Y aquí la historia nos muestra una novela romántica propia de una serie de televión. La Princesa de Éboli, Ana Mendoza de la Cerda, nació en
Guadalajara, en 1540. Hija de Diego Hurtado de Mendoza, miembro la más
importante familia de la nobleza castellana, se casó muy joven con Ruy Gómez de
Silva, príncipe de Éboli, persona muy allegada al rey, Felipe II. La Princesa
de Éboli en 1573 solicitó junto con su marido dos conventos de carmelitas en
Pastrana, Guadalajara. Entorpeció los trabajos porque quería que se
construyesen según sus dictados, lo que provocó numerosos conflictos con monjas,
frailes, y sobre todo con Teresa de Jesús, fundadora de las Carmelitas
descalzas. El Príncipe puso paz, pero murió al poco tiempo.
PRINCESA DE ÉBOLI
Volvieron los
problemas, ya que la princesa, ya viuda, quería ser monja y que todas sus
criadas también lo fueran. Le fue concedido a regañadientes por Teresa de Jesús
y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la celda y se fue a una
casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí tendría armarios para
guardar vestidos y joyas, además de tener comunicación directa con la calle y
poder salir a voluntad. Ante esto, por mandato de Teresa, que en 1574 estaba
enferma no obstante fundó en Segovia otro convento al que pasaron las
religiosas que estaban en el monasterio de Pastrana, que fue abandonado dejando
sola a Ana. Dada la agitada vida conventual fue obligada por el rey a renunciar
a los hábitos. Ésta volvió de nuevo a su palacio de Madrid, no sin antes
publicar una biografía tergiversada de Teresa, lo que produjo el alzamiento de
escándalo de la Inquisición, que prohibió la obra durante diez años. Teresa en
abril de 1575 recibió una denuncia que puso la princesa de Éboli en la
Inquisición por el “Libro de la Vida”, obra escrita por Teresa. Viuda como
estaba, regresó a la Corte donde comenzó una vida caracterizada por la intriga
y el escándalo, fruto de su personalidad caprichosa y voluble y de las
supuestas relaciones amorosas con Juan de Escobedo, secretario de Juan de
Austria, y con Antonio Pérez, secretario real y cabeza visible de la facción
partidaria de una solución pacífica de la guerra de Flandes. Sabedor el rey
Felipe del disparatado tren de vida que llevaba su secretario Antonio Pérez,
pleno de lujo y ostentación, en el Madrid imperial, exigió a su secretario que
pusiera fin a vida tan disoluta y se casara, para firmar oficialmente su
nombramiento. Esta faceta de crápula la mantendrá Antonio Pérez durante buena
parte de su vida, quien, una vez secretario, se entrega a los brazos (y a la
cama) de la princesa de Éboli.
ASESINATO DE JUAN DE ESCOBEDO
La Éboli aprovechó la influencia de Pérez. A la muerte del
rey Sebastián de Portugal (1578), la princesa colaboró con Pérez con el fin de
apoyar la candidatura de la duquesa de Braganza al trono portugués, oponiéndose
así a las pretensiones dinásticas del rey español. A todo esto, Juan de
Escobedo, que había sido amante de la Éboli, era secretario de Juan de Austria,
hermano de rey, que ya había vencido en Lepanto, se encontraba en Flandes
luchando. Escobedo supo de la relación de Pérez y la princesa y también de las
intrigas que mantenían.
ANTONIO PÉREZ
El 31 de marzo de 1578, Escobedo fue asesinado por
orden de Antonio Pérez y fue acusado de instigar el asesinato. Felipe II mandó
arrestar a Pérez y tras once años de prisión logró escapar parece ser que con
la ayuda de su propia mujer y con dinero proporcionado por la princesa de
Éboli. El 19 de abril de 1590 llegaba a Aragón, buscando amparo, valiéndose de
su condición de hijo de aragonés, en los fueros de aquel antiguo reino, donde,
en virtud del privilegio de manifestación, se puso bajo la protección del
Justicia foral, don Juan de Lanuza. No obstante, el magistrado ordenó su
reclusión en una cárcel de Zaragoza. El conflicto generó, como veremos un
enfrentamiento entre el rey y Aragón. Felipe ordenó a la Inquisición aragonesa
que encarcelara a Pérez por hereje. Fue apresado pero después liberado por la
muchedumbre que en virtud de sus fueros, le ayudó a huir a Francia. Una vez en
territorio galo, Pérez recibió el apoyo de Enrique IV, acérrimo enemigo del rey
Felipe, protección que él pagó revelando traidoramente secretos de Estado, al
poner en manos de éste atractivos proyectos desestabilizadores para España. El
fracaso de los intentos de invasión francesa motivó el traslado de Pérez a
Inglaterra, donde también contó con importantes ayudas, ofreciendo interesante
información que sirvió para el posterior ataque inglés a la plaza de Cádiz en
1596. Pero el Tratado de Vervins (1598), que dio fin a las guerras de religión
en Francia, supuso el final diplomático de Pérez, que se dedicó a la escritura,
llegando a publicar dos importantes obras que tuvieron un destacado efecto
negativo en la figura de Felipe II: las Relaciones y las Cartas, otra base
originaria de la injusta leyenda negra formada contra aquel monarca y contra
España. Cuando fue liberado por el pueblo y Pérez huyó a Francia, el rey lo
tomó como una rebeldía contra su autoridad y envió un ejército de 12000 hombres
que avanzaron sin resistencia apenas. Suspendió los fueros, mandó ejecutar al
Justicia y reunió a las Cortes aragonesas en 1592 que reinstauraron el derecho
foral acordando que el cargo de Justicia Mayor sería nombrado por el rey y
podía ser destituido por él. Pero hemos abandonado a la princesa de Éboli.
Cuando el rey arrestó a Pérez después del asesinato, se ocupó de la princesa.
La Éboli que estaba implicada por sus intrigas con Pérez, fue arrestada y
encerrada por Felipe II en 1579, primero en el Torreón de Pinto, luego en la
fortaleza de Santorcaz y privada de la tutela de sus hijos y de la administración
de sus bienes, para ser trasladada en 1581 a su Palacio Ducal de Pastrana,
donde morirá atendida por su hija menor Ana de Silva y tres criadas. Es muy
conocido en dicho palacio el balcón enrejado que da a la plaza de la Hora,
donde se asomaba la princesa melancólica. La Princesa llamaba al rey Felipe II
en sus cartas "primo". El monarca se referiría a ella como "la
hembra". Es curioso que mientras la actitud de Felipe hacia Ana era dura y
desproporcionada, siempre protegió y cuidó de los hijos de ésta y su antiguo
amigo Ruy, el esposo de ella. Felipe II nombró un administrador de sus bienes y
más adelante llevaría las cuentas su hijo Fray Pedro ante la ausencia de sus
hermanos. Falleció en dicha localidad en 1592. Ana y Ruy están enterrados
juntos en la Colegiata de Pastrana.