jueves, 12 de septiembre de 2024

LAS EMANCIPACIONES AMERICANAS

En realidad el movimiento independentista en América no se inició contra la monarquía de Fernando VII, fue contra el invasor francés. Desde 1808 a 1814 Fernando VII está en manos de Napoleón y reinaba José I.  El español nacido en la península, que se le llamaba peninsular. El monopolio político era una clara diferencia favorable a los peninsulares, que en la enorme extensión del continente representaban si acaso el 1% de la población.  Esto provocaba el recelo de los criollos, sus hijos, que aunque constituían una de las minorías poblacionales, se encontraban en lo social y en lo económico por encima de los indígenas y de los esclavos negros.


Los peninsulares dominaban los cargos superiores en la administración y en la Iglesia. Pero los criollos dominaban la vida económica, pues eran los propietarios de las tierras, de los cultivos, de las minas, y se enriquecían con el comercio. Este choque entre ambos estamentos sociales fue uno de los desencadenantes de la causa independentista.
En años anteriores a las emancipaciones hubo multitud de conflictos entre indígenas y esclavos contra los terratenientes criollos. Éstos explotaban a los indios y a los esclavos negros. Por ejemplo, años antes la rebelión de Tupac Amarú no fue al principio contra los españoles. Tiempo después, en Venezuela los esclavos se alzaron los criollos como Bolívar y contra la administración. José Tomás Boves, había nacido en España, fue un auténtico caudillo popular convirtiéndose en el azote de Bolívar. 
Muchos indígenas se mantuvieron neutrales debido a que ninguna de sus aspiraciones coincidía con los bandos. Incluso algunos se incorporaron a los realistas para combatir a los hacendados, que al fin y al cabo eran sus opresores. 
Muchos factores incluso muy anteriores afectaron a la debilidad del poder español en América. La derrota de Trafalgar, la Guerra de la Independencia, etc. La monarquía española había ayudado a los franceses en la Guerra de Independencia Norteamericana, pero esa intervención sirvió para que ésta actuara contra España mediante la difusión de las ideas revolucionarias entre los criollos ilustrados y empleando la intimidación militar.
La ocasión para los patriotas de América, léase oligarquía criolla, vino con el desmadre que supuso la guerra en la Península, (1808-1814), que animó a muchos americanos a organizarse por su cuenta. Antes de eso fueron las invasiones británicas del Río de la Plata. Los ingleses, siempre dispuestos a lo suyo, piratear,  y establecerse en la América hispana, atacaron dos veces Buenos Aires, en 1806 y 1807; pero allí, entre españoles de España y población local, les rechazaron valientemente.  No obstante en los años siguientes, aprovechando el caos español, ingleses y norteamericanos removieron la América hispana, mandando soldados mercenarios, alentando insurrecciones y sacando tajada comercial.


En América los gobiernos no sabían si aceptar al José I, hermano de Bonaparte, obedecer a las Juntas Provinciales que luchaban en la Guerra, o acatar las órdenes del Consejo de Regencia. Asimismo la promulgación de la Constitución liberal de 1812, en América, venía a complicar las cosas, pues abolía el absolutismo. En América se constituyó una Junta contra los afrancesados, pronunciándose claramente a favor del monarca español.
Desgraciadamente fue a partir de 1814 cuando Fernando VII, al recuperar el trono después de su destierro de oro en Francia, con la victoria de los españoles, inicia el absolutismo (1814-1820) y tuvo lugar la persecución y depuración de liberales y afrancesados. Y la persecución de la masonería. La ruina absoluta de la Hacienda Pública hacía imposible la añorada posibilidad de establecer una buena situación militar en América.
Aun así, la resistencia realista frente a los que luchaban por la independencia fue dura, tenaz y cruel. Buena parte de los de uno y otro bando de los ejércitos habían nacido en América (en Ayacucho, por ejemplo, no llegaban a 900 los soldados realistas nacidos en la España peninsular). El caso es que a partir de la sublevación de Riego de 1820 en Cádiz todo cambió en los ejércitos para ir a luchar a América. Riego se pronunció contra la corona, 15.000 hombres que no fueron a América a luchar. Eso dejó en malísima situación a los realistas que combatían.
Ascendían en todo el Virreinato a 1.500 hombres según el brigadier García Camba pero los que formaban la división del Alto Perú no llegaban a 900. El resto eran indígenas del lugar, indios, mestizos y mulatos.
Aun así, hasta las batallas de Ayacucho (Perú, 1824) y Tampico (México, 1829) y la renuncia española de 1836, la guerra prosiguió con extrema barbaridad a base de batallas, ejecuciones de prisioneros y represalias de ambos bandos. Hubo altibajos, derrotas y victorias para unos y otros. Hasta los realistas, muy a la española, llegaron alguna vez a matarse entre ellos. Hubo inmenso valor y hubo cobardías y traiciones. Las juntas que al principio se habían creado para llenar el vacío de poder en España durante la guerra contra Napoleón se fueron convirtiendo en gobiernos nacionales, pues de aquel largo combate, el ansia de libertad y aquella sangre empezaron a surgir las nuevas naciones hispanoamericanas. Gente ilustre como el general San Martín, que había luchado contra los franceses en España, o Simón Bolívar, realizaron proezas bélicas y asestaron golpes mortales al aparato militar español. El primero fue decisivo para las independencias de las actuales Argentina, Chile y Perú, y luego cedió sus tropas a Bolívar, que acabó la tarea del Perú, liberó Venezuela y Nueva Granada, fundó las repúblicas de Bolivia y Colombia, y con el zambombazo de Ayacucho, que ganó su mariscal Sucre, dio la puntilla a los realistas. Bolívar también intentó crear una federación hispanoamericana, como los  Estados Unidos. No hubo unidad, por tanto; pero sí nuevos países en los que, como suele ocurrir, el pueblo llano, los indios y la gente desfavorecida se limitaron a cambiar unos amos por otros; con el resultado de que, en realidad, siguieron jodidos por los de siempre.
La Constitución Liberal de 1812 en España establecía la soberanía en la Nación, que residía en el pueblo, no en el rey, es decir que acababa con el absolutismo y se establecía una Monarquía Constitucional, la separación de poderes, la limitación de los poderes del rey, etc. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a los territorios americanos.
Fue la Constitución más liberal de las existentes. Sólo eran anteriores a esta la de Estados Unidos de 1787 y la de la Revolución Francesa de 1789.
En América e incluso en la propia península española la gente ilustrada estaba pidiendo cambios sociales, económicos, culturales, de industrialización, etc. Pero la aristocracia,  la burguesía y el clero, apoyaron a un rey que fue lo peor que le puso suceder al país.
En realidad, ¿qué había hecho Fernando VII por su pueblo? Nada. Peor que nada: se tomó la revancha y llevó al país al terror. Y cuando parecía que lo malo había pasado se tuvo que enfrentar a otro problema: la independencia de los territorios americanos.
Repasando lo sucedido en América. En 1810 en Buenos Aires se había constituido una Junta Revolucioaria, de inspiración independentista. En el cuadro de abajo podemos ver a sus componentes. No se vé ningun rostro de un gaucho o de otra clase que no sean oligarcas criollos. En Bogotá y en México hay sublevaciones y revueltas independentistas. En 1811 comenzó una revuelta y en Uruguay, Venezuela y Paraguay proclaman su Independencia. En 1813 México también proclama su Independencia. Las tropas españolas cosechan un triunfo en la batalla de Rancagua, en Chile. Poco a poco, numerosos proclamaron su independencia: Argentina en 1816, el general San Martín en Chile (1817) y Bolívar organizó el congreso de Angostura en 1819. Sólo algunas zonas aisladas de Colombia y Perú permanecían fieles a la Corona en 1820. William Carr Beresford, que había invadido Buenos Aires en 1806, luchó como aliado de España junto a San Martín en la guerra de la Independencia. Luego San Martín, ya renunciado a su empleo de militar español, unido a masones fue el libertador de lo que hoy es Argentina, Chile y Perú. Tras las batallas americanas de Chacabuco (1817), Maipú (1818) y Boyacá (1819) los independentistas Bolívar y San Martín consiguieron la emancipación de los territorios.
Fernando VII no se planteó que se pudiera solucionar más que enviando un ejército. No quiso dialogar, pactar, ceder en algún punto, usar la diplomacia y la astucia, mantener y dejarse aconsejar por los buenos colaboradores que le quedaban, buscar aliados internos. Algunos territorios, Argentina o Venezuela, podían parecer perdidos, pero otros como Perú o México se mantenían fieles a la metrópoli.

PRIMERA JUNTA DE BUENOS AIRES (1810)
Los revolucionarios de los Virreinatos, además de sus intereses luego consolidados con Inglaterra, tenían en su afán secesionista una ambición democrática que bebía en las fuentes de la Ilustración francesa, influidos sobro todo por Montesquieu, personaje culto que había publicado en la mitad del siglo XVII “El espíritu de las Leyes”, donde entre otras muchas propuestas habla como algo fundamental la división de los tres poderes que deben estar en manos del pueblo, Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. De forma que nunca deberían poder ser influenciados por los otros poderes. 
Los que piensen que todo el mundo quería una república están muy equivocados, ya que hay que entender que la idea de “república” era muy nueva en el mundo: solo se conocía el caso exitoso de la Independencia Estadounidense, y este tenía aún pocos años de vida.

sábado, 31 de agosto de 2024

EL CID CAMPEADOR

RODRIGO DÍAZ DE VIVAR Nació en lo que hoy es Vivar del Cid a diez kilómetros al norte de Burgos en 1043. El día en concreto es desconocido.
Fernando I en 1037 se había convertido en rey de León por casarse con Sancha, hermana de su rey, Bermudo III, por lo tanto la sucesora en el trono de León. Los leoneses desconfiaban de Fernando. Él era hijo del rey navarro, Sancho III el Mayor, y su madre era de la familia de los condes de Castilla. Por lo tanto había heredado el condado de Castilla en 1029.
Rodrigo fue educado junto al infante Sancho, (hermano del rey), era su paje, y tenía las tareas propias del sirviente de un caballero, si lo merecía a los catorce años se pasaba a escudero, y armiger (guardar las armas del señor).



El bautismo de fuego para Rodrigo fue la batalla de Graus que enfrentó en 1063 a las tropas de la taifa de Zaragoza, apoyadas por un contingente castellano al mando del príncipe Sancho, ante el intento de conquista de la ciudad de Graus por parte del rey de Aragón y en defensa de la Taifa de Zaragoza, que era vasallo de la corona de León, por lo tanto en ayuda a al-Muqtadir gobernador de la Taifa de Zaragoza. Rodrigo tendría 18 años.

El rey Fernando I de Castilla y León, murió en el año 1065. Había dejado repartido su reino, que comprendía una tercera parte de la Península Ibérica, entre sus cinco hijos habidos con su esposa Sancha, lo cual había sido aceptado por una junta de nobles de Castilla y León.
A Sancho le correspondió el Condado de Castilla, elevado a la categoría de Reino, y las parias (tributos) del reino Taifa de Zaragoza.
A su hermano Alfonso el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León, que tenía derechos sobre la Taifa de Toledo.
A su hermano García le dio Galicia, para lo que creó nuevos derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz.
A Urraca, de dio Zamora, con título y rentas.
A su otra hija Elvira, le dio la ciudad de Toro, también con título, rentas y los infantazgos de los monasterios del reino, a condición de que permaneciesen solteras.
Cuando Sancho llega al trono castellano, el rey nombra a Rodrigo alférez real. Está probado que Rodrigo era listo, valiente, diestro en la guerra y peligroso, hasta el punto de que en su juventud venció en dos épicos combates singulares: uno contra un campeón navarro y otro contra un moro de Medinaceli. Hacia 1066, Rodrigo tuvo un singular combate con el caballero navarro Jimeno Garcés, para dirimir el dominio de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra; el triunfo le valió el sobrenombre de Campeador. Luego participó en la guerra que enfrentó a Sancho II de Castilla con su hermano Alfonso VI de León.
Rodrigo derrota en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), a Alfonso VI de León. Éste se marchó con los moros de la corte musulmana de Toledo de los cuales era amigo.




ALFONSO VI 


Pero aquí se empieza a dar vuelta la tortilla para Rodrigo Díaz. Sancho II muere en 1072, cuando intentaba tomar Zamora. Realmente a Sancho le reventó las asaduras un sicario de su hermana Urraca, y su otro hermano, Alfonso, según algunos textos. Alfonso VI se convirtió entonces en soberano de Castilla y León. Muerto su señor Sancho II, Rodrigo es integrado por Alfonso VI en su corte y este le envía a Sevilla con la misión de cobrar las parias que aquella taifa adeudaba al monarca leonés. En aquella urbe residiría varios días, es posible que incluso meses, aprendiendo sobre los musulmanes, su organización, su economía, sus costumbres, alcanzando tal vez algunos rudimentos mínimos de la lengua árabe. Rodrigo Díaz, tenía relación con los musulmanes.

Según la leyenda Rodrigo Díaz le habría hecho jurar en público al rey Alfonso VI que no tuvo nada que ver con la muerte de su propio hermano  Sancho. Esto está narrado en un libro, “La jura de Santa Gadea”, escrito en 1236, (200 años después), o sea una leyenda.
La cuestión es que el rey Alfonso y Rodrigo se llevaban muy bien. Tanto que le consiguió la mano de Jimena Díaz, en 1074 y tuvo tres hijos: Diego, María (que se casó con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III) y Cristina.
Cuando Alfonso VI envía al Cid a Sevilla para cobrar las parias, es decir  tributos pagados por las Taifas musulmanas a los reinos cristianos para mantener la paz. Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Cuando al-Motamid, rey de Sevilla, y el Cid están tramitando su pago, les llegan noticias de que tropas del moro rey de la Taifa de Granada, junto con tropas cristianas encabezadas por García-Ordoñez, conde de Nájera y amigo personal del Alfonso VI, marchan hacia Sevilla.  Ambas taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez.
El Cid trató de evitar el combate, pero la insistencia de García-Ordoñez hizo que el Cid uniese sus tropas a las de al-Motamid, tributario de su rey, y así derrotar a los granadinos y sus aliados. El Cid capturó a García-Ordoñez y al rey de Granada y los tuvo encadenados tres días, para escarmiento. Al-Mutamid pagó, encantado las parias e hizo varios regalos personales al Cid, entre ellos a Babieca.
De regreso a la corte, el Cid cometió otro error garrafal: pernoctó una noche en el castillo de Luna, donde estaba confinado por orden del rey Alfonso su hermano menor García, que era su enemigo (aquel que su padre Fernando dejó Galicia en herencia).
De todo esto se aprovechó el conde de Nájera para acusar al Cid de apropiarse de parte de las parias de Sevilla y de confabularse con García para derrocar al rey. Alfonso hizo caso de su amigo García-Ordoñez, y desterró a Rodrigo en el año 1081.
Para entonces los moros ya lo llamaban Sidi, que significa señor y se fue a buscarse la vida con su mesnada, (los guerreros mercenarios a su mando). Los reyes poseían para la defensa de sus territorios una hueste relativamente suficiente, pero no como para entablar una batalla con todas las garantías, de ahí las alianzas con otros reinos cristianos o con alguna Taifa que fuera vasallo. También, lo más habitual, era contratar a estos señores de la guerra que su trabajo consistía en sumarse a las fuerzas del interesado y combatir con su mesnada, compuesta por algún caballero y soldados experimentados, no siempre cristianos, a veces también musulmanes, todo esto por la compensación económica correspondiente en forma monetaria o en especie. No era denigrante, al contrario.
Rodrigo no llegó a entenderse con los condes de Barcelona, pero sí con el rey moro de Zaragoza, que había sido amigo del rey Fernando I, el padre del rey que lo desterró, Alfonso VI. Y estuvo varios años con éxito, hasta el punto de que derrotó en su nombre al rey moro de Lérida y a los aliados de éste, que eran los catalanes y los aragoneses.
Muchos cristianos se ofrecieron a Rodrigo, pero muchos más fueron los musulmanes los dispuestos a servir al comandante extranjero a cambio de una soldada y movidos por la aspiración de mejorar su situación al lado del exitoso cristiano en tierras islámicas. Algunos autores contemporáneos nos hablan de Rodrigo Díaz como “mozárabe”.
Rodrigo tuvo un intenso y prolongado contacto con el mundo islámico en los años que transcurren entre 1080 y 1086, años de su primer destierro.
En el año 1090 el Cid se hizo con todo el Levante, incluyendo Valencia. Al-Cadir pagaba los impuestos al Cid, aunque era dinero de Alfonso VI. Invadió los territorios de su rey y estando en la Taifa de Zaragoza fue perdiendo influencia en Valencia por lo cual los valencianos entregaron la ciudad a los almorávides que estaban ocupando Al-Andaluz.
En el 1092 fue muerto Al-Cadir, su protegido, y decidió actuar en interés propio, y en julio de 1093 puso sitio a Valencia, aprovechando el conflicto interno entre partidarios y opuestos a librar la ciudad a los almorávides. Alfonso VI claudica en su empeño de someter al Cid, retira su destierro y le ofrece la posibilidad de regresar a Castilla; un nuevo perdón que Rodrigo Díaz de Vivar rechaza, pero que se convierte de facto en un pacto de convivencia amistosa. El Cid regresa a Valencia y rinde la plaza en 1094, después de un durísimo asedio polémico entre los historiadores de hoy día, pues algunos ven en él a un Cid cruel. Después de espantar la amenaza almorávide, el Cid se centra en los asuntos internos y en 1095 pone en marcha una durísima represión. Expulsa de Valencia a todos los musulmanes partidarios de los almorávides y los sustituye, en apenas dos días, por mozárabes a los que traspasa sus posesiones. Declara la plena legalidad del Corán, algo insólito, que el paladín de la cristiandad en la época permita que sea legal el Corán en un territorio que domina. El Cid se convierte así en Soberano Cristiano de un Principado Musulmán, una difícil posición que sostuvo siempre, necesario por la cantidad de soldados musulmanes en sus tropas.
Conquistado Valencia, Rodrigo llega incluso a designar para cargos administrativos importantes a algún musulmán. Y es que Rodrigo construyó en aquel arrabal anexo a Valencia un prototipo de villa islámica, donde convivían musulmanes, cristianos, judíos y había cierta libertad de culto. Se proclamó "Príncipe Rodrigo el Campeador" el 17 de junio de 1094.
El contingente cristiano del Campeador en aquellos momentos era considerablemente inferior en número a los musulmanes que le servían, activa y potencialmente. Precisaba en aquella situación mostrarse más como un señor musulmán que como un conquistador cristiano. Pero no todos aquellos musulmanes serían válidos para los planes de Rodrigo. Solo a partir de la conquista recibirá coyunturalmente la ayuda de Pedro I de Aragón, quien sumó sus fuerzas a las de Rodrigo en la campaña que culminó en la batalla de Bairén contra los almorávides, en enero de 1097, dos años y medio después de la conquista de la capital valenciana.
La herida más dolorosa que probablemente sufrió el Cid fue la muerte de su hijo en 1097, en la batalla de Consuegra. Había ido en ayuda del rey Alfonso VI a la batalla, tenía solo 20 años. Cuando el rey ordena replegarse porque los almorávides iban ganando en campo abierto, el mando de García Ordóñez, se retira rápido y abandona a su suerte a Diego Rodríguez, el hijo del Cid, que cae muerto con algunos de los suyos. Cada año Consuegra rememora la batalla en la que participan cientos de vecinos y cuyo momento cumbre es la ceremonia fúnebre por la muerte del hijo del Cid, el joven héroe que perdió la vida tal vez porque así lo quiso García Ordóñez, enemigo declarado de su padre.




BATALLA DE CONSUEGRA


Los intentos almorávides por recuperar la ciudad de Valencia no cejaron y a mediados de septiembre de ese mismo año un ejército llegó hasta Quart de Poblet, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en una batalla campal. Cinco días antes de la toma de Jerusalén por los cruzados, temido y respetado por moros y cristianos, murió Rodrigo en Valencia de muerte natural el día 10 de julio de 1099. Se dice que le alcanzó una flecha.

Es posible que el cadáver del Cid fuera evacuado de Valencia al frente de sus tropas como si estuviera vivo, para lo cual se le colocó un sistema de tablas que le obligaba a ir erguido en el caballo y que le impedía caerse, amén de hacer lo que fuera con los ojos abiertos y lanza empuñada, como si estuviera dirigiendo sus tropas. Por algo los almorávides huyeron despavoridos, parecía que estaba vivo.
A la muerte del Cid en 1099, su esposa Jimena heredó, pero sólo pudo mantener el trono unos pocos años más con la ayuda del conde Ramón Berenguer III de Barcelona, su yerno.Consiguieron defender la ciudad hasta el año 1101, en que cayó en poder de los almorávides.

martes, 20 de agosto de 2024

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Una luchadora cristiana por el respeto por la mujer y su igualdad. El feminismo no existía, pero si mujeres con valía, como siempre.

"Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia..."
Este es uno de los primeros poemas de la lucha de la mujer para ganar el respeto de los hombres, en toda la literatura occidental.
Sor Juana Inés de la Cruz fue una monja, erudita y poeta, de la entonces Nueva España (Mexico). Nació en 1651 y aprendió a leer y escribir desde los tres años de edad mientras vivía con su abuelo materno en la hacienda Panoaya. Los trabajadores indígenas le enseñaron náhuatl, lengua en la que también escribió parte de su literatura.
Difundida la fama de su habilidad literaria, se le propuso la redacción de poemas y obras religiosas de circunstancias. Su primer soneto “Suspende Cantor Cisne el dulce acento”, dedicado al presbítero Diego de Ribera, data de 1668. Durante estos años cabe reseñar la escasez de escritos, hasta que en 1680 publicó el Neptuno Alegórico. Su correspondencia debió de ser muy activa, pues así lo recuerda Calleja y lo confirma el modo epistolar que eligió para sus discursos teológicos.
El 13 de diciembre de 1673, por disposición de la Corona, se nombró virrey a fray Payo Enríquez de Rivera, quien hubo de organizar el entierro de su predecesor.
Sor Juana contribuyó con tres sonetos, retóricos, aunque de corte impecable. El primer encuentro con fray Payo fue un romance en el que con gran simpatía le solicitaba el Sacramento de la Confirmación.
La fama de sor Juana se extendió y se propagaron las obras por encargo, en las que se detecta la presencia de Calderón, Góngora, Quevedo y Lope.
El hallazgo de la Carta de Monterrey, o Autodefensa espiritual (1682) por Aureliano Tapia Méndez (1981), dirigida al padre Núñez, indica que la publicación del “Neptuno Alegórico” supuso el principio de su ruptura con él, al tiempo que refería la condición de obediencia con que lo redactó (“Vos me coegistis”, “ustedes me obligaron” —respuesta). El Cabildo la recompensó con una discreta suma, a lo que la poetisa respondió con unas décimas en las que agradecía, pero al tiempo respondía “que estar tan tibia la Musa / es efecto del dinero”. La Carta de Monterrey avala la teoría de una sor Juana más díscola de lo que hasta el momento se pensaba.
A partir de este momento se abre una polémica entre los defensores de una sor Juana obligada a autocensurarse, pese a su voluntad, y los defensores de su conversión.
Pese a todo, la controversia en la que se vio envuelta sor Juana no fue un obstáculo y de hecho éstos fueron sus años de mayor esplendor. El favor de la virreina (María Luisa Manrique de Lara), a la que dedicó numerosos poemas, favoreció su labor creativa. La virreina fue quien obtuvo los manuscritos para publicarlos en España y a ella estaban dedicados poemas como el famoso romance decasílabo alabado por Gerardo Diego o José María de Cossío, “Hombres necios que acusáis...”, uno de los primeros y más firmes alegatos en defensa de la mujer.
En 1683 se representó su comedia “Los empeños de una casa”, título que recoge el de Calderón Los empeños de un acaso, con el que coincide incluso en la elección de algunos nombres y la figura del gracioso.
Entre sus amigos destaca Sigüenza y Góngora, quien describió físicamente el arco triunfal dedicado a los virreyes.
La cesión del virreinato al conde de Galve ocasionó, al tiempo que la difusión de su obra en la Península, una época llena de conflictos. Gracias a la mediación de la antigua virreina, María Luisa Manrique de Lara, se publicó en Madrid Inundación Castálida (1689).
A pesar de su fama, las dificultades de sor Juana se agudizaron al tiempo que se agravaba la situación social y económica de México. Rompió definitivamente con su confesor el padre Núñez, los virreyes regresaron a España y el clero que juzgó sus acciones se dividió entre partidarios y detractores, entre los que se contaba el austero, y caritativo hasta la exageración, Aguiar y Seijas (nombrado obispo de México en 1681). Enemigo de los espectáculos públicos no podía ver con buenos ojos la fama de sor Juana y su dedicación a las letras.  Sin autorización, al parecer, de sor Juana, Manuel Fernández Santa Cruz lo publicó con el título de Carta Athenagorica, precedida de otra dirigida a la poetisa, Carta de Sor Filotea de la Cruz, seudónimo que empleó el obispo, donde tras reconocer sus dotes le indicaba la conveniencia de abandonar las letras profanas y verter su pensamiento en una mayor religiosidad.
El afán de conocimiento fue paralelo a su extensa producción destinada a la enseñanza y a la predicación.
Esta singular atención a la Virgen se percibe a lo largo de toda su obra y se combina con un claro deseo de instrucción doctrinal presente en los villancicos. Así lo revelan los dedicados a la Asunción en 1676, 1679, 1685 y 1690, si bien se encuentran otros dedicados a san Pedro Nolasco y san Pedro Apóstol en 1676 y 1683 o los de Navidad de 1689, todos ellos cantados en la catedral metropolitana. El que más ha llamado la atención de la crítica es el dedicado a santa Catarina (1691). Los villancicos, por su parte, dan cabida a las voces marginadas de la sociedad colonial, y al mismo tiempo introducen uno de los factores esenciales en las obras de sor Juana: la enseñanza o la predicación que es a su vez la base del villancico. Resalta la figura de María, como vínculo entre el saber religioso y el secular: como madre de Dios es maestra de Retórica y “Soberana Doctora de las Escuelas”.
Pese a las presiones, siguió obteniendo un reconocimiento público en la compilación Trofeo de la justicia española de Sigüenza y Góngora, donde se celebra la victoria de 1691 sobre la armada francesa.
Carente de los apoyos que se le habían brindado tanto desde el palacio virreinal como desde la Península, debido a la muerte del marqués de La Laguna, y enfrentada a un mundo de supersticiones, a comienzos de 1693 sor Juana volvió a solicitar el apoyo de su denostado Núñez de Miranda. Sor Juana experimentó en pocos meses un cambio sustancial y se sometió a la disciplina eclesiástica, aceptando nuevamente como confesor al padre Núñez. Entregó sus instrumentos de música y ciencia al arzobispo Aguiar y Seijas y vendió su biblioteca a favor de los pobres.
Encerrada en el convento, y sometida a la disciplina eclesiástica, apenas si se sabe de ella algo más de lo que revelan estos escritos y las opiniones de sus contemporáneos.
Nuevamente una epidemia de peste se desató en la ciudad de México y varias hermanas enfermaron. Juana Inés de la Cruz se dedicó al cuidado de las monjas enfermas con tanto celo, que al fin se contagió y murió el 17 de abril de 1695, siendo arrojados sus restos a una fosa común.

viernes, 16 de agosto de 2024

LA RECONQUISTA Y EL CID

Un proceso tan largo como la estancia de los musulmanes en la península, hizo que Ortega y Gasset se preguntase irónicamente ¿Cómo puede llamarse Reconquista a una guerra que dura ocho siglos?.
La respuesta para mí es clara, no fue una guerra continua, declarada y contra un claro enemigo en toda regla, ya que a veces fue incluso aliado.
El concepto de Reconquista viene a significar un proceso militar que dura 800 años entre cristianos y musulmanes. Se trata de un concepto tan difundido que desvela una faceta ideológica y conservadora de los dos últimos siglos de historia de nuestro país. Una idea nacida a principios en el siglo XIX, cuando un pegamento ideológico era necesario, explotada hasta la sociedad durante el siglo XX, y que ahora, existe un extraño regreso, seguramente por rechazo al separatismo y nacionalismo regional.


No es que no hubiera luchas por la recuperación de territorios en la Edad Media. Los cronistas medievales hablan de conquistas, no de reconquistas.
En la Edad Media nadie pensó en la Reconquista, y el término nació con unos contenidos totalmente ajenos a la medievalidad peninsular. Desaparecido el Imperio romano en el 476 y establecidos los visigodos en Hispania, no como invasores, sino con residentes a través de un pacto con Roma, de religión arriana que luego abrazaron la religión romana, los naturales de la península anteriores fueron llamado hispano-romanos. Estos y los visigodos son los dueños propietarios de la península y más adelante con un solo rey. Y no se trataba solamente de territorio. En aquellos tiempos la religión era primordial.
El aporte que ayudó a vertebrar aquella primitiva España fue la unidad que conseguía la religión cristiana. Es evidente que esa época tan larga desde la llegada de los musulmanes en el 711 hasta su derrota final en Granada en 1492 tiene unas características comunes. Fundamentalmente es el rechazo a lo musulmán, por haber sido una invasión y por tener una religión no ya diferente, sino contraria a la cristiana. Y debemos llamarla de alguna manera. Pero aquella invasión no fue a base de luchas y largas batallas exactamente. La mayor parte del territorio lo consiguieron pactando con los pobladores.
Ya desde la época de Don Pelayo, había un deseo ferviente de recobrar la unidad perdida tras la invasión musulmana. Por lo tanto no es de extrañar que las rencillas familiares, los matrimonios de conveniencia y las cuestiones hereditarias determinasen los dominios sobre los territorios. Alianzas, enemistades y luchas en los frecuentes cambios de los límites fronterizos. Esto no impedía tácticas entre cristianos y musulmanes, ya fuese para combatir el credo contrario o a los adversarios de lo propio. Aún con esa confusa situación, los reinos cristianos fueron consolidando sus propias identidades a través de instituciones y normas sociales.
Hay que tener presente que hubo batallas de unos reinos contra otros, muchos entre cristianos entre sí y otros contra los musulmanes y también entre sí. Por control del territorio y por defender una religión determinada.


El periodo histórico del Cid es un ejemplo de la enorme mezcla que había entre cristianos y musulmanes y las alianzas que había entre ellos. Y se producen batallas de cristianos contra cristianos apoyados por musulmanes, que también tenían guerras internas y se apoyaban en cristianos para vencerlas. El término Reconquista es un término que a partir del siglo XIX se llenó de connotaciones nacionalcatólicas para darle una identidad al estado-nación burgués que acababa de nacer y se llevó al extremo de ese pasado glorioso medieval donde estaba la esencia de España forjada en la lucha contra los musulmanes, sin tener en cuenta los intercambios y esas alianzas que se habían dado en la propia Edad Media. Incluso una pluma tan prestigiosa como la de José María Pemán, se derrumba ante la leyenda del Cid, la engrandece, construye, si no lo estaba ya, un personaje nacional , épico y español, de caballero medieval que hace las delicias del lector agradecido de novelas épicas de caballeros andantes, que además existió.
La Reconquista es verdad que existía, en cierta forma, en aquellos tiempos. Pero los reinos eran propiedad de las familias, y la nobleza y el clero estaban en el negocio. Las luchas entre unos reinos y otros al igual que los matrimonios por buscar alianzas eran con fines patrimoniales, para combatir a un enemigo común o para evitar una guerra o batalla determinada, luchas, fratricidios, parricidios, asesinatos y trampas de todo tipo, demuestran todo esto que no se luchaba por la unidad del país, sino por conservar lo propio.
El Cid utiliza esa noción de reconquista en algunos de sus diplomas para dar legitimación a su conquista de Valencia utilizando un lenguaje parecido al que utilizaban reyes de su tiempo. Y se habla de recuperación de territorios musulmanes para la cristiandad, de un enemigo infiel, de héroes salvadores. Pero los años y las narraciones no dejan ver la verdad de lo que fue aquello y además se topa a veces con un poco o nula información contrastable. Todo queda a merced de ideas nobles, seguramente, pero siempre con lugar para la duda. Lo de la jura de Santa Gadea, lo de la batalla después de muerto y sobre todo que se hable de él como un mercenario. Dudar de estos hecho, muchos no pueden soportarlo, porque lo tienen idealizado como paladín de la cristiandad, que no es un invento del siglo XIX. Los propagandistas del Cid ya trabajaban desde la Edad Media, otra cosa es que después se haya amplificado este mito y dotado de otras significaciones. Pero a la gente le dan urticaria ciertas cosas del personaje, como su relación con los musulmanes.
Los componentes mayoritarios de su ejército era musulmán y esto era así porque a la batalla no irían al mando de un caballero sino algunos pocos. Y no era el Cid el único en esa tesitura. Es exactamente lo mismo que hizo Hernán Cortés, que sin los indígenas no podría haber conquistado a los mexicas. Los reyes musulmanes a los que sirve Rodrigo Díaz son grandes eruditos, matemáticos y astrónomos. Usaba el astrolabio, porque que se usaba mucho en Al-Ándalus, no en los ejércitos cristianos. Y el astrolabio es un instrumento que permite moverte por la noche, que es una de las claves del éxito militar de Rodrigo Díaz, que era de los pocos militares que planteaba batallas nocturnas.


La Tizona es la espada del Cid según todas publicaciones poco informadas. La Tizona es una espada de finales del siglo XV y principios del siglo XVI. Mentiras que tienen éxito. Pero la aportación más importante del Cid a la historia castellana no fue ni sus genes ni tampoco las conquistas o batallas. Su principal herencia es su leyenda, su épica; esas medias verdades sobre las que toda nación inventa su identidad para buscarle un sentido a su navegación en el caos de la historia
E Cid pudo ver la caída por corrupción interna del Califato de Córdoba en el 1031, unos 320 años después del inicio de la invasión musulmana. Se desintegró en 33 reinos pequeños, o Taifas. El término “taifas” significa “banderías”, y algunas de las taifas más importantes fueron Almería, Murcia, Granada, Sevilla, Toledo y Zaragoza.
A finales del siglo XI la expansión del Imperio almorávide terminó con las taifas de la Península Ibérica. Pero a mediados del siglo XII se produjo una nueva fragmentación política que dio lugar a los segundos reinos de taifas. Poco después, el Imperio almohade absorbió las taifas, pero su derrota en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) determinó una nueva etapa conocida como terceros reinos de taifas, que concluyó en el mismo siglo XIII por las crecientes conquistas cristianas.
Los reinos de taifas solían pagar tributos (llamados parias) a los reyes cristianos, y de esta forma eran vasallos, por lo tanto estaban protegidos ante la invasión de otro reino. Pero en ocasiones solicitaron el auxilio de Estados islámicos poderosos (los imperios almorávide y almohade) para hacer frente al avance militar cristiano.
Al principio de la invasión, pequeños grupos de cristianos se establecieron en las zonas montañosas de Cantabria y Sur de los Pirineos, que habían quedado desocupadas por las fuerzas de Córdoba. Aquí se formaron los reinos independientes de Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y los condados pirenaicos. A pesar de las incursiones musulmanas que arrasaban regularmente sus territorios, los cristianos se expandieron gradualmente hacia el Sur, estableciéndose primero en las tierras al norte del Río Duero y después en el Valle del Río Tajo.
Este avance se detuvo temporalmente debido a las invasiones almorávides y almohades a mediados del siglo XII. Estas nuevas invasiones fueron para recuperar el territorio perdido a manos de un reino cristiano. Como dijimos el años 1212 fue crucial con la derrota de los almohades en Tolosa.
Echando cuenta vemos que fueron independientes 320 años al principio, otros 180 desde la caída del califato hasta la batalla de las Navas y el resto vemos que ya principios del siglo XIII, las fuerzas cristianas estaban presionando una vez más hacia el Sur, hacía el Río Guadiana y el Valle del Guadalquivir. A mediados de este siglo, los reinos cristianos después de haber conquistado Córdoba (1236) y Sevilla (1248), rodearon el emirato de Granada, último bastión musulmán. Ante esta nueva situación, el primer gobernante del emirato granadino, Ibn al-Ahmar, decidió convertirse en vasallo castellano en 1246, prometiendo asistencia a la corte, servicio militar y un tributo anual a cambio de la preservación de su autonomía. Granada fue un estado tributario de la Corona castellana durante los siguientes 250 años, hasta que Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón reunieron los recursos del reino para su conquista.


Desde el momento que el poder cordobés empezó a disminuir, los reyes cristianos comenzaron a enfatizar la importancia del engrandecimiento territorial como un objetivo central de la guerra.
Se consideró la guerra como instrumento para enriquecerse o elevar la posición social. Pelearon por tierras para el cultivo o por la riqueza que había en al-Andalus.
Joseph Pérez, Historia de España, Editorial Crítica, Barcelona, 2003.
David Porrinas, expertos sobre la figura del Cid, doctor en Historia especialidad Historia Medieval
Juan José Primo Jurado, historiador
 

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