La
zona controlada por los reyes francos llegó hasta la zona entre los pirineos y
el mar. De ahí salieron los cinco
condados de Barcelona, Ampurias, Gerona Rosellón y Urgel-Cerdaña, que nunca fue
una unidad administrativa. Al principio vinculados al reino de Aquitania,
dentro del marquesado de Tolosa, y en el
año 817 se reorganiza el Imperio Carolingio y estos condados fueron el
Marquesado de Gothia, cuyo primer marqués fue el conde Bera de Barcelona. Para
aclarar en pocas palabras digamos que el territorio ganado a los musulmanes por
el Imperio Carolingio se configuró como
la Marca Hispánica, que iba desde Pamplona hasta Barcelona. Los condados más
importantes fueron los de Pamplona, constituido en el primer cuarto del siglo
IX en reino; Aragón, constituido en condado independiente en 809; Urgel,
importante sede episcopal y condado con dinastía propia desde 815; y el condado
de Barcelona, que con el tiempo se convirtió en hegemónico sobre sus vecinos,
los de Ausona y Gerona.
En
Mérida la capital de la “Marca Inferior”, fue centro de la oposición bereber a
la que se sumaron muladíes y mozárabes.
Casi ocho años de luchas costó dominar
la zona al emir, del 805 al 813. El
hecho es que la aplicación de la fuerza y un poder despótico sin límites logró
pacificar al-Andalus.
JEFE MULADÍ
Y
mientras tanto, ¿qué pasaba en Asturias? esa gran Asturias que iba desde
Galicia hasta Vizcaya, vive en ese
momento años de esplendor. La amenaza musulmana sigue vigente, pero ha sido
controlada. El reino goza de un periodo poco frecuente de paz. Alfonso II no
sólo ha consolidado su poder, sino que además ha afianzado su posición
internacional ante Carlomagno y ante el Papa. También ha comenzado la
repoblación al sur de la Cordillera Cantábrica
Por
otro lado cuando Carlomagno envía a su hijo Ludovico Pío para tomar el control
de Pamplona, con el conocimiento de Alfonso II de Asturias, esto inquieta
sobremanera al emirato de Córdoba. El emir responderá con una fuerte ofensiva
en 816; su punto culminante será la batalla del río Orón, una de las más
tremendas de este primer siglo de la Reconquista.
Córdoba
tenía razones para sentirse amenazada; aquello ya no era un pequeño reducto
rebelde.
Alhakán
organizó un ejército formidable. Señaló un claro objetivo: una vez más, el
punto de unión de asturianos y navarros, en el sureste de Álava. Los musulmanes
en algún momento de su camino, se toparon con una cuantiosa fuerza cristiana:
pamploneses, guerreros de Alfonso II, incluso huestes vasconas. Parece probable que
el propio Alfonso II estuviera allí. Velasco el Gallego era el hombre en
Navarra de Ludovico Pío, (el piadoso) ya emperador.
Abd
al-Karim ordenó a sus tropas detenerse hasta el alba del 26 de mayo. El ataque
musulmán se estrelló contra las defensas cristianas. Viendo a los musulmanes en
apuros, los cristianos optaron por pasar a la ofensiva pero todo parecía
perdido para la coalición cristianas Los cristianos que pudieron escapar a la
matanza escalaron hacia las alturas y, desde allí, sometieron a los sarracenos
a una inclemente lluvia de rocas.
Pasaron
hasta trece jornadas consecutivas. Una fuerte lluvia de varios días hizo que
los moros levantaran el campo. En ambos bandos habían caído muchos hombres. Así
que, aun a costa de enormes sacrificios, los cristianos habían conseguido
detener la gran ofensiva.
Y
después de la batalla de río Orón las cosas cambiarían, ante todo, para Navarra y el
Imperio carolingio. Ludovico Pío, ya emperador en el trono tras la muerte de su
padre, perdió interés por la lucha en el sur: su vasto imperio requería otros
esfuerzos. Eso fue letal para los Velasco, que no tardarían en ser desplazados
por los Íñigo, sus acérrimos enemigos. Y también cambiarían mucho las cosas
para Alhakán, el emir de Córdoba, que había fallado nuevamente en su intento de
cimentar su autoridad sobre una gran victoria. Inmediatamente se recrudecerían los
trastornos internos en Al Andalus. Quien mejor parado salió fue Alfonso II. Ante el rey de Asturias se
abría ahora un periodo de relativa paz: el emirato tardaría varios años en
volver a atacar las fronteras del reino cristiano del norte.
Con el pacífico reinado de Abderramán II (822-852), nos encontramos en un periodo clave
de la historia musulmana en la península. El emir sentó las bases
político-administrativas, económicas y culturales. Es a partir de aquí cuando
podemos hablar de una completa islamización de al-Andalus. Lo importante de ese
periodo es el levantamiento de los mozárabes cordobeses que habría de
prolongarse durante años. Los mozárabes gozaban de autonomía, eran numerosos en
Córdoba, Mérida, Toledo y Zaragoza. Estaban regidos por un conde y con fuero
propio de la época visigoda. Y con un juez propio. Conservaban sus diócesis,
sus iglesias y monasterios y practicaban su rito mozárabe. Pero hablaban y
escribían en árabe. Las razones que provocaron los levantamientos no están del
todo claras pero si se puede asegurar que la cuestión impositiva era una de
ellas y otra la islamización de la corte. Se quejaban de que no podían ejercer
su religión con libertad. Un hombre luchador, San Eulogio, impulsó la
recuperación de la doctrina cristiana verdadera y el rechazo a las costumbres
islámicas. Esto hizo que muchos mozárabes blasfemaran contra el Islam, lo que
se castigaba con la muerte. La represión fue cruel y esto empujó a que algunos
mozárabes se islamizaran y otros huyeran a regiones cristianas, donde la
cultura mozárabe continuó viva.
Se produjo una ola de martirios voluntarios a partir del 850. Abderramán II a pesar de controlar una época de
avances tuvo también que sofocar una rebelión en Orihuela y fundó Murcia sobre
un asentamiento romano en el 831. Un miembro de la familia de los Banu Qasi
hizo de la frontera superior (Navarra), un foco de continuas revueltas hasta el
comienzo del califato, lo que permitió la consolidación del reino de Navarra y
la creciente autonomía de los condes aragoneses. Abderramán
II muere en el 852 y le sucede su hijo Mohamed I (852 al 886).
Está claro que todos estos problemas facilitaron la marcha de
lo mozárabes a los núcleos cristianos del norte, en particular a Asturias. Más
adelante Al-Hakam era el emir (961 al 976) que subió los tributos y Luis el
Piadoso prometió ayuda a los mozárabes.
VIKINGOS
Para colmo de males aparece la primera expedición vikinga en
las costas asturianas en el año 844. Arribaron varias veces a la Península.
Está demostrado que llegaron a pisar tierra en Galicia, Vasconia y Al-Ándalus.
Al menos, eso dicen las crónicas de la época. Fueron divisados por primera vez
en Gijón. Luego se dirigieron a las costas gallegas y a continuación siguieron
por el litoral Atlántico Peninsular de norte a sur, de manera que, pasando por
Lisboa, llegaron a Cádiz, Sanlúcar de Barrameda, hasta llegar a Sevilla
remontando el río Guadalquivir, la cual saquearon en septiembre de ese mismo
844. Destruyeron la mezquita de la ciudad, acabaron con la vida de muchos de
sus habitantes y también hicieron esclavos.
Desde aquí atacaron ciudades del entorno como Coria, Morón de
la Frontera, Medina-Sidonia y Niebla. En todos los lugares causaron cuantiosos
daños, tanto materiales como en vidas humanas. Tras saquear Sevilla durante una
semana, los vikingos siguieron internándose. Fue entonces cuando el emir, Abd
al-Rahman II, organizó un ejército para defender la ciudad. Según las crónicas
musulmanas, la victoria árabe fue aplastante en la batalla de Tablada (Aljarafe, provincia de
Sevilla), el 11 de noviembre de 844, que enfrentó al emirato de Córdoba con las
huestes de vikingos.
Fue la primera incursión vikinga importante en la península,
terminó provocando el envío de una embajada omeya al encuentro de los nórdicos.
A pesar de que esta primera llegada de los vikingos fue causa del azar. Sin duda
alguna ya habían oído hablar sobre las riquezas y la majestuosidad de
Al-Ándalus. “En sus correrías, los vikingos debían haber escuchado muchas
historias sobre la riqueza y el esplendor de Al-Ándalus, la brillante corte de
los Omeyas en Córdoba, el reino que en la Europa del siglo IX podía mostrar la
mayor concentración de opulencia y esplendor”, sostiene Eduardo Morales, autor
de uno de los capítulos del libro “Los vikingos en la Península Ibérica”.
Poco más de un mes después del saqueo de Sevilla fueron
derrotados en batalla en el mismo lugar en el que, hoy en día, se encuentra el
aeropuerto. Después de esto, los supervivientes llevaron a cabo alguna que otra
correría y no se supo nada más de ellos hasta el año siguiente, y para entonces
ya se encontraban en Aquitania.
Parece ser que algunos de los vikingos optaron por rendirse a
Abd al-Rahmán II, quien se tomó bastante en serio el ataque vikingo a sus
costas. También recibió una visita de un embajador enviado por el “rey de los
vikingos”.