La apertura del llamado “expediente Picasso”, informe completo para fijar las responsabilidades derivadas de la Guerra del Rif con su llamado “Desastre de Annual”, fue un ingrediente más de la inestabilidad generalizada, reverdeciendo la inquietud de jefes y oficiales, agrupados estos últimos, desde 1917, en las llamadas “Juntas de Defensa”. La llegada al poder de una coalición liberal de amplio espectro, presidida por García Prieto, no resolvió nada, y en septiembre de 1923 se produjo en Barcelona el golpe de Estado del general Primo de Rivera, que, acogido con entusiasmo por la mayoría del país incluido, incluso el PSOE, y muy significativamente el sector intelectual animado por Ortega y Gasset desde El Sol, y ante la pasividad del Gobierno, fue aceptado por el Rey.
La dictadura de Primo, entre los tantos a su favor se cuentan la construcción y equipamiento de nuevas escuelas, el respeto a la huelga y los sindicatos libres, la jubilación pagada para cuatro millones de trabajadores, la jornada laboral de ocho horas, que hay que decir que fuimos los primeros del mundo en adoptarla, una sanidad nacional bastante potable, lazos estrechos con Hispanoamérica, las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla, la concesión de monopolios como teléfonos y combustibles a empresas privadas (Telefónica, Campsa), y una inversión en obras públicas, sin precedentes en nuestra historia, que modernizó de forma espectacular reservas de agua, regadíos y redes de transporte. Pero el pueblo y la Iglesia, sobre todo, seguían en su letanía. Y el nacionalismo catalán jugaba fuerte para conseguir una autonomía propia.
La dictadura aportó, de hecho, una pacificación social y un gran éxito exterior, el acuerdo con Francia que, tras el brillante desembarco en Alhucemas, permitió poner fin a la guerra de Marruecos (1927). En una segunda fase (Directorio Civil) llevó a cabo una impresionante labor de modernización de las infraestructuras viarias y un notable impulso a la economía (recogiendo el inicial balance favorable de la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial).
La represión de Primo de Rivera se centró especialmente en intelectuales y periodistas, la crítica de la dictadura. Blasco Ibáñez, Unamuno, Ortega y Gasset, entre muchos, cambiaron su idea primitiva y tomaron partido contra él. Y Alfonso XIII comenzó a distanciarse tímidamente.
Desalentado en 1929 ante las primeras salpicaduras de la crisis de Wall Street, y sintiéndose desasistido por el sector militar, tras una disparatada consulta a sus mandos, el dictador acabó presentando su dimisión al Rey.
El fracaso de la dictadura hizo a don Alfonso víctima de dos ofensivas: la de los representantes de la vieja política, resentidos con su presunta “traición” de 1923, y el de los defensores de la dictadura, que no le perdonaron el “cese” de Primo de Rivera, que falleció en París apenas transcurridos dos meses. A esa ofensiva se sumaron de forma decisiva los mismos intelectuales que en 1923 habían aplaudido el golpe militar.
Así que para cuando el rey dejó caer a Primo de Rivera, la monarquía parlamentaria estaba muerta. Tras el fracaso de la dictadura de Primo de Rivera, unos se inclinaban por soluciones autoritarias conservadoras, y otros, menos, pero bastantes, por soluciones autoritarias desde la izquierda. Siempre hubo republicanos de izquierdas y de derechas.
Alfonso XIII era ya cadáver. Los partidarios del trono eran cada vez menos, e intelectuales como Ortega y Gasset, Unamuno o Marañón empezaron a dirigir fuego directo contra Alfonso XIII. Los últimos tiempos de la monarquía fueron agónicos. Socialistas y anarquistas, por una parte, y el naciente partido de Alianza Republicana respaldado por intelectuales y algunos miembros del ejército y también Acción Republicana liderada por Manuel Azaña. Un creciente movimiento de los partidos nacionalistas. Así pues, socialistas, republicanos, sindicalistas y nacionalistas pactaron en San Sebastián en agosto de 1930 una salida republicana constituyente para el país. En el "Pacto de San Sebastián" es donde se encuentran las ideologías que marcarán la futura República Española. Los conspiradores del “Pacto de San Sebastián”, que el 17 de agosto de 1930 se unieron para derribar al rey Alfonso XIII, con sólo ese soporte para su decisión, exigieron la entrega inmediata del poder en plazo de horas. Apoyando su petición en una muchedumbre con el obligado acompañamiento de banderas tricolores, himnos, gritos y actos de violencia, de rigor en tales casos. Sin siquiera esperar a que el plazo señalado por ellos mismos expirase, la conjunción republicano-socialista se apoderó, por sí misma, de los Ministerios y puestos de mando, posesionando así, de facto, el poder, y convirtiéndose en gobernantes, no por una votación del pueblo, sino por su propia libérrima voluntad.
La “Dictablanda”, fue el periodo desde la caída de Primo de Rivera y gobernó Dámaso Berenguer. Lo hizo por decretos tras de la caída de la Bolsa en 1929 y las revueltas sociales. Con buenas intenciones decidió aplazar las elecciones previstas y en su lugar convocó elecciones municipales para abril de 1931. El gobierno de Berenguer inició su singladura con el objetivo de retornar a la Corona su discutida autoridad moral. Legaliza partidos y sindicatos, pero es inútil, Berenguer constata su soledad política. El gobierno fue desestabilizado por un grupo de militares tras el levantamiento de Jaca en diciembre de 1930, que fracasó y luego sus cabecillas fueron fusilados convirtiéndose en héroes para los partidarios de la República. Berenguer dimite en febrero de 1931 y el declinar de la monarquía es imparable. Se constituye un gobierno de concentración nacional presidido por Juan B. Aznar, un militar. A este gobierno agonizante sólo le da tiempo a convocar elecciones municipales, las primeras en España, la fecha es el 12 de abril de 1931. En los resultados, si bien las opciones monárquicas obtienen más votos, los partidos republicanos son los que consiguen más concejales, 34.368 frente a los 19.035 de los monárquicos.
Es sin duda el advenimiento de la República. Alfonso XIII tenía las horas contadas. La España monárquica empezaba a ser inviable. A nadie le importó su labor humanitaria en la Guerra Mundial ni al tratar de salvar a los monarcas rusos. No tuvo apoyos ni de dentro del país ni de fuera. Realmente ya se sabía que las elecciones municipales eran realmente un referéndum, no sobre los ayuntamientos sino sobre monarquía o república.
En Eibar la población se echa a la calle proclamando la
República. Ese mismo día 14 de abril emprende un viaje a Francia, sin retorno
donde escribe desde las páginas del ABC, … “Soy el Rey de todos los españoles,
pero, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en
fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos porque más que
míos, son depósito acumulado de la Historia, de cuya custodia ha de pedirme
cuenta algún día”.
"Los españoles han echado al último Borbón, no por rey,
sino por ladrón". Esta frase, atribuida a Valle-Inclán, se popularizó tras
la huida de Alfonso XIII de España. El periodista Alfonso Ussía, ya sabemos que
es de familia de monárquicos, tiene una copia del testamento de Alfonso XIII, y
asegura que no es el testamento de un ladrón ni de un aprovechado. De haber
dejado una fortuna a sus herederos, la Casa Real en el exilio no hubiera
necesitado para sobrevivir la ayuda de treinta o cuarenta familias españolas,
que se redujeron a siete u ocho cuando Franco rechazó a Don Juan. De haber sido
Alfonso XIII un ladrón, como dijo Valle, su hijo Don Jaime de Borbón no habría
muerto en la más absoluta de las ruinas.
Precisamente, lo que le perdió al Rey, e incluso Churchill lo subraya,
fue su desmesurada afición a la Política, en la que no tuvo que haberse
inmiscuido apoyando el golpe dictatorial de Miguel Primo de Rivera.
Alfonso Ussía ha conocido y vivido la modestia de la Familia
Real en el exilio. Y esa modestia no corresponde al hijo y heredero de un
ladrón. Su época no fue la más apacible, ni en España ni en el mundo. Su
Servicio de información y canjes de prisioneros durante la Primera Guerra
Mundial, aún se considera modélico. Alfonso XIII erró en muchas ocasiones. Pero
no se llevó nada al bolsillo. Queda en la memoria de pocos su gran labor
humanitaria, no muy difundida.
Un mes más tarde (28 de febrero de 1941) fallecía Alfonso XIII en un Hotel de Roma. Se había reconciliado con la reina Victoria, que le asistió en sus últimos días.
Enterrado en la iglesia romana de Montserrat, sus restos no volverían a España hasta 1980, reinando su nieto don Juan Carlos I.
No hay comentarios:
Publicar un comentario