Para ser un hombre tranquilo y prudente, la verdad es
problemas no le faltaron. Guerras las tuvo con Francia, con Su Santidad, con
los Países Bajos, con los moriscos de las Alpujarras, con los ingleses, con los
turcos, lo de la Gran Armada y Lepanto. Se casó cuatro veces, tuvo un hijo
medio loco, un secretario (Pérez) traicionero y golfo y lo de Portugal, que fue
una ocasión perdida para la unidad territorial definitiva con España, porque se
embarcó en la construcción de El Escorial para celebrar la batalla de San
Quintín a los franchutes, y al centrar su política de esa forma en vez de
llevarse la capital a Lisboa, se enrocó en el centro de la Península,
gastándose el dineral que venía de las posesiones ultramarinas hispano-lusas,
además de los impuestos con los que sangraba a Castilla en las contiendas antes
citadas. Aragón, Cataluña y Valencia, con el rollo de sus fueron no pagaban ni
un maravedí. Felipe II fue un buen funcionario, diestro en la administración,
culto, sobrio y poco amigo del lujo, (ver su modesta habitación en El
Escorial). La verdad es que como economista le falló la puntería. Se endeudó
con banqueros alemanes y genoveses. Hubo tres bancarrotas que dejaron España
con el culo al aire para el siguiente siglo, mientras la nobleza y el clero,
que se escaqueaban, empezaron a vender títulos nobiliarios, cargos y toda clase
de beneficios. Con el detalle de que los compradores, a su vez, los parcelaban
y revendían para resarcirse. De manera que, poco a poco se fue montando un sistema nacional de robo y papeleo, y de papeleo para
justificar el robo. Hablando de la Inquisición se puede decir que Felipe II, no
mandó al cadalso más que los luteranos, o Calvino, o el Gran Turco, o los
gabachos la noche de San Bartolomé; o en Inglaterra María Tudor (Bloody Mary,
de ahí viene), que se cargó a cuantos protestantes pudo, o la inglesa hija de
Enrique VIII, Isabel I, que aparte de inventar la piratería autorizada, hoy
héroes nacionales allí, mató a católicos todos los que pudo. Toda esto de la
Leyenda, y los gastos para defender la religión, surgida en el XVI se la
debemos a Inglaterra y a Flandes (hoy Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Nos
metimos en charcos ajenos porque con nuestra península y la América que
dominábamos teníamos más que de sobra para andar sacándole las castañas del
fuego al papa de turno y embarcarnos en guerras con unos y otros, todo por
establecer por fuerza una religión corrupta, de ahí Lutero que en el fondo algo
de razón tenía. Por ende también muchos no querían pagar impuestos, y el rey
prudente, en esto no anduvo fino, porque escuchó más a los confesores que a los
economistas. Y los flamencos, alemanes y demás, no estaban por la labor de
tener una religión dura y además pagando.
Pero vamos con lo de los moriscos. Eran islámicos, descendientes por parte de padre, siempre que éste no hubiera abrazado el cristianismo antes de la toma de Granada en 1492. Vivían separados de la sociedad cristiana. Eran buenos trabajadores, comerciantes, albañiles, regentaban talleres de diferentes gremios. Rondaban la cantidad de unas 300.000 personas. Cuando Carlos I llegó a Granada en 1526 conoció el problema morisco de primera mano y puso coto a los abusos que se les cometía. Pero dejó ordenes de no cejar en cristianizarlos. Pero cincuenta años después las diferencias se habían acentuado. Para colmo los contactos de moriscos granadinos y valencianos con los turcos fueron continuos y representaban un serio problema. Hacia 1560 el bandidaje y la piratería aumentó sobre todo en Aragón apoyados por los hugonotes huidos de su país, cuya enemistad contra España era manifiesta ya que se trataba de protestantes franceses de doctrina calvinista. Se prohibió la pesca a los moriscos para evitar que entraran en contacto con los piratas. Llegaron estos a desembarcar en Las Alpujarras, y el sistema defensivo era inútil ya que contaban con la ayuda de los moriscos. Se les confiscaron a éstos armas de fuego y blancas en los registros. Y se revisaron los límites de las fincas y las escrituras. Muchos no las poseían lo que era sancionado, si no pagaba se les expropiaba y funcionarios y el clero compraban en condiciones ventajosas. Esto acentuó el rencor de los moriscos. Además por los altos impuestos la industria de la que eran los amos, la cría de gusanos de seda, su fabricación, venta y exportación, cayó inexorablemente. Su calidad era excelente, pero su precio se había hecho prohibitiva. El problema se agudizó y los obispos exigieron y consiguieron medidas muy duras contra los moriscos, que aunque negociaron varias veces las condiciones no fueron atendidos por las autoridades de Granada y Madrid. El problema ya era gravísimo. Las medidas de inserción como a los protestantes o judíos conversos, no valían con los musulmanes. Aquellos optaban por vivir y dejar vivir. Éstos realmente perseguían la destrucción de las estructuras del Estado. Circulaban libros que profetizaban la recuperación para el Islam de lo que otrora fue Al-Andalus y que serían los berberiscos quienes lo lograrían.
Felipe II por Sofonisba Anguissola, 1565 (Museo del Prado)
Las autoridades entendieron que no cabían soluciones
intermedias, o aceptaban la integración inmediata y total o se les expulsaba.
La respuesta fue el levantamiento en diciembre de 1568. Penetraron de noche en
el barrio de Albaicín para sublevar a toda la población mora. No lo lograron
pero se les sumaron centenares de hombres en su regreso a la Alpujarra. Pero
eso solo fue el inicio. Las acciones bélicas duraron hasta noviembre de 1970,
cuando ya había fallecido el monarca. Con lo cual, el resto del asunto lo
abordaremos en la biografía de Felipe III. Felipe II había logrado un gran
triunfo político al conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y
sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de
Tomar. Completó la obra unificadora iniciada por los Reyes Católicos. Se apartó
la nobleza de los asuntos de Estado, siendo sustituida por secretarios reales
procedentes de clases medias al mismo tiempo que se dio forma definitiva al
sistema de Consejos. Se impuso prerrogativas a la Iglesia, se codificaron leyes
y se realizaron censos de población y riqueza económica. Fue un gran rey, culto
y un mecenas, quizá demasiado influido por su religiosidad que le llevó a
empobrecer al país, defendiendo el cristianismo en la Europa central. La salud
de Felipe II fue delicada durante la mayor parte de su vida, pero se fue
deteriorando cada vez más. En mayo de 1595 le sobrevino un ataque de fiebre que
le duró treinta días seguidos. Los médicos le dieron poco tiempo de vida. El 30
de junio de 1598 partió de Madrid con su séquito con destino al monasterio de
El Escorial, construido entre 1563 y 1584 para conmemorar su victoria contra el
ejército francés en la batalla de San Quintín. El monarca viajó postrado en una
silla de manos especial, ya que la enfermedad de la gota, que le había
atormentado durante varios años, no le permitía caminar. Sufrió unos dolores
tan intensos que no se le podía mover, lavar o cambiar de ropa. La madrugada
del 13 de septiembre de 1598, falleció a los 71 años de edad, en una alcoba de
El Escorial, el rey prudente, que sus defensores lo presentan como arquetipo de
virtudes y por los enemigos como fanático y despótico. En sus últimos días
ordenó que no se publicaran biografías suyas y que se destruyera toda su
correspondencia, como si quisiera mantener la prudencia y el misterio de su
personalidad para siempre.