lunes, 20 de mayo de 2024

EXPEDICIÓN LOAYSA - ELCANO 1525

Continuamos con la narración de las proezas del Imperio Español que en realidad es poco conocido por muchos. No hay nada mejor que sentirse capaz de hacer grandes cosas, de tener fe y capacidad para enfrentarse a lo desconocido.
Nada detenía a aquellos hombres. Todavía nos preguntamos de que pasta estarían hechos para decidirse por inciertas exploraciones.

JUAN SEBASTIÁN EL CANO 
Entusiasmado por el viaje de Magallanes-El Cano, y mientras se negociaba con los portugueses, Carlos V ordenó la preparación de otra armada, para realizar una expedición a las preciadas Islas Molucas. Puso bajo el mando de García Jofré de Loaysa , a quien concedió el título de capitán general y gobernador y justicia mayor de las islas del Molucas. La flota partió de La Coruña el 24 de julio de 1525 y llevaba como segundo a Juan Sebastián Elcano.
Los portugueses habían descubierto las islas en 1512 al mando de Francisco Serrão. España aspiraba a su control desde Occidente, y los portugueses desde Oriente.
Como sabemos el objetivo del famoso viaje de Magallanes era llegar a las Molucas. En 1519 Fernando de Magallanes empieza la aventura de llegar a las Molucas navegando por occidente, situadas más allá del límite del Tratado de Tordesillas de 1494, tratando de demostrar que estas islas pertenecían a Castilla y no a Portugal. En 1521 cruzó el paso interoceánico que lleva su nombre, en el extremo sur de América y tomó camino hacia el noroeste. La expedición española fue tocando tierra en varias de las islas de las hoy conocidas como Filipinas, enfrentándose en muchas de ellas con los indígenas. En uno de esos enfrentamientos murió Magallanes y su segundo, Juan Sebastián Elcano consiguió completar el viaje, llegando a las Molucas a finales de 1521. Volvió a España desde las islas, en 1522, luego de dar la vuelta al mundo navegando siempre hacia el oeste. La primera vuelta al globo terráqueo.
Las islas Molucas eran famosas por ser las islas de las Especias. Actualmente son un archipiélago de Indonesia.
Como dijimos, el emperador Carlos V, entusiasmado con la proeza de Magallanes-El Cano ordenó la expedición. La flota estaba compuesta por siete naves: la Santa María de la Victoria, la Sacti Spiritus, la Anunciada, la San Gabriel, la Santa María del Parral, la San Lesmes y el patache Santiago y 450 hombres entre ellos aparte de García Jofre de Loaysa estaban Juan Sebastián Elcano, un joven llamado Andrés de Urdaneta y el famoso Rodrigo de Triana.
Siguiendo la ruta de Magallanes, pusieron proa al estrecho que lleva su nombre, donde empezaron los problemas. La nao de Elcano, la Sancti Spiritus, encalló y se fue a pique. Otras dos naves, desalentadas por las dificultades del viaje, desertaron. Una de ellas, la Anunciada, intentó llegar al Pacífico por el cabo de Buena Esperanza. Las aguas la engulleron y no se supo más de ella. La San Gabriel logró regresar a España después de numerosos tormentos. Con solo cuatro naves muy maltratadas, la expedición logró atravesar el estrecho y llegar al Pacífico el 26 de mayo de 1526 después de 48 días de infierno. Allí, sin dar tregua a la marinería, una violenta tempestad separó a la castigada flota que nunca más volvió a reencontrarse.

García Jofré de Loaysa
En la nave capitana, la nao Santa María de la Victoria dirigida por Loaísa, se apiñaron los supervivientes de la Sancti Spiritus con Elcano a la cabeza. El escorbuto no tardó en aparecer. Tiempo después Urdaneta recordó con horror: "Toda esta gente que falleció, murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa, vi sacar a un hombre tanto grosor de carne de las encías como un dedo, y al otro tenerlas crecidas como si no le hubieran hecho nada".
No menos de cuarenta hombres fallecieron en medio del océano, incluidos el capitán general Loaísa, fallecido el 31 de julio de 1526, tomando el relevo Elcano en el mando, que tan solo duraría 4 días Tres de las naves no llegaron a cruzar el estrecho de Magallanes y sólo una, la Santa María de la Victoria, alcanzó las Molucas, donde la tripulación tuvo que enfrentarse con los portugueses durante casi un año. Tras sufrir innumerables vicisitudes a lo largo de un durísimo y amargo viaje, sólo 24 hombres de esta nao regresaron a España.
En su travesía, llegaron al Pacífico el 26 de mayo de 1526. La expedición estaba siendo desastrosa por el hundimiento de una de las naves, la Santa María del Parral, la pérdida de la Sancti Spiritus y las deserciones de la Anunciada y la San Gabriel. Además, las naves comenzaron a averiarse por los embates del mar y los tripulantes fallecían como consecuencia del escorbuto. Durante el viaje se perdieron el patache Santiago, que llegó a la Nueva España y la San Lesmes de la que no se supo, pero que se cree que arribó en Tahití, aunque también hay quien cree que encalló en la isla de Amanu; desde allí la tripulación habría costeado la isla siendo después apresados, probablemente, por la segunda expedición del portugués Gomes de Sequeira.
La única nave superviviente de la expedición, la Santa María de la Victoria, continuó el viaje y llegó a las islas Marianas donde descubrieron el 21 de agosto la isla de San Bartolomé, pero no pudieron tocar tierra y continuaron hasta llegar el 5 de septiembre la isla de Guam. Se dirigieron a Mindanao en las Filipinas y de allí a las islas Molucas donde llegarían el 2 de octubre de 1526. Quince meses después de partir, solo una de las siete naves y apenas 105 hombres de los 450, llegaron a su destino.
En Tidore, los españoles obedecieron las órdenes del emperador y, ayudados por los nativos, construyeron tres baluartes de piedra, tierra y madera. Los lusos enviaron numerosos requerimientos buscando que los españoles se acercasen a su fortaleza de Ternate a negociar, lo que a todas luces era una trampa.
La paciencia portuguesa alcanzó su límite y, en la noche del 17 de enero de 1527, una flotilla lusa intentó tomar, de forma sigilosa, el control de la Santa María. Un disparo rasgó la noche, habían sido descubiertos. Se produjo entonces un feroz e intermitente cañoneo que duró tres días. La guerra había llegado a las antípodas. Esperando a las otras seis naves que los acompañaron, los supervivientes de la expedición resistieron en sus posiciones durante tres largos años. Entre las junglas y manglares de las Molucas, se sucedieron los abordajes, emboscadas y cruentas escaramuzas entre peninsulares apoyados por sus respectivos aliados indígenas. Los españoles apretaron los dientes, esperando la llegada de unos compañeros que nunca aparecieron, mientras que los portugueses recibieron más refuerzos. Los combates fueron cruentísimos y con diverso resultado. Los lusos lo intentaron todo: comprar a los nativos, envenenar pozos de agua e invitar a los españoles a la deserción. Dos pequeñas naves con escasos recursos llegaron desde México en marzo de 1528: Álvaro de Saavedra a las órdenes de Hernán Cortés, intentó auxiliar a los supervivientes en Tidore. Su maltrecho estado tampoco fue de mucha ayuda ya que requirió algo de pólvora. Enviado de vuelta a Nueva España en busca de más refuerzos, no logró encontrar el difícil camino de vuelta y fue capturado por los portugueses.


ANDRES DE URDANETA
En diciembre de 1529 poco más de 50 españoles se mantenían en pie. Faltos de munición y armamento, abandonados, vestidos con harapos y sin apenas comida se entregaron tras la caída del reino de Tidore, su principal aliado, tres años después de iniciar las hostilidades. Comenzaba para ellos un largo cautiverio en oscuras prisiones portuguesas.
Lo que se desconocía en las Molucas era que ambas coronas ya se habían puesto de acuerdo en el Tratado de Zaragoza, firmado en abril de 1529. Carlos I renunció a las Molucas a cambio de dinero. La noticia no llegó al archipiélago hasta 1532.
Los escasos supervivientes fueron entonces repatriados vía Lisboa, ciudad a la que llegaron en 1536 con lo puesto, después de requisarse todas sus pertenencias. Entre ellos figuraba un desconocido Andrés de Urdaneta. Había partido de La Coruña con 17 años en 1525 y regresó once años después con una hija mestiza. Más adelante sería conocido como uno de los mejores cosmógrafos de su época, pero en 1536 pudo regresar junto a ocho hombres más, derrotado y sin gloria tras completar la segunda vuelta al mundo.
Pero volvería en 1565.

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