El viernes 3 de agosto de 1492 estaban listos para zarpar.
Para Colón era un día glorioso, al fin podría demostrar su sueño. Solo eran
tres navíos y noventa hombres pero llevarían la cultura europea, la religión y
un objetivo trascendental de ambición y fe a un mundo desconocido. Partió del puerto de Palos de la Frontera, en Huelva, con las tres carabelas, la Niña, la Pinta y la Santa María en su primer viaje hacia la India, y navegando hacia el oeste, todo lo contrario que se hacía hasta entonces.
El Almirante llevó un diario de a bordo, que afortunadamente
aún se conserva. También tenemos una carta que escribió a los Reyes a su vuelta
relatando el suceso. Se puede reconstruir el viaje con estos datos y otros
posteriores.
Salió de Palos y se dirigió al suroeste, a Las Islas
Canarias, que están a la misma latitud en que está lo que hoy llamamos Japón. A
los nueve días llegaron a la Gomera, allí esperaba una persona muy especial
entonces, la gobernadora, Beatriz de Bobadilla. Se provisionaron antes de
partir hacia lo desconocido. Aquella mujer era de gran belleza y en la corte
deslumbraba, por lo que la reina, sabedora de la debilidad que su marido había
tenido por las mujeres, hizo que la destinaran cuanto más lejos mejor. Las
Canarias eran prácticamente el fin del mundo, por entonces.
El 6 de septiembre zarpan y comienzan realmente a cruzar el
océano. Las órdenes eran de ir al oeste. Los vientos los alejaban de lo
conocido fácilmente, pero entonces la pregunta era ¿cómo volveremos teniendo
los vientos en contra? La fórmula del tiempo que se empleaba para saber la
distancia recorrida era simplemente un reloj de arena que se volcaba por
espacios determinados de tiempo, y multiplicar esto por la velocidad. Colón
llevaba las crónicas diarias pero una para él y otra para la tripulación.
La vida a bordo era soportable para esos tiempos. Hoy sería
impensable de todo punto. Al amanecer comenzaban las tareas. La hora de la
comida era además de la alimentación en sí motivo de vida en común. Los
alimentos eran malísimos. Sabemos por crónicas de otros viajes posteriores que
por ejemplo las galletas se pudrían, los guisos eran apestosos con carne ya
rancia. No tenían especias que disfrazaran algo el sabor. La fruta y la verdura
se acababan a los pocos días. También la tripulación tenía un comportamiento
deplorable a la hora de comer.
Hoy podemos reproducir el viaje de aquellos hombres pero
algunas cosas son imposibles ni siquiera imaginarlas. También la inquietud, la
intranquilidad de no saber si volverían, o si encontrarían siquiera la tierra
buscada.
ESTATUA DE MARTÍN ALONSO PINZÓN EN PALOS
Solo la tenacidad de Colón, su personalidad, la fe cristiana y la
ambición eran lo que empujaban a esas gentes a un destino tan incierto.
El 26 de septiembre creyeron ver tierra. Para colmo la
brújula que marca el norte magnético, y concuerda con la estrella polar, el día
13 había discrepado. Esto era una tragedia. No era concebible por entonces que
la brújula no coincidiera con la estrella polar. La realidad es que la rotación
de la tierra produce esa diferencia. Estaban a 1.600 millas de Canarias. Japón
no podía estar lejos, según sus cálculos. Por suerte, la brújula corrigió su
marca.
El 2 de octubre se avistan pájaros dirigiéndose al suroeste.
No era lo pensado ir algo hacia el sur, pero cambiaron el rumbo. Si no lo
hubieran hecho habrían llegado a Florida. Con el cambio el viaje se
prolongaría, aunque pensaban lo contrario. Llevaban poco más de un mes en alta
mar sin divisar tierra en ninguna parte. El miércoles 10 de octubre, el
descontento aumentaba entre la tripulación. La preocupación por el regreso
crecía, sobre todo al no haber vientos que permitieran volver a España. En la Santa
María se sucedían las peticiones a Colón para dar la vuelta. Ante su impavidez,
las peticiones se transformaron en amenazas. Tuvo que intervenir Martín Alonso
Pinzón, quien logró calmar los ánimos con la promesa de regresar si no se
hallaba tierra en el corto plazo. Pero en realidad, sólo Colón sabía cuán lejos
estaban y que el retorno era difícil.
Es más, el Almirante llevaba dos registros de las distancias
recorridas día a día. Este día 10 se formó algo parecido a un motín a bordo, y
Colón comunicó a sus hombres que habían navegado 44 leguas (unos 245
kilómetros), cuando en realidad el trayecto de ese día habían sido 59 leguas
(casi 329 kilómetros), la mayor distancia recorrida en un día de navegación
durante toda la travesía. El objeto de esta doble cuenta era no asustar a la
tripulación, táctica que estuvo a punto de fracasar aquel 10 de octubre. Con
clima tenso prosiguieron.
El Descubrimiento
La tripulación, muy desanimada, dio tres días para encontrar
tierra, de lo contrario darían la vuelta. También parece posible que el mismo
Colón estuviese inseguro. Consultando con Pinzón éste aconsejó continuar con la
ayuda de Dios. Yáñez dijo 2.000 millas más. Al día siguiente apareció en el
agua un junco verde unas tablas y hierbas. Esto indicaba tierra, sin duda, pero
el día transcurrió sin poder divisarla. Colón prometió un jubón de seda al
primero que viera tierra.
La Pinta navegaba por delante, era el navío más rápido.
RODRIGO DE TRIANA SEÑALA LA TIERRA
¡Tierra! - Eran las 2 de la noche del bendito 12 de octubre
de 1492 cuando el marinero que pasaría a la historia, Rodrigo de Triana, gritó
¡Tierra!! ¡Tierra! ¡Tierra!, gritaba sin cesar el hombre apostado en la cofa
del palo mayor. Todos corrieron a cubierta a mirar hacia el horizonte y
contemplaron la silueta de una tierra baja y verde. La luna reflejaba
posiblemente la isla El Salvador. Pinzón hizo los avisos acordados. Por la
mañana del 12 de octubre, Colón, ataviado con sus mejores ropas y portando el estandarte
real, encabezó la comitiva que se acercó a la orilla de una playa de arenas
blancas. Era la isla de Guanahani, bautizada inmediatamente como San Salvador
por parte de los recién llegados.
Sorprendidos, los habitantes de aquella isla, pertenecientes
a la cultura de los taínos, observaban el acercamiento del bote que
transportaba a los extraños seres que para ellos eran los españoles. Al
desembarcar, Colón y los taínos intercambiaron gestos y objetos. Fue un primer
encuentro pacífico y amistoso, tal como consta en el diario del Almirante. Pero
lamentablemente, esta situación no se prolongaría por mucho tiempo.
Se realizó el encuentro de dos mundos, entonces muy
diferentes. El conocimiento del hecho viene de una sola fuente, el libro que
escribía Colón, el diario de a bordo. Llamó indios a las gentes que encontró,
porque pensó que había llegado a la India legendaria.
FUERTE DE LA NAVIDAD
Realmente estaban en lo que hoy llamamos Las Bahamas, y
aunque ya estaban en tierra y la desesperación por llegar había pasado, pero
pasarían aún muchas penurias.
Tras recorrer algunas islas del archipiélago de las Bahamas,
Colón y sus hombres arribaron a la actual Haití, isla que bautizaron con el
nombre de La Española. Allí fueron amablemente recibidos por Guacanagarí, el
cacique de la zona, y encontraron pequeñas cantidades del ansiado oro. El día
23 de diciembre la Santa María y la Niña se encontraban recorriendo la costa
norte de la isla. De repente se sintió un remezón en la nave capitana y ésta
comenzó a balancearse peligrosamente. Había encallado en un arrecife y no hubo
forma de salvarla. El agua inundó el casco y la Santa María se tuvo que dar por
perdida. Se lo pasaron descargando la
Santa María con la ayuda de la gente de Guacanagarí. De tiempo en tiempo, el
cacique enviaba a uno de sus parientes para consolar al Almirante. Pero a los
europeos más que la simpatía de los indígenas les confortó el oro que se
encontraba cada vez más. Colón se convenció bien pronto de que el naufragio de
la Santa María era una señal de la Providencia, que quería hacerle fundar un
establecimiento cerca del oro de Cipango. ¡Los hombres que el dejara allí
recogerían oro bastante para que los Reyes Católicos liberasen el Santo
Sepulcro antes de tres años! Así fue como fundó el fuerte de "La Navidad", primer
establecimiento español en América.