jueves, 12 de junio de 2025

JOSÉ I, BONAPARTE, REY DE ESPAÑA

 

Pepe Botella, que así le llamaba el pueblo de Madrid,  por su afición a la bebida, (por lo visto era abstemio), y también “El Rey Plazuelas” por su obsesión de embellecer la capital inaugurando nuevas plazas, es como el pueblo de Madrid le llamaba. De nada le valió su deseo de hacer reformas, ni su intento de modernidad a la monarquía. Los españoles jamás perdonaron que Napoleón invadiera el país y se desarrollara la Guerra de la Independencia. 

PEPE BOTELLA 
Menos de cinco años duró su reinado, pues tuvo que huir de la villa y corte el 17 de marzo de 1813, hace 210 años, según recogió La Gaceta de Madrid. "El Rey nuestro señor salió de esta Corte para recorrer las líneas de sus ejércitos". Se fue para no regresar con un inmenso cargamento de joyas y obras de arte, tanto que según la maledicencia popular "no se llevó la Cibeles porque no le dio tiempo".
Actuó como enviado de su hermano en misiones diplomáticas durante las guerras. Después fue embajador en Roma y tras la proclamación de Napoleón como emperador, se convirtió por mandato suyo en rey de Nápoles en 1806 y en 1808 de España y de las Indias.

JOSÉ I BONAPARTE 
Pero su llegada a Madrid, donde fue proclamado ese 25 de julio con la sublevación del 2 de mayo aún reciente y en pleno estallido de la guerra de la independencia, no pudo ser más inoportuna. Intentó atraerse a los ilustrados afrancesados sin lograrlo con sus reformas de corte liberal establecidas en la Constitución de Bayona, poco conocida, por cierto, que a diferencia de la de Cádiz de 1812. El odio de sus súbditos le dedicaban sangrantes coplillas. "Pepe Botella, baja al despacho, no puedo porque estoy borracho" o "cada cual tiene su suerte, la tuya borracho hasta la muerte" y caricaturas representándole de rodillas dentro de una botella. Ante este complicado panorama, José Bonaparte intentó dejar el trono, pero Napoleón se lo impidió, nombrándole generalísimo en España del ejército francés. Intentó llegar a un acuerdo con los constitucionalistas de Cádiz, sin lograrlo.
El monarca paliaba tanto sinsabor con una agitada vida sentimental, pues aunque se casó con Julia Clary, hija de un rico jabonero de Marsella con la que tuvo dos hijas, su esposa jamás pisó tierra española. Algo que propició su relación amorosa con Pilar Acedo y Sarriá, condesa del Vado y de Echauz, con la que se veía en un picadero que mandó construir en la Gran Vía. Era esposa del marqués de Montehermoso, Ortuño Aguirre, un aristócrata afrancesado a quien el monarca compró su palacio de Vitoria cuando tras huir de Madrid, se estableció allí antes de regresar a Francia. Además de Pilar, en su colección de amantes destacan la condesa de Jaruco, la de Merlin, a quien dedicaron el verso "La señora condesa tiene un tintero donde moja la pluma José primero", una soprano apodada "la Fineschi".
Su gran derrota en la batalla de Vitoria en junio de 1813 supuso el final de su reinado y el restablecimiento de la monarquía Borbón con Fernando VII a raíz del tratado de Valençay.

RECUPERACIÓN DE PARTE DEL EXPOLIO
Cuando José Bonaparte decidió abandonar Madrid y dirigirse a Francia por la situación de derrota militar, se llevó una caravana de más de 2 000 carros, el famoso “Equipaje del rey José”, al que Benito Pérez Galdós dedicó uno de sus Episodios Nacionales. La batalla de Vitoria evitó que la comitiva llegase a Francia y José Bonaparte tuvo que huir a caballo y dejar todo su equipaje atrás. La tropa, de los que más de la mitad eran británicos, asaltó con avaricia los carros y se olvidó de perseguir a José Bonaparte, lo que enfadó al general Wellington pero al menos pudo salvar el carro en el que Bonaparte había guardado los cuadros: unas 200 obras de Juan de Flandes, Brueghel, Van Dyck, Tiziano, Rubens, Teniers, Guido Reni, Ribera, Correggio, Murillo, Velázquez, todas sin marco y enrolladas para ocupar menos espacio. Wellington envió 300 obras recuperadas a su hermano a Inglaterra y decidió por su cuenta devolver los cuadros, por lo que su hermano, Henry, en ese momento embajador en Madrid, envió en 1814 una misiva a Fernando VII, informándole de que estaba en posesión del tesoro artístico. Y deseaba devolverlo. No tuvo respuesta y lo intentó de nuevo en septiembre de 1816 en una carta al embajador español en Londres. Recibió la contestación oficial de que el rey había decidido que se quedara con las obras agradeciendo sus servicios. Wellington, que los colgó en su casa, Apsley House, que se ha convertido en un museo perteneciente al English Heritage, donde se puede ver hoy en día “The Spanish gift” (El regalo español). 
En 1816, una vez derrotado Napoleón, la liga de los vencedores obligarían a Francia a devolver lo expropiado. En el museo del Louvre se hizo inventario con más de 5.000 obras de arte robadas en todos los territorios de Europa, de las cuales el comisionado español a tal efecto, el general Álava, solo podría recuperar algo más de cuatrocientas de ellas.

GENERAL LORD WELLINGTON 
En el Congreso de Viena se condenó a Francia a devolver a España el entero patrimonio incautado, algo imposible a todas luces pues solo estaba inventariada una parte ínfima en el “Diccionario histórico de las Bellas Artes en España” del ilustre Agustín Ceán Bermúdez; y es por ello por lo que se haría imposible el rastreo de estas.
José I había utilizado los bienes incautados a las órdenes religiosas para ofrecerlos a los militares más renombrados. De esta manera, el mariscal Soult, comandante general de las fuerzas francesas en España, fue recompensado con seis cuadros procedentes de El Escorial. El general D’Armagnac, gobernador militar, con cuatro. El general Sebastiani, que dirigió la ofensiva contra Andalucía, recibió tres. Y el general Dessolles, que tuvo un papel destacado en la victoriosa batalla de Ocaña, otros tres. Sin embargo, con quien más generoso se mostró el rey fue evidentemente con su hermano, Napoleón. De esta manera, el 26 de mayo de 1813 salieron hacia Francia 300 pinturas. Aunque el convoy estuvo a punto de ser interceptado en la batalla de Vitoria, librada en julio de ese año, los lienzos llegaron a París en perfectas condiciones. Al final sólo doce se consideraron apropiados para ser expuestos en el museo de Napoleón. El resto no se devolvió para servir como decoración para las residencias imperiales.
El francés Frédéric Quilliet, oscuro personaje, había llegado a España antes de la guerra. Quilliet fue el encargado de inventariar las colecciones reales, en especial la del monasterio de El Escorial, de la que desarrolló un gran conocimiento, y otras importantes colecciones privadas.  Quilliet logró apropiarse de muchas de las obras que estaban destinadas a los depósitos reales. Su ambición y descaro llegaron a tal punto que, en 1810, fue cesado de su cargo. 

La “Venus del espejo” de Velázquez actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres. Anteriormente perteneció a la Casa de Alba y a Manuel Godoy, en cuya época seguramente se conservaba en el Palacio de Buenavista en Madrid.
Los franceses usaron como guía el "Diccionario histórico de las Bellas Artes en España" de Cea Bermúdez, un coleccionista y crítico de arte de reconocida y sobrada reputación.
Tras la caída de Napoleón en Waterloo ante una coalición de países,   José emigró a Estados Unidos y gracias a la venta de las joyas que se llevó de España, se construyó una mansión en Filadelfia. Allí ocupó su tiempo soñando con construir un imperio mientras caía en los brazos de nuevas amantes, entre ellas, Annette Sauvage, descendiente de la india Pocahontas.
En 1841 logró permiso para regresar a Europa, instalándose en Florencia, donde falleció tres años después, siendo enterrado en Les Invalides de París junto a su hermano gracias a la mediación de su sobrino, el emperador Napoleón III.
Muchos tesoros procedentes de España se encontraban en Francia en 1940 en la Segunda Guerra, durante el Gobierno de Vichy. Varias obras procedentes del Louvre se habían trasladado para protegerlas de los bombardeos. Franco aprovechó el momento para reclamar parte de nuestro patrimonio robado, y en la lista, la primera obra de arte era La Inmaculada de Murillo arrebatada por el mariscal Soult. 

"LA INMACULADA" de Bartolomé Esteban Murillo.
Para negociar con ventaja, Franco explotó la posibilidad de que España apoyara en la Guerra a la Alemania nazi. Con esta premisa, el gobierno francés cedió la venta de tan preciado 

miércoles, 11 de junio de 2025

EL CRISTIANISMO EN ESPAÑA

España se formó como entidad siendo provincia de Roma, Hispania.
Al llegar los romanos y después de las luchas establecieron su cultura, sus leyes, su organización, su lengua y su religión. 
En el Imperio Romano desde Constantino (272-306) y Teodosio (347-395), la religión cristiana era el credo obligatorio para todos los ciudadanos y la Iglesia cristiana, apoyándose muy directamente en las instituciones del Estado, se había convertido en iglesia imperial.
El Reino visigodo de Tolosa o galo-visigodo, con capital en la ciudad gala comenzó en el año 418, tras el pacto (o foedus) entre los visigodos y Roma, y duró hasta el 507. La actuación de los visigodos se ve supeditada por las circunstancias históricas de este pueblo a dar paso al Reino visigodo de Toledo o hispano-visigodo, con capital en la hispana Toledo, que se extendió desde el 507 hasta el 711, año en el que comienza la invasión musulmana en la península ibérica.
Los visigodos no fueron invasores. Llegaron a través de un acuerdo con Roma. Los visigodos recogieron el testigo y conjuntamente con la población existente en la península, los hispano-romanos, fueron un solo reino con la religión católica, apostólica y romana. La población hispanorromana tampoco los vio como invasores, sino como vecinos molestos, gente con la que había que acostumbrarse a vivir.
El godo Leovigildo acabó con toda resistencia de los pueblos bárbaros, vándalos, alanos y suevos en 586, éste último se habían asentado en Gallaecia (Noroeste de la península), y aunque no se marcharon fueron gobernados por los visigodos, y lentamente se incorporaron a la nueva sociedad.

El III Concilio de Toledo (589), en el que el rey visigodo Recaredo abraza la religión cristiano-romana, abandonando la arriana, es donde puede considerarse el punto de partida de nuestra nacionalidad en torno a un solo monarca, a un poder político ejercido sobre una sociedad que avanzaba firmemente hacia su plena integración desde sus dos elementos conformadores, el latino y el germánico.
A diferencia de lo que sucedió en Italia o en el Norte de África donde ostrogodos y vándalos respectivamente constituyeron una minoría extraña y hostil, en España se produjo una fusión generalizada entre godos e hispano-romanos, y sobre esta unidad se pudo alzar un Estado independiente y conformarse la nacionalidad hispánica. Durante el siglo VII se iría consolidando la nacionalidad común de los denominados ya como “hispano-godos”, poseedores de una religión común, gobernados por un mismo monarca, e incorporados plenamente a la Administración los antiguos hispano-romanos.
De ese germen importante nacerán sus herederos, los reinos cristianos que lucharán contra el invasor musulmán.  De no haber  prosado la religión católica es seguro que no habría habido las guerras por la Reconquista y por lo tanto España no existiría tal como la conocemos, en su historia y en su presente.
Los cronistas insisten en presentar a Fernando e Isabel como los restauradores de aquella Hispania que arrancaba de Roma su legitimidad, pero que había perdido en el 711 su propio ser.
Una larga serie de escritores insisten en que la tarea de recuperación no se refería tanto al territorio, la propiedad, como al cristianismo. Con ello remataban la reconquista. En 1491 Rodríguez de Almela al entregarles un ejemplar de su Crónica,  en las vísperas de la caída de Granada, les recordaba a los reyes que el origen de su legitimidad estaba en la estirpe goda que la recibiera de roma por el pacto del 418.

El fresco 'La visión de la Cruz', la visión de Constantino. 
Los españoles de entonces se identificaban más con "su ser católico" que con su "ser nacional". Esto es así por el gran peso que ha tenido en la formación de los españoles el Imperio Romano y la Iglesia Católica, que son universales. No era posible que en un reino existieran dos religiones. Eso pasó en España desde la llegada de los judíos, (con el permiso de los romanos), y luego por la fuerza de las armas con la invasión musulmana. De ahí que los pobladores hispanogodos rechazaran al musulmán, creando reinos territoriales unidos por la fe.
Claro que hubo alianzas e incluso entre cristianos y musulmanes para combatir al enemigo común. Y también tropas musulmanas en un ejército cristianos, como el del Cid. También sucedió que las Taifas, pequeños reinos provenientes de la caída del Califato de Córdoba en el 1031, fueron las más de las veces vasallos de un reino cristiano, pagando unas "parias". El propio reino nazarí de Granada era vasallo de la Corona de Castilla-León. El impago de ese tributo y la toma de la plaza de Zahara en 1481 por parte del gobernador de Ronda, Mohamed al Zagrí, hizo que Fernando e Isabel se organizaran y al año siguiente comenzó una guerra que duraría 10 años. Al reconquistar Granada, termina la presencia libre y la influencia de los musulmanes en el país. Quedando como extraños los judíos, que muchos eran conversos, es decir que se habían convertido al catolicismo. Los reyes se debían a la religión cristiana y esa fue una de las razones para la expulsión de los falsos conversos y los judíos, con la promesa de que podrían volver si fueran bautizados.
La misma Monarquía Hispánica es un monarquía pactista, plurinacional y federal. Si se repasa los personajes de nuestra historia, uno enseguida se da cuenta que nos encontramos con gentes de todos los lugares de la tierra, porque lo que primaba era la lealtad al rey.
Para la Monarquía Hispánica y para la Iglesia Católica lo importante no ha sido nunca la naturaleza (nacionalidad) de una persona, sino la lealtad al Rey y al Papa.
No ocurre lo mismo en los demás países de Europa que profesan religiones cristianas protestantes, que son iglesias nacionales desde el siglo XVI. Los reyes europeos protestantes lo son "Por la gracia de Dios". Los reyes españoles lo son "Porque son investidos en las Cortes después de jurar los fueros". Y, desde luego, lo que acrecentó más el nacionalismo, fueron las revoluciones republicanas, que en sí mismas son siempre nacionalistas.
La legalidad del poder en España la otorgaba la Santa Sede, pues por la "Donación de Constantino", era ella la heredera del Imperio romano. Es decir, que sin aprobación de la Santa Sede y el Sumo Pontífice, nadie legalmente podía ser rey. Los reyes españoles siempre se consideraron los herederos legales del Imperio Romano y, por tanto, sometidos al Sumo Pontífice o Papa. Si el Papa excomulgaba a un rey, cualquier súbdito estaba legitimado para destronarlo y que daban rotos automáticamente todos los vínculos de vasallaje y servidumbre.
La misma Reconquista es mucho más romana y católica que española. Fue impulsada por los Papas y por los reyes, siempre a través de cruzadas que tenían que ofrecer grandes beneficios espirituales (bulas) y materiales a los participantes.
A los reyes hispanos y a la alta nobleza militar para ellos era más ventajoso tener súbditos musulmanes que cristianos, que eran mucho más exigentes. Por eso en la Reconquista siempre tienen un papel militar protagonista los obispos, las órdenes religioso-militares, como el Temple, Hospitalarios y, después, las hispánicas creadas exprofeso, como la Orden de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, entre otras. Tenían más importancia los mesnaderos del Rey (grupo de caballeros cristianos, militares armados que luchaban como mercenarios), y las milicias concejiles, los caballeros pardos castellanos (sin nobleza natural) o en la corona de Aragón gentes de cualquier origen que dispusieran de un caballo y armas, como los almogávares, que la nobleza castellana o los ricoshombres aragoneses.


El cristianismo es una fe que se proclama “dogma de fe”. Norma desde el rey hasta el último morador. Al comienzo del reinado de Fernando e Isabel, judíos y musulmanes formaban comunidades propias, pero habitaban en tierra ajena. Tenían casas de oración, sus leyes y autoridades y escuelas. Tenían permiso del rey para ello esto desde hacía siglos. Abonaban un impuesto (paira) y no podían formar parte de las instituciones. Los musulmanes eran invasores y los judíos al no ser cristianos, el pueblo llano los rechazaba pues no olvidaba que fueron los que rechazaron a Jesús y lo hicieron crucificar y también convinieron acuerdos con los musulmanes en su invasión en el siglo VIII. Y esos cristianos se consideraban herederos de los reyes godos y descendientes de Roma. Por esto es por lo que se dice que “Soy cristiano, apostólico romano”.
Todo esto es importante para entender los hechos. Si se pierde este punto de vista, tan alejado de nosotros en nuestros días, no podremos comprender lo sucedido, sus porqués y las decisión que se tomaron.  Estás características únicas de España respecto a los demás países europeos explica porque los españoles nunca fueron nacionalistas, eran súbditos de la corona a la que defendían con su vida, prueba de ello es que mil años después, ya en el levantamiento de 1808  y la Guerra de Independencia, fue a causa de defender y restablecer a nuestro rey Fernando VII y destronar a José Bonaparte. Recién a principios del siglo XX sucede ese fenómeno del nacionalismo excluyente, y es por causas económicas, escondidas detrás de un malentendido patriotismo.

martes, 10 de junio de 2025

VIKINGOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Aunque no legaron a nosotros nada de su cultura, hay que nombrarlos en la relación de pueblos que llegaron a nuestras costas.
La primera expedición vikinga en la Península Ibérica llegó a las costas asturianas en el año 844. Las fuentes para el estudio de los ataques vikingos a la Península Ibérica son casi exclusivamente escritas. No hay restos arqueológicos de procedencia vikinga en tierras peninsulares.


Arribaron varias veces a la Península. Está demostrado que llegaron a pisar tierra en Galicia, Vasconia o Al-Ándalus. Al menos, eso dicen las crónicas de la época. Fueron divisados por primera vez en Gijón. Luego se dirigieron a las costas gallegas y a continuación siguieron por el litoral Atlántico Peninsular de norte a sur, de manera que, pasando por Lisboa, llegaron a Cádiz, Sanlúcar de Barrameda, hasta llegar a Sevilla remontando el río Guadalquivir. Desde aquí atacaron ciudades del entorno como Coria, Morón de la Frontera, Medina-Sidonia y Niebla. En todos los lugares causaron cuantiosos daños, tanto materiales como en vidas humanas. Pero al final fueron derrotados por el ejército musulmán antes de su inminente llegada a Córdoba. Los vikingos sufrieron grandes pérdidas y no tuvieron más remedio que retirarse, aunque en su camino de vuelta siguieron realizando diversos saqueos.
La historiografía divide en cuatro etapas cronológicas estos ataques. La primera comienza en el año 844 cuando varias embarcaciones escandinavas arribaron a causa de una tempestad al norte de la Península Ibérica. Llegó a las costas gallegas en el año 858. Su destino era Santiago de Compostela. El trayecto que siguieron fue a través de la Ría de Arosa, en la provincia de Pontevedra, saqueando Iria Flavia y sitiando Santiago de Compostela. Sus habitantes tuvieron que pagar un tributo económico a los vikingos a cambio de que la ciudad no fuese saqueada, aunque aun así una vez pagado intentaron entrar en la ciudad. Pero entonces fueron derrotados por el ejército cristiano en un duro combate en el que los vikingos sufrieron numerosas bajas y se vieron obligados a levantar el sitio e irse del lugar. Esta expedición vikinga tuvo como consecuencia el traslado de la sede episcopal del obispado de Iria Flavia, que era la más importante de tierras gallegas y se había demostrado demasiado vulnerable, a Santiago de Compostela, algo que en futuro daría un gran impulso a esta ciudad. Tras esto, descendieron con sus naves por la costa Lusitana hasta alcanzar la desembocadura del Guadalquivir. Una vez allí, optaron por remontar el río adentrándose en Al-Ándalus. Llegaron finalmente a Sevilla, la cual saquearon en torno al mes de septiembre de ese mismo 844. Destruyeron la mezquita de la ciudad, acabaron con la vida de muchos de sus habitantes y también hicieron esclavos. Fue la primera incursión vikinga importante en la península, la misma que terminó provocando el envío de una embajada omeya al encuentro de los nórdicos. A pesar de que, según recogen las crónicas, esta primera llegada de los vikingos a la actual España fue causa del azar, ya habían oído hablar sobre las riquezas de Al-Ándalus. Los escandinavos no tardaron en ser repelidos por las tropas omeyas. Poco más de un mes después del saqueo de Sevilla fueron derrotados en batalla en lo que hoy es el aeropuerto de Sevilla. Después de esto, los supervivientes llevaron a cabo alguna que otra correría poco reseñable en territorio andalusí y en Marruecos. No se supo nada más de ellos hasta el año siguiente, y para entonces ya se encontraban en Aquitania. 

Lo que ocurrió después es que algunos de los vikingos optaron por rendirse a Abd al-Rahmán II, emir cordobés entre el 822 y el 852, quien se tomó bastante en serio el ataque vikingo a sus costas. También recibió una visita de un embajador enviado por el “rey de los vikingos”, quien probablemente llegó a la Península Ibérica desde Irlanda. El emir decidió encomendar a Al-Ghazal, diplomático capaz que ya había servido anteriormente en Bizancio, la misión de remontar el Atlántico con el fin de acordar la paz con los hombres del norte. Este partió desde la actual Portugal, con una carta de Abd al-Rahmán II y con regalos para los escandinavos. Contaba con la compañía de otros funcionarios y de la comitiva enviada por el rey de los vikingos. El viaje fue largo y especialmente duro.
La impresión que causaron los musulmanes entre los nórdicos una vez llegaron a su destino: El rey de los vikingos ordenó a su gente que les preparasen un buen alojamiento y envió a un grupo de gente a recibirlos. Los vikingos se agolpaban para mirarlos y se asombraban mucho de su apariencia y su manera de vestir. 


La historiografía no ha conseguido dar una respuesta suficientemente sólida, y así es como aparece recogido en el texto musulmán: “Eran paganos, pero ahora siguen la fe cristiana y han abandonado el culto al fuego y a su religión anterior, exceptuando la gente de unas pocas islas dispersas por el mar donde aún se conserva la antigua fe, en la que se adora al fuego, se efectúan matrimonios entre hermanos y hermanas y otras aberraciones por el estilo. Los otros guerrean contra estos y los esclavizan”. Los enviados del emir tuvieron dos días antes de ser recibidos en audiencia por el rey. Según sostiene Ibn Dihya, cuando fueron llamados a su presencia, los musulmanes explicaron que no les estaba permitido arrodillarse ante nadie que no fuera el propio Abd al-Rahmán II. Los nórdicos aceptaron la demanda; sin embargo, cuando la comitiva iba a traspasar el umbral de la estancia en la que el monarca les aguardaba, se dieron cuenta de la puerta era tan baja que era imposible cruzarla sin agacharse. Ante esta situación, Al-Gahzal decidió sentarse y entrar en el salón impulsándose con los pies. Al margen de este incidente, parece ser que la reunión entre el embajador musulmán y el rey transcurrió con total normalidad. Comenzaron leyendo la carta del emir, y después pasaron a entregarse obsequios. En lugar de volverse inmediatamente a Al-Ándalus, al-Ghazal aceptó la invitación extendida por los nórdicos para pasar un tiempo entre ellos. De este modo, en el texto aparece recogido como el embajador conoce a una reina llama-da Nud. Parece ser que el musulmán mantuvo una muy buena relación con esta, a la que llegó a dedicar algunas poesías. Ese es el caso, por ejemplo, de un pasaje en el que la reina afirma que “los celos no existen entre nosotros (los escandinavos). Nuestras mujeres están con sus maridos sólo por su propia voluntad. Una mujer permanece con su marido mientras este le resulta agradable, pero le abandona si ha dejado de agradarle”. Según sugiere el texto de Ibn Dihya, Nud pasó tanto tiempo con al-Ghazal que llegó a enamorarse de él. Sin embargo, una vez transcurridos dos meses, la comitiva andalusí deshizo el camino y retornó a la Península Ibérica

lunes, 9 de junio de 2025

CABALLEROS ESPAÑOLES EN LAS CRUZADAS

A finales del siglo XIII, los “Estados latinos de Oriente” estaban en un momento crítico de su historia. La presión de las fuerzas musulmanas, lideradas por sultanes como Khalil, era cada vez mayor. La captura de Acre en 1291 marcó el fin de la presencia cristiana en Tierra Santa y el final de la era de los Estados Cruzados.

Los Estados latinos de Oriente eran una serie de estados que se habían establecido en Oriente Medio tras la Primera Cruzada en 1099. El principal estado era el Reino de Jerusalén, pero también existían otros, como el Principado de Antioquía, el Condado de Trípoli y el Reino de Chipre. Estos estados estaban gobernados por nobles latinos y eran administrados bajo leyes y costumbres latinas.
A finales del siglo XIII, los Estados latinos de Oriente llevan años en franca decadencia, sufriendo cada poco los envites de las tropas sarracenas. El sultán Baibars –que había alcanzado el poder en 1260– y sus sucesores, han ido conquistando una a una las distintas plazas cristianas. El primer enclave en caer fue el principado de Antioquía, en 1268, y tres años después la en apariencia inexpugnable fortaleza hospitalaria del Crac de los Caballeros.
En abril de 1289 parece haberle llegado el turno a Trípoli. La ciudad cruzada, que ha permanecido durante 180 años en manos cristianas, lleva más de un mes sitiada por las tropas sarracenas del sultán Qalawun. Las fuerzas de la ciudad, en manos de Lucía de Trípoli, habían sido advertidas del peligro por Guillermo de Beaujeu, Maestre del Temple, pero su aviso fue ignorado. Ahora es demasiado tarde. A pesar de las tropas hospitalarias, templarias, francesas y chipriotas que han llegado en auxilio, dos de las torres principales han caído ya y una multitud intenta huir antes de probar el temible filo sarraceno.


Doña Lucía, los mariscales del Temple y del Hospital, así como el Senescal de Jerusalén –Sir John de Grailly–, logran escapar, mientras el resto de la población espera con terror su inminente final. Aunque la mayor parte de los defensores ha huido, unos pocos valientes intentan resistir los ataques de los infieles. Entre ellos destacan dos caballeros vestidos de blanco y con una cruz roja sobre su hombro izquierdo. Su nombre: Pedro de Moncada y Guillermo de Cardona. El primero de ellos había ocupado el puesto de Maestre provincial de Aragón entre 1279 y 1282. Los dos hermanos de orden pelean con fiereza, lanzando una y otra vez tajos con sus espadas, pero las brechas en las murallas son ya incontrolables y los templarios sucumben sin remedio ante la hueste sarracena.

Durante los casi doscientos años de existencia de la Orden, otros muchos templarios nacidos en la península Ibérica empuñaron sus armas para enfrentarse a los musulmanes, ya fuera en suelo peninsular –la mayor parte de las veces– o en territorios de Tierra Santa –las menos–. En todo caso, los freires del Temple procuraron siempre hacer honor a la fama que se habían forjado. No en vano, la mayor parte de los cronistas de su época coincidían al señalar que los templarios “eran los primeros en atacar y los últimos en retirarse”.
El caso de Moncada y Cardona es buen ejemplo de ello. Abandonados a su suerte, y seguros como estaban de que la resistencia era imposible, aquellos caballeros decidieron mantener su posición hasta el final. Experiencia no les faltaba, acostumbrados como estaban a luchar contra el “infiel” en las escaramuzas y batallas que se prodigaban en la Península. El propio Pedro de Moncada, algunos años atrás, había tenido oportunidad de vivir una experiencia similar, aunque entonces la aventura terminó con mejor fortuna.
Corría el mes de junio de 1276 y, aunque ya hacía muchos años que el rey Jaime I había conquistado Valencia, la población mudéjar protagonizaba de vez en cuando rebeliones alimentadas desde el reino de Granada. En aquella época, un grupo de rebeldes mudéjares, formado por más de mil hombres a caballo, alzaron las armas contra el monarca aragonés, tomando el control de varias localidades. El rey, ya anciano, se encontraba enfermo, y fueron las tropas de Don García Ortiz de Azagra y otros caballeros –entre los que se contaban el maestre templario Pedro de Moncada y su hermano Guillén Ramón– quienes acudieron a sofocar la revuelta. En total la hueste cristiana, según las crónicas, estaba compuesta por unos doscientos caballeros y más de quinientos soldados. Una cifra que, a la vista del resultado, resultó insuficiente.

Entre los días 16 y 28 de ese mes de junio, las tropas cristianas lucharon con valor ante las fuerzas musulmanas, compuestas por “más de seiscientos caballeros y muchos peones”, en la llamada Batalla de Luchente. Armados con su impedimenta habitual –cota de malla, grandes espadas, lanzas y otros utensilios de guerra–, los cristianos, agotados por el calor y la sed, fueron derrotados sin remedio por sus enemigos. Las bajas cristianas fueron tan grandes que, durante años, aquella derrota fue recordada con el nombre de “Martes de desgracia”. Durante la batalla perdieron la vida Don García Ortiz y muchos caballeros templarios, mientras que el maestre, Pedro de Moncada, fue apresado junto a otros hombres y encerrado en el castillo de Briar. Por suerte para Moncada y sus hermanos templarios, el moro que los vigilaba resultó ser un traidor, facilitándoles la huída y escapando con ellos hasta la plaza cristiana más cercana. En aquella ocasión Moncada había burlado a la muerte, lo que le permitió seguir empuñando su espada durante otros trece años, hasta que perdió la vida en la plaza de Trípoli, a miles de kilómetros de su hogar.

LOPE DE VEGA CARPIO – EL GENIO

Uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura española. De vida polémica, muchas veces alejado de las normas y la mo...