viernes, 5 de abril de 2024

EL VALLE DE LOS CAÍDOS

El 1 de abril de 1940, justo un año después del fin de la guerra, Franco redactó el decreto de fundación de lo que sería el monumento funerario conocido como Valle de los Caídos. En él señalaba que tenía como objetivo “perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada”.
La edificación tuvo lugar entre 1940 y 1958, bajo la dirección de dos arquitectos: Pedro Muguruza hasta 1950 y Diego Méndez desde este año, cuando sustituyó al primero por motivos de enfermedad.

Se dispuso que el Estado no invirtiera una sola peseta en su construcción. Para poder financiarlo, se destinaron los fondos sobrantes de la denominada “suscripción nacional”, es decir, las aportaciones materiales voluntarias hechas para financiar al “bando nacional” durante la guerra. Como luego se vio que no era suficiente, desde 1957 se realizaron unos sorteos extraordinarios de “Lotería Nacional” y a ello se añadieron algunos donativos particulares. Tales sorteos se habían celebrado en los años anteriores para la reconstrucción de la Ciudad Universitaria de Madrid.
En las obras de construcción participaron principalmente trabajadores libres y un porcentaje menor, aunque significativo, de presos, éstos entre los años 1942 y 1950, en régimen de redención de penas. La presencia de éstos encuentra su causa en la organización del sistema penitenciario español, que contemplaba la existencia de la “Obra de Redención de Penas por el Trabajo”, bajo la dirección de un Patronato Central que recogía las peticiones voluntarias de los presos que deseasen reducir el tiempo de su condena por este medio, además de cobrar un salario igual al de los trabajadores libres del ramo y en el lugar, y de disponer de una serie de ventajas (seguros sociales, amplia libertad de movimientos y trato normal con empleados libres, visitas y estancias de familiares, mejor alimentación, etc.). Este sistema de trabajo está reconocido, entre otros, en el informe de expertos encargado por el gobierno de Zapatero.
Cuenta uno de los presos trabajadores “yo tuve que hacer una instancia y mandarla al Ministerio de Justicia, al Patronato que había de Redención de Penas, y si era aprobada, me mandaban al destacamento solicitado; si no, no podía salir de la prisión. Aunque quisiera trabajar, si no hacía esa instancia y me la aprobaban, no podía salir. Y luego, claro, dentro de la prisión había que tener una conducta intachable, a la mínima falta, quedaba todo anulado, eso matemático, por mínima que fuera la falta... Tardaron dos meses en aceptarme. Allí lo que pasaba, a mí como a casi todos, es que trabajando seis u ocho años sabías que tenías la libertad asegurada. Ahí radicaba todo”. La fórmula a aplicar fue 1 día de trabajo = 5 días de remisión de pena. Alberto Bárcena Pérez, de la Universidad CEU San Pablo, considera que llegaron a ser hasta seis días por jornada de trabajo ya que las horas extras también se contabilizaban a efectos de reducción de condena.

En 1943 el Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo explicaba que las empresas asignaban a cada obrero el mismo salario que a los trabajadores libres dentro de su profesión y especialidad. Las horas extraordinarias también les eran abonadas. Regía para ellos toda la legislación social de los obreros libres. Las empresas se encargaban de la alimentación. Una de ellas era Banús, otra San Román. A ellas correspondía el gasto íntegro de la alimentación y mensualmente se resarcían del importe del socorro recibiendo de las Prisiones Provinciales. La memoria del mismo Patronato de 1949 explicaba que muchos presos no llegaron a beneficiarse completamente de la redención de penas por el trabajo porque antes de cumplir sus condenas habían sido indultados.
El arquitecto Pedro Muguruza estableció que para realizar el trabajo pesado de las obras los obreros debían seguir una dieta de entre 3.000 y 3.500 calorías. El médico de la obra fue Ángel Lausín, también preso.
Sobre el número de obreros, tanto libres como presos, que trabajaron en las obras, Daniel Sueiro estimó en 1976 que a lo largo de los veinte años que duró la construcción del Valle habrían pasado por allí unos veinte mil. La cifra de veinte mil fue considerada exagerada en 2015 tras investigar en los archivos del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. Por su parte el arquitecto Diego Méndez González, director de las obras desde diciembre de 1950 hasta su conclusión, afirmó también que normalmente había unos 2000 obreros al día. El médico de la obra afirmó que “1.500 a 2.000 se habrán juntado algunas veces.”
Mucho presos, después de cumplir su condena continuaron trabajando en el Valle como obreros libres. Tenía que salirte un fiador, alguien que se hiciera responsable, y donde viviera el fiador allí tenía que vivir. Si no, no se podía salir. De modo que tenía que buscar una persona que le conociera y que respondiera por él, de sus actuaciones, hasta que obtuviese la libertad definitiva. Y el que no tenía eso, no podía salir.


En el Valle está la basílica del Valle de los Caídos, de la que se ocupan los frailes benedictinos, y fue consagrada por Juan XXIII. Allí están enterrados en diferentes criptas y pisos 33.833 cadáveres, de los cuales 12.410 son de personas desconocidas, lo que lo convierte en la mayor fosa común de España. El último traslado de un cuerpo se produjo en 1983. Los muertos se llevaron desde fosas comunes y desde cementerios de toda España, excepto de Ourense, A Coruña, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife.
La idea era la de conservar allí los restos de los caídos en la contienda, de ambos bandos. Se decide trasladar miles de cuerpos de republicanos represaliados, en muchos casos sin permiso ni conocimiento de sus familias. Una carta del ministro de Gobernación fechada en 1958 constata el cambio de rumbo del Valle y especifica que se harán las inhumaciones “sin distinción del campo en el que combatieran”.
En el caso de que los cadáveres tuvieran nombre, sí se pedía consentimiento a las familias. Si eran fosas con algunos cuerpos con nombres y otros sin nombre, se pedía consentimiento a las familias de los cadáveres filiados y se trasladaba a todos indistintamente al Valle.
Sobre todo este conjunto monumental se alza la cruz más grande del mundo cristiano, visible desde la carretera. Uno de los trabajos más arduos en esta edificación, este sería, quizá, el de la famosa cruz del Valle de los Caídos. Según admitiría en 1957 el arquitecto Diego Méndez “la cruz fue nuestra pesadilla”. Creada con hormigón y cemento, pesa más de 200.000 toneladas, mide 150 metros de altura y 46 de longitud en sus brazos. “Presentar una cruz en lo alto de un risco que trepa a las nubes sin que pareciera enana, vulgar de estilo y proporciones, era la pesadilla, repito, tanto del Caudillo como la mía”, reconocía el arquitecto, de manera que “pasaron meses y no daba con la solución. Un día, de modo inesperado, sin darme cuenta dibujé exactamente la cruz tal y como está ahora en su materia clavada en la elevación poderosa”.

De las esculturas de la base de la cruz se encargó Juan de Ávalos. Un artista que había participado en el concurso. Franco mismo lo seleccionó. Es de hacer notar que Juan de Ávalos era republicano, tenía el carnet número 7 del partido socialista de Mérida. Vivía en Portugal, donde se había exiliado.
En un principio estaba previsto colocar allí representaciones de los doce apóstoles, pero al final se acordó que fueran los cuatro evangelistas, en la base, y las cuatro virtudes cardinales en la zona de transición de aquella al fuste de la cruz. Además Ávalos esculpió la Piedad que debía figurar encima de la puerta de entrada a la basílica.

Tanto los arquitectos como los escultores manifestaron su orgullo por la obra ya que representaba un monumento de reconciliación y por lo tanto trasciende a la política y las ideologías, y al igual que en cualquier país, un monumento de esta importancia se respeta porque es parte de la historia. En una guerra unos ganan y otros pierden y en el valle de los Caídos no hay ninguna señal de un bando vencedor.
Actualmente el conjunto pertenece a la Fundación Santa Cruz del Valle de los Caídos y es gestionado por Patrimonio Nacional desde su apertura el 1 de abril de 1959.
Este espacio, en la actualidad, se encuentra protegido por la Comunidad de Madrid, declarado Bien de Interés Cultural mediante decreto 52/2006.
La UNESCO por su parte circunscribe únicamente su nombramiento como Patrimonio de la Humanidad a los términos municipales de EL Escorial y San Lorenzo de el Escorial que es de 56,4 km cuadrados, en  su orientación norte llega e incluye  el paraje de Cuelgamuros, finca donde está ubicado el conjunto monumental del Valle de los Caídos. Este privilegiado enclave, pertenece al término municipal de San Lorenzo de El Escorial y tiene calificación BIC en toda su extensión, y además, es Bien Patrimonio de la Humanidad, en la categoría de sitio histórico, desde noviembre de 1984.
La Cruz simboliza la fe cristiana que a pesar del martirio sufrido hasta la muerte, triunfa sobre la poderosa Roma. Y es la piedad, el perdón, la misericordia, humildad y la pobreza antes que la soberbia y la riqueza material.
 

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