A partir del Descubrimiento los viajes fueron incesantes. Los barcos se armaban por lo general en Sevilla bajo condiciones estrictas. Los marineros tenían que ser castellanos y cristianos viejos, y debían reunir ciertas características: Reputación intachable. Probados sentimientos religiosos y Autorización para embarcar.
La tripulación para un
navío por ejemplo de 100 toneladas era de 31 personas. Contra todas las
mentiras que se vertieron sobre el primer viaje de Colón, 6 de cada 10
tripulantes eran profesionales. La primera vuelta al mundo de
Magallanes-Elcano, llevó 265 embarcados y 125 expertos en diversas profesiones.
La tripulación estaba compuesta por un capitán, al menos tres pilotos, maestres y contramaestres, alguaciles de orden, cirujanos y barberos, despenseros, carpinteros y calafates. Marineros profesionales, grumetes, lombarderos (artillería), sobresalientes (soldados), al menos 4 clérigos, armeros, herreros, intérpretes, contables, etc. Si no se encontraba personal suficiente, se llevaban forzosos. También iban viajeros e investigadores a veces. También se llevaban animales, para el trueque, compra o venta. El agua era racionada. Cada uno cargaba su propia comida mantas, ropas, etc. La ración diaria consistía entre otras cosas de bizcocho, o galleta, algo de carne salada, algo de vino, arroz o legumbres, vinagre, ron y un poco de aceite. El agua se volvía verde y viscosa y la comida con exceso de salazón provocaba más sed. También se llevaban ajos, almendras, azúcar membrillo, ciruelas, harina, miel, pescado seco, tocino, etc.
Se llevaban armas, municiones, lombardas y pólvora. Instrumentos náuticos, relojes de arena, cartas, astrolabio, etc. También paños peines cascabeles, cuchillos, tijeras, espejos, ollas, calderos, leña, esteras, banderas...La fórmula del tiempo
que se empleaba para saber la distancia recorrida, era simplemente un reloj de
arena que se volcaba por espacios determinados de tiempo, y multiplicar esto
por la velocidad.
La vida a bordo era soportable para esos tiempos. Hoy sería impensable de todo punto. Al amanecer comenzaban las tareas. Limpiar las cubiertas, reparar e izar las velas cuando fuera necesario, remendar redes, y si había habido tempestad los trabajos aumentaban. Se bañaban en el mar en época de calma. Por las tardes estaban más relajados, se quitaban mutuamente los piojos, cantaban, pescaban. El problema alimentario no era por la insuficiencia calórica, era más por el desequilibrio nutricional. Había excepciones, en que el viaje se alargaba más de lo previsto. La comida de mediodía era la más importante y la más calórica solía estar caliente, siempre que las condiciones atmosféricas y estratégicas no lo impidieran y hubiera leña o carbón. El desayuno se comía frio y la cena se realizaba a la luz de un candil, aunque más de una noche tuvieron que comer a oscuras.
La dieta tenía dos alimentos claves: uno, el bizcocho, unas tortas duras de harina de trigo, duras, doblemente cocidas y sin levadura que duraban largo tiempo, por lo que se convirtieron en un alimento básico dentro de los buques. Ahora bien, a veces estaba tan duro que solo los más jóvenes eran capaces de hincarle el diente. Y otro, el vino cuya ración por tripulante y día, en condiciones normales, ascendía a un litro. También se repartían raciones mucho más escasas de vinagre (tres litros al mes) y de aceite de oliva (un litro al mes) solían comer carne al menos dos veces en semana y los cinco días restantes consumían habas, arroz y pescado. El queso también era un componente esencial de las dietas en los barcos por dos motivos: por su buena conservación y porque no se necesitaba cocinar. La comida era difícil de conservar por la humedad, el calor y las plagas (ratas, cucarachas y demás insectos).El bizcocho tapizado de telarañas, negro y duro, era la comida principal. Los oficiales, a veces tenían pequeños privilegios como un vino de mejor calidad, bizcocho blanco o bonito en vez de atún. Pero, cuando el viaje se alargaba y los alimentos y el agua escaseaban compartían con los demás pasajeros los rigores del hambre y la sed. Las frutas y verduras solo se consumían los primeros días, luego su falta ocasionaba problemas de salud. La hora de la comida era además de la alimentación en sí motivo de vida en común. Los alimentos eran malísimos. Sabemos por crónicas de otros viajes posteriores que por ejemplo las galletas se pudrían, los guisos eran apestosos con carne ya rancia. No tenían especias que disfrazaran algo el sabor. También la tripulación tenía un comportamiento deplorable a la hora de comer.
Hasta 1795 no se descubrió la solución para el escorbuto, (falta de vitamina C). La solución consistía en repartir lima a los tripulantes. Con las ropas que muchas veces estaban mojadas, acababan por producir artritis y reuma. Se propagaba el tifus por la mala comida con gusanos, que prosperaban en la mala higiene y en ropas húmedas.
Se rezaba dos veces al día, antes del desayuno y de la cena, la asistencia era obligatoria. Todas estas situaciones eran aún peor en los buques de guerra. Donde el espacio era más reducido para cada tripulante. A esto hay que agregar que la altura bajo el bao era limitada, por lo que no se podía estar de pie. Hoy podemos reproducir el viaje de aquellos hombres pero algunas cosas es imposible ni siquiera imaginarlas.
Plantearse ir al Nuevo
Mundo era asumir una vida dura, difícil y, sobre todo, fugaz. A las
inclemencias del tiempo y de la selva, aquellos hombres aguerridos tuvieron que
enfrentarse a la enfermedad, los mosquitos, el hambre, la sed, las emboscadas
de los indígenas y a la avaricia. Esto era igual para cualquiera.
No demasiados consiguieron llevarse algo de oro y plata. Otros decidieron quedarse allí y muchos más dejaron allí sus vidas. Los que se quedaban solían casarse (por la iglesia lógicamente), con la india, creando así una nueva raza.