Nació en Reus, y de joven ingresó en el ejército donde llegó a coronel. En 1841 fue diputado por Tarragona en el Partido Progresista. Sofocó a sangre y fuego la sublevación de Barcelona en 1843. Luego fue nombrado gobernador de Puerto Rico y alcanzó gran prestigio y fama por su intervención en la guerra de África. Por ello fue nombrado Jefe militar de las fuerzas españolas de la intervención militar en México juntamente con Francia y Gran Bretaña, para apoderarse de fortalezas en la costa atlántica por precaución ante las amenazas del presidente Benito Juárez. Francia anunció que establecería un imperio con el Archiduque Maximiliano de Austria, lo que hizo que España e Inglaterra se retirasen, decisión acertada de Prim, ya que se perdió la enemistad con México y su pueblo.
Podía ser progresista, sin duda, aunque ello no significaba plegarse al dios del momento, como demostró en 1842 al enemistarse con Baldomero Espartero, en principio su aliado, al favorecer este los tejidos ingleses en perjuicio del textil catalán. Se exilió a París, contactó con el círculo de María Cristina de Borbón y al año siguiente se pronunció en Reus contra el regente para inaugurar su prolongada fidelidad a la corona isabelina. Este episodio conllevó, a imitación de lo realizado por el duque de la Victoria el año anterior, la resolución de asediar y bombardear Barcelona desde Montjuic para terminar con la revuelta de la Junta Central, inmortalizada desde el anecdotario por su famosa frase "o caja o faja", caja de pino o faja de general, obtenida por sus méritos y devoción para con el poder.
A lo largo del primer decenio del reinado isabelino, Prim exhibió más de siete vidas entre detenciones, posicionamientos en favor del proteccionismo y exhalaciones viajeras a medias entre encargos oficiales, como su breve y polémica capitanía general en Puerto Rico, visitas al balneario de Vichy para tratar su afección en el hígado y un incesante desfilar por el Viejo Mundo. Esta experiencia en los salones europeos le granjeó desconfianzas en el interior y fama externa, quizá culminada con su papel de observador en los instantes iniciales de la Guerra de Crimea, interrumpido ante el estallido de la 'vicalvarada' en verano de 1854, cuando regresó a España para alinearse con Espartero y O’Donnell, con quien volvería a congeniar durante el periodo de la Unión Liberal, cuando alcanzó varias cumbres antes de despeñarse al discrepar del rumbo tomado por la monarquía.
Ese lustro junto a O’Donnell le resarció hasta
transformarlo en un héroe popular por sus proezas durante la guerra de
Marruecos entre otoño de 1859 y la primavera de 1860. Sus intervenciones en las
batallas de Tetuán y Castillejos le concedieron, además del marquesado y el
rango de grande de España, la confirmación en el nombramiento para luchar en
México junto a ingleses y franceses en pos de vengar la expulsión del embajador
patrio y el impago de la deuda.
España tiene demasiada desidia con su pasado.
Juan Prim podría ser uno de sus ejemplos supremos, y tampoco es necesario ir a
nuestro tiempo para corroborarlo. En 1936, la FAI eliminó su estatua ecuestre
del Parque de la Ciudadela de Barcelona, antaño fortaleza de oprobio, cedida a
la Ciudad Condal por el general más joven de Europa después de Napoleón, en
1868, tras la Gloriosa. La removieron desde el odio a cualquier signo de poder,
sin considerar cómo el conde de Reus propició con su trayectoria el camino
hacia un país más moderno, despojado pese a todas sus limitaciones de lastres
anclados en el Antiguo Régimen.
El asesinato de Prim sigue siendo un enigma, por esclarecer no los hechos en si mismo, sino la autoría, la orden de asesinarlo. En la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, en su honor, le dispararon desde cerca dos grupos de hombres. El cochero pudo salir a toda prisa y llevarlo hasta su casa. Cuando llegó a su dormitorio, Prim había perdido mucha sangre. Se le aplicaron las primeras curas y el general solo pudo decir: “Veo la muerte...”. Luego, al ser preguntado por los ejecutores desatentado, añadió: “No lo sé, pero no me matan los republicanos”. Un cuarto de hora más tarde llegaron Serrano y el almirante Topete. Agonizando, Prim solicitó del primero que encargara a Topete la presidencia interina del gobierno hasta la llegada del rey. Para tranquilizar a la población, rogó que se expidiera un primer parte que solo mencionase que había resultado herido. Los daños eran mayores de lo que se había supuesto. Dos días después, el general murió. Se especula que ya estaba muerto y no quisieron dar la noticia al pueblo por oscuros intereses. Queda la duda. La pregunta saltó a la calle: ¿quiénes habían sido los asesinos? Por una parte, los republicanos; por otra, los oscuros manejos de Montpensier o, por qué no, los de algún partidario del joven príncipe Alfonso, contrariado por la posibilidad de ver en el trono de España a un monarca de una dinastía que no fuera la Borbón.
La autopsia judicial se practicó a las 11.30 horas del día 31 de diciembre, siendo embalsamando su cuerpo a mediodía, de forma que las 15 horas quedaba expuesto en el palacio de Buena-Vista. Apresuradas operaciones todas ellas, recogida 1 por la prensa del día siguiente . Resulta evidente que desde el principio se quiso restar importancia a la gravedad de las lesiones, previsiblemente para evitar la alarma social y política, a pesar de que los médicos que le asistieron tras el atentado ya se referían a las heridas como “lesiones graves y pueden ser peligrosas por la índole especial de las mismas heridas”. “Descartadas otras lesiones violentas distintas a las heridas por arma de fuego, cabe atribuir la muerte a su complicación infecciosa de éstas, como hasta ahora todas las fuentes han venido recogiendo. Afirmación por otra parte coherente con la naturaleza de las heridas y su fácil infección, junto a la falta de medidas higiénicas e inexistencia de la antibioterapia entre otros”. Por otra parte el Dr. José Simón, encargado del embalsamamiento, dejaba inscrito en la tapa del ataúd “embalsamado el 1º de enero”, fecha que debe referirse al último retoque antes de ser trasladado a la Basílica de Atocha