jueves, 22 de febrero de 2024

JUANA DE AUSTRIA- REGENTE DE ESPAÑA


Hija menor del emperador Carlos V y de la emperatriz Isabel de Portugal. Nació en Madrid la noche del 23 al 24 de junio de 1535. Era por lo tanto hermana del que sería el rey Felipe II. Su madre murió cuando ella tenía 4 años. Así, Juana se quedó sola junto a su hermano mayor, el que más tarde sería Felipe II y su hermana María, ya que sus otros tres hermanos murieron al poco de nacer. Fue digna hija de su madre, y tuvo la religiosidad y organización para la política como su bisabuela, Isabel la católica.


El 30 de junio de 1552 el príncipe Felipe convocó las Cortes aragonesas en Monzón y comenzó a preparar la boda de su hermana con el príncipe Juan, hijo mayor del monarca portugués Juan III y de Catalina, hermana de Carlos V, que contaba catorce años, casi dos menos que ella. Los esponsales por poderes tuvieron lugar en enero de 1552 en Toro. Juana salió para Lisboa el 24 de octubre. Su vida durante la breve estancia en la Corte del reino se constata que las primeras impresiones en la Corte portuguesa fueron favorables, pero pronto opinaron que era  “muy altiva” y de tener escasa relación con los cortesanos, por lo que se fue aislando paulatinamente. El 20 de enero de 1554, una semana después de haber muerto su marido, dio a luz un hijo, Sebastián, que llenó de gozo a los portugueses, pues veían alejarse el fantasma de una posible sucesión castellana al trono. A partir de esta fecha, la estancia de doña Juana en el reino vecino se hizo muy tensa.
Se consideró que Felipe por las necesidades políticas inmediatas aconsejaban casarse con María Tudor en Inglaterra. Este nuevo matrimonio exigía que Felipe II abandonase Castilla por largo tiempo y que se necesitara una persona de confianza para gobernar el reino. El rey Carlos V se hallaba en el extranjero por lo que, Luis Sarmiento, buen conocedor de la situación y fiel servidor de doña Juana, escribía al Emperador, tan solamente quince días después de que su hija hubiera quedado viuda, aconsejándole que la princesa regresara a Castilla y se encargara de la regencia del reino. Esta opinión fue la que prevaleció. 
El marido de Juana, Juan de Portugal, había fallecido dejándola embarazada, y en enero de 1554 nace el que sería el futuro rey portugués, Sebastián. Juana  salió en mayo de 1554 hacia Castilla, se despidió de su hermano Felipe y se dirigió a Valladolid, ciudad en la que iba residir, dejando el cuidado de su hijo a su suegra (que también era su tía), la reina portuguesa Catalina de Austria.


Ya como regente de España los dos problemas más importantes a los que tuvo que enfrentarse  fueron el económico y el religioso. El problema económico fue consecuencia de las continuas y cada vez más vastas guerras que el Emperador y, posteriormente, su hijo entablaron en defensa de la religión. Las angustias hacendísticas ya venían desde los años en que Carlos V, acosado por los luteranos en Insbruck, exigiera grandes sumas, y hubo de aceptar la imposición de ingratas decisiones financieras, como la bancarrota de 1557. Una vez que el Emperador renunció a sus dominios, Felipe II ratificó a doña Juana al frente de la regencia. Desde entonces, abiertas las hostilidades de los franceses contra Felipe II, Carlos V procuró aconsejar, desde Yuste, a la princesa sobre los pagos ineludibles que se acercaban.
Al llegar al poder, se preocupó de las cárceles del reino, les adjudicó a los presos un abogado para su defensa y propuso que en los presidios de mujeres hubiera religiosas que sacaran a los niños a pasear al aire libre al menos dos días a la semana.
“Apenas recuerdo ya las múltiples cuestiones de las que me ocupaba. Por una parte, todo lo referente a mejorar las defensas de España, con la producción de barcos, municiones, reparar las fortificaciones en Levante y Galicia. También la continua reforma de las obras públicas como puertos, puentes y camino”, escribía Juana. Además de eso, la princesa de Portugal facilitó la navegación de ríos y la creación de regadíos, fomentó la ganadería y la exportación de lanas.
En sus primeros meses de gobernadora pidió al padre Ignacio de Loyola que estaba en Roma que le admitiera en la Compañía de Jesús. Sabía que algunas mujeres ya lo habían solicitado y que él se había negado. De Loyola pensaba que el régimen de vida de los jesuitas era muy activo, inapropiado para las mujeres y que la atención sacerdotal que exigiría una rama femenina quitaría fuerzas a los varones sacerdotes para dedicarse a las tareas de la Orden, que requerían gran movilidad y disposición para viajar en duras condiciones. Pero, aun así, ella insistió y consiguió que la aceptaran como miembro de la Orden. Eso sí, de forma secreta y con el pseudónimo de Mateo Sánchez en sus escritos para que no la identificaran. Haciendo los tres votos de pobreza, castidad y obediencia.


MONASTERIO DE LAS DESCALZAS
 Los dos últimos años de regencia de doña Juana (1558- 1559) se caracterizaron por la búsqueda desenfrenada de numerario con el que sufragar los gastos de las guerras emprendidas por Felipe II contra el rey de Francia y contra el Pontífice.
En el tema religioso fundó el convento de las Descalzas Reales. Después de consultarlo con Francisco de Borja, que lo aprobó, compró el palacio en Madrid y comenzaron las obras de dicho convento.
El 8 de septiembre de 1559, Felipe II hacía su entrada en Valladolid después de más de cinco años de ausencia. De aquí, el Rey salió rápidamente hacia Toledo, donde había convocado Cortes, mientras que su hermana se dirigió a Guadalajara, esperando a Isabel de Valois, con quien debía desposarse el Monarca. Felipe II estableció la Corte definitivamente en Madrid. Doña Juana y la joven Reina entablaron una estrechísima amistad. Se juró al hijo de Felipe, Carlos, príncipe heredero. Juana se retiró de la vida política para dedicarse aún más a la vida religiosa.
Durante las comidas le gustaba hablar de arte, de jardines, de objetos pintorescos, de lugares cercanos o lejanos, de música o lecturas profanas. No estaba de acuerdo con la excesiva presencia de la carne en los platos
“Nunca recibí una preparación especial para gobernar” Relataba la princesa en sus escritos de 1554 que muestra el libro “Las hijas de Carlos V”. (La Esfera). El libro relata la historia de María y Juana de Austria, hijas de Carlos V y de su esposa Isabel, dos mujeres que llegaron a tener responsabilidades políticas. “Otro tema que me preocupaba era la lentitud de los procedimientos y se dio orden de aumentar el número de abogados y escribientes al servicio del rey. Yo empecé a señalar días y horas para escuchar quejas y peticiones, y se lo mandé también a los miembros de los consejos en sus materias propias. También quise que se pagara bien y a tiempo a los criados y servidores y a los proveedores, que eran muchos. Además, me ocupé de la reformación de las órdenes religiosas femeninas”, relataba la princesa.
El tiempo que compartió con la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, fue muy alegre. “Los años que estuve al lado de la reina Isabel me hice joven otra vez. En las habitaciones de la reina había de modo frecuente risas y canciones”, contaba Juana. Con frecuencia organizaban fiestas, mascaradas, representaciones y, lo que más le gustaba a la princesa Juana, conciertos. Montaban a caballo por Casa de Campo, cazaban algunas liebres y perdices, y luego comían algunos fiambres y pasteles en algún claro del bosque.
Llevando a medias la vida religiosa y su vida en la Corte, Juana de Austria falleció en el monasterio de El Escorial, en 1573. Fue enterrada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid que había fundado.

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