Fue una reina poderosa, que accedió al trono al morir su padre sin heredero
varón, a pesar de haber tenido varias esposas. La reina Urraca fue la primera
mujer que ejerció de forma efectiva el papel de reina “propietaria” y se trata
de un personaje verdaderamente insólito en la Historia del medioevo hispánico,
por su condición femenina y por la incidencia que tuvo en los hechos históricos
de su época como por las controversias ha generado después. Sufrió el maltrato
físico y psíquico de su marido, pero demostró también una fuerza y una
determinación indomable que la llevo a ser de nuevo maltratada por la Historia.
Hija de Alfonso VI y de Constanza de Borgoña, se casó con Raimundo de Borgoña
en 1090 y, al enviudar (1107), Alfonso VI les dio a ella y su hijo Alfonso el
señorío de Galicia.
Su segundo matrimonio, con Alfonso I el batallador (1109), fracasó en su objetivo de reforzar la estabilidad interna y externa, pues el país se vio agitado por graves problemas políticos (la presencia de guarniciones aragonesas en ciudades castellanas y leonesas), que llevaron al país a la guerra civil, y sociales, por los nobles y también por la presión almorávide.
La orden de Cluny, la nobleza, Enrique de Borgoña rey portugués y los magnates gallegos se opusieron a la unión con Aragón, el clero y la nobleza castellana apoyaron a Urraca, y la burguesía era partidaria de Alfonso el batallador.
En 1109 se llegó a un acuerdo de gobierno conjunto y de normas sucesorias, a principios de 1110 la reina y el rey discutieron tan gravemente que doña Urraca optó por abandonar León y refugiarse en el monasterio de Sahagún, en espera de que las bulas pontificias llegasen. Y Urraca mantuvo relaciones con el conde de Candespina, Gómez González, con quien tuvo un hijo.
Tal vez ello explique la reacción de Alfonso el Batallador: en septiembre de 1110, la prendieron y la encerraron. Alfonso formó un ejército para arrasar Castilla y tomó todas las plazas fuertes del reino, incluyendo Toledo, Sahagún, Burgos, Palencia, Osma y Orense. El conde de Candespina se las arregló para liberar a Urraca. Pero ella supo que los nobles gallegos habían secuestrado a su hijo el príncipe Alfonso.
Enrique de Borgoña, rey de Portugal y cuñado de doña Urraca, se alió con Alfonso el Batallador, formaron un ejército conjunto que se enfrentó al castellano en la batalla del Campo de Espino en abril de 1111, contra las tropas dirigidas por Gómez González, conde de Candespina, y doña Urraca. La victoria sonrió al Batallador y a su aliado portugués, y el conde de Candespina, halló la muerte.
El Batallador entró triunfalmente en Toledo, lo que molestó a su aliado portugués Enrique de Borgoña, y se le ocurrió una entrevista secreta con doña Urraca para pasarse a su lado y combatir juntos a Alfonso el Batallador. Urraca hizo una jugada extraña, reconciliarse con su esposo. Hecha pública la reconciliación los monarcas portugueses reaccionaron con furia. Se acordó el perdón para todos por los delitos y la proclamación de Alfonso que fue coronado rey de Galicia, en septiembre de 1111.
El monarca aragonés estaba furioso contra su mujer, pues reunió a su ejército y atacó, a mediados de octubre, a la comitiva gallega que transportaba al niño Alfonso hacia León. El noble Gelmírez pudo escapar hacia Galicia llevándose consigo a su nuevo rey.
Entre Urraca y El Batallador había nuevamente una guerra civil. Y el conde don Pedro de Lara se había convertido en influyente amante de Urraca. Hacia la primavera de 1112, Urraca pudo reunirse con su hijo en Galicia, donde también recibió apoyos, subsidios y tropas para enfrentarse a su esposo, que había cometido toda clase de tropelías en Castilla. Con la dirección de Pedro de Lara, las tropas de doña Urraca empujaron al ejército del Batallador hacia Carrión de los Condes.
Una nueva reconciliación de los cónyuges, se llevó a efecto en 1112. Pero las desavenencias eran insufribles a pesar de la intermediación de un delegado papal.
En Castilla la guerra continuaba, las tropas castellanas dirigidas por Pedro de Lara, se habían hecho con el control de algunas plazas. Urraca sabía que las conquistas obedecían a que su marido se hallaba más preocupado por la situación en Aragón. Por ello, decidió recurrir al poderoso Diego Gelmírez.
Se vieron en mayo de 1113, y Gelmírez pidió que la diócesis fuese arzobispado con él mismo de arzobispo. Urraca le prometió ambas cosas a cambio de ayuda militar. En una acción conjunta, la guarnición aragonesa de Burgos fue sitiada por las tropas de Gelmírez, mientras que Pedro de Lara detuvo al ejército de refuerzo del propio monarca aragonés. Teresa (ya viuda de Enrique de Borgoña), en busca de una alianza con el rey de Aragón, le informó de que su hermana Urraca planeaba envenenarlo y hacerse con todos sus estados. Esta vez Alfonso el Batallador repudió a la reina Urraca, la expulsó de sus reinos y prohibió, bajo pena de muerte, que alguien le diese cobijo.
La ruptura definitiva en 1114 provocó un problema en todo el reino de Castilla, hastiado de las luchas militares. La alta aristocracia castellana, señores feudales, laicos y eclesiásticos cerraron filas hacia la reina, el embrión de la burguesía de los concejos castellanos apoyó siempre a Alfonso el Batallador. A partir de 1114 se abrió una etapa negra en el devenir de la reina Urraca
Pero aún había otro problema mayor: Gelmírez, que con la ayuda del conde de Traba, impulsaba cada vez más la autonomía del reino de Galicia, esgrimiendo a Alfonso como baluarte, pues sabía que la reina jamás iría en contra de su hijo. Dos veces entró Urraca para prender a Gelmírez pero no lo consiguió. Gelmírez recurrió a la ayuda de Teresa de Portugal, que le envió tropas para que sitiasen a Urraca en un castillo fronterizo con Portugal. A su vez, Urraca logró que se uniesen a su causa los habitantes de Santiago de Compostela, hartos del gobierno despótico de Gelmírez. Urraca y Gelmírez firmaron una especie de tregua en Tierra de Campos a principios de 1117.
Pedro Froilaz, el conde de Traba se hallaba junto al ya adolescente Alfonso en Toledo, donde el futuro rey velaba sus primeras armas contra los musulmanes. Enterado de las noticias que venían del norte, el conde resolvió llevar a Alfonso a Galicia, donde el joven príncipe expuso sus derechos a la corona de Galicia y a la de Castilla, instando a su madre a la concordia. Así, en mayo de 1117, Gelmírez y Urraca firmaron el llamado pacto del Tambre, que puso fin a los conflictos bélicos y que, de manera más que evidente, consolidó el futuro de Alfonso en el trono castellano.
El mismo año de 1117, durante conversaciones entre reina y obispo en la capital se produjo un motín. Urraca y Gelmírez tuvieron que refugiarse en la torre del palacio episcopal, pues habían prendido fuego a la catedral en busca de venganza.
Cuando encontraron el escondite de reina y obispo, Gelmírez arrancó la capa a un pobre vagabundo y escapó embozado, trepando por los tejados. La reina Urraca fue violentamente atacada y despojada de sus ropas; pero aun así, en paños menores, plantó cara a los amotinados y les conminó a que expusiesen sus quejas, ayudando con ello a calmar la violenta situación. Finalmente, accedió a relevar a Gelmírez como señor jurisdiccional de la ciudad y a reponer la justicia. Otra muestra más de carácter fue el que no cumplió nada de lo prometido, sino que, con la ayuda del conde de Traba, llevó a cabo una violenta represión contra quienes habían protagonizado el motín. Pero jamás perdonó a Gelmírez y continuó con la persecución contra el obispo compostelano, al que llegó a hacer prisionero en 1121. Pero para entonces las cosas habían cambiado.
Alfonso, a la sazón un joven ya de veinte años, se armó caballero en la catedral de Santiago en 1124, lo que significó la retirada de Urraca. La indómita reina castellana falleció en Saldaña, en marzo de 1126, y su hijo heredó sin mayor problema el reino de Castilla y León como Alfonso VII (el Emperador se le llamaría)