El rey Fernando VII murió en 1833 y su hermano, Carlos María Isidro de Borbón, emitió el “Manifiesto de Abrantes”,
en el que declaraba su ascensión al trono proclamándose como Carlos V.
Y de esa forma surgió el Carlismo.
Y de esa forma surgió el Carlismo.
Carlos María Isidro de Borbón
Pero ascendió al trono la hija de Fernando VII, la reina Isabel
II, bajo la regencia de su madre, María Cristina de Borbón, y el general Espartero
como valido, en 1833, y fue reconocida por los gobiernos de Francia, Inglaterra,
Dinamarca, Estados Unidos y otros. Por
lo que la política interior se vio hipotecada por las influencias de Inglaterra
y Francia, y ya los embajadores de ambos países intervinieron en el fracaso del
primer valido, Zea Bermúdez.En 1833, la reina regente, contaba con los liberales contra los carlistas. El Gobierno, lo presidía el liberal Francisco Martínez de la Rosa, nombrado en 1834, se encontraba sin recursos para pagar al ejército.
La nobleza
se adhirió al bando isabelino en su mayoría y también la mayor parte del
estamento militar. Los apoyos al movimiento carlista provenían de las clases
populares y muy especialmente de los campesinos. Con todas las limitaciones que
se quiera pero el carlismo se extendió por las regiones del interior de las
regiones vasco-navarras, por el Maestrazgo y por la montaña catalana, la
serranía de Ronda y la de Córdoba. Se daba una curiosa paradoja: el
pretendiente don Carlos, que era muy religioso pretendía imponer en España un
régimen absolutista y centralista, y era apoyado sobre todo por navarros,
vascos y catalanes, es decir precisamente donde el celo por los privilegios
forales y la autonomía política y económica era más fuerte. El campo solía ser
de ellos; pero las ciudades, permanecieron fieles a la jovencita Isabel II y al
liberalismo. Al futuro, dentro de lo que cabe, o lo que parecía iba a serlo.
Baldomero Espartero
Don Carlos, que necesitaba una ciudad para capital de lo suyo, estaba
obsesionado con tomar Bilbao; pero la ciudad resistió y Zumalacárregui murió
durante el asedio, convirtiéndose en héroe difunto por excelencia. En cuanto al
otro héroe, Cabrera, lo apodaban el tigre del Maestrazgo, era una verdadera
mala bestia. Y cuando los gubernamentales fusilaron a su madre, él mandó
fusilar a las mujeres de varios oficiales enemigos. Ése era el tono general del
asunto.
La Primera Guerra se desarrolló en tres fases muy diferentes. Se prolongó hasta julio de 1835. Aparecieron partidas ordenadas por oficiales del ejército durante la Época Ominosa. Este alzamiento fue sofocado por tropas leales al gobierno de Madrid. La segunda fase de la guerra duró hasta septiembre de 1837 y se caracterizó por un cierto dominio de los carlistas. El ejército de la regente María Cristina no estaba bien pertrechado. Poco apoyo extranjero y un plan ineficaz de contención en la zona vasco-navarra. Carlos llegó hasta Arganda, no entrando inexplicablemente en Madrid que estaba desguarnecido.
La guerra civil, como todas, se desarrollaba con ferocidad y crueldad. Los humildes párrocos broncos sin el menor complejo, se echaban al monte con boina roja, animaban a fusilar liberales. El caso es que la sublevación carlista, léase, campo contra ciudad, fueros contra centralismo, tradición frente a modernidad.
Esto fue una de las barbaridades donde la violencia, la delación, el odio y la represalia infame, estallaron y ajustaron cuentas. Lo expresaba muy bien Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, “La pobre y asendereada España continuaría su desabrida historia dedicándose a cambiar de pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares”. La tercera fase finalizó en julio de 1840 y fue de clara hegemonía gubernamental al terminar la reorganización del ejército que llegó a la cifra de cien mil hombres y también aprovechando la división del carlismo en dos facciones, el partido navarro, exaltado y el castellano, moderados.
Inglaterra se ofreció como mediadora. Los comisionados británicos consiguieron el Convenio de Vergara. Así la guerra terminó con “El Abrazo de Vergara” entre los generales Espartero y el carlista Maroto, en agosto de 1939. “Soldados nunca humillados ni vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la patria; cual tributo de paz olvidaron sus rencores y el abrazo de fraternidad sublimó tan heroica acción, tan español proceder” escribió Maroto.
La Primera Guerra se desarrolló en tres fases muy diferentes. Se prolongó hasta julio de 1835. Aparecieron partidas ordenadas por oficiales del ejército durante la Época Ominosa. Este alzamiento fue sofocado por tropas leales al gobierno de Madrid. La segunda fase de la guerra duró hasta septiembre de 1837 y se caracterizó por un cierto dominio de los carlistas. El ejército de la regente María Cristina no estaba bien pertrechado. Poco apoyo extranjero y un plan ineficaz de contención en la zona vasco-navarra. Carlos llegó hasta Arganda, no entrando inexplicablemente en Madrid que estaba desguarnecido.
La guerra civil, como todas, se desarrollaba con ferocidad y crueldad. Los humildes párrocos broncos sin el menor complejo, se echaban al monte con boina roja, animaban a fusilar liberales. El caso es que la sublevación carlista, léase, campo contra ciudad, fueros contra centralismo, tradición frente a modernidad.
Esto fue una de las barbaridades donde la violencia, la delación, el odio y la represalia infame, estallaron y ajustaron cuentas. Lo expresaba muy bien Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, “La pobre y asendereada España continuaría su desabrida historia dedicándose a cambiar de pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares”. La tercera fase finalizó en julio de 1840 y fue de clara hegemonía gubernamental al terminar la reorganización del ejército que llegó a la cifra de cien mil hombres y también aprovechando la división del carlismo en dos facciones, el partido navarro, exaltado y el castellano, moderados.
Inglaterra se ofreció como mediadora. Los comisionados británicos consiguieron el Convenio de Vergara. Así la guerra terminó con “El Abrazo de Vergara” entre los generales Espartero y el carlista Maroto, en agosto de 1939. “Soldados nunca humillados ni vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la patria; cual tributo de paz olvidaron sus rencores y el abrazo de fraternidad sublimó tan heroica acción, tan español proceder” escribió Maroto.
Se originó al nombrar a Isabel como futura reina de España.
Iniciada en 1846 fue provocada por no llevarse a cabo el matrimonio entre la
reina y Carlos Luis de Borbón, hijo de Carlos (autoproclamado Carlos V) y por
lo tanto se denominaría Carlos VI en la genealogía carlista.
Es posible que no fuera exactamente una auténtica guerra sino una simple luchas de guerrillas de escasa trascendencia.
Los hechos se circunscribieron casi exclusivamente a Cataluña con pequeños levantamientos armados. La esperada llegada del llamado Carlos VI a España desde su exilio en Londres nunca se produjo, lo que provocaría la disolución en 1849 de los últimos reductos sublevados.
Es posible que no fuera exactamente una auténtica guerra sino una simple luchas de guerrillas de escasa trascendencia.
Los hechos se circunscribieron casi exclusivamente a Cataluña con pequeños levantamientos armados. La esperada llegada del llamado Carlos VI a España desde su exilio en Londres nunca se produjo, lo que provocaría la disolución en 1849 de los últimos reductos sublevados.
El pretendiente Carlos VII
TERCERA
GUERRA CARLISTA. (1872-1876)Se inició una vez destronada Isabel II, ya en el Sexenio Revolucionario. Beneficiados por el clima de libertad que introdujo la revolución de la “Gloriosa”, el carlismo había revivido como fuerza política. Pero la llegada de Amadeo de Saboya provocó la insurrección armada de una parte de los carlistas, mientras que otra facción constituyó una pequeña fuerza política opuesta a la nueva monarquía y con posiciones enormemente conservadoras. El pretendiente era Carlos VII, y el conflicto acabará con la definitiva derrota del carlismo, ya durante los primeros años del reinado de Alfonso XII.
Los generales Martínez Campos y el general Fernando Primo de Rivera, derrotaron a los carlistas en Cataluña, Navarra y País Vasco.
Se enfrentaría hasta 1876 en la época del reinado de Amadeo I de Saboya, también de la efímera Primera República y por último el reinado de Alfonso XIII. Carlos VII abanderó la contienda desde su partido Comunión Católico-Monárquica de raíces absolutistas con un ejército que se autoproclamaba el “Ejército de Dios, del Trono de la Propiedad y de la Familia”. La lucha se centró de nuevo en Cataluña y también el País Vasco y Navarra, donde resultaron un estrepitoso fracaso como el intento de tomar Bilbao. El general Martínez Campos erradicó el carlismo de Cataluña y en Pamplona donde entró Alfonso XII en 1876 provocando la retirada de Carlos VII.
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