martes, 16 de abril de 2019
40- GUERRAS CARLISTAS
Fernando VII abolió la Ley Sálica instaurando la Pragmática Sanción, que volvía a establecer el sistema de sucesión tradicional de Alfonso X de Castilla, por el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones. Es decir, que podía reinar su hija Isabel, (como si lo hizo), en lugar de su hermano de él, Carlos María Isidro de Borbón. Y de esa forma surgió el Carlismo. Y a la muerte del rey en septiembre de 1833, Carlos emitió el Manifiesto de Abrantes, en el que declaraba su ascensión al trono con el nombre de Carlos V. El general Santos Ladrón de Cegama proclamó a Carlos como rey de España en La Rioja, y se da como comenzada la Primera Guerra Carlista.
La nobleza se adhirió al bando isabelino en su mayoría y también la mayor parte del estamento militar. Los apoyos al movimiento carlista provenían de las clases populares y muy especialmente de los campesinos. Con todas las limitaciones que se quiera pero el carlismo se extendió por las regiones del interior de las regiones vasco-navarras, por el Maestrazgo y por la montaña catalana, la serranía de Ronda y la de Córdoba. Se daba una curiosa paradoja: el pretendiente don Carlos, que era muy meapilas pretendía imponer en España un régimen absolutista y centralista, y era apoyado sobre todo por navarros, vascos y catalanes, es decir precisamente donde el celo por los privilegios forales y la autonomía política y económica era más fuerte. El campo solía ser de ellos; pero las ciudades, permanecieron fieles a la jovencita Isabel II y al liberalismo. Al futuro, dentro de lo que cabe, o lo que parecía iba a serlo. Don Carlos, que necesitaba una ciudad para capital de lo suyo, estaba obsesionado con tomar Bilbao; pero la ciudad resistió y Zumalacárregui murió durante el asedio, convirtiéndose en héroe difunto por excelencia. En cuanto al otro héroe, Cabrera, lo apodaban el tigre del Maestrazgo, cuando los gubernamentales fusilaron a su madre, él mandó fusilar a las mujeres de varios oficiales enemigos. Ése era el tono general del asunto.
La Primera Guerra Carlista se desarrolló en tres fases muy diferentes. La primer se prolongó hasta julio de 1835. Aparecieron partidas ordenadas por oficiales del ejército que habían servido en el cuerpo de voluntarios realistas durante la Época Ominosa. Este alzamiento fue sofocado por tropas leales al gobierno de Madrid.
La segunda fase de la guerra duró hasta septiembre de 1837 y se caracterizó por un cierto dominio de los carlistas. El ejército de la regente María Cristina no estaba bien pertrechado y también tenían problemas de Hacienda. Poco apoyo extranjero y un plan ineficaz de contención en la zona vasco-navarra. Carlos llegó hasta Arganda, no entrando inexplicablemente en Madrid que estaba prácticamente desguarnecido.
La guerra civil, como todas, se desarrollaba con ferocidad y crueldad. Los humildes párrocos broncos sin el menor complejo, se echaban al monte con boina roja, animaban a fusilar liberales y se pasaban por el arco del triunfo las mansas exhortaciones pastorales de sus obispos. El caso es que la sublevación carlista, es decir, campo contra ciudad, fueros contra centralismo, tradición frente a modernidad.
Esto acabaría siendo un desparrame sanguinario donde las dos Españas, unidas en la vieja España de toda la vida, la de la violencia, la delación, el odio y la represalia infame, estallaron y ajustaron cuentas, fusilándose incluso a madres, esposas e hijos de los militares enemigos. Lo expresaba muy bien Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, “La pobre y asendereada España continuaría su desabrida historia dedicándose a cambiar de pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares”.
La tercera fase de la contienda finalizó en julio de 1840 y fue de clara hegemonía gubernamental al terminar la reorganización del ejército que llegó a la cifra de cien mil hombres y también aprovechando la división del carlismo en dos facciones, el partido navarro, exaltado y el castellano, moderados.
Inglaterra se ofreció como mediadora para la firma de un acuerdo o armisticio. Los comisionados británicos consiguieron el Convenio de Vergara. Así la guerra terminó con “El abrazo de Vergara” entre los generales Espartero y el carlista Maroto, en agosto de 1939. “Soldados nunca humillados ni vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la patria; cual tributo de paz olvidaron sus rencores y el abrazo de fraternidad sublimó tan heroica acción, tan español proceder” escribió Maroto.
La Segunda Guerra Carlista se originó al nombrar a Isabel como futura reina de España. Iniciada en 1846 fue provocada por no llevarse a cabo el matrimonio entre la reina y Carlos Luis de Borbón, hijo de Carlos (autoproclamado Carlos V) y por lo tanto se denominaría Carlos VI en la genealogía carlista.
No está claro si fue realmente una guerra civil o una simple lucha de guerrillas de escasa trascendencia. Los hechos se circunscribieron casi exclusivamente a Cataluña con pequeños levantamientos armados. La esperada llegada de Carlos VI a España desde su exilio en Londres nunca se produjo, lo que provocaría la disolución en 1849 de los últimos reductos sublevados.
Y el intento carlista por entronizar a su pretendiente, en esta ocasión Carlos VII, sobrino del anterior se produjo en 1872 y se enfrentaría hasta 1876 a tres regímenes, a saber; el efímero reinado de Amadeo I de Saboya, que fue la causa que desencadenó el conflicto, la también efímera Primera República y por último el reinado de Alfonso XIII. Carlos VII abanderó la contienda desde su partido Comunión Católico-Monárquica de raíces absolutistas con un ejército que se autoproclamaba el “Ejército de Dios, del Trono de la Propiedad y de la Familia”.
La lucha se centró de nuevo en Cataluña y también el País Vasco y Navarra, que resultó un estrepitoso fracaso para el carlismo, como el intento de tomar Bilbao.
El general Martínez Campos erradicó el carlismo de Cataluña y de Pamplona donde entró Alfonso XII en 1876 provocando la retirada de Carlos VII.
sábado, 13 de abril de 2019
39- CAE ISABEL II (2)
1868 - Revolución "La Gloriosa". El reinado de Isabel II fue una precariedad política. Hubo de nombrar en total 32 Jefes de Gobierno. No obstante la etapa de Isabel fue fecunda en otros campos.
Se construye el ferrocarril, cuya primera línea unía Mataró con Barcelona.
El entramado del capitalismo se desarrolló, como por ejemplo con la Ley de Bolsa o la constitución de Bancos de emisión. Se concretó la regulación del orden público mediante la promulgación del Código Penal y la creación de la Guardia Civil. No obstante Isabel siempre fue ajena a todos estos cambios. Era incapaz de comprenderlo, por su falta de preparación para tan alta responsabilidad.
De la familia real podemos destacar a su sexto hijo, que sería el futuro Alfonso XII.
Mientras y de paso la oligarquía catalana se forró el riñón de oro con la industria textil. Si había protestas obreras se la reprimía vía ejército y a otra cosa, que lo de ser español en Cataluña fue buen negocio en lo del trabajo sucio.
Por su parte, las Provincias Vascongadas, que así se llamaban salvo alguna intentona carlista, estaban tranquilos. Sabino Arana con su eslogan de vascos buenos y españoles malvados, y la industrialización, sobre todo metalúrgica, todavía no había aparecido. A nadie se le ocurría hablar de independencia ni asesinar españolistas, con el cinismo de la burguesía. En otras palabras, la burguesía y la oligarquía vasca y catalana, igual que las de Murcia o de Cuenca, estaban integradas en la parte rentable de aquella España que, aunque renqueante, iba hacia la modernidad. Surgían ferrocarriles, minas y bancos, la clase alta terrateniente, financiera y especuladora cortaba el bacalao, la burguesía creciente daba el punto a las clases medias, y, esto era lo jodido, los obreros y campesinos analfabetos fueron manipulados y explotados a gusto por los caciques locales, quedándose fuera de toda fiesta pero entregando a sus hijos para guerras coloniales, para arar o para llevar un mísero sueldo a casa.
Esto producía una mala leche muy justificada, que era frenada por la intervención policial y por jueces corruptos, por políticos demagogos. Mientras reinaba Isabel
Nada nuevo bajo el sol, como digo, políticos jueces, alcaldes, militares todos en el mismo saco de la degradación moral. Esto hizo que sea tan evidente la inutilidad de una reina que lo único que hacía bien, por lo visto, era follar y come soberbios cocidos en Casa Lhardy .
La gentuza instalada en las Cortes se había convertido en forajidos políticos. Se consiguió una farsa de administración y Justicia. Nadie escuchaba la voz de los desfavorecidos que a base de palos y demagogia iban a la guerra a veces cobrando para que no fuera el hijo del rico.
Las campañas militares en que anduvo España, como la guerra del Pacífico, la intervención en México, en la Conchinchina y en Italia para ayudar al papa, eran para lamerle las botas a las grandes potencias que por interés nacional.
Pero por debajo de toda aquella basura monárquica, política, financiera y castrense, algo estaba cambiando. El pueblo llano estaba hasta los escrotos de que le tomaran por el idiota útil. Las urnas no sirven para nada a un pueblo analfabeto. Algunos heroicos hombres y mujeres se empeñaron en crear mecanismos de educación popular. Escritura, lectura, ciencias aplicadas a las artes y la industria, emancipación de la mujer, empezaron a ser enseñados a obreros y campesinos en centros casi clandestinos. Ayudaron a eso el teatro, y la gran difusión que los libros y periódicos, novelas y publicaciones de todas clases, que a veces lograban torear a la censura. Se pusieron de moda los folletines por entregas publicados en periódicos, y la burguesía y el pueblo bajo que accedía a la lectura los acogieron con entusiasmo.
Pero existió una creciente conflictividad obrera, como la primera huelga general de nuestra historia, que se extendió por Cataluña ondeando banderas rojas con el lema Pan y trabajo, anuncio de lo que se venía. Las represiones en el campo y la ciudad fueron brutales, y si a eso le sumamos la injusticia que imperaba, hizo que, muchos se echaran al monte.
La monarquía era un desastre, y los burgueses veían que esto se les estaba yendo de las manos. Isabel, sobraba desde hace rato, y bueno pues a grandes males grandes remedios
Cualquier revolución importante necesita de tres aspectos que lo desencadenan. El político, el económico y el social. Cuando estos factores coinciden es probable el estallido revolucionario ya que la crisis económica provoca una crisis política y esto desemboca en una agitación social.
En mayo de 1866 debido en parte al incremento de la especulación, al abuso del crédito y a la escasez de dinero real, una fuerte crisis económica, con quiebras de empresas, restricción de créditos y vertiginosa caída de la bolsa, arruinando a muchos ahorradores, produjo el crac bancario y trajo como consecuencia la falta de empleos y si añadimos malas cosechas de 1867 y 68, consideradas las peores del siglo, pues tenemos todas las condiciones dadas para un grave problema social.
El gobierno se vio impotente y se ganó la desconfianza general al emitir un empréstito forzoso que obligaba a todos los contribuyentes y decretar una rebaja de sueldos de los funcionarios públicos civiles, pero no los militares. A su vez existía una falta de participación en la política de las clases medias y el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases humildes.
El almirante Topete en el puerto de Cádiz realiza un pronunciamiento militar que fue el detonante de la revolución, conocida como "La Gloriosa". Se marca el comienzo de un periodo febril llamado el "Sexenio Revolucionario" en el que se sucedieron vertiginosamente numerosas fórmulas de gobierno y que desembocarían en la restauración de la monarquía.
En septiembre de 1868, en Cádiz, los generales Prim, Dulce, Serrano y Topete firmaron el bando de la proclama revolucionaria. El presidente del gobierno Ramó M. Narváez y su primer ministro, González Bravo abandonaron a la reina, y gran parte del ejercito desertó para pasarse al bando revolucionario.
Surgieron Juntas Provisionales Revolucionarias que excitaban al pueblo a la revuelta con consignas radicales.
A todo esto, la reina Isabel II, que veraneaba en Lequeitio se marchó exiliada a Francia, pero no renunció a la corona. Apenas hubo sucesos violentos. Existía una confianza en la nueva situación. La Junta de Madrid nombró a Serrano para constituir un gobierno provisional. De entrada tuvo que enfrentarse con la insurrección cubana, que dio inicio a la "Guerra de los Diez Años".
Se elaboró una Constitución en 1869 que establecía la monarquía dinástica y la base de la soberanía residiendo en el pueblo español. Es decir, se acababa con el absolutismo definitivamente y teníamos otra Constitución de caracter liberal.
Quedaba el problema de la abdicación de la reina, que Cánovas se esforzaba en conseguir. Era el gran obstáculo para la dinastía borbónica en España y su renuncia resultaba imprescindible. Finalmente Isabel II, aunque se revolvió como gato panza arriba, perjudicando todavía más al país, gobernó hasta 1870, cuando abdicó a favor de su hijo. Desde París largó sapos y culebras por la boquita, todo lo que pudo, poniendo a parir al personal. Años después y con la monarquía asentada la reina fue a Madrid a ver a su hijo cuando éste se encontraba al borde de la muerte. Preguntó que ocurriría a continuación. Era una pregunta con deseo incorporado. Pero existía una heredera y la reina consorte estaba embarazada, por lo que la regencia y la sucesión al trono estaban garantizados.
Finalmente Isabel II murió en París, el 9 de abril de 1904.
jueves, 11 de abril de 2019
38- ISABEL II (1)
Regencia de María Cristina. Habíamos abandonado los hechos que se produjeron en la España peninsular. Lo que históricamente se llama la Restauración es la vuelta de la Casa Borbón a la corona de España, que como se ha dicho en capítulos anteriores vino al ganar la guerra a Napoleón y la consolidación de Fernando VII en 1814 hasta su muerte en septiembre de 1833. Hereda, en virtud de la ley promulgado por Fernando VII, su hija Isabel II, pero como era menor de edad tuvo de regente primero a su mamá, María Cristina de Borbón, cuarta mujer de Fernando VII, que ocupa la Regencia de 1833 a 1840, tras la muerte de su marido.
Durante poco más de cuarenta años, de 1833 a 1874, se implantó en España el liberalismo con todos sus rasgos ideológicos, sociales, económico y políticos. Pero hubo dos guerras civiles, y dos regímenes políticos, reinaron dos dinastías y los gobiernos fueron innumerables.
La primera y mayor preocupación de la regente y el Gobierno fue controlar a los partidarios de don Carlos, hermano de Fernando, que desde Portugal, se había proclamado rey de España al conocerse la muerte del rey. También los liberales eran mirados con recelo, especialmente aquellos que el embajador francés llamaba del «partido del movimiento», los futuros progresistas. A pesar de sus tendencias absolutistas, las dificultades generadas por la guerra carlista, de la que hablaremos más adelante, en el frente, las provocaciones de los antiguos voluntarios realistas y la presión ejercida por algunos militares llevaron a la regente a aceptar la existencia de un régimen representativo basado en el muy moderado, Estatuto Real. Más adelante, los estallidos revolucionarios que se produjeron entre 1834 y 1836 hicieron posible la transición desde la fórmula del Estatuto Real a la Constitución de 1837. El Estatuto reconocía a la Corona prerrogativas muy amplias, pero la nueva Constitución imponía ciertas limitaciones al rey, en este caso la reina regente, en el ejercicio de sus funciones y le obligaba a compartir la soberanía con la nación.
La Constitución duró solamente ocho años, hasta 1845. Permitía la alternancia en el gobierno de los dos partidos liberales. Entonces se sanciona por presión de los “Moderados” la Constitución de 1845, ya con el reinado de Isabel II. Esta Constitución también duraría veinticuatro años, hasta 1869 que es cuando se promulga la nueva Constitución, al año siguiente del derrocamiento de la reina con la “Revolución La Gloriosa” de 1868.
Durante la regencia de María Cristina, las revoluciones urbanas habían potenciado el acceso de los liberales progresistas a los Ayuntamientos y ello hacía más difícil el control gubernamental de las grandes ciudades. Isabel tenía tenía tres añitos cuando murió se padre. Después de la regencia de María Cristina en 1840 pasó al General Esparteros durante los siguientes tres años en que se la declaró mayor de edad, en 1843. Isabel II de España, llamada «la de los Tristes Destinos» nació en Madrid, el 10 de octubre de 1830, y fue reina de España entre 1833 y 1868, (aunque se proclamó en 1843).
Comenzó pronto a poner luz entre las piernas. Amantes, (un puñado), su primer hombre fue el General Francisco Serrano. El conde de Romanones la describió “era algo retrasada, apenas sabía leer, solo sabía sumar y su ortografía era pésima. No leía y jugaba con perritos, ignoraba las reglas de comportamiento y estas señas de identidad la acompañaron toda la vida, sin embargo era alegre y generosa”. A los 16 años se casó con su primo Francisco de Asís, del que tuvo once hijos. Ahí es ná. Y digo que no fue nada porque al señor le llamaban “Paquita”, quien era un afeminado y jamás se le conoció mujer alguna, más bien al contrario, solo hacía a pluma. Los historiadores aseguran que cuando la Reina se enteró del nombre de su futuro marido soltó un grito de horror: “¡No, con Paquita, no!”. Los hijos eran oficialmente de su marido, ¡claro hombre!, pero de esto sacó beneficio el marica, todo un negocio. Recibía dinero por cada churumbel reconocido. Solo sobrevivieron cinco hijos. Uno de ellos, el que sería el rey Alfonso XII. Parece ser que era hijo del capitán Moltó, un fornido militar. Cómo sería la señora que el propio papa, Pío IX llegó a decir, “Es puta, pero piadosa”. Entre los miembros de la familia real hay que destacar a la infanta Isabel Francisca, popularmente conocida como “La Chata”, fue princesa de Asturias, es decir heredera a la corona, hasta el nacimiento de su hermano Alfonso, y durante el reinado de éste hasta que nació su sobrina María de las Mercedes. Como sería de querida y popular, le gustaban los toros, las verbenas y la música, que hasta el gobierno de la Segunda República pidió que no abandonase el país. Otro miembro conocido es su hermana María Luisa, casándose ambas el mismo día en Sevilla. Esta mujer fue la madre de María de las Mercedes, futura reina al casarse con Alfonso XII. María Luisa donó a la ciudad de Sevilla los jardines de su palacio de San Telmo, que hoy llevan su nombre.
Hemos tocado un poco la vida personal y familiar de Isabel II, pero en lo político la cosa no tuvo ni pizca de gracia. Una reina casi analfabeta, caprichosa y aficionada a los fornidos palafreneros, unos militares ambiciosos metidos en políticos, unos políticos metidos hasta las orejas en la corrupción, (desamortizaciones incluidas), todos se odiaban de una forma o de otra y a la vez se necesitaban. Un putiferio. Pronunciamientos militares y revolucioncitas parciales Narváez y O'Donnell, con el acuerdo de un tercero llamado Espartero, para inventarse dos partidos, liberal y moderado, que se fueran alternando en el poder; y así todos disfrutaron, por turnos. Llegaba uno, despedía a los funcionarios que había puesto el otro y ponía a sus parientes, amigos y compadres. Al siguiente turno llegaba el otro, despedía a los de antes y volvían los suyos. Y de esa forma tan suave como con Nivea, nos fueron dando una forma de gobernar. Aquella pandilla de sinvergüenzas se fue repartiendo España durante cierto tiempo. Jefes de gobierno sobornados por banqueros extranjeros. Farsas electorales. Votos comprados y si no hostia que te crió, es decir, represión, destierros al norte de África, Canarias o Filipinas, que todavía quedaban colonias.
Habíamos hablado algo de las Guerras Carlistas. Es que no faltó de nada en el país, en este siglo XIX al que Dios confunda. El movimiento Carlista surgió cuando Fernando VII abolió la Ley Sálica instaurando la Pragmática Sanción, que volvía a establecer el sistema de sucesión tradicional de Alfonso X de Castilla, por el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones. Es decir, que podía reinar su hija Isabel, (como si lo hizo), en lugar de su hermano de él, Carlos María Isidro de Borbón. Y a la muerte del rey, se fraguó la subida al trono de Isabel con la regencia de su madre. La nobleza se adhirió al bando isabelino en su mayoría y también la mayor parte del estamento militar. Los apoyos al movimiento carlista provenían de las clases populares y muy especialmente de los campesinos. Con todas las limitaciones que se quiera pero el carlismo se extendió por las regiones del interior de las regiones vasco-navarras, por el Maestrazgo y por la montaña catalana, la serranía de Ronda y la de Córdoba.
ISABEL II
martes, 9 de abril de 2019
37- VUELVE FERNANDO VII
Al terminar la guerra española se volvió al Antiguo Régimen, el absolutismo. En América la situación independentista se estabilizó durante los primeros años de la monarquía absoluta pero en 1816 la resistencia apareció de nuevo. Poco a poco, numerosos proclamaron su independencia: el general San Martín en Chile (1817) y Bolívar organizó el congreso de Angostura en 1819. Sólo algunas zonas aisladas de Colombia y Perú permanecían fieles a la Corona en 1820.
Tanto los absolutistas como los liberales sabían que la situación tanto económica como social de España no permitía una intervención inmediata en América. Al no poder contar con las tropas nacionales, el gobierno español pidió la intervención de la Santa Alianza, pero esta última no accedió a los deseos de Fernando. Otro de los problemas al que se enfrentó el gobierno fue la abolición de la trata de negros. España tuvo que firmar en 1817 un tratado con el que el que el comercio de esclavos quedaba abolido al norte del Ecuador y en 1820 este tratado fue generalizado a toda América. Además de las perdidas en América del Sur, España reconoció por el tratado de Washington en 1820 todas las concesiones de territorios hechas antes de enero de 1818. Así Florida, Luisana pasaron a formar parte definitivamente de los estados Unidos. Chile, Nueva Granada y parte de Venezuela eran ya independientes.
La sociedad española atravesaba una de las situaciones más críticas que ha conocido en su historia. La guerra de la Independencia que había provocado un gran número de víctimas y la peste fueron las principales causas de la mortalidad durante el principio del siglo XIX.
A nivel cultural, el absolutismo de Fernando VII se traduce por una ausencia casi total de libertad de expresión. A primera vista la situación de los intelectuales era en esa época de sumisión total al régimen, pero en un segundo plano, las sociedades secretas y las logias masónicas difundieron las ideas liberales procedentes de los países vecinos.
En la mayoría de las zonas rurales, la religión y sus representantes constituían el único lazo entre el pueblo y el gobierno. En un país como la España de 1814 en el que la opinión pública no existía, donde no había ni partidos políticos, ni libertad de asociación ni de prensa, el ejército y el clero eran las únicas fuerzas sociales que disponían de cierta organización.
Tras la brutal y sanguinaria represión emprendida por el gobierno fernandino, se esconde una situación financiera desastrosa y una crisis social sin precedentes.
A partir de 1815, varias guarniciones intentaron derrocar el régimen absolutista, pero fracasaron.
Tanto Espoz y Mina en Navarra en 1814 como Porlier en Galicia al año siguiente intentaron en vano oponerse al ejército fernandino y este último será incluso condenado a muerte y ejecutado. En 1817 se produce un nuevo pronunciamiento del general Lacy en Cataluña apoyado por la burguesía catalana y por los militares.
Tras todos estos intentos fallidos, el pronunciamiento de Riego en 1820 benefició de circunstancias mucho más favorables que los anteriores. Así el 1 de enero de 1820 las tropas, que estaban a punto de zarpar rumbo a las Américas, mandadas por el coronel Riego se alzaron en las Cabezas de San Juan y restauraron la Constitución de 1812. Otras regiones van a seguir este ejemplo y ante la amenaza de un levantamiento a nivel nacional el rey se inclinó y proclamó que gobernaría acatando los principios de la Constitución de 1812.
En el bando liberal pronto surgieron las primeras divergencias. El partido liberal se dividió rápidamente en dos grupos: los moderados y los exaltados o progresistas.
Durante el trienio liberal, Fernando VII no dejó de apoyar a los absolutistas aunque no quiso romper las relaciones que le unían a los liberales, mayoritarios en las Cortes.
Por contra en la época siguiente, la Década Ominosa 1823-1833, en principio se cerraron las universidades de provincia y se prohibió la enseñanza de las matemáticas y de la astronomía para en 1830 cerrar definitivamente todas las universidades.
Los años pasaban y el que fuera imperio español se iba reduciendo cada vez más y a excepción de Cuba y Puerto Rico la mayoría de las colonias habían dejado de serlo. En 1824 las fuerzas americanas mandadas por Sucre derrotaron en Ayacucho a las tropas metropolitanas y poco después la caída de la fortaleza del Callao marcó el fin de la dominación española. A pesar de este revés Fernando VII durante los últimos años de su reinado no cesó en su afán de reconquista de los territorios del antiguo Imperio.
Mientras tanto, los liberales se encontraban refugiados en el extranjero principalmente en Londres donde mantenían relaciones con los dirigentes liberales locales.
Inglaterra decidió adoptar una postura favorable al reconocimiento de los nuevos estados americanos.
El deseo de reconquista de Fernando VII le condujo a tomar pésimas decisiones. Derrota tras derrota se fueron mermando las posiciones españolas y al final del reinado solo Cuba y Filipinas permanecían bajo la Corona de España.
La grave enfermedad que padeció Fernando VII en septiembre de 1832 sirvió para desatar la lucha sucesoria.
María Cristina se apoyó en los medios menos intransigentes y fue nombrada Regente mientras durase la enfermedad del Rey. A finales de 1832 comenzó una situación de transición que se ha llamado " despotismo ilustrado”.
Durante el período que duró este gobierno de transición se promulgó una amnistía que permitió el regreso a España de miles de liberales desterrados, se reformó el ejército y se abrieron las universidades. A partir del mes de enero de 1833 el Rey volvió a ocuparse de los asuntos del estado pero fue María Cristina quien siguió dominando la situación.
El 29 de septiembre de ese mismo año moría Fernando VII y su testamento convertía a su esposa en Regente hasta la mayoría de edad de Isabel.
Fernando dejó tras de sí una estela vergonzante. Conspiró y se amotinó contra su padre, abdico devolviendo la corona, aplaudió a un rey extranjero que le sustituyó, abandonó a su pueblo, que estaba luchando por su vuelta durante seis años, mientras vivía prisionero en jaula de oro. Juró la Constitución de 1812 y luego la derogó, reprimió cruelmente a los hombres que habían luchado por rescatarle de Napoleón, no supo defender el imperio americano, no supo negociar ni detener las emancipaciones americanas, pidió ayuda al ejército francés para luchar contra su propio pueblo, derrochó las obras de arte más importantes regalando una fortuna impresionante y con su actitud pasiva favoreció el expolio de los franceses. Nos dejó de regalo al morir el problema Carlista. Y además como dijo Michel J. Quin refiriéndose a la publicación de la Pragmática Sanción “El rey dejó una revolución completa con una sola ley”.
Ante la presión carlista María Cristina decidió acercarse a los liberales pues era la única manera de defender el trono de su hija. Sin embargo, la separación de lo que se ha denominado las dos Españas era mucho más compleja. Con Don Carlos se encontraban la mayoría de la opinión de País Vasco, parte de Cataluña y Navarra, hostil a la dinastía que les había privado de sus libertades particulares (fueros). La nobleza en cambio, al frente de los grandes latifundios apoyaba a la Corona, que era el régimen en que se habían perpetuado esos privilegios.
El importante retraso que España había acumulado con respecto a las otras potencias europeas a nivel económico y social no fue solucionado después de la guerra.
Rompiendo toda relación con el liberalismo, pero también con los absolutistas más radicales que luego apoyarán a Don Carlos, sólo consiguió atraerse las críticas de la mayoría de la población. En ningún momento quiso recurrir a las ideas liberales y persiguió implacablemente a todo aquel que las defendía. Sólo se fio en su camarilla sin percatarse de que los miembros de esta cuidaban más de sus intereses personales que de los de la nación.
Dejó tras de sí un país destrozado y dividido. Ya en vísperas de su entierro tiene lugar el primer levantamiento carlista.
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