jueves, 15 de febrero de 2024

SAN FRAY JUNÍPERO SERRA

Nació en Petra (Islas Baleares), 24.XI.1713 – Monterrey, California (Estados Unidos), 28.VIII.1784. Misionero franciscano iniciador de la evangelización de la Alta California y santo.
Recibió el nombre de Miguel José en el bautismo, pero él mismo lo sustituyó al profesar en la Orden Franciscana (1731) por el de Junípero, por su simpatía hacia el discípulo de san Francisco.
Con el fin de seguir avanzando en sus estudios, en 1729, se trasladó a Palma de Mallorca, tomó el hábito franciscano y en 1731 emitió la profesión religiosa.

Conocido como el misionero de California 
Siguiendo la costumbre general de la Orden, inició su el estudio de tres años de Filosofía (1731-1733) y cuatro de Teología (1734-1737), con lo que quedó capacitado para recibir la ordenación sacerdotal.
En 1737 ganó por oposición una cátedra de Filosofía en el convento de San Francisco de Palma de Mallorca, que ocupó tras obtener el grado de Teología, inició la enseñanza de Teología Escotista en la Universidad luliana de Palma.
Entre sus alumnos, figuraron varios franciscanos mallorquines que muy poco después lo imitaron en su viaje a América y colaboraron con él. En 1748 decidió viajar a Hispanoamérica en calidad de misionero.
Desde este momento se conoce la biografía reflejada por él mismo a través de los escritos que han llegado hasta hoy, lo cual independiza del relato y de las interpretaciones suministradas por su biógrafo, paisano, colaborador y hasta confesor, el padre Francisco Palou.
En una expedición de misioneros con destino a la América española compartió con los aproximadamente quince mil seiscientos que también lo hicieron desde 1493 hasta 1822, y en posesión de una preparación intelectual más elevada.
Tras embarcarse en Cádiz en agosto de 1749 desembarcó en Veracruz (México) a comienzos de diciembre. Desde Veracruz prosiguió viaje a pie hasta Ciudad de México, a la que llegó el 1 de enero de 1750 cojeando visiblemente a causa de una llaga en el pie izquierdo, de la que ya nunca llegaría a curarse, a pesar de lo cual nunca se sirvió de ninguna caballería para cubrir los casi diez mil kilómetros que llegó a recorrer por tierras americanas.
Como comisario de la Inquisición, en 1772 remitió al tribunal de México un informe en el que manifestaba que tenía varios indicios de enormes delitos de hechicerías, brujerías, adoración de los demonios, etc.
Desempeñó en 1761 el cargo de maestro de novicios en el colegio de San Fernando y sobre todo recorrió unos cuatro mil quinientos kilómetros, a pesar de su dificultad para andar, en el ejercicio de la continua predicación de misiones populares.


A este ministerio se estaba dedicando plenamente cuando en 1767, a sus cincuenta y cuatro años, fue destinado a las misiones de la Baja California (México), que acababan de abandonar los jesuitas debido a la supresión de la Compañía de Jesús, a las que se encaminó en calidad también de superior de los catorce franciscanos que lo acompañaron. Razones de índole política internacional obligaron a fray Junípero a cambiar la herencia de los jesuitas por la roturación del nuevo campo misional que ofrecía la Alta California, hoy California norteamericana, cediendo el primero a los dominicos en 1772.
Fray Junípero salió en marzo de 1769 hacia Monterrey en compañía de Gaspar de Portolá, gobernador de la región, para en julio llegar al puerto de San Diego, en el que se reunieron todos los expedicionarios, en un momento que iba a representar el comienzo de la evangelización de California, pues fue el día 16 de ese mes la fecha en la que fray Junípero estableció allí la primera de sus misiones mediante la colocación de una cruz en una colina próxima. Continuando este mismo viaje en busca del puerto, al que llegó con sus acompañantes en mayo de 1770, fray Junípero fundó en él en el siguiente mes de junio la misión de San Carlos Borromeo, a la que en julio de 1771 añadió la de San Antonio de Padua, en septiembre de ese mismo año, la de San Gabriel y, justo al año siguiente, la de San Luis Obispo, formando lo que él mismo denominaba un rosario extendido estratégicamente a lo largo de la costa del Pacífico utilizando el denominado camino real.
Al regresar a San Diego en septiembre de 1772, se encontró con una carta del virrey de Nueva España, Antonio María Bucareli, en la que le recordaba la obligación que tenían los misioneros de obedecer las órdenes del nuevo comandante militar, lo cual lo movió a dirigirse inmediatamente a Ciudad de México para entrevistarse con el virrey.
En la entrevista le entregó, en marzo de 1773, un amplio y detallado informe y le exponía las necesidades de cada misión sino también la situación militar del territorio, las modificaciones que era necesario introducir en este aspecto, el inadecuado comportamiento del nuevo Comandante. El documento le costó el puesto a Fages y además sirvió de base para la elaboración de una auténtica legislación californiana, que fue ratificada en Madrid en 1777.


De nuevo en San Diego, en marzo de 1774, se vio forzado a observar una especie de etapa de inactividad debido a las obstrucciones del nuevo comandante militar, Francisco Moncada y Rivero, hasta que en 1775 los indígenas incendiaron de nuevo esa misión y asesinaron a numerosos neófitos. Tras reedificar en 1776 esta misión, fundó la de San Francisco y reedificó San Juan Capistrano, y en 1777 añadió la de Santa Clara.
Con total sorpresa en junio de 1778 recibió un documento oficial de sus superiores en el que se le comunicaba que por fin había llegado de Roma lo que en 1768 él mismo había sugerido que se solicitara de la Santa Sede, es decir, que se les concediera a algunos misioneros de este santo Colegio [de San Fernando] la facultad de administrar el sacramento de la confirmación sin ser obispo, de la misma manera que el papa Benedicto XIV se la había concedido a los jesuitas de la Baja California.
La concesión de este privilegio sorprendió a las autoridades civiles de California, las cuales trataron de impedir su ejercicio y aconsejaron al biógrafo de fray Junípero dejar en claro que éste no aspiraba con ello a ningún obispado. No sorprende que, a pesar de la oposición de las autoridades civiles, él iniciara inmediatamente el ejercicio de esa facultad por tratarse de la administración de un sacramento encaminado a robustecer la fe recibida en el bautismo, o lo que es lo mismo, a ratificar el objetivo de la evangelización. Tampoco resulta extraño que desde este momento hasta su ya no lejana muerte se dedicara primordialmente a administrar la confirmación, sin más desvíos notorios de este menester que la fundación en marzo de 1782 de la misión de San Buenaventura, novena y última de las que fundó.


A partir de 1778, su correspondencia refleja en él una profunda preocupación por la actitud inamistosa de las autoridades civiles para con sus misiones, preocupación a la que desde 1782 se añadió una profunda tristeza, confesada por él mismo, ante el rumor de que los franciscanos tendrían que abandonar en breve California. El día 18 de agosto de 1782 sufrió una fuerte opresión en el pecho y una acusada inflamación de las piernas, tras lo cual el día 28 apareció muerto, como si estuviera plácidamente dormido, en su habitación de la misión de San Carlos Borromeo o del Carmelo, en Monterrey.
Se le atribuyen de manera oficial la conversión de 4.646 indígenas, la administración de 6.736 bautismos y 4.723 confirmaciones, más la asistencia a 1.436 matrimonios y 1.951 defunciones, y suprema dirección de nueve de las diez misiones, entrañaban, además la búsqueda de los medios necesarios (herramientas, semillas y ganado) para que los indígenas de estos poblados misionales, a veces acompañados por españoles, pudieran desarrollarse demográfica, religiosa, cultural y económicamente.
Esta labor, olvidada durante el siglo XIX, comenzó a ponerse de relieve a comienzos del XX. Es el único español con una estatua en el Capitolio de Washington, el de haber sido beatificado en 1988, el de contar con una abundantísima bibliografía. Como colofón al reconocimiento de su figura, el 23 de septiembre de 2015 fue canonizado por el papa Francisco en la ciudad de Washington.
Desgraciadamente vándalos indigenistas ignorantes han derribado varias estatuas del santo en EE UU y se pide la retirada de su estatua del Capitolio por parte del partido Demócrata, cosa que no se ha hecho. El papa Francisco evitó “in extremis” en 2015 que retiraran la estatua que llevaba en el Capitolio de Washington desde 1931, al rezar ante ella durante su visita a la capital estadounidense.

sábado, 10 de febrero de 2024

EXPEDICIÓN ELCANO - JOFRÉ DE LOAYSA

La expedición de Magallanes y terminada por Elcano fue un hito en Europa. Las proezas del Imperio Español continuaban. Las exploraciones ya no se quedaban en el continente americano. 
Nada detenía a aquellos hombres.
Entusiasmado por el viaje de Magallanes - El Cano, y mientras se negociaba con los portugueses, el rey Carlos I tras meses de negociaciones con los portugueses donde no se alcanzó ningún acuerdo decidió armar una nueva expedición mucho más ambiciosa que la primera con el objetivo de asentarse en las Molucas, expulsar a los portugueses y enviar especias a la Península Ibérica.

SEBASTIÁN ELCANO

Ordenó la preparación de otra armada, para realizar una expedición a las preciadas Islas Molucas. Puso bajo el mando de García Jofré de Loaysa, a quien concedió el título de capitán general y gobernador y justicia mayor de las islas del Molucas.
La flota partió de La Coruña el 24 de julio de 1525 y llevaba como segundo a Juan Sebastián Elcano.
Los portugueses habían descubierto las islas en 1512 al mando de Francisco Serrão. Y España aspiraba a su control desde Occidente, y los portugueses desde Oriente.
Siguiendo la ruta de Magallanes, pusieron proa al estrecho que lleva su nombre, donde empezaron los problemas. La nao de Elcano, la Sancti Spiritus, encalló y se fue a pique. Otras dos naves, desalentadas por las dificultades del viaje, desertaron. Una de ellas, la Anunciada, intentó llegar al Pacífico por el cabo de Buena Esperanza. Las aguas la engulleron y no se supo más de ella. La San Gabriel logró regresar a España después de numerosos tormentos.

JOFRÉ DE LOAYSA

Con solo cuatro naves muy maltratadas, la expedición logró atravesar el estrecho y llegar al Pacífico el 26 de mayo de 1526 después de 48 días de infierno. Allí, sin dar tregua a la marinería, una violenta tempestad separó a la castigada flota que nunca más volvió a reencontrarse.
En la nave capitana, la nao Santa María de la Victoria dirigida por Loaísa, se apiñaron los supervivientes de la Sancti Spiritus con Elcano a la cabeza. El escorbuto no tardó en aparecer. Urdaneta recordó con horror: "Toda esta gente que falleció, murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa, vi sacar a un hombre tanto grosor de carne de las encías como un dedo, y al otro tenerlas crecidas como si no le hubieran hecho nada".
No menos de cuarenta hombres fallecieron en medio del océano, incluidos el capitán general Loaísa, fallecido el 31 de julio de 1526, tomando el relevo Elcano en el mando, que tan solo duraría 4 días más y fallecería el 4 de agosto, fue arrojado al mar sin grandes ceremonias. El cuerpo de Juan Sebastián Elcano, que curiosamente falleció en la nave llamada Victoria, igual que la de la primera circunnavegación, descansa en algún desconocido lugar del Océano Pacífico.
Desde entonces el mando pasó por numerosas manos. Durante el viaje se perdieron el patache Santiago, que llegó a la Nueva España y la San Lesmes de la que no se supo, pero que se cree que arribó en Tahití, aunque también hay quien cree que encalló y es posible que llegaran hasta Nueva Zelanda y naufragaran en la costa meridional de Australia; desde allí la tripulación habría costeado la isla hasta pasar el cabo York, siendo después apresados, probablemente, por la segunda expedición del portugués Gomes de Sequeira.

En la Santa María cundió el desánimo hasta que el 5 de septiembre tocaron tierra en las actuales islas Marianas. Ahí, entre los nativos, una voz les habló en castellano. Se trataba de Gonzalo de Vigo, un desertor del viaje de Magallanes que convivió entre los indígenas. Tras asegurarse el Seguro Real, es decir, el indulto, sirvió como intérprete, consiguiendo suministros para la enferma y hambrienta expedición.
Tras nuevas escalas en Mindanao y Cebú, exploraron las islas Célebes hasta llegar a las Molucas el 29 de octubre. Quince meses después de partir, solo una de las siete naves y apenas 105 hombres de los 450, llegaron a su destino.

ISLAS MOLUCAS 

En Tidore, los españoles obedecieron las órdenes del emperador y, ayudados por los nativos, construyeron tres baluartes de piedra, tierra y madera. Los lusos enviaron numerosos requerimientos buscando que los españoles se acercasen a su fortaleza de Ternate a negociar, lo que a todas luces era una trampa.
La paciencia portuguesa alcanzó su límite y, en la noche del 17 de enero de 1527, una flotilla lusa intentó tomar, de forma sigilosa, el control de la Santa María. Un disparo rasgó la noche, habían sido descubiertos. Se produjo entonces un feroz e intermitente cañoneo que duró tres días. La guerra había llegado a las antípodas.
Esperando a las otras seis naves que los acompañaron, los supervivientes de la expedición resistieron en sus posiciones durante tres años. Entre las junglas y manglares de las Molucas, se sucedieron los abordajes, emboscadas y cruentas escaramuzas entre peninsulares apoyados por sus respectivos aliados indígenas. Los españoles apretaron los dientes, esperando la llegada de unos compañeros que nunca aparecieron, mientras que los portugueses recibieron más refuerzos. Los combates fueron cruentísimos y con diverso resultado. Los lusos lo intentaron todo: comprar a los nativos, envenenar pozos de agua e invitar a los españoles a la deserción.
Dos pequeñas naves con escasos recursos llegaron desde México en marzo de 1528: Álvaro de Saavedra a las órdenes de Hernán Cortés, intentó auxiliar a los supervivientes en Tidore. Su maltrecho estado tampoco fue de mucha ayuda ya que requirió algo de pólvora. Enviado de vuelta a Nueva España en busca de más refuerzos, no logró encontrar el difícil camino de vuelta y fue capturado por los portugueses.
En diciembre de 1529 poco más de 50 españoles se mantenían en pie. Faltos de munición y armamento, abandonados, vestidos con harapos y sin apenas comida se entregaron tras la caída del reino de Tidore, su principal aliado, tres años después de iniciar las hostilidades. Comenzaba para ellos un largo cautiverio en oscuras prisiones portuguesas.
Lo que se desconocía en las Molucas era que ambas coronas ya se habían puesto de acuerdo en el Tratado de Zaragoza, firmado en abril de 1529. Carlos I renunció a las Molucas a cambio de dinero. La noticia no llegó al archipiélago hasta 1532. Los escasos supervivientes fueron entonces repatriados vía Lisboa, ciudad a la que llegaron en 1536 con lo puesto, después de requisarse todas sus pertenencias.
Entre ellos figuraba un desconocido Andrés de Urdaneta. Había partido de La Coruña con 17 años en 1525 y regresó once años después con una hija mestiza. Más adelante sería conocido como uno de los mejores cosmógrafos de su época, pero en 1536 pudo regresar junto a ocho hombres más, derrotado y sin gloria tras completar la segunda vuelta al mundo.
Pero volvería  en 1565 y completaría lo que se llamó el “Tornaviaje”, demostrando empíricamente la esfericidad de la tierra.

miércoles, 7 de febrero de 2024

EL GRAN CAPITÁN Y BOABDIL EL CHICO

 EL CRISTIANO Y EL MUSULMÁN

Gonzalo Fernández de Córdoba y Boabdil (Mohammed ben Abî al-Hasan), se conocieron después de la batalla de Lucena, en 1.483, cuando Boabdil fue hecho prisionero por los Reyes Católicos. Gonzalo fue la persona que durante los meses de cautiverio estuvo más cerca de él, negociando una alianza con Isabel y Fernando y compartiendo largas horas de conversación. Lo que comenzó como una relación política acabó convirtiéndose no sólo en una visión compartida de la realidad sino en una estrecha amistad. Hasta el punto de que cuando Boabdil fue puesto en libertad bajo la condición de dejar en Castilla a su hijo primogénito, para asegurar de ese modo que cumplirá el pacto alcanzado con Isabel y Fernando, sólo aceptó ese requisito si su hijo quedaba bajo la tutela personal de Gonzalo Fernández de Córdoba, que aceptó el encargo y de ese modo se convirtió en el responsable de la educación del pequeño, según recoge el libro de Antonio Soler “Boabdil, un hombre contra el destino”.



Boabdil y Gonzalo de Córdoba tenían muchas cosas en común, ambos compartían una misma visión política de lo que estaba sucediendo. Los dos eran hombres del futuro pero los dos se veían atados a su pasado, a un deber que consideraban por encima de sí mismos. Eran enemigos de los radicales, de los fundamentalistas islámicos que habían decretado la Guerra de Granada como una yihad y de los inquisidores cristianos que habían conseguido bautizarla como una cruzada con la bendición del papa. Ambos conocían la cultura y el idioma del contrario, y preferían comprenderlo antes que demonizarlo. Y sin embargo, los dos aceptaron su destino, combatir el uno contra el otro por lealtad a su país.


La toma de Granada tuvo un componente dramático para Fernández de Córdoba. Su amigo Boabdil caía derrotado y fue precisamente a él, a Fernández de Córdoba, a quien rindió la ciudad antes del acto oficial de entrega a los Reyes Católicos. En lo íntimo, la caída de Granada también suponía una derrota para Fernández de Córdoba y para sus ideas. El incumplimiento de los pactos no hizo sino agravar ese dolor. Pero Gonzalo era un hombre ambicioso, legítimamente ambicioso, y sabía que su carrera militar debía continuar, lejos de Granada, lejos de la península. De hecho solo alcanzaría su plenitud en Italia, donde se impregnó de las ideas del Renacimiento y alcanzó el sobrenombre de El Gran Capitán.



Después de caer Granada no existió ninguna relación entre él y Boabdil. El destino había dejado a cada uno a un lado de una frontera insalvable. Además, solo un año después de abandonar Granada y estar refugiado en su exilio de las Alpujarras, Boabdil, desengañado y con la muerte súbita de su joven mujer agravando su derrota, abandonó el territorio español y marchó a Marruecos. Se dice que en ese último viaje lo acompañó Fernández de Córdoba, que estuvo al frente de la expedición y le proporcionó escolta hasta Marruecos.

Pero eso pertenece a la leyenda.

sábado, 3 de febrero de 2024

FRANCISCO PIZARRO - (1)

Nació en Trujillo provincia de Cáceres, en 1541, y murió en Lima, Perú en 1478. Conquistador del Imperio de los Incas, gobernador de la Nueva Castilla, fundador de Lima.
Fue hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, apodado El Largo, y también El Romano. La niñez de Francisco transcurrió dentro de una pobreza que, en ningún caso, llegó a la miseria. Cansado de esa vida, hacia 1493, es decir con quince años Francisco Pizarro se junta con unos caminantes y marcha hacia la ciudad de Sevilla.
Es posible que sobreviviera, con muchos trabajos y penurias, en Sevilla mientras encontraba la ocasión para embarcarse con destino a las Indias. Finalmente logró su deseo y en 1502 zarpó con destino al Nuevo Mundo en la flota que iba al mando de frey Nicolás de Ovando, gobernador de la Isla Española, llegando a la ciudad de Santo Domingo en abril de ese año.
A partir de ese momento Francisco Pizarro iniciará una larga y laboriosa vida castrense. Pizarro no pasaba de ser un simple soldado que debía ir constantemente en diversas huestes con el propósito de pacificar a indios alzados o también a la tarea de fundar villas y fuertes.


Hacia 1509 Francisco Pizarro, siempre como hombre de infantería, zarpa del puerto de la Beata a órdenes de Alonso de Ojeda, quien iba en pos del descubrimiento y conquista de la Nueva Andalucía. Junto a Ojeda, Pizarro está presente en la fundación del fortín de San Sebastián, el cual será el primero de su género en el continente, quedando al mando de él como lugarteniente de su jefe durante la ausencia definitiva de éste. Acatando sus órdenes reunió a la tropa y la llevó de regreso en dos bergantines, naufragando uno de ellos y salvándose Pizarro y otros castellanos en el otro. En plena navegación Francisco Pizarro se encuentra con Martín Fernández de Enciso, socio de Ojeda, y lo sigue a Cenú y Darién, lugar este último donde Enciso funda la primera ciudad en el continente americano, Santa María de la Antigua, donde Pizarro recibe un solar y queda avecindado en ella.
Pizarro, iletrado pero prudente como pocos, logró mantenerse al margen de las querellas políticas. Núñez de Balboa, por entonces gobernador de Darién, una  zona peligrosa entre las actuales Panamá y Colombia, lo envía al frente de un grupo explorador, y conoció el río de San Juan y vuelve, ya como lugarteniente de Balboa, a las tierras del cacique Careta que terminó aliándose con los españoles. Pizarro y una tropilla bajo su mando sigue la exploración y arriba a las posesiones del cacique Comagre. Allí, el hijo de éste, llamado Panquiaco, les habla de un lugar donde había abundancia de oro y Pizarro también recaba información de la existencia de un océano austral. Ocupando siempre el cargo de lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa, Pizarro es uno de los hombres que estará presente el 25 de septiembre de 1513, cuando se aviste el llamado Mar del Sur (Océano Pacífico), ingresando a sus aguas en pos del pendón de Castilla que enarbolaba Balboa y tomando posesión del inmenso mar el 29 de septiembre de 1513.

PEDRARIAS 
Al Llegar a Santa María el nuevo gobernador, Pedrarias, el alcalde interino Núñez de Balboa le salió al encuentro y les dio la bienvenida. Fue el hombre que le hizo la vida imposible a Núñez de Balboa.  Seguramente el conquistador más odiados de la historia de América. El famoso Bartolomé de Las Casas le calificó como uno de los
conquistadores más crueles de todos los tiempos por matar y esclavizar indios por cubrir su desmedida ambición de riqueza y poder.
En la entonces próspera colonia del Darién no había forma ya de alimentar a una población que se había multiplicado por cinco de la noche a la mañana con la llegada de Pedrarias con 2.000 hombres. La hambruna vino acompañada de la “modorra”, una enfermedad que daba fiebre, una somnolencia profunda y complicaciones pulmonares o renales. Unos setecientos pobladores murieron de hambre y modorra en sólo un mes, y siete u ocho meses después la población había quedado reducida a la mitad, según Andagoya. Proyectó Pedrarias cinco expediciones desde Santa María para buscar oro, alimentos y localizar posibles asentamientos en el Pacífico, con los que esperaba contrarrestar la fama de Balboa, inmovilizado a causa de su Juicio de Residencia que estaba pendiente. Las expediciones robaron el oro y mataron y esclavizaron a los indios. En poco tiempo destruyeron toda la obra de alianzas de Balboa y volvieron intransitable el istmo. Pedrarias atribuyó los desastres a las informaciones de Balboa. Todos sus compañeros fueron apresados al llegar a Santa María y Pedrarias concluyó que Balboa había intentado rebelarse contra él. Ordenó al tesorero Puente que levantara una acusación formal contra Balboa y se trasladó a Acla.

NÚÑEZ DE BALBOA 
Tras esto mandó a Pizarro que saliera a su encuentro con un destacamento y lo apresara. Balboa no receló nada y fue detenido al entrar en Acla, acusado de traición, le acusó de haber traicionado al Rey y a él. Mandó ponerle guardias y trasladarlo a la cárcel común, fue condenado a pena de muerte. Se levantó un cadalso en la plaza mayor de Acla y se cumplió la sentencia un día desconocido de la semana del 13 al 21 de enero de 1519. Antes de que le cortaran la cabeza, Balboa tomó la palabra y dijo a los presentes que todo era una falsedad y que jamás había traicionado al Rey.
Pedrarias nombrará a Pizarro regidor del primer Cabildo que se establece en la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, situada sobre el Mar del Sur. Pizarro es elegido alcalde ordinario de Panamá.
 Para el mes de julio de 1523 llega a Panamá Pascual de Andagoya de un viaje explorador al Señorío de Virú, Pirú o Perú. Con las noticias de la existencia de territorios abundosos en oro y plata. Pizarro tenía formada una sociedad de bienes con Diego de Almagro, otro baqueano como él. A esta sociedad se agregaría el clérigo Hernando de Luque. Entre los tres socios llegaron a juntar aproximadamente 18.000 pesos de oro. Su objetivo era llegar, por Levante, a esas ricas tierras de oro que Pascual de Andagoya había desistido de explorar. En abril estaban en el Fortín del Cacique de Las Piedras. Allí Pizarro y sus hombres tuvieron que rechazar un fuerte ataque de los indios. La expedición había sido un fracaso y los hombres insistían en volver a Panamá. Pizarro se obstinó en retirarse solo hasta Chochama, en el Golfo de San Miguel, donde esperó a Diego de Almagro, quien llegó a ese punto en julio de 1525. Cuando Pedrarias se enteró del fracaso de Pizarro, tomó la decisión de destituirlo. Luque y Almagro convencieron a Pedrarias para que diera a Pizarro otra oportunidad. Pedrarias cedió a los ruegos con la condición de que Almagro también fuera capitán, al igual que Pizarro.
En el segundo viaje zarpan de Chochama. Esta vez van ambos capitanes: Pizarro y Almagro y llevan dos carabelas. Su primera medida es atacar e incendiar el Fortín del Cacique de Las Piedras, que a partir de ese momento recibirá el nombre de Puerto Quemado. Pizarro y Almagro deciden que el piloto Bartolomé Ruiz explore siempre con rumbo al sur.
El viaje fue trascendental, pues tuvo un encuentro con la llamada “balsa” (tesoro), de grandes proporciones. Allí Ruiz y sus compañeros pudieron recoger las primeras noticias que evidenciaban la existencia, todavía mucho más hacia el sur, del Imperio incaico.
Almagro fue a Panamá para retornar con alimentos y algunos hombres de refuerzo. Cuando recibieron las noticias de Bartolomé Ruiz las desavenencias entre los socios se hacían más constantes, estamos en mayo de 1527. 

Con Pizarro la mayoría de sus hombres primaba el deseo de regresar a Panamá. Francisco Pizarro seguía firme en su decisión de no volver. Fue entonces cuando tuvo lugar el famoso episodio que consagraría a los Trece de la Fama. Pizarro, según la historia mezclada con leyenda, trazó con su puñal una raya en la húmeda playa pidiendo que los que quisieran seguir acompañándole la cruzaran. Sólo trece de sus soldados decidieron seguir su suerte.
Estamos en mayo de 1527. Almagro fue a Panamá para retornar con alimentos y algunos hombres de refuerzo. Cuando recibieron las noticias de Bartolomé Ruiz las desavenencias entre los socios de Pizarro se hacían más constantes.

“Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro a Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviese”.
Sólo trece de sus soldados decidieron seguir su suerte.
Pizarro y sus acompañantes, abandonados, en Tumbes pudieron apreciar que se encontraban en los linderos de un gran reino, cuyas riquezas podrían ser extraordinarias. Llenos de esperanza siguieron explorando, siempre al sur, donde pudieron recoger objetos de oro y plata y primorosos tejidos. Pizarro ya no necesitaría esforzarse para convencer a los incrédulos. Regresó entonces a Panamá, donde decidieron que viajara a España para obtener una Capitulación directamente con la Corona. Pizarro partió con rumbo a España desde el puerto de Nombre de Dios, entre septiembre y diciembre de 1528.
Los primeros días de febrero de 1529, Pizarro viajó a Toledo. Un mes más tarde, en junio, Francisco Pizarro y la Corona pudieron ponerse de acuerdo para que esta última otorgara una Capitulación, que por haber sido concedida en Toledo, el 26 de julio de 1529 que lo autorizaba a conquistar la llamada Nueva Castilla, nombre burocrático hispano que tendría el Perú.
Francisco Pizarro recibía el nombramiento de gobernador, adelantado y alguacil mayor del Perú. Almagro era reconocido hidalgo y nombrado alcalde de la Fortaleza de Tumbes, la ciudad incaica que tanto había impresionado a los conquistadores. Viajaron a Sevilla para embarcarse, corrían los últimos días de 1530. En total Pizarro llevaba cuatro navíos. Arriban finalmente a Nombre de Dios. Allí les esperaba Almagro. Un elemento de crispación fue la presencia de los hermanos de Francisco Pizarro. Se procedió al zarpe desde Panamá el 20 de enero de 1531.
La estancia en Puná se prolonga algunos meses y a principios de abril Pizarro desembarcó en Tumbes. Corría el mes de mayo de 1532. Desde este punto marcharon a San Miguel de Tangarará, donde el 15 de agosto Francisco Pizarro funda la primera ciudad hispana en el Perú. Pizarro llevaba a cabo su primer intento descubridor, había muerto el inca Huayna Capac, uno de los más poderosos conquistadores del Imperio Andino. Su desaparición trajo consigo la desavenencia entre dos de sus hijos.  

ATAHUALPA

Uno de ellos era Huáscar y el otro Atahualpa. La pugna entre ambos hermanos terminó en una guerra en la cual Huáscar resultó vencido y prisionero.
Además de esta circunstancia política anómala al momento de la conquista hay que tomar en cuenta que muchos pueblos dominadas por los incas desde el Cuzco, como los Huancas o los Chachapoyas, entre otros, vieron en los españoles a los aliados que podrían ayudarlos para romper con la dominación cuzqueña. Pizarro supo aprovechar estas disensiones y conseguiría leales aliados indígenas.
Pizarro partió de San Miguel de Piura en busca de Atahualpa el 24 de septiembre de 1532. La marcha hacia Cajamarca fue una verdadera proeza de valor ante lo desconocido. Entre jinetes y peones Pizarro llevaba ciento sesenta hombres
El 15 de noviembre de 1532 Pizarro y los suyos estaban en Cajamarca donde el inca aguardaba rodeado de un ejército de miles de hombres y de un boato realmente excepcional.
Pizarro distribuyó a sus hombres en dos pelotones de caballería y él se puso al frente de los infantes. Su única posibilidad de triunfo era el factor sorpresa. Atahualpa, por su parte, pecó de excesiva confianza dada su inmensa superioridad numérica.
Atahualpa inició la marcha hacia la plaza de Cajamarca donde lo esperaba la emboscada de los españoles. Pizarro dio la orden, se disparó un pequeño cañoncillo. Atahualpa fue arrancado de las lujosas andas en que era llevado a hombros. El sacerdote dominico conminó al inca para que se sometiera al Monarca hispano. Estas palabras, sin duda mal transmitidas por un joven intérprete indio, sólo causaron el desprecio de Atahualpa.
El trato que dispensó Pizarro al inca cautivo fue generoso. Impidió cualquier tipo de vejámenes. Fue entonces cuando el inca dijo que entregaría a los españoles una habitación llena de oro y otras dos iguales llenas de plata en un plazo de dos meses, Pizarro aceptó sin vacilar.

ENCUENTRO DE ATAHUALPA  Y  PIZARRO

En Cajamarca los españoles tomaron conocimiento de la existencia de la ciudad del Cuzco, donde abundaba el oro, pues era la capital del Imperio.
En abril de 1533 llegó a Cajamarca Diego de Almagro con sus hombres. Mientras pasaban los días se iba cumpliendo la entrega del rescate.
Atahualpa fue acusado de haber ordenado desde su prisión el asesinato de su hermano. Se le acusaba también de polígamo, idólatra, de haber usurpado el trono incaico y de incestuoso. Finalmente se produjo la sentencia y el inca fue condenado a morir en la hoguera, salvo que antes de ello aceptara las aguas del bautismo. Atahualpa no tuvo más remedio que optar por esto último y recibió la muerte mediante garrote vil el 26 de julio de 1533.
Ya se había ordenado la fundición de los metales preciosos, y todos los presentes en la captura del inca, de acuerdo con su rango, recibieron ingentes sumas. La parte que le tocó a Francisco Pizarro, a sus hermanos y a Diego de Almagro fue verdaderamente fabulosa. También se apartó el quinto del Rey, o sea, la porción que le correspondía del tesoro y se dispuso que Hernando Pizarro lo condujera a España para entregárselo al Monarca.
El 23 de marzo de 1534, Francisco Pizarro realizó la fundación española del Cuzco.
Pizarro marchó al valle del Rimac donde fundaría el 18 de enero la Ciudad de los Reyes, que muy pronto se conocería con el nombre de Lima, actual capital de la República del Perú.
Luego de la fundación de Lima, del reparto de solares y de la entrega de indios, se inicia para Francisco Pizarro una etapa de intensa actividad. El 5 de marzo de 1535 funda la ciudad de Trujillo. Por esos días se enteró que Diego de Almagro había recibido de la Corona el título de gobernador de la Nueva Toledo. Los límites de las gobernaciones de la Nueva Castilla y la Nueva Toledo serían, muy poco después, la causa del rompimiento definitivo entre Pizarro y Almagro. Pizarro marchó al Cuzco donde arribaría los primeros días de junio y allí conferenció con Almagro para planear la conquista de Chile, que llevaría adelante el Gobernador de la Nueva Toledo. Aparentemente se había renovado la amistad entre los socios, pero la mutua desconfianza nunca desaparecería. Finalizaba el año de 1535 y Pizarro regresó a Lima. Allí llegó su hermano Hernando, procedente de España, que le trajo excelentes noticias.
Pizarro retornó a Lima a inicios de mayo de 1536 donde angustiados mensajeros lo esperaban para noticiarlo que Manco Inca había iniciado una gran sublevación en el Cuzco, Pizarro había ya enviado urgentes mensajes pidiendo auxilio a Panamá, Nicaragua y México. Luego de una cruenta lucha los españoles consiguen dar muerte a Tito Yupanqui, con lo cual sus soldados se desconcertaron y emprendieron la retirada hacia el Cuzco.
Pizarro y Almagro se entrevistaron en Mala el 13 de noviembre de 1537. La habilidad de Pizarro logró que Almagro pusiera en libertad a sus hermanos Hernando y Gonzalo que estaban presos en el Cuzco.

DIEGO ALMAGRO 

El otro hermano, Juan, había muerto intentando asaltar la fortaleza de Sacsahuaman. Hernando Pizarro formó un ejército. En esta circunstancia ni Hernando Pizarro ni Almagro pensaban en una solución pacífica sino en un choque de armas, que tuvo lugar en el campo de Las Salinas, en las proximidades del Cuzco, el 26 de abril de 1538. Pizarristas y almagristas lucharon con ferocidad. La victoria se inclinó por el bando pizarrista y Almagro fue apresado, se le inició proceso y, finalmente, se le condenó a muerte.
A Diego de Almagro se le cortó la cabeza en el Cuzco el 8 de julio de 1538.
Las noticias de la rivalidad entre Pizarro y Almagro habían llegado a la Corte. El 29 de enero de 1539 Pizarro fundó la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. Por esos días recibió una Real Cédula del emperador Carlos V concediéndole un marquesado. Francisco Pizarro volvió al Cuzco y desde allí envió una carta al Emperador agradeciéndole el título nobiliario.
En los primeros meses de 1540 ya Pizarro estaba en su capital. El 26 de junio de 1541 cuando un grupo de almagristas, aproximadamente veinte o treinta, asaltó la morada de Pizarro a los gritos de “¡Viva el Rey! ¡Mueran tiranos!”. Pizarro se hallaba conversando con un nutrido grupo de personas, quienes al escuchar los gritos homicidas escaparon en la mejor forma que pudieron.
                                MUERTE DE PIZARRO 

Pizarro se había puesto apresuradamente una cota y, según el cronista Pedro Cieza de León, al tomar su espada dijo: “Vení, acá, vos, mi buena espada, compañera de mis trabajos”. Y salió con ella a batirse con denuedo indesmayable. Pizarro se defendió con brío juvenil. Los asesinos empujaron a Diego de Narváez que fue atravesado por la espada de Pizarro. Aprovechando ese instante Martín de Bilbao le dio una estocada en la garganta. Luego se echaron todos sobre él y le dieron estocadas y puñaladas hasta que cayó al suelo, clamando: “¡Confesión!”. Entonces Juan Rodríguez Barragán, antiguo criado suyo tomó una alcarraza llena de agua y se la quebrantó en la cabeza diciéndole: “¡Al infierno! ¡Al infierno os iréis a confesar!”. Y así rindió la vida el gran capitán, heroicamente como había vivido, “sin desmayo alguno en el corazón, y nombrando a Cristo como buen español”. Dadas las circunstancias, el entierro de Pizarro tuvo que hacerse de noche y a escondidas para evitar que se profanara el cadáver. El 26 de junio de 1891, al conmemorarse el 350 aniversario de la muerte de Francisco Pizarro, tuvo lugar en la Catedral de Lima una solemne ceremonia en la cual el Cabildo Eclesiástico entregó al Concejo Provincial de la capital del Perú los restos del capitán extremeño para que reposaran definitivamente en la capilla de los Reyes Magos de la Iglesia Metropolitana limeña.
                            




COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (2)

En 1.484 Colón presentó al reino de Portugal su empresa de ir a las Indias Orientales por Occidente. Juan II le escuchó atentamente y quedó ...