Diez años después, precisamente en Yapeyú, nacía José de San Martín, seguramente el 25 de febrero de 1778.
El
padre, un hidalgo español de clase media, ejerció como capitán y ayudante mayor
de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires hasta que, en 1774, fue nombrado
teniente de gobernador del departamento de Yapeyú, la misión jesuítica a
orillas del río Uruguay huérfana de poder tras la expulsión de la orden.
Asimismo, la madre también española y de familia destacada, Gregoria
Matorras del Ser.
Precisamente dos de los cinco hijos del matrimonio, entre ellos José, nacieron estando destinado como teniente allí. Sus primeros compañeros de juegos fueron indios guaraníes. Si bien, el matrimonio se desplazó a España en abril de 1784, donde José, con seis años, iba a tomar contacto con el Ejército español que tanto amaba su padre.
Precisamente dos de los cinco hijos del matrimonio, entre ellos José, nacieron estando destinado como teniente allí. Sus primeros compañeros de juegos fueron indios guaraníes. Si bien, el matrimonio se desplazó a España en abril de 1784, donde José, con seis años, iba a tomar contacto con el Ejército español que tanto amaba su padre.
Comenzó sus estudios en el Real
Seminario de Nobles de Madrid. Para entrar era necesario “constar ser
hijosdalgo notorios según las leyes de Castilla, limpios de sangre y de oficios
mecánicos por ambas líneas”. Un lugar de formación para los hijos de los nobles
y los militares, donde entró alegando ser hijo de un capitán. Aprendió
retórica, matemáticas, geografía, ciencias naturales, francés, latín, dibujo y
música.
De lo que no cabe duda es que el 21 de julio de 1789, a los once años, José de San Martín comenzó su carrera militar como cadete en el Regimiento Murcia. Fue éste el origen de una brillante y vertiginosa carrera militar que tendría su bautismo de fuego en el sitio de Orán (1791), trece años tenía entonces.
Más tarde intervino en las guerras del Rosellón contra los franceses en 1793 y de las Naranjas en 1801 contra los portugueses, mereciendo sucesivos ascensos por su actuación; en 1803 era ya capitán de infantería en el regimiento de voluntarios de Campo Mayor.
Fue agregado a la batería de artillería del Capitán Luis Daoiz. En una misión de reclutamiento fue herido gravemente por unos maleantes.
Todo ello sin olvidar su paso por la fragata Santa Dorotea, que formó escuadra en el Mediterráneo contra los corsarios berberiscos. Durante este periodo naval conoció a Napoleón. El hecho de que el emperador le saludara influyó en la admiración que San Martín profesó siempre.
En 1804, su ascenso a Capitán Segundo con 27 años, le obligó a cambiar de unidad. Iniciada la Guerra de la Independencia contra Napoleón, la Junta Central ascendió al criollo San Martín al cargo de Capitán primero en el regimiento del general Castaños. En esta unidad participó en la batalla de Bailén, como ayudante de campo de Coupigny en la 2ª división, el 19 de julio de 1808. Estaba asignado al escuadrón de Caballería Borbón. Su valiente y brillante comportamiento le valió el ascenso a teniente coronel y la Medalla de Oro de Bailén.
De lo que no cabe duda es que el 21 de julio de 1789, a los once años, José de San Martín comenzó su carrera militar como cadete en el Regimiento Murcia. Fue éste el origen de una brillante y vertiginosa carrera militar que tendría su bautismo de fuego en el sitio de Orán (1791), trece años tenía entonces.
Más tarde intervino en las guerras del Rosellón contra los franceses en 1793 y de las Naranjas en 1801 contra los portugueses, mereciendo sucesivos ascensos por su actuación; en 1803 era ya capitán de infantería en el regimiento de voluntarios de Campo Mayor.
Fue agregado a la batería de artillería del Capitán Luis Daoiz. En una misión de reclutamiento fue herido gravemente por unos maleantes.
Todo ello sin olvidar su paso por la fragata Santa Dorotea, que formó escuadra en el Mediterráneo contra los corsarios berberiscos. Durante este periodo naval conoció a Napoleón. El hecho de que el emperador le saludara influyó en la admiración que San Martín profesó siempre.
En 1804, su ascenso a Capitán Segundo con 27 años, le obligó a cambiar de unidad. Iniciada la Guerra de la Independencia contra Napoleón, la Junta Central ascendió al criollo San Martín al cargo de Capitán primero en el regimiento del general Castaños. En esta unidad participó en la batalla de Bailén, como ayudante de campo de Coupigny en la 2ª división, el 19 de julio de 1808. Estaba asignado al escuadrón de Caballería Borbón. Su valiente y brillante comportamiento le valió el ascenso a teniente coronel y la Medalla de Oro de Bailén.
También participó en la batalla de La Albuera, el broche de oro a una trayectoria de dos décadas al servicio del Ejército español, a las órdenes del general inglés William Carr Beresford, el mismo que cinco años antes había invadido Buenos Aires. Precisamente el carácter multinacional de las fuerzas anti napoleónicas le puso en contacto con los círculos liberales y revolucionarios británicos que tanto contribuirían a la independencia americana.
Mientras en la América hispana las cosas iban tomando su color. Teniendo en cuenta que el rey de España era un francés, hermano de Napoleón, el ejército realista, comandado por españoles, estaba formado en su mayoría por nativos, no criollos, del continente. El sentimiento de la identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, determinaron a las ideas emancipadoras.
La revolución en Buenos Aires, sin participación popular, en mayo de 1810, instituyó la Primera Junta Revolucionaria. El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue depuesto iniciándose así el proceso independentista.
Algunos aconsejaron a San Martín que debía acudir a su tierra natal cuanto antes a tomar partido por los suyos. A decir verdad, el oficial español no tenía nada de americano, salvo el lugar de nacimiento.
Los suyos eran los miembros del Ejército español. Había pasado su
vida fuera del continente, su aspecto físico era europeo y su acento era
marcadamente andaluz.
José de San Martín pidió la baja de
las instituciones armadas españolas para atender “asuntos familiares en Lima”,
lo cual era mentira, y se convenció definitivamente del inminente
derrumbamiento del Imperio español. Era un liberal por encima de un
independentista.
España estaba ocupada por Napoleón y de América salían barcos a España para abastecer su Imperio. Los ingleses y portugueses eran aliados en ese momento y era evidente que las colonias debían dejar de servir al gobierno español, que tenía a su rey prácticamente secuestrado. San Martín hizo lo que creyó que debía hacer.
Aquella dominación española en América tenía sabor rancio. El mundo cambió, el sometimiento a reyes absolutistas no era algo inteligente ni como forma de gobierno ni moralmente como personas. Pero pertenecer a una monarquía que había ocupado por la fuerza España, mientras ésta se deshacía en la guerra tampoco lo veía lógico y seguramente había llegado el momento de no pertenecer ni a uno ni a otro.
San Martín que había mantenido contactos con las logias masónicas que simpatizaban con el movimiento independentista, reorientó su vida hacia la causa emancipadora. El sentimiento de su identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, lo determinaron a contribuir a la libertad de lo que él consideraba su patria.
España estaba ocupada por Napoleón y de América salían barcos a España para abastecer su Imperio. Los ingleses y portugueses eran aliados en ese momento y era evidente que las colonias debían dejar de servir al gobierno español, que tenía a su rey prácticamente secuestrado. San Martín hizo lo que creyó que debía hacer.
Aquella dominación española en América tenía sabor rancio. El mundo cambió, el sometimiento a reyes absolutistas no era algo inteligente ni como forma de gobierno ni moralmente como personas. Pero pertenecer a una monarquía que había ocupado por la fuerza España, mientras ésta se deshacía en la guerra tampoco lo veía lógico y seguramente había llegado el momento de no pertenecer ni a uno ni a otro.
San Martín que había mantenido contactos con las logias masónicas que simpatizaban con el movimiento independentista, reorientó su vida hacia la causa emancipadora. El sentimiento de su identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, lo determinaron a contribuir a la libertad de lo que él consideraba su patria.
Solicitó la baja en el ejército
español y marchó primero a Londres (1811), donde permaneció casi cuatro meses.
Allí asistió a las sesiones de la Gran Reunión Americana, fundada por Francisco
de Miranda, que fue la organización masónica, madre de varias otras esparcidas
por América con idénticos fines: la independencia y organización de los pueblos
americanos.
Desde Inglaterra se embarcó hacia Buenos Aires (1812), donde esperaba que su experiencia militar le permitiese rendir servicios. A causa de sus veintidós años de servicio en el ejército realista, no fue recibido con entusiasmo por los dirigentes; pero, ante la debilidad militar del movimiento patriota, la Junta gubernativa le confirmó en su rango de teniente coronel de caballería y le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Desde Inglaterra se embarcó hacia Buenos Aires (1812), donde esperaba que su experiencia militar le permitiese rendir servicios. A causa de sus veintidós años de servicio en el ejército realista, no fue recibido con entusiasmo por los dirigentes; pero, ante la debilidad militar del movimiento patriota, la Junta gubernativa le confirmó en su rango de teniente coronel de caballería y le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo.
En 1813, a la cabeza de un cuerpo de combate de élite, los Granaderos a Caballo, se dio a conocer en su victoria en San Lorenzo, evitando el desembarco de un ejército realista. Sin duda, el talento y experiencia militar de alguien como San Martín iban a ser cruciales para derribar el último bastión del Imperio español en Sudamérica.
Si bien en los virreinatos de Nueva Granada y de Río de la Plata los procesos independentistas tuvieron un éxito instantáneo, no ocurrió igual con el Virreinato del Perú, en otro tiempo la pieza clave del poder hispánico. La mayor presencia de peninsulares que en otros territorios, la escasa implantación del espíritu independentista y la capacidad de mando del virrey José de Abascal convirtió el lugar en una roca en el camino de los rebeldes. Con un ejército de unos 42.000 hombres, Abascal aplastó todo conato de rebelión tanto en Perú, Quito, el Alto Perú y la capitanía general de Chile. Para vencerle sería necesaria la acción conjunta de Bolívar y San Martín que aplicó sus conocimientos militares en zonas montañosas para orquestar un ataque sorpresa a Chile, y desde allí por mar al Bajo Perú. Esta campaña dio lugar el 12 de octubre de 1818 a la batalla de Chacabuco, que despejó el camino para llegar a Santiago de Chile tres días después. Aquella acción magistral, que le obligó a atravesar con su ejército los Andes, hizo que sus compañeros de armas e incluso rivales encendieran las comparaciones de San Martín con Napoleón y Aníbal. Porque a decir verdad San Martín fue un rival justo y nunca se mostró sanguinario con los españoles como sí lo hizo Bolívar. Sus enemigos así se lo reconocieron.
La cadena de victorias de San Martín llevó al gobierno liberal establecido durante el Trienio Liberal en España, (1820-1823) a negociar una paz con los rebeldes hispanoamericanos. Sin embargo, al romperse las conversaciones, el libertador reanudó la lucha armada y ocupó Lima el 6 de julio de 1821 con el título de Protector. Expulsó a miles de españoles notoriamente contrarios a la independencia y confiscó sus bienes.
A nivel político estableció la libertad de comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que el católico. El Libertador esperaba durante su protectorado poder completar la independencia del territorio nacional y preparar el camino para la instauración de un régimen monárquico constitucional, lo que ha llevado a algunos a sostener que el gobierno de San Martín fue una dictadura, en el sentido romano de la palabra, que era un poder otorgado a un caudillo en período de guerra hasta que se estableciera el sistema político.
ESTATUAS DE SAN MARTÍN Y BOLÍVAR EN ECUADOR
San Martín no era exactamente un
revolucionario. Mantenía la idea de una Monarquía Constitucional sin
absolutismo, donde el rey está sometido
la Constitución y la soberanía
reside en el pueblo. Un liberal, un visionario sin ninguna ansiedad de poder.
No en vano, la forma de gobierno del Perú y del resto de los nuevos estados que estaban surgiendo fue uno de los temas tratados por San Martín y Simón Bolívar, el gran líder de la Corriente Libertadora del Norte, durante su reunión en Guayaquil del 26 de julio de 1822. En esta reunión Bolívar no quedó muy convencido de que San Martín fuera partidario de una república democrática. José Acedo Castilla considera en su estudio “La actuación política del general” que San Martín creía que “llevar al Gobierno a los más incultos y darles preponderancia, era un desastre político”.
El propio Bolívar sostenía que el libertador del Perú “no creía en la democracia, estando convencido de que aquellos países no podían ser regidos más que por Gobiernos vigorosos, que impusieran el cumplimiento de la Ley, ya que cuando los hombres no la obedecen voluntariamente, no queda más arbitrio que la fuerza”. En definitiva, San Martín fue un producto de las ideas liberales de su tiempo: un liberal constitucionalista, que concebía el Gobierno en manos fuertes y limpias y “no entregado a la ignorancia, la envidia, el rencor y los deseos de lucro de ciertas gentes”. La educación debía venir antes que la democracia.
Cuando San Martín le ofreció el liderazgo de la campaña libertadora en el Perú, Bolívar le dio a entender que solo lo aceptaría si él se retiraba del Perú. ¡O Bolívar o nada!
A su regreso a Lima, San Martín tuvo claro que debía dejar el camino libre a Bolívar. Su tiempo como libertador, ahora que su faceta militar no se necesitaba, llegaba a su fin. Este plan se aceleró cuando a su vuelta supo que los limeños habían capturado y expulsado a Bernardo Monteagudo, su mano derecha en el gobierno y otro defensor de la monarquía. A duras penas logró reunir al Primer Congreso Constituyente, que desde el comienzo estuvo controlado por los liberales republicanos. El mismo día de su instalación (20 de setiembre de 1822) San Martín presentó su renuncia irrevocable a todos los cargos públicos que ejercía.
Con los españoles todavía controlando algunas provincias, Perú necesitaba las tropas de Bolívar si quería llevar a puerto el proceso de independencia. Sus palabras de despedida tuvieron ese aire trágico tan característico de los héroes traicionados: “La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír que quiero hacerme soberano. Sin embargo, siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más”.
De Perú pidió permiso para reencontrarse en Buenos Aires con su esposa, que estaba gravemente enferma. Pero al tardar tanto en llegar, entre retrasos auspiciados por sus enemigos, su mujer ya había fallecido el 3 de agosto de 1823. A principios del siguiente año partió hacia el puerto de El Havre (Francia). Tenía 45 años y a su espalda dejaba sus cargos de generalísimo del Perú, capitán general de la República de Chile y general de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Visitó de forma breve Inglaterra,
Italia y otros países europeos hasta establecerse definitivamente en Francia,
donde viviría hasta su muerte en 1850. En su largo exilio europeo, San Martín
recordó con nostalgia su tiempo vivido en España y esquivó los apuros
económicos solo por la asistencia de un amigo suyo acaudalado, el español
Alejandro Aguado.
En el año 1828 amagó con volver a América, e incluso se embarcó con este propósito, pero prefirió en última instancia quedarse al margen de las luchas intestinas que sucedieron el poder español en el continente. Buenos Aires se consumía durante una guerra civil en la que él estaba prevenido de no meterse. No fue hasta 1880 cuando sus restos pudieron ser repatriados y trasladados a la República de Argentina.
En el año 1828 amagó con volver a América, e incluso se embarcó con este propósito, pero prefirió en última instancia quedarse al margen de las luchas intestinas que sucedieron el poder español en el continente. Buenos Aires se consumía durante una guerra civil en la que él estaba prevenido de no meterse. No fue hasta 1880 cuando sus restos pudieron ser repatriados y trasladados a la República de Argentina.