrigo derrota en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), a Alfonso VI de León. Éste se marchó con los moros de la corte musulmana de Toledo de los cuales era amigo.




ALFONSO VI 


Pero aquí se empieza a dar vuelta la tortilla para Rodrigo Díaz. Sancho II muere en 1072, cuando intentaba tomar Zamora. Realmente a Sancho le reventó las asaduras un sicario de su hermana Urraca, y su otro hermano, Alfonso, según algunos textos. Alfonso VI se convirtió entonces en soberano de Castilla y León. Muerto su señor Sancho II, Rodrigo es integrado por Alfonso VI en su corte y este le envía a Sevilla con la misión de cobrar las parias que aquella taifa adeudaba al monarca leonés. En aquella urbe residiría varios días, es posible que incluso meses, aprendiendo sobre los musulmanes, su organización, su economía, sus costumbres, alcanzando tal vez algunos rudimentos mínimos de la lengua árabe. Rodrigo Díaz, tenía relación con los musulmanes.

Según la leyenda Rodrigo Díaz le habría hecho jurar en público al rey Alfonso VI que no tuvo nada que ver con la muerte de su propio hermano  Sancho. Esto está narrado en un libro, “La jura de Santa Gadea”, escrito en 1236, (200 años después), o sea una leyenda.
La cuestión es que el rey Alfonso y Rodrigo se llevaban muy bien. Tanto que le consiguió la mano de Jimena Díaz, en 1074 y tuvo tres hijos: Diego, María (que se casó con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III) y Cristina.
Cuando Alfonso VI envía al Cid a Sevilla para cobrar las parias, es decir  tributos pagados por las Taifas musulmanas a los reinos cristianos para mantener la paz. Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Cuando al-Motamid, rey de Sevilla, y el Cid están tramitando su pago, les llegan noticias de que tropas del moro rey de la Taifa de Granada, junto con tropas cristianas encabezadas por García-Ordoñez, conde de Nájera y amigo personal del Alfonso VI, marchan hacia Sevilla.  Ambas taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez.
El Cid trató de evitar el combate, pero la insistencia de García-Ordoñez hizo que el Cid uniese sus tropas a las de al-Motamid, tributario de su rey, y así derrotar a los granadinos y sus aliados. El Cid capturó a García-Ordoñez y al rey de Granada y los tuvo encadenados tres días, para escarmiento. Al-Mutamid pagó, encantado las parias e hizo varios regalos personales al Cid, entre ellos a Babieca.
De regreso a la corte, el Cid cometió otro error garrafal: pernoctó una noche en el castillo de Luna, donde estaba confinado por orden del rey Alfonso su hermano menor García, que era su enemigo (aquel que su padre Fernando dejó Galicia en herencia).
De todo esto se aprovechó el conde de Nájera para acusar al Cid de apropiarse de parte de las parias de Sevilla y de confabularse con García para derrocar al rey. Alfonso hizo caso de su amigo García-Ordoñez, y desterró a Rodrigo en el año 1081.
Para entonces los moros ya lo llamaban Sidi, que significa señor y se fue a buscarse la vida con su mesnada, (los guerreros mercenarios a su mando). Los reyes poseían para la defensa de sus territorios una hueste relativamente suficiente, pero no como para entablar una batalla con todas las garantías, de ahí las alianzas con otros reinos cristianos o con alguna Taifa que fuera vasallo. También, lo más habitual, era contratar a estos señores de la guerra que su trabajo consistía en sumarse a las fuerzas del interesado y combatir con su mesnada, compuesta por algún caballero y soldados experimentados, no siempre cristianos, a veces también musulmanes, todo esto por la compensación económica correspondiente en forma monetaria o en especie. No era denigrante, al contrario.
Rodrigo no llegó a entenderse con los condes de Barcelona, pero sí con el rey moro de Zaragoza, que había sido amigo del rey Fernando I, el padre del rey que lo desterró, Alfonso VI. Y estuvo varios años con éxito, hasta el punto de que derrotó en su nombre al rey moro de Lérida y a los aliados de éste, que eran los catalanes y los aragoneses.
Muchos cristianos se ofrecieron a Rodrigo, pero muchos más fueron los musulmanes los dispuestos a servir al comandante extranjero a cambio de una soldada y movidos por la aspiración de mejorar su situación al lado del exitoso cristiano en tierras islámicas. Algunos autores contemporáneos nos hablan de Rodrigo Díaz como “mozárabe”.
Rodrigo tuvo un intenso y prolongado contacto con el mundo islámico en los años que transcurren entre 1080 y 1086, años de su primer destierro.
En el año 1090 el Cid se hizo con todo el Levante, incluyendo Valencia. Al-Cadir pagaba los impuestos al Cid, aunque era dinero de Alfonso VI. Invadió los territorios de su rey y estando en la Taifa de Zaragoza fue perdiendo influencia en Valencia por lo cual los valencianos entregaron la ciudad a los almorávides que estaban ocupando Al-Andaluz.
En el 1092 fue muerto Al-Cadir, su protegido, y decidió actuar en interés propio, y en julio de 1093 puso sitio a Valencia, aprovechando el conflicto interno entre partidarios y opuestos a librar la ciudad a los almorávides. Alfonso VI claudica en su empeño de someter al Cid, retira su destierro y le ofrece la posibilidad de regresar a Castilla; un nuevo perdón que Rodrigo Díaz de Vivar rechaza, pero que se convierte de facto en un pacto de convivencia amistosa. El Cid regresa a Valencia y rinde la plaza en 1094, después de un durísimo asedio polémico entre los historiadores de hoy día, pues algunos ven en él a un Cid cruel. Después de espantar la amenaza almorávide, el Cid se centra en los asuntos internos y en 1095 pone en marcha una durísima represión. Expulsa de Valencia a todos los musulmanes partidarios de los almorávides y los sustituye, en apenas dos días, por mozárabes a los que traspasa sus posesiones. Declara la plena legalidad del Corán, algo insólito, que el paladín de la cristiandad en la época permita que sea legal el Corán en un territorio que domina. El Cid se convierte así en Soberano Cristiano de un Principado Musulmán, una difícil posición que sostuvo siempre, necesario por la cantidad de soldados musulmanes en sus tropas.
Conquistado Valencia, Rodrigo llega incluso a designar para cargos administrativos importantes a algún musulmán. Y es que Rodrigo construyó en aquel arrabal anexo a Valencia un prototipo de villa islámica, donde convivían musulmanes, cristianos, judíos y había cierta libertad de culto. Se proclamó "Príncipe Rodrigo el Campeador" el 17 de junio de 1094.
El contingente cristiano del Campeador en aquellos momentos era considerablemente inferior en número a los musulmanes que le servían, activa y potencialmente. Precisaba en aquella situación mostrarse más como un señor musulmán que como un conquistador cristiano. Pero no todos aquellos musulmanes serían válidos para los planes de Rodrigo. Solo a partir de la conquista recibirá coyunturalmente la ayuda de Pedro I de Aragón, quien sumó sus fuerzas a las de Rodrigo en la campaña que culminó en la batalla de Bairén contra los almorávides, en enero de 1097, dos años y medio después de la conquista de la capital valenciana.
La herida más dolorosa que probablemente sufrió el Cid fue la muerte de su hijo en 1097, en la batalla de Consuegra. Había ido en ayuda del rey Alfonso VI a la batalla, tenía solo 20 años. Cuando el rey ordena replegarse porque los almorávides iban ganando en campo abierto, el mando de García Ordóñez, se retira rápido y abandona a su suerte a Diego Rodríguez, el hijo del Cid, que cae muerto con algunos de los suyos. Cada año Consuegra rememora la batalla en la que participan cientos de vecinos y cuyo momento cumbre es la ceremonia fúnebre por la muerte del hijo del Cid, el joven héroe que perdió la vida tal vez porque así lo quiso García Ordóñez, enemigo declarado de su padre.




BATALLA DE CONSUEGRA


Los intentos almorávides por recuperar la ciudad de Valencia no cejaron y a mediados de septiembre de ese mismo año un ejército llegó hasta Quart de Poblet, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en una batalla campal. Cinco días antes de la toma de Jerusalén por los cruzados, temido y respetado por moros y cristianos, murió Rodrigo en Valencia de muerte natural el día 10 de julio de 1099. Se dice que le alcanzó una flecha.

Es posible que el cadáver del Cid fuera evacuado de Valencia al frente de sus tropas como si estuviera vivo, para lo cual se le colocó un sistema de tablas que le obligaba a ir erguido en el caballo y que le impedía caerse, amén de hacer lo que fuera con los ojos abiertos y lanza empuñada, como si estuviera dirigiendo sus tropas. Por algo los almorávides huyeron despavoridos, parecía que estaba vivo.
A la muerte del Cid en 1099, su esposa Jimena heredó, pero sólo pudo mantener el trono unos pocos años más con la ayuda del conde Ramón Berenguer III de Barcelona, su yerno.Consiguieron defender la ciudad hasta el año 1101, en que cayó en poder de los almorávides.

martes, 20 de agosto de 2024

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Una luchadora cristiana por el respeto por la mujer y su igualdad. El feminismo no existía, pero si mujeres con valía, como siempre.

"Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia..."
Este es uno de los primeros poemas de la lucha de la mujer para ganar el respeto de los hombres, en toda la literatura occidental.
Sor Juana Inés de la Cruz fue una monja, erudita y poeta, de la entonces Nueva España (Mexico). Nació en 1651 y aprendió a leer y escribir desde los tres años de edad mientras vivía con su abuelo materno en la hacienda Panoaya. Los trabajadores indígenas le enseñaron náhuatl, lengua en la que también escribió parte de su literatura.
Difundida la fama de su habilidad literaria, se le propuso la redacción de poemas y obras religiosas de circunstancias. Su primer soneto “Suspende Cantor Cisne el dulce acento”, dedicado al presbítero Diego de Ribera, data de 1668. Durante estos años cabe reseñar la escasez de escritos, hasta que en 1680 publicó el Neptuno Alegórico. Su correspondencia debió de ser muy activa, pues así lo recuerda Calleja y lo confirma el modo epistolar que eligió para sus discursos teológicos.
El 13 de diciembre de 1673, por disposición de la Corona, se nombró virrey a fray Payo Enríquez de Rivera, quien hubo de organizar el entierro de su predecesor.
Sor Juana contribuyó con tres sonetos, retóricos, aunque de corte impecable. El primer encuentro con fray Payo fue un romance en el que con gran simpatía le solicitaba el Sacramento de la Confirmación.
La fama de sor Juana se extendió y se propagaron las obras por encargo, en las que se detecta la presencia de Calderón, Góngora, Quevedo y Lope.
El hallazgo de la Carta de Monterrey, o Autodefensa espiritual (1682) por Aureliano Tapia Méndez (1981), dirigida al padre Núñez, indica que la publicación del “Neptuno Alegórico” supuso el principio de su ruptura con él, al tiempo que refería la condición de obediencia con que lo redactó (“Vos me coegistis”, “ustedes me obligaron” —respuesta). El Cabildo la recompensó con una discreta suma, a lo que la poetisa respondió con unas décimas en las que agradecía, pero al tiempo respondía “que estar tan tibia la Musa / es efecto del dinero”. La Carta de Monterrey avala la teoría de una sor Juana más díscola de lo que hasta el momento se pensaba.
A partir de este momento se abre una polémica entre los defensores de una sor Juana obligada a autocensurarse, pese a su voluntad, y los defensores de su conversión.
Pese a todo, la controversia en la que se vio envuelta sor Juana no fue un obstáculo y de hecho éstos fueron sus años de mayor esplendor. El favor de la virreina (María Luisa Manrique de Lara), a la que dedicó numerosos poemas, favoreció su labor creativa. La virreina fue quien obtuvo los manuscritos para publicarlos en España y a ella estaban dedicados poemas como el famoso romance decasílabo alabado por Gerardo Diego o José María de Cossío, “Hombres necios que acusáis...”, uno de los primeros y más firmes alegatos en defensa de la mujer.
En 1683 se representó su comedia “Los empeños de una casa”, título que recoge el de Calderón Los empeños de un acaso, con el que coincide incluso en la elección de algunos nombres y la figura del gracioso.
Entre sus amigos destaca Sigüenza y Góngora, quien describió físicamente el arco triunfal dedicado a los virreyes.
La cesión del virreinato al conde de Galve ocasionó, al tiempo que la difusión de su obra en la Península, una época llena de conflictos. Gracias a la mediación de la antigua virreina, María Luisa Manrique de Lara, se publicó en Madrid Inundación Castálida (1689).
A pesar de su fama, las dificultades de sor Juana se agudizaron al tiempo que se agravaba la situación social y económica de México. Rompió definitivamente con su confesor el padre Núñez, los virreyes regresaron a España y el clero que juzgó sus acciones se dividió entre partidarios y detractores, entre los que se contaba el austero, y caritativo hasta la exageración, Aguiar y Seijas (nombrado obispo de México en 1681). Enemigo de los espectáculos públicos no podía ver con buenos ojos la fama de sor Juana y su dedicación a las letras.  Sin autorización, al parecer, de sor Juana, Manuel Fernández Santa Cruz lo publicó con el título de Carta Athenagorica, precedida de otra dirigida a la poetisa, Carta de Sor Filotea de la Cruz, seudónimo que empleó el obispo, donde tras reconocer sus dotes le indicaba la conveniencia de abandonar las letras profanas y verter su pensamiento en una mayor religiosidad.
El afán de conocimiento fue paralelo a su extensa producción destinada a la enseñanza y a la predicación.
Esta singular atención a la Virgen se percibe a lo largo de toda su obra y se combina con un claro deseo de instrucción doctrinal presente en los villancicos. Así lo revelan los dedicados a la Asunción en 1676, 1679, 1685 y 1690, si bien se encuentran otros dedicados a san Pedro Nolasco y san Pedro Apóstol en 1676 y 1683 o los de Navidad de 1689, todos ellos cantados en la catedral metropolitana. El que más ha llamado la atención de la crítica es el dedicado a santa Catarina (1691). Los villancicos, por su parte, dan cabida a las voces marginadas de la sociedad colonial, y al mismo tiempo introducen uno de los factores esenciales en las obras de sor Juana: la enseñanza o la predicación que es a su vez la base del villancico. Resalta la figura de María, como vínculo entre el saber religioso y el secular: como madre de Dios es maestra de Retórica y “Soberana Doctora de las Escuelas”.
Pese a las presiones, siguió obteniendo un reconocimiento público en la compilación Trofeo de la justicia española de Sigüenza y Góngora, donde se celebra la victoria de 1691 sobre la armada francesa.
Carente de los apoyos que se le habían brindado tanto desde el palacio virreinal como desde la Península, debido a la muerte del marqués de La Laguna, y enfrentada a un mundo de supersticiones, a comienzos de 1693 sor Juana volvió a solicitar el apoyo de su denostado Núñez de Miranda. Sor Juana experimentó en pocos meses un cambio sustancial y se sometió a la disciplina eclesiástica, aceptando nuevamente como confesor al padre Núñez. Entregó sus instrumentos de música y ciencia al arzobispo Aguiar y Seijas y vendió su biblioteca a favor de los pobres.
Encerrada en el convento, y sometida a la disciplina eclesiástica, apenas si se sabe de ella algo más de lo que revelan estos escritos y las opiniones de sus contemporáneos.
Nuevamente una epidemia de peste se desató en la ciudad de México y varias hermanas enfermaron. Juana Inés de la Cruz se dedicó al cuidado de las monjas enfermas con tanto celo, que al fin se contagió y murió el 17 de abril de 1695, siendo arrojados sus restos a una fosa común.

viernes, 16 de agosto de 2024

LA RECONQUISTA Y EL CID

Un proceso tan largo como la estancia de los musulmanes en la península, hizo que Ortega y Gasset se preguntase irónicamente ¿Cómo puede llamarse Reconquista a una guerra que dura ocho siglos?.
La respuesta para mí es clara, no fue una guerra continua, declarada y contra un claro enemigo en toda regla, ya que a veces fue incluso aliado.
El concepto de Reconquista viene a significar un proceso militar que dura 800 años entre cristianos y musulmanes. Se trata de un concepto tan difundido que desvela una faceta ideológica y conservadora de los dos últimos siglos de historia de nuestro país. Una idea nacida a principios en el siglo XIX, cuando un pegamento ideológico era necesario, explotada hasta la sociedad durante el siglo XX, y que ahora, existe un extraño regreso, seguramente por rechazo al separatismo y nacionalismo regional.


No es que no hubiera luchas por la recuperación de territorios en la Edad Media. Los cronistas medievales hablan de conquistas, no de reconquistas.
En la Edad Media nadie pensó en la Reconquista, y el término nació con unos contenidos totalmente ajenos a la medievalidad peninsular. Desaparecido el Imperio romano en el 476 y establecidos los visigodos en Hispania, no como invasores, sino con residentes a través de un pacto con Roma, de religión arriana que luego abrazaron la religión romana, los naturales de la península anteriores fueron llamado hispano-romanos. Estos y los visigodos son los dueños propietarios de la península y más adelante con un solo rey. Y no se trataba solamente de territorio. En aquellos tiempos la religión era primordial.
El aporte que ayudó a vertebrar aquella primitiva España fue la unidad que conseguía la religión cristiana. Es evidente que esa época tan larga desde la llegada de los musulmanes en el 711 hasta su derrota final en Granada en 1492 tiene unas características comunes. Fundamentalmente es el rechazo a lo musulmán, por haber sido una invasión y por tener una religión no ya diferente, sino contraria a la cristiana. Y debemos llamarla de alguna manera. Pero aquella invasión no fue a base de luchas y largas batallas exactamente. La mayor parte del territorio lo consiguieron pactando con los pobladores.
Ya desde la época de Don Pelayo, había un deseo ferviente de recobrar la unidad perdida tras la invasión musulmana. Por lo tanto no es de extrañar que las rencillas familiares, los matrimonios de conveniencia y las cuestiones hereditarias determinasen los dominios sobre los territorios. Alianzas, enemistades y luchas en los frecuentes cambios de los límites fronterizos. Esto no impedía tácticas entre cristianos y musulmanes, ya fuese para combatir el credo contrario o a los adversarios de lo propio. Aún con esa confusa situación, los reinos cristianos fueron consolidando sus propias identidades a través de instituciones y normas sociales.
Hay que tener presente que hubo batallas de unos reinos contra otros, muchos entre cristianos entre sí y otros contra los musulmanes y también entre sí. Por control del territorio y por defender una religión determinada.


El periodo histórico del Cid es un ejemplo de la enorme mezcla que había entre cristianos y musulmanes y las alianzas que había entre ellos. Y se producen batallas de cristianos contra cristianos apoyados por musulmanes, que también tenían guerras internas y se apoyaban en cristianos para vencerlas. El término Reconquista es un término que a partir del siglo XIX se llenó de connotaciones nacionalcatólicas para darle una identidad al estado-nación burgués que acababa de nacer y se llevó al extremo de ese pasado glorioso medieval donde estaba la esencia de España forjada en la lucha contra los musulmanes, sin tener en cuenta los intercambios y esas alianzas que se habían dado en la propia Edad Media. Incluso una pluma tan prestigiosa como la de José María Pemán, se derrumba ante la leyenda del Cid, la engrandece, construye, si no lo estaba ya, un personaje nacional , épico y español, de caballero medieval que hace las delicias del lector agradecido de novelas épicas de caballeros andantes, que además existió.
La Reconquista es verdad que existía, en cierta forma, en aquellos tiempos. Pero los reinos eran propiedad de las familias, y la nobleza y el clero estaban en el negocio. Las luchas entre unos reinos y otros al igual que los matrimonios por buscar alianzas eran con fines patrimoniales, para combatir a un enemigo común o para evitar una guerra o batalla determinada, luchas, fratricidios, parricidios, asesinatos y trampas de todo tipo, demuestran todo esto que no se luchaba por la unidad del país, sino por conservar lo propio.
El Cid utiliza esa noción de reconquista en algunos de sus diplomas para dar legitimación a su conquista de Valencia utilizando un lenguaje parecido al que utilizaban reyes de su tiempo. Y se habla de recuperación de territorios musulmanes para la cristiandad, de un enemigo infiel, de héroes salvadores. Pero los años y las narraciones no dejan ver la verdad de lo que fue aquello y además se topa a veces con un poco o nula información contrastable. Todo queda a merced de ideas nobles, seguramente, pero siempre con lugar para la duda. Lo de la jura de Santa Gadea, lo de la batalla después de muerto y sobre todo que se hable de él como un mercenario. Dudar de estos hecho, muchos no pueden soportarlo, porque lo tienen idealizado como paladín de la cristiandad, que no es un invento del siglo XIX. Los propagandistas del Cid ya trabajaban desde la Edad Media, otra cosa es que después se haya amplificado este mito y dotado de otras significaciones. Pero a la gente le dan urticaria ciertas cosas del personaje, como su relación con los musulmanes.
Los componentes mayoritarios de su ejército era musulmán y esto era así porque a la batalla no irían al mando de un caballero sino algunos pocos. Y no era el Cid el único en esa tesitura. Es exactamente lo mismo que hizo Hernán Cortés, que sin los indígenas no podría haber conquistado a los mexicas. Los reyes musulmanes a los que sirve Rodrigo Díaz son grandes eruditos, matemáticos y astrónomos. Usaba el astrolabio, porque que se usaba mucho en Al-Ándalus, no en los ejércitos cristianos. Y el astrolabio es un instrumento que permite moverte por la noche, que es una de las claves del éxito militar de Rodrigo Díaz, que era de los pocos militares que planteaba batallas nocturnas.


La Tizona es la espada del Cid según todas publicaciones poco informadas. La Tizona es una espada de finales del siglo XV y principios del siglo XVI. Mentiras que tienen éxito. Pero la aportación más importante del Cid a la historia castellana no fue ni sus genes ni tampoco las conquistas o batallas. Su principal herencia es su leyenda, su épica; esas medias verdades sobre las que toda nación inventa su identidad para buscarle un sentido a su navegación en el caos de la historia
E Cid pudo ver la caída por corrupción interna del Califato de Córdoba en el 1031, unos 320 años después del inicio de la invasión musulmana. Se desintegró en 33 reinos pequeños, o Taifas. El término “taifas” significa “banderías”, y algunas de las taifas más importantes fueron Almería, Murcia, Granada, Sevilla, Toledo y Zaragoza.
A finales del siglo XI la expansión del Imperio almorávide terminó con las taifas de la Península Ibérica. Pero a mediados del siglo XII se produjo una nueva fragmentación política que dio lugar a los segundos reinos de taifas. Poco después, el Imperio almohade absorbió las taifas, pero su derrota en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) determinó una nueva etapa conocida como terceros reinos de taifas, que concluyó en el mismo siglo XIII por las crecientes conquistas cristianas.
Los reinos de taifas solían pagar tributos (llamados parias) a los reyes cristianos, y de esta forma eran vasallos, por lo tanto estaban protegidos ante la invasión de otro reino. Pero en ocasiones solicitaron el auxilio de Estados islámicos poderosos (los imperios almorávide y almohade) para hacer frente al avance militar cristiano.
Al principio de la invasión, pequeños grupos de cristianos se establecieron en las zonas montañosas de Cantabria y Sur de los Pirineos, que habían quedado desocupadas por las fuerzas de Córdoba. Aquí se formaron los reinos independientes de Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y los condados pirenaicos. A pesar de las incursiones musulmanas que arrasaban regularmente sus territorios, los cristianos se expandieron gradualmente hacia el Sur, estableciéndose primero en las tierras al norte del Río Duero y después en el Valle del Río Tajo.
Este avance se detuvo temporalmente debido a las invasiones almorávides y almohades a mediados del siglo XII. Estas nuevas invasiones fueron para recuperar el territorio perdido a manos de un reino cristiano. Como dijimos el años 1212 fue crucial con la derrota de los almohades en Tolosa.
Echando cuenta vemos que fueron independientes 320 años al principio, otros 180 desde la caída del califato hasta la batalla de las Navas y el resto vemos que ya principios del siglo XIII, las fuerzas cristianas estaban presionando una vez más hacia el Sur, hacía el Río Guadiana y el Valle del Guadalquivir. A mediados de este siglo, los reinos cristianos después de haber conquistado Córdoba (1236) y Sevilla (1248), rodearon el emirato de Granada, último bastión musulmán. Ante esta nueva situación, el primer gobernante del emirato granadino, Ibn al-Ahmar, decidió convertirse en vasallo castellano en 1246, prometiendo asistencia a la corte, servicio militar y un tributo anual a cambio de la preservación de su autonomía. Granada fue un estado tributario de la Corona castellana durante los siguientes 250 años, hasta que Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón reunieron los recursos del reino para su conquista.


Desde el momento que el poder cordobés empezó a disminuir, los reyes cristianos comenzaron a enfatizar la importancia del engrandecimiento territorial como un objetivo central de la guerra.
Se consideró la guerra como instrumento para enriquecerse o elevar la posición social. Pelearon por tierras para el cultivo o por la riqueza que había en al-Andalus.
Joseph Pérez, Historia de España, Editorial Crítica, Barcelona, 2003.
David Porrinas, expertos sobre la figura del Cid, doctor en Historia especialidad Historia Medieval
Juan José Primo Jurado, historiador
 

jueves, 15 de agosto de 2024

EL CARDENAL CISNEROS

Según Fernando García de Cortázar (jesuita e historiador, Premio Nacional de Historia), el cardenal Cisneros es el más grande de los estadistas que ha tenido España en su historia. Es comparado en el mundo de los historiadores, sobre todo franceses, con Richelieu o con Mazarino. También el afamando Joseph Pérez historiador e hispanista francés opina igual.
En 1492, cuando Isabel y Fernando rinden el reino nazarí de Granada, significa el final definitivo del Islam en España. Fray Hernando de Talavera, confesor de Isabel, obispo de Ávila (1485) fue nombrado arzobispo de Granada con objeto de cristianizar a sus moradores. Pero el todopoderoso cardenal Mendoza le sugiere a la reina a un fraile franciscano como el mejor sustituto para ser su  nuevo confesor, Francisco Jiménez de Cisneros de unos cincuenta años por entonces. 

EL CARDENAL CISNEROS EN LA CONQUISTA DE ORÁN 
Había nacido en Torrelaguna hacia 1436 hijo de una modesta familia de comerciantes con algún antecedente de hidalguía. Estudió con un tío el latín, gramática en Alcalá y Teología, Filosofía y Derecho en Salamanca, sin pasar del título de bachiller. También se sabe que estuvo en Roma, (“Roma veduta, fe perduta” “Roma vista, fe perdida” rezaba un dicho), allí se pasó unos nueve años. Allí fue ordenado sacerdote y consiguió de Pablo II una “Bula de expectativa”, que era una posibilidad de quedarse en la diócesis de Toledo cuando hubiera vacante. Fue en Roma donde conoció la forma de funcionar la iglesia de aquellos tiempos. Trabajó como abogado de la Curia, por lo que aprendió los manejos que existían, cosa que en el futuro supo aprovechar. De vuelta a España sustituyó al arcipreste de Uceda, lo que le enfrentó al poderoso Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo y cardenal, que había sido protector de Isabel en su derecho al trono, y luego al no sentirse suficientemente recompensado, fue enemigo en la guerra de Sucesión Castellana, poniéndose de parte del rey portugués, y su esposa, Juana la Beltraneja. Carrillo, con malas artes consiguió la prisión para Cisneros. Estuvo dos años en el castillo de Uceda y otros cuatro en el de Torremocha, en  Santorcaz, una durísima prisión para clérigos. Lo cierto es que el encierro formó su carácter duro y resistente a las adversidades. Librado gracias a una condesa fue a Sigüenza en busca del cardenal Mendoza, el más enconado rival de Carrillo. Éste a poco le convirtió en vicario general de la Diócesis. Pero por alguna secreta razón abandonó su cómoda situación y profesó como fraile franciscano en la más riguroso de sus ramas, la de “observantes”, enemiga declarada de la relajación con la que los “conventuales” vivían en los monasterios. Cisneros era un admirador del dominico Savonarola, un crítico con el trabajo de la iglesias. Despreciaba el lujo y la corrupción. Hablaba sobre la pobreza, la sobriedad y el carácter fuerte que los verdaderos creyentes deben tener y atacó al papa Inocencio VIII como "el más vergonzoso de toda la historia, con el mayor número de pecados, reencarnación del mismísimo diablo”.
Cisneros cambió su nombre por el de Francisco, creador de la orden, y emprendió una dura vida de austeridad. Y es aquí cuando, como dijimos, Mendoza lo presenta a la reina como sucesor de Talavera en su puesto de confesor real. Cisneros solo pide como condición no tener que morar en la Corte, sino continuar en su trabajo de ir de acá para allá, a lomos de un burro y acompañado por un joven fraile que pedía limosna para comer ambos allá por donde pasaban. La reina Isabel acepta esas condiciones.
Toledo, 1495, muere el cardenal Mendoza, llamado “el tercer rey”. El puesto del fallecido es disputado entre otros por el rey Fernando para su hijo natural Alfonso. Es elegido Cisneros como arzobispo de Toledo, cosa que a Fernando disgustó sobremanera, es un gran político, brillante militar, un hombre del renacimiento y que por encima de todo está el poder. Y se lleva muy mal con Cisneros. Pero sabe que es un hombre profundamente honesto y un personaje de mucha categoría en el que podía confiar. Isabel pide al papa que sea Cisneros el sustituto de Mendoza. El arzobispado de Toledo era el más importante de España. De él depende no solo la catedral y muchos arciprestazgos, también vicarías, capellanías fortalezas y territorios hasta Andalucía, con sus miles de habitantes, con poderes administrativos, judiciales y militares y a cuyo trabajo Cisneros se aplicó fervientemente. Todo esto hace que las rentas del primado de España sean muy considerables. Cisneros sabedor de los recelos de aquellas gentes acostumbradas a hacer y deshacer a voluntad reinos y banderías, por lo que la consagración no se hizo en Toledo, donde tardó dos años en entrar. 
Todas lasEl arzobispado de Toledo era el más importante de España. De él depende no solo la catedral y muchos arciprestazgos, también vicarías, capellanías fortalezas y territorios hasta Andalucía, con sus miles de habitantes, con poderes administrativos, judiciales y militares y a cuyo trabajo Cisneros se aplicó fervientemente. Todo esto hace que las rentas del primado de España sean muy considerableCisneros sabedor de los recelos de aquellas gentes acostumbradas a hacer y deshacer a voluntad reinos y banderías, por lo que la consagración no se hizo en Toledo, donde tardó dos años en entrar.
Inició una serie de reformas tendentes a la limpieza de la actitud sacerdotal. Era muy austero en su vida privada, comía poco, leía y no perdía el tiempo en banalidades.
Tenía en su pensamiento dos obras muy importantes que acometer. La creación de una Universidad en Alcalá, a partir de “Studium Generale”, donde él estudió, y que contase con los mejores humanistas, y la elaboración de una Biblia políglota, que reuniera las versiones hebrea, aramea, griega y latina del texto sagrado. Ambos proyectos no son ajenos a Isabel, ya que ambos deseaban una difusión culta y verdadera de la religión católica, dado los ataques y peligros que venían del judaísmo y del luteranismo.
La idea de que la Biblia esté escrita en los principales idiomas cultos de la época, se trata de un trabajo y una idea revolucionaria. Se adelantó al reformismo de Lutero y a las posturas de Erasmo de Rotterdam. Veinte años antes que Lutero ya había iniciado las reformas en la iglesia. Buscaba una gran reforma religiosa en la que desterrar los malos hábitos del clero.
El gran error que hoy vemos en las decisiones de Cisneros fue la quema en la plaza de la Rambla de Granada, en el 1500, de muchos libros de árabes, Corán incluido, salvando los de filosofía y ciencia para su universidad. Esto provoca un amotinamiento en el que hasta peligra su vida. El rey Fernando tomó la decisión de la “Conversión Forzosa” para terminar con el problema, refugiándose muchos musulmanes en las Alpujarras.
Pero prosiguió Cisneros con sus trabajos, fundará doce colegios entre ellos el de San Ildefonso. Creó silos para graneros, hospitales y actuaciones de mejoras.  Por la Universidad de Alcalá creada pasarían grandes maestros como Antonio de Nebrija, Santo Tomás de Villanueva, Ignacio de Loyola, Francisco Vallés de Covarrubias, Antonio Pérez, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán, Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Villegas, Pedro Calderón de la Barca, Melchor Gaspar de Jovellanos, Andrés Manuel del Río, etc.
En 1504 muere la reina Isabel. Los herederos posibles habían fallecido y solo quedaba Juana, casada con Felipe el hermoso, hijo del emperador Maximiliano de Habsburgo. Juana, igual que a su abuela materna presenta síntomas de enfermedad mental. Juana no quería gobernar. Por lo demás Castilla no era un reino cualquiera, pensemos que era de los mayores de Europa y si contamos con el continente americano, el trabajo era ímprobo, un Imperio. Isabel deja un testamento donde se dice claramente que Juana es la heredera, siendo Felipe solamente su esposo, y además agregó un codicilo a su testamento en el que por ausencia de Juana ponía a Fernando al frente de la corona de Castilla, reiterando las peticiones que dos años antes había hecho en las Cortes. Esto a la espera de que su nieto Carlos, fuera mayor de veinte años y se coronara. Fernando es regente de la corona.
Pero muchos nobles castellanos, enemigos de Fernando, por las muchas reformas, suspensión de prebendas y expropiaciones de fortalezas, etc. que habían hecho Isabel y Fernando, vieron la oportunidad de ponerse de parte de Felipe y tomarse la revancha del “viejo aragonés”. Fernando abandonado por la nobleza castellana, acosado en Nápoles por los franceses, enfrentado al emperador Habsburgo, al rey de Aragón se le cerraban todas las salidas. Pero todo cambió. Fernando se alió con su acérrimo enemigo, Luis XII de Francia, y se casó por poderes con la sobrina de éste, Germana de Foix, de apenas 17 años, en octubre de 1505.
Pero Felipe dice que Juana está cuerda para gobernar y que él mismo asumiría la regencia. Pero Felipe I de España muere en septiembre de 1506.  La desaparición de Felipe permitía a Fernando volver a ocupar el poder en Castilla, en nombre de su hija Juana y de su nieto, el futuro emperador Carlos V, por entonces un niño de seis años. Cisneros es de nuevo elegido para ser regente de la corona, en colaboración con un Consejo del Reino. Fernando marcha a Aragón y luego a Italia.
Mientras en Castilla siguen las disputas entre los partidarios de Fernando y los todavía partidarios de Felipe. Etapa complicada para Cisneros.
En 1507 Fernando vuelve de Italia. Tras desembarcar en Valencia, se adentró en tierras castellanas. Por entonces su hija Juana, rota por el dolor por la muerte de su marido, que además estaba embarazada, daba ya muestras aceleradas de demencia, entre ellas, abrir diariamente el féretro que contenía el cadáver. Comunicó su intención de trasladar los restos de Felipe a  Granada, en una macabra procesión que debía atravesar media Península. La reina ordenó que se abriera el ataúd obligando a todos los presentes a que contemplasen al yacente, tal y como nos informa el humanista Pedro Mártir de Anglería, testigo presencial de la dramática escena. En Tórtoles de Esgueva, un pequeño pueblo próximo a Burgos, se encontró con su padre, Fernando el Católico, que había desembarcado en Valencia. Éste vio a Juana, acompañada por el carro con el ataúd de su esposo Felipe. Padre e hija tomaron el camino de Burgos, pero poco antes de llegar doña Juana se negó a seguir. Fernando no vaciló e hizo que la encerraran en el castillo de Tordesillas, fuertemente vigilada. Allí permaneció durante medio siglo, hasta su muerte en 1555. Murió siendo reina de Castilla. Fernando gobernó como regente de Castilla por segunda vez, aunque se centró en Italia y dejó en su lugar al cardenal Cisneros como Canciller Mayor de Castilla.
En 1507 Cisneros también fue nombrado Inquisidor general de Castilla. Desempeñando Cisneros un papel importante en la conquista de Orán, al igual que en los tiempos de Isabel la Católica había participado de manera activa en la conquista de Granada. Organiza eclesiásticamente los territorios conquistados y dio nombre a Villa Cisneros. Pese a su rango de cardenal, no participó en el cónclave de 1513 en el que fue elegido León X.
No fue un Inquisidor fanático. Invitó a Erasmo para debatir  sobre su obra de la Biblia. Ya no es el Cisneros intolerante de Granada. Salvó a la Beata de Piedrahita, fue una mística y religiosa española de gran influencia, seguidora de Savoranola, aseguraba haber tenido apariciones de la virgen y pese a no tener formación académica, se la consideraba al mismo nivel que los más reputados teólogos de la época. Cuando es procesada por un tribunal eclesiástico el nuncio del Papa y el cardenal Cisneros testimonian en su favor y es absuelta.
En los primeros meses de 1508 se abrirá las puertas de su Universidad.
En 1509 se inicia la conquista de Orán con la voluntad de Cisneros, y su financiación y la aprobación de Fernando. A la hora de idear un asalto a Orán, Cisneros quiso que la campaña fuese calculada en todos sus aspectos: geográficos, económicos, militares y religiosos. Sin embargo, la expedición se preparó con una celeridad inusitada y zarpó la armada desde Cartagena hacia Orán. Se produjo el asalto, acaso con complicidad de los moradores.
Pero la idea de Cisneros era muy ambiciosa. Ansiaba hacerse con el control geopolítico de todo el norte de África hasta Egipto, establecer allí una especie de protectorado  y recuperar los Santos Lugares. Para Cisneros y muchos otros, la África del norte había sido romana y cristiana, la patria de San Agustín, de ahí que una vez terminada la Reconquista en la Península, debía proseguir en África, rechazar a los moros y proseguí hacia Egipto. El arzobispo regresó de prisa: tenía que asegurar el sustento militar y económico de la plaza, organizar su vida municipal y configurar su ordenamiento religioso dentro de la Iglesia de Toledo, que tendría allí una de sus colegiatas. No obstante regresa con un botín, camellos obras de  arte y libros, incluso el Corán, lo que indica que ya no es aquel Cisneros de veinte años atrás.
El rey, el “viejo aragonés”, se moría. Acosado por una esposa mucho más joven, que ansiaba tener descendencia a toda costa. El legado de Fernando consistió en otorgar todas sus posesiones a favor de su hija Juana, y en el puesto de ella, debía asumir el gobierno y la regencia de los reinos de Castilla y Aragón, su nieto Carlos de Gante, futuro Carlos I y, hasta su llegada de la corte de Flandes, nombró a su hijo Alonso de Aragón (hijo de Aldonza y nacido antes de su matrimonio con Isabel) regente de los reinos de la Corona de Aragón y al Cardenal Cisneros, regente de Castilla.
Falleció el gran rey Fernando el católico el 23 de enero de 1516, cuando se hallaba en una remota aldea extremeña, Madrigalejo.
Muerto Fernando se encargó Cisneros, por decisión testamentaria de la Regencia del Reino.
Estaba entonces el Cardenal, cercano a los 80 años, pero conservaba toda su fuerza moral, mantenía su físico. Cuando le preguntó el Duque del Infantado, en nombre de toda una detestable, intrigante, egoísta y entonces hasta cruel y desalmada aristocracia, cuáles eran sus poderes para ejercer el mando, abriendo un balcón desde el que se podía ver un ejército formado en línea de ataque, les contestó: “Estos, estos son mis poderes”…
El viejo cardenal estaba presto a encontrarse con el heredero a las coronas de Aragón y Castilla. La comitiva real no fijó fecha ni lugar para la entrevista, por lo que entonces Cisneros salió a su encuentro. Guillermo de Croy, lugarteniente de Carlos, no confiaba en Cisneros y retrasó lo que pudo el viaje del joven heredero, que recordemos tenía 17 años. Finalmente se acordó encontrarse el 5 de noviembre, pero Cisneros no pudo continuar viajando y se detuvo en el pueblo de Roa, en Burgos, donde falleció el 8 de noviembre de 1517.

viernes, 9 de agosto de 2024

CAMPAÑA DE ALFONSO I DE ARAGÓN

Alfonso I, llamado “El batallador” se decidió a realizar una campaña con un ejército formado por unos cuatro mil caballeros y unos quince mil infantes. ​ Contaba con sus más notables magnates: Gastón de Bearne, el obispo Esteban de Huesca, el obispo Ramón de Roda y el prelado de Zaragoza, Pedro de Librana y otros hombres destacados. Partieron de Zaragoza en septiembre del 1125.

Avanzaron por Daroca, Monreal, Teruel y Segorbe, en dirección a Valencia. El contingente pasó cerca de esta en octubre, contra cuya guarnición sostuvo alguna escarmuza y avanzaron a Denia a la que atacaron y arrasaron los cultivos. Llegado a la costa, el ejército de Alfonso comenzó a atraer contingentes mozárabes, que se unieron a él. Llegaron a Murcia, Almanzora y Purchena. Descasaron y continuaron la marcha hasta Baza, intentó tomarla al asalto sin conseguirlo, de modo que reanudó la expedición hacia Guadix, ciudad que atacó en diciembre. Se estableció finalmente en Guadix, donde permanecieron y pasaron las navidades satisfecho del desarrollo de la expedición y sin problemas de abastecimiento. Los almorávides no atacaban y los mozárabes iban uniéndose.
Estaban cerca de Granada y el gobernador Abul Tahir no se atrevió a reprimir la insurgencia mozárabe y la población cristiana fue acudiendo a unirse al Batallador. Abul Tahir, solicitó refuerzos a los gobernadores de Murcia y Valencia y a su hermano, el emir almorávide Ali ibn Yusuf, quien envió un importante ejército desde África.
Alfonso I se encaminó hasta Granada, y llegó en enero de 1126 con un contingente reforzado por los cristianos. Alfonso I permaneció acampado en la localidad de Nívar durante más de diez días esperando o bien sostener batalla campal o bien que la rebelión mozárabe le franqueara las puertas.
Debido a la espera le reprochó al responsable de los mozárabes de Granada, Ibn al-Qalas, no cumplir con lo pactado, a lo que este le reprobó haberse demorado en escaramuzas a lo largo de la ruta y haber desvelado su posición en Guadix. Los almorávides habían reforzado las defensas y recibido refuerzos para sostenerse en la ciudad, lo que llevó finalmente al aragonés a abandonar el intento. Se dedicó a asolar los campos de la Vega de Granada y el sur de Córdoba. Posteriormente se dirigió a Córdoba hacia el noroeste entrando por Luque, Baena y Espejo, para luego virar hacia el suroeste por Cabra y Lucena.17​14​ Después volvió hacia Córdoba.
Abu Bakr, hijo del emir había salido con tropas de Sevilla al encuentro del Batallador, y lo alcanzó en la actual Anzur (hoy municipio de Puente Genil), cerca de Lucena. Allí se trabó batalla campal el 9 de marzo de 1126 con el resultado de victoria decisiva para los aragoneses, al tiempo que en Palencia su exmujer Urraca I moría y era sucedida por Alfonso VII de León.
Tras la victoria en la batalla de Arnisol, el Batallador se dirigió hacia el sur por las Alpujarras y llegó a la costa de Vélez-Málaga por Motril y Salobreña.
Llegan los refuerzos almorávides norteafricanos. Desde Vélez-Málaga, el contingente cristiano volvió hacia Granada y en Alhendín, rechazaron varios ataques almorávides. Llegaron a la Vega de Granada y se instalaron en La Zubia, a seis kilómetros de la capital, seguido de cerca por la caballería islámica en formación de combate.
En ese momento llegaron los refuerzos africanos. Hostigaron a Alfonso I, que se vio obligado a retirarse hacia el norte. En Guadix vencieron en una escaramuza al rey de Aragón donde murió uno de sus principales caballeros, lo que procuró al musulmán el gobierno de Granada. La milicia aragonesa siguió retirándose por Caravaca de la Cruz y Játiva,​ que fue asaltada y tomada por el Batallador. La presión del ejército norteafricano hacía que el regreso se hacía en condiciones penosas, teniendo que conducir un gran número de civiles, defendiéndose de los continuos ataques y obligados a abandonar mucha gente agotada y enferma por la duración y las penalidades. Sin descanso, el contingente dirigido por Alfonso llegó a Aragón en junio de 1126,​ diezmado por las enfermedades​ pero satisfecho de los logros  y vencedor en la única batalla campal plena y de la numerosa población mozárabe que se les había unido.

sábado, 3 de agosto de 2024

REGIMIENTO ALCÁNTARA - 1921

Noventa y un años después del desastre de Annual de 1921, donde 8.000 soldados españoles fueron exterminados por la estupidez del rey Alfonso XIII, la venalidad de los políticos, la incompetencia de los generales y la desvergüenza de numerosos jefes y oficiales, el gobierno español (M. Rajoy) al fin concedió la Laureada de San Fernando, con carácter colectivo, al Regimiento de Caballería Alcántara, que se sacrificó casi en su totalidad para proteger la retirada de sus compañeros. 
La Laureada es la máxima condecoración militar española, y se obtiene por acciones extraordinarias en combate. Por aquella jornada, el jefe del regimiento recibió a título póstumo la Laureada individual; pero la tropa, como de costumbre, fue olvidada. Ninguno de los intentos posteriores por honrar su memoria tuvo éxito. Políticos y espadones de diversa ideología, desde el general Franco a la ministra Chacón, coincidieron en no querer remover aquello. Pero al fin, para satisfacción de los nietos y bisnietos de esos hombres, se repara la vergüenza.

Imaginen la escena. las harkas de moros sublevados por Abd el Krim acosan a la desorganizada columna que intenta escapar hacia Melilla abandonando a su suerte a heridos y enfermos. Aquello es una matanza inaudita, y millares de soldados abandonados por jefes y oficiales corren despavoridos, atormentados por la sed, intentando ponerse a salvo. En el camino de Dar Dríus a El Batel y Monte Arruit, la protección de la retaguardia de los fugitivos recae en un regimiento de caballería que todavía se encuentra intacto y bien mandado, el Alcántara n 14. Su jefe es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, hermano del teniente general del mismo apellido, que en seguida comprende que se está pidiendo a sus 691 hombres que se dejen la piel por salvar a los compañeros. Pero no hay otra. Hace de tripas corazón, arenga a su gente, les dice que toca bailar con la más fea del Rif, y el regimiento, disciplinado y silencioso, se pone en marcha con sus escuadrones protegiendo los flancos y la retaguardia de la columna en retirada. A las cuatro de la tarde, aparte infinidad de escaramuzas parciales, los jinetes de Alcántara ya han tenido que dar su primera carga al galope contra una fuerte concentración enemiga. Pero es en el cruce del río Igán, que está seco y en torno al que se atrincheran miles de rifeños que hacen fuego graneado, donde la columna se arriesga a quedar cercada. Entonces, el teniente coronel les toca a sus hombres la única fibra que a esas alturas, con semejante panorama, cree que puede funcionar. Si no lo hacemos, vuestras madres, vuestras mujeres, vuestras novias, dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos .
Y no lo fueron. Siete veces cargó Alcántara monte arriba y sable en mano, agrupándose tras cada carga, cada vez menos hombres, más heridos, exhaustos y sedientos jinetes y caballos, una y otra vez bajo la granizada de balas enemigas, entre las zarzas y parapetos rifeños, tan diezmados y agotados al final que la última carga, octava del día, hubo que darla con los caballos al paso, pues ya no podían ni trotar; y aún después se continuó ladera arriba, a pie, combatiendo al arma blanca. Cargaron los soldados, y también el joven trompeta de quince años que llevaba el cornetín de órdenes. Y cuando a la quinta o sexta carga ya no hubo hombres suficientes para cerrar las filas, cargaron también, aunque nadie los obligaba a ello, los tres alféreces veterinarios, y el teniente médico, y hasta el capellán fue adelante con la tropa. Y cuando ya no quedó nadie a quien recurrir, cargaron también los catorce maestros herradores, y con ellos los trece chiquillos de catorce y quince años de la banda de música del regimiento; que, como el joven corneta de órdenes, murieron todos. Y al anochecer, cuando los supervivientes consiguieron llegar a la posición de El Batel, agotados, llenos de heridas, caminando entre las sombras con sus extenuados caballos cogidos de la brida, de los 691 hombres del regimiento sólo quedaban 67. Desde luego, aquel 23 de julio de 1921 los del regimiento Alcántara cumplieron con su teniente coronel. A ellos, ninguna madre, mujer o novia los llamó cobardes
"En un ángulo de la posición de Monte Arruit apareció desafiante y terrible falto de su brazo izquierdo, más no de su ejemplaridad, el jefe del Alcántara, Fernando Primo de Rivera. 
Le habían inhumado el cinco de agosto tras morir de gangrena. Los rifeños le habían desenterrado. No les costo  mucho, el cuerpo estaba casi a ras de suelo. Sus soldados le habían cubierto con puñados de tierra, que antes pasaban, con incontenible emoción, por los labios.
Rígido, conciso en su fin y ya libre, al aire fétido del monte  Arruit, Primo de Rivera debió parecer a los rifeños más invencible muerto que vivo.
Intrigados por saber más de aquel hombre, el coloso que había cargado contra ellos, sable y grito en alto, por cuatro veces, en las asesinas márgenes del Igan, rodearon sus restos. Necesitaban verlo, y respetuosos no le tocaron, solo lo contemplaron. 

LA GUERRA DE LAS NARANJAS - OLIVENZA

La guerra empezó el 20 de mayo de 1801 y duró, sólo, 18 días, en los que España ocupó varias plazas de Portugal.   Napoleón instó a Portugal...