miércoles, 18 de julio de 2018
LA LIBERAL CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1812
Popularmente llamada La Pepa, fue promulgada el día de San José, el 19 de marzo de 1912, por las Cortes Generales Españolas en Cádiz. Se trata de la primera Constitución promulgada en España, además de ser una de las más liberales de su tiempo.
Oficialmente estuvo en vigor solo dos años, desde su promulgación hasta su derogación en Valencia el 4 de mayo de 1814, tras el regreso a España del borbón Fernando VII. Posteriormente se volvió a aplicar durante el Trienio Liberal (1820-1823), así como durante un breve período en 1836-1837, bajo el gobierno progresista que preparaba la Constitución de 1837.
La Constitución se aprobó durante la Guerra de la Independencia (1808 a 1814), y fue la respuesta del pueblo español a las intenciones invasoras de Napoleón Bonaparte que, aprovechando los problemas dinásticos entre Carlos IV y Fernando VII, aspiraba a constituir en España una monarquía satélite del Imperio, como ya había hecho con Holanda, Alemania e Italia, destronando en España a los Borbones y coronando a su hermano José Bonaparte. Pero la respuesta de los ciudadanos, jalonada por sucesos como el Motín de Aranjuez, las Renuncias de Bayona y el levantamiento de los madrileños el 2 de mayo, encerró un segundo significado para una pequeña parte del pueblo español.
Sin embargo, apenas si entró en vigor, puesto que buena parte de España se encontraba en manos del gobierno de José I Bonaparte, y otra en poder Juntas opuestas a José I.
El resto de los territorios de la Corona Española, los virreinatos, se hallaban en un estado de confusión y vacío de poder causado por la guerra contra el invasor.
La Constitución establecía la soberanía en la Nación, que residía en el pueblo, ya no en el rey, se establecía una monarquía constitucional, la separación de poderes, la limitación de los poderes del rey, el sufragio universal masculino indirecto, la libertad de imprenta, la libertad de industria, el derecho de propiedad o la fundamental abolición de los señoríos, entre otras cuestiones. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a las colonias americanas.
Por el contrario, el texto consagraba a España como Estado confesional católico, prohibiendo expresamente en su artículo duodécimo cualquier otra confesión, y el rey lo seguía siendo «por la gracia de Dios y la Constitución». No contempló derechos para la mujer, ni siquiera la ciudadanía, aunque hoy sería impensable este hecho, por entonces esto sucedía en los usos y costumbres de toda europa. No obstante fue la Constitución más liberal de las existentes. Pensemos que solo eran anteriores a esta la de Estados Unidos de 1787 y la de la Revolución Francesa de 1789.
La España patriota, disgregada en un movimiento acéfalo de Juntas, entre levantamientos, sitios y guerrillas se unió finalmente en una Junta Central Suprema, y después en una Regencia de cinco miembros, cuyos cometidos principales fueron la dirección de la guerra y la reconstrucción del Estado. La designación de los Diputados a las mismas se realizó de manera anómala, explicable por la situación del país, y su aportación fundamental fue la Constitución de 1812.
La obra de las Cortes de Cádiz combinó las tendencias constitucionales netamente españolas y la afrancesada.
En efecto, la constitución enlazaba con las Leyes tradicionales de la Monarquía española pero, al mismo tiempo, incorporaba principios del liberalismo democráticos. La separación de poderes, la más rígida de nuestra historia, siguió el modelo de la constitución francesa de 1791 y la de los Estados Unidos, inspirada en el pensamiento de Montesquieu. Las Cortes se organizaban en una Cámara única, pues se temía que el clero y la nobleza consiguieran apoderarse de una Asamblea de Próceres, obstaculizando la renovación política, social y económica que se pretendía operar.
Los diputados a Cortes eran elegidos mediante sufragio indirecto, siendo necesario para ser candidato poseer una renta anual procedente de bienes propios, con lo cual, el Parlamento quedaba en manos de las clases acomodadas.
En lo que a los poderes del Rey se refiere, se introdujeron modificaciones sustanciales. Si en el Antiguo Régimen el Rey había ostentado su condición en virtud de un título divino, ahora lo hacía por la gracia de Dios y la Constitución. Su poder se vio limitado, conservando una participación en el Poder legislativo, con una tímida iniciativa y un veto suspensivo así como la titularidad del Poder ejecutivo, aunque sus actos debían ser refrendados por los Secretarios de despacho.
Fernando VII fue de los pocos monarcas que disfrutaron de tanta confianza y popularidad iniciales por parte del pueblo español, que había luchado contra las tropas francesas por el reestablecimiento de su rey al que llamaban “el deseado”. Obligado a abdicar en Bayona por Napoleón, pasó toda la Guerra de Independencia preso en Valençay, siendo reconocido como el legítimo rey de España por las diversas Juntas, por el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz.
Tras la derrota de los ejércitos napoleónicos y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España. Sin embargo, el Deseado pronto se reveló como un soberano absolutista. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó, en buena medida, hacia su propia supervivencia. Derogó la Constitución a su vuelta a España en 1814, implantando el más férreo absolutismo durante seis años.
Tras el pronunciamiento de Riego en 1820, precisamente con las tropas que debían viajar a América para detener la emancipación, el Rey juró la Constitución de 1812, iniciándose así el Trienio liberal. “Me habéis hecho entender vuestro anhelo de que restableciese aquella Constitución que entre el estruendo de las armas hostiles fue promulgada en Cádiz el año de 1812. He jurado esa Constitución por la que suspirabais y seré siempre su más firme apoyo. Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional” Manifiesto del Rey el 10 de marzo de 1820.
El pronunciamiento de Riego, dio inicio al llamado trienio liberal, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una nueva desamortización. A medida que los liberales moderados eran desplazados por los exaltados, el rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, que fueron un contingente francés con voluntarios españoles que combatió en 1823 en defensa de Fernando VII de España, poniendo fin a la Guerra Realista y al Trienio Liberal.
Con ello terminó la vigencia de la Constitución de Cádiz, pero no su influjo, que gravitó sobre la política nacional, directamente hasta 1868, e indirectamente, durante el resto del ciclo liberal. Tuvo además una gran influencia fuera de España, tanto en América, en las constituciones de las viejas colonias españolas al independizarse, como en Europa, en la que durante años operó como un auténtico mito, influyendo en las ideas constitucionales portuguesas, en el surgimiento del Estado italiano e incluso en la Rusia zarista.
lunes, 16 de julio de 2018
VUELVE EL ABSOLUTISMO- FERNANDO VII
En 1814, una vez que acabó la contienda con los franceses, Fernando VII regresó a España, con la intención, según sus propias palabras, de ser “un rey absolutamente absoluto”. Dio buena prueba de sus propósitos, pues al llegar a Madrid ordenó a la comitiva que le acompañaba que evitase el paso ante el edificio de las Cortes, donde le aguardaban los representantes del pueblo que había luchado por su regreso. A la llegada de Fernando VII a Valencia un grupo de diputados reaccionarios le presentó el llamado "Manifiesto de los Persas", que era un documento en el que le aconsejaban derogar la Constitución elaborada en 1812 en las Cortes de Cádiz, conocida como "La Pepa".
La primera etapa de su gobierno se caracterizó por el absolutismo (1814-1820) y tuvo lugar la persecución y depuración de liberales y afrancesados, así como por un intento de sanear la economía y la Hacienda Pública. Fue un período de privación de libertades, teniendo lugar el cierre de universidades, la supresión de publicaciones y el acoso a los liberales rebeldes. La ruina absoluta de la Hacienda Pública hacía imposible la añorada reconquista de las colonias americanas emancipadas, viéndose frustrada a su vez la posibilidad de elevar a España al rango de potencia europea. Fernando llevó personalmente la gestión de su gobierno, incluyendo la depuración de afrancesados y liberales. Pronto pasó el monarca de ser el "rey deseado", a convertirse en "rey malquerido" y "rey felón". Se trata de una época en que los constitucionales, cuando ven pasar al rey por la calle, le increpan diciendo: ¡Vivan las cadenas!
Toda la legislación de Cádiz fue derogada, con las consecuencias inevitables en la estructura económica y social del país: desamortización de baldíos y bienes comunales, secularización de bienes de los conventos…También se intentó contener la inflación sobrevenida después de la guerra, con medidas clásicas de restricción a la extracción y circulación de metales preciosos. No obstante, hay que señalar que la economía española apenas era aún mercantil puesto que la mayoría de la población agraria vivía en un ciclo primitivo de economía cerrada.
Fernando VII nombró entonces nuevos ministros, el primero de ellos fue el duque de San Carlos y así empezó una era de represión contra todo sospechoso de liberalismo o de simpatía a la obra de las Cortes. Ninguno de los acuerdos firmados por el rey durante su captura entró en vigor y los jefes liberales fueron condenados por no someterse a la autoridad del soberano. En 1815 viendo que la justicia era demasiado lenta, Fernando VII decretó el arresto y decidió, el mismo, las penas a las que fueron condenados los liberales que intentaron oponerse a la monarquía absoluta. A partir de aquel momento, el verdadero gobierno del país era llevado por la camarilla del rey. La camarilla era un grupo de individuos allegados al monarca que constituían una verdadera organización paralela de gobierno. Varios ministros fueron nombrados durante este periodo, pero según numerosas fuentes solo Martín Garay fue competente, era un liberal al que apelaron los absolutistas para sanear las finanzas pero dada la crisis que atravesaba el país su misión se vio seriamente dificultada.
Al mismo tiempo, el clero reclamó y obtuvo la restauración del tribunal de la Inquisición y el restablecimiento de los jesuitas en España. Además del descontento de los militares, numerosos intelectuales que habían estado prisioneros en Francia se habían hecho masones y se establecieron numerosas logias en España. La masonería siempre había estado opuesta a la Iglesia y al Gobierno absolutista. Así, estas organizaciones secretas constituyeron, en un principio la única oposición al gobierno absolutista y a las clases sociales que lo apoyaban.
Mientras en América, a partir de 1816 se fueron sucediendo las victorias de San Martín, Bolívar y Sucre, haciendo desvanecerse la idea de mantener el dominio español en territorio americano. Tras las batallas americanas de Chacabuco (1817), Maipú (1818) y Boyacá (1819) los independentistas Bolívar y San Martín consiguieron la emancipación de los territorios.
Los movimientos liberales realizaron varios levantamientos: Mina (1814), Porlier (1815), la conspiración del triángulo (1816), Lacy (1817), Vidal (1819), hasta el finalmente triunfante el famoso Pronunciamiento de Riego, en 1820, que fue seguido por otras guarniciones instalado un gobierno provisional, (la Junta Provisional Consultiva, obligando al rey a jurar y firmar la Constitución liberal de 1812. Pronunciando su famosa frase “Marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda Constitucional”.
Se inauguraba así la segunda etapa del reinado de Fernando VII (1820-1823), llamada "trienio liberal", aboliéndose los privilegios de clase y los mayorazgos, además de suprimirse la Santa Inquisición y de producirse la ruptura de relaciones con la Santa Sede. Tres años de gobierno de izquierda, por decirlo en moderno, que fueron una chapuza, aunque, siendo justos, hay que señalar que al desastre contribuyeron tanto la mala voluntad del rey, que siguió dando por saco bajo cuerda, como la estupidez de los liberales, que favorecieron la reacción con su demagogia y sus excesos. Los tiempos no estaban todavía para perseguir a los curas y acorralar al rey, como pretendían los extremistas. Y así, las voces sensatas, los liberales moderados que veían claro el futuro, fueron desbordados y atacados por lo que podríamos llamar extrema derecha y extrema izquierda..
Y entonces volvió a demostrar hasta qué punto era falso e hipócrita y dijo aquello de «Marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda constitucional». Tres años tuvo que fingir que era un rey parlamentario, constitucional, un rey moderno, de los que pedían los nuevos tiempos. Los países europeos, tras el fracaso de Napoleón, ya habían vuelto a reinstaurar las monarquías absolutas y veían con recelo este régimen liberal español. Estos países eran los que habían sido miembros de la Santa Alianza; Prusia, Rusia y Austria, a los que se sumó Francia cuando la monarquía fue restaurada en ese país. Fernando VII pidió secretamente ayuda a la Santa Alianza que tardó un poco en responder. Luego, tan pronto entraron los Cien Mil Hijos de San Luis, franceses y voluntarios españoles, el Gobierno y las Cortes en Madrid decidieron trasladarse a Sevilla, a falta de apoyo popular, e instaron a que Fernando VII les acompañase.
El día 10 de abril de 1823 llegó la familia real española a Sevilla, y al día siguiente la Comisión Permanente de las Cortes. Hasta el 11 de junio Sevilla fue la capital de España de facto, pero la llegada de las tropas francesas obligó a trasladar la capital a Cádiz, llevándose al monarca con ellos.
Cádiz fue sitiada y bombardeada. Los franceses no pudieron tomar la ciudad, aunque acabaron con las fortalezas que la protegían. Al final se llegó a un pacto: Fernando VII saldría y prometería defender la libertad alcanzada por los españoles con la Constitución de 1812 y a cambio se rendiría la plaza.
Acordado con los franceses, Fernando VII salió de la ciudad, pero de forma inmediata se unió al invasor y el mismo 1 de octubre decretó la abolición de cuantas normas jurídicas que habían sido aprobadas durante los tres años anteriores, dando fin al Trienio Liberal.
Y volvió a lo de siempre, lo que más cómodo le resultaba, a mandar a la Santa Inquisición a perseguir a los enemigos políticos, a fusilar a los que se sublevaban y a que todo siguiera igual en todas partes, aunque todo se hundía por todas partes. ¿Y el pueblo, mientras, le seguía queriendo? Pues por desgracia parece que sí. Y eso explica por qué dejaron entrar sin grandes problemas al ejército francés que venía en su rescate. O cómo consiguió llegar a viejo y morir en su cama, como rey, después de haber recurrido a sus viejos enemigos, los liberales, para que estos aceptaran como reina a su hija, la futura Isabel II, frente al candidato absolutista, su hermano Carlos María Isidro. Y el plan le salió bien. Los liberales aceptaron a la niña reina. Y corrieron un “estúpido velo” sobre su padre. El juicio de la historia lo dejaron para más adelante. «Un pueblo que ha soportado a reyes como estos tiene alma de esclavo», cuentan que dijo una vez Napoleón refiriéndose a Carlos IV y su familia. Luego reconoció que había subestimado al pueblo español, que resultó mucho más orgulloso e indomable de lo que se esperaba. Pero el daño ya estaba hecho.
¡Vivan las cadenas! es el grito que daban los absolutistas al desenganchar los caballos de la carroza del rey Fernando VII al volver a España, sustituyendolo por personas. También fua acuñado como forma peyorativa por los liberales indicando el servilismo y la falta de libertades que trajo otra vez el absolutismo. Fernando llevó personalmente la gestión de su gobierno, incluyendo la depuración de afrancesados y liberales. Pronto pasó el monarca de ser el "rey deseado", a convertirse en "rey malquerido" y "rey felón". Se trata de una época en que los constitucionales, cuando veÍan pasar al rey por la calle, le increpaban diciendo: ¡Vivan las cadenas!
viernes, 13 de julio de 2018
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (y tercera parte)
La guerra se desarrolló en varias fases en las que ambos bandos tomaron sucesivamente la iniciativa, y se destacó por el surgimiento del fenómeno guerrillero. Los franceses decían que eso no era una guerra, sino una “guerrilla”, pues en los pueblos y en los caminos. Destacamento francés que se localizara, les atacaban por la retaguardia, por los flancos, escondidos en los montes, y como podían. Eso los campesinos, esa era la “guerrilla”. Y así quedó el nombre hasta nuestros días.
Pero Napoleón estaba decidido a vengar la afrenta de Bailén. Solucionado su problema militar con Austria tomó personalmente el mando respaldado por nuevos generales.
Disponía entonces de un ejército de 300.000 hombres, lo que da una idea de la importancia que significó para él la guerra con España. Entró en Bayona, se instaló en Vitoria, se trasladó a Burgos, saqueando cruelmente a la ciudad, y llegó a Somosierra, a las puertas de Madrid, arrasando a su paso, y tras intimidar a la población con un fuerte cañoneo, entró en Madrid el 4 de diciembre de 1808. por otra parte su ejercito consiguió hacerse con Barcelona. La presencia de un ejército inglés mandado por John Moore había penetrado desde Portugal a Salamanca. Allí se dirigió Napoleón dispuesto a presentar batalla al inglés pero recibió noticias de París que Austria se había rearmado y existía una conspiración en la capital francesa, lo que hizo que abandonara España confiando el ejército a sus generales.
Después de obtener un éxito contra Austria el emperador decidió poner fin a la guerra con España. Mandó repartir el ejército en ocho divisiones
José I ordenó la invasión de Andalucía ya que era muy codiciada por ser una región rica. También estaba dispuesto a impedir que se celebrasen en Cádiz las cortes de las que se hablaba. Ante el arrollador avance francés la Junta se autodisolvió, y se refugiaron en Cádiz. Rechazaron la propuesta de rendición enviada por los franceses en febrero de 1810 por lo que éstos asediaron la ciudad. Pero Cádiz resistió, sin embargo el resto de Andalucia había caído.
Desde ese momento la estrategia aliada era eminentemente defensiva, se utilizó la táctica de arrasar amplias regiones quemando los recursos alimenticios y medios de transporte y evacuando a la población, la táctica de la “tierra quemada”. Se creó un ejército de 70.000 hombres soldados regulares, ingleses, españoles y portugueses. Ingenieros británicos construyeron una colosal barrera de obstáculos naturales y fortificaciones, cerca del mar, de 47 km. Que consistía en tres líneas de defensa.
Contuvo al ejército francés. Tuvieron gran número de bajas y sufrieron las inclemencias del invierno con pocos recursos y en marzo de 1811 los franceses se retiran a Salamanca. Se les persiguió acosando con el ejército y con las guerrillas. Entretanto Napoleón decretó el Estado de Sitio a espaldas de su hermano, el rey. José I abdicó y se lo comunicó a su hermano en París, pero éste le obligó a que regresara, cosa que hizo en julio de 1811. En mayo los franceses son derrotados en La Albuera.
La ruptura entre el Imperio francés y el Imperio ruso obligaron a Napoleón a disminuir las fuerzas en España. Wellington reconquista Ciudad Rodrigo y Badajoz. Los franceses abandonan Salamaca y son derrotados en Arapiles en julio de 1812. Wellington entró en Valladolid y en agosto en Madrid, de donde José se había marchado a Valencia. Los franceses dejan el asedio a Cádiz. Tropas imperiales se dirigieron a Burgos y luego a Madrid. Wellington abandonó las plazas que había conquistado y Madrid cayó en noviembre de 1812, volviendo José I. Pero esto valió de poco. La ofensiva en Rusia había disminuido potencialmente a las tropas. La prolongación de la güera española alentó rebeliones en el centro de Europa que debilitaron aún más las fuerzas imperiales, a tal punto que es España eran mayores las fuerzas aliadas.
Ante el panorama desalentador Napoleón trasladó la corte a Valladolid en marzo de 1813. Wellington lanzó sus tropas y los franceses iniciaron la retirada evitando entrar en combate. Por lo tanto, durante 1813 el ejército francés fue retirándose y perdiendo territorio. Los franceses abandonaron casi todas sus plazas, y el 21 de junio de 1813, fueron expulsados de España. Llegaron a Vitoria donde fueron estrepitosamente derrotados y José I tuvo que abandonar el enorme botín que se llevaba a Francia. Con la caída de Pamplona y la de San Sebastián culminaba la expulsión de los franceses.
Napoleón que necesitaba sus tropas decidió hablar con Fernando VII y se concretó El tratado de Valençay (11 de diciembre de 1813) que restauró a Fernando VII y dejaba a España libre de la presencia extranjera.
Pero Wellington quería más y los persiguió hasta Bayona, donde los derrotó en febrero de 1814. Se les persiguió hasta Touluse siendo derrotados en abril. Al día siguiente, enterado de la entrada de las tropas aliadas centroeuropeas, y de la abdicación de Napoleón el 6 de abril, se firmó el armisticio.
Fernando VII ya había regresado a España en marzo después de haber pasado toda la guerra fuera del país.
Un millón de muertos en total. La economía española destrozada, expolios, y una situación desoladora dejaron al país exhausto. Tendría que pasar mucho tiempo para reparar los destrozos materiales causados en los seis largos años que duró la confrontación.
Refiriéndose a esta guerra Napoleón I, en su exilio, declaró: “Esta maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido”.
jueves, 12 de julio de 2018
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (segunda parte)
El corso no calculó un aspecto de la jugada de ajedrez que había montado. No contó con las pelotas que le echaría al asunto el pueblo español. Y lo pagó muy caro al final.
En la historia hay derrotas momentáneas que sirven de guía y son el germen de la victoria final. La gente pacífica empezó a cabrearse, los curas toman partido contra los franceses, se corre la insurrección como un reguero de pólvora, y toda España se alza en armas, eso sí, cada uno por su cuenta, y esto se vuelve un desparrame peninsular del copón. Y ahí está el punto en que las cosas revientan. Te das cuenta que esos invasores a los que degollamos deberían haber sido el futuro, mientras que las fuerzas que defienden el trono y el altar son, en su mayor parte, la incultura más bestia y el más rancio pasado. Así que ves con pena que quien trae la modernidad se ha convertido en tu enemigo mortal, y que tus compatriotas combaten por un rey al que le importa una mierda su pueblo, porque vive en un exilio dorado a costa de Bonaparte. Ahí viene el dilema, y el desgarro: elegir entre ser patriota o ser afrancesado. Y así, en esa guerra mal llamada de la Independencia, toda España se vuelve una trampa inmensa, tanto para los franceses como para quienes, y esto es lo más triste de todo, creyeron que con ellos llegaban, por fin, la libertad y las luces. Cartagena, Zamora, Oviedo, La Coruña, Badajoz, Sevilla, Murcia, Valencia, etc. fueron alzándose contra el francés. Un líder, a menudo popular, exigía a las autoridades de la ciudad que declarasen la guerra en nombre de “La Religión, La Patria, Las Leyes y el Rey”. Las autoridades habían recibido precisamente del rey antes de su marcha la orden de obediencia y fidelidad a los franceses, lo que provocaba una disyuntiva complicada. Estar del lado del rey era a la vez estar a favor de los franceses y en contra de tus propios compatriotas, que lo que querían era que volviera su rey. Y para ello había que desobedecerle. Una guerra contra el aliado del rey.
Dado que las autoridades provinciales no respondían se formaron Juntas Supremas, que lo primero que hicieron fue crear un ejército al mando del General Castaños. El Consejo de Regencia, que se constituyó para oponerse al rey francés, reunió a las Cortes en Cádiz el año 1810, declarando “Único y legítimo Rey de la Nación Española a Don Fernando VII de Borbón”. Ello explica que en sus años de ausencia de nuestro territorio fuera llamado por el pueblo con el sobrenombre de "El Deseado".
Tanto Fernando, como su hermano Carlos y su tío Antonio partieron al cautiverio del castillo de Valençay, pasando allí casi 6 años, dando continuas muestras de adhesión a Napoleón.
Fernando VII, su hermano y su tío dedicaban sus ociosas existencias en Valençay a bordar, jugar al billar y a la lotería, fiestas y lujos. Mientras nuestros compatriotas se batían con los franceses. Pero numerosos ilustrados que eran admiradores de la cultura gala, los llamados "afrancesados", aceptaron al hermano de Napoleón como rey, permaneciendo en el trono hasta 1814, siendo designado por nuestros compatriotas como "Pepe Botella".
Sirva como prueba de la felonía de Fernando el contenido de esta carta dirigida a Napoleón, elogiando la decisión de aquél de haber colocado a su hermano en el trono de España:
“Señor: Doy muy sinceramente, en mi nombre y de mi hermano y tío, a V.M.I. y R., la enhorabuena de la satisfacción de ver instalado a su querido hermano el rey José en el trono de España. Habiendo sido objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa nación que habita en tan dilatado terreno, no podemos ver a la cabeza de ella a un monarca más digno ni más propio por sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar al mismo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia” Pero aún cabe más ignominia, pues cuando el pueblo español estaba en plena lucha con el enemigo galo, Fernando le dirigía a Napoleón esta otra misiva:
“Señor: El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias que la Providencia corona sucesivamente la augusta frente de V.M.I. y R., y el grande interés que tomamos mi hermano, mi tío y yo en la satisfacción de V.M.I y R. nos estimulan a felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo la protección de V.M.I. y R.” Es decir que le felicitaba por los éxitos militares de Napoleón contra el pueblo español.
Además era tal el grado de adulación de Bonaparte por parte de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la mano de su sobrina Lolotte, hija de Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer, y también en caso contrario de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia Clary.
Y el pueblo en la guerra organizaron colectas, suprimieron impuestos, enviaron comisionados a Inglaterra solicitando ayuda económica y militar que aceptaron los ingleses, porque ganas, lo que se dice ganas, si le tenían al Emperador.
La Guerra, a priori era claramente un fracaso para las fuerzas españolas. Combatirían contra el mejor ejército del mundo en aquel momento, con unas tropas mal preparadas militarmente, con una masa muy patriótica pero no disciplinadas militarmente. En una primera fase los españoles cosecharon un fracaso tras otro. Algunos batallones estaban formados por seminaristas y estudiantes. Pero Napoleón había subestimado la capacidad de la reacción de los españoles. Había enviado unos 100.000 hombres, cifra más que suficiente, pero integradas en su mayor parte por adolescentes, lo que dice claramente la importancia que le dio al asunto. España contaba con unos 85.000 hombres de muy variada procedencia, mercenarios, extranjeros de campañas anteriores y estaban también mal equipados. La incorporación inglesa fue por el oeste, aprovechando su alianza con Portugal. El sur era cosa de la resistencia española y la meseta central la dominaba el francés.
Los franceses fueron venciendo en diferentes plazas pero al llegar a Zaragoza no la consiguieron tomar. Las prácticas militares no servían contra una población arriesgada, hombres mujeres y niños que no actuaban como ejército profesional. Levantaron el cerco y se marcharon. Tampoco consiguieron tomar Tarragona ni en Gerona. Recordar a Agustina de Aragón, una catalana defensora del sitio de Zaragoza.
Pero lo que fue determinante para la victoria española fue la batalla de Bailén.
La derrota francesa de Bailen tuvo numerosas consecuencias, primero originó un enorme entusiasmo en la sociedad española sobre todo por el heroísmo de la población en Zaragoza y Gerona. Este entusiasmo se propagó por Europa. Fue la primera derrota en campo abierto de un ejército napoleónico. Y la pérdida de 20.000 soldados imperiales.
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