domingo, 10 de junio de 2018
FELIPE III (inicio de la decadencia)
Ya estamos con Felipe III. “El Piadoso” era gato, es decir que madrileño, nació el día que más adelante se proclamaría la II República Española, es decir un 14 de abril, pero de 1578, y murió un 31 de marzo de 1621, fue rey de España y de Portugal desde el 13 de septiembre de 1598 hasta su muerte.
Hijo de Felipe II y de Ana de Austria, se casó con Margarita de Austria-Estiria. Era aficionado al teatro, a la pintura y, sobre todo, a la caza, delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma, que terminó siendo el primer corrupto absoluto de España. El poder del duque de Lerma fue inmenso, consiguió controlar el reino y tomar él solo todas las decisiones políticas entre 1599 y 1618. Fue sustituido por el duque de Uceda, al que limitó las funciones. Durante su reinado España incorporó algunos territorios en el norte de África y en Italia y alcanzó niveles de esplendor cultural. La “Pax Hispánica” se debió a la enorme expansión del Imperio y a los años de paz que se dieron en Europa de comienzos del siglo XVII, que permitieron que España ejerciera su hegemonía sin guerras. Y de momento, la inmensa máquina militar y diplomática española seguía teniendo al mundo agarrado por las pelotas, había pocas guerras y el dinero de América seguía entrando y malgastándose. Llegaba y se iba como el agua, sin cuajar en cosa tangible real ni futura.
La monarquía, fiando en las flotas de América, se entrampaba con banqueros genoveses que nos sacaban el tuétano. Ingleses, franceses y holandeses, enemigos como eran, nos vendían todo aquello que éramos incapaces de fabricar aquí, llevándose lo que los indios en América sacaban de las minas y nuestros galeones traían esquivando temporales y piratas cabrones.
Crear industrias, investigar, avances tecnológicos realmente como que no. A la Inquisición esos cambios le daban alergia.
El comercio americano era monopolizado por Castilla a través de Sevilla, y el resto de España a verlas venir. Tampoco participaban en los gastos. Para Felipe III los hechos más importantes se produjeron en 1609 con la firma de la tregua con los Países Bajos y la expulsión de los moriscos. El Duque era partidario de dejar las cosas como estaban pero la oposición, que mantenía sustanciosos negocios con comerciantes moriscos, terminó cuando el Rey prometió compensaciones económicas para los nobles que pudieran verse afectados por una eventual deportación masiva. Así que el pillo del duque pasó de defensor a impulsor del plan. Pero la cosa no quedó ahí, la corrupción era enorme y hubo una investigación que dejó a todos con el culo al aire. Empezaron a caer culpables e implicados, entre otros el valido del duque, don Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la plaza Mayor de Madrid en 1621. Se desencadena una indignación con la consiguiente presión en contra del régimen, pero, hete aquí, que el duque, consigue mediante una estratagema propia de un arlequín, salvar su vida, solicita de Roma y consigue ser cardenal en 1618.
La diplomacia española funcionaba sobornando a “tuti le cuanti”, desde ministros extranjeros hasta el papa de Roma. Fondo de reptiles, que se llama, donde los más rápidos para los recados no tuvieron más remedio que forrarse, el primero en mismo duque de Lerma, tan incompetente y cabrón que luego, al jubilarse, se hizo cardenal, claro, para evitar que lo juzgaran y ahorcaran por sinvergüenza. Al mismo tiempo que el rey le da permiso para retirarse a sus propiedades de la ciudad de Lerma. Murió en Valladolid en 1625, retirado de la vida pública. Corrió por Madrid una copla que decía: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado».
La corte de Felipe III se trasladó dos veces, de Madrid a Valladolid y de vuelta a Madrid, según los sobornos que Lerma recibió de los comerciantes locales, que pretendían dar lustre a sus respectivas ciudades. Un país lleno de nobles, hidalgos, monjas y frailes improductivos, donde al que de verdad trabajaba lo molían a impuestos, Hacienda ingresaba la ridícula cantidad de diez millones de ducados anuales; pero la mitad era para mantener el ejército, y la deuda del Estado con banqueros y proveedores extranjeros alcanzaba la cifra de setenta millones de castañas.
Después de la caída de Granada, los moros vencidos se habían ido a las Alpujarras, donde se les prometió respetar su religión y costumbres. Pero ya se lo pueden ustedes imaginar: al final se impuso el bautizo y el tocino por las bravas. Poco a poco les apretaron las tuercas, y como buena parte conservaba en secreto su antigua fe mahometana, la Inquisición acabó entrando a saco. Desesperados, los moriscos se habían sublevado en 1568, en una nueva y cruel guerra civil hispánica donde corrió sangre a chorros, y pese al apoyo de los turcos, e incluso de Francia los rebeldes y los que pasaban por allí, como suele ocurrir, se las llevaron todas juntas. Sin embargo, como eran magníficos agricultores, hábiles artesanos, gente laboriosa, imaginativa y frugal, crearon riqueza donde fueron. Eso, claro, los hizo envidiados y odiados por el pueblo bajo.
Pero también ante los planes del sultán Al-Mansur de Marruecos, aliado de Isabel de Inglaterra, para invadir la península el problema se hacía urgente. Había que acabar con la cuestión morisca. Como la asimilación de éstos a la confesión cristiana no había resultado, no se encontraba otra solución.
Y al fin, por su connivencia con los piratas berberiscos, Felipe III decretó la expulsión. En 1609, con una orden inscrita, se ordenó su expulsión de Valencia seguidos desde 1610 a 1614 de Castilla, Aragón, Andalucía y Murcia. En total unos 300.000 moriscos. Pero estas expulsiones planteaban un serio problema, dejar sin cultivar y despobladas las zonas más ricas del reino. Por lo que el rey tuvo en consideración esto y toda propiedad personal que los moriscos no pudieran llevarse pasaría a propiedad de sus señores. Se los embarcó rumbo a África. Con la pérdida de esa importante fuerza productiva, el desastre económico fue demoledor, sobre todo en Aragón y Levante. El daño duró siglos, y en algunos casos no se reparó jamás. En el momento de la expulsión un 33% de los habitantes de Valencia eran moriscos. Desde la perspectiva económica se trató de un duro golpe para muchas regiones españolas, pues no constituían nobles, hidalgos, ni soldados, supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas (se estima que en el momento de la expulsión un 33% de los habitantes del Reino de Valencia eran moriscos) tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Si bien los perjuicios económicos en Castilla no fueron evidentes a corto plazo, la despoblación agravó la crisis demográfica de este reino que se mostraba incapaz de generar la población requerida para explotar el Nuevo Mundo y para integrar los ejércitos de los Habsburgo, donde los castellanos conformaban su élite militar.
Los moriscos, por otra parte, no se disolvieron en el mar y aquellos que sobrevivieron a los episodios de violencia que acompañaron su expulsión terminaron dispersados por el norte de África, en Turquía, y otros países musulmanes. Muchos campesinos moriscos se vieron obligados, entonces, a convertirse en piratas berberiscos que usaron sus conocimientos de las costas mediterráneas para perpetrar durante más de un siglo ataques contra España.
En 103 había muerto Isabel de Inglaterra y gracias a la buena labor diplomática se firmó un tratado de paz con Jacobo I de Estuardo. En 1610 fue asesinado el rey francés Enrique IV, el acérrimo enemigo de España, y su viuda llegó a un acuerdo de amistad con Felipe III, ratificado por un doble matrimonio entre sus hijos. Quedaban dos importantes núcleos bélicos, Flandes y el norte de Italia.
La tregua de doce años en la guerra de los Países Bajos trajo un periodo de relativa paz para Europa conocido por la ”Pax Hispánica”. Ësta política exterior pacifista, aún en contra a veces de los intereses españoles se explican por la profunda crisis económica y monetaria que padecía en ese momento la monarquía. Se decidió acuñar moneda fraccionaria de baja ley, rebajando el porcentaje de plata que contenía el vellón hasta dejar la moneda en cobre puro. La consecuencia fue la inflación y el refugio en monedas de oro.
El Consejo de Castilla, elaboró un informe en 1619 llegando a la conclusión de que las causas de la ruina económica eran, los enormes tributos que pesaban sobre el país, la prodigalidad en repartir dones y mercedes, el exceso de lujo y el gran número de empleados innecesarios y venales; pero el rey, sin haber hecho nada para remediar esos males, murió el 31 de marzo de 1621 en Madrid.
Felipe III pudo ver el cénit de España ya que alcanzó su máxima extensión territorial y consiguió un papel fundamental en los conflictos militares de gran envergadura.
A la muerte del rey, la monarquía española conservaba íntegro su prestigio exterior, aunque en el orden interior se había afianzado la crisis económica, que se manifestaría plenamente en tiempos de su sucesor, Felipe IV.
jueves, 7 de junio de 2018
EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS EN ESPAÑA
Como es sabido los Reyes Católicos mediante el Edicto de Granada expulsaron a los judíos en 1492 para impedir el judaísmo, para que no influyeran en los cristianos.
Un hecho directamente relacionado con la instauración del Santo Oficio, (Inquisición) años antes en Castilla y en Aragón, creada precisamente para descubrir a los falsos conversos (a la fe católica), que seguían practicando el judaísmo.
En tiempos de los reyes cristianos se identificaba la política con la religión. Solo los bautizados estaban en condiciones de ser súbditos del rey y por tanto de estar bajo el amparo de las leyes, usos y costumbres del reino. El cristianismo es una fe que se proclama verdad absoluta, “dogma de fe” y la vida es un tránsito durante el cual se deben obtener los méritos para una posterior vida eterna, que es la importante. Norma válida para todos, desde el rey hasta el último morador. Por lo tanto el primer deber de un rey era eliminar los obstáculos que hubiera para que sus súbditos pudieran alcanzar el logro de este fin sobrenatural. Al comienzo del reinado de Fernando e Isabel, judíos y musulmanes formaban comunidades propias, pero habitaban en tierra ajena. Tenían casas de oración, sus leyes y autoridades y escuelas. Tenían permiso del rey para ello. Abonaban una cantidad de dinero por ello y no podían formar parte de las instituciones. Todo esto es importante para entender los hechos que tanto se les reprochan a nuestros reyes y que inicia la enorme falacia de la “Leyenda Negra”. Si se pierde este punto de vista, tan alejado de nosotros en nuestros días, no podremos comprender los hechos sucedidos, sus porqués y las decisiones que tomaron en aquella época.
El hispanista francés Joseph Pérez ha destacado las semejanzas que existen entre esta expulsión y la persecución de los judíos en la Hispania visigoda casi mil años antes de la realizada por los Reyes Católicos firmada en Granada y que ésta no fue una excepción en Europa, salvo por tardía, a pesar de la fama de antisemitas que arrastran los monarcas.
La primera expulsión masiva la había ordenado Eduardo I de Inglaterra en 1290.
Frente a la hegemonía militar que impuso el Imperio español durante los siglos XVI y XVII en toda Europa, sus enemigos históricos solo pudieron contraatacar a través de la propaganda. Un campo donde Holanda, Francia e Inglaterra se movían con habilidad y que desembocó en una leyenda negra sobre España y los españoles todavía presente en la historiografía actual. Al igual que ocurre con la Guerra de Flandes, la Conquista de América o la Inquisición española, la propaganda extranjera intoxicó y exageró lo que realmente supuso la expulsión de los judíos de los reinos españoles pertenecientes a los Reyes Católicos en 1492. En suma, los ganadores son los encargados de escribir la historia y España no estuvo incluido en este grupo. Las expulsiones y agresiones a poblaciones judías, un grupo al que se atacaba con frecuencia para esconder los verdaderos problemas sociales, fueron una constante durante toda la Europa medieval. Salvo en España, los grandes reinos europeos habían acometido varias ráfagas de expulsiones desde el siglo XII, en muchos casos de un volumen poblacional similar al de 1492. Así, el Rey Felipe Augusto de Francia ordenó la confiscación de bienes y la expulsión de la población hebrea de su reino en 1182. Una medida que en el siglo XIV fue imitada otras cuatro veces (1306, 1321, 1322 y 1394) por distintos monarcas. No en vano, la primera expulsión masiva la ordenó Eduardo I de Inglaterra en 1290. Fueron reseñables las que tuvieron lugar en el Archiducado de Austria y el Ducado de Parma, ya en el siglo XV. La expulsión de los judíos de España fue firmada por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492 en Granada. Lejos de las críticas que siglos después recibió en la historiografía extranjera, la cruel decisión fue vista como un síntoma de modernidad y atrajo las felicitaciones de media Europa. Ese mismo año, incluso la Universidad de la Sorbona de París trasmitió a los Reyes Católicos sus felicitaciones. De hecho, la mayoría de los afectados por el edicto eran descendientes de los expulsados siglos antes en Francia e Inglaterra.
Los que abandonaron finalmente el país pertenecían a las clases más modestas La razón que se escondía tras la decisión, además del recelo histórico de los cristianos contra los hebreos, era la necesidad de acabar con un grupo de poder que algunos historiadores, como Wiliam Thomas Walsh, han calificado como «un Estado dentro del Estado». Su predominio en la economía y en la banca convertía a los hebreos en los principales prestamistas de los reinos hispánicos. Con el intento de construir un estado moderno por los Reyes Católicos, se hacía necesario acabar con un importante poder económico que ocupaba puestos claves en las cortes de Castilla y de Aragón. Así y todo, los que abandonaron finalmente el país pertenecían a las clases más modestas; los ricos no dudaron en convertirse. Por tanto, el caso español no fue el único, ni el primero, ni por supuesto el último, pero si el que más controversia histórica sigue generando. Como el historiador Sánchez Albornoz escribió en una de sus obras, “Los españoles no fueron más crueles con los hebreos que los otros pueblos de Europa, pero contra ninguno otro de ellos han sido tan sañudos los historiadores hebreos”. Como ha señalado Joseph Pérez, "hay que desechar la idea comúnmente admitida de una España donde las tres religiones del Libro, cristianos, musulmanes y judíos, habrían convivido pacíficamente durante los dos primeros siglos de la dominación musulmana y, más tarde, en la España cristiana de los siglos XII y XIII. La tolerancia implica no discriminar a las minorías y respetar la diferencia. Y, entre los siglos VIII y XV, no hallamos en la península nada parecido a la tolerancia". Henry Kamen, por su parte, afirma que "las comunidades de cristianos, judíos y musulmanes nunca habían vivido en pie de igualdad; la llamada convivencia fue siempre una relación entre desiguales". En los reinos cristianos, destaca Kamen, tanto judíos como musulmanes eran tratados "con desprecio" y las tres comunidades "vivían existencias separadas" ¿Qué tuvo entonces de diferente esta expulsión? La mayoría de historiados apuntan que, precisamente, lo llamativo del caso español está en lo tardío respecto a otros países y en la importancia social de la que gozaban los judíos en nuestro país. Aunque no estuvieron exentos de episodios de violencia religiosa, los judíos españoles habían vivido con menos sobresaltos la Edad Media que en otros lugares de Europa. En la corte de Castilla, no así en la de Aragón, los judíos ocupaban puestos administrativos y financieros importantes, como Abraham Seneor, desde 1488 tesorero mayor de la Santa Hermandad, un organismo clave en la financiación de la guerra de Granada. Una gran odisea para los expulsados. No obstante, la cifra de judíos en España sí era especialmente elevada en comparación con otros países de Europa. En tiempos de los Reyes Católicos, siempre según datos aproximados, los judíos representaban el 5% de la población de sus reinos con cerca de 200.000 personas. De todos estos afectados por el edicto, 50.000 nunca llegaron a salir de la península pues se convirtieron al Cristianismo y una tercera parte regresó a los pocos meses alegando haber sido bautizados en el extranjero. Algunos historiadores han llegado a afirmar que solo se marcharon definitivamente 20.000 habitantes. El edicto les prohibía sacar oro, plata, monedas, armas y caballos del reino. Aunque la expulsión de 1492 fue sobredimensionada respecto a otras en Europa, causando a España una inmerecida fama de país hostil a los judíos, nada quita que la decisión provocara un drama social que obligó a miles de personas a abandonar el único hogar que habían conocido sus antepasados. Según establecía el edicto, los judíos tenían un plazo de cuatro meses para abandonar el país. El texto sólo permitía llevarse bienes muebles. Los hebreos afectados por el edicto que decidieron refugiarse en Portugal se vieron pronto en la misma situación: destierro o conversión. Así y todo, su suerte fue mejor que los que viajaron al norte de África o a Génova, donde la mayoría fueron esclavizados.
En Francia, Luis XII también los expulsó hacia 1496. Comenzaba en esos días una odisea para los llamados judíos sefarditas que duraría siglos, y que generó una nostalgia histórica hacia la tierra de sus abuelos todavía presente.
miércoles, 6 de junio de 2018
COLONIZACIÓN DE AMÉRICA DEL NORTE
San Agustín, la ciudad más antigua del territorio actual de USA fue fundada por españoles. También fueron fundadas por españoles, San Francisco, San Antonio, Tucson, Los Ángeles, Santa Fe, San Diego … etc., etc.Ocho de los cincuenta estados que forman Estados Unidos conservan su nombre en español : California, Colorado, Florida, Montana, Nevada, Nuevo Méjico, Tejas y Utha. En rios: Bravo, Sacramento, Colorado, Grande.
La presencia de España en USA a se extendió durante 309 años, desde que el 12 de abril de 1513, cuando Juan Ponce de León llegó a las costas de Florida; hasta 1822 coincidiendo con la independencia de México.
El legado español en USA refleja los más de tres siglos de presencia de la cultura española en este territorio. Exportada a Norteamérica por los colonos españoles desde La Nueva España, el Virreinato creado por la Corona de España en México.
Gracias a Ponce de León , USA entró hace más de 500 años en la historia de Occidente. 107 años después llegarían a bordo del Mayflower a Massachusetts los peregrinos puritanos.
Durante el reinado de Jacobo I se poblaron las regiones que hoy constituyen los estados de Maryland, Pennsylvania y Virginia, que en la segunda mitad del siglo XVI sólo habían sido escenario de las correrías de corsarios como John Hawkins y Francis Drake, más enfrascados en acciones contra España que en algún objetivo fundacional.
La verdadera colonización del territorio no comenzó hasta principios del siglo XVII, producto de los esfuerzos conjuntos de la Corona y de particulares. A finales de 1606 la Compañía de Londres envía tres buques a la bahía de Chesapeake, cuyos tripulantes fundan al año siguiente la villa de James-town, unas 30 millas curso arriba del río James. Los colonos estaban dirigidos por John Smith, quien disfrutó del favor de Pocahontas, hija del cacique Powhatan, el cual les permitió establecerse. Para hacer rentable la nueva colonia introdujeron en 1612 el cultivo del tabaco.
En el otoño de 1620 arribaron un conjunto de pilgrims (peregrinos) quienes, procedentes de Inglaterra pero refugiados en Holanda, víctima de las persecuciones religiosas de los anglicanos, consiguieron hacerse a la mar rumbo a América en el buque Mayflower y fundar el pueblo de Plymouth en Nueva Inglaterra. Sus inicios fueron duros, pues carecían de lo más elemental, pero en noviembre de 1621 recibieron un barco con provisiones, consiguieron una buena cosecha de maíz y con la caza de pavos y venados organizaron una fiesta de Acción de Gracias a Dios (Thanksgiving) por haber podido subsistir, tradición que mantiene hasta hoy el pueblo americano.
Más tarde, en 1628 llegaron puritanos de Inglaterra y fundaron cerca de la anterior colonia las villas de Boston, Salem y otras. Estaban dirigidos por John Winthrop y su gente venía con abundantes vituallas y aperos que les permitieron organizar una colonia rica. Introdujeron en cambio una profunda intolerancia religiosa, reflejo de la situación inglesa.
Hubo otras colonias, como las de Connecticut y Rhode Island, pero estas fueron iniciadas por gentes tolerantes y de espíritu democrático. En 1632 el rey Carlos I de Inglaterra propició una colonización católica, aunque bajo el espíritu de la tolerancia religiosa, a cuya cabeza puso a Lord Baltimore, a quien concedió las tierras entre el río Potomac y el paralelo 40 a cambio del simbólico precio de dos flechas indias al año. Fue el hijo de Lord Baltimore quien, en 1649, proclamó el Acta de Tolerancia, una de las primeras leyes de tolerancia religiosa de las colonias americanas.
Para esta convivencia fundó la ciudad de Filadelfia («ciudad del amor fraterno» en griego), concediendo la igualdad de derechos a los blancos e indios de la región. Esta experiencia inspiró a algunos pensadores del Siglo de las Luces, como Voltaire. En su honor, la fraternal colonia fue denominada “la selva de Penn”, Pennsylvania.
La Corona inglesa intervino directamente en la colonización anglosajona de otros territorios. Para evitar el avance hacia el norte de los españoles de La Florida y realizar al mismo tiempo una obra humanitaria, el filántropo James Oglethorpe destinó las tierras al sur del río Savannah a la gente empobrecida y deudora de Inglaterra. Jorge II le concedió tierras que fueron denominadas Georgia en honor de dicho monarca. Sus inicios fueron difíciles a causa del paludismo endémico de aquella región pantanosa, pero pronto se introdujo el cultivo del arroz y, con la llegada de negros esclavos, la colonia comenzó a prosperar.
En el siglo XVIII la configuración de la primitiva Norteamérica estaba constituida por trece colonias: Nueva Jersey, Delaware, Nueva York, Nueva Hampshire, Virginia, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Maryland, Pennsylvania, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia, en las que a mediados del siglo XVIII habitaban cerca de un millón y medio de habitantes.
En la cúspide del poder político de las trece colonias se situaba un gobernador nombrado directamente por la Corona. Esta tradición de autogobierno en la América británica se remonta al pacto que los peregrinos del «Mayflower» firmaron para erigirse en gobierno, dotarse de leyes iguales para todos y en pro del bien común. La incipiente democracia se veía limitada por el hecho de que para ejercer el derecho al voto era necesario ser propietario de tierras, si bien el derecho a la crítica y a hacerse oír lo tenían en principio todos los ciudadanos.
La colonización anglosajona se produjo un siglo después que la hispana y, en consecuencia, sus instituciones tenían una estructura más moderna; por otra parte, disfrutaban, al menos al principio, de una mayor autonomía respecto a la metrópoli y los colonizadores no aspiraban a retornar enriquecidos al Viejo Mundo, sino que, fugitivos de una situación de intolerancia religiosa, económica y política, deseaban echar raíces en América. Todos estos factores imprimieron a las colonias sajonas unas características que todavía hoy pueden detectarse en el entramado socioeconómico de los EE.UU. y Canadá.
Con el desarrollo de las técnicas de cultivo y de comercialización, las estructuras hicieron que la sociedad se dividiera en propietarios aristócratas y comerciantes capitalistas de un lado, y en pequeños propietarios mercaderes y artesanos del otro. La propiedad agrícola, riqueza fundamental del país, variaba sus características según el tipo de suelos, de cultivos y de poblamiento.
Al cabo de cierto tiempo el sistema fracasó, pues dio lugar a especulaciones fraudulentas que ya a principios del siglo XVIII habían hecho posible la formación de una nueva clase de terratenientes que arrendaban la mayor parte de sus tierras. Esto dio lugar a la aparición del latifundismo y a una profunda diferenciación social, una de cuyas manifestaciones fue la proliferación de los squatters u ocupantes ilegales de tierras. En las colonias del centro los agricultores pagaban renta por las tierras a la Corona o a dueños particulares, según fuesen propietarios o arrendatarios. En un país esencialmente agrícola, esto condujo a innumerables fricciones sociales y a encuentros violentos por el cobro de estas rentas, así como a una sociedad de castas liderada por los terratenientes adictos a la Corona.
No obstante, esta situación tuvo un aspecto positivo, pues el agricultor, presionado por las rentas, tuvo que diversificar sus fuentes de ingreso y recurrir en régimen de economía familiar a la elaboración artesanal y comercialización de sus propios productos.
En los territorios de Nueva Inglaterra las asambleas locales concedían a las nuevas comunidades de agricultores una porción de tierra, el town (seis millas cuadradas), libres de tributación durante cierto tiempo. En el centro del lote se construía la villa, y en el centro de ésta una casa comunal que servía como iglesia y ayuntamiento a un tiempo, y alrededor de la cual construían sus casas los vecinos. Éstos recibían un lote de terreno para su cultivo con arreglo a ciertas jerarquías, pues las mejores tierras eran para los funcionarios elegidos por la comunidad y los hombres de iglesia. También se dejaban tierras comunales para pasto, leña y forraje. La propiedad comunal de estas tierras desapareció a principios del siglo XVIII, al consolidarse la propiedad agraria. Los nuevos colonos tenían que comprar o arrendar sus tierras sin derecho al uso de las comunales, que se hizo privativo de los primeros pobladores.
Nueva Inglaterra se dedicó más a la ganadería, y como la agricultura no era demasiado pródiga, se orientó al comercio y la industria. Las colonias del centro se especializaron en el cultivo de cereales, en especial el trigo, que exportaban a Las Antillas, donde no se podía cultivar por el clima. Las colonias del sur comenzaron a destacarse en el sistema de grandes plantaciones de un solo cultivo que dio origen al capitalismo de plantación, cuya producción se destinaba al comercio internacional, a base de una mano de obra que pronto fue la del trabajo esclavo de negros africanos. El primer cultivo extenso y de gran riqueza fue el del tabaco, en Virginia, que predominó hasta el auge posterior del algodón.
Las trece colonias inglesas tenían sistemas políticos, constitucionales y legales muy similares, y fueron dominadas por protestantes de habla inglesa. Eran solo una parte de las posesiones de Gran Bretaña en el Nuevo Mundo, que también incluyeron colonias en la actual Canadá y el Caribe, así como en el este y en el oeste de la Florida. Las trece colonias tenían un alto grado de autonomía y las elecciones locales eran activas, y cada vez más se resistieron a las demandas de Londres para un mayor control. En la década de 1750, las colonias comenzaron a colaborar entre sí, en lugar de tratar directamente con Gran Bretaña. Estas actividades inter-coloniales cultivaron un sentido de identidad americana compartida y condujeron a las peticiones de protección de los derechos como ingleses (Rights of Englishmen) de los colonos, especialmente el principio de «no hay impuestos sin representación». Las quejas contra el gobierno británico llevaron a la revolución americana, en la que las colonias establecieron un Congreso Continental y declararon la independencia en 1776.
viernes, 1 de junio de 2018
FRANCISCO PIZARRO Y LA CONQUISTA DEL INCA
Por aquellos tiempos no eran muchos los que se atrevían a marchar a las desconocidas e inexploradas tierras, donde quizá, podías volver con oro o plata, y quizá, lo más fácil, morir en el intento.
Entre los que se atrevieron se encontraba Francisco Pizarro, que dirigió varias partidas de exploración a Perú y llegó a vencer, junto a otros 200 españoles, a un ejército de casi 40.000 incas.
Pizarro fue hijo bastardo, criador de cerdos y sin cultura. Nació en Trujillo (Cáceres)
Aunque a día de hoy todavía no se conoce la fecha exacta en la que nació se ha establecido la posibilidad de que fuera entre 1476 y 1478. Fue hijo bastardo de don Gonzalo Pizarro (héroe de guerra que luchó a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el «Gran Capitán») y Francisca González.
Su padre lo puso a cuidar gorrinos siendo pequeño. Le culparon de una enfermedad infecciosa y por temor huyó a Sevilla con 15 años. Como desparpajo no le faltaba, desde allí iniciaría su vida militar, pues decidió embarcarse rumbo a Italia para luchar en los Tercios. Luego viajó a América, en la expedición de Ovando, gobernador de “La Española” como muchos, seducido por las aventuras y la posibilidad de ganar dinero. Tras su llegada participó como soldado en varias expediciones sabiendo de antemano que, debido a que era un hijo bastardo, le sería muy difícil ascender. Su andanzas por aquellos parajes los inició con 24 años. Un golpe de suerte era lo que necesitaba.
Alonso de Ojeda, el capitán, con la intención de tomar el golfo de Urabá (cerca de Panamá) realizaba una expedición en la que iba Pizarro. Los nativos no se dejaban conquistar. Luchaban con flechas envenenadas, asediaron el emplazamiento español levantado en el territorio: el fuerte de San Sebastián. Lo que parecía fácil se estropeó. Tras combates los españoles perdieron muchos hombres, y Ojeda recibió un disparo. Pizarro, recibió su primer mando. Realmente era su mejor soldado. No dudó en dejarlo al mando ascendiéndolo a capitán y nombrándolo jefe de la expedición en su ausencia
Ojeda ordenó a Pizarro resistir durante 50 días en el fuerte con los escasos soldados de los que disponía. No lo dudó y se aprestó a defender el lugar durante 50 días que le habían dado. Claro que nadie fue a ayudarles. Se las ventilaron malamente, y pasado el tiempo necesario, se habían comido hasta sus caballos, fueron muriendo, cosa que Pizarro había calculado porque en lo bergantines no cabían todos, con lo cual destruyeron el fortín y se amontonaron en los dos bergantines y se fueron a San Sebastián de Urabá en Nueva Andalucía, que después sería Cartagena de Indias.
Pronto llegó a convertirse en alcalde de Panamá, un territorio que se convirtió en la punta de lanza para la conquista española de Perú.
Decidió asociarse con otros dos buscadores de aventuras y poner rumbo hacia Perú. Las promesas de riqueza cautivaron así al conquistador español, que organizó en 1524 una primera expedición formada por dos desvencijados barcos, 110 hombres, 4 caballos e, incluso, un perro de guerra. No obstante, y a pesar del dinero invertido, esta primera aventura no tuvo demasiado éxito. A pesar de todo, no se dio por vencido, y tan sólo dos años después planeó un nuevo viaje en el que, partió de nuevo en busca de Perú, pero las dificultades llegaron en la jungla, donde los soldados, hambrientos, sedientos y carcomidos por las enfermedades, tuvieron que hacer frente a los indígenas. Muchos hombres, casados de luchar, de promesas y dificultades estaban muy desalentados. Pizarro lanzó un discurso de gran emotividad “Desenvainando su espada, trazó una línea sobre la arena y propuesto pasarla a aquellos que, en vez de la oscuridad y de las miserias seguras de Panamá, ¡prefirieran el oro y la gloria de Perú!. (…) Según la tradición, trece hombres atravesaron la línea trazada por su jefe. La historia de la Conquista los conoce bajo el nombre de los “Trece de la Fama” Tuvieron suerte y consiguieron el objetivo. Solicitaron al gobernador que les concedieran un año más de permiso para la conquista peruana. Concedida la licencia navegaron hasta Guayaquil y desembarcaron en la bahía de Tumbes, la primera ciudad de los Incas, donde fueron bien recibidos y agasajados. Quedaron los españoles maravillados. Pasado ya sobrado el tiempo permitido, regresaron a Panamá. Las riquezas que Pizarro y Almagro habían visto los animaron a buscar ayuda para volver. Pero no se les permitió y se les envió a España. Cuando llegaron a Sevilla Pizarro fue encarcelado por deudas. Enterado Carlos I de sus hazañas lo puso en libertad y le concedió hidalguía y nombró gobernador de las tierras a conquistar. La reina firmó las capitulaciones de Nueva Castilla que fue como se llamó al Perú.
Apenas dos años más tarde llevaba más de 180 hombres y una buena treintena de caballos a los combates contra los indios, porque el objetivo ya no era explorar Perú, sino más bien conquistarlo militarmente. El 15 de noviembre de 1532 Pizarro entró con sus tropas en la ciudad de Cuzco, que se encontraba prácticamente desierta. Buscaba un encuentro decisivo con el soberano inca Atahualpa, quien preparaba su entrada triunfal en Cuzco tras haber resultado vencedor de la cruenta guerra de sucesión que le había enfrentado a su hermano Huáscar.
De hecho, planearon invadir a la civilización Inca. Le llegaron informes de que Atahualpa se había puesto al mando de un contingente formado por miles de incas en el norte.
Pizarro decidió que partiría con sus soldados al encuentro del inca.
Dio un discurso a los soldados. Pizarro esperaba que todos dieran “muestras de coraje como tenían costumbre como buenos españoles que eran”.
El contingente español formó decidido a avanzar hacia la ciudad de Cajamarca (ubicada en la sierra norte de Perú), al encuentro del poderoso líder inca. Desconocían si este combatiría o no, y confiaban en sus cañones, en sus fieles arcabuces, cuyo estruendo asustaba a los indios y en sus caballos, que los nativos creían infernales y ante los que huían aterrados.
El 15 de noviembre de 1532, vio por fin la entrada de Cajamarca, una bella ciudad pétrea a 2.700 metros de altura. Los españoles se quedaron mudos por el gran espanto que sintieron al ver la extensión del campamento enemigo. En él habría unas 40 o 50.000 personas, más de la mitad guerreros, según diferentes fuentes.
Curiosamente, pronto llegó al encuentro de Pizarro un emisario inca para informar a los españoles de que su jefe, Atahualpa, se encontraba acuartelado junto a sus hombres en un complejo cercano. No había más que hablar: Pizarro encomendó a su hermano dirigirse al lugar y entrevistarse con el líder suramericano.
Pizarro pensó que Atahualpa podía atacar esa noche, así que tomó la iniciativa. Invitaría al Inca a cenar con él, y en ese momento lo apresaría. Tras seleccionar a una pequeñísima escolta, Hernando se presentó ante Atahualpa. Altivo, el líder Inca no se dirigió en ningún momento de forma directa al representante español.
Atahualpa tenía su propia estrategia él iría ante los españoles aparentemente sin mala intención, pero muy decidido a tomarles por sorpresa, a matarlos junto a sus monturas, y a reducir a la esclavitud a quienes se salvaran.
Pizarro estableció que el rapto de Atahualpa se llevaría a cabo en el centro de la plaza. Todos se encomendaron a Dios, pues sabían que su única forma de sobrevivir en aquella ciudad era capturar al inca, de lo contrario, serían aplastados por el inmenso ejército enemigo. Atahualpa llegó al campamento casi al anochecer, se destacaban en sus filas miles y miles de combatientes ansiosos de acabar con los españoles conquistadores.
Todavía en aparente paz, el sacerdote de la compañía fue el primero en dirigirse, con su traductor, a Atahualpa. Como estaba planeado, el religioso se acercó al rey inca para pedirle que se convirtiera al cristianismo y aceptara la palabra de Dios. Le entregó una Biblia al poderoso líder, base de la cristiandad.
Atahualpa, no consiguió ni tan siquiera abrirlo. De hecho, al poco de tratar de averiguar cómo funcionaba aquel extraño artilugio, lo lanzó contra el suelo con odio para después acusar a los españoles de haber robado y saqueado sus ciudades. Pizarro, armado con su espada, se abalanzó entonces sobre Atahualpa. En ese momento, los casi cincuenta jinetes españoles se lanzaron sobre los soldados. Casi en trance, la escasa tropa atravesó y despedazó con sus espadas a la guardia personal del inca, que, finalmente, fue capturado.
Media hora después la plaza era un caos. La mayoría de las tropas enemigas habían huido de la ciudad con pavor. Por otro lado, casi tres mil cuerpos, una inmensa parte de los soldados de Atahualpa, salpicaban el suelo. Había sido una masacre, y había sido perpetrada por tan sólo dos centenares de españoles que habían puesto en fuga a un ejército de unos 40.000 hombres.
Atahualpa fue confinado en una sala de Cajamarca con sus tres esposas y se le dejaba seguir conduciendo sus asuntos de gobierno. Le enseñaron el idioma español y a leer y a escribir. De esta forma, fue posible comunicarse con el rey inca, que le informaba de sitios donde había oro. Atahualpa prometió una fortuna por su rescate y envió emisarios a fin de reunir el tesoro prometido.
Atahualpa ofreció a Pizarro su hermana favorita en matrimonio, Quispe Sisa, hija del emperador inca Huayna Cápac.
Pizarro mantuvo una estrecha alianza con la nobleza del Cuzco, partidaria de Huáscar, lo que le permitió completar la conquista del Perú. Tras nombrar Inca a un hermano de Atahualpa, Túpac Hualpa, marchó al Cuzco, capital del Imperio inca, que ocupó en noviembre de 1533. Su hermano Juan fue nombrado regidor de la ciudad. Todo marchaba bastante bien. Atahualpa propuso a Pizarro llenar la habitación donde se encontraba preso, el conocido Cuarto del Rescate, dos veces, una con oro y otra con plata a cambio de su libertad, lo que Pizarro aceptó. Los súbditos trajeron oro en llamas durante tres meses hacia Cajamarca de todas las partes del reino para salvar su vida. Finalmente lograron reunirse 84 toneladas de oro y 164 de plata.
Cuando lo condujeron a Cajamarca, Atahualpa mandó matar a Huáscar, su hermano de padre, para que no le sustituyeran por él. Esto dividió a los pueblos que configuraban el Imperio Inca. Los de Cuzco, partidarios de Huáscar pidieron venganza a Pizarro. Éste decidió procesar a Atahualpa. Entre tanto llegó en abril de 1533 Almagro con 150 hombres y un mes más tarde los españoles se hicieron con el tesoro del Templo del Sol que juzgaron suficiente como pago por el rescate. A insistencia de los indios no se dejó en libertad al inca y algunos de sus capitanes exigían la muerte del rey Atahualpa.
A pesar de haber recibido el rescate más alto de la historia, lo mandó ajusticiar la noche del 26 de julio de 1533 por los delitos de sublevación, poligamia, adoración de falsos ídolos y por haber ordenado ejecutar a Huáscar. Además, se creía que había mandado un ejército para luchar contra los españoles desde el sur hacia el norte comandado por el general Calcuchimac. Se le ofreció ser quemado vivo o convertirse al cristianismo y ser estrangulado y eligió el estrangulamiento. Fue bautizado con el nombre de Francisco y estrangulado en el poste. Esa noche miles de súbditos de Atahualpa se suicidaron para seguir a su señor al otro mundo.
El 18 de enero de 1535, Pizarro fundó en la costa la Ciudad de los Reyes, pronto conocida como Lima, y Trujillo, con lo que se inició la colonización efectiva de los territorios conquistados. Mientras tanto, su hermano Hernando, que había partido a España para entregar el Quinto del Rey a la corona, regresó portando el título de marqués para su hermano Francisco, y el de adelantado para Almagro, al cual se le habían concedido 200 leguas al sur del territorio atribuido a Pizarro.
Almagro, considerando que el Cuzco estaba dentro de su jurisdicción destituyó a Juan Pizarro y lo encarceló junto a su hermano Gonzalo. Francisco acudió desde Lima y firmó un acuerdo con Almagro en Cuzco, tras lo cual Almagro partió para Chile acordando esto con Pizarro. Esto hizo que las guarniciones quechuas quedaban indefensas por lo que Manco Capac conspiraba para sublevarse junto con los indios de Cuzco. Reunió un ejército y cercó la ciudad y otras facciones hicieron lo mismo con Lima. Ésta fue salvada por Pizarro y también gracias a la ayuda que llegó desde Panamá.
A la vuelta de su infructuosa expedición, Almagro trata de ocupar de nuevo el Cuzco, el cual, defendido por su regidor Hernando Pizarro, estaba resistiendo un largo cerco por parte de los incas sublevados al mando de Manco Inca, que había conseguido huir de los españoles.
Tras la llegada de Almagro al Cuzco, Manco Inca levantó el cerco, lo que aprovechó Almagro para encarcelar a Hernando y Gonzalo Pizarro. Tras derrotar al lugarteniente de Pizarro, Alonso de Alvarado, en la Rota de Abanday, llega a un nuevo acuerdo con Pizarro en Mala (1537), por el que Hernando es puesto en libertad.
La paz fue corta y ambos bandos vuelven a enfrentarse en la batalla de las Salinas (1538), cerca de Cuzco. Los almagristas son derrotados y Diego de Almagro procesado, condenado a muerte y ejecutado.
Tras la muerte de Almagro, Pizarro se dedicó a consolidar la colonia y a fomentar las actividades colonizadoras, envía a su hermano Gonzalo a Quito y a Pedro de Valdivia a Chile.
Después de semejantes proezas, otro más al que se le dio vuelta la tortilla como a Cortés. Una docena de sus partidarios atacaron por sorpresa a Francisco en su casa de Lima el 26 de junio de 1541. Se defendió hasta el final, el viejo conquistador español y finalmente un golpe mortal, no ya de un indio, ni una enfermedad, sino una estocada de una espada española, hizo que cayera muerto en Lima, la ciudad que había fundado años antes.
Sus huesos, que descansan en la Catedral de Lima fueron estudiados por el antropólogo forense E. Greenwich en 2007, quien llegó a la conclusión de que Pizarro murió con al menos 20 heridas de espada. Greenwich afirma que por las evidencias «Pizarro se defendió bravamente» por lo que, recibió una estocada que indica que le vaciaron el ojo izquierdo y otro corte recto en el pómulo derecho. También le cercenaron de tajo parte del hueso de un codo. También existen varios cortes en el tórax, y otras zonas. Lo que asesinaron fue a un valiente, un hombre que nunca morirá en el recuerdo de todos aquellos que estamos en deuda por la grandeza de sus proezas.
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