domingo, 17 de febrero de 2019

15- FELIPE III - EXPULSIÓN DE MORISCOS

Estudiando el siglo XVII en Europa vemos coincidencias históricas con el cambio de siglo. Aparición de importantes momentos de crisis, verdaderos traumas sociales que se suceden cada el menos tres siglos en el tenemos la caída del imperio Romano. En el VIII la invasión islámica. En el XI, epidemias. En el XIV la peste negra. Y en el XVII lo que los historiadores llaman siglo de hierro. Claro que entremedias ha habido conquistas y expansiones, avances de todo tipo y reformas. Pero estábamos con las crisis. Para España, la muerte de Felipe II en 1598, la expulsión de los moriscos y la firma de la Tregua de los Doce Años en 1609 sirven para marcar los límites del cambio de época y de siglo. Aquí es lo que algunos llaman el cambio de los Austrias mayores a los Austrias menores. O lo que es lo mismo, del esplendor a la decadencia. Pero esta decadencia no significa el final del Imperio, propiamente dicho, sino su lenta transformación de influencia y poder. Durante el siglo XVI España se convirtió en la nación más poderosa de Europa occidental. Un desarrollo inusitado en su territorio, con un periodo de prosperidad económica y social, pese a las diferencia de clases, con sus injusticias a los ojos de hoy, propias por otra parte en todo el mundo. A la muerte de Felipe II le sucede su hijo Felipe III, cuyo reinado se identifica con un periodo de paz, a diferencia de los anteriores reinados. La tregua de los Doce Años, en que se reconoce la independencia de las Provincias Unidas, (Los actuales Países Bajos), era en realidad un síntoma de agotamiento económico que un deseo de acuerdo.  
 Felipe III. Cuadro de Vázquez. Museo del Prado, Madrid
Felipe III fue rey de España y de Portugal desde el 13 de septiembre de 1598 hasta su muerte. Era aficionado al teatro, a la pintura y, sobre todo, a la caza, delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma, que terminó siendo el primer corrupto absoluto de España. El poder del duque de Lerma fue inmenso, consiguió controlar el reino y tomar él solo todas las decisiones políticas entre 1599 y 1618. Fue sustituido por el duque de Uceda, al que limitó las funciones. Durante su reinado España incorporó algunos territorios en el norte de África y en Italia y alcanzó niveles de esplendor cultural. La “Pax Hispánica” se debió a la enorme expansión del Imperio y a los años de paz que se dieron en Europa de comienzos del siglo XVII, que permitieron que España ejerciera su hegemonía sin guerras. Y de momento, la inmensa máquina militar y diplomática española conseguía que hubiera pocas guerras y el dinero de América seguía entrando y malgastándose. Llegaba y se iba como el agua, sin cuajar en cosa tangible real ni futura. La monarquía, fiando en las flotas de América, se entrampaba con banqueros genoveses que nos sacaban el tuétano. Ingleses, franceses y holandeses, enemigos como eran, nos vendían todo aquello que éramos incapaces de fabricar aquí, llevándose lo que los indios en América sacaban de las minas y nuestros galeones traían esquivando temporales y piratas ingleses. Crear industrias, investigar, avances tecnológicos realmente como que no. La Iglesia española y la Inquisición nunca entendieron otra cosa que estos avances iban en contra de la fe cristiana, ya que ponían en cuestión dogmas establecidos. El comercio americano era monopolizado por Castilla a través de Sevilla, y el resto de España a verlas venir. Pero a cambio tampoco participaban en los gastos. Para Felipe III los hechos más importantes se produjeron en 1609 con la firma de la tregua con los Países Bajos y la expulsión de los moriscos. El Duque era partidario de dejar las cosas como estaban pero la oposición, que mantenía sustanciosos negocios con comerciantes moriscos, terminó cuando el Rey prometió compensaciones económicas para los nobles que pudieran verse afectados por una eventual deportación masiva. Así que el pillo del duque pasó de defensor a impulsor del plan. Pero la cosa no quedó ahí, la corrupción era enorme y hubo una investigación que dejó a todos con el culo al aire. Empezaron a caer culpables e implicados, entre otros el valido del duque, don Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la plaza Mayor de Madrid en 1621. Se desencadena una indignación con la consiguiente presión en contra del régimen, pero, hete aquí, que el duque, consigue mediante una estratagema propia de un arlequín, salvar su vida, solicita de Roma y consigue ser cardenal en 1618. La diplomacia española funcionaba sobornando desde ministros extranjeros hasta el papa de Roma. Fondo de reptiles, que se llama, donde los más rápidos para los recados no tuvieron más remedio que forrarse, el primero en mismo duque de Lerma, tan incompetente y cabrón que luego, al jubilarse, se hizo cardenal, claro, para evitar que lo juzgaran y ahorcaran por sinvergüenza. Al mismo tiempo que el rey le da permiso para retirarse a sus propiedades de la ciudad de Lerma. Murió en Valladolid en 1625, retirado de la vida pública. Corrió por Madrid una copla que decía: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado”. La corte de Felipe III se trasladó dos veces, de Madrid a Valladolid y de vuelta a Madrid, según los sobornos que Lerma recibió de los comerciantes locales, que pretendían dar lustre a sus respectivas ciudades. Un país lleno de nobles, hidalgos, monjas y frailes improductivos, donde al que de verdad trabajaba lo molían a impuestos. La Hacienda ingresaba la ridícula cantidad de diez millones de ducados anuales; pero la mitad era para mantener el ejército, y la deuda del Estado con banqueros y proveedores extranjeros alcanzaba la cifra de setenta millones de castañas. Ya en otro capítulo hablamos de los moriscos, que comenzaron los problemas después de la caída de Granada, los moros vencidos se habían ido a las Alpujarras, donde se les prometió respetar su religión y costumbres. Pero ya se lo pueden ustedes imaginar, poco a poco les apretaron las tuercas, y como buena parte conservaba en secreto su antigua fe mahometana, la Inquisición acabó entrando a saco. Desesperados, los moriscos se habían sublevado en 1568, en una nueva y cruel guerra civil hispánica. Sin embargo, como eran magníficos agricultores, hábiles artesanos, gente laboriosa, imaginativa y frugal, crearon riqueza donde fueron. Eso, claro, los hizo envidiados y odiados por el pueblo bajo. En el siglo anterior, hacia 1560 el bandidaje y la piratería aumentó sobre todo en Aragón apoyados por los hugonotes huidos de su país, cuya enemistad contra España era manifiesta ya que se trataba de protestantes franceses de doctrina calvinista. Se prohibió la pesca a los moriscos para evitar que entraran en contacto con los piratas. Llegaron estos a desembarcar en Las Alpujarras. El problema ya era gravísimo. Las autoridades entendieron que no cabían soluciones intermedias, o aceptaban la integración inmediata y total o se les expulsaba. La respuesta fue el levantamiento en diciembre de 1568. Pero eso solo fue el inicio. Las acciones bélicas duraron hasta después de la muerte de Felipe II. Pero también ante los planes del sultán Al-Mansur de Marruecos, aliado de Isabel de Inglaterra, para invadir la península el problema se hacía urgente. Había que acabar con la cuestión morisca. 
EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS 
 Y al fin, por su connivencia con los piratas berberiscos, Felipe III decretó la expulsión. En 1609, con una orden inscrita, se ordenó su expulsión de Valencia seguidos desde 1610 a 1614 de Castilla, Aragón, Andalucía y Murcia. En total unos 300.000 moriscos. Pero estas expulsiones planteaban un serio problema, dejar sin cultivar y despobladas las zonas más ricas del reino. Por lo que el rey tuvo en consideración esto y toda propiedad personal que los moriscos no pudieran llevarse pasaría a propiedad de sus señores. Se los embarcó rumbo a África. Con la pérdida de esa importante fuerza productiva, el desastre económico fue demoledor, sobre todo en Aragón y Levante. El daño duró siglos, y en algunos casos no se reparó jamás. En el momento de la expulsión un 33% de los habitantes de Valencia eran moriscos. Desde la perspectiva económica se trató de un duro golpe para muchas regiones españolas, pues no constituían nobles, hidalgos, ni soldados, supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas (se estima que en el momento de la expulsión un 33% de los habitantes del Reino de Valencia eran moriscos) tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Si bien los perjuicios económicos en Castilla no fueron evidentes a corto plazo, la despoblación agravó la crisis demográfica de este reino que se mostraba incapaz de generar la población requerida para explotar el Nuevo Mundo y para integrar los ejércitos de los Habsburgo, donde los castellanos conformaban su élite militar. Los moriscos, por otra parte, no se disolvieron en el mar y aquellos que sobrevivieron a los episodios de violencia que acompañaron su expulsión terminaron dispersados por el norte de África, en Turquía, y otros países musulmanes. Muchos campesinos moriscos se vieron obligados, entonces, a convertirse en piratas berberiscos que usaron sus conocimientos de las costas mediterráneas para perpetrar durante más de un siglo ataques contra España. 

sábado, 16 de febrero de 2019

14- FELIPE II - MORISCOS Y MUERTE

Para ser un hombre tranquilo y prudente, la verdad es problemas no le faltaron. Guerras las tuvo con Francia, con Su Santidad, con los Países Bajos, con los moriscos de las Alpujarras, con los ingleses, con los turcos, lo de la Gran Armada y Lepanto. Se casó cuatro veces, tuvo un hijo medio loco, un secretario (Pérez) traicionero y golfo y lo de Portugal, que fue una ocasión perdida para la unidad territorial definitiva con España, porque se embarcó en la construcción de El Escorial para celebrar la batalla de San Quintín a los franchutes, y al centrar su política de esa forma en vez de llevarse la capital a Lisboa, se enrocó en el centro de la Península, gastándose el dineral que venía de las posesiones ultramarinas hispano-lusas, además de los impuestos con los que sangraba a Castilla en las contiendas antes citadas. Aragón, Cataluña y Valencia, con el rollo de sus fueron no pagaban ni un maravedí. Felipe II fue un buen funcionario, diestro en la administración, culto, sobrio y poco amigo del lujo, (ver su modesta habitación en El Escorial). La verdad es que como economista le falló la puntería. Se endeudó con banqueros alemanes y genoveses. Hubo tres bancarrotas que dejaron España con el culo al aire para el siguiente siglo, mientras la nobleza y el clero, que se escaqueaban, empezaron a vender títulos nobiliarios, cargos y toda clase de beneficios. Con el detalle de que los compradores, a su vez, los parcelaban y revendían para resarcirse. De manera que, poco a poco se fue montando un sistema nacional de robo y papeleo, y de papeleo para justificar el robo. Hablando de la Inquisición se puede decir que Felipe II, no mandó al cadalso más que los luteranos, o Calvino, o el Gran Turco, o los gabachos la noche de San Bartolomé; o en Inglaterra María Tudor (Bloody Mary, de ahí viene), que se cargó a cuantos protestantes pudo, o la inglesa hija de Enrique VIII, Isabel I, que aparte de inventar la piratería autorizada, hoy héroes nacionales allí, mató a católicos todos los que pudo. Toda esto de la Leyenda, y los gastos para defender la religión, surgida en el XVI se la debemos a Inglaterra y a Flandes (hoy Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Nos metimos en charcos ajenos porque con nuestra península y la América que dominábamos teníamos más que de sobra para andar sacándole las castañas del fuego al papa de turno y embarcarnos en guerras con unos y otros, todo por establecer por fuerza una religión corrupta, de ahí Lutero que en el fondo algo de razón tenía. Por ende también muchos no querían pagar impuestos, y el rey prudente, en esto no anduvo fino, porque escuchó más a los confesores que a los economistas. Y los flamencos, alemanes y demás, no estaban por la labor de tener una religión dura y además pagando.

Pero vamos con lo de los moriscos. Eran islámicos, descendientes por parte de padre, siempre que éste no hubiera abrazado el cristianismo antes de la toma de Granada en 1492. Vivían separados de la sociedad cristiana. Eran buenos trabajadores, comerciantes, albañiles, regentaban talleres de diferentes gremios. Rondaban la cantidad de unas 300.000 personas. Cuando Carlos I llegó a Granada en 1526 conoció el problema morisco de primera mano y puso coto a los abusos que se les cometía. Pero dejó ordenes de no cejar en cristianizarlos. Pero cincuenta años después las diferencias se habían acentuado. Para colmo los contactos de moriscos granadinos y valencianos con los turcos fueron continuos y representaban un serio problema. Hacia 1560 el bandidaje y la piratería aumentó sobre todo en Aragón apoyados por los hugonotes huidos de su país, cuya enemistad contra España era manifiesta ya que se trataba de protestantes franceses de doctrina calvinista. Se prohibió la pesca a los moriscos para evitar que entraran en contacto con los piratas. Llegaron estos a desembarcar en Las Alpujarras, y el sistema defensivo era inútil ya que contaban con la ayuda de los moriscos. Se les confiscaron a éstos armas de fuego y blancas en los registros. Y se revisaron los límites de las fincas y las escrituras. Muchos no las poseían lo que era sancionado, si no pagaba se les expropiaba y funcionarios y el clero compraban en condiciones ventajosas. Esto acentuó el rencor de los moriscos. Además por los altos impuestos la industria de la que eran los amos, la cría de gusanos de seda, su fabricación, venta y exportación, cayó inexorablemente. Su calidad era excelente, pero su precio se había hecho prohibitiva. El problema se agudizó y los obispos exigieron y consiguieron medidas muy duras contra los moriscos, que aunque negociaron varias veces las condiciones no fueron atendidos por las autoridades de Granada y Madrid. El problema ya era gravísimo. Las medidas de inserción como a los protestantes o judíos conversos, no valían con los musulmanes. Aquellos optaban por vivir y dejar vivir. Éstos realmente perseguían la destrucción de las estructuras del Estado. Circulaban libros que profetizaban la recuperación para el Islam de lo que otrora fue Al-Andalus y que serían los berberiscos quienes lo lograrían. 

Felipe II por Sofonisba Anguissola, 1565 (Museo del Prado)

Las autoridades entendieron que no cabían soluciones intermedias, o aceptaban la integración inmediata y total o se les expulsaba. La respuesta fue el levantamiento en diciembre de 1568. Penetraron de noche en el barrio de Albaicín para sublevar a toda la población mora. No lo lograron pero se les sumaron centenares de hombres en su regreso a la Alpujarra. Pero eso solo fue el inicio. Las acciones bélicas duraron hasta noviembre de 1970, cuando ya había fallecido el monarca. Con lo cual, el resto del asunto lo abordaremos en la biografía de Felipe III. Felipe II había logrado un gran triunfo político al conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar. Completó la obra unificadora iniciada por los Reyes Católicos. Se apartó la nobleza de los asuntos de Estado, siendo sustituida por secretarios reales procedentes de clases medias al mismo tiempo que se dio forma definitiva al sistema de Consejos. Se impuso prerrogativas a la Iglesia, se codificaron leyes y se realizaron censos de población y riqueza económica. Fue un gran rey, culto y un mecenas, quizá demasiado influido por su religiosidad que le llevó a empobrecer al país, defendiendo el cristianismo en la Europa central. La salud de Felipe II fue delicada durante la mayor parte de su vida, pero se fue deteriorando cada vez más. En mayo de 1595 le sobrevino un ataque de fiebre que le duró treinta días seguidos. Los médicos le dieron poco tiempo de vida. El 30 de junio de 1598 partió de Madrid con su séquito con destino al monasterio de El Escorial, construido entre 1563 y 1584 para conmemorar su victoria contra el ejército francés en la batalla de San Quintín. El monarca viajó postrado en una silla de manos especial, ya que la enfermedad de la gota, que le había atormentado durante varios años, no le permitía caminar. Sufrió unos dolores tan intensos que no se le podía mover, lavar o cambiar de ropa. La madrugada del 13 de septiembre de 1598, falleció a los 71 años de edad, en una alcoba de El Escorial, el rey prudente, que sus defensores lo presentan como arquetipo de virtudes y por los enemigos como fanático y despótico. En sus últimos días ordenó que no se publicaran biografías suyas y que se destruyera toda su correspondencia, como si quisiera mantener la prudencia y el misterio de su personalidad para siempre.

jueves, 14 de febrero de 2019

13- FELIPE II - TRAICIONES

Y aquí la historia nos muestra una novela romántica propia de una serie de televión. La Princesa de Éboli, Ana Mendoza de la Cerda, nació en Guadalajara, en 1540. Hija de Diego Hurtado de Mendoza, miembro la más importante familia de la nobleza castellana, se casó muy joven con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, persona muy allegada al rey, Felipe II. La Princesa de Éboli en 1573 solicitó junto con su marido dos conventos de carmelitas en Pastrana, Guadalajara. Entorpeció los trabajos porque quería que se construyesen según sus dictados, lo que provocó numerosos conflictos con monjas, frailes, y sobre todo con Teresa de Jesús, fundadora de las Carmelitas descalzas. El Príncipe puso paz, pero murió al poco tiempo. 

PRINCESA DE ÉBOLI 
Volvieron los problemas, ya que la princesa, ya viuda, quería ser monja y que todas sus criadas también lo fueran. Le fue concedido a regañadientes por Teresa de Jesús y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la celda y se fue a una casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí tendría armarios para guardar vestidos y joyas, además de tener comunicación directa con la calle y poder salir a voluntad. Ante esto, por mandato de Teresa, que en 1574 estaba enferma no obstante fundó en Segovia otro convento al que pasaron las religiosas que estaban en el monasterio de Pastrana, que fue abandonado dejando sola a Ana. Dada la agitada vida conventual fue obligada por el rey a renunciar a los hábitos. Ésta volvió de nuevo a su palacio de Madrid, no sin antes publicar una biografía tergiversada de Teresa, lo que produjo el alzamiento de escándalo de la Inquisición, que prohibió la obra durante diez años. Teresa en abril de 1575 recibió una denuncia que puso la princesa de Éboli en la Inquisición por el “Libro de la Vida”, obra escrita por Teresa. Viuda como estaba, regresó a la Corte donde comenzó una vida caracterizada por la intriga y el escándalo, fruto de su personalidad caprichosa y voluble y de las supuestas relaciones amorosas con Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, y con Antonio Pérez, secretario real y cabeza visible de la facción partidaria de una solución pacífica de la guerra de Flandes. Sabedor el rey Felipe del disparatado tren de vida que llevaba su secretario Antonio Pérez, pleno de lujo y ostentación, en el Madrid imperial, exigió a su secretario que pusiera fin a vida tan disoluta y se casara, para firmar oficialmente su nombramiento. Esta faceta de crápula la mantendrá Antonio Pérez durante buena parte de su vida, quien, una vez secretario, se entrega a los brazos (y a la cama) de la princesa de Éboli. 

ASESINATO DE JUAN DE ESCOBEDO 

La Éboli aprovechó la influencia de Pérez. A la muerte del rey Sebastián de Portugal (1578), la princesa colaboró con Pérez con el fin de apoyar la candidatura de la duquesa de Braganza al trono portugués, oponiéndose así a las pretensiones dinásticas del rey español. A todo esto, Juan de Escobedo, que había sido amante de la Éboli, era secretario de Juan de Austria, hermano de rey, que ya había vencido en Lepanto, se encontraba en Flandes luchando. Escobedo supo de la relación de Pérez y la princesa y también de las intrigas que mantenían. 

ANTONIO PÉREZ 
El 31 de marzo de 1578, Escobedo fue asesinado por orden de Antonio Pérez y fue acusado de instigar el asesinato. Felipe II mandó arrestar a Pérez y tras once años de prisión logró escapar parece ser que con la ayuda de su propia mujer y con dinero proporcionado por la princesa de Éboli. El 19 de abril de 1590 llegaba a Aragón, buscando amparo, valiéndose de su condición de hijo de aragonés, en los fueros de aquel antiguo reino, donde, en virtud del privilegio de manifestación, se puso bajo la protección del Justicia foral, don Juan de Lanuza. No obstante, el magistrado ordenó su reclusión en una cárcel de Zaragoza. El conflicto generó, como veremos un enfrentamiento entre el rey y Aragón. Felipe ordenó a la Inquisición aragonesa que encarcelara a Pérez por hereje. Fue apresado pero después liberado por la muchedumbre que en virtud de sus fueros, le ayudó a huir a Francia. Una vez en territorio galo, Pérez recibió el apoyo de Enrique IV, acérrimo enemigo del rey Felipe, protección que él pagó revelando traidoramente secretos de Estado, al poner en manos de éste atractivos proyectos desestabilizadores para España. El fracaso de los intentos de invasión francesa motivó el traslado de Pérez a Inglaterra, donde también contó con importantes ayudas, ofreciendo interesante información que sirvió para el posterior ataque inglés a la plaza de Cádiz en 1596. Pero el Tratado de Vervins (1598), que dio fin a las guerras de religión en Francia, supuso el final diplomático de Pérez, que se dedicó a la escritura, llegando a publicar dos importantes obras que tuvieron un destacado efecto negativo en la figura de Felipe II: las Relaciones y las Cartas, otra base originaria de la injusta leyenda negra formada contra aquel monarca y contra España. Cuando fue liberado por el pueblo y Pérez huyó a Francia, el rey lo tomó como una rebeldía contra su autoridad y envió un ejército de 12000 hombres que avanzaron sin resistencia apenas. Suspendió los fueros, mandó ejecutar al Justicia y reunió a las Cortes aragonesas en 1592 que reinstauraron el derecho foral acordando que el cargo de Justicia Mayor sería nombrado por el rey y podía ser destituido por él. Pero hemos abandonado a la princesa de Éboli. Cuando el rey arrestó a Pérez después del asesinato, se ocupó de la princesa. La Éboli que estaba implicada por sus intrigas con Pérez, fue arrestada y encerrada por Felipe II en 1579, primero en el Torreón de Pinto, luego en la fortaleza de Santorcaz y privada de la tutela de sus hijos y de la administración de sus bienes, para ser trasladada en 1581 a su Palacio Ducal de Pastrana, donde morirá atendida por su hija menor Ana de Silva y tres criadas. Es muy conocido en dicho palacio el balcón enrejado que da a la plaza de la Hora, donde se asomaba la princesa melancólica. La Princesa llamaba al rey Felipe II en sus cartas "primo". El monarca se referiría a ella como "la hembra". Es curioso que mientras la actitud de Felipe hacia Ana era dura y desproporcionada, siempre protegió y cuidó de los hijos de ésta y su antiguo amigo Ruy, el esposo de ella. Felipe II nombró un administrador de sus bienes y más adelante llevaría las cuentas su hijo Fray Pedro ante la ausencia de sus hermanos. Falleció en dicha localidad en 1592. Ana y Ruy están enterrados juntos en la Colegiata de Pastrana.

miércoles, 13 de febrero de 2019

12- FELIPE II - Lepanto-

Don Juan de Austria, Agostino Barbarigo, Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Lope de Figueroa, Sebastián veniero, Alejandro Farnesio, Juan de Cardona, Colonna, Luis de Requesens, Miguel de Cervantes, y otros y otros valientes que dieron todo por su justa causa, Dios los tenga en su seno, por siempre orgullosos!!! En 1971 me encontraba yo en el puerto de Barcelona y haciendo tiempo entré en un enorme local donde había una gran maqueta, libros y folletos narrando la batalla de Lepanto, de la cual se cumplían 400 años. De historia de España no sabía gran cosa, pero el tema me interesó. Quedé prendado de la figura de Juan de Austria, un hombre de 24 años (casi mi misma edad) que había logrado cambiar el curso de la historia. Por lo visto, el propio rey Felipe II señaló que había arriesgado demasiado. De haber perdido, Europa habría cambiado su historia. Más adelante supe que fue una de las más grandes batallas de la Historia de la humanidad. El Turco toma Chipre y amenaza a España. La decisión del sultán de intervenir en la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, (ya hablaremos de esto), y su clara amenaza sobre el Mediterráneo después de que sus escuadras recuperaron la plaza de Túnez, presagiaban una amenaza directa contra España, desde donde los turcos pretendían conquistar otra vez Europa, como lo hicieron sus mayores en tiempos de la Hispania visigoda del 711. Al asegurarse tan importante base como era Túnez, el Turco pretendía sin la menor duda, la destrucción de la escuadra española. En época de Selím II, los otomanos construyeron una poderosa escuadra con la que estaban seguros de aniquilar a la española. Incrementaron el número de los jenízaros, hijos de esclavas cristianas en su mayoría, con los que se instituyó una verdadera nobleza militar ansiosa de dar su sangre por su señor y su fe. Todo el mar se llenó con su nuevo terror. Cuesta creer hoy día que las tranquilas aguas del mar Mediterráneo fueran en otro tiempo escenario de asedios, batallas y guerras. El papa Pío V solicitó a España y Venecia la creación de una alianza militar con los Estados Pontificios con el objetivo de frenar la expansión otomana en el Mediterráneo. En 1571, Madrid, Venecia y Roma crearon la Santa Liga. Esto no detuvo a los turcos que sin temor a las consecuencias, iniciaron el asedio a Chipre y con ello colmó la paciencia y la flota de la nueva y flamante “Santa Liga”que decidió iniciar los preparativos para acabar de una vez por todas con sus enemigos de la media luna. En 1571, los buques de la Santa Liga y la armada turca mantuvieron uno de los combates marítimos más grandes de la historia. La Batalla de Lepanto. La “Santa Liga” juntó una de las mayores flotas que han surcado los mares a través de la historia. Contaban con 300 naves y 80.000 combatientes. Los turcos tenían unas fuerzas similares. En la Santa Liga destacaban los famosos Tercios españoles, que esos primero mataban y después preguntaban, si acaso. En cuanto a la armada del Imperio Otomano, entre sus soldados sobresalían los temidos jenízaros (cristianos que, tras ser capturados de pequeños, se convertían al islam y eran educados para la guerra, (como los yhaidistas de ahora) El buque más utilizado era una galeaza que se trataba de un barco cuya función principal consistía en servir de plataforma para la lucha cuerpo a cuerpo. El uso de las Galeazas fue determinante para los cristianos. Así, con las tropas preparadas para asestar el golpe definitivo a los turcos, formado en su mayoría por buques españoles, estaba dirigido de manera general por Don Juan de Austria. No obstante, cada nación aportó además un capitán para su facción. Tan sólo unos pocos días después de partir, el 7 de octubre, ambas armadas se encontraron cerca del Golfo de Lepanto dando lugar a lo que sería una de las batallas más sangrientas de la historia. Durante la mañana, y con la extraña calma que suele preceder a la amarga batalla, ambas escuadras finalizaron su despliegue. En el bando español el centro estaba regido por "La Real", la nave de Don Juan de Austria. En el flanco izquierdo, se situaba amenazante el veneciano Agostino Barbarigo, a quién se le dieron órdenes de impedir que el enemigo les envolviera. Finalmente, el ala derecha estuvo regida por Juan Andrea Doria, genovés al servicio de España, y por último, el español Álvaro de Bazán tenía bajo su responsabilidad las galeras de la reserva, que debían socorrer un frente u otro. Ninguno de los líderes sabía era que, en una de las galeras cristianas se hallaba, espada en mano, un joven literato que no superaba los 24 años, Miguel de Cervantes.
Después de que se arbolaran los crucifijos y estandartes y los sacerdotes absolvieran a los soldados por si morían en combate, los remeros comenzaron a sacar las palas. Desde La Real, un grito, el de don Juan de Austria, ahuyentó el miedo de los marinos, “Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone”. La situación no era mejor en el flanco contrario, donde Uluch Alí había conseguido atravesar la línea cristiana haciendo uso de una estratagema que alejó el ala derecha cristiana de la batalla. Por suerte, la escuadra de reserva acudió a socorrer el centro de La Santa Liga. No obstante, no llegó lo suficientemente rápido como para salvar a varias galeras cristianas cuyos ocupantes fueron pasados a cuchillo sin piedad. A partir de ese momento rindió la anarquía entre las diferentes naves, que trataban de resistir, junto al buque aliado más cercano, la acometida del enemigo. En este momento de incertidumbre, el joven Cervantes recibió varios disparos, uno de los cuales le alcanzó en la mano izquierda, dejándola inútil para siempre. Por suerte, el posteriormente conocido como “el manco de Lepanto” pudo seguir escribiendo durante años con su brazo derecho. En esta situación, cuando la batalla se encontraba en el momento más decisivo, un disparo de arcabuz mató a Alí Pachá, lo que provocó el desmoronamiento de la resistencia a bordo de la Sultana. El estandarte musulmán fue arriado, al tiempo que los gritos de victoria en las filas cristianas iban pasando de una galera a otra. El pescado estaba vendido. La batalla de Lepanto fue una matanza terrible, sin precedentes, pero sirvió para demostrar que el esfuerzo conjunto de las naciones cristianas podía frenar el avance del Imperio Otomano. Entre 25.000 y 30.000 otomanos murieron en la batalla. A pesar de la gran derrota, el Imperio Otomano volvería a planta batalla tan sólo tres años más tarde, cuando consiguió conquistar Túnez a los españoles. A su vez, en 1574, Venecia firmó en secreto la paz con el sultán, rompiendo la Santa Liga y traicionando a España y al Papa. De esta forma, y aunque el pacto le ofrecía ventajas comerciales, también obligaba a esta república a pagar un tributo a Estambul y renunciar a Chipre. La paz era humillante para Venecia, pero, al fin y al cabo, era una república de mercaderes y prefería garantizar la seguridad de sus intercambios comerciales con Oriente antes que seguir aventurándose en inciertas campañas militares. Así pues, España volvía a estar sola en su lucha contra el expansionismo otomano, lo que parecía anunciar nuevas e inevitables guerras. Sin embargo, el conflicto entre ambos imperios sólo duró hasta 1577. Las galeras del sultán se pudrieron en los puertos y nunca más volvieron a suponer una amenaza para la seguridad de los estados cristianos del Mediterráneo. La derrota para el imperio Otomano supuso el final de su expansión hacia Occidente, su freno en Europa, donde llegó hasta Viena de donde saldrá derrotado un siglo más tarde, su cambió de teatro al Indico, donde hizo sufrir de los lindo a los portugueses, lo que contribuirá a la unión de los reinos peninsulares. No obstante, lo que no sabían todos aquellos soldados es que no sólo habían aplastado a la gran flota otomana que amenazaba el Mediterráneo, sino que también se habían ganado, a base de cañonazo y mandoble, un hueco en los libros de historia. El propio Felipe II señaló que había arriesgado demasiado. De haber perdido, Europa no sería después lo que ha sido.

COLÓN LLEGA A AMÉRICA -3-

El viernes 3 de agosto de 1492 estaban listos para zarpar. Para Colón era un día glorioso, al fin podría demostrar su sueño. Solo eran tres ...