viernes, 31 de enero de 2025

INVASIÓN MUSULMANA – SIGLO VIII (2da. parte)

En la península la presencia de nobles que se habían refugiado en la zona astur y Los musulmanes siguieron a lo suyo. Se expandieron por la península y no era la búsqueda de nuevos territorios simplemente, sino el avance de una civilización con usos políticos, culturales, religiosos y militares, completamente distintos a los pueblos de ámbito romano. Los asuntos aunque se conseguían no eran gratis ni tan sencillas como se había pensado.

Omar II, el Califa por entonces de Damasco, en el 718 hasta se pensó seriamente en abandonar Hispania.
El impresionante gasto militar para sostener un poderoso ejército lejos del Califato proporcionaban unos ingresos que no compensaban el esfuerzo. Por otra parte los bereberes estaban recién islamizados. Los árabes veían a los bereberes con desdén por este motivo. Para colmo los bereberes habían recibido una pequeña parte de las pagas y se sentían ofendidos. Los conquistadores también se reforzaron ofreciendo la libertad a los esclavos que se convertían al islam. El jefe musulmán Musa no modificó los impuestos, salvo que las cantidades las recibía el walí, que era su propio título. Las leyes antijudías fueron derogadas, lo que facilitó las cuestiones con ese pueblo. No sabemos mucho de las comunidades judías posterior a la conquista musulmana. Pero parece ser que los judíos fueron eficaces colaboradores cuando la invasión y su suerte mejoró  con ellos ya que habían sido perseguidos con los visigodos, que les mantuvieron en una situación de leyes prohibitivas de esclavos y expansión. Sisebuto hacia el año 600 endureció la política antijudía e inició una campaña de conversiones forzosas de los judíos al cristianismo, que culminó con el decreto de la primera conversión general al catolicismo de todos los judíos. Muchos judíos abandonaron Hispania, pero su número exacto se desconoce. Joseph Pérez afirma que pudieron ser cerca de 100.000 personas.  Relegado al olvido por los emires de Córdoba, el pequeño reino astur se iba consolidando. Un duque visigodo tenía una hija que se casó con el hijo de Pelayo, Alfonso. Muere Pelayo en el 737 y le sucede su hijo Fabila, quedos años después muere atacado por un oso. Le sucede su cuñado en el trono astur, Alfonso de Cantabria (739 al 757) que fue el primer rey del reino de Asturias, (Don Pelayo fue nombrado "Princeps"), el primero de una larga serie de reyes españoles que llevarían ese nombre.

Alfonso I 
Llamado "Alfonso I el católico" su reinado duró apenas dos años.
Mientras los musulmanes tienen en su capital una guerra civil, un enfrentamiento entre clanes árabes rivales y éstos con l abundante población bereber. Conflictos sociales, luchas religiosas jalonan los últimos 15 años del emirato. El jefe Musa había traído dos grupos étnicos rivales, unos nómadas y otros sedentarios, agricultores, y esto fomento la rivalidad. Alfonso I aprovechó las revueltas musulmanas para hacer incursiones en el valle del Duero y atravesando el Ebro llegar a La Rioja.
Mientras continuaban estos conflictos en Damasco sucumbía la Dinastía Omeya en el 750. Y era sustituida por la Abbsí. Un príncipe omeya superviviente de la matanza llegó al norte de África y negoción con los musulmanes de la península para restaurar el poder Omeya. Los yemeníes le prestaron su apoyo. Él se llamaba Abd al-Rahman y se inaugura entonces el emirato Independiente de Córdoba. Reinó desde el 756 al 788 y se dedicó fundamentalmente a aplastar las revueltas del anterior señor del territorio, de los partidarios de los abasíes y de algunos grupos bereberes. Al ser proclamado Emir recurre a los sirios, a los bereberes y un  grueso cuerpo de esclavos, en total quizá unos 40.0000 hombres. Las consecuencias de este tipo de ejército que se conservó en los descendientes, fue un elemento de debilidad que se haría sentir en el futuro. Los bereberes se organizaron en bandas armadas practicando guerra de guerrillas. Diez años mantuvieron en jaque al emir y fueron derrotados en el 776. 
Pero cuando se fundó el Emirato de Córdoba, el reino Astur con Alfonso I se hicieron fuertes en el norte dejando una zona desierta entre ellos y el emirato recién fundado. Cesaron los avances cristianos y durante las siguientes monarquías el reino Astur fue vasallo del cordobés pagando los correspondientes tributos. Estaba claro que se oponían a estos pagos y dejaron de hacerlo con el siguiente rey.
Los musulmanes saquearon Oviedo y al volver fueron vencidos en el 794. Ya hemos dicho que los francos detuvieron a los musulmanes en la batalla de Poitiers, que tuvo lugar el 10 de octubre de 732 entre las fuerzas comandadas por el líder franco Carlos Martel (abuelo de Carlomagno), y un ejército musulmán a las órdenes del valí de Al-Ándalus, cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia, aunque esta batalla está en entredicho de si en verdad llegó a producirse o fue una retirada estratégica de los musulmanes, lo cierto es que los musulmanes no avanzaron. Los francos cristianos derrotaron al ejército musulmán. Este hecho frenó la expansión musulmana hacia el norte, desde la península ibérica y es considerada como un acontecimiento muy importante ya que impidió la continuación de la invasión musulmana por Europa. Además de haberse defendido y preservado la religión cristiana. Por lo tanto los musulmanes se conformaron con lo conseguido hasta los Pirineos.
Recordemos que en el 714 Zaragoza fue ocupada por el sarraceno Musa y se convirtió en un centro musulmán importante llamado “Medina al-Baida Saraqusta” (Zaragoza la Blanca), que más adelante Carlomagno intentó ocupar sin éxito el año 788.
Mientras tanto Barcelona formó parte del al-Ándalus desde el año 718 al 801. En aquel tiempo, la ciudad fue conocida como (Barshilūna o Barshaluna). Estamos hablando, pues, de casi un siglo de historia.
En el reino astur como dijimos Oviedo fue saqueada por los musulmanes en el 794 por Hishsan , el sucesor  de Abd al-Rahman I. Desbastó la región alavesa y Asturias. 
Alfonso II 
Alfonso II lo derrotó en Lotus, pero al año siguiente fue derrotado en Asturias y Galicia, volvieron a saquear Oviedo, aunque en Galicia sufrieron los musulmanes serias pérdidas. Pero la superioridad militar era evidente en los musulmanes, además que para ellos era una guerra Santa, dentro del ambiente devoto del reinado de Hisham I.
Pero si la guerra era santa para ellos, pronto lo sería también para los cristianos. El supuesto hallazgo del santo Sepulcro de Santiago, fue determinante en ese sentido. Los comienzos de la Iglesia en el norte fueron difíciles, debido a la nula cristianización de los pueblos primitivos, (prerromanos), pero debido a la posición social y cultural los cristianos hispano-visigodo se pudieron imponerse. De ahí es cuando surge la aparición de la herejía adopcionista entre los mozárabes de al-Andalus,  un conflicto ideológico que hubiera sido muy problemático de no mediar Carlomagno con su poderosa iglesia franca que se había erigido en la guía intelectual del Occidente cristiano. Se hundían los jerarcas mozárabes y la asturiana se erigía en la legítima heredera de la tradición visigoda apoyada por todo Occidente. Es por esto la influencia carolingia en Septimania y los condados pirenaicos además de tender lazo con el reino asturiano.

Abd al-Rahman I.
Los escrito del Beato de Liébana (776), contribuyó a difundir la devoción a Santiago. El clima espiritual se identificaba con la tumba del apóstol en un sepulcro hallado en un monte cercano a la antigua ciudad de Iría Flavia. La fe se propagó. Alfonso II  mandó construir un iglesia y surgieron leyendas y el campo fue llamado “Campus Stella”, (Compostela), por la estrella que indicó con su resplandor el sitio exacto de la tumba. Tales fueron los modestos comienzos de una devoción llamada a hacer  de Compostela el más importante centro de peregrinación de Occidente.

jueves, 30 de enero de 2025

INVASIÓN MUSULMANA – SIGLO VIII

 

Separar la verdad histórica y la leyenda sobre aquellos hechos es complicado. Ni los historiadores se ponen de acuerdo sobre y un sucedido determinado. Pero escogemos la versión más verosímil, o más difundida. Comes Julianus, (Don Julián) era posiblemente un visigodo o bizantino, era partidario de Agila II que disputaba el trono visigodo a Rodrigo. Por lo visto Don Julián era el padre de una moza llamada Florinda, que pudo ser ultrajada por Rodrigo. Claro está que el padre se tomó venganza y aquí es donde Don Julián que era seguramente gobernador de la actual ciudad de Ceuta, conjuntamente con el rey visigodo Witiza (hay quien dice que era el padre de Agila II) se confabuló con los musulmanes norteafricanos para que incursionaran en la península. Esto al menos en el 709. Los musulmanes calcularon las posibilidades y las riquezas que podrían obtener para lo que mandaron una expedición a la península y quedaron maravillados. Por lo que noticiados los árabes se pusieron a la preparación de invadir la península. 


En el año 711 el rey visigodo, don Rodrigo, estaba luchando en el norte y muchos nobles visigodos no le eran fieles. La situación para los musulmanes se mostraba propicia. Hasta tendrían ayuda y las carreteras romanas facilitarían los desplazamientos. Con lo cual se lo tomaron con interés y prepararon la invasión estableciendo acuerdos y consiguiendo apoyos, sobre todo de los judíos, que veían la posibilidad de un mejor trato y conveniencia de negocio que con los cristianos, y sectores sociales visigodos descontentos por los privilegios de las clases altas.
Es posible que hayan sido los barcos de don Julián los que ayudaron a cruzar el estrecho a las fuerzas invasoras. Entraron por Gibraltar, con un ejército de 12.000 hombres, la mayoría bereberes, (etnia islámica del norte de África), y desembarcaron a las órdenes de Tariq-ibn Ziyad que era el gobernador de Tánger.  De forma y manera que cuando el rey Rodrigo llegó con su ejército en plan a ver qué diablos está pasando aquí, era tarde y en la batalla famosa batalla cerca del río Guadalete, del cual toma su nombre dicha batalla, allí perdió Rodrigo la batalla y la vida.
Ante los enfrentamientos internos de los propios visigodos, la falta de auténtica resistencia y los apoyos, el avance musulmán fue bastante sencillo. Tariq ibn Ziyad tras vencer al rey Rodrigo, conquistó la capital de su reino, Toledo. Al año siguiente el gobernador del Magreb, Musa ibn Nusayr, cruzó también a la Península Ibérica y avanzó hacia Toledo para reunirse con su lugarteniente. En su camino conquistó algunas plazas, entre ellas, Mérida. Ya en el 713 se dirigieron a la conquista del valle del Ebro. Zaragoza, y con ella otras ciudades de la zona, en la primavera del 714. Para el 715 habían conseguido control del territorio peninsular y establecer la unidad administrativa. Comenzaba así la etapa musulmana de la cuenca del Ebro, que habría de durar cuatro siglos. La capital musulmana se había establecido primero en Sevilla y en el 717 se trasladó a Córdoba. Aunque el control efectivo se consiguió con la población hispano-goda mediante pactos y capitulaciones con las noblezas y las distintas fuerzas sociales, lo que explica su rapidez. Pero Hispania fue dominada por las armas y mediante acuerdos que permitían retener gran parte de las posesiones a quienes los firmaban a cambio de un impuesto, el “Jaray”. La nobleza y la Iglesia que no se sometía les eran confiscados sus bienes. No obstante las poblaciones que se resistían eran destruidas y quemadas, sus iglesias derruidas, y su población muerta o esclavizada. A los hombres se les crucificaba y las mujeres y niños eran esclavizados siendo islamizados a la fuerza. Como vemos, los musulmanes no se andaban por las ramas.

Los escasos efectivos de las fuerzas invasoras, seguramente unos 30.000 hombres y una población visigoda fijada en un mínimo de 4 millones o más entrañaba un serio problema para los musulmanes.
Musa, que era un jefe militar al servicio del gobernador de Egipto, tenía 71 años cuando participó en la invasión musulmana de la península ibérica, y fue el primer wali de al-Ándalus, gobernando entre los años 712 y 714. Con la llegada de Musa y sus tropas se producía la verdadera entrada de raza árabe en la península. En su paso a Toledo, en Mérida tuvo que asediarla y logró tomarla , allí se enteró de una sublevación en Sevilla por lo que envió a su hijo con tropas. Éste consiguió el objetivo fácilmente y se dirigió a Málaga y Granada y más tarde a Murcia y Alicante. Todo esto en el año 713.
Entretanto Musa llegó a Toledo, donde quedó maravillado por los tesoros de los visigodos, entre los que se encontraba la legendaria Mesa de Salomón. Ya en el año siguiente, además de acuñar moneda, se dispuso después del invierno a reanudar la conquista. Musa y Tariq tomaron Zaragoza y las pueblos y ciudades que encontraron a su paso. Mientras el hijo de Musa ocupaba la Lusitania y Andalucía occidental. Tariq fue enviado al Alto Aragón donde el hijo de un noble visigodo, el conde Casio, le rindió vasallaje y se convirtió al Islam, con objeto de conservar sus territorios. De aquí arranca la poderosa familia muladí de los Banu Qasi desempeñando un papel importante en la zona.
Mientras Musa penetró en Oviedo, Lugo, Gijón y Galicia y estableció guarniciones.
                                RESISTENCIA CRISTIANA

En esas tierras del noroeste se habían refugiado muchos nobles y eclesiásticos visigodos huidos de Toledo que no tuvieron más remedio que adaptarse a las duras condiciones y miserable de los pastores cántabros y astures de tradiciones aún prerrománicas. Sumamente primitivos recurrían al bandidaje en caso necesario y no tenían centros urbanos ni asimilación cultural alguna. Se entiende que los musulmanes evitaran comprometerse en aquellas tierras agrestes, sin ningún interés ni provecho, y se contentaban con obtener de las tribus indígenas ciertas capitulaciones según las cuales seguirían conservando sus costumbres autonomía a cambio del pago de un tributo con tal de no alterar la paz. Para asegurar el pacto tomaron algunos rehenes entre las gentes del pueblo y también algún noble visigodo, entre los que pudo estar Pelayo, un antiguo espatario (miembro de la guardia noble), el cual fe enviado a Córdoba mientras su familia permanecía en Asturias.
Los árabes formaron la élite aristocrática y se quedaron con las mejores tierras. Pero no eran un grupo homogéneo, además de diferentes clanes tenían la oposición de los “baladíes”, árabes que vinieron con la conquista y los shamíes, es decir los sirios.
Los hispano-godos que se convirtieron al Islam fueron llamados “muladíes”. Entre estos fueron frecuentes los matrimonios mixtos con árabes. Hasta el papa Gregorio II llegó a quejarse de que los cristianos entregaban a sus hijas a los musulmanes. Pasados unos años era muy difícil distinguir un árabe de raza de un antiguo hispano-visigodo converso.
Los cristianos que siguieron con su credo en tierras conquistadas por los moros fueron llamados “mozárabes”. Su importancia fue fundamental como iremos viendo. Esas comunidades fueron numerosas en Mérida, Toledo, Sevilla y Córdoba y siguieron siendo administradas por sus obispos y sus condes.
Asegura Serafín Fanjul que es Catedrático de literatura árabe, miembro de la Real Academia de la Historia. “Hoy en día nadie, ni los historiadores arabistas, creen que Al-Andalus fue un crisol; fue una época terrorífica”. “No sé si se produjo la batalla de Covadonga, lo que sí sé es que durante el siglo VIII entraron unos 100.000 árabes en la Península y en los años 730 y 740 se dieron unas hambrunas tremendas en las zonas de Asturias y Galicia que obligaron a los musulmanes que se habían asentado en el Norte a regresar a su tierra bereber. Fue un éxodo obligado por el hambre más que una heroica batalla de don Pelayo, que desde luego aprovechó esa huida para impulsar la monarquía astur-leonesa. Nunca hubo armonía, eran tres comunidades yuxtapuestas con intercambios comerciales, económicos y administrativos. Lo que había eran dos culturas y tres religiones porque los judíos tendieron a adoptar la cultura romance o la árabe”.

El criterio de sumisión definió a las ciudades y territorios. Las que se sometieron mediante pactos, las tierras seguían en poder de sus antiguos propietarios pagando un tributo, un impuesto bajo. Las que fueron ocupadas por la fuerza se consideraban propiedad islámica y sus habitantes debían pagar el “jarach” que era un impuesto mucho más fuerte.
Sabemos que hubo pactos en muchas ocasiones. El noble visigodo Teodomiro, por ejemplo firmó un pacto con los moros por el que estos respetarían y protegían sus tierras, permitían el credo cristiano y no destruirían las iglesias, a cambio de entregar la propiedad de las ciudades de Orihuela, Mula, Lorca, Alicante Hellín y Elche. Además sus habitantes pagarían un impuesto (un dinar) y diversas cantidades de trigo, miel, aceite, cebada, etc.
Musa y Tariq fueron llamados a Damasco donde recibieron la noticia de que el mando sería confiado a Abd al-Aziz a partir de ese momento. Comenzaba así el emirato dependiente de Damasco. Al menos veinte emires hubo entre el 714 y 756 debido a las contradicciones entre ellos. El emir Abd al-Aziz se casó con la viuda del visigodo Rodrigo. Continuó la conquista de los territorios. Estableció la residencia en Sevilla y allí fue asesinado. 
La capitalidad fue trasladada a Córdoba en el 717 y se comenzó a realizar importantes obras en la ciudad. El emir Al-Hurr desarrolló una importante campaña militar y seguramente conquistaría Tarragona, Barcelona y Gerona, penetrando en la Narbonense (Narbona, Francia), y preparó un avance por las Galias. Obtuvo la sumisión de los vascones en Pamplona. Por esas fechas comenzaba a tomar cuerpo la insurrección astur en la que don Pelayo asumía el papel de caudillo. Escapado de Córdoba, Pelayo se refugió en las montañas y entró en contacto con diversos grupos de astures que lo aclamaron como caudillo. Aquí es donde de nuevo es difícil separar la historia de la leyenda.
De todo esto se deduce que la Reconquista no se inició por motivos religiosos ni políticos como nos indica la versión posterior de la corte de Oviedo, sino por el movimiento popular de sentimiento de independencia tradicional de las gentes del Norte. Don Pelayo estableció su centro de operaciones en el monte Auseba.
A todo esto, el emir poca o ninguna importancia dio a estos acontecimientos del norte, ocupado como estaba en su expansión hacia la Galia.  Al-Samh volvió a invadir la Narbolense y trata de tomar Tolouse (Tolosa), en el 721. Pero fue derrotado y muerto por el duque de Aquitania. Esto, conocido por Pelayo estimuló su audacia. Por ello es por lo que al año siguiente la acción de Covadonga, una victoria de los rebeldes contra un cuerpo expedicionario del nuevo emir Abnbasa en una escaramuza tuvo la virtud de prestigiar a Pelayo, lo que contribuyó a un mayor aglutinamiento de fuerzas y voluntades. La importancia militar tuvo un papel nada despreciable en la mentalidad colectiva. Permitió que los astures bajaran al llano centrándose en Cangas de Onís y allí empezó a tomar cuerpo la monarquía asturiana que entraría en relación con otros focos independentistas cántabros.
Los musulmanes no habían valorado bien esta derrota ya que estaban centrados en algo mucho más interesante y valioso como era las riquezas de la Galias. En el año 725 se apoderaron de Carcasona y Nimes y tras reunir un poderoso ejército atravesó los Pirineos por Roncesvalles y realizaron un expedición de saqueo que concluyó trágicamente en la batalla de Poitiers, cerca de Tours, y el valí (gobernador) Allah al-Gafiqi, vencido por el jefe de los Francos, (cristianos), Carlos Martel, muere el árabe en la batalla y aquí es cuando se señala el final de la expansión islámica por el Occidente Europeo.
(Continuará) 

martes, 28 de enero de 2025

CONVENTO - PARADOR DE SAN MARCOS -LEÓN

Conjunto conventual y hospitalario en la ciudad de León, en el Camino Francés. Fue el hospital más famoso e importante de la ciudad y, con el de Santiago, el más relevante surgido en el Camino desde el siglo XVI, aunque sus antecedentes se remontan al XII. 


Tanto el hospital original como el convento se levantaron extramuros de la antigua ciudad, en su parte occidental, en el año 1152, cuando la infanta doña Sancha donó una heredad cercana al puente de San Marcos para construir una iglesia y un hospital en los que “hospedar a los pobres de Cristo”. En 1171 el obispo de León donó para el mismo fin otra heredad cercana y unas casas situadas cerca de la iglesia de Santa María. En los años siguientes se produjeron nuevas concesiones, hasta que en el siglo XVI Fernando el Católico hace un donativo de 300.000 maravedíes para levantar el edificio renacentista que se observa en la actualidad y cuyo trazado corresponde al arquitecto de la Orden de Santiago Pedro de Larrea. Las obras todavía continuarían hasta el siglo XVIII, cuando se amplía la fachada y se construye el patio de la hospedería.
Estaba atendido por los canónigos regulares de San Agustín, pero pasó a la Orden de Santiago, que construyó aquí su casa matriz. No hay que confundir hospital y convento, ya que son dos edificios distintos. El primero presenta una construcción muy sencilla, un enorme caserón de dos pisos con dos grandes salas, una en cada planta, donde se disponían doce camas en recuerdo de los doce apóstoles.


Por su parte, el convento alberga un lujoso hotel en cuya portada principal se observa un altorrelieve de Santiago triunfante en la batalla de Clavijo, así como un escudo de armas de Santiago y otros símbolos jacobeos. Otra parte de las dependencias están ocupadas por el Museo de León. En el retablo mayor del claustro son destacables el Apostolado con una talla de Santiago peregrino y la Anunciación (s. XVIII). Cabe añadir como curiosidad que en el siglo XVII este edificio, con cárcel propia, tuvo entre sus prisioneros al notable escritor Francisco de Quevedo.


León siempre ha sido una encrucijada de caminos donde establecieron los romanos su guarnición de la Legión VII, de donde seguramente proviene el nombre de la ciudad y los paños de la antigua muralla que restan de su caserío.
Fundó luego el rey asturiano Alfonso I sus cuarteles frente a los moros.
El antiguo Convento de San Marcos tiene una fachada de unos 100 metros, el Antiguo Monasterio de San Marcos, ahora convertido en hotel parador de cinco estrellas, posee una hermosa iglesia consagrada en 1541 y un fantástico museo arqueológico.
El actual edificio fue un regalo de Fernando el Católico a la ciudad de León, quien donó una gran cantidad de dinero para realizar esta construcción, uno de los monumentos más importantes del renacimiento español. Está considerada una de las grandes joyas de la arquitectura de la ciudad y del país, junto a la Basílica de San Isidoro y la Catedral.


Los orígenes del Convento de San Marcos se remontan al siglo XII, cuando la hija de Alfonso VII, la infanta Sancha de Castilla, donó una gran cantidad de dinero para la construcción de un modesto alberque a las afueras de la ciudad con el fin de dar cobijo a los peregrinos del Camino de Santiago y gente pobre.
San Marcos terminó siendo una de las principales sedes de la Orden de Santiago, y uno de los edificios más representativos del estilo plateresco en España. En el siglo XVI gracias a una donación del entonces rey de España Fernando el Católico, se construyó el gran edificio de estilo gótico-plateresco que se puede ver en la actualidad. Fueron muchos los arquitectos que participaron en la construcción, en unos trabajos que se alargaron hasta principios del siglo VXIII.

Reformado en un estilo vanguardista, que combina sabiamente pasado y presente, el Hostal San Marcos está hoy  plagado de espacios increíbles, como un impresionante techo del pintor Lucio Muñoz, la terraza a orillas del río Bernesga, o el Salón Capitular, de regios artesonados mudéjares.
El Hostal San Marcos, antiguo emblema de la influyente Orden de Santiago y uno de los monumentos más representativos del Renacimiento español, acoge desde 1986 el Parador de León, un museo viviente de historia y modernidad.
Hoy, San Marcos acoge una colección de arte que aúna tradición y modernidad. En su interior alberga una excepcional colección antigua, entre la que destacan las figuras de Juan de Juni y la sillería de coro del siglo XVI, junto a una muestra de arte contemporáneo que incluye obras de Fernando Zóbel, Eduardo Chillida o José Caballero, además de una exclusiva colección de 32 óleos del pintor José Vela Zanetti.
Se cuela el nombre del Parador de San Marcos de León como candidato al Mejor Hotel con historia Compite en la categoría de Mejor hotel con historia, y lo hace frente a otros cuatro rivales. La revista presenta el Parador leonés como “El hostal de San Marcos”, antiguo emblema de la Orden de Santiago y monumento clave del renacimiento español que acoge desde 1986 este Parador situado en el corazón de León. Reformado al estilo vanguardista National Geographic destaca de él que es un "museo viviente de historia y modernidad que combina su pasada con el vibrante presente en una dualidad que se refleja en sus espacios, habitaciones y cafetería".
En la misma categoría la revista escoge el Iberostar Heritage Grand Mencey, hotel de Santa Cruz de Tenerife que ha acogido a lo largo de su historia a monarcas, actores y artistas de renombre; Cool Rooms Villapanés, un hotel ubicado en un palacio del siglo XVIII de Sevilla de dos planta declarado Bien de Interés de la ciudad; Hotel María Cristina, inaugurado en 1912 en San Sebastián y uno de los más icónicos de la costa del Golfo de Vizcaya; y el Solo Palacio, un hotel localizado en el pueblo asturiano de Llanuces que anteriormente fue el Palacio de los Miranda-Quirós.

domingo, 26 de enero de 2025

DICCIONARIO DE MARÍA MOLINER

Esta mujer hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua española.


Se llama “Diccionario de uso del español”, tiene dos tomos de casi tres mil páginas en total, que pesan tres kilos, y más de dos veces más largo que el de la Real Academia Española.
María Moliner lo escribió cuando podía ya que era bibliotecaria.
María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. De modo que al morir había cumplido los 80 años. Estudió filosofía y letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España.
Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer bien, aun en los duros años de la Guerra Civil en los que no había mucho que comer.
Sus tres hijos fueron universitarios y sólo cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que le sobraba tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria, y decidió ocuparlo escribiendo un diccionario.
La idea le vino del Learner’s Dictionary con el cual aprendió el inglés.
Es un diccionario de uso; es decir, que no sólo dice lo que significan las palabras sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden remplazarse. “Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner y lo dijo con mucha razón.


En el Diccionario de la lengua española, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están gastadas por el uso.
Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad. “Siempre le faltaban dos años para terminar”, dijo su hijo menor.
Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca.
En 1967, presionada sobre todo por la editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años,  dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones.
En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida. Su hijo Pedro contó que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos.
Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita del centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas.
Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. “Sobre todo, las que encuentro en los periódicos, dijo en una entrevista, porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad”.
Sólo hizo una excepción: las mal llamadas malas palabras, que son muchas y tal vez las más usadas en la España de todos los tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y María Moliner vivió bastante para comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo.
Pasó sus últimos años en un departamento del norte de Madrid.
Le complacían las noticias de que su diccionario había vendido más de diez mil copias, en dos ediciones, que cumplía el propósito que ella se había impuesto y que algunos académicos de la lengua lo consultaban en público sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que le preguntó por qué no contestaba las numerosas cartas que recibía, le contestó con más frescura que la de sus flores: “porque soy muy perezosa”, evidentemente no lo era.
En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Real Academia Española, pero los académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición.
Ella se alegró cuando supo que no fue admitida, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. “¿Qué podía decir yo?, si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines”.

Escrito en parte por Gabriel García Márquez 

viernes, 24 de enero de 2025

JOSE DE SAN MARTÍN

El 27 de febrero de 1767 el rey Carlos III había ordenado la expulsión de la orden de los Jesuitas de todas las posesiones españolas la cual se llevó a cabo en 1768. La zona entró en decadencia económica, las misiones fueron secularizadas y Yapeyú era uno de los pueblos de las misiones guaraníes.
Diez años después, precisamente en Yapeyú, nacía José de San Martín, seguramente el 25 de febrero de 1778. 


El padre, un hidalgo español de clase media, ejerció como capitán y ayudante mayor de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires hasta que, en 1774, fue nombrado teniente de gobernador del departamento de Yapeyú, la misión jesuítica a orillas del río Uruguay huérfana de poder tras la expulsión de la orden. Asimismo, la madre también española y de familia destacada, Gregoria Matorras del Ser.
Precisamente dos de los cinco hijos del matrimonio, entre ellos José, nacieron estando destinado como teniente allí. Sus primeros compañeros de juegos fueron indios guaraníes. Si bien, el matrimonio se desplazó a España en abril de 1784, donde José, con seis años, iba a tomar contacto con el Ejército español que tanto amaba su padre.

SAN MARTIN A LOS 11 AÑOS CADETE EN EL REGIMIENTO DE MURCIA
Comenzó sus estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid. Para entrar era necesario “constar ser hijosdalgo notorios según las leyes de Castilla, limpios de sangre y de oficios mecánicos por ambas líneas”. Un lugar de formación para los hijos de los nobles y los militares, donde entró alegando ser hijo de un capitán. Aprendió retórica, matemáticas, geografía, ciencias naturales, francés, latín, dibujo y música.
De lo que no cabe duda es que el 21 de julio de 1789, a los once años, José de San Martín comenzó su carrera militar como cadete en el Regimiento Murcia. Fue éste el origen de una brillante y vertiginosa carrera militar que tendría su bautismo de fuego en el sitio de Orán (1791), trece años tenía entonces.
Más tarde intervino en las guerras del Rosellón contra los franceses en 1793 y de las Naranjas en 1801 contra los portugueses, mereciendo sucesivos ascensos por su actuación; en 1803 era ya capitán de infantería en el regimiento de voluntarios de Campo Mayor.
Fue agregado a la batería de artillería del Capitán Luis Daoiz. En una misión de reclutamiento fue herido gravemente por unos maleantes.
Todo ello sin olvidar su paso por la fragata Santa Dorotea, que formó escuadra en el Mediterráneo contra los corsarios berberiscos. Durante este periodo naval conoció a Napoleón. El hecho de que el emperador le saludara influyó en la admiración que San Martín profesó siempre.
En 1804, su ascenso a Capitán Segundo con 27 años, le obligó a cambiar de unidad. Iniciada la Guerra de la Independencia contra Napoleón, la Junta Central ascendió al criollo San Martín al cargo de Capitán primero en el regimiento del general Castaños. En esta unidad participó en la batalla de Bailén, como ayudante de campo de Coupigny en la 2ª división, el 19 de julio de 1808. Estaba asignado al escuadrón de Caballería Borbón. Su valiente y brillante comportamiento le valió el ascenso a teniente coronel y la Medalla de Oro de Bailén.

VICTORIA EN LA BATALLA DE BAILEN 
Esa batalla fue la primera derrota importante de las tropas de Napoleón.
También participó en la batalla de La Albuera, el broche de oro a una trayectoria de dos décadas al servicio del Ejército español, a las órdenes del general inglés William Carr Beresford, el mismo que cinco años antes había invadido Buenos Aires. Precisamente el carácter multinacional de las fuerzas anti napoleónicas le puso en contacto con los círculos liberales y revolucionarios británicos que tanto contribuirían a la independencia americana.
Mientras en la América hispana las cosas iban tomando su color. Teniendo en cuenta que el rey de España era un francés, hermano de Napoleón, el ejército realista, comandado por españoles, estaba formado en su mayoría por nativos, no criollos, del continente. El sentimiento de la identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, determinaron a las ideas emancipadoras.
La revolución en Buenos Aires, sin participación popular, en mayo de 1810, instituyó la Primera Junta Revolucionaria. El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue depuesto iniciándose así el proceso independentista.
Algunos aconsejaron a San Martín que debía acudir a su tierra natal cuanto antes a tomar partido por los suyos. A decir verdad, el oficial español no tenía nada de americano, salvo el lugar de nacimiento. 
Los suyos eran los miembros del Ejército español. Había pasado su vida fuera del continente, su aspecto físico era europeo y su acento era marcadamente andaluz.

ESTATUA EN MADRID 
José de San Martín pidió la baja de las instituciones armadas españolas para atender “asuntos familiares en Lima”, lo cual era mentira, y se convenció definitivamente del inminente derrumbamiento del Imperio español. Era un liberal por encima de un independentista.
España estaba ocupada por Napoleón y de América salían barcos a España para abastecer su Imperio. Los ingleses y portugueses eran aliados en ese momento y era evidente que las colonias debían dejar de servir al gobierno español, que tenía a su rey prácticamente secuestrado. San Martín hizo lo que creyó que debía hacer.
Aquella dominación española en América tenía sabor rancio. El mundo cambió, el sometimiento a reyes absolutistas no era algo inteligente ni como forma de gobierno ni moralmente como personas. Pero pertenecer a una monarquía que había ocupado por la fuerza España, mientras ésta se deshacía en la guerra tampoco lo veía lógico y seguramente había llegado el momento de no pertenecer ni a uno ni a otro.
San Martín que había mantenido contactos con las logias masónicas que simpatizaban con el movimiento independentista, reorientó su vida hacia la causa emancipadora. El sentimiento de su identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, lo determinaron a contribuir a la libertad de lo que él consideraba su patria.

CRUCE DE LA CORDILLERA DE LOS ANDES
Inició así una nueva etapa de su vida que lo convertiría, junto con Simón Bolívar, en una de las personalidades más destacadas de la guerra de emancipación americana. No obstante veremos las profundas diferencias. La singularidad del perfil heroico de José de San Martín viene dada, más que por sus hazañas exteriores, por la grandeza interior de su carácter. Pocos hombres públicos pueden exhibir una trayectoria tan limpia en la historia de América: habiendo alcanzado la máxima gloria militar en las batallas más decisivas, renunció luego con obstinada coherencia a asumir el poder político, conformándose con ganar para los pueblos hispanoamericanos la anhelada emancipación.
Solicitó la baja en el ejército español y marchó primero a Londres (1811), donde permaneció casi cuatro meses. Allí asistió a las sesiones de la Gran Reunión Americana, fundada por Francisco de Miranda, que fue la organización masónica, madre de varias otras esparcidas por América con idénticos fines: la independencia y organización de los pueblos americanos.
Desde Inglaterra se embarcó hacia Buenos Aires (1812), donde esperaba que su experiencia militar le permitiese rendir servicios. A causa de sus veintidós años de servicio en el ejército realista, no fue recibido con entusiasmo por los dirigentes; pero, ante la debilidad militar del movimiento patriota, la Junta gubernativa le confirmó en su rango de teniente coronel de caballería y le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo.


El 12 de septiembre de 1812 se casó en Buenos Aires con María de los Remedios Escalada, la hija adolescente de una poderosa familia de la aristocracia americana. Su familia era rica, prestigiosa y partidaria de la rebelión, lo que supuso un salto económico para José de San Martín, cuya única fortuna era la que había logrado acumular durante su carrera al servicio del Imperio español. De hecho, la familia de su mujer le llamaban “el soldadote” y a veces “el andaluz”, porque tocaba la guitarra y hablaba con ese acento.
En 1813, a la cabeza de un cuerpo de combate de élite, los Granaderos a Caballo, se dio a conocer en su victoria en San Lorenzo, evitando el desembarco de un ejército realista. Sin duda, el talento y experiencia militar de alguien como San Martín iban a ser cruciales para derribar el último bastión del Imperio español en Sudamérica.
Si bien en los virreinatos de Nueva Granada y de Río de la Plata los procesos independentistas tuvieron un éxito instantáneo, no ocurrió igual con el Virreinato del Perú, en otro tiempo la pieza clave del poder hispánico. La mayor presencia de peninsulares que en otros territorios, la escasa implantación del espíritu independentista y la capacidad de mando del virrey José de Abascal convirtió el lugar en una roca en el camino de los rebeldes. Con un ejército de unos 42.000 hombres, Abascal aplastó todo conato de rebelión tanto en Perú, Quito, el Alto Perú y la capitanía general de Chile. Para vencerle sería necesaria la acción conjunta de Bolívar y San Martín que aplicó sus conocimientos militares en zonas montañosas para orquestar un ataque sorpresa a Chile, y desde allí por mar al Bajo Perú. Esta campaña dio lugar el 12 de octubre de 1818 a la batalla de Chacabuco, que despejó el camino para llegar a Santiago de Chile tres días después. Aquella acción magistral, que le obligó a atravesar con su ejército los Andes, hizo que sus compañeros de armas e incluso rivales encendieran las comparaciones de San Martín con Napoleón y Aníbal. Porque a decir verdad San Martín fue un rival justo y nunca se mostró sanguinario con los españoles como sí lo hizo Bolívar. Sus enemigos así se lo reconocieron.
La cadena de victorias de San Martín llevó al gobierno liberal establecido durante el Trienio Liberal en España, (1820-1823) a negociar una paz con los rebeldes hispanoamericanos. Sin embargo, al romperse las conversaciones, el libertador reanudó la lucha armada y ocupó Lima el 6 de julio de 1821 con el título de Protector. Expulsó a miles de españoles notoriamente contrarios a la independencia y confiscó sus bienes.
A nivel político estableció la libertad de comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que el católico. El Libertador esperaba durante su protectorado poder completar la independencia del territorio nacional y preparar el camino para la instauración de un régimen monárquico constitucional, lo que ha llevado a algunos a sostener que el gobierno de San Martín fue una dictadura, en el sentido romano de la palabra, que era un poder otorgado a un caudillo en período de guerra hasta que se estableciera el sistema político.

ESTATUAS DE SAN MARTÍN Y BOLÍVAR EN ECUADOR
San Martín no era exactamente un revolucionario. Mantenía la idea de una Monarquía Constitucional sin absolutismo, donde el rey está sometido  la Constitución y la  soberanía reside en el pueblo. Un liberal, un visionario sin ninguna ansiedad de poder.
El tipo de Estado que debía instaurarse en el Perú generó una brecha entre los partidarios de una monarquía y los de una república. Para los monárquicos como San Martín, la república no era la forma de gobierno más conveniente para el Perú debido a la gran extensión de su territorio y a la poca educación de las masas del país. Él, mejor que nadie sabía lo salvaje que podía ser un pueblo en caso de anarquía, y es por eso por lo que pretendía para Perú un reino dirigido preferentemente por un Príncipe europeo, Infante de Castilla a poder ser. Una vieja idea que los propios Borbones habían sopesado en el pasado: una suerte de reinos hispánicos dirigidos por los miembros de la dinastía.
No en vano, la forma de gobierno del Perú y del resto de los nuevos estados que estaban surgiendo fue uno de los temas tratados por San Martín y Simón Bolívar, el gran líder de la Corriente Libertadora del Norte, durante su reunión en Guayaquil del 26 de julio de 1822. En esta reunión Bolívar no quedó muy convencido de que San Martín fuera partidario de una república democrática. José Acedo Castilla considera en su estudio “La actuación política del general” que San Martín creía que “llevar al Gobierno a los más incultos y darles preponderancia, era un desastre político”.
El propio Bolívar sostenía que el libertador del Perú “no creía en la democracia, estando convencido de que aquellos países no podían ser regidos más que por Gobiernos vigorosos, que impusieran el cumplimiento de la Ley, ya que cuando los hombres no la obedecen voluntariamente, no queda más arbitrio que la fuerza”. En definitiva, San Martín fue un producto de las ideas liberales de su tiempo: un liberal constitucionalista, que concebía el Gobierno en manos fuertes y limpias y “no entregado a la ignorancia, la envidia, el rencor y los deseos de lucro de ciertas gentes”. La educación debía venir antes que la democracia.
Cuando San Martín le ofreció el liderazgo de la campaña libertadora en el Perú, Bolívar le dio a entender que solo lo aceptaría si él se retiraba del Perú. ¡O Bolívar o nada!
A su regreso a Lima, San Martín tuvo claro que debía dejar el camino libre a Bolívar. Su tiempo como libertador, ahora que su faceta militar no se necesitaba, llegaba a su fin. Este plan se aceleró cuando a su vuelta supo que los limeños habían capturado y expulsado a Bernardo Monteagudo, su mano derecha en el gobierno y otro defensor de la monarquía. A duras penas logró reunir al Primer Congreso Constituyente, que desde el comienzo estuvo controlado por los liberales republicanos. El mismo día de su instalación (20 de setiembre de 1822) San Martín presentó su renuncia irrevocable a todos los cargos públicos que ejercía.
Con los españoles todavía controlando algunas provincias, Perú necesitaba las tropas de Bolívar si quería llevar a puerto el proceso de independencia. Sus palabras de despedida tuvieron ese aire trágico tan característico de los héroes traicionados: “La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír que quiero hacerme soberano. Sin embargo, siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más”.
De Perú pidió permiso para reencontrarse en Buenos Aires con su esposa, que estaba gravemente enferma. Pero al tardar tanto en llegar, entre retrasos auspiciados por sus enemigos, su mujer ya había fallecido el 3 de agosto de 1823. A principios del siguiente año partió hacia el puerto de El Havre (Francia). Tenía 45 años y a su espalda dejaba sus cargos de generalísimo del Perú, capitán general de la República de Chile y general de las Provincias Unidas del Río de la Plata.


Visitó de forma breve Inglaterra, Italia y otros países europeos hasta establecerse definitivamente en Francia, donde viviría hasta su muerte en 1850. En su largo exilio europeo, San Martín recordó con nostalgia su tiempo vivido en España y esquivó los apuros económicos solo por la asistencia de un amigo suyo acaudalado, el español Alejandro Aguado.
En el año 1828 amagó con volver a América, e incluso se embarcó con este propósito, pero prefirió en última instancia quedarse al margen de las luchas   intestinas que sucedieron el poder español en el continente. Buenos Aires se consumía durante una guerra civil en la que él estaba prevenido de no meterse. No fue hasta 1880 cuando sus restos pudieron ser repatriados y trasladados a la República de Argentina.
 

jueves, 23 de enero de 2025

CASTILLO-PALACIO DE OLITE – NAVARRA

“No hay rey que tenga un castillo o palacio más hermoso, ni de más estancias doradas” escribió un viajero alemán del siglo XV. Con sus torres levantadas en negros y brillantes pináculos de pizarra, sus ventanas nervadas, y sus vidrieras de brillantes colores, le pereció al viajero cosa celestial, más que de este mundo terrenal.


Hacia el año 620 Olite fue plaza del rey godo Suintila.
A tan solo 30 Km de las Cuevas Rurales Bardeneras, se encuentra Olite. Construido durante los siglos XIII y XIV, luego palacio y castillo donde los reyes de Navarra tenían defensa y reparo. Fue sede de la Corte del Reino de Navarra y a partir del reinado de Carlos III "El Noble", persona llena de sabiduría y templanza, según decían. Veraneaba aquí el rey al regresar de Francia a principios del siglo XV. Hombre culto y refinado hizo traer de Alejandría jardines y jazmines, pomelos, cidras y otras plantas nunca vistas en Europa.
El viajero tiene tiempo para ir a Muruzábal y allí contemplar el misterioso santuario de Eunate, adonde peregrinaban devotos de extrañas naciones e ignoradas lenguas antes de la implantación del cristianismo. Parece ser que por eso los Templarios construyeron en medio del campo una extraña iglesia octogonal, en cuya portada repite como si fuera un espejo  los motivos al contrario de la Iglesia del Sepulcro de Torres del Río. A unas leguas de distancia.


El conjunto monumental del Palacio Real de Olite está compuesto por tres partes: Palacio Viejo (actual Parador Nacional), ruinas de la Capilla de San Jorge y Palacio Nuevo. Esta última es la parte más extensa y visitable, y es conocida como el Castillo de Olite.
Olite es un castillo-palacio, realmente se trata de una construcción con carácter cortesano, donde los aspectos residenciales prevalecieron sobre los militares. El príncipe de Viana, famoso por su talento e infortunios, pasó su niñez en este castillo y aquí se casó. Coleccionaba el joven animales, fieras y aves exóticas. El conjunto formado por sus estancias, jardines y fosos, rodeados por las altas murallas y rematados por las numerosas torres, le confieren una espectacular y mágica silueta. En su época, llegó a ser considerado como uno de los más bellos de Europa. En él podremos diferenciar claramente dos recintos: el Palacio Viejo, convertido en Parador Nacional de Turismo, y el Palacio Nuevo.


Fue invadida Navarra por la corona de Castilla y Aragón en 1512 y se fue deteriorando.  Fue incendiado por Espoz y Mina durante la Guerra de la Independencia Española en 1813, ante el temor de que en él se fortificaran las tropas francesas de Napoleón. Se restauró en 1937 aunque no está completa, ya que se trata de trata de recuperar la estructura original del palacio, distinguiendo entre lo que se corresponde con el edificio original, y lo que se debe a su restauración. Sin embargo, la riquísima decoración interior que revestía sus muros se ha perdido para siempre, al igual que los jardines exteriores que lo rodeaban.

El castillo está inspirado en el estilo gótico francés, con algunas características catalano-mallorquinas e inglesas.
El Parador “Príncipe de Viana”, está situado en el majestuoso Palacio-Castillo viejo del siglo XV que fuera habitado por Carlos III el Noble y su esposa Leonor de Trastamara. Expresión en piedra, las columnas y arcadas de ladrillo en un juego de luces medievales contribuyen a realzar la atmósfera medieval, el restaurante se levanta majestuosamente ante la historia y el arte de un casco urbano, cuya riqueza viene precedida por la fertilidad del llano y de las aguas del Cidacos que resultan ser un excelente escaparate de productos autóctonos.

Fue elegido la 1ª maravilla de las 7 maravillas medievales de España.

sábado, 18 de enero de 2025

PÉRDIDA DE LAS ISLAS MALVINAS

En 1749 el Almirantazgo británico, organiza una expedición con el objetivo aparente de hacer descubrimientos en los mares de América del Sur y efectuar un relevamiento de las costas de Malvinas. Sin embargo, el verdadero propósito de la expedición era establecer una base naval para atacar al comercio español y a los territorios hispanoamericanos. El proyecto llegó a oídos del embajador de España, quien protestó de inmediato.


El 2 de abril de 1767 Felipe Ruiz Puente, el primer administrador militar de las islas y toma posesión en nombre de la corona española (Carlos III),  del archipiélago de las islas Malvinas. Poco después, y ante los rumores de que los ingleses habían fundado una colonia en la isla occidental avisa a Buenos Aires. En vista de la situación, Bucarrelli, el gobernador de Buenos Aires, dio orden de expulsar por la fuerza a los ingleses. Parte de Montevideo el 11 de mayo Juan Ignacio de Madariaga con La Escuadra del Rio de la Plata, compuesta por cuatro fragatas y un jabeque andaluz. En total sumaban 134 cañones y 1.500 hombres.

Confiando que la superioridad militar haría desistir a los británicos, sin llegar a un enfrentamiento armado, el 7 de junio intimó al capitán William Maltby y al comandante del fuerte, George Farmer, a evacuar el puerto o, caso contrario, se vería “precisado a obligarle con el cañón”. ​ Madariaga fundamentaba su demanda en el derecho internacional vigente, que impedía establecer colonias en esa parte del mundo sin el consentimiento del rey de España. Una vez más, los británicos rechazaron la intimación de los españoles e insistieron en que las islas les pertenecían. E insistía con la retirada española. España siempre protestó los intentos de exploraciones británicas en la zona alegando sus derechos al mar cerrado, que implicaba la prohibición de navegar por aquellas aguas.

Decidido a llevar adelante su misión, y agotados todos los medios pacíficos, Madariaga dio la orden de comenzar el ataque. La batalla, sin embargo, debió posponerse por factores climáticos. El 10 de junio, por la mañana, Madariaga movilizó a las fragatas Santa Bárbara y Santa Catalina junto al jabeque Andaluz para que ataquen a la fragata británica Favorite.

En cuanto los barcos españoles abrieron fuego sobre la Favorite, la artillería del fuerte respondió con unos pocos y desordenados cañonazos.

El asentamiento inglés solo contaba con 10 cañones. La resolución de los oficiales británicos de pelear hasta el final no se mantuvo mucho tiempo. Desde el fuerte ondeó la bandera blanca y un oficial británico les solicitó la rendición a las fuerzas de tierra españolas, al mando del coronel Antonio Gutiérrez. 156 hombres rindieron sus armas el 10 de junio de 1770. Los términos de la capitulación establecían que el fuerte y sus armas debían ser entregados al coronel Antonio Gutiérrez.

El 11 de agosto de 1771 Juan Ignacio de Madariaga llegó a Cádiz para informar a la corte española sobre las acciones en Puerto de la Cruzada y el exitoso desalojo de la guarnición británica. Pero para su sorpresa, la noticia fue recibida con preocupación por las autoridades españolas. Comprendieron que se encontraban en una disyuntiva: si avalaban la acción del gobernador de Buenos Aires, Bucarreli, la guerra sería inevitable en cuanto los británicos tuviesen conocimiento del incidente. Si, por el contrario, desautorizaban la expedición, sus derechos sobre las islas se verían perjudicados.

Después que Francia se negase a respaldar a Madrid en una posible guerra, el tribunal español alegó que la incautación se había hecho sin la autorización de Carlos III y se ofreció a restaurar Puerto Egmont, tal como existía antes de ser desalojado. El embajador español en Londres declaró, en nombre de su soberano, que no se habían dado órdenes particulares al gobernador de Buenos Aires, a pesar de que el oficial había actuado con arreglo a sus instrucciones generales y juramento como gobernador; que las Leyes de Indias incluyen la expulsión de los extranjeros de los dominios españoles.

El acuerdo finalmente se llevó a cabo el 15 de septiembre de 1771, seis meses después del desalojo, con el restablecimiento de la situación que existía antes del combate de Puerto Egmont. En abril de 1772 tres fragatas británicas reocuparon el asentamiento, y las fuerzas españolas asentadas en el lugar se retiraron. ​ Los británicos recibieron también una declaración donde el rey español Carlos III rechazó la incursión de Puerto Egmont para que se vea salvaguardado su honor.

Durante cuatro años convivieron en las islas dos poblaciones de dos países. Según la historiografía británica, ellos se retiraron de las islas en virtud de un sistema de reducción de gastos en 1774, aunque mayoritariamente se afirma que fue en cumplimiento del pacto secreto con España. La realidad es que el 11 de febrero de 1774, Gran Bretaña reconocía la soberanía española sobre las Islas Malvinas, y comunicaba al reino español, su decisión de abandonar el archipiélago. En mayo de ese año, el abandono se hizo efectivo.

El 22 de mayo, por conveniencias de la política exterior británica y para conciliarse con España, Puerto Egmont fue evacuado. Como restos de la permanencia, quedaban los parapetos del fuerte y una inscripción grabada sobre placa de plomo, en la que se afirmaba la pertenencia de las islas Falkland a su Sacratísima Majestad Jorge III. Se dice que el abandono británico de las islas, se produjo por un pacto secreto entre España e Inglaterra, y no por falta de presupuesto, ya que dejaba más ganancias que pérdidas. Mas allá del motivo de la devolución de las islas, en esta fecha Gran Bretaña reconoce que las Islas Malvinas son dominio de España. Tras abandonar las Malvinas, los británicos dejaron allí una bandera británica y una placa reclamando la soberanía del archipiélago para su rey. En 1775 el capitán Juan Pascual Callejas retiró la placa británica de Puerto Egmont, enviándola a Buenos Aires.

Con la creación del virreinato del Río de la Plata, en 1776, todos los gobernantes de Buenos Aires cuidaron que el Reino Unido no se asentase en las islas. Los españoles ocuparon Puerto de la Cruzada durante la Guerra anglo-española en 1779. En 1780, siguiendo instrucciones del virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, se destruyó por completo las instalaciones. La placa conservada en Buenos Aires sería capturada por los británicos durante la primera invasión inglesa al Río de la Plata en 1806 y llevada a Londres.

España finalmente abandonó Puerto Soledad en 1811, tras la Primera Junta Revolucionaria en Buenos Aires, que suponía la independencia del gobierno de España en aquel territorio. Como la Banda Oriental no se adhirió a la junta de Buenos Aires, permaneció bajo control español.

Existe una tesis del arquitecto uruguayo Juan Ackermann y del ingeniero agrónomo argentino-uruguayo Alfredo Villegas se apoya en un tratado de 1841. Ese acuerdo firmado por España y Uruguay cedió al país sudamericano las atribuciones que tenía el puerto militar de Montevideo sobre el archipiélago del Atlántico Sur, destacan los investigadores y afirman que eso aún podría tener validez.  "El aporte de documentos y la historia de todo lo que sucedió es lo que queremos hacer conocer. Y al analizarlo desde ese punto de vista se plantea que las Malvinas son uruguayas, señala Ackermann. Fueron gobernadas entre 1777 y 1814, con total independencia del virreinato del Río de la Plata, las costas patagónicas, la Tierra del Fuego, el Estrecho de Magallanes y el archipiélago de las Malvinas, jurisdicción que Uruguay heredó formalmente de España y que le fue usurpada por británicos y argentinos durante todos estos años”. Cuando se disolvió el imperio español, éste nunca cedió a Argentina la soberanía sobre las Malvinas, algo que sí hizo en 1841 cuando firmó un convenio con Uruguay en el que se reconocían como uruguayos todos los territorios dominados por el Apostadero de Montevideo. Así pues, Argentina ocupó también de forma ilegítima las islas entre 1820 y 1833, aprovechando el caos que reinaba en aquella época en lo que entonces era la Banda Oriental, ahora Uruguay. Lo cierto es que más adelante las autoridades de Montevideo deciden retirar el establecimiento en las Malvinas por su baja utilidad y los elevados costos de conservación.

Allí se dejó una placa proclamando la soberanía española sobre el archipiélago. Placa que los argentinos, ya independizados, quitaron.

EL PRINCIPE NEGRO EN CASTILLA

Eduardo de Woodstock nació el 15 de junio del 1330 en Woodstock cerca de Oxford, siendo el hijo mayor de Eduardo III de Inglaterra y Felipa ...