En Cataluña, “El Corpus de Sangre” fue una rebelión en
Barcelona, del 7 de junio de 1640 por un numeroso grupo de segadores, con la
connivencia de una buena parte de la población local. Un pequeño incidente
entre un grupo de segadores y algunos soldados castellanos, en el cual un
segador quedó malherido, precipitó la revuelta y el alguacil del Tercio fue muerto.
REVUELTA DEL CORPUS DE SANGRE
La represalia de los Tercios el 3 de mayo y en Santa Coloma
de Farnés el14 de mayo, desencadenaría un rápido alzamiento armado de vecinos y
campesinos que, de las comarcas gerundenses, se extendió rápidamente. La
Revolución del Corpus de Sangre fue aprovechada por agitadores, secesionistas.
Turbas encrespadas por agitadores radicales dieron muerte a diversas
autoridades castellanas y al mismo virrey el marqués de Santa Coloma. Aunque
las autoridades catalanas se opusieron a los hechos. Encabezados por Pau Claris,
jefe del estamento eclesiástico, se impusieron en Barcelona los radicales
secesionistas. El duque de Olivares comienza a preparar un ejército para
recuperar Cataluña con grandes dificultades ese mismo año de 1640 y en
septiembre, la Diputación catalana pide a Francia apoyo armamentístico.
En octubre de 1640 navíos franceses usaban los puertos
catalanes y Cataluña pagaba a un ejército francés de tres mil hombres que
Francia enviaría. El 16 de enero de 1641, la Junta de Brazos (Las Cortes sin el
rey) aceptaron la propuesta de Clarís de poner a Cataluña bajo protección del
rey de Francia en un gobierno republicano, y el Consejo de Ciento lo hizo al
día siguiente. Pero la República Catalana fue tan solo una solución
transitoria.
El enviado del rey francés a Cataluña ofreció la intervención militar solo en el caso de ser reconocido como soberano el rey francés. Lo aceptaron de forma que Luis XIII de Francia pasó a ser el nuevo conde de Barcelona. Poco después, en enero, un ejército franco-catalán lucharon y vencieron en Barcelona al ejército de Felipe IV que se retiró y no volvería hasta diez años más tarde. Poco tiempo después de esta defensa victoriosa moriría Pau Clarís, un personaje que siendo Presidente de la diputación catalana, había proclamado la República y se la ofreció al rey Francés y los catalanes se consideraron súbditos de la corona francesa. Olivares, hombre trabajador e inteligente, aconsejó al rey un estado centralista dado los inconvenientes de las particularidades de cada reino o condado.
ESTATUA EN MADRID DE FELIPE IV
Un llamamiento general de Olivares y de Felipe IV a todos
los estamentos para la formación de un ejército de unidad, grande pero
irregular, acabó en derrota en el intento de la toma de Lérida. Este fue el
punto final de la carrera del duque de Olivares. El fracaso de su política
centralista. Olivares se retiró y murió dos años después abatido e ignorado por
todos.
Al rey le llovían las desgracias. Morían su esposa Isabel,
el príncipe heredero Baltasar Carlos y su antiguo valido fiel. La economía
tocaba fondo y Cataluña permanecía vinculada a Francia. El campo de batalla
entre Francia y España que era Cataluña, los catalanes querían evitar al
comienzo de la guerra y por no querer costear algo su defensa en favor de
España, ahora lo hacían en favor de Francia, para colmo cediendo parcialmente
su administración a un extranjero. Francia además quería atacar Aragón y Valencia.
El rey francés Luis XIII nombró entonces un virrey y llenó
la administración catalana de conocidos pro-franceses. A Cataluña el ejército
francés le salía cada vez más caro y además se mostraban como un ejército de
ocupación, un invasor. Por otro lado los comerciantes franceses competían con
los catalanes favorecidos por Francia, y Cataluña se convirtió en una zona
mercante más. Si a esto le sumamos la guerra, su costo, la consecuente
inflación, para colmo hubo plagas y enfermedades generalizadas, llevó a la
población a una situación límite. Advirtieron que su situación era peor con
Francia que con Felipe IV.
En 1643, el ejército francés de Luis XIII conquista el
Rosellón, Monzón (en Aragón) y Lérida. Richelieu y el rey francés murieron en
1643. La regente era Ana de Austria, hermana de Felipe IV. Toda una ironía del
destino. La política del país apenas varió con el valido francés, el cardenal
Mazarino. Un año después Felipe IV recupera Monzón y Lérida, donde el rey juró
obediencia a las leyes catalanas.
En 1648 termina la guerra de los 30 años con el Tratado de Westfalia y con la retirada de la guerra de sus aliados, los Países Bajos, Francia comienza a perder interés por Cataluña. Pero la guerra en Cataluña prosiguió. Francia tuvo que soportar una guerra civil por la oposición a la regente. En Barcelona y otras ciudades los desmanes de las tropas francesas alcanzaban niveles de asaltos. Felipe IV considera que es el momento de atacar y en 1651 un ejército dirigido por Juan José de Austria, (su hermano bastardo), comienza un asedio a Barcelona. El ejército franco-catalán de Barcelona se rinde en 1652 y se reconoce a Felipe IV como soberano y a Juan José de Austria, como virrey en Cataluña. Se reconocieron los fueros y privilegios catalanes. El fin de la guerra se saldó con la anexión del Rosellón (que jamás se recuperaría), y otras comarcas a la corona francesa, anexión confirmada en el Tratado de los Pirineos (1659).
En la Cataluña francesa los fueros catalanes fueron derogados en 1660. Se estipuló también el casamiento de la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, con Luis XIV de Francia. Así se impuso la hegemonía de Francia sobre España. En el tratado se incluyó un indulto general durante los años de la sublevación catalana (1640-1659). En cuanto al Rosellón un año después los usos catalanes fueron derogados, lo que conllevó la abolición de las instituciones propias en Cataluña septentrional, así como la prohibición del uso del catalán en el ámbito público y oficial. Las condiciones del tratado fueron ocultados a las Cortes Catalanas hasta 1702. Más adelante, en julio de 1793 tratando de recuperar el Rosellón se formó un cuerpo de voluntarios barceloneses bajo el lema “Por la Religión, el Rey y la Patria”. El llamamiento y la respuesta se repitieron por todas las comarcas catalanas, que aportaron miles de “miqueletes”. Pero serían disueltos tras la firma de “La Paz de Basilea en 1795.
Se firmó la Paz de los Pirineos entre Francia y España, en noviembre de 1659, para poner fin a un conflicto iniciado en 1635, durante la Guerra de los Treinta Años. Entre otros términos Francia reconoció a Felipe IV de España como legítimo rey de Portugal. Dada la difícil situación económica española Inglaterra y Francia se repartieron el Flandes español. Se cedía el Rosellón, la mitad de la Cerdeña, etc. La Guerra del Rosellón reavivó este cuerpo entre un enorme entusiasmo popular, a menudo relacionado con el deseo de los catalanes de recuperar las cuatro comarcas y media perdidas a raíz del Tratado de los Pirineos (el Rosellón, el Vallespir, el Conflent, el Capcir y media Cerdaña). Serían de nuevo disueltos a raíz de la Paz de Basilea (1795).
Pero estamos en 1640. El reino de Portugal que pertenecía a
la Corona Española desde 1580, bajo el reinado de Felipe II, y luego durante
todo el reinado de Felipe III, ahora había iniciado conflictos desde 1640 con
Felipe IV. Llegó a Madrid la noticia preocupante, Lisboa se había pronunciado
en favor del duque de Braganza, que se proclamó rey con el nombre de Juan IV.
El gobierno de Madrid no disponía de posibilidades apenas para contener el
problema catalán con lo cual el portugués era imposible afrontarlo. Salvo
algunos enfrentamientos en Badajoz, no supuso obstáculo para la nueva casa
portuguesa. El peligroso ascenso de otras potencias como Francia, Holanda e
Inglaterra aconsejaban la separación con Portugal. El período de 1640 a 1668 se
había caracterizado por enfrentamientos periódicos entre Portugal y España,
muchos de ellos fueron ocasionados por conflictos con terceras potencias.
La causa inmediata de muchos alborotos fue la imposición de
nuevos impuestos y las difíciles condiciones de vida de la población bajo el
dominio español. El movimiento insurreccional no consiguió destituir el
gobierno instaurado en Lisboa, sucumbiendo al refuerzo de tropas castellanas.
La guerra estableció la casa de Braganza como nueva dinastía reinante de
Portugal, en sustitución de la Casa de Habsburgo. La virreina de Portugal,
Margarita de Saboya, duquesa de Mantua, intentó, en vano, calmar los ánimos del
pueblo. Aislada y sin apoyo local, incapaz de reconducir a los revoltosos a la
obediencia del rey de España, su poder colapsó. En su lugar aclamaron al Duque
de Braganza como rey, con el título de Juan IV de Portugal, iniciando la cuarta
dinastía, la Dinastía de Braganza. El nuevo gobernante autorizó a Margarita de
Saboya que partiera para España en los primeros días de diciembre de ese mismo
año.
Después de ganar varias pequeñas victorias, Juan trató de hacer las paces con rapidez. Sin embargo, su exigencia de que Felipe IV reconozca la nueva dinastía reinante en Portugal no se cumplió. España había disfrutado de la reputación de tener la fuerza militar más formidable de Europa, una reputación que se había ganado con la llamada Escuela Española. Sin embargo, esta reputación y táctica había disminuido con la Guerra de los Treinta Años.
El esfuerzo nacional portugués se mantuvo durante 28 años, y fue posible vencer en las sucesivas tentativas de invasión de los ejércitos de Felipe IV. Pero finalmente la restauración de la independencia de Portugal fue claramente establecida, y se demostró que podía valerse por sí mismo, aunque con dificultad. Sus victorias en el campo de batalla habían vuelto a despertar el nacionalismo portugués.
Felipe IV moriría el 17 de septiembre de 1665, sin reconocer
la independencia de Portugal. Esta se reconoció tres años después.
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