El combate de la Gran Armada.
En
el capítulo anterior estábamos en que Felipe II había decidido invadir
Inglaterra y para ello construir una gran flota. Por fin, según el plan
definitivo, el asalto a Inglaterra sería llevado a cabo por los tercios viejos
afincados en Flandes de Alejandro Farnesio, con el Duque de Parma.
Así pues, D. Álvaro de Bazán únicamente se dirigiría con una flota desde Lisboa (Portugal era de soberanía española desde 1580) hasta los Países Bajos, siendo esta flota un instrumento de apoyo, transporte de los tercios de Flandes a Inglaterra.
Pero Álvaro de Bazán murió poco después en Lisboa en febrero de 1588.
La Armada necesitaba un nuevo almirante y el elegido por Felipe II fue Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia y noble del más alto rango, que sin embargo, no tenía conocimientos en la navegación e incluso se mareaba al hacerlo.
Se ha culpado al Duque de Medina Sidonia del fracaso, se le ha tratado poco menos como a un inepto, lo cierto es que en combate solo se hundió un navío.
Dos años fueron necesarios para que los astilleros construyeran la flota. Tal era su magnitud que fue necesario reacondicionar buques mercantes para el combate.
Así pues, D. Álvaro de Bazán únicamente se dirigiría con una flota desde Lisboa (Portugal era de soberanía española desde 1580) hasta los Países Bajos, siendo esta flota un instrumento de apoyo, transporte de los tercios de Flandes a Inglaterra.
Pero Álvaro de Bazán murió poco después en Lisboa en febrero de 1588.
La Armada necesitaba un nuevo almirante y el elegido por Felipe II fue Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia y noble del más alto rango, que sin embargo, no tenía conocimientos en la navegación e incluso se mareaba al hacerlo.
Se ha culpado al Duque de Medina Sidonia del fracaso, se le ha tratado poco menos como a un inepto, lo cierto es que en combate solo se hundió un navío.
Dos años fueron necesarios para que los astilleros construyeran la flota. Tal era su magnitud que fue necesario reacondicionar buques mercantes para el combate.
GRAN Y FELICÍSIMA ARMADA EN FORMACIÓN.
La
Armada contaba 130 navíos, 8.000 marineros y 20.000 hombres. Así, enarbolando
la bandera católica, la flota comenzó a formar para iniciar su viaje.
Por fin el 22 de julio de 1588, viernes, zarpa de La Coruña, con buen tiempo, la Gran Armada con sus 127 naves agrupadas en 10 escuadras.
Una vez fuera de puerto, la primera parada fue en La Coruña, lugar en el que los españoles esperaban recibir víveres y munición.
La Felicísima Armada tenía órdenes de no combatir a menos que fuera estrictamente necesario. Anclaron en la Coruña, pero se declaró una violenta tormenta que dispersó casi la mitad de la flota. Varios días después seguían sin tener noticias de numerosos navíos, otros estaban averiados y cada día caían más hombres enfermos. Tras algunas semanas de trabajo se recuperó prácticamente. El 26 de julio otra terrible tormenta acosó de nuevo a la armada provocando que casi medio centenar de buques perdieran su rumbo y se alejaran del resto del convoy. Con todo, a base de trabajo duro se consiguió reunir de nuevo a los buques y reanudar la marcha hacia Inglaterra tres días después no sin ciertos problemas.
Por fin el 22 de julio de 1588, viernes, zarpa de La Coruña, con buen tiempo, la Gran Armada con sus 127 naves agrupadas en 10 escuadras.
Una vez fuera de puerto, la primera parada fue en La Coruña, lugar en el que los españoles esperaban recibir víveres y munición.
La Felicísima Armada tenía órdenes de no combatir a menos que fuera estrictamente necesario. Anclaron en la Coruña, pero se declaró una violenta tormenta que dispersó casi la mitad de la flota. Varios días después seguían sin tener noticias de numerosos navíos, otros estaban averiados y cada día caían más hombres enfermos. Tras algunas semanas de trabajo se recuperó prácticamente. El 26 de julio otra terrible tormenta acosó de nuevo a la armada provocando que casi medio centenar de buques perdieran su rumbo y se alejaran del resto del convoy. Con todo, a base de trabajo duro se consiguió reunir de nuevo a los buques y reanudar la marcha hacia Inglaterra tres días después no sin ciertos problemas.
DUQUE DE MEDINA SIDONIA
Los ingleses no tardaron en avistar a la Armada española. Según cuenta la leyenda, el corsario
Esa misma noche, los británicos armaron 54 buques y dirigieron sus velas hacia la Invencible. Los españoles no tenía órdenes de combatir, sino de atravesar el Canal de la Mancha y llegar hasta Flandes para recoger a la infantería que invadiría Inglaterra.
Ambas escuadras se divisaron cerca del extremo suroeste de las costas inglesas.
Una vez frente a frente, los ingleses comprendieron que no podían enfrentarse a aquella mole de navíos sin salir mal parados, por lo que decidieron aprovechar su poderosa artillería y andanada tras andanada, bombardearon a la Armada desde la lejanía sin recibir ningún daño a cambio.
Mientras, a los españoles no les quedó más remedio que intentar, mediante todo tipo de tretas, que los ingleses se acercaran lo suficiente para bombardearles hasta la muerte. Fue imposible, los enemigos, más livianos y veloces, atacaban y se retiraban a placer para desesperación hispana.
Finalmente, una flota inglesa inferior en número logró hacer huir a la Armada. Alrededor del mediodía los soldados de Isabel I abandonaron la contienda sin hacer excesivos daños a la Felicísima, de hecho recibió las primeras bajas serias mientras continuaba su viaje, lento pero imparable, hacia Dunkerque. Y es que, Medina Sidonia tenía órdenes de no detener su camino y no combatir contra el inglés.
Las primeras pérdidas españolas de importancia se produjeron después de la batalla: la “San Salvador” fue pasto de las llamas debido al estallido de unos barriles de pólvora. Después, la “Nuestra Señora del Rosario” chocó al maniobrar con otra embarcación andaluza resultando gravemente dañada. Ambas caerían en pocas horas en manos de los ingleses.
Los ingleses no tardaron en avistar a la Armada española. Según cuenta la leyenda, el corsario
Esa misma noche, los británicos armaron 54 buques y dirigieron sus velas hacia la Invencible. Los españoles no tenía órdenes de combatir, sino de atravesar el Canal de la Mancha y llegar hasta Flandes para recoger a la infantería que invadiría Inglaterra.
Ambas escuadras se divisaron cerca del extremo suroeste de las costas inglesas.
Una vez frente a frente, los ingleses comprendieron que no podían enfrentarse a aquella mole de navíos sin salir mal parados, por lo que decidieron aprovechar su poderosa artillería y andanada tras andanada, bombardearon a la Armada desde la lejanía sin recibir ningún daño a cambio.
Mientras, a los españoles no les quedó más remedio que intentar, mediante todo tipo de tretas, que los ingleses se acercaran lo suficiente para bombardearles hasta la muerte. Fue imposible, los enemigos, más livianos y veloces, atacaban y se retiraban a placer para desesperación hispana.
Finalmente, una flota inglesa inferior en número logró hacer huir a la Armada. Alrededor del mediodía los soldados de Isabel I abandonaron la contienda sin hacer excesivos daños a la Felicísima, de hecho recibió las primeras bajas serias mientras continuaba su viaje, lento pero imparable, hacia Dunkerque. Y es que, Medina Sidonia tenía órdenes de no detener su camino y no combatir contra el inglés.
Las primeras pérdidas españolas de importancia se produjeron después de la batalla: la “San Salvador” fue pasto de las llamas debido al estallido de unos barriles de pólvora. Después, la “Nuestra Señora del Rosario” chocó al maniobrar con otra embarcación andaluza resultando gravemente dañada. Ambas caerían en pocas horas en manos de los ingleses.
El
6 de agosto los españoles arribaron al puerto francés de Calais, ubicado a unos
46 kilómetros de Dunkerque. Escasos de munición y con unos buques dañados
después de varios combates, Medina Sidonia envió una misiva desesperada al
Duque de Parma: debía trasladarse lo más rápidamente posible hasta esa posición
con sus hombres para poder cumplir la misión. Pero el de Parma no se encontraba
preparado debido a la falta de materiales y munición.
Para más desgracia, en la mañana siguiente los ingleses atacaron lanzando sobre la Armada española, ahora amarrada, con varios brulotes. Medina Sidonia había sospechado que los ingleses lanzarían un ataque con brulotes y puso centinelas, de forma que, cuando se lanzó el ataque, durante la noche del 7 al 8 de agosto, dos de las naves inglesas fueron interceptadas y encallaron. Quedaban seis, que pasaron. Los ingleses habían cargado los cañones de las naves con doble carga, de forma que la explosión, el humo y el fuego eran tremendos, sembrando el pánico y el temor. Estas curiosas armas consistían en barcos que, una vez desalojados, eran cargados con munición y pólvora. A continuación, se les prendía fuego y se les lanzaba contra el enemigo. Un “barco bomba” sería hoy.
La mayoría de los capitanes cortaron amarras y huyeron. “De un solo golpe la Armada se había transformado de una fuerza de combate cohesionada y formidable en un conjunto de barcos dominados por el pánico”, determinan, en este caso, el historiador Geoffrey Parker y el profesor emérito de arqueología submarina Colin Martin en su popular obra conjunta “La Gran Armada: La mayor flota jamás vista desde la creación del mundo”.
Al amanecer del 8 de agosto el duque contaba solo con su capitana y cuatro naves de escolta para protegerla. Poco a poco las naves regresaron, con los galeones fuertemente armados para proteger la retaguardia de la dispersa Armada mientras se reagrupaba. La cruda realidad, no obstante, era que los ingleses los tenían donde ellos querían.
Para más desgracia, en la mañana siguiente los ingleses atacaron lanzando sobre la Armada española, ahora amarrada, con varios brulotes. Medina Sidonia había sospechado que los ingleses lanzarían un ataque con brulotes y puso centinelas, de forma que, cuando se lanzó el ataque, durante la noche del 7 al 8 de agosto, dos de las naves inglesas fueron interceptadas y encallaron. Quedaban seis, que pasaron. Los ingleses habían cargado los cañones de las naves con doble carga, de forma que la explosión, el humo y el fuego eran tremendos, sembrando el pánico y el temor. Estas curiosas armas consistían en barcos que, una vez desalojados, eran cargados con munición y pólvora. A continuación, se les prendía fuego y se les lanzaba contra el enemigo. Un “barco bomba” sería hoy.
La mayoría de los capitanes cortaron amarras y huyeron. “De un solo golpe la Armada se había transformado de una fuerza de combate cohesionada y formidable en un conjunto de barcos dominados por el pánico”, determinan, en este caso, el historiador Geoffrey Parker y el profesor emérito de arqueología submarina Colin Martin en su popular obra conjunta “La Gran Armada: La mayor flota jamás vista desde la creación del mundo”.
Al amanecer del 8 de agosto el duque contaba solo con su capitana y cuatro naves de escolta para protegerla. Poco a poco las naves regresaron, con los galeones fuertemente armados para proteger la retaguardia de la dispersa Armada mientras se reagrupaba. La cruda realidad, no obstante, era que los ingleses los tenían donde ellos querían.
Esta
fue la llamada “Batalla de Gravelinas” que se desarrolló el 8 de agosto entre
Gravelinas y Ostende en el norte de Francia. Esta batalla fue la única
relativamente importante de la expedición y duró nueve horas. Dos naves
tuvieron accidentes, mientras que otro, el María Juan, llegó a hundirse: el
único que lo haría. Pero lo peor estaba todavía por llegar. “A media tarde se
desencadenó un violento temporal mientras los españoles estaban cada vez más
indefensos, contra los ingleses y contra el viento que les arrastraba”, señala
por su parte Gómez Centurión en su popular libro. Medina Sidonia aceptó su
derrota y se dispuso a volver a aguas españolas. Este sencillo plan también se
planteaba difícil.
Para regresar, Medina Sidonia ordenó bordear por el norte Inglaterra, una dura travesía que acabó con los restos de la Armada Invencible. “Se inició así un largo y penoso viaje de retorno, a veces convertido en una auténtica pesadilla, durante el cual miles de hombres perdieron la vida y varias decenas de barcos se fueron a pique”, explica el experto español.
Para regresar, Medina Sidonia ordenó bordear por el norte Inglaterra, una dura travesía que acabó con los restos de la Armada Invencible. “Se inició así un largo y penoso viaje de retorno, a veces convertido en una auténtica pesadilla, durante el cual miles de hombres perdieron la vida y varias decenas de barcos se fueron a pique”, explica el experto español.
RECORRIDO DE LA GRAN ARMADA
Temerosos de iniciar un prolongado enfrentamiento, la armada inglesa se batió en retirada hacia su isla para preparar el reabastecimiento y esperar el milagro; sin embargo la flota española, exhausta, con sus objetivos demasiado desdibujados, incapaces de llegar a ningún puerto aliado y con numerosas pequeñas averías se vería obligada a rodear la isla británica. Las condiciones fueron horribles. Los pequeños arañazos alcanzados por los ingleses fueron transformando los barcos en ruinas flotantes por las tempestades y la defectuosa cartografía portada por los españoles. En realidad, de los aproximadamente 130 barcos que componían la Armada Española al salir, regresaron a España unos 95 y hasta los mismo ingleses esperaban su retorno inmediato cuando el viento les fuese favorable, sospechando que habrían esperado su oportunidad fondeando en las costas danesas o noruegas. Finalmente, en septiembre de 1588 la Gran Armada llegó a las costas españolas. Entre los españoles hubo 1.000 muertos y 800 heridos. Fue una medida del liderazgo de Medina Sidonia y de la fortaleza y resistencia de sus hombres que tantos buques llegasen a regresar.
Esto es la gran victoria por la que brindan: que los españoles tuvieran que dar media vuelta debido al temporal y a la imposibilidad de combate. Y es que más que una victoria Inglesa fue un cúmulo de desastrosos contratiempos que bien resumió Felipe II en su célebre frase: “Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos”.
Pero en la pérfida Albión, no hubo festejos, sino las epidemias y la hambruna que habían poblado la costa, exhaustas por el estéril sobresfuerzo.
Temerosos de iniciar un prolongado enfrentamiento, la armada inglesa se batió en retirada hacia su isla para preparar el reabastecimiento y esperar el milagro; sin embargo la flota española, exhausta, con sus objetivos demasiado desdibujados, incapaces de llegar a ningún puerto aliado y con numerosas pequeñas averías se vería obligada a rodear la isla británica. Las condiciones fueron horribles. Los pequeños arañazos alcanzados por los ingleses fueron transformando los barcos en ruinas flotantes por las tempestades y la defectuosa cartografía portada por los españoles. En realidad, de los aproximadamente 130 barcos que componían la Armada Española al salir, regresaron a España unos 95 y hasta los mismo ingleses esperaban su retorno inmediato cuando el viento les fuese favorable, sospechando que habrían esperado su oportunidad fondeando en las costas danesas o noruegas. Finalmente, en septiembre de 1588 la Gran Armada llegó a las costas españolas. Entre los españoles hubo 1.000 muertos y 800 heridos. Fue una medida del liderazgo de Medina Sidonia y de la fortaleza y resistencia de sus hombres que tantos buques llegasen a regresar.
Esto es la gran victoria por la que brindan: que los españoles tuvieran que dar media vuelta debido al temporal y a la imposibilidad de combate. Y es que más que una victoria Inglesa fue un cúmulo de desastrosos contratiempos que bien resumió Felipe II en su célebre frase: “Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos”.
Pero en la pérfida Albión, no hubo festejos, sino las epidemias y la hambruna que habían poblado la costa, exhaustas por el estéril sobresfuerzo.