Málaga, 6 marzo 1892 – Nueva York, 25 noviembre 1987.
En Madrid vivió en la Residencia de Señoritas fundada por la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en 1915, y vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. Por aquel entonces, dirigía la Residencia la pedagoga María de Maeztu. Precisamente, Victoria se costeaba sus estudios, además de con clases particulares, enseñando en el Instituto-Escuela de Enseñanza Secundaria que desde 1918 dirigía también la propia Maeztu.
En Madrid vivió en la Residencia de Señoritas fundada por la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en 1915, y vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. Por aquel entonces, dirigía la Residencia la pedagoga María de Maeztu. Precisamente, Victoria se costeaba sus estudios, además de con clases particulares, enseñando en el Instituto-Escuela de Enseñanza Secundaria que desde 1918 dirigía también la propia Maeztu.
En Madrid, donde gozaba de una mayor libertad, se afilió a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, a la que también pertenecía Clara Campoamor, y al Lyceum Club del que fue vicepresidenta.
En 1924 obtuvo el doctorado con una tesis sobre la reforma de las prisiones, y solicitó su ingreso en el Colegio de Abogados de Madrid, siendo la primera mujer que entró a formar parte de dicho Colegio en 1925.
También, tras proclamarse la República, ingresaría en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
en 1930 su nombre saltó a la prensa nacional e internacional al convertirse en la primera mujer que actuó como abogada en un Tribunal Militar. Su defendido ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina, el dirigente republicano Álvaro de Albornoz, había sido procesado y detenido por el delito de “sublevación para la rebelión militar” por haber participado en los preparativos para un levantamiento contra la Monarquía de Alfonso XIII. El Consejo de Guerra del 20 de marzo de 1931 tuvo mucho eco en la prensa de la época y la brillante actuación de Victoria Kent al obtener la absolución de su defendido (“el maestro que le había contagiado el fervor de la justicia”) le otorgó una gran popularidad y prestigio.
Ese mismo año, su confesada “vocación política combativa” la llevó a unirse al Partido Republicano Radical Socialista, fundado en 1929 y liderado por el propio Álvaro de Albornoz y por Marcelino Domingo, que se convertiría —tras las primeras elecciones generales de la República— en el tercer grupo parlamentario, aunque más adelante se fusionaría con Acción Republicana dando lugar a Izquierda Republicana.
Victoria Kent obtuvo el acta de diputada por Madrid en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931 e intervino activamente en las deliberaciones sobre el proyecto de Constitución de la República.
Era una de las tres únicas mujeres diputadas junto a Margarita Nelken y Clara Campoamor, y con la excepción de los temas relacionados con la igualdad de sexos y con el voto femenino, su actuación parlamentaria no fue especialmente relevante.
No obstante, es muy conocida su participación en el debate sobre el derecho al voto de las mujeres porque —a pesar de sus ideas feministas y progresistas (como revela su defensa del divorcio)— no se mostró partidaria de introducir en la futura Constitución republicana el derecho al voto para la mujer, porque estaba convencida de que la falta de instrucción y preparación social y política de las mujeres españolas de la época beneficiaría a la derecha católica y perjudicaría a la República. No confiaba en la capacidad de las mujeres y pensaba, en definitiva, que el voto de la mujer sería un “voto dado por el confesor” y, por tanto, peligroso para la República. De ahí que se mostrara partidaria de que se aplazara el reconocimiento del sufragio femenino, aunque ello supusiera renunciar a sus ideales por una cuestión de oportunidad o pragmatismo político.
En 1931, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, un liberal, le otorgó el cargo de la Dirección General de Prisiones, que dependía del Ministerio de Justicia, a cuya cabeza se encontraba entonces Fernando de los Ríos, el ilustre profesor e histórico dirigente socialista, a quien ella admiraba por su lucha por el cambio social. Como ella misma confesó, ningún otro cargo podría haberle complacido más.
Niceto Alcalá-Zamora
En esta Dirección, aunque estuvo sólo catorce meses, llevó a
cabo una intensa labor que, aparte de darle una gran popularidad. Siguiendo la
tradición de su admirada Concepción Arenal, nombrada visitadora de cárceles en
el siglo XIX, Kent creía firmemente en la necesidad de humanizar las cárceles.
Su objetivo consistía en “corregir al delincuente con el propósito de
devolverle a la sociedad como un hombre útil”.Sin embargo, la situación de las prisiones españolas de la época estaba muy lejos de estos ideales.. Porque dentro del duro mundo de las prisiones, la situación de las mujeres presas era todavía peor que la de los hombres.
Por todo ello, el Instituto puso en marcha la preparación de un personal civil femenino que sustituyera a las monjas de las órdenes religiosas que hasta entonces trabajaban en las cárceles de mujeres con más buena voluntad (en el mejor de los casos) que conocimientos penitenciarios.
Tras la deliberación de las medidas en el Consejo de Ministros que presidía Manuel Azaña ella comprendió que no contaría con su apoyo ni con el del resto del Gobierno, por lo que decidió dimitir.
Una vez aceptada su dimisión, dio conferencias y mítines por diversas ciudades españolas y se volcó en la actividad parlamentaria y en la promoción de la unidad de todos los republicanos progresistas que culminó con la creación de la Federación de Izquierda Republicana en 1934 cuyo Comité Político dirigiría la propia Kent.
En las siguientes elecciones generales de 1933 no salió elegida diputada. Precisamente, en 1934, presidió la Sección Jurídica del Comité Nacional pro- Thälman, dirigente comunista alemán encarcelado por los nazis y que moriría en Buchenwald.
En las elecciones de febrero de 1936 consiguió de nuevo un acta de diputada por la provincia de Jaén, pero el estallido en julio de ese mismo año de la Guerra Civil dio un nuevo rumbo a su trayectoria política.
En junio de 1937 el Gobierno de la República la nombró secretaria de la embajada de España en París para el cuidado de las evacuaciones de refugiados, especialmente los niños, a medida que caían los frentes republicanos.
Entre sus tareas estaba la de buscarles asilo en Francia.
Al finalizar la guerra, permaneció como exiliada en París colaborando en la salida de refugiados españoles hacia América, pero al no poder huir ella misma debido a que las compañías de navegación francesas habían suspendido sus viajes a México, tuvo que vivir oculta bajo el nombre de Madame Duval durante la ocupación alemana, tratando de evitar que la Gestapo la encontrara y entregara a las autoridades franquistas, que habían advertido a las autoridades de Vichy (Victoria Kent había pertenecido, además, a la organización “Mujeres Antifascistas” junto con otras destacadas republicanas, socialistas y comunistas, como la misma Dolores Ibárruri). De este modo, entre 1940 y 1944, pasó la época más difícil de su vida, viviendo solitaria y encerrada, primero en la embajada de México en París durante casi un año, y luego en un apartamento del Bois de Boulogne gracias a la protección de su amiga Adèle Blonay, dirigente de la Cruz Roja. Estos cuatro años de su vida son los que relata su álter ego masculino, Plácido, en su libro Cuatro años en París, publicado por primera vez en 1947 y cuya reedición presentaría años más tarde, en 1978, en su última visita a su país natal.
Después de la liberación de la capital francesa, de haber recibido la Cruz de Lorena que otorgaban las mujeres de la Resistencia, de haber creado la Unión de Intelectuales Españoles con un grupo de exiliados (entre ellos, su amigo malagueño Picasso) y haber trabajado en una editorial durante la posguerra, marchó a vivir a México donde, además de dar conferencias en la Academia Mexicana de Ciencias Penales, dio clases de Derecho Penal y charlas en la Universidad de la capital, y fundó la Escuela de Capacitación para el Personal de Prisiones, de la que fue directora dos años. Además, continuó teniendo contacto con exiliados españoles. También en Argentina colaboró con su antiguo profesor Jiménez de Asúa.
Sin embargo, en 1950, se trasladó a Nueva York a petición de la Organización de las Naciones Unidas, que le ofreció trabajar en la Sección de Asuntos Sociales. Desempeñó el cargo hasta 1952, año en que dimitió por parecerle el trabajo excesivamente burocrático y con poco espacio para su propia iniciativa.
En 1953, en la misma ciudad, con sus propios ahorros y gracias a la ayuda que le prestaron algunos amigos fundó y dirigió la revista mensual Ibérica, órgano del exilio español en Nueva York y expresión de los valores republicanos, en cuyo primer número, aparecido en enero de 1954, colaboró Salvador de Madariaga —que sería también su presidente de honor— y que dejaría de publicarse veinte años después ante las expectativas de la muerte del dictador. La revista se editó primero en español y en inglés, y desde 1966 sólo en español.
Por eso, la revista publicaba las noticias llegadas desde España con el fin de informar de la situación real bajo la dictadura de Franco.
El 11 de octubre de 1977, Victoria Kent, tras largos años de exilio, regresó a España para una estancia breve acompañada de su amiga Louis Crane, en cuya residencia de Manhattan vivía ya desde hacía mucho tiempo.
A su llegada a la capital de España criticó que se silenciara la voz del republicanismo. Asimismo, hizo un llamamiento a la concordia y pidió la amnistía total y el restablecimiento de las autonomías. Mantuvo su residencia en Nueva York, ciudad en la que falleció el 25 de septiembre de 1987. Un año antes había recibido la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort del Ministerio de Justicia como reconocimiento a su
labor, aunque ya no pudo acudir a recogerla.