En este 2025 se
cumplen 500 años de que Pedro de Alvarado ordenara fundar la villa de San
Salvador, en un sitio no confirmado, como un campamento militar con cabildo,
para detener el avance de las expediciones enviadas desde Nicaragua. Aun así,
la villa fue abandonada a los pocos meses de su fundación. Como primer alcalde
fue nombrado Diego Holguín, un regidor del cabildo de Santiago de Guatemala,
ciudad fundada el 25 de julio de 1524.
Como vemos, su
inicio en la aventura americana fue como la de muchos otros hidalgos
empobrecidos que buscan en las Indias lo que no pueden conseguir en la
península: riquezas y honor. Pedro de Alvarado pertenece a la misma hornada que
Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Vasco Núñez de Balboa o
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, los conquistadores y exploradores.
Bien es cierto que desde el inicio del descubrimiento, conquista y colonización de América se alzaron voces en defensa de los nativos e incluso en contra de la conquista, ahí tenemos a Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas o Toribio de Benavente. La mayoría de los grandes conquistadores de la época eran individuos fruto de su época, no más crueles que los soldados incas o aztecas que sometían a los pueblos vecinos. Pedro de Alvarado, en cambio, fue un gran guerrero, pero cruel, despiadado y sanguinario, una figura controvertida y discutida ya entre sus coetáneos.
Pedro es un joven obsesionado con el honor, la honra y la milicia y, al igual que sus siete hermanos, se traslada pronto a las Indias dispuesto a enriquecerse y, sobre todo, a alcanzar gloria semejante a la de sus antepasados. Allá le espera Diego de Alvarado y Messía, hermano de su padre, pacífico colono que había llegado a La Española entre los primeros españoles, en 1499.
Llega a América en 1510, en la misma nao que sus hermanos Gonzalo, Gómez y Jorge. Apenas unos meses después de desembarcar en La Española se enrola en la expedición de conquista de Cuba que lidera Diego Velázquez.
Sus hermanos también participan en numerosas expediciones de conquista, y todos ellos pecan de los mismos males que Pedro: valientes hasta la temeridad, crueles, despóticos y sanguinarios.
Pedro, en Cuba, Diego Velázquez le nombra capitán y le recompensa con una importante encomienda de indios. No lleva siquiera tres años en las Indias, y ya ha conseguido lo que otros no alcanzan sino en años. Es entonces cuando empieza a mostrar su carácter: pendenciero con sus compatriotas, despótico y cruel con los indios. Continúa explorando la península del Yucatán y el golfo de México. Es precisamente allí cuando toma contacto con el Imperio azteca. Diego Velázquez organiza un ejército de setecientos españoles.
Bien es cierto que desde el inicio del descubrimiento, conquista y colonización de América se alzaron voces en defensa de los nativos e incluso en contra de la conquista, ahí tenemos a Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas o Toribio de Benavente. La mayoría de los grandes conquistadores de la época eran individuos fruto de su época, no más crueles que los soldados incas o aztecas que sometían a los pueblos vecinos. Pedro de Alvarado, en cambio, fue un gran guerrero, pero cruel, despiadado y sanguinario, una figura controvertida y discutida ya entre sus coetáneos.
Pedro es un joven obsesionado con el honor, la honra y la milicia y, al igual que sus siete hermanos, se traslada pronto a las Indias dispuesto a enriquecerse y, sobre todo, a alcanzar gloria semejante a la de sus antepasados. Allá le espera Diego de Alvarado y Messía, hermano de su padre, pacífico colono que había llegado a La Española entre los primeros españoles, en 1499.
Llega a América en 1510, en la misma nao que sus hermanos Gonzalo, Gómez y Jorge. Apenas unos meses después de desembarcar en La Española se enrola en la expedición de conquista de Cuba que lidera Diego Velázquez.
Sus hermanos también participan en numerosas expediciones de conquista, y todos ellos pecan de los mismos males que Pedro: valientes hasta la temeridad, crueles, despóticos y sanguinarios.
Pedro, en Cuba, Diego Velázquez le nombra capitán y le recompensa con una importante encomienda de indios. No lleva siquiera tres años en las Indias, y ya ha conseguido lo que otros no alcanzan sino en años. Es entonces cuando empieza a mostrar su carácter: pendenciero con sus compatriotas, despótico y cruel con los indios. Continúa explorando la península del Yucatán y el golfo de México. Es precisamente allí cuando toma contacto con el Imperio azteca. Diego Velázquez organiza un ejército de setecientos españoles.
HERNÁN CORTÉS
Hacia Tenochtitlán y la barbarie. Alvarado participa en la conquista de Tlaxcala. A mediados de noviembre, la tropa hispana llega a la villa de Cholula, a apenas una semana de camino de Tenochtitlán. Los capitanes españoles sospechan que se está armando una emboscada contra ellos. Cortés ordena, en represalia, atacar inmediatamente. Tlaxcaltecas y españoles arrasan la villa a sangre y fuego en la que es conocida como la matanza de Cholula. Pedro de Alvarado participa activamente en la matanza. Tras la escabechina, los cholultecas, hasta entonces fieles vasallos de los aztecas, se alían con Cortés. La conquista del Imperio azteca se muestra, expedita, en el horizonte.
El 8 de noviembre entran los hispanos en la capital azteca, abrumados por las riquezas que observan a su derredor y por la belleza de la ciudad, como ninguna otra que hayan contemplado antes. Seis días más tarde, Cortés toma como rehén al jefe Moctezuma.
Tenochtitlán (siglo XVI)
Alvarado y los demás capitanes españoles procuran familiarizarse con los mexicas hasta que vuelve a ganar triste protagonismo. Con el grueso del ejército, Cortés abandona a Tenochtitlán y parte al encuentro de Pánfilo de Narváez, enviado por Diego Velázquez para detenerle. Cortés deja al mando de los que quedan en Tenochtitlán a Pedro de Alvarado.
Se celebra la gran fiesta de Toxcatl, en honor de los dioses sobre los impresionantes templos de la capital azteca. Miles de nobles mexicas acuden al Templo Mayor para rendir pleitesía. Alvarado, temiendo un levantamiento mexica, ordena descabezar a los aztecas de toda su clase dirigente. Si matamos a los nobles se quedarán sin líderes, explica a sus soldados.
El centenar de soldados tlaxcaltecas, hasta entonces las principales víctimas de los sacrificios humanos mexicas, y los conquistadores españoles irrumpen sorpresivamente en el Templo Mayor de Tenochtitlán y arrasan vilmente con los asistentes que, al estar desarmados, apenas pueden defenderse. Las crónicas españolas e indias que dan cuenta del episodio no dejan lugar a dudas. “Acuchillan, alancean a la gente. con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás. A otros les rebanaron la cabeza”, narran los mexicas al fraile Franciscano Bernardino de Sahagún.
Alvarado y los demás capitanes españoles procuran familiarizarse con los mexicas hasta que vuelve a ganar triste protagonismo. Con el grueso del ejército, Cortés abandona a Tenochtitlán y parte al encuentro de Pánfilo de Narváez, enviado por Diego Velázquez para detenerle. Cortés deja al mando de los que quedan en Tenochtitlán a Pedro de Alvarado.
Se celebra la gran fiesta de Toxcatl, en honor de los dioses sobre los impresionantes templos de la capital azteca. Miles de nobles mexicas acuden al Templo Mayor para rendir pleitesía. Alvarado, temiendo un levantamiento mexica, ordena descabezar a los aztecas de toda su clase dirigente. Si matamos a los nobles se quedarán sin líderes, explica a sus soldados.
El centenar de soldados tlaxcaltecas, hasta entonces las principales víctimas de los sacrificios humanos mexicas, y los conquistadores españoles irrumpen sorpresivamente en el Templo Mayor de Tenochtitlán y arrasan vilmente con los asistentes que, al estar desarmados, apenas pueden defenderse. Las crónicas españolas e indias que dan cuenta del episodio no dejan lugar a dudas. “Acuchillan, alancean a la gente. con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás. A otros les rebanaron la cabeza”, narran los mexicas al fraile Franciscano Bernardino de Sahagún.
Tlaxcaltecas
A la vuelta de Cortés, el odio y la rebelión contra los europeos están tan extendidos que los españoles deciden abandonar la ciudad la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, en la que de nuevo Pedro de Alvarado dará muestras de su valor. Después, la reorganización de los españoles, el asedio y la caída de Tenochtitlán a manos de los conquistadores españoles, en la que día sí y día también destaca don Pedro de Alvarado.
A partir de entonces, Alvarado pasa a ser el capitán español más odiado y temido entre los indios. Los mexicas le apodan “Tonatiuh”. A finales de 1523, Cortés le confía el mando de unos trescientos españoles y unos mil indios tlaxcaltecas, cholultecas y mexicas, con el mandato de conquistar los diversos reinos de Centroamérica. Alvarado sabe que Cortés desea la mayor extensión de territorios posible, y que él no es más que un peón, pero él mismo, en persona, pedirá la gobernación de todas sus conquistas al emperador Carlos I.
Alvarado se dedica desde entonces a recorrer batallando. Primero arrasa la costa de Chiapas y después se dirige a la actual Guatemala. Se dirige primero a los pueblos sometidos. Tal y como sucedió con los tlaxcaltecas en México, ocurre ahora en Guatemala: tras breves refriegas con los indios nahuas y cachiqueles, estos se alían con él. El líder quiché, alertado, prepara un poderoso ejército y se enfrenta a él. Los arcabuceros y ballesteros españoles diezman a los guerreros quichés mientras estos se enfrentan a las tropas auxiliares indias al servicio de Alvarado. La caballería española carga contra el entorno al líder quiché. Es entonces cuando Pedro de Alvarado descubre a Tecún Umán, batiéndose con fiereza, a apenas unos metros de distancia. A su alrededor los indios de uno y otro ejército gritan su sobrenombre azteca, ¡Tonatiuh, Tonatiuh!. Tecún Umán fija su mirada en Pedro de Alvarado. A lomos de su caballo, a la vanguardia de los españoles, el barbudo rubio y de penetrantes ojos azules no puede ser más que Tonatiuh. “Sin duda, ese es el líder de los quiché”, piensa Alvarado. Tecún Umán desafía a gritos a Alvarado mientras blande una sensacional macuahuitl, la espada nativa de madera con filos de obsidiana a lado y lado. Alvarado azuza a su caballo, que se abalanza sobre el líder maya. Salta del caballo y lanza tal mandoble sobre Tecún Umán que quiebra el escudo de su adversario. El quiché se abalanza sobre el hispano, y su arma el macuahuitl de Tecún Umán se parte en dos. ¡Santiago! brama Alvarado antes de asestar el golpe final al quiché. El reino quiché cae ante las armas de Alvarado.
A la vuelta de Cortés, el odio y la rebelión contra los europeos están tan extendidos que los españoles deciden abandonar la ciudad la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, en la que de nuevo Pedro de Alvarado dará muestras de su valor. Después, la reorganización de los españoles, el asedio y la caída de Tenochtitlán a manos de los conquistadores españoles, en la que día sí y día también destaca don Pedro de Alvarado.
A partir de entonces, Alvarado pasa a ser el capitán español más odiado y temido entre los indios. Los mexicas le apodan “Tonatiuh”. A finales de 1523, Cortés le confía el mando de unos trescientos españoles y unos mil indios tlaxcaltecas, cholultecas y mexicas, con el mandato de conquistar los diversos reinos de Centroamérica. Alvarado sabe que Cortés desea la mayor extensión de territorios posible, y que él no es más que un peón, pero él mismo, en persona, pedirá la gobernación de todas sus conquistas al emperador Carlos I.
Alvarado se dedica desde entonces a recorrer batallando. Primero arrasa la costa de Chiapas y después se dirige a la actual Guatemala. Se dirige primero a los pueblos sometidos. Tal y como sucedió con los tlaxcaltecas en México, ocurre ahora en Guatemala: tras breves refriegas con los indios nahuas y cachiqueles, estos se alían con él. El líder quiché, alertado, prepara un poderoso ejército y se enfrenta a él. Los arcabuceros y ballesteros españoles diezman a los guerreros quichés mientras estos se enfrentan a las tropas auxiliares indias al servicio de Alvarado. La caballería española carga contra el entorno al líder quiché. Es entonces cuando Pedro de Alvarado descubre a Tecún Umán, batiéndose con fiereza, a apenas unos metros de distancia. A su alrededor los indios de uno y otro ejército gritan su sobrenombre azteca, ¡Tonatiuh, Tonatiuh!. Tecún Umán fija su mirada en Pedro de Alvarado. A lomos de su caballo, a la vanguardia de los españoles, el barbudo rubio y de penetrantes ojos azules no puede ser más que Tonatiuh. “Sin duda, ese es el líder de los quiché”, piensa Alvarado. Tecún Umán desafía a gritos a Alvarado mientras blande una sensacional macuahuitl, la espada nativa de madera con filos de obsidiana a lado y lado. Alvarado azuza a su caballo, que se abalanza sobre el líder maya. Salta del caballo y lanza tal mandoble sobre Tecún Umán que quiebra el escudo de su adversario. El quiché se abalanza sobre el hispano, y su arma el macuahuitl de Tecún Umán se parte en dos. ¡Santiago! brama Alvarado antes de asestar el golpe final al quiché. El reino quiché cae ante las armas de Alvarado.
Encuentro entre Cortés y Moctezama II
La ambición del
pacense no tiene límites y conquistan todos los pueblos del oriente
guatemalteco, pasando al actual El Salvador. En 1524 regresa a Guatemala, funda
la villa de Santiago de los Caballeros y viaja a España, donde le acusan de
trato inhumano a los indios y de apropiarse de parte del oro que le
correspondería por derecho a sus soldados. Las acusaciones a las que se enfrenta
en Castilla son rebatidas por el flamante conquistador de Guatemala con una
mezcla de arrogancia y cinismo. El emperador, fascinado por sus triunfos
militares le nombra caballero de la orden de Santiago y adelantado y gobernador
de Guatemala. Alvarado no cabe en sí de gozo: ¡por fin es libre de la tutela de
Cortés! En 1530 vuelve a Guatemala. Paradójicamente,
el gran fracaso de Alvarado llega en la primera expedición que organiza en
1534. Después de preparar una enorme expedición de doce barcos.
Ambiciona hacerse con parte del territorio y de las riquezas del incanato, pero el soberbio de Alvarado no cuenta con que ni Diego de Almagro ni Francisco Pizarro están dispuestos a compartir lo que han conquistado. El ejército de Alvarado desembarca en la costa ecuatoriana y se lanza. Pero el ímpetu y su enorme mesnada decae a medida que erran por la costa selvática ecuatoriana durante meses, cada vez más agotados por las enfermedades, el cansancio y las inclemencias del tiempo. Tres meses llevan cuando Alvarado ordena avanzar hacia los Andes, desesperado al contemplar el estado lamentable de sus hombres. Entonces las dificultades son otras: el viento gélido y las constantes nevadas merman aún más su ejército. El 25 de agosto, agotados, se topan con el ejército de Diego de Almagro y Sebastián de Belalcázar en la sierra de Ambato, a más de dos mil quinientos metros de altitud. Almagro sabe cómo es Pedro de Alvarado, pero él no le teme. Y Alvarado, consciente del deplorable estado de su ejército, doblega la cerviz ante Almagro. Diego de Almagro es un caballero de palabra y le ofrece un trato más que cortés: le compra los barcos y acogerá a cuantos soldados de la expedición de Alvarado decidan quedarse en el Perú junto a él y Pizarro. A cambio, pagará por ellos una indemnización más que generosa a Alvarado.
Ambiciona hacerse con parte del territorio y de las riquezas del incanato, pero el soberbio de Alvarado no cuenta con que ni Diego de Almagro ni Francisco Pizarro están dispuestos a compartir lo que han conquistado. El ejército de Alvarado desembarca en la costa ecuatoriana y se lanza. Pero el ímpetu y su enorme mesnada decae a medida que erran por la costa selvática ecuatoriana durante meses, cada vez más agotados por las enfermedades, el cansancio y las inclemencias del tiempo. Tres meses llevan cuando Alvarado ordena avanzar hacia los Andes, desesperado al contemplar el estado lamentable de sus hombres. Entonces las dificultades son otras: el viento gélido y las constantes nevadas merman aún más su ejército. El 25 de agosto, agotados, se topan con el ejército de Diego de Almagro y Sebastián de Belalcázar en la sierra de Ambato, a más de dos mil quinientos metros de altitud. Almagro sabe cómo es Pedro de Alvarado, pero él no le teme. Y Alvarado, consciente del deplorable estado de su ejército, doblega la cerviz ante Almagro. Diego de Almagro es un caballero de palabra y le ofrece un trato más que cortés: le compra los barcos y acogerá a cuantos soldados de la expedición de Alvarado decidan quedarse en el Perú junto a él y Pizarro. A cambio, pagará por ellos una indemnización más que generosa a Alvarado.
Diego de Almagro
Un año más tarde, de vuelta en Guatemala, don Pedro recibe del gobernador de Honduras, una petición angustiosa: los indígenas de la región se han rebelado y están al borde de la derrota. Alvarado decide sofocar la revuelta india antes de partir de nuevo a España. Volver a la patria habiendo aplacado la revuelta india sería la carta de presentación más valiosa de cara a defenderse. Marcha con su ejército hacia Honduras, aplaca la revuelta y, en agradecimiento, el gobernador le cede el gobierno del territorio. Ante el emperador Carlos I, Alvarado logra la suspensión del juicio de residencia y le es confirmada la gobernación de Guatemala. Logra una capitulación imperial que le autoriza a organizar una expedición de conquista a las ansiadas islas de las Especierías.
En Guatemala en septiembre de 1539, se dedica al gran proyecto: la conquista de las islas de las Especias, El Dorado. Arma una flota de doce navíos, setecientos soldados españoles y cientos de guerreros aliados indios. Se lo ha jugado todo en esta empresa, mayor incluso que la de Hernán Cortés en la conquista de México. Por fin, en agosto de 1540, Alvarado abandona Guatemala por última vez. Zarpa rumbo al puerto de la Purificación de Jalisco. Allí, el virrey Antonio de Mendoza y Pacheco le ofrecen sufragar a medias los gastos de la expedición, con la condición de repartirse luego entre ambos las riquezas de la Especiería. Alvarado, que ha invertido todo su patrimonio en la expedición, acepta. En el puerto de Jalisco recibe una petición de ayuda del conquistador de Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate. En ella, Oñate le informa de que los indios caxcanes y chichimecas se han rebelado, haciéndose fuertes no lejos de donde se encuentran Alvarado y su enorme ejército. A pesar de las advertencias de Oñate, que le previene de la fiereza de los sublevados y de la ventajosa situación de las tropas rebeldes, atrincheradas en lo alto de un monte bien defendido, el arrogante Alvarado hace caso omiso y parte únicamente con cien de sus hombres. El 24 de junio de 1541 llega a la vanguardia de su mesnada pero les es imposible tomarlo por la fuerza y ordena un repliegue. Es entonces cuando a un soldado español se le encabrita su corcel y soldado caen rodando y atropellan en su caída a Alvarado. Mortalmente herido, el temible y temido, sufre durante diez días una terrible y atroz agonía.
Muere el 4 de julio de 1541.
Su hija Leonor, hija de la princesa tlaxcalteca Luisa Tecuelhuetzin Xicoténcatl traslada en 1568 sus restos hasta la catedral de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Leonor de Alvarado tuvo hacia su padre un enorme respeto, y compasión. Es el símbolo de la generación nacida tras la conquista española de América: la primera generación “hispanoamericana”
Un año más tarde, de vuelta en Guatemala, don Pedro recibe del gobernador de Honduras, una petición angustiosa: los indígenas de la región se han rebelado y están al borde de la derrota. Alvarado decide sofocar la revuelta india antes de partir de nuevo a España. Volver a la patria habiendo aplacado la revuelta india sería la carta de presentación más valiosa de cara a defenderse. Marcha con su ejército hacia Honduras, aplaca la revuelta y, en agradecimiento, el gobernador le cede el gobierno del territorio. Ante el emperador Carlos I, Alvarado logra la suspensión del juicio de residencia y le es confirmada la gobernación de Guatemala. Logra una capitulación imperial que le autoriza a organizar una expedición de conquista a las ansiadas islas de las Especierías.
En Guatemala en septiembre de 1539, se dedica al gran proyecto: la conquista de las islas de las Especias, El Dorado. Arma una flota de doce navíos, setecientos soldados españoles y cientos de guerreros aliados indios. Se lo ha jugado todo en esta empresa, mayor incluso que la de Hernán Cortés en la conquista de México. Por fin, en agosto de 1540, Alvarado abandona Guatemala por última vez. Zarpa rumbo al puerto de la Purificación de Jalisco. Allí, el virrey Antonio de Mendoza y Pacheco le ofrecen sufragar a medias los gastos de la expedición, con la condición de repartirse luego entre ambos las riquezas de la Especiería. Alvarado, que ha invertido todo su patrimonio en la expedición, acepta. En el puerto de Jalisco recibe una petición de ayuda del conquistador de Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate. En ella, Oñate le informa de que los indios caxcanes y chichimecas se han rebelado, haciéndose fuertes no lejos de donde se encuentran Alvarado y su enorme ejército. A pesar de las advertencias de Oñate, que le previene de la fiereza de los sublevados y de la ventajosa situación de las tropas rebeldes, atrincheradas en lo alto de un monte bien defendido, el arrogante Alvarado hace caso omiso y parte únicamente con cien de sus hombres. El 24 de junio de 1541 llega a la vanguardia de su mesnada pero les es imposible tomarlo por la fuerza y ordena un repliegue. Es entonces cuando a un soldado español se le encabrita su corcel y soldado caen rodando y atropellan en su caída a Alvarado. Mortalmente herido, el temible y temido, sufre durante diez días una terrible y atroz agonía.
Muere el 4 de julio de 1541.
Su hija Leonor, hija de la princesa tlaxcalteca Luisa Tecuelhuetzin Xicoténcatl traslada en 1568 sus restos hasta la catedral de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Leonor de Alvarado tuvo hacia su padre un enorme respeto, y compasión. Es el símbolo de la generación nacida tras la conquista española de América: la primera generación “hispanoamericana”