jueves, 3 de abril de 2025

LOS EPISODIOS NACIONALES- PÉREZ-GALDÓS

Dentro de la prolífica obra que supone la Literatura Universal, el siglo XIX tuvo algo de extraordinario. Algo sucedió en aquellos años para que tantos genios de la narración coexistieran y dejaran como legado algunos de los libros más célebres y reconocidos de la Historia. En el panorama español, algunos nombres muy ilustres se agruparon en la llamada corriente realista. Entre ellos destacan escritores de la talla de Leopoldo Alas Clarín, Emilia Pardo Bazán, y, sobre todo, Benito Pérez Galdós.


Benito Pérez Galdós nació en las Palmas de Gran Canaria en 1843, aunque pronto se trasladó a estudiar Derecho a Madrid. Su amor por el arte y los libros hizo que, ya en la capital del reino, se animara con escritos en revistas, a la vez que compartió algunas de las famosas tertulias y cafés con gentes de letras. Tras viajar a Francia y entrar en contacto con los creadores galos, regresó a España, donde publicó su primera novela, ‘La Fontana de Oro’ . Comenzaba así la carrera de uno de nuestros más gloriosos creadores, cuya obra puede dividirse en tres partes: ‘Novelas españolas de la primera época’, ‘Novelas españolas contemporáneas’ y, lo que nos ocupa en este análisis, ‘Los Episodios Nacionales’. 
Los ‘Episodios Nacionales’ nacen a partir de la idea de Galdós, gran conocedor de la disciplina de la musa Clío, de resumir y contar de forma novelada los convulsos hechos históricos que jalonaron el siglo XIX español. En este ensayo únicamente me referiré a la parte que yo conozco, la Primera serie (10 volúmenes), correspondiente al entorno de la Guerra de la Independencia, o más concretamente desde Trafalgar hasta la batalla de los Arapiles. Vaya por delante que para mí esta obra es, después de ‘Don Quijote de la Mancha’ de Miguel de Cervantes, la mejor de la literatura española; al menos hasta donde llegan mis conocimientos. No deja de ser una opinión muy personal, pero lo que sí está generalizado es la consideración de Galdós como uno de los más grandes novelistas, si no el mejor, en cuanto a calidad narrativa y cantidad de obras, de las letras de este país.



La serie, como he dicho, se divide en diez libros. No se trata de ensayos independientes, como algunas personas piensan, sino que son novelas perfectamente conectadas. La acción discurre cronológicamente, apareciendo una serie de hechos de gran importancia histórica. La primera serie completa queda entonces compuesta por:
1. ‘Trafalgar’ (1873).
2. ‘La corte de Carlos IV’ (1873).
3. ‘El 19 de marzo y el 2 de mayo’ (1873).
4. ‘Bailén’ (1873).
5. ‘Napoleón en Chamartín’ (1874).
6. ‘Zaragoza’ (1874).
7. ‘Gerona’ (1874).
8. ‘Cádiz’ (1874).
9. ‘Juan Martín El Empecinado’ (1874).
10. ‘La batalla de los Arapiles’ (1875).
Con títulos tan significativos es notoria la temática de cada uno de ellos. Y si bien constituyen una obra uniforme, con acción continuada, lo cierto es que hay algunos rasgos distintivos en cada uno de ellos. Por ejemplo, aunque hay partes cómicas a lo largo de los diez libros, ‘La Corte de Carlos IV’ y el comienzo de ‘El 19 de marzo y el 2 de mayo’, se prestan especialmente a situaciones de comedia. Bien distinto es el caso de ‘Gerona’, que puede ser calificado como el episodio más crudo y descarnado de toda la serie. En él se observa como el sitio de una ciudad conlleva una situación de hambre y caos, donde la diaria lucha por la supervivencia constituye un enorme horror en las calles de la población catalana. A su vez el siguiente episodio, ‘Cádiz’, deja a un lado la guerra y a las tropas napoleónicas para centrarse en las aventuras del protagonista en “la tacita de plata”. Este libro representa un soplo de aire fresco para un lector que durante cientos de páginas ha vivido montones de sitios, batallas y combates entre españoles y franceses.


Para novelar estos acontecimientos, el autor de Las Palmas recurrió al narrador en primera persona, inventando así la figura de Gabriel Araceli, un mozalbete huérfano que nos va contando su vivencias personales, a la par que las relaciona con los hechos históricos de la época.
El personaje de Gabriel recuerda, en alguna medida, al Jim Hawkins de ‘La isla del tesoro’. Gabriel nos comienza contando su infancia en Cádiz, ciudad que gracias a su importancia marítima siembra en él una eterna admiración por los océanos. Puerto de gran importancia mediterránea, Cádiz ofrece a Gabriel la posibilidad de criarse entre navíos y marineros de distintas nacionalidades, con miríadas de historias que narrar. A lo largo de la obra el personaje irá evolucionando, pasando de pillastre del barrio de la Viña a un exitoso militar. Gabriel se convierte de esta manera en el prototipo de héroe hecho a sí mismo.
También podemos hacer referencia a Don Francisco de Quevedo, ya que el propio Gabriel hace mención a Don Pablos durante su presentación en el inicio de ‘Trafalgar’. Y otra influencia clara en Gabriel, y en toda la obra galdosiana, es la de Charles Dickens. No hay que olvidar que Pérez Galdós fue traductor del genial autor inglés, y fue tal su fascinación por la obra de éste que recogió en la suya las mejores virtudes del de Portsmouth. Si Gabriel aparece como uno de los muchos huérfanos dickensianos, qué decir de personajes como los hermanos Requejo (‘El 19 de marzo y el 2 de mayo’), Mauro y Restituta, cuyos paralelismos con los típicos villanos del inglés son tremendos. Ambos se aprovechan de la juventud de Inés (amiga y amada de Gabriel) para encerrarla, obligándola a trabajar con el único afán de lucrarse. En este punto, y regresando a Quevedo, cabe destacar que la usura de Doña Restituta es muy semejante a la del Dómine Cabra de Quevedo, teniendo detalles tan desternillantes como el siguiente: "Dicen que cuando Doña Restituta entra en la iglesia roba los cabos de vela para alumbrar la casa, y cuando va la plaza, que es cada tercer día, compra una cabeza de carnero y sebo del mismo animal, con lo cual pringa la olla; y con esto y legumbres van viviendo".


También ‘Guerra y Paz’ se nos viene a la cabeza en alguna ocasión. Si Tolstoi realizó una obra de descomunales dimensiones sobre la invasión napoleónica a su país, algo semejante ocurre con Galdós. Ambas ofrecen un amplio abanico de personajes y situaciones, pero mientras que en ‘Guerra y Paz’ todo ocurre de manera más dispersa, en los ‘Episodios’, Gabriel ejerce de enlace entre personajes y localizaciones. Y en cuanto a esto último está claro que todo lo que nos cuenta Galdós resulta tremendamente cercano, mientras que ‘Guerra y Paz’, aun tratando temas universales y conocidos, delata en algunos de sus pasajes que se escribió a miles de kilómetros, dentro de una cultura distinta a la nuestra.
De lo que no cabe duda es de que todos los personajes que van apareciendo en ‘Los Episodios Nacionales’ son genuinamente españoles. Así, van apareciendo progresivamente veteranos marinos con ansias de una segunda oportunidad, devotas y regañonas ancianas, avaros y especuladores comerciantes, valerosos guerrilleros sin cultura, curas fanáticos, intrigantes cortesanas, gente de baja ralea que llena las tabernas y figones, nobles damas amantes de las más antiguas tradiciones, jóvenes calaveras con ansias de renovación, obstinados patriotas, políticos corruptos, cotillas, chaqueteros, y un largo etcétera de los más variopintos personajes.
También son curiosos los extranjeros que aparecen en la obra, quienes tienen la visión tópica que siempre ha ofrecido España al resto del mundo. En ‘La batalla de los Arapiles’, Miss Fly, una dama inglesa, aparece como todo un George Borrow, que imagina y disfruta de España como de una tierra llena de románticas aventuras, pasiones y folclore.
Y si bien el autor elogia como se merece a todos aquellos españolitos que abandonaron sus casas para combatir al francés, no escatima en críticas hacia algunos de los elementos de la guerrilla, que, como toda tropa reclutada a fuerza de las circunstancias, recogía lo mejor y lo peor de la sociedad, desde ilustrados y caballerosos combatientes hasta el más ruin y barriobajero de los criminales.
El gran acierto de la obra de Galdós es combinar a la perfección la documentación histórica con la ficción. A diferencia de los best-seller pseudohistóricos, los ‘Episodios’ constituyen una ardua labor de investigación basada en libros, viajes, epístolas, prensa, e incluso conversaciones del autor con supervivientes de los hechos. Empero, el carácter realista y fidedigno no entorpece las partes novelescas, donde los personajes y sus vivencias encajan a la perfección. Las licencias históricas deben ser aceptadas por un lector mínimamente predispuesto a ello.
La amplia documentación se puede observar, por ejemplo, en las batallas, las cuales, interviniendo Gabriel, son vistas como una acción de masas, de (el dolor, el miedo, el cansancio, la gloria, el orgullo, la rabia, ...). Trafalgar, Bailén o el conjunto, narrando el protagonista no sólo sus acciones personales, sino relacionando éstas con la globalidad del combate. De esta forma se recrean los movimientos de tropas, como si de un libro de Historia se tratase, pero dando una visión mucho más cercana y visto romance entre clases desiguales. Amargo sdesgarradora del acontecimiento, intercalando sensaciones y sentimientos itio de Zaragoza son contadas de una forma fidedigna, mezclándose personajes reales con novelescos, y provocando además que el lector busque información complementaria en libros y enciclopedias.
En cuanto a lo puramente ficticio, lo romántico no podía faltar en esta obra, pues en la vida de Araceli aparecerán varias mujeres que despiertan los instintos amorosos en él. Y si bien su gran amor y la mujer que guía sus impulsos es Inés, su relación con esta última pasará por muchas fases, siendo un romance que varía a medida que pasa el tiempo.
Gabriel comienza enamorándose en su adolescencia de Rosita, la hija del marino Alonso Cisniega (‘Trafalgar’), por la que siente un cada vez más estrecho cariño, que convierte la relación ama-criado en una devoción de nuestro huérfano por dicha dama. No obstante, la indiferencia de la joven hacia su fámulo provocará que éste olvide pronto a su ama y sufra su primer desengaño amoroso.
Más tarde conocerá Araceli a la mencionada Inés (‘La Corte de Carlos IV’), jovencita como él de clase humilde, desgraciada, y en quien el muchacho ve representada la belleza, la lucidez y la inteligencia. Esta Atenea madrileña pronto será vista por Gabriel como ese amor que todos hemos imaginado alguna vez, la única y verdadera dama por la que merece la pena vivir. Compañeros de infortunios, encierros y aventuras, estrechan sus lazos en medio de las adversidades. Arrebolados, los dos jóvenes se muestran cohibidos a la hora de declararse su amor. La adolescencia y las normas sociales les hacen tomarse su relación amorosa desde un punto de vista relajado, teniendo más de profunda amistad que de amor. Pero después Gabriel sentirá la mayor de las tristezas al descubrir el noble destino de Inés, alejándose su querida de su humilde alcance. El héroe gaditano se verá obligado a renunciar a su querida, en el muchas veces
erá también para Inés, quien obligada a contraer un matrimonio de conveniencia se plantea incluso la reclusión en un convento (‘Bailén’). Las distintas vicisitudes que surgen a lo largo de los diez volúmenes ven finalmente una alegre y feliz conclusión, en consonancia con los últimos acontecimientos de la serie (decisiva victoria que anuncia el fin de la guerra).
Ambos personajes verán reforzado su amor por el otro a través de los celos. Por ejemplo, nuestro amigo conocerá al pretendiente de Inés, Don Diego de Rumblar, quien con su alocado modo de vida nos parece tan indigno de Inés como al propio Gabriel. Por otro lado mientras que Gabriel siente aversión hacia un caballero inglés, Lord Gray (‘Cádiz’), Inés siente lo propio hacia Miss Fly (‘La batalla de los Arapiles’), otra hija de la Gran Bretaña. Son estos dos personajes muy curiosos, el primero apareciendo como un auténtico bohemio, mujeriego y conquistador, que encuentra en un país tan pasional como España el escenario perfecto para sus correrías. Miss Fly por su parte también siente fascinación por España, pero sus sentimientos son, en cierta forma, más limpios e idealistas, pues la inglesita espera cruzarse en “la piel de toro” con un caballeroso hidalgo semejante a El Cid. Resulta curioso que las vidas de ambos británicos se mezclen, cuando en principio ambos personajes eran totalmente independientes. Ésta es una constante de la obra que habrá quien acuse de falta de realismo, y puede que sea cierto, pero no lo es menos que eso no preocupa en absoluto al autor canario, pues la continua aparición y desaparición de personajes en distintos lugares acaba familiarizando al lector con ellos, facilitando en mucha medida la retención de personas y situaciones. Un ejemplo interesante de esto último es Juan de Dios, el empleado vasco de los Requejo (‘El 19 de marzo y el 2 de mayo’), quien tras sufrir el abandono de Inés vuelve a aparecer como un lunático fraile (‘La batalla de los Arapiles’). De esta forma se ve la evolución de los personajes, y de cómo los acontecimientos los van cambiando tanto a ellos como al país.
A colación de esto último cabe señalarse que los "Episodios Nacionales" poseen la capacidad de servirnos como guía de la España de la época. Si Cervantes en ‘El Quijote’ nos mostraba la España del XVII, Galdós nos muestra la del XIX. La acción transcurre a lo largo y ancho de toda la geografía hispana, y el autor muestra sus virtudes literarias a la hora de describir poblaciones y paisajes. Suerte tendrán aquellos lectores que conozcan a la perfección las calles y edificios nombrados.
No sólo las grandes dosis de placer que ofrecen los ‘Episodios Nacionales’ son interesantes, sino que todo español que la lea cobrará muchos puntos de lucidez, viendo reflejadas en un libro las dos (o tres, o cuatro, o infinitas) Españas, la eterna lucha política, el odio al contrario, que siguen tan vigentes ahora como a principios del XIX. Ya entonces se podían apreciar todos defectos y males endémicos que a día de hoy asolan la sociedad española.
Las eternas disputas de nuestros políticos y sus aliados contertulios hooligans no salen de la nada. Son el resultado de cientos de años de enfrentamientos banales, de posturas irreconciliables y de gente a quien gusta discutir y convertir en arma arrojadiza todo cuanto sale a su paso.
Los ‘Episodios Nacionales’ se presentan entonces como un perfecto retrato de nuestra querida, y a la vez acerba, España. Las virtudes y las miserias del país quedan al descubierto en este mosaico histórico, siendo patente la resignación del autor ante el continuo círculo sin fin que representa la Historia de España.
Ese testigo y ese ansia de retratar la evolución de nuestra sociedad lo ha recogido Arturo Pérez-Reverte, quien con su magnífica y exitosa saga del Capitán Alatriste no hace sino reflejar amargura, mala leche y humor negro, centrándose en el periodo histórico del Siglo de Oro. A pesar de ser sucesos ocurridos dos siglos antes que los ‘Episodios’, algunos fragmentos de Alatriste perfectamente se pueden complementar a los de Galdós. ¡Qué poco hemos cambiado!.
No hace falta que diga que me ha encantado, y he releído más de un capítulo de esta maravillosa obra. La verdad es que no lo esperaba de una novela de estas características.

miércoles, 2 de abril de 2025

ANDALUCÍA NO ES AL- ANDALUS

Andalucía actual no es la Andalucía de la época medieval. Los conflictos identitarios que se producen en España no deben llevarnos a esas distorsiones de la historia. Por ejemplo, en la política actual de la Comunidad Andaluza se intenta encontrar un elemento identitario de esta comunidad y, como no existe el idioma propio como ocurre en otras regiones, lo resuelve diciendo que la identidad de Andalucía es la de Al- Andalus. Por eso lo exalta. 


EMIRATO DE CÓRDOBA (756 – 929)
Pero es tan musulmán lo que hay en Zaragoza o en Toledo como lo que existe en Andalucía. En toda la zona del mudéjar aragonés se siguió construyendo igual incluso después de que fuesen expulsados los musulmanes. Fíjese lo integrados que estaban.Resulta curioso que hay partidos políticos andaluces que han adoptado el discurso de Blas Infante, que era una persona de derecha moderada.
Lo de la “Leyenda negra”, sin embargo, es propaganda contra España que se impone porque el mundo anglosajón, que la impulsó, es el que ha prevalecido. La realidad es que todos los imperios han cometido tropelías, el asirio, el babilonio, el romano, el español… Y lo que no se debe hacer es poner solo el foco en esas tropelías mientras que se ocultan los logros alcanzados. 
De las críticas que se hacen en América contra Cristóbal Colón se hacen por elevación; en vez de señalar a quien realmente es culpable hoy de los problemas que arrastran, se decide atacar a una figura histórica de hace cinco siglos. Es absurdo, pero se atada a quien no se puede defender. Lo que pasa es que los españoles estamos acostumbrados y parece que cuando se quiere convertir a Cristóbal Colón en un villano, pues casi no se le presta atención. Fíjese que, por el contrario, en Italia sientan peor que en España las críticas a Colón. Se quedan estupefactos, no entienden cómo hacen pasar por villano a quien antes se consideraba un héroe. Es la vieja táctica de buscarse un enemigo exterior que, en el caso de Colón, resulta efectivo para ellos, aunque sea un disparate. 


CALIFATO DE CÓRDOBA (929-1031)
Carece de sentido completamente, es como si los españoles nos pusiésemos ahora a exigirles a los romanos que pidiesen perdón por los desafueros que cometieron en España. Pero es al revés, porque aquí se produce un fenómeno curioso. En España se está muy orgulloso del Imperio romano, de su conquista, y se valora mucho su extraordinaria aportación para dotar a todo el Mediterráneo de una cultura común, pero cuando se trata del imperio español, aceptamos que nos pongan verdes, como decía antes. Verdaderamente es un caso único. Salvo alguna excepción como Numancia, que ya exaltó Cervantes, normalmente en España nos ponemos de parte de los romanos.
Juan Gil es Doctor por la Facultad de Bolonia. Fue profesor agregado de la Universidad Complutense. Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla. 

PRIMEROS REINOS DE TAIFAS (1031-1085)
Son numerosas las ocasiones en las que se confunde al-Andalus con Andalucía. Esta equivocación, no sólo se da en un ámbito concreto, ni siquiera en una zona geográfica determinada, sino que es una equivocación bastante extendida. Tampoco sería correcto denominar andalusíes a los andaluces, error muy generalizado en los países árabes, ni referirse a la Junta de Andalucía como ukumat al-Andalus (Gobierno de al-Andalus).
Desde la llegada de los musulmanes a la Península, en el año 711, hasta la caída del Reino de Granada, en 1492, la extensión de al-Andalus fue cambiando según las épocas y dinastías.

ALMORÁVIDES 

Su máxima extensión la alcanzó a mediados del s. VIII, cuando llegó a establecerse en prácticamente la totalidad de la Península, lo que incluye también a Portugal, nuestro país vecino, al que se ha obviado reiteradamente al referirnos a este periodo como la “España musulmana”. Términos totalmente inexactos y anacrónicos, pues ni existía España como nación o Estado, ni únicamente abarcó el territorio que hoy ocupa. Además de la Península, al-Andalus se extendió por parte del Reino Franco, actual Francia, llegando hasta Poitiers, donde los ejércitos andalusíes fueron derrotados y empujados hasta los Pirineos.
A lo largo de sus ocho siglos de historia, al-Andalus conoció diversas extensiones, así como distintas formas de gobierno, no siempre uniformes para todo el territorio.
Durante el primer periodo, conocido como emirato dependiente de Damasco, al-Andalus fue gobernada por veinte emires nombrados por el califa omeya.
Tras este periodo, y con la llegada de Abd al-Rahman (I), príncipe omeya, que decidió refugiarse en esta tierra, huyendo de la matanza que los abbasíes llevaron a cabo contra su familia para hacerse con el control del imperio musulmán, al-Andalus se convierte en un territorio independiente del resto del imperio.
Cuando se proclama el Califato Omeya de Córdoba, en el año 929, el territorio andalusí había perdido parte de su extensión frente a los cristianos del norte, aunque sigue controlando buena parte de la Península. Los enfrentamientos a los que la administración andalusí tuvo que hacer frente, no sólo fueron externos, sino también internos, ya que la diversidad y complejidad de la sociedad provocaba revueltas y rebeliones que el Estado debía contener. Pese a todo, durante el siglo X, al-Andalus vivió una época de tranquilidad, lo que permitió que se alcanzara el máximo esplendor cultural.
A esta brillante etapa le siguió el periodo de Taifas, en el que el territorio andalusí se dividió en múltiples reinos independientes. Con la llegada de almorávides y almohades, al-Andalus se volvió a unificar administrativamente, pero su extensión se fue reduciendo, conforme se producía el avance de los reinos cristianos.

ALMOHADES 

A mediados del siglo XIII, al-Andalus se circunscribía prácticamente al Reino Nazarí de Granada, cuya extensión abarcaba las actuales provincias de Granada, Almería, Málaga e, incluso, parte de Cádiz, Córdoba y Jaén. Este reino fue disminuyendo, a su vez, hasta desaparecer en 1492.
Como se puede observar, al-Andalus llegó a ser mucho más y mucho menos extensa que la actual comunidad andaluza.
Una respuesta sencilla sería decir que los habitantes de al-Andalus, eran los andalucíes  (siempre teniendo en cuenta la extensión que ocupaba en cada periodo).
La mayoría eran musulmanes, que no árabes. Los árabes, es decir, aquellos que vinieron de Arabia, eran una minoría que gozaba de grandes privilegios.
En su mayoría estaba constituida por bereberes procedentes del norte de África. También hubo una importante población no musulmana de procedencia eslava y del África subsahariana, los esclavos.
Junto a éstos, convivían también los pobladores de la Península, visigodos e hispano-romanos que se quedaron en este territorio, gobernado por los musulmanes. Entre ellos había judíos y cristianos. De los últimos, algunos decidieron mantener su religión, y otros se convirtieron al Islam. Los actos de conversión se generalizaron poco a poco, de modo que a principios del siglo XIII ya no quedaban comunidades cristianas autóctonas en al-Andalus.


REINO NAZARÍ DE GRANADA (1280-1492)
¿al-Andalus es Andalucía? Como hemos podido observar sería totalmente desacertado realizar esta equiparación.
Según se ha expuesto, el conjunto de la población andalusí iba mucho más allá de zonas geográficas concretas, etnias o religiones, por lo que, también sería desafortunado realizar esta identificación.
Por otro lado es erroneo también decir que esuvieron en España 800 años. Habría que decir en que zonas, y quines eran, porque los que llegaron en el 711 se disolvieron en el 1031. Es decir que dominaron ese territorio 320 años. Y del resto muchos eran vasallos de los reinos cristianos (como Granada de Castilla), y fueron desapareciendo paulatinamente. Además que ellos mismos tuvieron dos invasiones de otras tribus, los Almorávides y los Almohades.

lunes, 31 de marzo de 2025

PAZ DE WESTFALIA - INICIO DE LA DECADENCIA ESPAÑOLA

Firmada el 24 de octubre de 1648, fue un acuerdo europeo que puso fin a la guerra de los Treinta Años en Alemania y la guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos. Francia fue la gran beneficiada de la Paz de Westfalia. Participaron el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando III de Habsburgo, la Monarquía Hispánica de Felipe IV, (su valido era Luis Méndez de Haro)  los reinos de Francia y Suecia, las Provincias Unidas (Países Bajos/Holanda) y sus respectivos aliados entre los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico. El cardenal Mazarino, ministro principal de Francia desde 1648 supo sacar partido en las negociaciones.

Ratificación del Tratado de Münster
Por un lado, se reducía el poder de su gran adversario continental, el Imperio español, y por otro se expandía hacia el este con el reconocimiento de la anexión de unas cuantas ciudades del Imperio que pasaron a Francia. Las condiciones desmesuradas que exigía el cardenal Mazarino provocaron la continuación de la guerra hispano-francesa. Una vez finalizada la guerra franco-española (1635-1659) se llegó a la paz con la firma la “Paz de los Pirineos (1659). Francia se convirtió en la potencia hegemónica de Europa.
Westfalia inició un nuevo orden en Europa central basado en el concepto de soberanía nacional, con lo que se estableció el principio de que la integridad territorial es el fundamento de la existencia de los estados, acabando para siempre con el concepto feudal en el que los territorios y pueblos constituían un patrimonio hereditario. Realmente nació el concepto de Estado Nacional.
El Tratado de Westfalia, firmado en 1648, marcó un punto de inflexión en la historia de Europa. Este conjunto de acuerdos puso fin a dos de los conflictos más devastadores del continente: la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648). Pero más allá de cerrar estas guerras, Westfalia representó un cambio estructural en la política internacional, dando lugar a un nuevo orden basado en la soberanía de los estados, debilitando la influencia de la Iglesia y estableciendo las bases de un nuevo sistema  político internacional moderno.

Fernando III  

Para España, que había sido la potencia dominante durante más de un siglo gracias a la expansión de los Habsburgo y su control sobre vastos territorios en Europa y América, este tratado significó el principio del fin de su hegemonía. A partir de este momento, la Monarquía Hispánica entró en un periodo de declive progresivo, cediendo terreno a otras potencias emergentes como Francia, Suecia y las Provincias Unidas
Durante los siglos XVI y XVII, España fue la mayor potencia de Europa y del mundo. La Monarquía Hispánica, bajo los reinados de Carlos I y Felipe II, había alcanzado una extensión territorial sin precedentes, incluyendo:
La península ibérica y sus colonias en América
Los Países Bajos y Flandes
El Franco Condado
Portugal y su imperio ultramarino (1580-1640)
Los territorios patrimoniales de los Habsburgo en Austria y el Sacro Imperio Romano Germánico.
España mantenía su poder gracias a su superioridad militar, representada por los tercios españoles, y su enorme riqueza proveniente de América, sustentada en la explotación de minas de oro y plata en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, esta supremacía tenía sus límites. El costo de las constantes guerras, las crisis internas y la creciente resistencia de otras potencias europeas empezaron a debilitar la estructura del Imperio.

Cardenal Mazarino 

Los conflictos que llevaron al declive español
1. Uno de los primeros signos del desgaste español fue la rebelión de las Provincias Unidas contra Felipe II en 1568, que inició la Guerra de los Ochenta Años, (1568-1648) y la independencia de los Países Bajos.
Los holandeses, liderados por Guillermo de Orange, se enfrentaron a la Monarquía Hispánica con el respaldo de potencias protestantes como Inglaterra y Francia. La guerra no solo drenó recursos militares y económicos de España, sino que también demostró la incapacidad de los Habsburgo para controlar sus extensos dominios.
El Tratado de Münster (1648), una parte de la Paz de Westfalia, significó el reconocimiento oficial de la independencia de las Provincias Unidas, un golpe simbólico y estratégico para España, que perdía definitivamente un territorio clave en el comercio y la política europea.
2. Acaba con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648): España contra Europa. La Guerra de los Treinta Años comenzó como un conflicto religioso entre católicos y protestantes en el Sacro Imperio Romano Germánico, pero pronto se transformó en una guerra de equilibrio de poder en la que Francia, Suecia y otras potencias europeas buscaron debilitar la influencia de los Habsburgo.
España participó activamente en el conflicto en defensa del catolicismo y del emperador Fernando II, pero se vio sobrepasada por el desgaste financiero y militar.
Uno de los puntos de inflexión ocurrió en 1643 con la batalla de Rocroi, donde el ejército español fue derrotado por las fuerzas francesas. Esta derrota simbolizó el fin de la invencibilidad de los tercios españoles y dejó claro que el poder militar de España ya no era el mismo que en el siglo anterior.

Felipe IV  

3. Las rebeliones internas en España: Cataluña y Portugal
El desgaste de las guerras en Europa debilitó la autoridad de la Monarquía Hispánica, lo que aprovechando la situación se produjeron los estallidos de sublevaciones en sus territorios.
En 1640, Portugal se rebeló y logró su independencia en 1668.
En Cataluña, el conflicto con la nobleza local derivó en la Guerra de los Segadores (1640-1659), que debilitó aún más a la monarquía.
4. El Tratado de Westfalia, firmado el 24 de octubre de 1648 en Münster y Osnabrück, tuvo efectos devastadores para España:
Reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas: España perdía un territorio clave para el comercio y la estrategia militar.
5. Reducción de la influencia en el Sacro Imperio: Francia y Suecia se consolidaron como las potencias dominantes en Alemania, limitando la capacidad de España para intervenir en la región.
6. Aislamiento diplomático: La monarquía hispánica quedó debilitada y sin aliados fuertes.
7. Crisis económica y militar: La guerra había consumido enormes recursos, dejando al imperio en una profunda crisis.
En términos estratégicos, el tratado simbolizó el fin del dominio español en Europa y el ascenso de Francia como la nueva gran potencia.
El nuevo orden internacional: el fin del Imperio universal
Uno de los cambios más importantes tras Westfalia fue el nacimiento de un nuevo modelo de relaciones internacionales basado en tres principios fundamentales:
Soberanía de los Estados: Se reconoció el derecho de cada nación a gobernarse sin interferencias externas, sentando las bases del sistema de estados-nación moderno.
Equilibrio de poder: Francia, Suecia y otras potencias establecieron un sistema en el que ningún país debía dominar sobre los demás, evitando el resurgimiento de una monarquía universal como la de los Habsburgo.
Declive de la autoridad papal y del Sacro Imperio: Se fortaleció la independencia política de los estados frente a la Iglesia y se confirmó el debilitamiento del poder imperial en Alemania.
Estos principios aún rigen la política internacional actual, marcando el fin del ideal de un imperio cristiano unificado y el comienzo de un sistema de diplomacia entre estados soberanos.
El Tratado de Westfalia no solo puso fin a dos guerras devastadoras, sino que también reconfiguró el mapa político de Europa, sellando la caída de España como primera potencia mundial y dando inicio a la hegemonía francesa.
Lo que siguió fueron décadas de conflictos en los que España intentó recuperar su influencia, pero el declive era irreversible. A lo largo del siglo XVIII, la Monarquía Hispánica se vio superada por otras potencias y su rol en Europa quedó reducido.
Westfalia marcó el fin de una era y el nacimiento del mundo moderno, donde los estados y no los imperios universales serían los protagonistas del escenario global.

Luis XIII 

Además con la rebelión catalana se proclamó al rey francés Luis XIII como Conde de Barcelona, título que hereda su hijo Luis XIV, volviendo el título a la Corona de España con el Tratado de los Pirineos en 1659, en la que España pierde para siempre “El Rosellón”. Asimismo durante este periodo los catalanes son relegados ocupando los franceses  los cargos públicos de importancia y el comercio. Lo que provocaría más adelante que el pueblo catalán rechazara a Felipe V,  el Borbón que sucede a Carlos II, y desde 1701 hasta 1714 se desarrolla la guerra en Cataluña y en el resto de España termina un año antes con el Tratado de Utrech, donde se pierde para siempre el peñón de Gibraltar.
 

sábado, 29 de marzo de 2025

LA BATALLA DE AYACUCHO

Mentira y verdad. Ayacucho puso fin al Virreinato del Perú y destituyó a su último virrey. Con esta batalla del 9 de diciembre de 1824, prácticamente termina el periodo de emancipaciones de la América del Sur.
El escritor peruano Herbert Ore, indica que Inglaterra tras la pérdida de las 13 colonias de Norteamérica, que se habían independizado (EE. UU) necesitaba nuevos mercados. América del sur estaba en manos de los españoles y el comercio que realizaban con los criollos (la burguesía de hijos de españoles) se limitaba al contrabando. 


Por ello la Logia de Inglaterra, la más grande del mundo en ese momento, ideó un plan para independizar la mayoría de las colonias españolas en América. Para ello formó Logias en toda América, como la Logia Lautaro. Éstas Logias eran Operativas, es decir, tenían una meta específica, en éste caso la independencia de las colonias españolas, una vez logrado el objetivo las Logias se disolvían. Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Sucre (Venezuela), O´Higgins (Chile), José de San Martín, Manuel Belgrano, Alvear, Monteagudo (Argentina) eran Masones. Una vez lograda las distintas independencias, Inglaterra fue el primer país en reconocerlas, así enviaba un embajador y entablaba relaciones comerciales y diplomáticas bilaterales. Herbert termina su relato dejando claro que no fue casual el abrazo masónico de Simón Bolívar y San Martín en Guayaquil.
Pero yendo un poco antes hay que saber que hubo un plan perfectamente diseñado en Inglaterra. Se conoce al plan elaborado por el general escocés Thomas Maitland, al cual él había llamado originalmente "Plan para capturar Buenos Aires, Chile y Perú" Los puntos principales de este plan consistían en: Ganar el control de Buenos Aires. Tomar posiciones en Mendoza. Coordinar las acciones con un ejército separatista en Chile. Cruzar los Andes. Derrotar al ejército realista y controlar Chile. Continuar por mar y someter Perú.
El plan de 1804 elaborado por el general escocés Thomas Maitland constituía un proyecto británico para separar las provincias sudamericanas de la Corona hispánica y poder someterlas a su propia esfera de influencia económica. A grandes rasgos, los pasos de este plan consistían en enviar una fuerza al virreinato del Río de la Plata con el objetivo de tomar Buenos Aires, para luego avanzar al interior hacia Mendoza (borde oriental de la cordillera de los Andes), cruzar la cordillera y liberar Chile, aprovechando la alianza de las tribus indígenas presuntamente hostiles al Rey situadas al sur del río Bío-Bío (esta parte del plan fracasó, pues los araucanos del sur chileno se mostraron leales a España, liderados por los patriotas Pincheira). En Chile se cortarían los abastecimientos de trigo al Perú para debilitarlo por hambre, para finalmente enviar una flota que llevaría estas fuerzas desde la Capitanía General hacia el Perú y Quito para separarlas del imperio. Este plan fracasó en las invasiones inglesas al Río de la Plata de 1806 y 1807. Sin embargo, el historiador Rodolfo Terragno en su obra “Maitland y San Martín” editado por la Universidad Nacional de Quilmes, (Argentina), plantea la posibilidad de que exista una vinculación entre el libertador y el mencionado proyecto, del que habría tomado conocimiento durante su estadía en Inglaterra, desde donde se dirigió al Río de la Plata en la fragata Canning. De esta manera, los británicos lograron a través de los generales emancipadores lo que no pudieron conseguir a través de la conquista militar y política.
Junto con esta afirmación, Terragno aclara que el gran mérito de San Martín fue el haber ejecutado dicho plan.

Rey Fernando VII
Mientras tanto en España el rey Fernando VII regresa de su retención por Napoleón, tras la victoria de la Guerra de Independencia española en 1814, y aunque al principio deroga todas las medidas liberales, entre 1820 y 1823 existe un periodo liberal en que el rey acata la Constitución de Cádiz, pero en 1823 se inicia la restauración del absolutismo durante diez años de venganzas. Decretó la abolición de todo lo aprobado en el Trienio Liberal incluyendo los nombramiento de jefes militares que comandaban los ejércitos de América lo que provocó una ola de insubordinación e insurrecciones.
Ya no se envió ninguna expedición militar a Sudamérica y por lo tanto el colapso era inevitable. Los mandos españoles se encontraron relegados por el rey y el desgobierno y entre ellos mismos tenían fuertes disputas por sus ideas, unos liberales y otros absolutistas.
La batalla de Ayacucho puso fin al Virreinato del Perú y destituyó a su último virrey el general José de la Serna e Hinojosa, Conde de los Andes.
La batalla se libra el 9 de diciembre de 1824 en Ayacucho, (Perú), y fue favorable al ejército rebelde frente al ejército realista español.
La capitulación ha sido llamada por el historiador español Juan Carlos Losada como "la traición de Ayacucho" y en su obra Batallas decisivas de la Historia de España (Ed. Aguilar, 2004), afirma que el resultado de la batalla estaba pactado de antemano. El historiador señala a Juan Antonio Monet como el encargado del acuerdo: “los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio y, por tanto, solo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos”. Batalla tenía que haber. Una capitulación sin batalla se habría juzgado indudablemente como traición. Los jefes españoles, de ideas liberales, y acusados de pertenecer a la masonería al igual que otros líderes militares independentistas, no compartían las ideas del rey español Fernando VII, un monarca firme sostenedor del absolutismo.
El ejército realista venía siguiendo desde hacía muchos días al de Sucre y en Ayacucho por fin se encontraron. Ambos estaban agotados y con falta de víveres, lo que pudo desencadenar los hechos porque veían que se quedaban sin alimentos. El ejército realista estaba compuesto de muchos campesinos y prisioneros capturados anteriormente que si bien aumentaban el número no así su lealtad, cansados y hartos del sacrificio.
Las tropas rebeldes derrotaron al ejército realista y su jefe, el virrey del Perú José de la Serna fue capturado.
El gobierno de Simón Bolívar en el Perú (1824-1826) no fue bien visto ni por las elites políticas recién conformadas, ni por la antigua elite criolla, quienes vieron en el libertador a un dictador y usurpador “napoleónico” que quiso establecer un gobierno absoluto basado sólo en su figura.
Pero por entonces en la península los hechos eran  muy difíciles.  Aparte de la influencia revolucionaria y libertaria de la revolución francesa, topamos con el poderoso Napoleón, que por causa del “Pacto de Familia” con el rey francés Luis XVI nos vimos obligados a entrar con la Armada en la Batalla de Trafalgar en 1805, de trágico recuerdo, donde se perdió una cierta hegemonía naval que se gozaba hasta entonces .
Luego se sufrió la invasión de sus tropas y comienza la Guerra de Independencia que comenzó en 1808 y terminó en 1814. El corso colocó a su hermano José en el trono de España, y al terminar la guerra en1814,volvió el peor rey que tuvo el país en todo su historia, Fernando VII.
Es entonces cuando España pierde sus territorios de ultramar, la España americana. Un proceso que comenzó en Buenos Aires en 1810 y terminó en el Alto Perú, (hoy Bolivia), en 1825. Salvo el Virreinato de Nueva España donde la independencia de México se obtuvo de forma pacífica con el Plan de Iguala en 1821.

Capitulación
Los que propugnaban por la independencia de los territorios sobre la monarquía española lo lideraban los criollos, la rica burguesía originaria de españoles, hijos y nietos de españoles nacidos en suelo americano. Bebían de las ideal liberales difundidas por la masonería y los británicos, siempre deseosos de expulsar a España de aquellas tierras americanas para poder comerciar directamente con esa clase criolla.
En la península los masones se aliaron con el bando liberal y a nivel internacional era clara su vinculación con los intereses del Reino Unido.
En América el bando realista, su ejército se alineaban además de la oficialidad y militares enviados desde la península, gente del pueblo, incluso indígenas, campesinos, mulatos, etc. que se sentían más protegidos por la monarquía que con los caudillos criollos, que por lo general eran los terratenientes, comerciantes y exportadores, la clase que manejaba la economía y dominaba la producción y su industria y desarrollo.
Realmente las sucesivas batallas entre realistas y libertadores eran un enfrentamiento entre absolutistas y liberales, monárquicos y republicanos pero por encima de todo una inmensa Guerra Civil entre americanos.
En este contexto se desarrollaron unas cuantas batallas, pero la batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas y significó el final definitivo del dominio administrativo español en América del sur.
El Virreinato de Perú ganó su independencia el 9 de diciembre del año 1824 a través de la Batalla de Ayacucho. En este conflicto el país Ibérico fue derrotado gracias al debilitamiento previo de Fernando VII por las insurrecciones producidas en el país.
El pronunciamiento del coronel Riego y otros el 1 de enero de 1820 en Cádiz hizo que los 20.000 hombres que esperaban para embarcarse y partir hacia América con el fin de ayudar en la lucha y sofocar el movimiento independentista no partieran y obedecieran a Riego en su desobediencia al rey. Por entonces  ya no quedaban los virreinatos del Río de la Plata y de Nueva Granada, pero quedaba el Virreinato del Perú, seguramente el más rico.
La guerra por el Perú se inició en 1820 con Simón Bolívar atacando por el norte y San Martín por el sur. Pero los ejércitos realistas supieron contener esos ataques, provocando derrotas a los independentistas en varias batallas. El virrey era José de la Serna, un héroe de la Guerra de Independencia en España, de ideas liberales, pero fiel al rey. Los refuerzos esperados nunca llegaron, consiguió retrasar la independencia tres años más. A principios de 1824 las fuerzas de José de la Serna se dividieron a causa de una rebelión encabezada por el general Pedro Olañeta, que generó en batallas mermando las fuerzas, cosa que aprovechó Bolívar para llevar sus tropas a las puertas de Cuzco en el mes de octubre, dejando al mando del final de la campaña a su lugarteniente José de Sucre.
En realidad el traidor de Olañeta había negociado con Bolívar y con San Martín, y se refugió en el alto Perú dejando a De la Serna solo frente al ejército independentista. La batalla se desarrolló en la Pampa de Quinua o Ayacucho. El ejército realista comandado por de la Serna contaba con unos 8.000 hombres de los cuales un 90% eran  americanos que deseaban un autogobierno sin romper con la metrópoli y el 10% restante eran militares nacidos en la Península Ibérica.
Por su parte el ejército de Sucre lo componían entre 7.000 u 8.000 hombres, todos americanos y un contingente de militares mercenarios ingleses. Dado que había familiares en ambos bandos provocó la curiosa circunstancia que muchos de ellos se abrazaran antes de entrar en combate.

Antonio José de Sucre
Los realistas ocupaban una zona elevada per no pudieron resistir mucho por la falta de víveres. Por lo cual ante una embestida enemiga, un flanco realista bojó atropelladamente por la colina y sin duda ahí se decidió la batalla, aunque los realistas tenían muy difícil ganar dada la traición de Olañeta. Los oficiales al frente de los realistas contenían el ataque y hasta pasaron a la ofensiva. El Virrey se lanzó al ataque en persona y cayó herido y fue capturado. Sus hombres fueron capturados y los jinetes huyeron. Poco después se firmó la rendición. El ejército Real del Perú renunciaba a seguir combatiendo y se le permitía el licenciamiento o el regreso a España. Los rebeldes aceptaban que puerto Callao siguiera en poder español. La batalla costó la vida a unos 2.100 hombres de los cuales 1.800 eran del ejército realista.
Al año siguiente Olañeta refugiado con sus fuerzas en el Alto Perú fue derrotado y muerto por Sucre.
Honrosa y heroica fue la defensa de la última guarnición española en el puerto del Callao, a 15  kilómetros de Lima. Hasta el 23 de enero de 1826 resistieron los españoles del brigadier José Ramón Rodil. Diez meses en la fortaleza Real Felipe, sabiendo que no llegarían refuerzos y hasta agotar los víveres y las municiones frente a una fuerzas muy superiores. Recibieron unas 20.000 balas de cañón. Cuando tras la rendición se iba a fusilar a Rodil y sus supervivientes, unos 400 hombres de los 2.800 que habían integrado la plaza, Bolívar dio la orden de no ejecutarlos ya que “El heroísmo no es digno de castigo”.
Ese día se arrió la última bandera española en tierra firme americana. Del glorioso Imperio solo quedaban las islas de Cuba y Puerto Rico en América.
A su regreso a España los supervivientes de Ayacucho y Callao tuvieron que aguantar las maledicencias de algunos que pensaban en un supuesto acuerdo masónico contra el rey Fernando VII.

Virrey de la Serna 
Los muertos en combate, las heridas del Virrey de la Serna  y el heroísmo de los supervivientes del Callao son pruebas más que suficientes para acallar esa teoría de la conspiración. Más bien habría que preguntar que hicieron en la Metrópoli por ayudar a aquellos hombres que defendían la causa del rey.
El gobernador del campo de Gibraltar les preguntó con mala intención “Señores, ¿Con que aquello se perdió masónicamente?” . A lo que el brigadier Francisco de Mendizábal respondió lacónicamente “Señor, aquello se perdió como se pierden las batallas”.
El rey recompensó a de la Serna con el título de Conde de los Andes y a Rodil con el de Marqués de Rodil.
Ellos y otros generales y oficiales veteranos desempeñarían puestos de importancia en la España Liberal una vez muerto el rey Fernando VII.

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