lunes, 23 de enero de 2017

FELIPE IV- LA DECADENCIA ESPAÑOLA

España estaba en plena guerra de los Treinta Años, entre 1618 y 1648, y aunque el conflicto era entre Estados partidarios de la reforma y de la contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, donde España mandaba, poco a poco, se fueron incorporando al tomate las distintas potencias europeas y entonces se convirtió en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión. Como siempre, territorios y poder. Pero estábamos hablando del suelo patrio. Aquí, para ayudar, hubo disturbios, insurrecciones y todo tipo de desmanes, maricón el último. A pesar de que en la guerra con Francia la cosa no iba mal, a los franchutes seguíamos dándoles una ensalada de hostias y se habían acostumbrado, de tal forma que los Tercios llegaron casi hasta París, cosa que hoy ni se recuerda.
Algunos, y no quiero mirar a nadie, no estaban por la labor del aporte monetario para la cosa bélica y el valido del rey,el Conde Duque de Olivares, cedió con la cuestión de los fueros y privilegios de los antiguos reinos. Las cortes catalanas de 1626 y 1632 rechazaron el pago de imposiciones fiscales para la contribución a la guerra con francia. Y se armó el quilombito. 1640 sería un año horrible para españa, se proclamó la revolución de Portugal con el llegada al trono del rey Juan IV. La decadencia de España se hizo claramente visible. La represión engendró más disturbios y en Cataluña se sublevó con el Corpus de Sangre. Un motín de campesinos prendió la chispa en Barcelona, donde el virrey fue asesinado. Olivares, eligiendo la línea dura, de palo y tentetieso, se lo puso fácil a los extremistas de corazón o de billetera que ya entonces, con cuentas en Andorra o sin ellas, se envolvían en hechos diferenciales y demás parafernalia. Doce años de guerra cruel en Cataluña, un ejército rebelde que masacraba cuanto olía a español, mientras pagaban el pato la mayoría de los españoles, como siempre. Dado que España estaba jodida con la guerra europea favoreció a los insurgentes catalanes, pero cuando vino el contraataque y los tercios empezaron a repartir a diestro y siniestro en Cataluña, se olvidaron de la independencia, “¡-tampoco hay que ponerse así!”, y con un par, y sin vergüenza alguna, va y se ponen bajo protección del rey de Francia. Se declararon súbditos suyos y al fin, lo proclamó conde de Barcelona, porque reyes allí sólo los había habido del reino de Aragón. Cataluña se echa en manos francesas, cosa que durá hasta 1652. La jugada del cambio de una monarquía española por la monarquía de Luis XIV, que no lo sabían entonces, era la más dura y centralista que estaba naciendo en Europa, y si no, se puede comparar cuatrocientos años después el grado de autonomía de la Cataluña española con el de la Cataluña francesa, el Rosellón, que se perdió entre col y col para siempre. Pero a los nuevos súbditos del rey francés les salió el tiro por la culata, porque el ejército libertador, que los protegería resultó ser todavía más desalmado que los ocupantes españoles, ¡Toma del frasco, Carrasco!.
Las atrocidades y abusos franceses tenían a los catalanes hartos de su nuevo monarca; así que al final resultó que antiespañol, lo que se dice antiespañol, en Cataluña no había nadie. Sorpresas que da la vida, que diría Rubén Blade. Se mantuvieron los fueros y costumbres y mira, aquí “no ha pasao nada, chaval” y Cataluña volvía al redil a gusto. De momento. Los gabachos pusieron en puestos de privilegio y mando a sus gentes y… bueno para abreviar, trataron a la población como ciudadanos de segunda. Pero hay que saber que Cataluña, y por consecuencia España, perdieron para siempre el Rosellón, que es hoy la Cataluña gabacha, donde están prohibido los escritos oficiales en catalán. Francia, se benefició cuanto pudo, Portugal se independizó, los ingleses seguían acosándonos en América, y el hijo de puta de Cromwell quería convertir México en colonia británica. Por suerte, la paz de Westfalia liquidó la guerra de los Treinta Años, dejando a España y Francia enfrentadas. Resuelto a acabar con la úlcera, Juan José de Austria, hermano de Felipe IV, empezó la reconquista digamos, de forma expeditiva, de la provincia de Lérida. En España vivían unos 8 millones de personas, pero salvo el clero y los nobles el pueblo raso las pasaba canutas. Las ¾ partes de la plata y el oro que llegaban de las Indias en eran privadas. El resto se iba en pago de las deudas enormes por la hacienda real. Los judios portugueses y banqueros genoveses adelantaban el dinero a la hacienda española, con lo cual el oro y la plata desaparecia y eran sustituidos por el cobre.
«Rocroi, el último Tercio», cuadro del pintor Augusto Ferrer-Dalmau Felipe IV, el rey pasmado, sabemos que había delegado en el Conde Duque de Olivares, que era una persona inteligente, con ideas que quiso poner a España en la reforma, levantar el negocio. Un hombre a la altura de Richelieu. Pero si algo hacemos bien en España es el suicidio colectivo, y porco a poco, aquel sueño imperial, que fue y se podía haber conservado más tiempo, y dejado como herencia una situación de riqueza material y cultural de no te menees, lentamente se fue yendo por la alcantarilla, quedando las piezas de pintura, arquitectura y literatura, sobre todo, por encima de la falta de auténtico patriotismo conservador y protector que debería haber habido, y desarrolar a un pueblo analfabeto, inculto y dirigiddo por clérigos corruptos al igual que una clase dominante. En siglo y medio, tanto gobernante mediocre, tanto vago con título, tanto gasto en guerras para cuidar una religión que ya estaba dividida, precisamente por culpa de los que la dirigían, consiguieron que España fuese perdiendo lo que llegó a ser y tal como decía Quevedo, No ha habido otro rey como Fernando, el católico, que supo entender a su pueblo y supo defenderlo. Las regiones luchaban por mantener sus fueros y privilegios, y siguen con ello en pleno siglo XXI, dejando intacto un razonamiento de separación al sitema medieval de los reinos o peor aún de las Taifas. Felipe IV seguramente vio que aquella españa no se podría arreglar. Jubiló a Olivares y el intento de hacer un estado pujante y culto se fue a la mierda. Precisamente lo que estaba logrando Richelieu en Francia, potenciar a su país y convertirla en el eje de Europa. El pueblo español, cosido a impuestos, con sus derechos marginados, o se iban a morir a cualquier guerra, o marchaban a morir a América, o morirían pasandolas putas en su propio país. Elije tu mismo. Los piratas ingleses y holandeses, una guerra con Portugal que duró 28 años, rebeliones en las diferentes regiones. Batallas de Montijo, Elvas, Évora, Salgadela y Montes Claros, con Portugal, donde los fronterizos recibieron ostias de todos los colores, sin comerlo ni beberlo. De todo aquello solo quedó Ceuta. Por el Tratado de Westfalia, firmado en 1648 España reconocía la independencia de las Provincias Unidas y la conservación de Flandes. En la guerra europea al final quedó en una lucha jodida con la Francia de Luis XIV. Las posibilidades de enviar tropas por el Camino Español por Génova, permitía abastecer a las tropas de Flandes, a duras penas se mantenía hasta que finalmente se perdió. Los tercios españoles resistían a la deseesperada, ayudados por italianos y flamencos católicos. Y por ahí es donde se iba el dinero y la sangre de nuestros mejores soldados. Como en Francia se produjo una guerra civil los españoles vencieron a los franceses en Valenciennes en 1656. Se firmó la Paz de los Pirineos dado la dificil situación económica española. Inglaterra y Francia se repartieron el flandes español. Se cedía el Rosellón, la mitad de la Cerdeña, etc. Para no soliviantar más las cosas se estipuló el casamiento de la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, con Luis XIV de Francia. Así se impuso la hegemonía de Francia sobre España. Continuó la lucha contra los portugueses los cuales ganaron dirigidos por Alfonso VI de Portugal en 1665 en la batalla de Villaviciosa, en el mes de junio, puso fin a la esperanza de unión entre la Monarquía española y Portugal. Felipe IV moriría poco des pués, en el mes de septiembre. Pero la batalla de Rocroi, aunque no fue la última, en 1643, donde los Tercios perdieron todo menos el honor y la gallardía, quedó como símbolo del ocaso español. Recomiendo la lectura sobre la batalla. Y nuestros viejos Tercios, que habían hecho temblar a Europa entera, que habían sido el ejemplo de valentía y disciplina militar, fueron dejándose caer silenciosamente, fieles a su leyenda, y así fue como España, habiendo sido dueña de medio mundo, solo reteniendo algo un par de siglos más, lentamente el sol fue poniendose.

sábado, 21 de enero de 2017

FRANCISCO DE ORELLANA

En 1542, al frente de unos sesenta hombres, llevó a cabo la primera exploración del Amazonas. Tras sufrir todo tipo de penalidades, la expedición alcanzó la desembocadura, en el océano Atlántico. A Francisco de Orellana, el capitán extremeño que protagonizó en 1542 una de las mayores gestas de la conquista de América, el descenso del Amazonas de un extremo al otro del continente, hay que imaginárselo abriéndose camino por el río sin tener más GPS que su propia intuición. Mitos y rumores sofocaban las pocas historias verídicas en torno a un río y una selva de un tamaño inmenso. Orellana tuvo, entre otros, el don de la oportunidad. Era un hombre ilustrado, paciente para la negociación con los indios, con un cierto toque de antropólogo precursor. Hablaba francés y latín, según el escritor George Millar, y se defendía en varios idiomas indígenas. No se dejaba intimidar por las incógnitas geográficas, más asfixiantes que la selva tropical, ni siquiera por la ambición un tanto alborotada de su jefe, Gonzalo Pizarro, que fue quien tramó y lideró la gran expedición amazónica, pero lastrándola desde el principio con grandes equivocaciones.
La epopeya amazónica de Orellana empezó en 1541, cuando Gonzalo Pizarro, el hermano menor del conquistador del Perú, se lanzó en busca del «país de la canela», un territorio fantasmagórico como El Dorado, que, según le habían comunicado algunos indios peruanos, se hallaba en las sierras del interior del continente. La canela era una de las especias más preciadas de la época, y los españoles soñaban con encontrar bosques enteros que los hicieran ricos de un día para otro. Con ese objetivo, Pizarro organizó un ejército de 200 españoles, además de 4.000 indios reclutados como porteadores. Desde Quito, situada a casi 3.000 metros de altura, los expedicionarios bajaron a la selva ecuatoriana, pero al llegar al río Coca, en vez de oro y canela, se encontraron con hambre y confusión, hasta el punto de que tuvieron que comerse sus propios perros y caballos. Orellana, mientras tanto, partió por su cuenta desde el Pacífico, ascendió hasta Quito y de allí marchó al encuentro de Gonzalo Pizarro. Cuando lo alcanzó, la situación de los españoles era tan desesperada que Pizarro mandó a Orellana en busca de comida con el bergantín San Pedro, un navío que habían construido los mismos expedicionarios al llegar al río Coca. Lo conminó asimismo a que regresara como máximo en quince días, sin rebasar la siguiente confluencia del Coca.
La zona citada coincidía con el río Canelo, hoy llamado Napo. Sobrevolando en una avioneta la actual villa de Francisco de Orellana, en el cantón ecuatoriano del mismo nombre, se puede apreciar la magnitud de la confluencia del Coca y el Napo. Este último, más ancho que cualquiera de los ríos españoles, es un tributario relativamente modesto de la cuenca amazónica. Pero la idea absurda de Gonzalo Pizarro era que Orellana consiguiese provisiones para un ejército de hambrientos y que además regresara desandando aquellos voraginosos caminos de agua.Orellana, en cambio, sabía bien que si se separaban sería para siempre, pues la corriente, de hasta diez kilómetros por hora, hacía imposible el retorno. Orellana intuyó además que de río en río podría salir al otro mar, el océano Atlántico. Más tarde sería tildado de traidor por haber abandonado a su suerte a Pizarro y sus hombres, y durante siglos se intentó minimizar su éxito: haber sido el primero en recorrer el Amazonas. Orellana plantó su campamento en territorio de un reino indígena conocido como Aparia, pensando que quizá Pizarro resolviese llegar por tierra hasta allí. Entretanto no perdió el tiempo y mantuvo con el cacique conversaciones que le proporcionaron una visión clara de la inmensidad amazónica. Por supuesto, no podía saber que se hallaba en una cuenca de siete millones de kilómetros cuadrados, ni que el caudal medio del Amazonas es de 157.000 metros cúbicos por segundo (el del Ebro es de 500). Pero sí tuvo clara la ocasión que se le presentaba. Mandó construir un segundo bergantín, el Victoria, haciendo clavos de cualquier herraje que tuvieran sus hombres, y a continuación les comunicó su decisión: seguirían adelante. El dominico fray Gaspar de Carvajal, natural de Trujillo como Orellana y que escribiría más tarde la crónica de la expedición, tomó partido por su paisano, argumentando que no podían volver al campamento de Gonzalo Pizarro a causa de la corriente y que no habían encontrado ni encontrarían tanta comida como para abastecer tamaña hueste. En ese momento Orellana dejó de ser lugarteniente de Pizarro, pues sus hombres lo legitimaron como jefe por votación. Los de Orellana eran seis decenas de españoles cautivados por el paisaje amazónico y sobre todo por el sueño que implicaba. Quién sabe si al final acabarían encontrando también canela, o incluso el vellocino de oro de los argonautas. De hecho, pronto creyeron hallar indicios de esto último: algunos indios llevaban patenas de oro sobre el pecho, y sus mujeres se adornaban con ajorcas y orejeras de un inconfundible color amarillo. Carvajal, siempre discreto, iba tomando notas de aquel viaje fabuloso siguiendo el flujo del río y del calendario litúrgico. El miércoles de Tiniebla y el Jueves Santo, escribió, ayunaron a la fuerza porque los indios de Ymara, capital del señorío de Aparia, no les llevaron de comer. He ahí otro elemento recurrente de su crónica: los expedicionarios dependían de que los indios les regalasen yuca o tortugas. Por fin pudieron darse un banquete en Pascua. El domingo de Cuasimodo, siguiente al de Resurrección, Carvajal lo aprovechó para predicar y alabó la «clemencia de espíritu» de Orellana. Explicaba, además, que los indios locales adoraban al Sol, dios al que llamaban Chise.Los de Orellana debían de andar aún entre el Napo y el Curiaray, y Pizarro no había dado señal alguna de vida. De forma que, aparejando el Victoria, y hecho el debido matalotaje o aprovisionamiento del nuevo barco y del bergantín San Pedro, los hombres de Orellana comieron con el cacique de Aparia, se despidieron de él y zarparon el 24 de abril.   La odisea amazónica de Orellana cubrió centenares de leguas de aguas zigzagueantes e ignotas.En algunos poblados, los indios les eran favorables y les daban huevos de tortuga para alimentarse, pero en otros les recibían a flechazos. Los viajeros pronto se vieron hostigados por canoas de indios vestidos con cueros de lagartos (caimanes), de manatíes (vacas marinas) y de dantas (tapires). Los indios se presentaban con gran griterío y estruendo de trompetas de palo. En una incursión en busca de comida, Maldonado y otros nueve soldados se dedicaron a coger tortugas, de las que capturaron casi mil, pero entonces dos mil indios, según Carvajal, les atacaron con furia y a Maldonado le atravesaron el brazo.
El 6 de mayo, un español derribó con un dardo un ave, si bien la nuez de la ballesta se cayó al agua. El marinero Contreras tiró un anzuelo y pescó un pez de cinco palmos que se había tragado la nuez de la ballesta. Como escribe Carvajal, «las ballestas nos dieron las vidas». El 12 de mayo llegaron aMachiparo, señorío de un cacique al mando de 50.000 hombres en una tierra confinante con la mítica Omagua, donde los nativos se aplanaban las frentes. Los españoles pasaban hambre porque los indios les impedían abordar las orillas del río para abastecerse. Cuando los dos bergantines llegaron al puerto de Oniguayal, a 340 leguas de Aparia, resolvieron tomar el poblado sito en una loma con sus arcabuces y ballestas. Al final se aprovisionaron de un bizcocho muy bueno, es decir, de pan de cazabe. Orellana tenía ya muy clara la importancia del río que les llevaba. Los afluentes eran descomunales, y el Marañón, en el punto en que recibe al Ucayali, se apareció a la imaginación de los españoles como uno de los cuatro ríos del Paraíso. El día de la Ascensión, los españoles afrontaron otro río con tres grandes islas, al que llamaron río de la Trinidad. No se detuvieron ahí, y en el siguiente pueblo se asombraron por la loza vidriada de los indios, que les pareció tan buena como la de Málaga, y por sus enormes ídolos tejidos de plumas. Las gentes tenían grandes orejas dilatadas, como los orejones del Cuzco. Y «siguieron caminando», que es como describía Carvajal a los españoles cuando iban remando y no se dejaban arrastrar por la corriente. En un pueblo que medía dos leguas de largo (unos nueve kilómetros), a Orellana le contaron que el rey de Paguana era rico en plata y poseía ovejas como las del Perú. Eso ratificaba la idea de que los indios de las sierras del Perú tenían dominio en tierras amazónicas y que, por tanto, allí podían encontrarse las míticas reservas de oro de los incas. Claro que Orellana no encontró oro ni vicuñas en el Amazonas, sino piñas, aguacates o guanas (tal vez guanábanas o guayabas). Según Carvajal, el río en aquella zona tenía tal anchura que había momentos en que no se divisaba la orilla opuesta. Tras Paguana, los españoles entraron en otra provincia y Orellana mandó once hombres en canoas a reconocer las islas del Cacao, cerca de Leticia, y a otras partes de la Aparia Mayor, el trapecio amazónico donde actualmente convergen tierras colombianas, peruanas y brasileñas. Orellana guardó un buen recuerdo de ese lugar, donde no les faltaron los huevos de tortuga para comer. El 3 de junio descubrieron un río de aguas como tinta, que Orellana bautizó precisamente como río Negro, nombre que ha perdurado hasta nuestros días. Durante veinte leguas los españoles de Orellana vieron que el color de las aguas del Negro no se diluía en el río Solimoes, nombre del Amazonas en esa parte de Brasil. A finales de junio, los españoles  se adentraron en el territorio de las amazonas. Se decía que los indios de aquella zona eran vasallos de un reino situado en el interior que estaba gobernado por mujeres, a las que proveían de plumas de guacamayos y papagayos. Es cierto que la mayor parte de cuanto rodeó el tema de las amazonas puede tildarse de mítico, si no de ensoñación o de adorno aventurero. Sin embargo, Carvajal aseguraba que al entrar en combate con los indios, esas mujeres guerreras «andaban delante de todos ellos como capitanas» y que los españoles mataron incluso a «siete u ocho» de ellas. El furor de los indígenas no decayó y los expedicionarios hubieron de escapar en sus navíos, acribillados de flechas hasta el punto de que parecían puercoespines. Durante las semanas siguientes, los españoles, al tiempo que debían seguir defendiéndose de los indígenas, pudieron ver «muy grandes provincias y poblaciones», hasta que empezaron a notar las mareas y el 6 de agosto llegaron a una playa, la primera del estuario del Amazonas. Por fin, el 26 de agosto salieron del río. Carvajal calculó que habían recorrido 1.800 leguas «antes más que menos», es decir, en torno a unos 7.500 kilómetros, un éxito indiscutible en una Amazonia virgen como la de 1542. Según se sabe por Gaspar de Carvajal la expedición fue atacada y estaba liderada por mujeres guerreras, en recuerdo a la mitología griega quedó ese nombre para el río. Construyeron un bergantín y continuaron por el río, siendo atacados numerosas veces. Llegaron al mar Caribe en septiembre terminando uno de los episodios más impresionantes de la historia en los descubrimientos de América. Embarcó hacia España pero al llegar al Portugal le ofrecieron volver bajo la bandera de Portugal. Realmente con el Tratado de Tordesillas aquella zona era objeto de litigio. Pero el emperador Carlos I bautiza las tierras como Nueva Andalucía. Orellana vuelve a América después de muchos problemas económicos. Ññega para la navidad de 1545. Parte de su tripulación mueren de hambre y otros son recibidos por indios que los acogen. Continuando con le expedición murieron algunos hombres y el propio Orellana, alcanzados con flechas envenenadas. Era noviembre de 1546. Unos 44 supervivientes fueron rescatados. Se asentaron en panamá, Perú y Chile.

viernes, 20 de enero de 2017

EL GENERAL SPINOLA

Todos conocemos “La rendición de Breda” o “Las lanzas”  un óleo sobre lienzo, pintado entre 1634 y 1635 por Velázquez. La toma de la ciudad de Breda fue la culminación de la carrera del general Spínola. Todo proviene lógicamente de la situación que Los Países Bajos liderados por Guillermo de Orange estaban inmersos en la guerra de los ochenta años o guerra de Flandes, en la que luchaban por independizarse de España. Pero ¿Quién era Spínola? Ambrosio Spínola Doria, nació en 1569 miembro de una poderosa familia genovesa, que por entonces era una República que había tomado Carlos I el emperador. Fue un general al servicio de la Monarquía Hispánica, honrado además como caballero de la Orden de Santiago y del Toisón de Oro, capitán general de Flandes y comandante del ejército español durante la Guerra de los Ochenta Años. Es recordado como uno de los últimos grandes jefes militares de la Edad de Oro española. Spínola enroló mil hombres para operaciones militares terrestres con su hermano Federico que se ocupó de formar una escuadra de galeras para operaciones en la costa. Todo esto arriesgando la totalidad de la fortuna de la familia. El propio Federico resultó muerto en acción con los holandeses en 1603. Ambrosio Spínola recorrió con su ejército una larga distancia hasta llegar a Flandes en 1602 
Las ruinas de la plaza de Ostende cayeron en sus manos en septiembre de 1604. La hija de Felipe II, Clara Eugenia, soberana de los Países Bajos, se sintió muy complacida con este éxito. En 1606 regresó a España, siendo recibido con grandes honores. Se le confió asegurar la gobernación de Flandes, y aquí es donde le obligaron a entregar en garantía la totalidad de su fortuna para avalar los gastos de la guerra antes de conseguir los fondos por otros medios. La saliva se convirtió en hiel. Spínola consiguió la pasta. Y allá que fue. Fundamentalmente se trataba de sitiar. La ciudad de Breda estaba defendida por Justino de Nassau. El cerco y sitio a la ciudad fue una lección de estrategia militar. Según la documentación algunos generales de otras naciones acudieron allí en calidad de “observadores” para conocer la táctica del gran Spínola. “Esto es para alquilar balcones” decían.
Las crónicas cuentan que la defensa de Breda llegó a ser heroica, pero tuvo que rendirse. Justino de Nassau capituló el 5 de junio de 1625. Fue una capitulación honrosa que el ejército español reconoció como tal, admirando en su enemigo la valentía de los asediados. Cosas de entonces, donde se premiaba el honor y la valentía. Se permitió que salieran formados en orden militar, con sus banderas al frente. Los generales españoles dieron la orden de que los vencidos fueran rigurosamente respetados y tratados con dignidad. El general Spínola esperaba fuera de las fortificaciones al general holandés Nassau. La entrevista fue un acto de cortesía, y el enemigo fue tratado con caballerosidad, sin humillación. Este es el momento histórico que eligió Velázquez para pintar su cuadro. Justino de Nassau aparece con las llaves de Breda en la mano y hace ademán de arrodillarse, lo cual es impedido por su contrincante, que pone una mano sobre su hombro y le impide humillarse. Antes no se pitaba al himno. Se respetaba el honor. En este sentido, es una ruptura con la tradicional representación del héroe militar, que solía representarse erguido sobre el derrotado, humillándolo. Igualmente se aleja del hieratismo que dominaban los cuadros de batallas. Sin embargo, la parálisis del gobierno de España, la necesidad acuciante de dinero y el nuevo favorito, el conde-Duque de Olivares, cabrón como el que más, celoso del general, permitieron a los holandeses recuperarse. Spínola no pudo evitar que Federico Enrique de Nassau ocupase Groll, una buena avanzadilla hacia Breda. En Madrid tuvo que sufrir las insolencias de Olivares, que se esforzaba al máximo en hacerle responsable de la pérdida de Groll. Spínola que estaba poco apoyado por la pérfida Clara Eugenia, decidió no regresar a Flandes. Como compensación no se les ocurrió otra cosa a esa panda de cabrones que nunca se le restituyera el dinero, por lo que quedó completamente arruinado. El gobierno español comenzó entonces a recurrir a excusas para mantenerlo lejos de España. Cuando estalló la guerra de Sucesión de Mantua, el gobierno de España nombró a Spínola gobernador del Milanesado. Desembarcó en Génova en septiembre de 1629. En Italia sufrió otra vez los efectos de la enemistad de Olivares, quien provocó que se le privase de sus poderes como plenipotenciario. La salud de Spínola se derrumbó, y habiendo sido objeto de expropiación de su dinero, escatimado la compensación que había reclamado para sus hijos y dejado caer en desgracia en presencia del enemigo. Murió el 25 de septiembre de 1630 luchando durante el sitio de la ciudad de Casale. Como tantas veces el peor enemigo de España, es un español.

miércoles, 18 de enero de 2017

FINALES DEL XVI Y PARTE DEL XVII

No se pondría el sol, pero las dos bancarrotas sufridas en tiempos de Felipe II no nos las quitó nadie. Y es difícil de entender que una nación poderosa, con las enormes riquezas que venían de América fuese tan deficitaria. Los Austrias defendieron la religión católica como nadie lo ha hecho en la historia. Y el precio fue altísimo. Desangrados por las guerras exteriores además, en vez de promocionar la industria, incrementar las ventas, pues el oro y la plata americanos nos hicieron perezosos e improductivos; o sea, soldados, frailes y pícaros antes que trabajadores, sin que a cambio creásemos en el Nuevo Mundo, como hicieron los anglosajones en el norte, un sistema social y económico estable, moderno, con vistas al futuro. Aquel chorro de dinero nos lo gastamos, como de costumbre, en vino y putas o su equivalente. Pensemos que la novela picaresca surgió en esas fechas, y con ser producto del siglo de oro, realmente era una crítica por un lado de las instituciones degradadas de la España imperial y por otro de las narraciones idealizadoras del Renacimiento. Fue una respuesta a las novelas heroicas mostrando la puta realidad del pueblo. El sórdido vivir de la gente sin clase, los miserables desheredados, los falsos o aprovechados religiosos y los conversos marginados. Por otro lado estaban los caballeros y burgueses enriquecidos que vivían en otra realidad, observada por encima de sus cuellos engolados. La gente joven se piraba, como siempre, buscando oportunidades en donde sea, los Tercios o el Nuevo Mundo. Ahogados por la hidalguía corrupta y por el agua bendita, se anulaban las posibilidades de mejorar, y se buscaban la vida como sea.
La corrupción consentida o fomentada por burgueses, con un fisco que estrangulaba al que realmente trabajaba mientras dejaban libres de impuestos al noble o al eclesiástico. Pero el agricultor, el ganadero, el indio, medio esclavizado y analfabeto, el artesano, el comerciante y en fin todos aquellos que ponían el hombro de verdad son los que sostenían a duras penas a una enorme pléyade de holgazanes que iban arrastrando sus sables por los empedrados o las sotanas por las iglesias, dando además consejos de buen cristiano, de piedad y sacrificio. Con el pretexto que su bisabuelo había estado en la Guerra de Granada o en donde cojones sea y es así como el trabajo serio y honrado del día a día, cobró mala fama, era de gente sin preparación. Para colmo ha llegado hasta nuestros días porque los padres, madres y chavales prefieren estudiar “Dirección de Empresas” que acudir a la Formación Profesional. De esta forma es como la golfería nacional, el oportunismo y la desvergüenza, se convirtieron en señas de identidad; hasta el punto de que fue el pícaro, quien acabo como protagonista de la literatura en vez de serlo el valiente, digno u honrado. Por lo que el modelo a leer y a imitar, dando nombre al más brillante género literario español de todos los tiempos: la picaresca. Lázaro de Tormes, Celestina, El Buscón, Guzmán de Alfarache, Marcos de Obregón, fueron nuestras principales encarnaduras literarias. El único hidalgo noble de corazón que voló por encima de todos ellos resultó ser un hidalgo apaleado y loco. Sin embargo, precisamente en materia de letras, los españoles dimos entonces nuestros mejores frutos. Nunca hubo otra nación, salvo Francia un siglo después, con semejante concentración de escritores, prosistas y poetas inmensos. Aquella España alumbró genios como Góngora, Sor Juana, Alarcón, Tirso de Molina, Calderón, Lope, Quevedo, Cervantes y el resto. Imagina amigo, que en las calles de Madrid se cruzaban Lope con Gongora, Cervantes con Quevedo. Para morirse de orgullo.
Casi todos se envidiaron y odiaron a la vez que admiraron. Se dedicaron sonetos y versos varios. Sátiras de impresionante valor y belleza. Si todos ellos hubieran escrito en Londres o París serían hoy clásicos universales, y sus huellas seguirían buscándose como ejemplo. Habría monumentos en cada ciudad, y se les rendiría el honor justo a su genio. Ahora viven en el mismo barrio, llamado el “de las letras”, una zona vieja como injusto homenaje a aquellos genios. Construyeron un monumento impresionante para que ahora lo tengamos como nuestro y de aquél que lo quiera ver un legado que usamos unos 550 millones de hispanohablantes. Pero somos como somos y si no se lo creen por la otra costa del charco, pueden buscar por internet el puto barrio donde vivieron estos tíos, Lope, Calderón, Quevedo, Góngora y Cervantes, entre otros. Busquen allí monumentos, placas, museos, librerías, bibliotecas. Nada, la mejor avenida de Madrid se llama Paseo de la Castellana, en vez de Paseo de Miguel de Cervantes Saavedra. Seguro, que don Quijote, esto lo arreglaba en un plis, plás, y además le entendíamos. Pero ahora ya estamos con Felipe III. “El Piadoso” era gato, es decir que madrileño, nació en Madrid, el día que más adelante se proclamaría la II República Española, es decir un 14 de abril, pero de 1578, y murió un 31 de marzo de 1621, fue rey de España y de Portugal desde el 13 de septiembre de 1598 hasta su muerte. Hijo de Felipe II y de Ana de Austria, se casó con Margarita de Austria-Estiria. Era aficionado al teatro, a la pintura y, sobre todo, a la caza, delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma, que terminó siendo el primer corrupto absoluto de España. El poder del duque de Lerma fue inmenso, consiguió controlar el reino y tomar él solo todas las decisiones políticas entre 1599 y 1618. Fue sustituido por el duque de Uceda, al que limitó las funciones. Durante su reinado España incorporó algunos territorios en el norte de África y en Italia y alcanzó niveles de esplendor cultural. La pax hispánica se debió a la enorme expansión del Imperio y a los años de paz que se dieron en Europa de comienzos del siglo XVII, que permitieron que España ejerciera su hegemonía sin guerras. Y de momento, la inmensa máquina militar y diplomática española seguía teniendo al mundo agarrado por las pelotas, había pocas guerras y el dinero fácil de América seguía entrando y malgastándose. Llegaba el oro y se iba como el agua, sin cuajar en cosa tangible real ni futura.
La monarquía, fiando en las flotas de América, se entrampaba con banqueros genoveses que nos sacaban el tuétano. Ingleses, franceses y holandeses, enemigos como eran, nos vendían todo aquello que éramos incapaces de fabricar aquí, llevándose lo que los indios esclavizados en América sacaban de las minas y nuestros galeones traían esquivando temporales y piratas cabrones. Crear industrias, investigar, avances tecnológicos realmente como que no. A la Inquisición esos cambios le daban alergia. El comercio americano era monopolizado por Castilla a través de Sevilla, y el resto de España a verlas venir. Para Felipe III los hechos más importantes se produjeron en 1609 con la firma de la tregua con los Países Bajos y la expulsión de los moriscos. El Duque era partidario de dejar las cosas como estaban pero la oposición, que mantenía sustanciosos negocios con comerciantes moriscos, terminó cuando el Rey prometió compensaciones económicas para los nobles que pudieran verse afectados por una eventual deportación masiva. Así que el pillo del duque pasó de defensor a impulsor del plan. Pero la cosa no quedó ahí, la corrupción era enorme y hubo una investigación que dejó a todos con el culo al aire. Empezaron a caer culpables e implicados, entre otros el valido del duque, don Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la plaza Mayor de Madrid en 1621. No se manifestaron como el 15M, pero casi, y se desencadena una indignación con la consiguiente presión en contra del régimen, pero, hete aquí, que el duque que era malo malote, consigue mediante una estratagema propia de un arlequín, salvar su vida, solicita de Roma y consigue ser cardenal en 1618. La diplomacia española funcionaba sobornando a “tuti le cuanti”, desde ministros extranjeros hasta el papa de Roma. Fondo de reptiles, que se llama, donde los más rápidos para los recados no tuvieron más remedio que forrarse, el primero en mismo duque de Lerma, tan incompetente y cabrón que luego, al jubilarse, se hizo cardenal, claro, para evitar que lo juzgaran y ahorcaran por sinvergüenza. Al mismo tiempo que el rey le da permiso para retirarse a sus propiedades de la ciudad de Lerma. Murió en Valladolid en 1625, retirado de la vida pública. Corrió por Madrid una copla que decía: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado».
La corte de Felipe III se trasladó dos veces, de Madrid a Valladolid y de vuelta a Madrid, según los sobornos que Lerma recibió de los comerciantes locales, que pretendían dar lustre a sus respectivas ciudades. Un país lleno de nobles, hidalgos, monjas y frailes improductivos, donde al que de verdad trabajaba lo molían a impuestos, Hacienda ingresaba la ridícula cantidad de diez millones de ducados anuales; pero la mitad era para mantener el ejército, y la deuda del Estado con banqueros y proveedores extranjeros alcanzaba la cifra de setenta millones de castañas. Después de la caída de Granada, los moros vencidos se habían ido a las Alpujarras, donde se les prometió respetar su religión y costumbres. Pero ya se lo pueden ustedes imaginar: al final se impuso el bautizo y el tocino por las bravas. Poco a poco les apretaron las tuercas, y como buena parte conservaba en secreto su antigua fe mahometana, la Inquisición acabó entrando a saco. Desesperados, los moriscos se habían sublevado en 1568, en una nueva y cruel guerra civil hispánica donde corrió sangre a chorros, y pese al apoyo de los turcos, e incluso de Francia los rebeldes y los que pasaban por allí, como suele ocurrir, se las llevaron todas juntas. Sin embargo, como eran magníficos agricultores, hábiles artesanos, gente laboriosa, imaginativa y frugal, crearon riqueza donde fueron. Eso, claro, los hizo envidiados y odiados por el pueblo bajo. Y al fin, con el pretexto de su connivencia con los piratas berberiscos, Felipe III decretó la expulsión. En 1609, con una orden inscrita por mérito propio en nuestros abultados anales de la infamia, se los embarcó rumbo a África, vejados y saqueados por el camino. Con la pérdida de esa importante fuerza productiva, el desastre económico fue demoledor, sobre todo en Aragón y Levante. El daño duró siglos, y en algunos casos no se reparó jamás. En el momento de la expulsión un 33% de los habitantes de Valencia eran moriscos. Desde la perspectiva económica se trató de un duro golpe para muchas regiones españolas, pues no constituían nobles, hidalgos, ni soldados, supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas (se estima que en el momento de la expulsión un 33% de los habitantes del Reino de Valencia eran moriscos) tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Si bien los perjuicios económicos en Castilla no fueron evidentes a corto plazo, la despoblación agravó la crisis demográfica de este reino que se mostraba incapaz de generar la población requerida para explotar el Nuevo Mundo y para integrar los ejércitos de los Habsburgo, donde los castellanos conformaban su élite militar. Los moriscos, por otra parte, no se disolvieron en el mar y aquellos que sobrevivieron a los episodios de violencia que acompañaron su expulsión terminaron dispersados por el norte de África, en Turquía, y otros países musulmanes. Muchos campesinos moriscos se vieron obligados, entonces, a convertirse en piratas berberiscos que usaron sus conocimientos de las costas mediterráneas para perpetrar durante más de un siglo ataques contra España. Felipe III pudo ver el cénit de España ya que alcanzó su máxima extensión territorial y consiguió un papel fundamental en los conflictos militares de gran envergadura. Felipe III. Retrato de 1617 por Pedro Antonio Vidal. Museo del Prado, Madrid

COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (2)

En 1.484 Colón presentó al reino de Portugal su empresa de ir a las Indias Orientales por Occidente. Juan II le escuchó atentamente y quedó ...