La “Guerra del Asiento” fue un conflicto bélico que duró de
1739 a 1748, en el que se enfrentaron las flotas y tropas del Reino de Gran
Bretaña y del Imperio español principalmente en el área del Caribe.
En el Tratado de Utrecht, (1713), para el fin de la Guerra
de Sucesión española, negociado a espaldas de España por ingleses y franceses,
se había perdido para España Menorca y Gibraltar y los británicos obtuvieron
junto con el denominado “Asiento de negros” (Derecho a
proporcionar esclavos africanos a las colonias de la América española), también
la concesión del “Navío de permiso” que permitía el comercio directo de Gran
Bretaña con la América española por el volumen de mercancías que pudiese
transportar un barco de quinientas toneladas de capacidad.
Se crea así un precedente para que el Caribe se llene de
contrabandistas de todo pelaje. El “Asiento” era un permiso de monopolio del
“Asiento de negros”, es decir, la trata de esclavos, que fue concedido en
alquiler a la empresa inglesa South Sea Company, gracias al cual podía enviar a
América un total de 144.000 esclavos. Inglaterra había solicitado que sea
durante diez años, pero el rey francés Luis XIV, que tenía junto con Felipe V
de España el negocio funcionando, convirtió esos diez años en treinta. Tenía
los poderes de su nieto Felipe V.
Una ruta comercial específica y Jamaica se convierte en una
gran base de contrabandistas.
El caso es que entre piratas, corsarios, filibusteros y
contrabandistas, Inglaterra se iba introduciendo en el comercio con la América
española. José Patiño, ministro español que trabajaría intensamente para
levantar una nueva fuerza naval digna. Mientras, Inglaterra iniciaría una
política de acoso a las rutas comerciales coloniales que obligaría a extremar
al máximo sus defensas, responsabilidad que caería en manos de la Armada
española. Los políticos y comerciantes ingleses empezaron a considerar la opción
de una guerra total contra España. Por lo que se comenzó a malear a la opinión
pública. El uso sin disimulo de la piratería a mansalva, hizo que España se
viera obligada a reforzar sus flotas en El Caribe con naves de guerra extraídas
de su fuerza naval. El contrabando inglés empezó a declinar.En el año 1737 Inglaterra reclamaba el intercambio de unas
presas que habían hecho los guardacostas españoles. Pero la contabilidad del
Navío de Permiso y del Asiento de Negros seguían sin ser satisfechas por parte
de los anglos. La tensión iba subiendo enteros. Mientras Inglaterra concedía
centenares de licencias de corso para combatir a los guardacostas españoles en
la Cámara de los Comunes se exigía una respuesta armada.
El detonante de aquella explosiva situación la buscaron al
recordar el hecho sucedido siete años atrás. Al suceso en su momento no dieron
mayor importancia.
En 1731se produjo el incidente llamado “La oreja de
Jenkins”. El capitán de un guardacostas español, León Fandiño, le
cortó la oreja a un inglés después de haber tomado su navío que se dedicaba al
contrabando en las costas de Florida. Se comentó que el capitán español, tras
cortarle la oreja, le dijo “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo
mismo se atreve”, mostrando su oreja. Llegado a Londres Jenkins presentó una queja
formal ante el rey Jorge, quien hizo caso omiso del asunto.
Pero siete años después, el lobby de la guerra lo
convencería para que se personara ante los parlamentarios para explicar el
episodio aquel. Ante los miembros del parlamento, el tal Jenkins abrió una caja
en la que primorosamente envuelta había una oreja que no se entendía cómo podía
haber durado tanto tiempo incólume. Buscada la solución diplomática por
apariencia se firmó el Convenio de El Pardo, cuyos términos según criterio de
los comerciantes y opinión pública inglesa eran muy indulgentes. La Cámara rechazó
el Convenio. La prensa británica se encargaría de deformar el incidente de la
oreja de Jenkins exagerando la crueldad española mientras las calles
londinenses aparecían empapeladas con panfletos, incitando a la guerra contra
España. Los comerciantes ingleses utilizaron la rivalidad política interna,
para crear una reacción patriótica inducida a presión con la intención de
precipitar la guerra. El conflicto armado de 1739 es un claro resultado de esta
precuela de manipulación de la opinión pública. Gran Bretaña pretendía dominar
los mares y para ello debía desalojar a España de América. La presencia de Gran
Bretaña en aguas americanas era un hecho consumado desde hacía tiempo: Belice,
Trinidad y Tobago, Jamaica, las Caimán, etc.
Tras arribar el Comandante Edward Vernon con la flota
inglesa a la isla de Antigua a principios de octubre de 1739, envió tres navíos
a interceptar las naves mercantes españolas. Tras divisar varios buques de
pequeño porte en el puerto de La Guaira, decidió atacar cambiando la bandera
británica por la española y entrar tranquilamente en el puerto y una vez en él
tomar las naves y asaltar el fuerte. Y el 22 de octubre, el capitán Waterhouse
entró en el puerto de La Guaira. Los artilleros del puerto esperaron. Tras tres
horas de intenso cañoneo, Waterhouse ordenó la retirada de sus maltrechos
barcos, que hubieron de recalar en Jamaica para acometer reparaciones de
urgencia. El almirante E. Vernon en noviembre de 1739, al mando de seis naves
capturó y destruyó la actual Portobelo, en Panamá. El gobernador de la plaza no
tenía la defensa preparada. Vernon ordenó respetar las haciendas de los
civiles, en previsión de una buena relación con la población. Tras el éxito de Portobelo, Vernon decidió probar suerte con
Cartagena de Indias, considerada un objetivo prioritario. Con la excusa de
hacer entregar una carta a don Blas de Lezo, aprovecharía para hacer un estudio
de las defensas españolas, pero esto no fue posible porque se prohibió la
entrada del Fraternity en el puerto.
Decidieron dar un golpe decisivo, para lo que Inglaterra
reunió una formidable flota que salió de Jamaica y fondeó a principios de marzo
de 1741 junto a la costa de Cartagena de Indias, la ciudad más importante del
Caribe. Inglaterra estaba tan segura de su victoria que el rey inglés mandó
acuñar monedas celebrando su triunfo, en las que se leía "La arrogancia
española humillada por el almirante Vernon y los héroes británicos tomaron
Cartagena” abril de 1741. En ellas aparecía el almirante español Blas de Lezo
representado de rodillas entregando su espada al almirante Vernon. La ciudad
estaba defendida militarmente por el almirante vasco, marino con experiencia en
batallar con los británicos.
FUERTE SAN FELIPE
Esta nueva Armada Inglesa era la segunda más grande de todos
los tiempos, después de la armada aliada que desembarcó en Normandía en la II
guerra Mundial . El ejército inglés, comandado por el almirante Edward Vernon,
trató de invadir Cartagena de Indias con 32.000 soldados y 3.000 piezas de
artillería. Cartagena estaba escasamente defendida.
En aquellos días, Blas de Lezo era el responsable de la
defensa de la ciudad. Cartagena de Indias contaba con unas magníficas
fortalezas y castillos que protegían la ciudad. Lezo disponía de 3.000 soldados
del ejército regular español, reforzados con 600 arqueros indios del interior y
unas 1.000 piezas de artillería y tan solo 3 navíos.
Resultó decisiva la eficacia de los servicios de
inteligencia españoles, que consiguieron infiltrar espías en la Corte
Londinense y en el Cuartel General del almirante Vernon. El plan general inglés
así como el proyecto táctico de la toma de Cartagena de Indias fueron conocidos
de antemano en las Cortes Españolas y por Blas de Lezo.
BLAS DE LEZO
Por entonces, el virrey Eslava, suponía que el almirante
Torres llegaría a tiempo a Cartagena para atacar a Vernon por la retaguardia,
ya que estaba en La Habana. Pero Torres nunca llegó a Cartagena.
En Cartagena no era Lezo quien comandaba la defensa de las
fortificaciones, sino el virrey de Nueva Granada, don Sebastián Eslava. Lezo
estuvo enfrentado a su jefe.
SEBASTIÁN ESLAVA
No existía un gobernador militar en la ciudad, por lo que
Eslava decidió tomar en persona el mando de la defensa al saber que los
británicos se dirigían al puerto caribeño, por lo que Blas de Lezo quedó como
su subordinado. Al igual que Blas de Lezo, Eslava era un hombre de hierro,
enemigo de los halagos y sin pelos en la lengua.
Felipe V por Real Cédula de 20 de agosto de 1739, restauró
el Virreinato de Nueva Granada y lo puso a cargo del teniente general don
Sebastián de Eslava. Eslava está considerado uno de los virreyes que iniciaron
las reformas borbónicas en América, un ilustrado con conocimiento de ciencias
naturales y con la inteligencia de saber que los asedios se ganan por los
ingenios militares y no la fuerza bruta.
Don Blas de Lezo, hombre avezado en la mar y acostumbrado a
dirigir sus navíos desde una autoridad indiscutible, se vio obligado a poner
pie a tierra, y enviar buena parte de sus hombres y los cañones de sus barcos a
cubrir puestos en la muralla, porque no había con qué hacerlo.
El virrey Eslava era de carácter áspero, mientras que Blas
de Lezo, un brillante estratega que ya había tenido problemas con otros mandos,
llevaba muy mal ponerse a las órdenes de “caballeros terrestres”.
Eslava estableció un plan de defensa consistente en asegurar
los aprovisionamientos de la ciudad preparándola para soportar un largo asedio;
así como basarse en la movilidad de sus escasas fuerzas, que fue utilizando
conforme las circunstancias de la batalla lo requerían, además de su mejor
conocimiento del terreno y la adaptación al medio. Sabía que si se alargaba la
oposición, la insalubridad ambiental causaría estragos en las tropas
británicas, como así fue. Para ello, tuvo especial importancia la resistencia,
prolongada todo lo posible, en el Castillo de San Luis de Bocachica, para
retrasar la entrada de los atacantes en la bahía exterior de la plaza, reparó
el Castillo de Bocachica y varios fuertes que protegían el puerto. En el
Castillo de San Lázaro puso en marcha una fábrica de munición y carruajes. Se
preocupó del suministro de las armas y del entrenamiento de los hombres.
Rehabilitó los puestos en Santa Marta, Puerto Cabello y Guaira, también los
fuertes de Araya y San Antonio en la provincia de Cumaná y el islote de Caño de
Limones.
El 25 de marzo el jefe de los ingenieros propuso una defensa
móvil por las fortalezas exteriores (San Luis de Bocachica, Santa Cruz,
Manzanillo, Pastelillo, San Felipe y, en último término, El Arrabal), mientras
que Lezo apostaba por una defensa estática y por hundir los pocos barcos
españoles a la entrada de la bahía para dificultar la navegación de los barcos
británicos. Eslava finalmente ordenó que los barcos no se hundieran, pues se
trataba de una operación muy compleja y estéril si no se hacía en el lugar
exacto, decisión que el vasco no acató.
El paso de las semanas derivó en un choque directo entre los
mandos españoles. Si bien Eslava exigió con palabras gruesas en su informe a la
Corte que cesara al marino por insubordinación hasta que explicara su
comportamiento, Blas de Lezo no se quedaba corto en el fragmento de su diario
que hizo llegar a Madrid al presentar al virrey como un cobarde y un
incompetente.
La realidad es que el navarro fue herido en combate y que
consta su presencia en la primera línea de batalla en momentos críticos. Eslava
planeó una defensa en tierra, conocedor de que bastaba con ganar tiempo y dejar
que fueran las enfermedades tropicales quienes hicieran el trabajo sucio.
Algunos autores hablan de 18.000 bajas entre muertos y heridos en las filas
británicas, en su mayoría a causa de enfermedades.
Los cascos hundidos sirvieron de núcleo colector de arena lo
que aceleró la formación de la barra, dificultando la navegación.
El 13 de marzo de 1741 la imponente flota del almirante
Edward Vernon llegaba a la bahía de Cartagena. El 15 de marzo, llegan los
primeros buques ingleses a Playa Grande y dos días después fondearon sobre la
misma playa 195 navíos. El 19 de marzo, los ingleses continúan sin disparar y
estudian el campo de operaciones. 20 de marzo, toda la armada inglesa queda
anclada en la Punta de Hicacos, consiguen desembarcar 500 efectivos cerca de la
batería de Santiago y el 21 desembarca el resto del contingente británico.
Noche del 20 al 21, los ingleses toman la batería de Varadero y con sus cañones
disparan a la de Punta de Abanicos. Los españoles abandonan la batería,
quedando Campuzano con un sargento y 11 soldados del regimiento de Aragón y dos
artilleros. El 3 de abril, 18 buques alineados frente a Bocachica inician un
terrible bombardeo para romper las defensas de los castillos de San Luis y San
José. El 4 y el 5 de abril, los fuertes reciben un intensísimo y prolongado
cañoneo. Las murallas del castillo San
Luis se derrumbaron y por la brecha abierta cargaron los ingleses a bayoneta
calada desde tierra. Ante la
imposibilidad de resistir, se tocó retirada y durante toda la noche continuó el
desembarco enemigo.
El 11 de abril los ingleses toman el castillo de Santa Cruz
que previamente había sido abandonado. La situación empeoraba para los
españoles
El 13 de abril comenzó el asedio de la ciudad con continuos
bombardeos. Simultáneamente otra escuadra asediaba al fuerte Manzanillo. La situación empezaba a ser desesperada para
los españoles, les faltaban alimentos y el enemigo no daba tregua. Iban pasado
los días, y el cañoneo inglés no cesaba, era intenso y continuo, mañana, tarde
y noche.
Cartagena de Indias fue severamente castigada por la
artillería naval inglesa. Vernon estimó que los españoles resistiría dos o tres
días más. Los españoles tenían orden de resistir hasta el final no se les
permitía ni un paso atrás, habían clavado la bandera e iban a morir allí,
defendiendo la ciudad hasta el final. El 16 de abril, a las 4 de la mañana,
Vernon decidió que se tomaría Cartagena de Indias al asalto, más de 10.000
hombres desembarcaron por la costa de Jefar, los macheteros jamaicanos, los milicianos
americanos y las fuerzas regulares inglesas. Pero las sucesivas ofensivas
inglesas se encontraron con trincheras inexpugnables así como con los mosquetes
y bayonetas españolas. El 17 de abril, la infantería británica, toman el alto
de Popa, a un kilómetro del castillo de San Felipe.
Blas de Lezo mandó
excavar un foso en torno al castillo para que las escalas inglesas se quedasen
cortas al intentar tomarlo. Ordenó cavar una trinchera en zigzag, evitando que
los cañones ingleses se acercasen demasiado. Les envió dos “desertores” que
engañaron y llevaron a la tropa inglesa hasta un flanco de la muralla bien
protegido, donde serían masacrados sin piedad.
La noche del 19 al 20 de abril se produjo el definitivo
asalto al castillo de San Felipe. Tras
una potente preparación artillera
Vernon intentó asaltar el castillo con unos 10.200 hombres de infantería.
Enfrente tenía la batería de San Lázaro
de propio castillo de San Felipe y 1.000 hombres muy motivados.
La sorpresa fue mayúscula, cuando los ingleses comprobaron
que sus escalas eran demasiado cortas y no podían escalar las murallas del
castillo. Las tropas inglesas no podían atacar ni huir debido al peso del
equipo. Aprovechando esta circunstancia, los españoles abrieron fuego contra
los británicos, produciéndose una carnicería sin precedentes. Al amanecer, se
encontraron con las bayonetas de unos trescientos soldados de los tercios
españoles que saltaban sobre ellos desde sus trincheras.
El error del castillo de San Felipe desmoralizó a los
ingleses. El orgulloso Vernon había sido incapaz de vencer a unos pocos
harapientos españoles.
El pánico se apoderó de los ingleses, rompieron sus líneas
de combate y huyeron despavoridos tras la última carga española hacia sus
barcos.
Desde el 22 al 25 de abril, decrecieron los enfrentamientos.
El 26 los ingleses volvieron a bombardear la ciudad. El 9 de mayo, Vernon
ordenó la retirada, levantar el asedio y volver a Jamaica. Había fracasado
estrepitosamente. Tan sólo acertó a pronunciar, entre dientes, una frase: “God
damn you, Lezo!”, (Dios te maldiga, Lezo)
Vernon envío de una última carta a Lezo: “Hemos decidido
retirarnos, pero para volver pronto a esta plaza, después de reforzarnos en
Jamaica”. A lo que Lezo respondió con ironía: “Para venir a Cartagena es
necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque esta
sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres.”
Los ingleses tuvieron 9.500 muertos, 7.500 heridos,
perdieron 1.500 cañones y 50 naves.
Los españoles sufrieron 800 muertos, 1.200 heridos y
perdieron 6 naves.
El asedio y la batalla se ha contado infinidad de veces,
porque el arrojo, la valentía y la inteligencia de Blas de Lezo y el virrey
Eslava fueron tan determinantes, tan grandes que ha quedado para la historia y
los anales de las batallas casi imposibles de ganar. Pero se logró. El fracaso
de la Armada inglesa, se mire desde el punto de vista que se mire, fue muy
superior al de la Gran Armada de Felipe II.
En un informe que el virrey Eslava envió por Vía Reservada
el 1 de junio de 1741 a José Quintana, expuso lo poco útil que fue la
estrategia del vasco de hundir los navíos: “Todo el interés de Lezo estaba en
hundir sus navíos para que no cayeran en poder del enemigo y resultase él
responsable, y pretender tapar con los cascos hundidos los canales por donde
Vernon tendría que meter sus barcos; pero hundieron todos los barcos mal, no
solo los suyos, sino que hizo hundir además nueve barcos mercantes que había en
el puerto, y semejante ruina no sirvió para nada, porque los que debían
desfondarlos los abandonaron antes de tiempo y así los buques no se hundieron
donde debían sino donde el viento los llevó, de manera que ninguno estorbó para
la entrada de Vernon, quien llegó con sus barcos hasta la misma bahía de las
Ánimas, el puerto de la ciudad”.
No obstante la victoria de las fuerzas españolas prolongó la
supremacía militar española en el Atlántico occidental hasta el siglo XIX.
El rey Jorge II ordenó a los historiadores ingleses que no
se escribiera nada de la derrota. Y así se ocultó a la historia.
A pesar de su profundo descrédito, a Vernon a su muerte en
1757 se le decidió enterrar su cuerpo en la Abadía de Westminster, como si
fuera un héroe más de los que allí reposan.
Blas de Lezo corrió una suerte diferente. Blas quedó muy mal
herido por los combates de Cartagena de Indias, murió cinco meses más tarde
víctima de las heridas del combate. Y lo lamentable, nadie sabe dónde está
enterrado, murió en Cartagena en septiembre de 1741.
Sebastián de Eslava tras la batalla, Felipe V lo ascendió a
capitán general de los Reales Ejércitos en octubre de ese año. En 1754 fue
nombrado ministro de la Guerra, cargo que ocupó hasta su muerte
Para los ingleses aquella costosa campaña quedaría como una
retirada táctica. Al terminar la guerra del Asiento, en 1748 se retornó al
statu quo anterior. La integridad territorial española permaneció como antaño.
En 1750 Gran Bretaña renunciaría al Navío de Permiso y al Derecho de Asiento a
cambio de 100.000 libras.
A pesar del potencial desplegado en todas sus campañas
navales, los resultados fueron magros, por no decir nulos.
Existe un monumento al Almirante Blas de Lezo inaugurado por
el entonces rey de España Juan Carlos I, acompañado por el embajador de
Colombia del 2014.
También hay una fragata de la Armada Española con el nombre
“Blas de Lezo”. Lezo está reivindicado como un héroe no solamente en su defensa
de Cartagena de Indias, sino en anteriores batallas.
El virrey Sebastián de Eslava y Lazaga es otro gran desconocido
y olvidado en la historia de España.