El vuelo Sevilla-Cuba es bastante arriesgado pues se trata
de volar más de cuarenta horas recorriendo casi 8.000 km sin escalas, de los
que 6.300 serán sobre el mar. Como mínimo, se calculan 40 horas de permanencia
en el aire.
Por vía diplomática, se había comunicado a las autoridades cubanas que el “Cuatro Vientos” pretendía volar desde España a Cuba y que si las condiciones meteorológicas lo permitían, el intento se llevaría a cabo el 4 de junio de 1933. Lo mismo se hizo con las autoridades mexicanas.
El día señalado, a las 4,40 horas se puso en marcha el motor y poco después el avión inició su carrera. Después de rodar los 1.500 metros de pista, se elevó en el cielo sevillano, todavía casi a oscuras. Tras sobrevolar la ciudad, dormida aún a sus pies, el pájaro blanquirrojo puso rumbo al mar, escoltado por los aviones militares y una avioneta civil que habían acudido a despedirlo.
Ya no se tendrían más noticias de ellos hasta que alcanzaran su destino, dado que el Cuatro Vientos había prescindido de la radio para ahorrar peso. Treinta y dos minutos más tarde, el avión abandonaba la costa española por Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir, siguiendo la ruta colombina.
Hace rato que ha amanecido y el cielo ha pasado de rojo
anaranjado a azul intenso sobre el mar, pero los dos hombres a bordo del
pequeño avión blanquirrojo apenas pueden disfrutar de la vista. Llevan treinta
horas sentados, inmóviles en sus estrechos cubículos con el monocorde ruido del
motor incansable, sin un fallo, sin ver más que el cielo y el mar,
interminable, que se desliza apenas bajo las alas del biplano. El navegante se
inclina afanoso sobre los mapas y el tablero de notas, mientras repasa sus
cálculos. Dentro de tres horas llegaremos a la bahía de Samaná.
Hasta ahora, la navegación ha sido perfecta, aunque sólo han utilizado, poco más o menos, los mismos métodos que los antiguos navegantes, calculando los trayectos por la línea de rumbo geográfico constante, corrigiendo el rumbo que marca la brújula guiándose por el sol, la luna o las estrellas, cuya altura miden con un sextante.
Hasta ahora, la navegación ha sido perfecta, aunque sólo han utilizado, poco más o menos, los mismos métodos que los antiguos navegantes, calculando los trayectos por la línea de rumbo geográfico constante, corrigiendo el rumbo que marca la brújula guiándose por el sol, la luna o las estrellas, cuya altura miden con un sextante.
El 12 de junio de 1933 habían llegado a Camagüey. Son las
15,39 horas y las ruedas del Cuatro Vientos tocan suelo cubano con sólo cien
litros de combustible en su gran depósito después de volar durante treinta y
nueve horas y cincuenta y cinco minutos, el tiempo que había calculado Barberán.
Este vuelo fue un hito en la aviación española, cubriendo una distancia de casi
8.000 km sin escalas, la mayoría sobre el mar. La hazaña de Barberán y Collar
copó las páginas de todos los diarios.
Tras ser homenajeados por la colonia española, los aviadores pernoctaron en el Hotel Camagüey. Unas visitas protocolarias mientras se revisaba el avión y poco después del mediodía, a las 14,22 horas, el Cuatro Vientos reemprendía finalmente el vuelo hacia la capital cubana. En el aire, cerca ya del aeródromo Columba, donde esperaba impaciente un gentío de más de diez mil personas, el biplano español fue recibido por cuatro aviones militares que le dieron escolta hasta que tomaron tierra a las 17,15 horas. Hacía un intenso calor y el público cubano prorrumpió en una más calurosa aún salva de aplausos, tratando por todos los medios de franquear la barrera de seguridad con la que los soldados y marinos pretendían inútilmente mantener el orden y proteger al avión y sus tripulantes del abrazo y el cariño de la multitud. Barberán y Collar acudieron a numerosos actos de homenaje y protocolo, numerosísimos los banquetes, cenas, almuerzos y copas ofrecidas por toda suerte de entidades. Hasta paseos y pesca en yate y una jornada en la playa se convirtieron en verdaderos actos de homenaje que se prolongaron hasta el día 18, cuando ambos aviadores comenzaron a preparar la última etapa, el vuelo hacia México y Estados Unidos.
Tras ser homenajeados por la colonia española, los aviadores pernoctaron en el Hotel Camagüey. Unas visitas protocolarias mientras se revisaba el avión y poco después del mediodía, a las 14,22 horas, el Cuatro Vientos reemprendía finalmente el vuelo hacia la capital cubana. En el aire, cerca ya del aeródromo Columba, donde esperaba impaciente un gentío de más de diez mil personas, el biplano español fue recibido por cuatro aviones militares que le dieron escolta hasta que tomaron tierra a las 17,15 horas. Hacía un intenso calor y el público cubano prorrumpió en una más calurosa aún salva de aplausos, tratando por todos los medios de franquear la barrera de seguridad con la que los soldados y marinos pretendían inútilmente mantener el orden y proteger al avión y sus tripulantes del abrazo y el cariño de la multitud. Barberán y Collar acudieron a numerosos actos de homenaje y protocolo, numerosísimos los banquetes, cenas, almuerzos y copas ofrecidas por toda suerte de entidades. Hasta paseos y pesca en yate y una jornada en la playa se convirtieron en verdaderos actos de homenaje que se prolongaron hasta el día 18, cuando ambos aviadores comenzaron a preparar la última etapa, el vuelo hacia México y Estados Unidos.
El día 19 fue una jornada de descanso. Mientras, en la
revisión que Madariaga y mecánicos cubanos realizaban al avión, se había
descubierto una grieta por la que escapaba gasolina y se procedía a su
reparación.
La siguiente etapa prevista era el vuelo hasta la capital de los Estados Unidos de México. Nadie podía imaginar que la tragedia esperaba agazapada el paso del avión español porque, aunque el vuelo atravesaba zonas de difícil orografía y áreas inexploradas de selva, sin comunicaciones y de difícil acceso, se trataba en realidad de una ruta utilizada ya habitualmente por la aviación comercial.
Mientras esto sucede, el sargento Madariaga encuentra en la revisión de la aeronave una grieta en su depósito de combustible, por lo que, auxiliado por mecánicos cubanos, procede a su reparación y a la puesta a punto para el vuelo a México.
La siguiente etapa prevista era el vuelo hasta la capital de los Estados Unidos de México. Nadie podía imaginar que la tragedia esperaba agazapada el paso del avión español porque, aunque el vuelo atravesaba zonas de difícil orografía y áreas inexploradas de selva, sin comunicaciones y de difícil acceso, se trataba en realidad de una ruta utilizada ya habitualmente por la aviación comercial.
Mientras esto sucede, el sargento Madariaga encuentra en la revisión de la aeronave una grieta en su depósito de combustible, por lo que, auxiliado por mecánicos cubanos, procede a su reparación y a la puesta a punto para el vuelo a México.
Tal día como hoy de hace 92 años, el fatídico 20 de junio de 1933 amanece gris y con una fina lluvia que no amilanó a los aviadores Barberán y Collar que despegaron desde La Habana a las 05:52 rumbo al este. Se documenta el paso del aparato por varios puntos y a las 11:35 sobrevuela la población de Villa Hermosa, ya en tierras mexicanas. A partir de ahí se desvanece en la península del Yucatán.
Mientras tanto el periódico mexicano “El Nacional” publica un editorial de saludo: “¡Bienvenidos!” Desde las márgenes del Bravo hasta los límites con las tierras polares del Ártico, el clamor de los pueblos es unánime en el anchuroso continente americano de habla española: “¡Bienvenidos los aviadores españoles!”. Es ese el sentir general, como antes en Cuba, y un público ansioso de más de sesenta mil personas se agolpa en el aeródromo de Balbuena. Desde muy temprano, esperan también, disciplinados, los dos batallones de infantería y el regimiento de caballería que rendirán honores y cubrirán la vigilancia. Junto a ellos, en filas ordenadas, las escuadrillas de aviones Vought y Douglas que les darán escolta en el aire. Y la espera se hace tensa, larga…
Varias horas después, a las dos y media de la tarde, la inquietud comienza a hacer mella entre las autoridades y la multitud que espera. La última noticia recibida era la de que el Cuatro Vientos había sido visto, poco después de las once y media, volando cerca de Villa Hermosa, en Tabasco. Sin noticias, se decide salir al encuentro del avión y las escuadrillas de escolta despegan a las 14,40 horas. Encuentran el cielo encapotado y poco después un intenso aguacero que les obliga a retornar a Balbuena poco antes de las cuatro. Cree el gentío que entre los aviones llega el Superbidón, pero su decepción aumenta y los ánimos comienzan a enfriarse. El tiempo ha empeorado seriamente. Más tarde un comunicado oficial informa que el telegrafista de Otumba ha informado del paso del avión por su zona y la esperanza vuelve a sonreír. Despegan de nuevo los mexicanos, incluso bajo la lluvia torrencial, pero se ven obligados a posarse de inmediato en el lodazal en que se ha convertido el terreno. A las cinco, la ansiedad se ha apoderado hasta de los más optimistas, pero todos permanecen, inmovilizados, bajo la lluvia. Algo le ha ocurrido al Cuatro Vientos. Ya no cabe la menor esperanza cuando los minutos van pasando sin ninguna noticia. Y la multitud empieza a irse.
Se inicia una intensa, prolongada y hasta exhaustiva operación de búsqueda en la que se verá implicada toda la Aviación Militar de México y en la que también participarán fuerzas terrestres y numerosos voluntarios civiles mientras se van conociendo informes del paso del Cuatro Vientos. Todos los esfuerzos serán inútiles y varios días después, agotadas todas las posibilidades y los recursos, se da al avión por desaparecido. La hipótesis más probable que se barajó en su día y todavía sigue siéndolo es la de la caída al mar, obligados a desviarse de su rumbo por el mal tiempo. Una cámara de neumático hallada en la costa y que habría servido de salvavidas es la única evidencia encontrada de la tragedia. Lo más probable sigue siendo, como afirmara Ramón Franco en su día, que el Cuatro Vientos cayera al océano. Lo seguro es, eso sí, que su último vuelo fue directo a la leyenda.
En febrero de 1934 se les concede a Barberán y a Collar la Medalla Aérea y se dispone que sus nombres figuren permanentemente a la cabeza de las escalillas de la Aviación Militar en sus respectivos empleos.
Esto último se ha cumplido solo de manera parcial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario