martes, 3 de diciembre de 2024

LA VERDADERA HISTORIA DEL PAIS VASCO

El nombre actual de “Euskal Herria” (Vasconia o País Vasco) aparece en escritos vascos por primera vez en el siglo XVI pero es en el siglo XIX con el surgimiento del nacionalismo cuando comienza a usarse.
El 2 de abril de 1332 se firmó en Vitoria la escritura de incorporación de Álava a Castilla.


Reino de Navarra en tiempos de Sancho VII (1194-1234)
La historia de lo que hoy conforman las tres provincias vascas está directamente vinculada a Castilla y León desde hace más de siete siglos.  Incluso entre los años 1203 y 1237, los reyes Alfonso VIll de Castilla y Fernando III de León y de Castilla impulsaron la creación de cuatro localidades costeras: Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Zarauz, en el futuro fueron cruciales para la presencia marítima del reino en el Cantábrico.  Los pueblos anteriores a los romanos que ocupaban las Provincias Vascongadas actuales no eran vascos sino celtíberos, los várdulos, del Bidasoa al Deva; los caristios, del Deva al Nervión, y los autrigones, del Nervión al Asón y hacia el sur alavés. Fueron los romanos los que facilitaron la expansión vascona, desde el Pirineo occidental hacia toda la zona vascongada o vasconizada actual, agrupada entonces en el convento jurídico de Calagurris, o sea, Calahorra. Creo que muchas fantasías retrospectivas sobre el País Vasco buscan su justificación y hasta su supremacía en lo más remoto ya que no pueden encontrarlas en los datos históricos y científicos. Menos todavía si se tiene un idioma que carece de literatura. Así, a mediados del siglo XVIII, un abate vasco francés, Diharce de Bidassouet, aseguró que el euskera era la lengua del Creador, y otro abate, Perocheguy, afirmó que es el idioma anterior a la Torre de Babel, mientras que el cura de Sare, Dominique Laherjuzan, dice que el vasco prueba la divinidad del Génesis. No eran necesarias tantas fantasías. En la Península Ibérica, desde los tiempos más remotos, los pueblos primitivos anteriores a la invasión celta hablaban una lengua con una serie de dialectos que hoy en gran parte pueden ser traducidos a base del vascuence. Eran los iberos, llamados así porque habitaban en Iberia, cuyo nombre procedía del gran río Iber o Ebro. Así aparece explicado con toda clase de detalles en las obras de los más importantes lingüistas y prehistoriadores, tal como se desarrolla en la obra “Los Vascos en la Historia de España”. La demostración mejor está en la toponimia de toda la Península, cubierta de nombres vascos. Para los romanos todos los habitantes del norte de la Península eran cántabros, desde Galicia hasta Cataluña, y una de sus tribus habitaba en la Navarra pirenaica hasta Jaca, lo que llamaban el “Saltus Vasconum”, que por el sur se extendía hasta el Ebro. En contra de lo que creen algunos, esa región fue romanizada y lo prueban los puertos romanos desde Irún al Nervión y la calzada de Astorga a Burdeos, que cruzaba el País Vasco y Navarra, pasando por Roncesvalles.
Pero dejemos tan remotos aunque aleccionadores antecedentes, incluso los de la tardía cristianización de la región, así como los de la resistencia de la romanizada Vasconia a la invasión de los Bárbaros y al dominio visigodo, que volvió a encerrar a los vascones en las montañas y valles del Pirineo Navarro. Vamos al reino de Pamplona, donde por primera vez aparecen esos vascones como un pueblo histórico, uno de los núcleos clave de la Reconquista. 
Ya en el año 718 los árabes habían ocupado Navarra con muy escasa resistencia. La primera vino desde Asturias, con los reyes Alfonso II y Fruela. Fue por aquellos años, ya siglo noveno, cuando apareció Íñigo Arista (Rey de Pamplona), enfrentado a los francos y afirmando una personalidad histórica plenamente hispánica. 
Lo que es totalmente falso es que existiera en España un Ducado de Vasconia independiente, lo que fue sólo un gobierno provincial del Imperio franco, con jurisdicción únicamente en Francia y dependiente de París. Es un invento de los nacionalistas sabinianos, (Sabino Arana), como el fraile Bernardino de Estella. La verdad es que el ente histórico que hoy se llama Euzkadi, con zeta como lo escribía don Sabino, o Euskal Herría, como los que quieren extender el pequeño imperio a Navarra y a Francia, nunca tuvo entidad política independiente, ni como nación ni como Estado.


REINOS EN 1360
El cambio de milenio, año 1000, eleva al trono de Navarra a Sancho Garcés III, el gran Sancho el Mayor, que convierte a su reino en el centro político y de poder de toda la España cristiana. Ocupa por conquista o por herencia todo el norte de la Península, rey de las Españas, le llaman los códices medievales, rey en León, en Castilla, en Aragón, en su Navarra, en las provincias vasconizadas, hasta Cataluña, que le rinde tributo. Él es el padre y el creador de los reyes y de los primeros grandes reinos, Castilla y Aragón, que distribuye a sus hijos. Sancho el Mayor, (“Hispaniarum Rex”), gran rey vascón, protagonista de la Historia de España. Del reino de Pamplona surge, tras unos primeros años de expansión y la posterior merma territorial a manos de Castilla y Aragón, el Reino de Navarra que se estabilizó con dos territorios diferenciados: la Alta Navarra, al sur de los Pirineos y la Baja Navarra o Navarra Continental, al norte de la cordillera pirenaica, (actual Francia). 
Se fundan Vitoria y San Sebastián, hacia el 1200 con una labor repobladora. Pero Castilla después de un largo sitio se hizo con Guipúzcoa y Álava. El nombre de las tres provincias del País Vasco aparece por primera vez en el Cronicón de Alfonso III el Magno hacia el año 880. Vasca era Munia, la mujer de Alfonso II de Asturias.  Guipúzcoa (Lipuzcoa en los Códices) se incorpora voluntaria y definitivamente a Castilla el año 1200. Todos los reyes juraron los Fueros y juraron también no enajenar jamás dicha provincia, ni aún con la dispensa del Papa. El nombre de Álava, Araba en vascuence, es de origen árabe y ya en el siglo X figura como su señor el conde de Castilla, Fernán González, siendo gobernada la provincia por las Juntas de la Cofradía de Arriaga. 
Vizcaya, Bizcaia, en el siglo IX era un conjunto de unidades tribales, pequeños señoríos, merindades, anteiglesias las Encartaciones. Al margen de leyendas, Arigorriagas, Aitores, Jaun Zuria..., las diversas zonas de Vizcaya se fueron incorporando al naciente condado de Castilla y de modo completo a la Corona en 1379. 
Merindades, Villas, Señoríos ,Anteiglesias y otras son denominaciones de formas de administración que dependían de la Corona de Castilla. 
Bilbao fue fundada el año 1300 por Don Diego López de Haro, noble castellano, reinando Juan I de Castilla. Desde aquellos tiempos, los vascos en general fueron conocidos en la historia como los “vizcaínos”. Y los reyes, primero de Castilla y luego de la España unida por los Reyes Católicos, juraron los fueros bajo el roble de Guernica. 
En la guerra civil en Castilla por el dominio de España entre Castilla y Aragón en 1366-1367, el rey Pedro el Cruel, que había perdido el dominio de la mayor parte de Castilla. Pidió ayuda a Eduardo, príncipe de Gales, heredero de Inglaterra (llamado “el príncipe negro”) y a cambio prometió entregarle el Señorío de Vizcaya, incluyendo la villa de Castro Urdiales. 
Al principio pareció que esta alianza funcionaba. El ejército castellano-francés de Enrique fue derrotado por fuerzas inglesas en la batalla de Nájera,(abril de 1367). Pedro recuperó el trono castellano y el príncipe inglés pidió su recompensa. Pero entonces el rey Pedro le dijo que muy pronto todos los castillos y villas de Vizcaya le reconocerían como soberano pero en privado envió cartas a los caballeros de Vizcaya. La decisión quedó en manos de los linajes señoriales de Vizcaya. Si éstos hubiesen pensado que Vizcaya estaba oprimida por las armas por Castilla y no se hubiesen sentido castellanos tenían una oportunidad de oro para separarse de Castilla y de España para siempre. Pero hicieron todo lo contrario. Como indica el célebre historiador vizcaíno del siglo XIX Labayru, los caballeros vascos les dijeron claramente a los enviados ingleses que “Vizcaya nunca aceptaría como Señor a un príncipe extranjero”. El famoso cronista contemporáneo y futuro Canciller de Castilla, el alavés Pedro López de Ayala afirma en su célebre “Crónica sobre este periodo de la historia de España: “el príncipe de Gales no ovo la tierra de Vizcaya por cuanto los naturales de la tierra sabían non placía al rey fuese aquella tierra del príncipe”. Es decir, los vizcaínos optaron por la lealtad a Castilla. Quedó bien clara de nuevo la hispanidad vasca y vizcaína, quienes, junto a alaveses y guipuzcoanos llenarían las filas del ejército castellano del rey Enrique unos años más tarde en la guerra contra Navarra. Además la muerte del último señor de Vizcaya, don Tello, vasallo del rey de Castilla, propiciaría la unión definitiva entre Vizcaya y la Corona de Castilla, en 1369. 


En 1512 Fernando el católico conquista el reino de Navarra y aunque se había previsto adcribir a la Corona de Aragón, fue incorporado a Castilla, seguramente porque estaba más protegido. En el escudo todavía figura partido con los palos de Aragón.  Ni antes ni después ha existido nunca reseña emblemática ni en los escudos de los reinos, ni ya en otra época hasta el año 1978. 
Los vascos fueron siempre leales a los monarcas y Fernando e Isabel, que mostraron su preferencia por las tierras vascongadas. De allí salieron muchos de sus embajadores, grandes capitanes, almirantes, secretarios y ministros. Y lo mismo ocurrió con Carlos I y con Felipe II. Muchos de ellos, efectivamente, fueron protagonistas de grandes hechos por Europa, en el Mediterráneo y en el descubrimiento, conquista y colonización de las Españas de Ultramar, siempre al servicio de la Corona. Durante la Edad Moderna los vascos sobresalieron sobre todo por las artes náuticas, siendo famosos grandes navegantes y exploradores de la talla de Andrés de Urdaneta, Cosme Damián Churruca, Juan Sebastián Elcano, Juan de Garay, Francisco de Argañaraz y Murguía, Ignacio María de Álava, Blas de Lezo, Miguel López de Legazpi, Juan Martínez de Recalde y Antonio de Oquendo, entre otros muchos. 
Saltando de siglo en siglo, llegamos al XVIII, en el que los vascos fueron honor y gloria de España en el comercio, la navegación y la cultura. No hubo ni una sola gota de antiespañolismo y demostraron su patriotismo nacional, no reñido con su gran amor a su tierra vasca. Recordemos a los Caballeritos de Azcoitia, a la Real Sociedad Guipuzcoana de Cracas, y la Vascongada de Amigos del País. Los vascos lucharon contra la Convención Francesa, como habían combatido al lado de Castilla en favor de Felipe V y más tarde con valor y lealtad a la Corona en la Guerra de la Independencia. Todos sabemos que la mayor parte del País Vasco estuvo a favor de los carlistas. No contra España sino contra los gobiernos liberales con gotas masónicas de la época, no contra la unidad sino para “llevar al rey Don Carlos a la Corte de Madrid”. De la tergiversación política del carlismo nació el primer nacionalismo mal entendido, sectario, clericoide y excluyente. Y frente a opiniones equivocadas puede asegurarse que el carlismo fue siempre español como lo fueron los liberales vascos y más tarde, ya en el siglo XX, los socialistas. En plena guerra de 1936 a 1939, los carlistas lucharon en el bando nacional, y el gobierno del Frente Popular de la II República dio al PNV, a cambio de unirse a su bando, un Estatuto, muy inferior en atribuciones al de la actual Constitución. En aquella guerra, hace ya más de sesenta años, hubo vascos en los dos bandos. Baste recordar los Tercios de Begoña, de la Virgen Blanca, de San Ignacio... aparte de los famosos de Navarra. Y a los gudaris, en el otro bando, los que fueron a conquistar Villarreal de Álava y a defender el cinturón de hierro de Bilbao. La lista de grandes vascos, grandes españoles a lo largo de la historia y en los siglos XX y XXI, sería interminable. En estas líneas, a vuelapluma, no he hecho sino resumir en apretada síntesis algunos de los títulos del índice de mi obra “Los Vascos en la Historia de España”. He querido, como dice el profesor don Julián Marías, “combatir la ignorancia histórica que está adquiriendo proporciones inquietantes y está imponiendo la desfiguración negativa del pasado”. Y lo que es más triste, con la complicidad enfermiza con el terrorismo y la ceguera de algunas gentes “conservadoras”, hasta cientos de eclesiásticos que no quieren oír la voz del Sumo Pontífice.

 
Fuente: José Antonio Vaca de Osma. Embajador de España
“España en la Edad Media” 
 

lunes, 25 de noviembre de 2024

BATALLA DE AYACUCHO

Ayacucho, 9 de diciembre de 1824 Es considerada la última batalla y desencadena el principio del fin del Imperio Español en América.
En agosto de 1821 se consuma la Independencia de México mediante el Tratado de Córdoba. Pero tanto esta como otras independencias y luchas tuvieron un desencadenante importante.

Todo el proceso se desencadena a raíz del "Pronunciamiento de Riego". Llamamos así en realidad a un acto de desobediencia militar ante el reinado del felón Fernando VII. Un gobierno absolutista que había traicionado a su pueblo derogando la Constitución liberal de 1812. Realmente ese Pronunciamiento era la desobediencia para no realizar la “Grande Expedición de Ultramar”. Fue realizado por el teniente coronel Rafael del Riego. Detonante de la Revolución de 1820 y de la pérdida definitiva del Imperio español en América, a causa de la disolución de la mayor flota y el más grande ejército de Ultramar reunidos por España para sofocar la revolución hispanoamericana. Estaba dispuesto un ejército de 22.000 hombres entre infantería y marinos y 12 buques de guerra perfectamente armados.
El Pronunciamiento comenzó el 1 de enero Las Cabezas de San Juan, Sevilla, donde estaban acantonadas las tropas de la Gran Expedición de Ultramar.
Ya en años anteriores una expedición realizada por el general San Martín, desembarcaron en las costas del Perú, provenientes de Chile.  El ejército realista abandonó Lima y se desplazó a Cuzco y San Martín proclamó la Independencia de Perú el 28 de julio de 1821. Se estableció el primer Congreso Constituyente del país.
Pero para los emancipadores era necesario un acuerdo entre los grandes generales, Bolívar y San Martín, cosa que se intentó en la entrevista de ambos en Guayaquil, actual Ecuador. No hay testimonio fehaciente de lo hablado entre ellos, pero lo cierto es que San Martín no convenció a Bolívar de sus ideas monárquicas que tenía, buscando una persona de la casa de Borbón. Ya pocos años antes, incluso el general Manuel Belgrano en Buenos Aires era defensor del “Carlotismo”, una idea que se centraba en la posibilidad de que Carlota de Borbón, infanta hermana del rey Fernando fuera la monarca de toda la América Hispana. Pero el tema aunque tuvo muchos partidarios se fue disolviendo con los años. No obstante, a partir de 1816, como consecuencia de la restauración absolutista en Europa, reaparecieron los proyectos monárquicos en las Provincias Unidas. Incluso el
El proyecto había fracasado principalmente por la injerencia británica. Gran Bretaña no deseaba que una princesa española en un hipotético reino rioplatense anulara las ventajas comerciales que ya disfrutaba.
San Martín sabía que una República no era la solución, ya que por entonces no se trataban de países distintos, sino de virreinatos y regiones muy diferentes. Los que piensen que todo el mundo quería una república están muy equivocados, ya que hay que entender que la idea de “república” era muy nueva en el mundo: solo se conocía el caso exitoso de la Independencia Estadounidense, y este tenía aún pocos años de vida
Por lo que debido a que Bolívar realmente tenía ideas imperialistas, la  entrevista de Guayaquil fracasó y San Martín se retiró de todos sus cargos dejando a Bolívar que continuase su trabajo.

El virrey del Perú era José de la Serna, un héroe militar, de ideas liberales, pero fiel al rey. Los refuerzos esperados nunca llegaron, consiguió retrasar la independencia tres años más. A principios de 1824 las fuerzas de José de la Serna se dividieron a causa de una rebelión encabezada por el general Pedro Olañeta, que generó en batallas mermando las fuerzas, cosa que aprovechó Bolívar para llevar sus tropas a las puertas de Cuzco en el mes de octubre, dejando al mando del final de la campaña a su lugarteniente José de Sucre. En realidad el traidor de Olañeta había negociado con Bolívar y se refugió en el alto Perú dejando a De la Serna solo frente al ejército independentista.
El ejército realista comandado por de la Serna contaba con unos 8.000 hombres, unos 900 nacidos en la península y el resto nacidos en América, eran americanos que deseaban un autogobierno sin romper con la metrópoli. Bien mirado era una gran Guerra Civil, todos eran españoles. Por su parte el ejército de Sucre lo componían entre 7.000 u 8.000 hombres, todos americanos y un contingente de militares mercenarios ingleses. Dado que había familiares en ambos bandos provocó la curiosa circunstancia que muchos de ellos se abrazaran antes de entrar en combate.
Los realistas ocupaban una zona elevada pero no pudieron resistir mucho por la falta de víveres. Por lo cual ante una embestida enemiga, un flanco realista bajó atropelladamente por la colina y sin duda ahí se decidió la batalla. Los oficiales realistas contenían el ataque y hasta pasaron a la ofensiva. El Virrey se lanzó en persona y cayó herido y fue capturado. Sus hombres fueron capturados y los jinetes huyeron.
Poco después se firmó la rendición. El ejército Real del Perú renunciaba a seguir combatiendo y se le permitía el licenciamiento o el regreso a España. Los rebeldes aceptaban que puerto Callao siguiera en poder español. La batalla costó la vida a unos 2.100 hombres de los cuales 1.800 eran del ejército realista.  Al año siguiente Olañeta refugiado con sus fuerzas en el Alto Perú fue derrotado y muerto por Sucre.
Honrosa y heroica fue la defensa de la última guarnición española en el puerto del Callao. Hasta el 23 de enero de 1826 resistieron los españoles del brigadier José Ramón Rodil. Diez meses en la fortaleza Real Felipe, sabiendo que no llegarían refuerzos y hasta agotar los víveres y las municiones frente a una fuerzas muy superiores. Cuando tras la rendición se iba a fusilar a Rodil y sus supervivientes, unos 400 hombres de los 2.800 que habían integrado la plaza, Bolívar dio la orden de no ejecutarlos ya que “El heroísmo no es digno de castigo”.
Ese día se arrió la última bandera española en tierra firme americana. Del glorioso Imperio solo quedaban las islas de Cuba y Puerto Rico en América.
A su regreso a España los supervivientes de Ayacucho y Callao tuvieron que aguantar las maledicencias de algunos que pensaban en un supuesto acuerdo masónico contra el rey Fernando VII.
Los muertos en combate, las heridas del Virrey de la Serna y el heroísmo de los supervivientes del Callao son pruebas más que suficientes para acallar esa teoría de la conspiración. Más bien habría que preguntar que hicieron en la Metrópoli por ayudar a aquellos hombres que defendían la causa del rey.
El gobernador del campo de Gibraltar les preguntó con mala intención “Señores, ¿Con que aquello se perdió masónicamente?” . A lo que el brigadier Francisco de Mendizábal respondió lacónicamente “Señor, aquello se perdió como se pierden las batallas”.
El rey recompensó a de la Serna con el título de Conde de los Andes y a Rodil con el de Marqués de Rodil.  Ellos y otros generales y oficiales veteranos desempeñarían puestos de importancia en la España Liberal ya muerto Fernando VII.
 

Grabado de Denis Auguste Marie Raffet- Batalla de Ayacucho de 1824.
 

sábado, 23 de noviembre de 2024

VIDA EN UN BARCO HACIA AMÉRICA SIGLOS XVI-XVII

A partir del Descubrimiento los viajes fueron incesantes. Los barcos se armaban por lo general en Sevilla bajo condiciones estrictas.  Los marineros tenían que ser castellanos y cristianos viejos, y debían reunir ciertas características: Reputación intachable. Probados sentimientos religiosos y Autorización para embarcar. 

La tripulación para un navío por ejemplo de 100 toneladas era de 31 personas. Contra todas las mentiras que se vertieron sobre el primer viaje de Colón, 6 de cada 10 tripulantes eran profesionales. La primera vuelta al mundo de Magallanes-Elcano, llevó 265 embarcados y 125 expertos en diversas profesiones.

La tripulación estaba compuesta por un capitán, al menos tres pilotos, maestres y contramaestres, alguaciles de orden, cirujanos y barberos, despenseros, carpinteros y calafates. Marineros profesionales, grumetes, lombarderos (artillería), sobresalientes (soldados), al menos 4 clérigos, armeros, herreros, intérpretes, contables, etc. Si no se encontraba personal suficiente, se llevaban forzosos. También iban viajeros e investigadores a veces. También se llevaban animales, para el trueque, compra o venta. El agua era racionada. Cada uno cargaba su propia comida mantas, ropas, etc.  La ración diaria consistía entre otras cosas de bizcocho, o galleta, algo de carne salada, algo de vino, arroz o legumbres, vinagre, ron y un poco de aceite.  El agua se volvía verde y viscosa y la comida con exceso de salazón provocaba más sed. También se llevaban ajos, almendras, azúcar membrillo, ciruelas, harina, miel, pescado seco, tocino, etc.

Se llevaban armas, municiones, lombardas y pólvora. Instrumentos náuticos, relojes de arena, cartas, astrolabio, etc. También paños peines cascabeles, cuchillos, tijeras, espejos, ollas, calderos, leña, esteras, banderas...

La fórmula del tiempo que se empleaba para saber la distancia recorrida, era simplemente un reloj de arena que se volcaba por espacios determinados de tiempo, y multiplicar esto por la velocidad.

La vida a bordo era soportable para esos tiempos. Hoy sería impensable de todo punto. Al amanecer comenzaban las tareas. Limpiar las cubiertas, reparar e izar las velas cuando fuera necesario, remendar redes, y si había habido tempestad los trabajos aumentaban. Se bañaban en el mar en época de calma. Por las tardes estaban más relajados, se quitaban mutuamente los piojos, cantaban, pescaban. El problema alimentario no era por la insuficiencia calórica, era más por el desequilibrio nutricional. Había excepciones, en que el viaje se alargaba más de lo previsto. La comida de mediodía era la más importante y la más calórica solía estar caliente, siempre que las condiciones atmosféricas y estratégicas no lo impidieran y hubiera leña o carbón. El desayuno se comía frio y la cena se realizaba a la luz de un candil, aunque más de una noche tuvieron que comer a oscuras.

La dieta tenía dos alimentos claves: uno, el bizcocho, unas tortas duras de harina de trigo, duras, doblemente cocidas y sin levadura que duraban largo tiempo, por lo que se convirtieron en un alimento básico dentro de los buques. Ahora bien, a veces estaba tan duro que solo los más jóvenes eran capaces de hincarle el diente. Y otro, el vino cuya ración por tripulante y día, en condiciones normales, ascendía a un litro. También se repartían raciones mucho más escasas de vinagre (tres litros al mes) y de aceite de oliva (un litro al mes) solían comer carne al menos dos veces en semana y los cinco días restantes consumían habas, arroz y pescado. El queso también era un componente esencial de las dietas en los barcos por dos motivos: por su buena conservación y porque no se necesitaba cocinar. La comida era difícil de conservar por la humedad, el calor y las plagas (ratas, cucarachas y demás insectos).El bizcocho tapizado de telarañas, negro y duro, era la comida principal. Los oficiales, a veces tenían pequeños privilegios como un vino de mejor calidad, bizcocho blanco o bonito en vez de atún. Pero, cuando el viaje se alargaba y los alimentos y el agua escaseaban compartían con los demás pasajeros los rigores del hambre y la sed.  Las frutas y verduras solo se consumían los primeros días, luego su falta ocasionaba problemas de salud. La hora de la comida era además de la alimentación en sí motivo de vida en común. Los alimentos eran malísimos. Sabemos por crónicas de otros viajes posteriores que por ejemplo las galletas se pudrían, los guisos eran apestosos con carne ya rancia. No tenían especias que disfrazaran algo el sabor. También la tripulación tenía un comportamiento deplorable a la hora de comer.

Hasta 1795 no se descubrió la solución para el escorbuto, (falta de vitamina C). La solución consistía en repartir lima a los tripulantes.  Con las ropas que muchas veces estaban mojadas, acababan por producir artritis y reuma. Se propagaba el tifus por la mala comida con gusanos, que prosperaban en la mala higiene y en ropas húmedas.

Se rezaba dos veces al día, antes del desayuno y de la cena, la asistencia era obligatoria.  Todas estas situaciones eran aún peor en los buques de guerra. Donde el espacio era más reducido para cada tripulante. A esto hay que agregar que la altura bajo el bao era limitada, por lo que no se podía estar de pie.  Hoy podemos reproducir el viaje de aquellos hombres pero algunas cosas es imposible ni siquiera imaginarlas.

Plantearse ir al Nuevo Mundo era asumir una vida dura, difícil y, sobre todo, fugaz. A las inclemencias del tiempo y de la selva, aquellos hombres aguerridos tuvieron que enfrentarse a la enfermedad, los mosquitos, el hambre, la sed, las emboscadas de los indígenas y a la avaricia. Esto era igual para cualquiera.

No demasiados consiguieron llevarse algo de oro y plata. Otros decidieron quedarse allí y muchos más dejaron allí sus vidas. Los que se quedaban solían casarse (por la iglesia lógicamente), con la india, creando así una nueva raza.

 

 

miércoles, 20 de noviembre de 2024

CAPTURA DEL STANHOPE - 1710

Blas de Lezo, el almirante “Medio Hombre” , debido a la pérdida de una pierna a los 17 años en el combate naval de Vélez (Málaga), un ojo tres años después en Tolón y el brazo derecho en otro de los muchos combates navales que había librado a lo largo de su vida.

Destinado en el puerto de Rochefort con labores de guardacostas, el almirante participó en la lucha contra varios navíos enemigos y fue ascendido a capitán por su valía y coraje. Fue ascendido a Teniente de Guardacostas en 1707, y tres años después realizó una gran gesta rindiendo en 1710 a una decena de barcos enemigos, el menor de los cuales disponía de 20 piezas de artillería. Era su forma de actuar, sin arredrarse. Conocedor de sí mismo, de sus posibilidades y limitaciones, leía los secretos del mar casi a ciegas.

Caía la tarde en el mar océano y pudo ver al “Stanhope” que era un enorme navío inglés de la Compañía de las Indias repleto hasta los topes de riquezas expoliadas: sedas, especias y exóticos perfumes, un enorme buque de 1.700 toneladas.

En medio del Atlántico profundo, de Lezo, este intrépido e incalificable marino, apoyado literalmente en su pierna de roble, llevaba el mando de la fragata francesa “Valeur” (en aquella época existía el intercambio entre las escuelas de oficiales de ambos países).

Poco después interceptó al Stanhope, un barco de 70 cañones mandado por John Combs, triplicaba en fuerzas al vasco pero sabía que era una persecución a vida o muerte e intuía que no iba a salir bien parado por la demostración de pericia de los marinos que llevaban aquella pequeña nave. Muchos guipuzcoanos navegaban a las órdenes del “medio hombre” y en la cubierta, ante el inminente zafarrancho, se mezclaban las plegarias en euskera, castellano y francés implorando al sumo hacedor la victoria sobre los malvados herejes. La experimentada tripulación a las órdenes de Lezo funcionaba como un reloj suizo. Con hábiles maniobras evasivas obligaban al gran navío a disparar permanentemente en ángulo muerto. De Lezo sostuvo un cañoneo económico pero letal contra aquel monstruo, mientras maniobraba velozmente con su pequeña fragata en busca del temido abordaje del cual los isleños huían como de la peste.


BLAS DE LEZO 
Cuando ya estaban las dos amuras solapadas, ordenó el lanzamiento de los garfios. Desde las cofias de la embarcación capitaneada por Lezo, se comenzó a arrojar granadas sobre la cubierta del barco inglés a un ritmo infernal. Esta maniobra era indispensable para preparar el abordaje, dejar la cubierta expedita y enfrentarse al menor número de enemigos posible en el momento del asalto final. La metralla barredora, arrojada desde esas alturas hacía estragos. Los ingleses lo fiaban todo a su mejor artillería por la distancia de alcance y el mimo de la pólvora siempre conservada en sal para evitar humedades al tiempo que evitaban el temido cuerpo a cuerpo con los infantes de marina españoles.

Entonces, sucedió el lanzamiento de los garfios: ”Cuando los ingleses vieron aquello, entraron en pánico” La maniobra de abordaje española era muy temida, particularmente por los ingleses, que confiaban en su superior artillería. En el momento del asalto, la tripulación de cubierta del navío inglés había sido literalmente diezmada y las escotillas de popa y proa bloqueadas por una enorme cantidad de madera astillada mientras pequeños focos de fuego invadían la cubierta. Para colmo de males, durante la persecución, la nave de Lezo, la Valeur, había creado un impacto directo en la base del palo de mesana y este había caído en toda su extensión por la amura de babor, actuando como un potente freno. Escorada la nave inglesa sin remisión estaba vendida ante las rapidísimas bordadas de la fragata francesa dirigida por aquel hombre que de joven, sentado en la bocana del puerto de Pasajes, soñaba con embarcarse hacia el mundo de sus sueños algún día. En ese momento Combs sitió el pánico. Las ágiles maniobras de Blas de Lezo, además de desconcertantes pues no seguían un patrón de rumbo previsible, los atormentaba con ingentes cantidades de metralla. La evidencia de que aquello se convertiría en una masacre, hizo reflexionar al capitán inglés. Finalmente, con toda la oficialidad fue entregando uno a uno los sables cogidos por la hoja en un breve acto cortés. La bandera de la Unión Jack arriada convenientemente y doblada con cuidado por los infantes de marina españoles, sería entregada al hombre más curtido de la historia de la marina española.

De este modo, con una tripulación muy inferior en número, Blas de Lezo logró apresar al Stanhope, un buque de la India Company, no sin sufrir heridas (¡como siempre!), siendo ascendido a Capitán de Fragata.

"No hay patria sin compatriotas a los que admirar. La patria no es un territorio ni una fecha, es el ideario donde habitan hombres como Blas de Lezo. El sacrificio, esfuerzo y humildad convirtieron al marino en uno de nuestros mejores hombres".


COLÓN LLEGA A AMÉRICA -3-

El viernes 3 de agosto de 1492 estaban listos para zarpar. Para Colón era un día glorioso, al fin podría demostrar su sueño. Solo eran tres ...