La conquista española desencadenó una catástrofe demográfica sin precedentes en la historia de la humanidad: la población indígena disminuyó drásticamente en los años inmediatos al contacto y siguió haciéndolo durante mucho tiempo. Aceptado este hecho como indudable, debemos saber cuántos habitantes tenía América en 1492. Cifra complicada de establecer por la inexistencia de fuentes fidedignas y perturbada por el empeño en juicios morales, a favor o en contra, que restan objetividad a los cálculos. Por eso, eminentes especialistas, trabajando con modernos sistemas, para todo el continente, y sin considerar cálculos ya en el olvido, las cifras que se siguen manejando oscilan entre 13,3 millones (Rosenblat) y 15,5 millones (Steward) como estimaciones más bajas.
Entre estos extremos hay toda una gama de propuestas intermedias. La guerra de cifras tiende a diluirse en una creciente aceptación de los cálculos medios, basada más en razonamientos lógicos que en demostraciones científicas que probablemente nunca lleguen. Por ejemplo, hasta el año 1930 América Latina en conjunto no superó los cien millones de habitantes (de ellos 33 millones correspondían a Brasil, donde hacia 1.500 no habría más de dos millones y medio de personas), tras décadas de intensa inmigración europea y en una situación sanitaria y productiva muy superior a la de fines del siglo XV.
Que
México tuviera doble número de habitantes en 1519 (32 millones) que en 1930
(16.600.000), es difícil de creer, aunque lo verdaderamente difícil es
demostrarlo. Sin embargo, aunque los especialistas no se ponen de acuerdo para
establecer la población total del continente antes de la llegada de los
europeos, todos aceptan como válido el cálculo hecho hacia 1570, sin
sofisticados medios estadísticos, pero sí con buenas fuentes, por Juan López de
Velasco, cosmógrafo del Consejo de Indias, según el cual en la América española
había en ese momento algo menos de diez millones de indios (9.827.150). Por
consiguiente, según sea la cifra inicial que aceptemos, resultará que la
población había disminuido entre un 30 y un 90 por 100, o dicho de forma más
absoluta y siniestra: habían desaparecido unos 3 o 4 millones de personas, o
más de 90 millones, en siete décadas. La magnitud de la catástrofe es enorme,
en cualquier caso. Además, el despoblamiento continuará después de 1570 y a lo
largo del siglo XVII, si bien a un ritmo menor. A continuación, comienza una
recuperación demográfica, que se generaliza a partir de mediados del siglo
XVIII, de manera que, al concluir el período colonial, hacia 1825, en la
América española hay unos ocho millones de indios (el 42 por 100 de la
población total), concentrados en México, Guatemala, Quito (Ecuador), Perú y
Charcas (Bolivia), los grandes núcleos de población india que existían al
comienzo del período, y en la actualidad.
No sabemos con exactitud cuánto, pero sí sabemos por qué disminuyó la población indígena, aunque tampoco sea posible valorar con precisión lo que cada una de las causas conocidas representa en el fenómeno global. De la amplia gama de causas que usualmente se mencionan, citaremos sólo tres de las más significativas: Una, la violencia española. Dos, el "desgano vital" indígena. Tres: las epidemias. La violencia o brutalidad de los españoles, tanto en la conquista como en la colonización, ha sido desde Las Casas uno de los argumentos más repetidos como explicación del fenómeno, siendo la base de las conocidas teorías homicídicas y del genocidio. Sin duda la conquista fue extremadamente violenta y ocasionó una gran mortandad indígena, aunque no hasta el punto de provocar una contracción tan profunda y duradera en unos pueblos ya de antiguo acostumbrados a guerrear entre sí.
Lo mismo cabe decir sobre la explotación laboral (incluyendo malos tratos, trabajos excesivos, desplazamientos de población), que, siendo evidente y cierta, no proporciona una explicación suficiente del hundimiento poblacional, sobre todo para los pueblos mesoamericanos y andinos, acostumbrados también a enormes esfuerzos y trabajos. La colonización obligó a los indígenas a un reacondicionamiento económico y social (Nicolás Sánchez Albornoz) que agravó el derrumbe demográfico iniciado por las guerras de conquista. El impacto psicológico causado en los indios por su derrota y dominación (con la consiguiente anulación de todo su sistema de vida y creencias) es un factor muy importante, aunque muy difícil de evaluar. Se refleja en el llamado desgano vital, pronto traducido en suicidios -incluso colectivos- y en la reducción de la capacidad reproductiva indígena.
A la mortalidad causada por la violencia, desnutrición, agotamiento, se suma la caída de la fertilidad, impidiéndose así una pronta recuperación demográfica. La contraconcepción, el aborto y el infanticidio no son más que prácticas defensivas derivadas de la condición de sometimiento y explotación: "las mujeres han huido el concebir y el parir, porque siendo preñadas o paridas no tuviesen trabajo sobre trabajo; muchas, estando preñadas, han tomado cosas para mover y han movido las criaturas, y otras después de paridos, con sus manos han muerto sus propios hijos, para no dejar bajo de una tan dura servidumbre" (Fray Pedro de Córdoba).
Sobre esta población anímicamente deprimida y físicamente agotada se cebaron además las enfermedades epidémicas, que resultaron así una de las principales causas de la catástrofe, o la principal causa según muchos autores. El aislamiento americano había completamente indefensos ante la repentina invasión de gérmenes europeos, que se reprodujeron entre ellos a gran velocidad. Incluso enfermedades benignas para los adultos blancos, como sarampión, tos ferina o gripe, resultaban letales para los indígenas, y más aún lo eran otras como la viruela, el tifus o la peste bubónica que también causaban estragos en Europa; o enfermedades africanas como la fiebre amarilla y la malaria, que se harán endémicas en el Nuevo Mundo. Y si las epidemias fueron un poderoso aliado en la conquista ("costó esta guerra de México muchas vidas de indios, que murieron, no a hierro, sino de enfermedad", dice López de Gómara), incluso precediendo a la presencia física de los españoles (el inca Huayna Capac murió de viruela años antes de la llegada de Pizarro), los sucesivos y reiterados brotes a lo largo de los siglos XVI y XVII, frecuentemente asociados a hambrunas, explican la perduración del derrumbe demográfico indígena.
El
virrey de Perú, marqués de Castelfuerte, en 1736: "Las causas de la
decadencia de la población de las Indias son varias, y aunque todos los que han
tratado y hablan de ellas ponen el principal origen de la ruina en... el
trabajo de las minas, y aunque no dudo que este trabajo, el de los obrajes y
otros concurren poderosamente al decaimiento, sin embargo, la universal que aun
sin estas causas ha ido a extinguir esta nación es la inevitable de su preciso
estado, que es la de ser regida por otra dominante, como ha sucedido en todos
los imperios".