Fue la 250ª
División de Infantería de las fuerzas armadas alemanas que luchó en el frente
del Este. La formaron unos 45.500 hombres, de corte mayoritariamente falangista
al principio (voluntariado azul) y militar al final (“caquis” obligados).
El ataque
alemán a la URSS se desencadenó en la madrugada del 22 de junio de 1941, 3.050.000
hombres en total, con la ayuda de 18 divisiones finlandesas y 12 rumanas,
embistieron las posiciones soviéticas a lo largo de un frente de 2.400
kilómetros, desde el océano Ártico hasta el mar Negro.
Pero
volvamos a España y sus problemas de aquellos tiempos. Terminada la guerra
civil en 1939, con la derrota del gobierno, poco tiempo después estalla la II
Guerra Mundial. Alemania trata de conseguir la adhesión de la España fascista,
la Falange pero no lo consigue y ésta se declara neutral. De todas formas Franco
estaba en deuda con Alemania por la aportación de la legión Cóndor durante la
guerra, y después de la adhesión de Italia, Franco se declara “no beligerante”,
que es una forma de tomar parte por un bando sin participar directamente en la
guerra.
En el verano
de 1941 se lanzó la Operación Barbarroja, que fue la invasión de la Unión
Soviética de Stalin por parte de las tropas de Hitler lo que consigue que
Franco encuentre la ocasión para saldar su deuda con Alemania, seguir siendo no
beligerante, pues no declara la guerra a la URSS.
El Ministro
español de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, informó a Franco, su
cuñado, y le planteó la posibilidad de contribuir a la lucha alemana con un
contingente falangista voluntario.
Se aprueba
el envío de tropas de voluntarios, una división, que sería la llamada División
Azul. El mando español estaría compuesto
por oficiales, pero los soldados muchos no eran profesionales. Se organizó una
serie de oficinas de reclutamiento por el país y el éxito fue grande. Aunque se
realizó propaganda, se desbordaron las expectativas. Al principio fueron
militares con experiencia y muchos simpatizantes de la causa falangista. Se les
garantizaba un doble sueldo y las familias cobrarían un subsidio, cartilla de
racionamiento más amplia, etc.
Los que se
alistaron lo tenían claro. No era para ayudar a Hitler, era para luchar contra
el comunismo, que era el gran peligro que amenazó a España años atrás. Fueron
casi 50.000 soldados, no todos profesionales los que participaron en varias
batallas en Rusia, entre 1941 y 43. No voy a entrar en la ideología de si
estuvo bien o estuvo mal, solo en el hecho de aquellos hombres que fueron a
pelear, sufrir, morir congelados, ametrallados, en campos de concentración
otros y muchos heridos, amputados, etc. solo porque querían participar en algo
que motivaba una acción de ese calibre. Casi 5.000 españoles murieron, cerca de
9.000 heridos. Los que fueron hechos prisioneros, muchos no pudieron sobrevivir
al cautiverio en los Gulag, campos de trabajo forzado. Los que fueron liberados
lo consiguieron diez años después, una vez muerto Stalin. Los que murieron en
combate se encuentran en un cementerio en Novgodod, en Rusia, pero muchos están
enterados en el mismo sitio donde cayeron.
Es verdad
que tuvieron que jurar fidelidad a Hitler, pero exigieron que constase que lo
hacían para combatir al comunismo.
Marcharon y
se concentraron en la localidad bávara de Grafenwörhr donde tuvieron un intenso
programa de entrenamiento durante más de un mes.
El viaje
hacía Rusia fue muy duro. Necesitaron 53 días, hasta mediados de octubre de
1941, para llegar al frente. La primera parte del viaje la hicieron en tren,
pero desde Suwalki (Polonia) hasta las proximidades de Moscú lo hicieron a pie,
casi 900 kilómetros. Se impuso un ritmo de entre 30 y 40 kilómetros diarios.
Cuando la
División Azul transitaba ya por la autopista que la conducía a Smolensko, Muñoz
Grandes recibió la inesperada orden de virar. En lugar de dirigirse a Moscú,
debía hacerlo hacia el norte, hacia Novgorod. Era una decisión de Hitler ante
la necesidad de refuerzos en la zona y ante los malos y prejuiciosos informes
alemanes sobre los españoles. La unidad mantenía una ambigua relación con sus
colegas alemanes, cuyo “orgullo racial” y concepto del orden dificultaban la
interacción con personas de ámbito mediterráneo, más propensas al
individualismo y la improvisación.
Durante la marcha, en la ciudad de Grodno,
los divisionarios confraternizaron con las muchachas judías, para disgusto de
los alemanes. Cantaban, iban con los primeros botones de la guerrera
desabrochados y se relacionaban con los residentes, al margen de credos y
prejuicios raciales. Sus tratos con los civiles rusos generalmente fueron
sencillos y amables, afectuosos incluso.
Pero una vez
en el frente, los españoles se ganarían la confianza de los alemanes por su
manera de entender el combate, sin concesiones a los reveses, lo reconoció
Hitler ante los suyos, en privado, y ante los micrófonos de la radio. Y cuando
se cambiaran las tornas para los invasores, sabrían resistir e improvisar. La
reconciliación hispano-alemana de manos de la lucha lo sería hasta tal punto
que, tras su repatriación, la “Blaue Division” se echaría en falta.
El momento
del combate llegó en la zona del río Voljov, en torno a la ciudad de Novgorod.
El avance español, que empezó con el cruce del río y la toma de diversas
localidades, duró unos días y alcanzó Posselok, Otenski y Possad. Pero la
reacción soviética obligó a los divisionarios a una dura lucha en el invierno
de 1941 y 1942 que fue el más frío de cuantos se habían vivido en lo que se
llevaba de siglo.
Las noticias
que fueron llegando a España con el tiempo, durante el invierno de 1941 a 1942,
del primer contingente sobre la dureza del invierno hizo más difícil conseguir
reemplazos. Opositores al régimen se alistaron para obtener una “limpieza de
antecedentes”.
En Rusia se
dio una de esas amargas paradojas propias de nuestra Historia y nuestra
permanente guerra civil; porque en el frente de Leningrado volvieron a
enfrentarse españoles contra españoles.
De una parte
estaban los encuadrados en las guerrillas y el ejército soviético, y de la
otra, los combatientes de la División Azul: la unidad de voluntarios españoles
que Franco había enviado a Rusia como parte de sus compromisos con la Alemania
de Hitler.
Sabemos de primera
mano que un exsoldado republicano, se alistó en la División Azul para ayudar a
su padre encarcelado tras la Guerra Civil. Ése fue el caso de muchos de los
voluntarios para Rusia, en cuyas filas, junto a falangistas y anticomunistas,
hubo otros que fueron por necesidad, hambre o deseo de aventura. El caso es
que, sin distinción de motivos, y aunque su causa fuese una causa equivocada,
todos ellos, compatriotas nuestros, combatieron allí con mucho valor y mucho
sufrimiento. Por eso, para recordarlos, voy a contar hoy la historia de los
españoles del lago Ilmen.
10 de enero
de 1942: nieve hasta la cintura, un lago helado, grietas y bloques que cortan
el paso, temperatura nocturna de 53º bajo
cero. En una orilla, medio millar de soldados alemanes cercados y a
punto de aniquilación por una gigantesca ofensiva rusa. En la orilla opuesta, a
30 kilómetros, la compañía de esquiadores del capitán José Ordás: 206
extremeños, catalanes, andaluces, gallegos, vascos… La orden, cruzar el lago y
socorrer a los alemanes cercados en un lugar llamado Vsvad. La respuesta, muy
nuestra: “Se hará lo que se pueda y más de lo que se pueda”. El historiador
Stanley Payne definió aquella acción en tres escuetas palabras: “Una misión
suicida”. Y lo fue.
“Nosotros,
los españoles, sabemos morir”, escribe un joven teniente a su familia en
vísperas de la partida. Apenas se internan en el lago empiezan a cumplirse esas
palabras. Arrastrando entre la ventisca los trineos con las ametralladoras la columna de hombres vestidos de blanco
avanza por el infierno helado. Veinticuatro horas después, la mitad está fuera
de combate: 102 muertos o afectados por congelación. El resto, tras superar
seis grandes barreras de hielo y grietas con el agua hasta la cintura, con casi
todas las radios y brújulas averiadas, alcanza la otra orilla. Allí, uniéndose
a 40 letones de la Wehrmacht, los 104 españoles bordean el Ilmen hacia la
guarnición cercada, peleando.
El 12 de
enero, los españoles toman una aldea y la defienden de los contraataques
soviéticos. A esas alturas sólo quedan 76 hombres. El 17 de enero, 37 de ellos
toman varias aldeas. El contraataque ruso es feroz. Dos días más tarde, otra
sección encaja el contraataque de una masa de blindados, artillería, aviación e
infantes soviéticos, y sólo logran replegarse, tras defender tenazmente sus
posiciones, cinco españoles y un letón (mensaje del capitán Ordás) “La
guarnición no capituló. Murieron con las armas en la mano»” Veinticuatro horas
después, otro violento avance de blindados rusos es detenido con cócteles
molotov (mensaje de Ordás: “Punta de penetración enemiga frenada. Los rusos se
retiran. Dios existe”.
El 24 de
enero, retirándose ya todos, los rusos les cortan el paso. Quedan 34 españoles
vivos, la mitad heridos. Los que pueden combatir se presentan voluntarios para
recuperar la aldea y los cadáveres de sus compañeros muertos cinco días atrás.
Apoyados por un blindado alemán, 16 españoles atacan y la toman de nuevo. El
termómetro marca 58º bajo cero y el frío hiela los cerrojos de los fusiles. Por
fin los españoles regresan a su punto de partida. De los 206 hombres que
salieron dos semanas atrás, sólo hay 32 supervivientes. Todos recibirán la Cruz
de Hierro alemana, la Medalla Militar colectiva, y el capitán Ordás, la
individual. El más exacto resumen de su epopeya entre Ordás y el cuartel
general: “Dime cuántos valientes quedáis en pie”… “Quedamos doce”.
Hay gente
que no se rinde nunca. Su origen y destino fue diverso: de entre los niños
enviados a la URSS durante la Guerra Civil, de los marinos republicanos
exiliados, de los jóvenes pilotos enviados para formarse en Moscú, de los
comunistas resueltos a no dejar las armas, salieron numerosos combatientes que
se enfrentaron a la Wehrmacht encuadrados en el ejército ruso, como
guerrilleros tras las líneas enemigas o como pilotos de caza. Uno de éstos,
José Pascual Santamaría, conocido por Popeye, ganó la orden de Lenin a título
póstumo combatiendo sobre Stalingrado. Y cuando el periódico Zashitnik
Otechevsta titulaba "Derrotemos al enemigo como los pilotos del capitán
Alexander Guerasimov", pocos sabían que ese heroico capitán Guerasimov se
llamaba en realidad Alfonso Martín García, y entre sus camaradas era conocido
por El Madrileño.
O que una unidad de zapadores minadores integrada por
españoles, bajo el mando del teniente Manuel Alberdi, combatió desde Moscú
hasta Berlín, dándose el gusto de rebautizar calles berlinesas escribiendo
encima, con tiza, los nombres de sus camaradas muertos. En cuanto a lucha de
guerrillas, la relación de españoles implicados sería interminable, haciendo de
nuevo verdad aquel viejo y sombrío dicho: "No hay combatiente más
peligroso que un español acorralado y con un arma en las manos".
Centenares de irreductibles republicanos exiliados lucharon y murieron así, en
combate o ejecutados por los nazis, tras las líneas enemigas a lo largo de todo
el frente ruso, y también en Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia y otros lugares
de los Balcanes. El balance oficial lo dice todo: dos héroes de la Unión
Soviética, dos órdenes de Lenin, 70 Banderas y Estrellas Rojas (una, a una
mujer: María Pardina, nacida en Cuatro Caminos), otras 650 condecoraciones
diversas ganadas en Moscú, Leningrado, Stalingrado y Berlín, y centenares de
tumbas anónimas.
Y en Rusia,
en el frente de Leningrado volvieron a enfrentarse españoles contra españoles.
De una parte estaban los encuadrados en las guerrillas y el ejército soviético,
y de la otra, los combatientes de la División Azul: la unidad de voluntarios
españoles que Franco había enviado a Rusia como parte de sus compromisos con la
Alemania de Hitler. En ella, conviene señalarlo, había de todo: un núcleo duro
falangista y militares de carrera, pero también voluntarios de diversa
procedencia, desde jóvenes con ganas de aventura a gente desempleada y
hambrienta o sospechosos al régimen que así podían ponerse a salvo o aliviar la
suerte de algún familiar preso o comprometido. Y el caso es que, aunque la
causa que defendían era infame, también ellos pelearon en Rusia con una dureza
y un valor extremos, en un infierno de frío, nieve y hielo, en el frente del
Voljov, en la hazaña casi suicida del lago Ilmen (los 228 españoles de la
Compañía de Esquiadores combatieron a 50º bajo cero, y al terminar sólo
quedaban 12 hombres en pie), en el frente de Leningrado o en Krasny Bor, donde
todo el frente alemán se hundió menos el sector donde, durante el día más largo
de sus vidas y muertes, 5.000 españoles pelearon como fieras, a la desesperada,
aguantando el ataque masivo de 44.000 soldados soviéticos y 100 carros de
combate, con el resultado de una compañía aniquilada, varias diezmadas, y otras
pidiendo fuego artillero propio sobre sus posiciones, por estar inundados de
rusos con los que peleaban cuerpo a cuerpo. Obteniendo, en fin, del propio
Hitler este comentario: “Extraordinariamente duros para las privaciones y
ferozmente indisciplinados”. Y confirmando así unos y otros, rojos y azules,
otra vez en nuestra triste historia.
CEMENTERIO DE LOS DIVISIONARIOS ESPAÑOLES EN RUSIA
Moscú no
había sido tomada y Leningrado resistía. A principios de 1943, un ataque
soviético en Krasny Bor, otra barriada de Lenningrado, provocó 2.252 bajas
entre los españoles en un solo día con 1.125 muertos.
En octubre
la División Azul abandonaba el frente de combate. Sin embargo, quedó allí una
Legión Azul como una especie de parche del régimen de Franco para justificar
ante Alemania la retirada de la División Azul. Sólo vivió un mes en el frente.
A finales de febrero, Hitler decidió su repatriación. Acabada también la Legión
Azul, quedaron aún al lado de Alemania unos cientos de combatientes españoles,
pero ya no como unidad oficial, sino como voluntarios que luchaban
clandestinamente, pues el régimen abominó de ellos. La causa aliada se imponía
de forma clara a un Eje en paulatina descomposición. Franco cambió de rumbo: la
de congraciarse con los aliados. Y ello hasta el extremo de olvidarse a varios
cientos de divisionarios en el presidio soviético durante más de 10 años (entre
1941 y 1954). Éstos llegaron el viernes 2 de abril de 1954 al puerto de
Barcelona a bordo del buque Semíramis.
Sin embargo al
regresar a casa el régimen de Franco les da la espalda. Los exdivisionarios
siempre se quejaron de que en comparación con los excombatientes de la Guerra
Civil a ellos se les consideraba medio proscritos, medio malditos. Esto se debe
a que el franquismo se tenía que reinsertar en el concierto internacional. Es a
partir de los años 50, cuando el Gobierno español presenta a la División Azul
como suerte de abanderada, de precursora de la guerra fría. Se había ido a
combatir contra el comunismo, al lado de Alemania, pero no por Alemania.
Al volver a
casa cada divisionario se las tuvo que apañar de acuerdo con sus conocimientos
previos y sus conocidos. Unos ocuparon puestos como funcionarios y otros fueron
a alcaldes.
Sin embargo otros terminaron marginados, como el caso del
divisionario que en Bilbao estaba pidiendo por la calle, con la Cruz de Hierro
prendida, para escándalo del cónsul alemán.