El nombre actual de “Euskal Herria”
(Vasconia o País Vasco) aparece en escritos vascos por primera vez en el siglo
XVI pero es en el siglo XIX con el surgimiento del nacionalismo cuando comienza
a usarse.
El 2 de abril de 1332 se firmó en
Vitoria la escritura de incorporación de Álava a Castilla.
Reino de Navarra en tiempos de Sancho VII (1194-1234)
La historia de lo que hoy conforman
las tres provincias vascas está directamente vinculada a Castilla y León desde
hace más de siete siglos. Incluso entre
los años 1203 y 1237, los reyes Alfonso VIll de Castilla y Fernando III de León
y de Castilla impulsaron la creación de cuatro localidades costeras:
Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Zarauz, en el
futuro fueron cruciales para la presencia marítima del reino en el
Cantábrico. Los pueblos anteriores a los romanos
que ocupaban las Provincias Vascongadas actuales no eran vascos sino
celtíberos, los várdulos, del Bidasoa al Deva; los caristios, del Deva al
Nervión, y los autrigones, del Nervión al Asón y hacia el sur alavés. Fueron
los romanos los que facilitaron la expansión vascona, desde el Pirineo
occidental hacia toda la zona vascongada o vasconizada actual, agrupada
entonces en el convento jurídico de Calagurris, o sea, Calahorra. Creo que muchas fantasías
retrospectivas sobre el País Vasco buscan su justificación y hasta su
supremacía en lo más remoto ya que no pueden encontrarlas en los datos
históricos y científicos. Menos todavía si se tiene un idioma que carece de
literatura. Así, a mediados del siglo XVIII, un abate vasco francés, Diharce de
Bidassouet, aseguró que el euskera era la lengua del Creador, y otro abate,
Perocheguy, afirmó que es el idioma anterior a la Torre de Babel, mientras que
el cura de Sare, Dominique Laherjuzan, dice que el vasco prueba la divinidad
del Génesis. No eran necesarias tantas fantasías.
En la Península Ibérica, desde los tiempos más remotos, los pueblos primitivos
anteriores a la invasión celta hablaban una lengua con una serie de dialectos
que hoy en gran parte pueden ser traducidos a base del vascuence. Eran los
iberos, llamados así porque habitaban en Iberia, cuyo nombre procedía del gran
río Iber o Ebro. Así aparece explicado con toda clase de detalles en las obras
de los más importantes lingüistas y prehistoriadores, tal como se desarrolla en la obra “Los Vascos en la Historia de España”. La demostración mejor está en la
toponimia de toda la Península, cubierta de nombres vascos. Para los romanos
todos los habitantes del norte de la Península eran cántabros, desde Galicia
hasta Cataluña, y una de sus tribus habitaba en la Navarra pirenaica hasta
Jaca, lo que llamaban el “Saltus Vasconum”, que por el sur se extendía hasta el
Ebro. En contra de lo que creen algunos, esa región fue romanizada y lo prueban
los puertos romanos desde Irún al Nervión y la calzada de Astorga a Burdeos,
que cruzaba el País Vasco y Navarra, pasando por Roncesvalles.Pero dejemos tan remotos aunque
aleccionadores antecedentes, incluso los de la tardía cristianización de la
región, así como los de la resistencia de la romanizada Vasconia a la invasión
de los Bárbaros y al dominio visigodo, que volvió a encerrar a los vascones en
las montañas y valles del Pirineo Navarro. Vamos al reino de Pamplona, donde
por primera vez aparecen esos vascones como un pueblo histórico, uno de los
núcleos clave de la Reconquista.
Ya en el año 718 los árabes habían
ocupado Navarra con muy escasa resistencia. La primera vino desde Asturias, con
los reyes Alfonso II y Fruela. Fue por aquellos años, ya siglo noveno, cuando
apareció Íñigo Arista (Rey de Pamplona), enfrentado a los francos y afirmando
una personalidad histórica plenamente hispánica.
Lo que es totalmente falso es que
existiera en España un Ducado de Vasconia independiente, lo que fue sólo un
gobierno provincial del Imperio franco, con jurisdicción únicamente en Francia
y dependiente de París. Es un invento de los nacionalistas sabinianos, (Sabino
Arana), como el fraile Bernardino de Estella. La verdad es que el ente
histórico que hoy se llama Euzkadi, con zeta como lo escribía don Sabino, o
Euskal Herría, como los que quieren extender el pequeño imperio a Navarra y a
Francia, nunca tuvo entidad política independiente, ni como nación ni como
Estado.
El cambio de milenio, año 1000, eleva
al trono de Navarra a Sancho Garcés III, el gran Sancho el Mayor, que convierte
a su reino en el centro político y de poder de toda la España cristiana. Ocupa
por conquista o por herencia todo el norte de la Península, rey de las Españas,
le llaman los códices medievales, rey en León, en Castilla, en Aragón, en su
Navarra, en las provincias vasconizadas, hasta Cataluña, que le rinde tributo.
Él es el padre y el creador de los reyes y de los primeros grandes reinos, Castilla
y Aragón, que distribuye a sus hijos. Sancho el Mayor, (“Hispaniarum Rex”),
gran rey vascón, protagonista de la Historia de España. Del reino de Pamplona surge, tras
unos primeros años de expansión y la posterior merma territorial a manos de
Castilla y Aragón, el Reino de Navarra que se estabilizó con dos territorios
diferenciados: la Alta Navarra, al sur de los Pirineos y la Baja Navarra o
Navarra Continental, al norte de la cordillera pirenaica, (actual Francia).
Se fundan Vitoria y San Sebastián,
hacia el 1200 con una labor repobladora. Pero Castilla después de un largo
sitio se hizo con Guipúzcoa y Álava. El nombre de las tres provincias del
País Vasco aparece por primera vez en el Cronicón de Alfonso III el Magno hacia
el año 880. Vasca era Munia, la mujer de Alfonso II de Asturias. Guipúzcoa (Lipuzcoa en los Códices)
se incorpora voluntaria y definitivamente a Castilla el año 1200. Todos los
reyes juraron los Fueros y juraron también no enajenar jamás dicha provincia,
ni aún con la dispensa del Papa. El nombre de Álava, Araba en vascuence, es de
origen árabe y ya en el siglo X figura como su señor el conde de Castilla,
Fernán González, siendo gobernada la provincia por las Juntas de la Cofradía de
Arriaga.
Vizcaya, Bizcaia, en el siglo IX era
un conjunto de unidades tribales, pequeños señoríos, merindades, anteiglesias
las Encartaciones. Al margen de leyendas, Arigorriagas, Aitores, Jaun Zuria...,
las diversas zonas de Vizcaya se fueron incorporando al naciente condado de
Castilla y de modo completo a la Corona en 1379.
Merindades, Villas, Señoríos
,Anteiglesias y otras son denominaciones de formas de administración que
dependían de la Corona de Castilla.
Bilbao fue fundada el año 1300 por
Don Diego López de Haro, noble castellano, reinando Juan I de Castilla. Desde
aquellos tiempos, los vascos en general fueron conocidos en la historia como
los “vizcaínos”. Y los reyes, primero de Castilla y luego de la España unida
por los Reyes Católicos, juraron los fueros bajo el roble de Guernica.
En la guerra civil en Castilla por el
dominio de España entre Castilla y Aragón en 1366-1367, el rey Pedro el Cruel,
que había perdido el dominio de la mayor parte de Castilla. Pidió ayuda a
Eduardo, príncipe de Gales, heredero de Inglaterra (llamado “el príncipe
negro”) y a cambio prometió entregarle el Señorío de Vizcaya, incluyendo la
villa de Castro Urdiales.
Al principio pareció que esta alianza
funcionaba. El ejército castellano-francés de Enrique fue derrotado por fuerzas
inglesas en la batalla de Nájera,(abril de 1367). Pedro recuperó el trono
castellano y el príncipe inglés pidió su recompensa. Pero entonces el rey Pedro
le dijo que muy pronto todos los castillos y villas de Vizcaya le reconocerían
como soberano pero en privado envió cartas a los caballeros de Vizcaya. La
decisión quedó en manos de los linajes señoriales de Vizcaya. Si éstos hubiesen
pensado que Vizcaya estaba oprimida por las armas por Castilla y no se hubiesen
sentido castellanos tenían una oportunidad de oro para separarse de Castilla y
de España para siempre. Pero hicieron todo lo contrario. Como indica el célebre
historiador vizcaíno del siglo XIX Labayru, los caballeros vascos les dijeron
claramente a los enviados ingleses que “Vizcaya nunca aceptaría como Señor a un
príncipe extranjero”. El famoso cronista contemporáneo y futuro Canciller de
Castilla, el alavés Pedro López de Ayala afirma en su célebre “Crónica sobre
este periodo de la historia de España: “el príncipe de Gales no ovo la tierra
de Vizcaya por cuanto los naturales de la tierra sabían non placía al rey fuese
aquella tierra del príncipe”. Es decir, los vizcaínos optaron por la lealtad a
Castilla. Quedó bien clara de nuevo la hispanidad vasca y vizcaína, quienes,
junto a alaveses y guipuzcoanos llenarían las filas del ejército castellano del
rey Enrique unos años más tarde en la guerra contra Navarra. Además la muerte
del último señor de Vizcaya, don Tello, vasallo del rey de Castilla,
propiciaría la unión definitiva entre Vizcaya y la Corona de Castilla, en 1369.
En 1512 Fernando el católico conquista el reino de Navarra y aunque se había previsto adcribir a la Corona de Aragón, fue incorporado a Castilla, seguramente porque estaba más protegido. En el escudo todavía figura partido con los palos de Aragón. Ni antes ni después ha existido nunca reseña emblemática ni en los escudos de los reinos, ni ya en otra época hasta el año 1978.
Los vascos fueron siempre leales a
los monarcas y Fernando e Isabel, que mostraron su preferencia por las tierras
vascongadas. De allí salieron muchos de sus embajadores, grandes capitanes,
almirantes, secretarios y ministros. Y lo mismo ocurrió con Carlos I y con
Felipe II. Muchos de ellos, efectivamente, fueron protagonistas de grandes
hechos por Europa, en el Mediterráneo y en el descubrimiento, conquista y
colonización de las Españas de Ultramar, siempre al servicio de la Corona. Durante la Edad Moderna los vascos
sobresalieron sobre todo por las artes náuticas, siendo famosos grandes
navegantes y exploradores de la talla de Andrés de Urdaneta, Cosme Damián
Churruca, Juan Sebastián Elcano, Juan de Garay, Francisco de Argañaraz y Murguía,
Ignacio María de Álava, Blas de Lezo, Miguel López de Legazpi, Juan Martínez de
Recalde y Antonio de Oquendo, entre otros muchos.
Saltando de siglo en siglo, llegamos
al XVIII, en el que los vascos fueron honor y gloria de España en el comercio,
la navegación y la cultura. No hubo ni una sola gota de antiespañolismo y
demostraron su patriotismo nacional, no reñido con su gran amor a su tierra
vasca. Recordemos a los Caballeritos de Azcoitia, a la Real Sociedad
Guipuzcoana de Cracas, y la Vascongada de Amigos del País. Los vascos lucharon
contra la Convención Francesa, como habían combatido al lado de Castilla en
favor de Felipe V y más tarde con valor y lealtad a la Corona en la Guerra de
la Independencia. Todos sabemos que la mayor parte del
País Vasco estuvo a favor de los carlistas. No contra España sino contra los
gobiernos liberales con gotas masónicas de la época, no contra la unidad sino
para “llevar al rey Don Carlos a la Corte de Madrid”. De la tergiversación política del
carlismo nació el primer nacionalismo mal entendido, sectario, clericoide y
excluyente. Y frente a opiniones equivocadas puede asegurarse que el carlismo
fue siempre español como lo fueron los liberales vascos y más tarde, ya en el
siglo XX, los socialistas. En plena guerra de 1936 a 1939, los carlistas
lucharon en el bando nacional, y el gobierno del Frente Popular de la II
República dio al PNV, a cambio de unirse a su bando, un Estatuto, muy inferior
en atribuciones al de la actual Constitución. En aquella guerra, hace ya más de
sesenta años, hubo vascos en los dos bandos. Baste recordar los Tercios de
Begoña, de la Virgen Blanca, de San Ignacio... aparte de los famosos de
Navarra. Y a los gudaris, en el otro bando, los que fueron a conquistar
Villarreal de Álava y a defender el cinturón de hierro de Bilbao. La lista de grandes vascos, grandes
españoles a lo largo de la historia y en los siglos XX y XXI, sería
interminable. En estas líneas, a vuelapluma, no he
hecho sino resumir en apretada síntesis algunos de los títulos del índice de mi
obra “Los Vascos en la Historia de España”. He querido, como dice el profesor
don Julián Marías, “combatir la ignorancia histórica que está adquiriendo
proporciones inquietantes y está imponiendo la desfiguración negativa del
pasado”. Y lo que es más triste, con la complicidad enfermiza con el terrorismo
y la ceguera de algunas gentes “conservadoras”, hasta cientos de eclesiásticos
que no quieren oír la voz del Sumo Pontífice.
“España en la Edad Media”