martes, 28 de octubre de 2025

URRACA I DE LEÓN – PRIMERA REINA EN EUROPA

Hija y sucesora de Alfonso VI y de la reina Constanza de Borgoña, a su muerte la sucedió su hijo Alfonso VII. Urraca, vino al mundo seguramente en 1081.
La primogénita legítima conoció las dificultades que le acarreaba ser mujer: su infancia estuvo dominada por la contradicción entre el hecho de ser la heredera del Trono de su padre y el deseo de éste de suplantarla, en esa condición, por un vástago varón. Carente de legítima descendencia masculina, no dudó Alfonso VI en convertir en heredero del Trono al fruto de sus relaciones con la princesa musulmana Zaida. Y, tal vez para asegurar una legitimidad que se presentía insegura, el Rey procuró la presencia del pequeño Sancho, un niño de pocos años, en los actos propios del gobierno real.


Entre los nobles francos estuvo el duque Eudes de Borgoña, sobrino de la reina Constanza; le acompañaban su hermano Enrique y Raimundo, miembro de la familia condal de Borgoña. Los integrantes de la expedición visitaron a la Reina. Se concertó entonces el matrimonio de Raimundo y la princesa Urraca.
La infanta era una niña de seis años que se convertía en prometida de un hombre mucho mayor que ella. El noble borgoñón llegó a León tras la batalla de Sagrajas respondiendo al llamamiento que Alfonso VI realizó a la cristiandad europea con la intención de organizar una cruzada contra los almorávides que asolaban sus reinos. Urraca concibe dos hijos legítimos, Sancha y Alfonso, llamado a ser su sucesor.
El año de su primera boda fue también el año de la muerte de su madre y el año del nacimiento de su medio hermano Sancho. Las expectativas políticas cambiaban radicalmente. De heredera del Trono de León, Urraca pasaba a ser condesa consorte de Galicia.
De su matrimonio con Raimundo de Borgoña nacieron dos hijos, Sancha y Alfonso. El niño Alfonso recibe en el bautismo el nombre del abuelo, el Monarca reinante, a quien, después de Urraca, está destinado a suceder.
Su esposo, Raimundo de Borgoña falleció en Grajal, en septiembre de 1107. Urraca lo enterró en Galicia y mantuvo el señorío de Galicia, a condición de permanecer soltera; en caso de casarse nuevamente, el gobierno de la región pasaría a su hijo Alfonso. Urraca sucedió a su difunto esposo en el señorío del oeste del reino leonés. Sus tierras abarcaban Galicia, la comarca de Zamora y el suroeste de León, Coria, Salamanca y Ávila.
A partir de aquí gobernó como reina en sus posesiones.
La muerte de Sancho, el hijo varón del Rey, ocurrida en Uclés, en mayo de 1108, volvía a desordenar la política leonesa. La vida de Urraca cambió de manera sustancial: de nuevo se convirtió en la legítima heredera del Trono. Roto definitivamente el sueño del heredero varón, Alfonso VI reconocía antes de morir los derechos de su hija. Alfonso VI, antes de fallecer, le impone a su hija una "bodas malditas" con Alfonso I de Aragón "El batallador" temiendo que las rivalidades que existían entre los nobles castellanos y leoneses se incrementaran por este motivo, decidió casar a Urraca con el rey aragonés Alfonso I de Aragón.


Uno y otro acordaron que, si tenían un hijo en el matrimonio, el cónyuge superviviente y luego el hijo de ambos heredaría el conjunto de lo que pertenecía a los dos. Si no hubiera hijos, Alfonso Raimúndez sería el heredero. El cumplimiento del acuerdo quedaba condicionado a que el comportamiento de Urraca se ajustase al que la buena esposa debía tener para con su buen señor, es decir, para con su marido. El modelo feudal de la relación entre el señor y el vasallo se insertaba en el núcleo de la familia y era aceptado por la Reina, que admitía convenir con el rey Alfonso, “señor y esposo mío”. Por más que Urraca fuera la sucesora legítima en el Trono de León y por más que se empeñara en ejercer plenamente la función de Reina, había de hacerlo desde su condición de mujer.
En Toledo los nobles del reino se mostraron disconformes con que se materializase este matrimonio, a este acuerdo se opusieron tanto la propia Urraca como parte de la nobleza. Pero la muerte de Alfonso, en julio de 1109 en Toledo, precipitó que Urraca heredara la corona y se convirtiera así en la primera mujer en Europa en ejercer de pleno derecho un reinado.
El alto clero estuvo, en general, en contra del segundo matrimonio de Urraca desde el principio, mal avenido con el rey aragonés. Una segunda facción tenía su centro en Galicia y su rechazo a la unión entre Urraca y Alfonso venía motivado por la pérdida de los derechos al trono leonés del hijo de Urraca, Alfonso Raimundez. Recordemos que mantendría el señorío de Galicia a condición de quedarse soltera, pero el sucesor era el primer hijo que ya había muerto como dijimos. 
Desde junio de 1110 las relaciones entre Alfonso de Aragón y Urraca de León, unidos en matrimonio, habían empeorado. Urraca concedía en agosto importantes privilegios a Diego López de Haro, a la sazón señor de Álava, Vizcaya y Nájera (donde la reina comenzó a reunir tropas) para atraerse partidarios a su causa, apoyada por ciertos sectores de la nobleza de León, Castilla y Galicia, que se acogieron a los derechos al trono de su hijo, el nieto de Alfonso VI, el infante Alfonso Raimundez (futuro Alfonso VII), que habían quedado relegados en el contrato matrimonial de Urraca y el Batallador. Toda esta facción se levantó en rebeldía contra el rey de Aragón, a quien veían como un intruso, por lo que propagaban una imagen del Batallador muy negativa que posteriormente reflejaron las crónicas leonesas, como la Crónica compostelana. Por otro lado, Bernardo de Toledo, el arzobispo primado de España, recibía en Sahagún ante la presencia de los obispos de León y Oviedo misivas del Papa en que declaraba la nulidad matrimonial de Alfonso y Urraca con el pretexto de una lejana consanguinidad, y amenazaba con excomulgar a ambos esposos de no llevar a cabo su mandato.

BATALLA DE CANDESPINA 
Así pues, se generó un ambiente hostil contra el rey Alfonso I que escondía una auténtica guerra civil entre partidos enfrentados en el fondo por ambiciones de poder feudal y que obtuvieron apoyo de la población descontenta a causa de un periodo de escasez. Dada esta situación, la reina Urraca encabezó un partido rebelde contra su esposo y congregó en Burgos las fuerzas de importantes prelados y magnates leoneses, castellanos, portugueses y gallegos, entre cuyos caudillos cabe citar al conde Pedro Ansúrez, Fruela Díaz o Rodrigo Muñoz, todos ellos comandados por Gómez González (supuesto amante de Urraca) y Pedro González de Lara, cuya actuación sería decisiva en el resultado de la batalla. Alfonso I, por su parte, consiguió contar con el apoyo del conde Enrique de Portugal.
La rebelión gallega contra el poder real fue solo el comienzo de una serie de conflictos políticos y bélicos que los caracteres opuestos de Urraca y Alfonso y su antipatía mutua alentaron en años sucesivos y que sumieron a los reinos hispánicos en una continua guerra civil.
La ruptura llegó muy pronto. El día 13 de junio de 1110 la Reina encabezó un documento de donación al Monasterio de Silos como Urraca, reina de toda España e hija del emperador Alfonso. Era la expresión en términos políticos del rechazo de la tutoría del Rey de Aragón y la afirmación de la propia independencia sobre la tradición de la idea imperial leonesa.
En la segunda mitad de 1110, la reina fue recabando apoyos en todo el reino; los obtuvo en Castilla,] León, La Rioja, la Extremadura castellana y parte de Galicia. A final de año su posición se había fortalecido tanto que Alfonso acudió a negociar con ella durante las fiestas navideñas celebradas en Sahagún.
Pronto se diferenciaron dos tendencias en la facción opuesta al matrimonio radicada en la propia corte. Una apoyaba a Alfonso como soberano y estaba integrada por parte de la nobleza y la burguesía de las ciudades que bordeaban el Camino de Santiago, La otra facción apoyaba a Urraca y estuvo formada por otra parte de la nobleza y el clero, que trabajaron activamente para lograr la anulación eclesiástica del matrimonio argumentando ante el papa Pascual II que el mismo era incestuoso, debido a la consanguinidad de los esposos. La reina afirmaba, según escribe Jerónimo Zurita, que aunque el matrimonio se efectuó muerto el rey, su padre, con voluntad y orden los grandes de su reino, fue contra la suya y que recibió muchos denuestos y se le hicieron malos tratamientos por el rey de Aragón y que usaba gran tiranía y echó a los obispos de Burgos y León
Urraca decidió alejarse de Alfonso y se refugió en el monasterio de Sahagún. Alfonso I recibió noticias de que el arzobispo de Toledo estaba maniobrando para obtener la nulidad matrimonial. Este hecho, unido a los rumores de que la reina mantenía una relación amorosa con el conde Gómez González, hizo que decidiera encarcelar a Urraca en la fortaleza de El Castellar. Alfonso I tomó Palencia, Burgos, Osma, Orense y Toledo.
El conde Gómez González, junto con el conde Pedro González de Lara, logró liberar a la reina, que buscó refugio en la fortaleza de Candespina, ubicada en Fresno de Cantespino, en Segovia.


Urraca pactó con los partidarios gallegos de su hijo. Como consecuencia de este acuerdo, el joven Alfonso se asoció formalmente a su madre en el trono y fue coronado en Santiago de Compostela el 11 de septiembre de 1111. A cambio, Urraca obtuvo tropas gallegas con las que combatir a su esposo. El reforzamiento de la posición de la reina inquietó al conde Enrique de Borgoña, recién vuelto de Francia, que se unió con el rey aragonés.
Los dos bandos chocaron cerca de Sepúlveda en la batalla del Campo de la Espina o Candespina el 26 de octubre de 1110.
La Batalla De Candespina enfrentó a los ejércitos de Alfonso I el Batallador contra tropas leonesas, castellanas y gallegas que defendían el partido de su mujer, la reina Urraca I.
La batalla tuvo un desarrollo discutido, y se sabe que Alfonso I de Aragón obtuvo una clara victoria. Generalmente, se admite que en esta victoria influyeron las disensiones internas del contingente opuesto al Batallador. Pedro González de Lara comandaba la vanguardia del ejército y huyó al poco de comenzada la lid, dejando en desventaja al ejército castellano-leonés y en evidencia al otro comandante, el conde de Candespina que perecería en combate.
La victoria de Alfonso I el Batallador, aunque fue aplastante, no tuvo mayores consecuencias. Tras una continua oposición y numerosas dificultades, el rey aragonés acabaría renunciando al trono de León, al título de emperador (que había heredado de Alfonso VI) y, en definitiva, a la posibilidad de una unión dinástica entre los reinos de León y Aragón que podría haber constituido una gran unidad de reinos.
Tras la desaparición del conde Gómez en la batalla librada en Candespina contra Alfonso el Batallador, se inició la relación entre Urraca y el conde Pedro González de Lara. Las cincuenta y nueve apariciones del aristócrata castellano en los documentos reales demuestran su presencia continuada junto a Urraca. Fruto de esa relación estable fueron, por lo menos, dos hijos: Fernando y Elvira. La unión entre la Reina y el conde Pedro de Lara fue de las que duró hasta que fue disuelta por la muerte.
Murió la reina Urraca, de parto, el día 8 de marzo de 1126, en Saldaña. El lugar parece escogido voluntariamente para hacer frente a las dificultades de un embarazo problemático y de un parto que se presumía difícil. No era la primera vez que la Reina buscó refugio en estas tierras del borde norte de la Tierra de Campos. No hubo, por tanto, accidente o enfermedad repentina. Sabedora del peligro que corría, Urraca quiso acogerse a los paisajes familiares, a los lugares de la infancia.
El recuerdo del reinado de Urraca llega a las historias oficiales compuestas por los clérigos del siglo XIII.
Urraca tenía título de reina sólo porque era hija, esposa y madre de rey. Los cronistas del siglo XII, compusieron una imagen más amable de Urraca, aseguran que reinó y lo hizo durante más de cuatro años. Un poder que la reina Urraca, con el apoyo de los clérigos y aristócratas que estuvieron a su lado, ejerció plenamente en la última parte de su vida. El mantenimiento de la unidad del Reino frente a la presión aragonesa.
En los documentos y crónicas hay evidencias más que suficientes de energía, independencia, constancia, capacidad de amar, es decir, de rasgos del carácter de la reina Urraca que poco o nada tienen que ver con el papel que le asignaron, pensando en la mujer en general, los forjadores principales de la mentalidad colectiva en el tiempo de la plenitud feudal.
 

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