Fernando I en 1037 se había convertido en rey de León por casarse con Sancha, hermana de su rey, Bermudo III, por lo tanto la sucesora en el trono de León. Los leoneses desconfiaban de Fernando. Él era hijo del rey navarro, Sancho III el Mayor, y su madre era de la familia de los condes de Castilla. Por lo tanto había heredado el condado de Castilla en 1029.
Rodrigo fue educado junto al infante Sancho, (hermano del rey), era su paje, y tenía las tareas propias del sirviente de un caballero, si lo merecía a los catorce años se pasaba a escudero, y armiger (guardar las armas del señor).
El bautismo de fuego para Rodrigo fue la batalla de Graus que enfrentó en 1063 a las tropas de la taifa de Zaragoza, apoyadas por un contingente castellano al mando del príncipe Sancho, ante el intento de conquista de la ciudad de Graus por parte del rey de Aragón y en defensa de la Taifa de Zaragoza, que era vasallo de la corona de León, por lo tanto en ayuda a al-Muqtadir gobernador de la Taifa de Zaragoza. Rodrigo tendría 18 años.
El rey Fernando I de Castilla y León, murió en el año 1065. Había dejado repartido su reino, que comprendía una tercera parte de la Península Ibérica, entre sus cinco hijos habidos con su esposa Sancha, lo cual había sido aceptado por una junta de nobles de Castilla y León.
A Sancho le correspondió el Condado de Castilla, elevado a la categoría de Reino, y las parias (tributos) del reino Taifa de Zaragoza.
A su hermano Alfonso el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León, que tenía derechos sobre la Taifa de Toledo.
A su hermano García le dio Galicia, para lo que creó nuevos derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz.
A Urraca, de dio Zamora, con título y rentas.
A su otra hija Elvira, le dio la ciudad de Toro, también con título, rentas y los infantazgos de los monasterios del reino, a condición de que permaneciesen solteras.
Cuando Sancho llega al trono castellano, el rey nombra a Rodrigo alférez real. Está probado que Rodrigo era listo, valiente, diestro en la guerra y peligroso, hasta el punto de que en su juventud venció en dos épicos combates singulares: uno contra un campeón navarro y otro contra un moro de Medinaceli. Hacia 1066, Rodrigo tuvo un singular combate con el caballero navarro Jimeno Garcés, para dirimir el dominio de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra; el triunfo le valió el sobrenombre de Campeador. Luego participó en la guerra que enfrentó a Sancho II de Castilla con su hermano Alfonso VI de León.
Rodrigo derrota en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), a Alfonso VI de León. Éste se marchó con los moros de la corte musulmana de Toledo de los cuales era amigo.
ALFONSO VI
Pero aquí se empieza a dar vuelta la tortilla para Rodrigo Díaz. Sancho II muere en 1072, cuando intentaba tomar Zamora. Realmente a Sancho le reventó las asaduras un sicario de su hermana Urraca, y su otro hermano, Alfonso, según algunos textos. Alfonso VI se convirtió entonces en soberano de Castilla y León. Muerto su señor Sancho II, Rodrigo es integrado por Alfonso VI en su corte y este le envía a Sevilla con la misión de cobrar las parias que aquella taifa adeudaba al monarca leonés. En aquella urbe residiría varios días, es posible que incluso meses, aprendiendo sobre los musulmanes, su organización, su economía, sus costumbres, alcanzando tal vez algunos rudimentos mínimos de la lengua árabe. Rodrigo Díaz, tenía relación con los musulmanes.
Según la leyenda Rodrigo Díaz le habría hecho jurar en público al rey Alfonso VI que no tuvo nada que ver con la muerte de su propio hermano Sancho. Esto está narrado en un libro, “La jura de Santa Gadea”, escrito en 1236, (200 años después), o sea una leyenda.
La cuestión es que el rey Alfonso y Rodrigo se llevaban muy bien. Tanto que le consiguió la mano de Jimena Díaz, en 1074 y tuvo tres hijos: Diego, María (que se casó con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III) y Cristina.
Cuando Alfonso VI envía al Cid a Sevilla para cobrar las parias, es decir tributos pagados por las Taifas musulmanas a los reinos cristianos para mantener la paz. Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Cuando al-Motamid, rey de Sevilla, y el Cid están tramitando su pago, les llegan noticias de que tropas del moro rey de la Taifa de Granada, junto con tropas cristianas encabezadas por García-Ordoñez, conde de Nájera y amigo personal del Alfonso VI, marchan hacia Sevilla. Ambas taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez.
El Cid trató de evitar el combate, pero la insistencia de García-Ordoñez hizo que el Cid uniese sus tropas a las de al-Motamid, tributario de su rey, y así derrotar a los granadinos y sus aliados. El Cid capturó a García-Ordoñez y al rey de Granada y los tuvo encadenados tres días, para escarmiento. Al-Mutamid pagó, encantado las parias e hizo varios regalos personales al Cid, entre ellos a Babieca.
De regreso a la corte, el Cid cometió otro error garrafal: pernoctó una noche en el castillo de Luna, donde estaba confinado por orden del rey Alfonso su hermano menor García, que era su enemigo (aquel que su padre Fernando dejó Galicia en herencia).
De todo esto se aprovechó el conde de Nájera para acusar al Cid de apropiarse de parte de las parias de Sevilla y de confabularse con García para derrocar al rey. Alfonso hizo caso de su amigo García-Ordoñez, y desterró a Rodrigo en el año 1081.
Para entonces los moros ya lo llamaban Sidi, que significa señor y se fue a buscarse la vida con su mesnada, (los guerreros mercenarios a su mando). Los reyes poseían para la defensa de sus territorios una hueste relativamente suficiente, pero no como para entablar una batalla con todas las garantías, de ahí las alianzas con otros reinos cristianos o con alguna Taifa que fuera vasallo. También, lo más habitual, era contratar a estos señores de la guerra que su trabajo consistía en sumarse a las fuerzas del interesado y combatir con su mesnada, compuesta por algún caballero y soldados experimentados, no siempre cristianos, a veces también musulmanes, todo esto por la compensación económica correspondiente en forma monetaria o en especie. No era denigrante, al contrario.
Rodrigo no llegó a entenderse con los condes de Barcelona, pero sí con el rey moro de Zaragoza, que había sido amigo del rey Fernando I, el padre del rey que lo desterró, Alfonso VI. Y estuvo varios años con éxito, hasta el punto de que derrotó en su nombre al rey moro de Lérida y a los aliados de éste, que eran los catalanes y los aragoneses.
Muchos cristianos se ofrecieron a Rodrigo, pero muchos más fueron los musulmanes los dispuestos a servir al comandante extranjero a cambio de una soldada y movidos por la aspiración de mejorar su situación al lado del exitoso cristiano en tierras islámicas. Algunos autores contemporáneos nos hablan de Rodrigo Díaz como “mozárabe”.
Rodrigo tuvo un intenso y prolongado contacto con el mundo islámico en los años que transcurren entre 1080 y 1086, años de su primer destierro.
En el año 1090 el Cid se hizo con todo el Levante, incluyendo Valencia. Al-Cadir pagaba los impuestos al Cid, aunque era dinero de Alfonso VI. Invadió los territorios de su rey y estando en la Taifa de Zaragoza fue perdiendo influencia en Valencia por lo cual los valencianos entregaron la ciudad a los almorávides que estaban ocupando Al-Andaluz.
En el 1092 fue muerto Al-Cadir, su protegido, y decidió actuar en interés propio, y en julio de 1093 puso sitio a Valencia, aprovechando el conflicto interno entre partidarios y opuestos a librar la ciudad a los almorávides. Alfonso VI claudica en su empeño de someter al Cid, retira su destierro y le ofrece la posibilidad de regresar a Castilla; un nuevo perdón que Rodrigo Díaz de Vivar rechaza, pero que se convierte de facto en un pacto de convivencia amistosa. El Cid regresa a Valencia y rinde la plaza en 1094, después de un durísimo asedio polémico entre los historiadores de hoy día, pues algunos ven en él a un Cid cruel. Después de espantar la amenaza almorávide, el Cid se centra en los asuntos internos y en 1095 pone en marcha una durísima represión. Expulsa de Valencia a todos los musulmanes partidarios de los almorávides y los sustituye, en apenas dos días, por mozárabes a los que traspasa sus posesiones. Declara la plena legalidad del Corán, algo insólito, que el paladín de la cristiandad en la época permita que sea legal el Corán en un territorio que domina. El Cid se convierte así en Soberano Cristiano de un Principado Musulmán, una difícil posición que sostuvo siempre, necesario por la cantidad de soldados musulmanes en sus tropas.
Conquistado Valencia, Rodrigo llega incluso a designar para cargos administrativos importantes a algún musulmán. Y es que Rodrigo construyó en aquel arrabal anexo a Valencia un prototipo de villa islámica, donde convivían musulmanes, cristianos, judíos y había cierta libertad de culto. Se proclamó "Príncipe Rodrigo el Campeador" el 17 de junio de 1094.
El contingente cristiano del Campeador en aquellos momentos era considerablemente inferior en número a los musulmanes que le servían, activa y potencialmente. Precisaba en aquella situación mostrarse más como un señor musulmán que como un conquistador cristiano. Pero no todos aquellos musulmanes serían válidos para los planes de Rodrigo. Solo a partir de la conquista recibirá coyunturalmente la ayuda de Pedro I de Aragón, quien sumó sus fuerzas a las de Rodrigo en la campaña que culminó en la batalla de Bairén contra los almorávides, en enero de 1097, dos años y medio después de la conquista de la capital valenciana.
La herida más dolorosa que probablemente sufrió el Cid fue la muerte de su hijo en 1097, en la batalla de Consuegra. Había ido en ayuda del rey Alfonso VI a la batalla, tenía solo 20 años. Cuando el rey ordena replegarse porque los almorávides iban ganando en campo abierto, el mando de García Ordóñez, se retira rápido y abandona a su suerte a Diego Rodríguez, el hijo del Cid, que cae muerto con algunos de los suyos. Cada año Consuegra rememora la batalla en la que participan cientos de vecinos y cuyo momento cumbre es la ceremonia fúnebre por la muerte del hijo del Cid, el joven héroe que perdió la vida tal vez porque así lo quiso García Ordóñez, enemigo declarado de su padre.
BATALLA DE CONSUEGRA
Los intentos almorávides por recuperar la ciudad de Valencia no cejaron y a mediados de septiembre de ese mismo año un ejército llegó hasta Quart de Poblet, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en una batalla campal. Cinco días antes de la toma de Jerusalén por los cruzados, temido y respetado por moros y cristianos, murió Rodrigo en Valencia de muerte natural el día 10 de julio de 1099. Se dice que le alcanzó una flecha.
Es posible que el cadáver del Cid fuera evacuado de Valencia al frente de sus tropas como si estuviera vivo, para lo cual se le colocó un sistema de tablas que le obligaba a ir erguido en el caballo y que le impedía caerse, amén de hacer lo que fuera con los ojos abiertos y lanza empuñada, como si estuviera dirigiendo sus tropas. Por algo los almorávides huyeron despavoridos, parecía que estaba vivo.
A la muerte del Cid en 1099, su
esposa Jimena heredó, pero sólo pudo mantener el trono unos pocos años
más con la ayuda del conde Ramón Berenguer III de Barcelona, su yerno.Consiguieron defender la ciudad hasta el año 1101, en que cayó en poder
de los almorávides.