viernes, 19 de abril de 2019

EDAD CONTEMPORÁNEA-43- PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA

El mismo día en que abdicó el rey Amadeo I de Saboya el 11 de febrero de 1873, reunidos en la Asamblea Nacional, a pesar de que la reunión no era constitucional, se declaró que la República era la forma de gobierno a partir de ese momento. La I República marcó, en su corta duración, la culminación de proceso revolucionario del sexenio, en cuanto a los más caracterizados rectores del republicanismo democrático, Figueras, Pi Margall, Castelar, Salmerón y otros, aparecieron como los únicos capaces de materializar los ideales de la revolución de 1868. El Partido Republicano llegó al poder dividido entre unitarios y federales y éstos a su vez entre intransigentes y moderados, según el método a emplear para una España federal. Desde el 11 de febrero de 1873 hasta el 29 de diciembre de 1874, en los veintidós meses que duró, tuvo la Primera República Española ocho ejecutivos en total, 5 durante la República Federal y otros 3 durante la República Unitaria, A saber: Presidencia de Estanislao Figueras (11 de febrero -24 de febrero de 1873) y Segundo Gobierno (24 de febrero-11 de junio). Presidencia de Francisco Pi y Margall (11 de junio- 18 de julio). Presidencia de Nicolás Salmerón (18 de julio-7 de septiembre). Presidencia de Emilio Castelar (7 de septiembre de 1873-3 de enero de 1874). Presidencia de Francisco Serrano, Primer Gobierno (3 de enero-13 de mayo), Segundo Gobierno (13 de mayo-3 de septiembre), Tercer Gobierno (3 de septiembre-29 de diciembre). Por esas fechas en el pueblo español había un 60 por ciento de analfabetos. Nuestra querida España estaba sometida a generales, obispos y especuladores financieros, la política en manos de jefes de partidos sin programa, y las elecciones una comedia. La educación pública no interesaba un carajo a la clase política. 6.000 pueblos carecían de escuela, y de los 12.000 maestros censados, la mitad se clasificaba oficialmente como de escasa instrucción. En cuanto a la industrialización que otros países europeos encaraban con eficacia y entusiasmo, en España se limitaba a Cataluña, el País Vasco y zonas periféricas como Málaga, Alcoy y Sevilla. Talleres y fábricas, a juicio de la clase dirigente española, eran peligroso territorio obrero. De ahí que el atraso industrial y la sujeción del pueblo al medio agrícola. Y se proclamó la República, por 258 votos a favor y 38 en contra, curiosamente sólo había 77 diputados republicanos. Unos la querían unitaria y otros federal. Sin haber aprobado una nueva Constitución, para unos la federación era un pacto nacional, para otros la autonomía regional, para otros una descentralización absoluta. Se sucedieron cuatro presidentes. Estanislao Figueras, un abogado catalán. ¡El primer gobierno duró quince días! Crecida la anarquía por todas partes, Figueras se marchó en secreto a Francia, (¿Dónde si no?) Sin presentar la dimisión. Le sucedió Pi y Margal. Gobernó 37 días. Luego vino Nicolás Salmerón, persona moral y federalista. Comenzó a poner sitio a Cartagena donde los cantoneses (insurrección cantonal) se habían apoderado de la escuadra. Como no quiso firmar penas de muerte dimitió, duró 51 días. Luego Emilio Castelar, uno de los pocos que nunca había cambiado de partido. Para evitar la inestabilidad del Parlamento lo suspendió hasta enero de 1874, gobernando por decreto. Entretanto en Cuba había estallado la insurrección independentista. Y los carlistas, viendo amenazados los valores cristianos y la cuestión foral, volvían a echarse al monte, empezando su tercera guerra. El ejército era un descojone total, de forma que sólo había un general que no se había sublevado nunca, y al que los compañeros tachaban de maricón. Así que no es de extrañar que un montón de lugares empezaran a proclamarse federales e incluso independientes por su cuenta. Fue lo que se llamó insurrección cantonal. A este desatino, llamado República solo la reconoció EE. UU. y Suiza. Tal era la confianza que generaba. Se redactó una Constitución que nunca entró en vigor, en la que se proclamaba una España federal de “diecisiete estados y cinco territorios”, pero una treintena de provincias y ciudades se proclamaron independientes unas de otras, llegaron a enfrentarse entre sí y hasta a hacer su propia política internacional, como Granada, que abrió hostilidades contra Jaén, o Cartagena, que declaró la guerra a Madrid y a Prusia, con dos cojones. Eso se llamó Insurrección Cantonal. Se mezclaban federalismo, cantonalismo, socialismo, anarquismo, anticapitalismo y democracia. Un caos peligroso, lleno de quimeras y proyectos irrealizables.
Se legalizó el divorcio, se confirmó la libertad de culto, para cabreo de la Iglesia, y se suprimió la pena de muerte. Pero en lo administrativo era un desastre. Una España fragmentada e imposible todo eran fronteras interiores, milicias populares, banderas, demagogia y disparate, y los militares estaban mal vistos y además no los obedecía nadie. La guerra cantonal se prolongó en Cartagena y en Andalucía durante cierto tiempo. Pi y Margall al frente del gobierno se vio desbordado por la rebelión cantonal y también por la marcha de la Tercera Guerra Carlista, que campaban por sus respetos con total libertad en las Vascongadas, Cataluña y Navarra, y se extendían en lo posible al resto. El pretendiente autoproclamado Carlos VII tenía un gobierno con sus ministerios, acuñaba moneda y recibía ayuda de Francia. Hasta que el gobierno envió a los generales Martínez Campos y Pavía para liquidar el asunto por las bravas, cosa que hicieron a cañonazo limpio. Mientras tanto, como las Cortes no servían para nada, a los diputados, que ya ni iban a las sesiones, les dieron vacaciones desde septiembre de 1873 a enero de 1874. Y el 29 de diciembre de 1873, cuando se reunieron de nuevo, el general Pavía, respaldado por la derecha conservadora, sus tropas y la Guardia Civil, rodeó el edificio. Los republicanos decidieron morir defendiendo a la patria y la República, y ¡bla bla blá! Pero en cuanto oyeron el primer tiro al aire cambiaron su forma de pensar. Se marcharon sin saludar estos también, corriendo o arrojándose por las ventanas, (¡auténtico!). Y, cual sainete, de esta forma grotesca y burda acabó lo que nunca fue República Española, sino un quilombo insensato, pero con muertos, hambre y caos. Todo el siglo XIX había sido un desastre. Y la peña, es decir la gente del pueblo estaba hasta los escrotos. Se necesitaba ya estabilidad, seriedad, trabajo, normalidad, justicia y que hubiera sanidad, educación y dejarse de salvadores de todo tipo. Lo de siempre. Así que algunos políticos, tomando el pulso al ambiente, empezaron a plantearse la posibilidad de restaurar la monarquía y así, el 29 de diciembre de 1874, después del golpe de Pavía, el general Martínez Campos en un pronunciamiento militar en Sagunto proclamó rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II, y cerró con ello el sexenio revolucionario, porque le pareció lo más apropiado. Es decir con un par…

jueves, 18 de abril de 2019

EDAD CONTEMPORÁNEA -42- HACIA LA PRIMERA REPÚBLICA

¿Por qué le doy tantos capítulos al siglo XIX? - Fijaros que tuvimos de rey a Carlos IV, a José I, a Fernando VII, a la regencia de María Cristina, al reinado de Isabel II, luego vendría Amadeo I de Saboya, luego la Primera República y después a Alfonso XII. También hay que contar cinco presidentes de República, generales que pasaban por allí, pronunciamientos militares, tres guerras carlistas, dos coloniales, tuvimos dieciocho formas de gobierno diferentes, solapadas, mixtas, opuestas y combinadas. Seis Constituciones, la de 1812 de Cádiz, El Estatuto Real de 1834, las de 1837, 1845, 1869 y 1876, y el Estatuto de Bayona de 1809 que prácticamente no funcionó. La ambición de poder, los desgobiernos y la mala leche, que nos legaron ya los celtas, estaba organizada para que el país se fuera yendo al carajo. Las desamortizaciones, que en principio la cosa sonaba bien en realidad solo valieron para los que era de la Iglesia, pasara a manos de ricos hacendados. Se reforzó el papel de la oligarquía y para colmo las propiedades que no interesaban, monasterios, conventos y otras haciendas se olvidaban, se abandonaban y así han llegado hasta nosotros. Hechas un asco muchas de ellas. Pero los campesinos vivían igual o peor, se crearon proletariados por causa de una mala industrialización en grandes núcleos urbanos, obreros mal pagados y hambrientos que rumiaban un justificado rencor. De todas formas, el virus del ruido de sables ya estaba allí. Los generales protagonistas empezaron a participar activamente en política, y entre ellos destacaron tres, Espartero, O'Donnell y Narváez, los de las calles de Madrid.
En 1848 la crisis económica era terrible y hubo pánico en la Bolsa de Madrid al conocerse la oleada revolucionaria de París, en marzo hubo intentos más o menos serios de revolución que fueron sofocados. La verdad que fue un fracaso. También el 7 de mayo cuando se sublevó el ejército en Madrid con ramificaciones en Sevilla, Barcelona y Valencia. Se disolvieron las Cortes, se detuvo a unos cuantos, consejos de guerra, conmutaciones y pelillos a la mar. En cambio en 1854 hubo un pronunciamiento liberal que desencadenó una disputa entre rebeldes y leales, sin muertos y sin victorias. Pero hubo un manifiesto, lo presentó la Unión Liberal que era un grupo político nacido en la época moderada, (la regencia de María Cristina). Proponían moralidad pública, (¡já!), desaparición de las camarillas en palacio, (¡jajá!), y creación de Juntas en toda España. La reina se vio obligada a llamar al que fuera su regente, el General Esparteros, ya convertido en héroe nacional. El reinado de Isabel II fue una precariedad política. Hubo de nombrar en total 32 Jefes de Gobierno. Para colmo, por otro lado, las relaciones entre Marruecos y España siempre fueron tensas. Una partida de moros atacó la guarnición de Ceuta. Y basta que nos toquen el orgullo y un par de cosas para que se despertara el sentimiento patriótico popular. España recibió el apoyo de las cancillerías de Europa, y casi es esto lo que obligó a iniciar una guerra que fue declarada en octubre de 1859. Y aquí estimado amigo lector encontramos como en Cataluña y Las Vascongadas (se llamaban así), se crearon oficinas de reclutamiento voluntario en las que se alistaron un cuantioso número de carlistas de Navarra. Ese patriotismo no se veía desde la invasión napoleónica. En Barcelona se organizó un desfile para despedir a los voluntarios, con bendición del capellán de Monserrat y toda la pesca. La guerra de África fue algo corta, la dirigió O´Donnell, y en Castillejos el general Prim, que orientó a la toma de Tetuán como paso previo a las condiciones de negociación. Se firmó lo que se llamó el Tratado de Wad-Ras. Como ya se dijo en capítulos anteriores, en 1866 una fuerte crisis económica, con quiebras empresariales, restricción de créditos, caída de las bolsas, una desocupación laboral, malas cosechas, para colmo, y como no, la especulación y la corrupción, es decir los tres factores importantes, la economía, la política y la sociedad, crearon un escenario que produjo la desintegración del régimen isabelino. Un pronunciamiento militar en Cádiz en septiembre de 1868 fue el detonante de la revolución llamado “La Gloriosa”, y comienza aquí el sexenio revolucionario. El apoyo popular fue inmenso. La reina, con el ambiente calentito que se respiraba, se piró a la francesa, es decir sin saludar, y se marchó sin renunciar a la corona y sin abdicar. Por supuesto se fue dónde van todos los desesperados, a Francia. Se negaba a abdicar, la muy burra, hasta que dos años después, en junio de 1870 firmó su abdicación. Lo hizo en su hijo Alfonso, que tenía 13 añitos. Y en vez de guardar las composturas, nunca lo había hecho, se dedicó a criticar todo lo que se le ponía por delante y que les recordara a los políticos que le habían llevado a esa situación. A la vez que teníamos la revolución de 1868 en Cuba se iniciaron unas insurrecciones que desencadenarían la Guerra de los Diez Años. Un poema de situación, que era poco halagüeña ya que los pequeños ingenios azucareros sustentados en la mano de obra esclava no podían competir con las modernas máquinas de vapor y los nuevos impuestos introducidos por la Metrópoli para paliar su propia crisis culminaron la paciencia de los pequeños propietarios. Los ingenios azucareros liberaron a los esclavos y el 10 de octubre de 1868 se desató el levantamiento contra la ocupación española, extendiéndose la insurrección en toda la isla. Aunque el Gobierno de Madrid decretó algunas medidas liberales, la guerra de guerrillas se había extendido por todo Cuba y la situación parecía irreversible. Los españoles se aprestaron a organizar la resistencia dando así lugar a una guerra de diez años. Se enviaron tropas y finalmente se zanjó la situación con la firma de la llamada “Paz de Zanjón”, por la que el ejército independentista cubano no capitulaba y los principales cabecillas salían de Cuba con destino al exilio. En otro orden de cosas, en Madrid el gobierno provisional organizó el asunto gubernamental. Las Cortes promulgaron una nueva Constitución, (1869) que establecía la monarquía como forma de gobierno y una serie de medidas de carácter liberal, pero no mucho. Por lo que las Cortes, al abdicar la reina ninfómana, (así la llamaban), establecieron una regencia al general Serrano y éste encargó a Prim formar gobierno. Su tarea era encontrar un príncipe adecuado para la corona de España y lo encontró en la persona de Amadeo de Saboya, que sería elegido rey en el mes de noviembre de 1870. Solo puede pasar en España que sea elegido un rey por votación en un parlamento. Pero así fue. Y como siempre hasta en eso España es diferente, y el rey no tuvo apoyos de casi nadie, ni de la derecha ni de la izquierda ni de su padre. Bueno de éste sí, porque era el padre, políticamente hablando, era Prim, un héroe catalán de la guerra de África, que fue asesinado en Madrid al mes siguiente, y con él desaparecía el principal apoyo del rey.
Amadeo tuvo serias dificultades debido a la inestabilidad política española. Hubo seis ministerios en dos años que duró su reinado, e intentaron asesinarle el 19 de julio de 1872. El pobre rey enloquecía ante las complicaciones de la política española. “Ah, per Bacco, non capisco niente!”, solía exclamar. En realidad Amadeo era un tío majo, liberal. Pero claro, en la España de envidia y mala leche de toda la vida, eso no podía funcionar nunca. Y encima, a Prim, que lo trajo, se lo habían cargado de un trabucazo antes de que el rey tomara posesión. Así que, hasta las pelotas de nosotros, Amadeo hizo las maletas y nos mandó a tomar por saco. Dejando, en su abdicación, un exacto diagnóstico del paisaje: “Si al menos fueran extranjeros los enemigos de España, todavía. Pero no. Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles”. Terminó hasta los pelos. Se marchó convencido de que los enemigos de España eran los propios españoles. No estaba descaminado el hombre. Corto espacio estuvo en el trono. Tragedia de un hombre que fue llamado para ser rey de un país en el que ninguno de sus súbditos quiso concederle la menor oportunidad. El mismo día en que abdicó Amadeo I, el 11 de febrero de 1873, reunidos en la Asamblea Nacional, a pesar de que la reunión no era constitucional, se declaró que la República era la forma de gobierno a partir de ese momento. La I República marcó, en su corta duración, la culminación de proceso revolucionario iniciado en 1868.

miércoles, 17 de abril de 2019

EDAD CONTEMPORÁNEA-41- LAS DESAMORTIZACIONES

La regente María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII, se había tropezado con el problema de la guerra carlista. Tenía de su parte a los liberales o “isabelinos”, (en nombre de la futura reina, la hija de la regente, Isabel), contra los carlistas, asunto que ya hemos tratado en el capítulo anterior. El Gobierno, que lo presidía el liberal moderado Francisco Martínez de la Rosa, había sido nombrado en 1834, se encontraba en plena guerra sin recursos para pagar al ejército. Aquí es donde un comerciante gaditano, con gran carisma entre sus seguidores, casi un mago de las finanzas, Mendizábal, se ofrece a gobierno español para desde Londres hacer gestiones ante banqueros británicos y franceses y sus gobiernos, a fin de conseguir un empréstito al gobierno español. Juan de Dios Álvarez Mendizábal encarnó un prototipo muy valorado en la sociedad estadounidense actual, un hombre hecho a sí mismo. Nacido en una humilde familia de comerciantes que pasaban la jornada tras un mostrador despachando tejidos, lonas e hilados, a falta de recursos económicos para unos estudios reglados, se formó en el oficio de su padre, aprendió idiomas y descubrió que tenía un don para los negocios y también para la política. Tanto, que llegó a convertirse en el principal protagonista de la Revolución liberal española. De origen gaditano, Juan de Dios había nacido en 1790 en Chiclana de la Frontera. Combatió en la Guerra de la Independencia en las filas del Ejército del Centro. En 1811, siendo ya Ministro, firmaba como Álvarez Mendizábal. Pero la madre de Juan de Dios no se apellidaba Mendizábal, sino Méndez. Los Méndez se ganaban la vida con el negocio de la trapería y eran conocidos en Cádiz como una familia de cristianos nuevos de origen judío. El conocido político liberal decidió borrar a los judíos de su genealogía y sustituirlos por un origen vasco que, en sí mismo, ya era garantía de limpieza de sangre. Para ello le bastó cambiar su apellido Méndez por Mendizábal. En el Cádiz del siglo XVIII la casa de comercio Mendizábal era una de las más prestigiosas. Incluso amplió el engaño hasta hacer creer a su mujer que había nacido en Bilbao. Así lo declaró en el acta matrimonial. En junio de 1835 cae el gobierno de Martínez de la Rosa y se nombra a José María Queipo de Llano, conde de Toreno, en medio de una situación complicada pues toda España se hallaba controlada por juntas revolucionarias y era una etapa anárquica y tumultuosa de la vida política y social española. Conseguida la ayuda internacional por Mendizábal, tuvo como contrapartida la injerencia en la política interna del país. El conde de Toreno renuncia y a pesar suyo la reina se vio obligada a entregar el poder a los radicales, nombrando presidente del Consejo de Ministros a Juan Álvarez Mendizábal. Consiguió éste un voto de confianza para procurar los recursos que considerase necesarios para el sostén del ejército y terminar en breve tiempo con la guerra civil. Mendizábal comenzó a gobernar por decreto, siendo los más famosos los que regularon la desamortización. La verdad es que el asunto no era nuevo. No hubo una desamortización, sino varias. Este proceso se desarrolló en España desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Consistieron en que en el Antiguo Régimen, (el absolutismo), los bienes eran inalienables y por tanto estaban “amortizados”, a una familia, (como los mayorazgos), o a una Institución, (como la Iglesia, comunidades religiosas o los municipios). Los ilustrados (época de Carlos III) y luego el Estado liberal fueron expropiando por la fuerza a la iglesia católica, a sus órdenes religiosas, y a los municipios, propiedades que eran consideradas “manos muertas”, y no podían ser legalmente vendidos ni divididos, de tal forma que nunca disminuían. Sus bienes y tierras fueron sacados a subasta pública. El patrimonio eclesiástico se había ido nutriendo a lo largo de los siglos de donaciones, testamentos y herencias de quienes morían sin haber testado, y no era pequeño. Las desamortizaciones se idearon para crear una burguesía de clase media integrada por labradores que en esa subasta pública se hicieran con las tierras que después cultivarían. Así también las arcas públicas engordarían con la recaudación de más impuestos gracias a la nueva propiedad de esos terrenos y crecería la riqueza nacional. Este fue el modo en que el Estado liberal modificó el sistema de propiedad del Antiguo Régimen. La desamortización trata de sanear la Hacienda. El principio liberal es que la suma de las riquezas particulares es la riqueza de toda la nación.
Durante la Ilustración se habían tomado varias medidas para intentar enriquecer la nación por medio del fomento del comercio y de la industria. Estas medidas fallaron por no haber consumidores posibles. La tierra es pues, el factor desencadenante. Los labradores no pueden contribuir a la Hacienda por esta economía de subsistencia en la que viven. Para que puedan entrar en la economía nacional, los labradores deben convertirse en empresarios; en consecuencia, el Estado debe, en primer lugar, quitar los obstáculos de todo tipo con que cuentan para ello y, en segundo lugar, convertirlos en propietarios de sus propias tierras. Ya durante el reinado de Carlos IV, tuvo lugar la Desamortización de Godoy. El rey tuvo permiso del papa para expropiar los bienes de los jesuitas y de obras pías. Hospitales, hospicios, colegios mayores universitarios, casas de misericordia, etc. También el rey impuesto, José Bonaparte, en agosto de 1809 ordenó la supresión de todas las Órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales, cuyas propiedades pasarían al Estado. De esta forma muchas instituciones religiosas desaparecieron prácticamente. Y con la guerra fueron ocupados y saqueados monasterios, iglesias y conventos. Posteriormente, durante el Trienio Liberal en 1820 se suprimieron los monasterios de San Benito, San Agustín, los colegios y conventos de las Órdenes Militares de San Juan de Dios, hospitales, etc. En 1835, el Presidente del Consejo de Ministros, Mendizábal, decretó la venta de los bienes inmuebles de esos monasterios y el 8 de marzo de 1836 se amplió la supresión a todos los monasterios y congregaciones. Todas las propiedades se encargaban a las comisiones municipales de su venta y finalmente iban a parar a gente adinerada que podían comprar esas posesiones, que aprovecharon lo importante, abandonando el resto. Para colmo la iglesia decidió excomulgar a los expropiadores y a los compradores, con lo cual muchos no se atrevían a comprar. Después en 1841, vino la Desamortización de Espartero, que duró poco tiempo, con idénticos resultados. En 1855 se realiza la mayor de todas las Desamortizaciones, que fue la de Madoz, ministro de Hacienda en época de Espartero que acabó siendo la de más vigencia de todas, ya que permanecería hasta 1924. Se declaró a la venta las propiedades comunales de ayuntamiento, clero, Ordenes Militares, de cualquier tipo, así sea de beneficencia, de enseñanza o atención médica. Fue la desamortización más brutal, pero por causas extrañas siempre se habla de la de Mendizabal.
Una peculiaridad de esta desamortización es que el Estado no era el propietario de las tierras, sino fundamentalmente los Ayuntamientos, así el Estado recibía el dinero de las ventas en nombre de éstos y les entregaba títulos de Deuda. Fue una manera de buscar fondos para industrializar el país y financiar el ferrocarril y tratar de estar a la altura de otros Estados europeos más adelantados en esas materias. Las desamortizaciones tuvieron su pro y su contra. El alto valor de las propiedades por sus dimensiones impidió el acceso a los campesinos con lo cuales los burgueses eran los nuevos propietarios y los campesinos se convirtieron en el proletariado agrario. Los edificios religiosos eran aprovechados, pero muchas iglesias y monasterios fueron abandonados después de haber quitado los objetos de valor para venderlos muchas veces al extranjero. Con el paso del tiempo esos edificios cayeron en la ruina total. Pero la Desamortización trajo un aspecto positivo, aumentó la producción agrícola al ser puestas en cultivo las tierras hasta entonces nunca trabajadas. La burguesía realizó inversiones para mejorar la producción con nuevas técnicas y especialización. Fueron favorecidas fundamentalmente el Levante y Andalucía.

martes, 16 de abril de 2019

40- GUERRAS CARLISTAS

Fernando VII abolió la Ley Sálica instaurando la Pragmática Sanción, que volvía a establecer el sistema de sucesión tradicional de Alfonso X de Castilla, por el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones. Es decir, que podía reinar su hija Isabel, (como si lo hizo), en lugar de su hermano de él, Carlos María Isidro de Borbón. Y de esa forma surgió el Carlismo. Y a la muerte del rey en septiembre de 1833, Carlos emitió el Manifiesto de Abrantes, en el que declaraba su ascensión al trono con el nombre de Carlos V. El general Santos Ladrón de Cegama proclamó a Carlos como rey de España en La Rioja, y se da como comenzada la Primera Guerra Carlista. La nobleza se adhirió al bando isabelino en su mayoría y también la mayor parte del estamento militar. Los apoyos al movimiento carlista provenían de las clases populares y muy especialmente de los campesinos. Con todas las limitaciones que se quiera pero el carlismo se extendió por las regiones del interior de las regiones vasco-navarras, por el Maestrazgo y por la montaña catalana, la serranía de Ronda y la de Córdoba. Se daba una curiosa paradoja: el pretendiente don Carlos, que era muy meapilas pretendía imponer en España un régimen absolutista y centralista, y era apoyado sobre todo por navarros, vascos y catalanes, es decir precisamente donde el celo por los privilegios forales y la autonomía política y económica era más fuerte. El campo solía ser de ellos; pero las ciudades, permanecieron fieles a la jovencita Isabel II y al liberalismo. Al futuro, dentro de lo que cabe, o lo que parecía iba a serlo. Don Carlos, que necesitaba una ciudad para capital de lo suyo, estaba obsesionado con tomar Bilbao; pero la ciudad resistió y Zumalacárregui murió durante el asedio, convirtiéndose en héroe difunto por excelencia. En cuanto al otro héroe, Cabrera, lo apodaban el tigre del Maestrazgo, cuando los gubernamentales fusilaron a su madre, él mandó fusilar a las mujeres de varios oficiales enemigos. Ése era el tono general del asunto. La Primera Guerra Carlista se desarrolló en tres fases muy diferentes. La primer se prolongó hasta julio de 1835. Aparecieron partidas ordenadas por oficiales del ejército que habían servido en el cuerpo de voluntarios realistas durante la Época Ominosa. Este alzamiento fue sofocado por tropas leales al gobierno de Madrid.
La segunda fase de la guerra duró hasta septiembre de 1837 y se caracterizó por un cierto dominio de los carlistas. El ejército de la regente María Cristina no estaba bien pertrechado y también tenían problemas de Hacienda. Poco apoyo extranjero y un plan ineficaz de contención en la zona vasco-navarra. Carlos llegó hasta Arganda, no entrando inexplicablemente en Madrid que estaba prácticamente desguarnecido. La guerra civil, como todas, se desarrollaba con ferocidad y crueldad. Los humildes párrocos broncos sin el menor complejo, se echaban al monte con boina roja, animaban a fusilar liberales y se pasaban por el arco del triunfo las mansas exhortaciones pastorales de sus obispos. El caso es que la sublevación carlista, es decir, campo contra ciudad, fueros contra centralismo, tradición frente a modernidad. Esto acabaría siendo un desparrame sanguinario donde las dos Españas, unidas en la vieja España de toda la vida, la de la violencia, la delación, el odio y la represalia infame, estallaron y ajustaron cuentas, fusilándose incluso a madres, esposas e hijos de los militares enemigos. Lo expresaba muy bien Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, “La pobre y asendereada España continuaría su desabrida historia dedicándose a cambiar de pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares”. La tercera fase de la contienda finalizó en julio de 1840 y fue de clara hegemonía gubernamental al terminar la reorganización del ejército que llegó a la cifra de cien mil hombres y también aprovechando la división del carlismo en dos facciones, el partido navarro, exaltado y el castellano, moderados.
Inglaterra se ofreció como mediadora para la firma de un acuerdo o armisticio. Los comisionados británicos consiguieron el Convenio de Vergara. Así la guerra terminó con “El abrazo de Vergara” entre los generales Espartero y el carlista Maroto, en agosto de 1939. “Soldados nunca humillados ni vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la patria; cual tributo de paz olvidaron sus rencores y el abrazo de fraternidad sublimó tan heroica acción, tan español proceder” escribió Maroto. La Segunda Guerra Carlista se originó al nombrar a Isabel como futura reina de España. Iniciada en 1846 fue provocada por no llevarse a cabo el matrimonio entre la reina y Carlos Luis de Borbón, hijo de Carlos (autoproclamado Carlos V) y por lo tanto se denominaría Carlos VI en la genealogía carlista. No está claro si fue realmente una guerra civil o una simple lucha de guerrillas de escasa trascendencia. Los hechos se circunscribieron casi exclusivamente a Cataluña con pequeños levantamientos armados. La esperada llegada de Carlos VI a España desde su exilio en Londres nunca se produjo, lo que provocaría la disolución en 1849 de los últimos reductos sublevados. Y el intento carlista por entronizar a su pretendiente, en esta ocasión Carlos VII, sobrino del anterior se produjo en 1872 y se enfrentaría hasta 1876 a tres regímenes, a saber; el efímero reinado de Amadeo I de Saboya, que fue la causa que desencadenó el conflicto, la también efímera Primera República y por último el reinado de Alfonso XIII. Carlos VII abanderó la contienda desde su partido Comunión Católico-Monárquica de raíces absolutistas con un ejército que se autoproclamaba el “Ejército de Dios, del Trono de la Propiedad y de la Familia”. La lucha se centró de nuevo en Cataluña y también el País Vasco y Navarra, que resultó un estrepitoso fracaso para el carlismo, como el intento de tomar Bilbao. El general Martínez Campos erradicó el carlismo de Cataluña y de Pamplona donde entró Alfonso XII en 1876 provocando la retirada de Carlos VII.

COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (2)

En 1.484 Colón presentó al reino de Portugal su empresa de ir a las Indias Orientales por Occidente. Juan II le escuchó atentamente y quedó ...