viernes, 2 de mayo de 2025

LEVANTAMIENTO DEL 2 DE MAYO (Y 2)

Napoleón lo calculó mal, ya que no contó con que los españoles eran un pueblo orgulloso y patriótico, con una larga y rica historia y tradiciones, y poseían cierto desprecio por las costumbres extranjeras. Además, los españoles también eran católicos profundamente devotos: las políticas de descristianización aplicadas durante la Revolución francesa convencieron a los españoles de que los franceses eran unos herejes impíos. La población española ya estaba enfurecida por la ocupación francesa, pero la gota que colmó el vaso fue la noticia de que su rey había sido arrestado.
Jean-Baptiste Grivel, militar francés nos cuenta que en su ruta a Madrid, a finales de abril de 1808 se encontró una primera visión del pueblo español que para el francés fue lo que le hizo sospechar que las cosas podrían torcerse y complicarse. Ningún acto de violencia se había producido por el pueblo y ejército en todo el país aún, pero sabían que el lugarteniente de Napoleón en Madrid, el general Murat, no había reconocido a Fernando como rey, no consideraba la abdicación de Carlos IV nada más que como una rebelión y una actitud forzada. Al llegar a Madrid vio que la ciudad estaba realmente tomada por las tropas francesas. La verdad es que era una ciudad triste, vacía. Y las noticia iban llegando.

Secuestro del infante Francisco de Paula 
El 29 de abril de 1808, el lugarteniente de Napoleón en Madrid, Murat, recibe la orden de enviar a los restantes miembros de la familia Borbón a Bayona, Carlos IV, Fernando VII y el valido Godoy ya estaban allí. Napoleón se había hecho con los mandos completamente. 
Pero en Madrid, el infante don Francisco de Paula se negaba a salir de España, tenía 12 años, y más cabeza que toda su familia.
Tres días después, en la noche del 1 al 2 de mayo de 1808, probos ciudadanos españoles reunidos en el concejo de la villa de Móstoles en la Ermita de Nuestra Señora de los Santos para renovar los cargos municipales, Simón Hernández Orgaz, de sesenta y cuatro años, fue elegido alcalde de la villa por el Estado General. Por su parte, Andrés Torrejón, de setenta y dos años —en calidad de depósito, esto es, con carácter interino— alcalde ordinario de Móstoles por el Estado Noble.
Al día siguiente Juan Villamil se encontraba en su casa de Móstoles y recibió la comunicación de que el pueblo en Madrid se había revelado cuando las tropas francesas sacaban del Palacio Real al infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia. El infante se negaba a salir de España, tenía 12 años, y más cabeza que toda su familia.

La Carga de los Mamelucos - Francisco de Goya 
El pueblo madrileño se alzó en armas, es un decir, ya que apenas si tenían. El ejército español tenía orden de su rey de amistad con los franceses, por lo que además de estar en clara diferencia numérica era una desobediencia militar al rey. Pero el pueblo recibió la ayuda de algunos destacamentos del ejército y los capitanes del parque de artillería Daoíz y Velarde, que proveyeron de armas y ante los hechos, fueron atacados por los franceses muriendo en la refriega.
El mismo 2 de mayo por la tarde, en la villa de Móstoles, ante las noticias horribles traídas por los fugitivos de la represión en la capital, Juan Villamil, jurista, redactó un oficio que fue firmado por el alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón y Simón Hernández, y que sería distribuido por todo el país. Se trataba de una declaración de guerra a Napoleón. Un pueblo, que no un gobierno, el alcalde de un pueblo que prácticamente sin armas, le declaran la guerra al Emperador europeo, al mejor ejército del mundo en aquellos años. Encendida estaba la llama de la lucha por la libertad del sometimiento. La reacción del pueblo español representó lo mismo que había representado la Revolución Francesa unos años antes.

Juan Pérez de Villamil 
Los alcaldes de Móstoles fueron los primeros en declarar abiertamente la guerra contra los franceses y su disconformidad ante la invasión extranjera. Firmaron un bando en el que proclamaban la alerta de la situación que se estaba viviendo en Madrid y de la consecuente toma de la ciudad por parte de las tropas napoleónicas. El objetivo principal era hacer un llamamiento de auxilio de la capital al resto de pueblos, principalmente aquellos que unían Madrid con Badajoz, así como dar a conocer la situación que allí se estaba viviendo.
A esta iniciativa se unió el alcalde mayor de Navalcarnero que remitió un oficio complementario al bando. Invitaba a la movilización de las autoridades civiles y militares de las poblaciones situadas igualmente en torno al camino real que conducía a Extremadura. El rápido envío de la información sobre la situación que se estaba viviendo en la capital, permitió que las noticias llegasen en poco tiempo tanto a Extremadura como a Andalucía que rápidamente se unieron a los levantamientos.
Los hechos sucedieron de esta forma: A la madrugada del día 2 de mayo el pueblo veía como se llevaban a la reina María Luisa con los dos infantes. Alguien dio el aviso voz en grito y “mueras” a los franceses y se fue creando una multitud, que llevaron a las armas para evitar que se llevaran a los infantes. Apareció entonces el infante don Francisco de Paula, emocionado por el acto del pueblo, solo tenía doce años. Su aparición provocó un estallido de entusiasmo en la gente. El alboroto hizo llegar a los franceses que dispararon contra la muchedumbre. Lo que causó que se extendiera la rebelión. Se trató de un acto espontáneo, carente de preparación y medios. Murat, el francés, disponía de 50 mil hombres armados. Los militares españoles no eran más de 5 mil y estaban a las afueras, no obstante fueron avisados. Se acuartelaron pero el pueblo no se retiró, hasta soltaron a los presos que pidieron sumarse a la lucha. Armados con palos, agujas, barras de hierro, cuchillos y poco más. Cargaron contra un destacamento francés y le robaron el cañón. En fin, que los españoles hicieron lo que pudieron frente a un ejército profesional. Al final fueron conducidos a una emboscada donde los “mamelucos”, soldados musulmanes del ejército francés, se despacharon a gusto con sus cimitarras. Se dice que el Goya pudo ver desde una ventana la matanza. Al día siguiente comenzó una represión cruel. 

Los fusilamientos del 3 de mayo - Francisco de Goya 
Los franceses, no conformes con haber aplacado el levantamiento, se plantearon tres objetivos: controlar la administración y el ejército español, aplicar un riguroso castigo a los rebeldes para escarmiento de todos los españoles y afirmar que ellos gobernarían España. Reprimida la protesta por las fuerzas napoleónicas presentes en la ciudad, se extendió por todo el país una ola de proclamas de indignación y llamamientos públicos a la insurrección armada que desembocaría en la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) que sí fue un enfrentamiento militar entre España y el Primer Imperio Francés, provocado por la pretensión de Napoleón de instalar en el trono español a su hermano José.
Todas las exigencias y abusos producidos por el ejército extranjero en contra de la población española, y concretamente de Madrid, llegaría a oídos de los militares que se encontraban establecidos en la Academia de Ingenieros y el Regimiento de Zapadores y Minadores del cuartel de Alcalá de Henares.
En un principio, los militares allí ubicados se habían resignado, y aunque no estaban conformes con la situación, principalmente con el nombramiento de José I rey, no les quedaba más remedio que subordinarse al gobierno establecido.

Manuela Malasaña y su padre

Pero el día 23 de mayo, los hechos se agravaron, por lo que los oficiales, temiendo que les obligasen a jurar lealtad al nuevo monarca, decidieron pasar a la acción. Fueron las compañías del Regimiento Real de Zapadores Minadores de la localidad de Alcalá de Henares los que dieron el primer paso convirtiéndose en ejemplo para el resto de compañías.
La fuga comenzó a formarse de la mano de algunos profesores de Ingenieros, en la medianoche del 24 de mayo, la columna compuesta finalmente por unos 700 hombres aproximadamente, en correcta formación, con la bandera desplegada y a tambor batiente, salía de Alcalá de Henares en dirección Cuenca-Valencia-Cataluña.
El plan inicial era llegar hasta Cuenca, donde había tenido éxito el levantamiento producido a principios de mes. De manera que optaron por marchar a la ciudad, invitarles a que se unieran y continuar camino hacia otras ciudades. En la ciudad de Cuenca, las autoridades no estaban lo suficientemente convencidas de la acción que estaba llevando a cabo el Regimiento llegado desde Alcalá, por lo que los militares decidieron continuar su camino hacia Valencia sin esperar a nadie. Entraron en la ciudad de Valencia el 7 de junio de 1808, donde fueron recibidos con vítores, tras lo cual el Regimiento decidió seguir respaldando las numerosas contiendas que se estaban desarrollando en esos momentos en otros puntos de España.

Monumento en Madrid a Daoiz y Velarde 
Mientras tanto, entre el 20 y el 27 de mayo, los gobernadores profranceses de Badajoz, Cartagena y Cádiz fueron asesinados y surgieron tres juntas provinciales que empezaron a formar ejércitos de patriotas españoles. La junta de Sevilla le pidió ayuda a Gran Bretaña, lo que llevó a los británicos a enviar un ejército expedicionario a la península al mando de sir Arthur Wellesley, el futuro duque de Wellington. A pesar de las fuerzas que se estaban reuniendo contra él, Napoleón no estaba preocupado. "Si pensara que me iba a costar 80.000 hombres, no la llevaría a cabo, esta guerra" dijo Napoleón con arrogancia, "pero no me costará más de 12.000".
Se sucedieron levantamientos en muchas ciudades, siguiendo el ejemplo de Madrid, que culminarían con la formación de varias juntas. Pero fueron movimientos populares sin apenas planteamiento previo, igual que había pasado en Madrid, y  fueron revueltas rápidamente sofocadas. 
Francisco de Goya retrató magistralmente con sus pinceles dos escenas de la gloriosa jornada: la carga de los mercenarios egipcios que servían a sueldo en el ejército francés, los llamados mamelucos, en la Puerta del Sol, así como los fusilamientos de la Moncloa aquella misma noche, a la luz de los faroles.
Así se comenzó la Guerra de la Independencia.

jueves, 1 de mayo de 2025

INVASIÓN NAPOLEONICA EN ESPAÑA (Primera parte)

Napoleón se había proclamado emperador en 1804.
Tenemos en la memoria de España que perdimos la batalla naval de Trafalgar  en 1805, cuando en realidad la perdió Francia, porque el que estaba al mando era el vicealmirante francés Pierre Villeneuve, impuesto así por Napoleón. España sufrió a partir de entonces que Inglaterra controlara a través de Gibraltar por sus buques, ocasionando un estancamiento en el comercio español por mar.
En 1807 Napoleón ordenó un bloqueo a Inglaterra y ésta se alió con Portugal. El francés maduró el plan. Hacer de España otro reinado satélite como los que ya tenía en Holanda y Alemania.

Se firmó el Tratado de Fontainebleau el 27 de octubre de 1807 en el que previsiblemente se repartirían Portugal. Para ello era necesario ocupar militarmente el territorio español. Napoleón contaba con el rechazo que el pueblo tenía por sus gobernantes e incluso contaba con el beneplácito de los liberales españoles. Por lo tanto, llegó la ocupación militar de España. A comienzos de 1808 llega a Madrid un ejército francés a las órdenes de J. Murat. Barcelona, Pamplona y San Sebastián ya acogían fuerzas francesas. Godoy no se fiaba un carajo y aconsejó al rey marchar al sur de la península o a  América. En marzo de 1808, temiéndose lo peor, la familia real se retiró a Aranjuez para, en caso de necesidad, seguir hacia Sevilla y embarcarse para América, como ya había hecho Juan VI de Portugal. Godoy recomendó romper la alianza con Napoleón y preparó la marcha de la familia real y de la corte a Andalucía.
Voy a pasar de narrar la “Conspiración del El Escorial y también “El Motín de Aranjuez”, ambas acciones propias de un traidor como el príncipe Fernando que deseaba el trono de su padre. Los acontecimientos de Aranjuez fueron el principio de la agonía de un pueblo manipulado, pero Fernando consiguió la renuncia de Godoy, la abdicación forzada del Rey y el acceso legitimado por la voluntad del pueblo. Comienza a reinar Fernando VII el 19 de marzo de 1808, apresando al ministro Godoy.

Fernando VII 
Querido amigo lector imagínate que en aquel momento tú, una persona de cultura convencido Napoleón traería las luces, la ilustración y el progreso que recorrían Europa. Y crees que por fin a llegado la Francia napoleónica, hija de la Revolución de 1789 y que eso era el foco de luz adecuado; el faro que podía animar a los españoles de buen criterio a sacudirse el polvo miserable en el que vivían rebozados y hacer de éste un país moderno y con futuro: libros, ciencia, deberes ciudadanos, responsabilidad intelectual, espíritu crítico, libre debate de ideas y otros etcéteras. Pues hubieras recibido con alborozo la noticia de que España y Francia son aliadas y que en adelante van a caminar de la mano, y comprende que ahí se abre una puerta estupenda por la que tu patria, convertida en nación solidaria, va a respirar un aire diferente al de las sacristías y calabozos. Y todas tus ilusiones se van al carajo cuando ves que los ejércitos franceses, nuestros aliados, entran en España con la chulería de quienes son los amos de Europa.
Pocos días después Napoleón manda llamar a toda la familia a Bayona. Y a partir de aquí la historia es apasionante y desgraciada para España por la vergonzosa y cobarde actitud de los personajes ante el enano francés.
Antes de partir, Carlos había pedido a Murat, el lugarteniente de Napoleón, que liberase a Godoy. No sin dificultades éste lo consiguió y lo envió también a Bayona, donde se encontraron todos. Carlos IV había mandado hacía semanas una carta a Napoleón indicando que había abdicado en su hijo obligado por las circunstancias, pero que en realidad no lo reconocía como rey, y que por tanto esperaba su apoyo.
Fernando VII al marchar de Madrid también había dispuesto que las instituciones cooperaran con las autoridades francesas y había dejado una Junta Suprema de Gobierno. Órgano de regencia para dirigir los asuntos del reino en su ausencia, y nombró al incompetente de su tío el infante Antonio Pascual como presidente. Este permaneció en el cargo y en Madrid, unos días y se despidió a la francesa, es decir, dejando una carta.
Fernando VII abandonó Madrid el 10 de abril de 1808 para ir al encuentro del emperador que lo reclamaba. Llegó hasta Burgos entre vítores de las poblaciones. Allí no estaba Napoleón como le habían dicho. Esta vez le anunciaron que le esperaba en Vitoria. Tampoco estaba allí, ni siquiera había cruzado la frontera. Indignado y con el consejo de sus asesores, permaneció en territorio español. El general francés que acompañaba al rey, viendo que se le podía escapar su presa, se dirigió a galope a Bayona donde encontró al emperador. Éste ordenó que arrestara a Fernando si fuera necesario. No hizo falta pues en Vitoria, Fernando supo que su hermana, su padre, su madre y Godoy se dirigían a Bayona al encuentro con Napoleón, para conseguir su apoyo, cosa que no le favorecía. Pese a los consejos del marqués de Urquijo, Fernando marchó a Bayona para defender sus intereses frente a su padre y conseguir el apoyo de Napoleón. Fernando iba yendo solito a la jaula que le tendía Napoleón. Para empezar, al entrar en suelo francés no fue recibido por comisión alguna, ni escolta siquiera. Pero al llegar al castillo de Marracq, Napoleón lo recibió con halagos. Pero no lo trató como rey.
Al día siguiente el emperador puso las cartas boca arriba y le dijo a la familia que la Providencia le había indicado que debía hacerse con Inglaterra, y crear un gran imperio más grande aún, y para ello había tenido en cuenta, dado que en el pasado España había combatido contra Francia (la guerra por el Rosellón), no podría dejar el reino español en manos de un Borbón.
Napoleón aseguró que no entregaría la corona, ni a Carlos IV ni a Fernando VII. Pero que elegiría a un miembro de su propia familia y además ofrecería  unas comodidades a los Borbones, de acuerdo con sus rangos.
Con la propuesta de Napoleón, prácticamente una orden, Carlos IV la pensó y no lo vio mal, le aseguraba una vejez tranquila y de paso tomaba venganza contra su hijo por lo de Aranjuez. En todo esto Godoy le apoyaba.
La Junta Suprema de Gobierno en Madrid, aceptó la petición de enviar a Bayona una comisión para formar una Asamblea de Notables españoles. Fueron elegidos 150 individuos del clero, la nobleza, las ciudades, instituciones militares y económicas, y las universidades. Sólo acudieron a Bayona 65. Se ventilaba la abdicación de Carlos dándole formalidad.
Por lo pronto los Borbones permanecieron, prisioneros de hecho, en suelo francés.

Joaquín Murat 
En Madrid, el lugarteniente de Napoleón, Murat, hacía ostentación de sus fuerzas, lo cual causaba animadversión en el pueblo madrileño. Se sabía que Napoleón tenía medio secuestrados a Carlos IV y Fernando VII. Y eso era un mal presagio. Además las tropas napoleónicas se comportaban con chulería propia de un invasor. Ni la corte ni el ejército pensaban en la resistencia frente al francés en aquél momento. Nadie iba a suponer que Fernando VII, después de proclamarse rey en el motín de Aranjuez, con el apoyo popular, iba a ser el mayor traidor que hubo en España. Solo estaba interesado en lamerle las botas a Napoleón. Deseaba ser nombrado rey por Napoleón y emparentar con él. Pero estas no eran las ideas del emperador. Quería desterrar definitivamente a los Borbones.
Mientras tanto, el 25 de abril la Junta en Madrid recibe un decreto y se daba la paradoja de que existía un reino sin rey, con lo cual Murat ostentaba el grado de Lugarteniente del emperador hasta el nombramiento de un nuevo rey.
Como sabemos, el 29 de abril de 1808, Murat recibe la orden de enviar a los restantes miembros de la familia Borbón a Bayona. Pero el infante don Francisco de Paula se negaba a salir de España, tenía 12 años, y más cabeza que toda su familia. Tres días después, en la noche del 1 al 2 de mayo de 1808, el letrado Juan Villamil es nombrado miembro de una nueva Junta Suprema de Gobierno (clandestina), para reemplazar a la que ya los franceses dominaban.
 
 

GENOCIDIO EN AMÉRICA

Es uno de los puntales de la Leyenda Negra que vertieron los enemigos del Imperio español para menoscabar su prestigio.  La catástrofe demográfica que sufrió el continente americano desde 1492, el año de la llegada de Colón, es un hecho irrefutable. La disminución demográfica fue dramática: el 95 % de la población total de América murió en los primeros 130 años después de la llegada de Colón.

La sangría demográfica hay que buscarla en dos factores: el traumatismo de la conquista (las bajas causadas por la guerra, el desplome de las actividades económicas y los grandes desplazamientos poblaciones) y las enfermedades. Los habitantes de América habían permanecido aislados del resto del mundo. Cuando las enfermedades traídas desde Europa, que habían evolucionado durante miles de años de Humanidad, entraron en contacto con el Nuevo Mundo causaron miles de muertes ante la fragilidad biológica de sus pobladores. Un sencillo catarro nasal resultaba mortal para muchos indígenas. Una epidemia de viruela que se desató en Santo Domingo entre 1518 y 1519 acabó con prácticamente toda la población local. Esta misma epidemia fue introducida por los hombres de Hernán Cortés en México y, tras arrasar Guatemala, diezmó a la mitad de la población. La llegada de Francisco Pizarro a Perú fue el golpe final a un imperio que se encontraba colapsado por las enfermedades. La epidemia de viruela fue seguida por el sarampión (1530-31), el tifus en 1546, y la gripe en 1558. La difteria, las paperas, la sífilis y la peste neumónica también golpearon fuerte en la población. "Los españoles han causado una muerte miserable a 20 millones de personas", escribió en su texto "Apología" el holandés Guillermo de Orange, esforzado padre de la propaganda negativa del Imperio español. 
Han pasado muchos siglos de aquello, y los historiadores e hispanistas han escrito desde entonces sobre el tema, y la mayoría coindicen en que es un error llamarlo genocidio. Entonces ¿Por qué hoy se sigue teniendo esa percepción? Aquí aparecen dos asuntos, el primero es la ignorancia de los españoles y sus instituciones para conocer y divulgar lo que realmente sucedió durante y después de la conquista.
La Real Academia de la Lengua define genocidio como «exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad»
Nunca hubo una idea de exterminar a aquellas poblaciones. Muy al contrario, la primera orden era evangelizar. Pensemos que la religión era lo más importante en aquellas épocas y para los RR CC saber que existían multitud de personas con unas religiones muchas veces con sacrificios humanos era impensable para ellos abandonarlos espiritualmente. Pero eso lo supieron a la vuelta del primer viaje de Coló, cuando se presentó ante ellos con unos pocos indios y con la idea de esclavizarlos.
La negativa fue rotunda. Serían vasallos de la Corona de Castilla y solamente en caso de ser enemigos en lucha y vencidos podrían ser esclavizados, como era costumbre en la Edad Media. Si un indígena era evangelizado no podría ser esclavizado y era súbdito de la corona al igual que cualquiera.
Sabiendo que no habían llegado a Japón ni a la India el objetivo era la explotación del territorio y ahí es donde el indígena era fundamental. A la vez de conseguir zonas para la explotación, durante casi todo el siglo XVI se exploró a lo largo y ancho del continente con desigual fortuna, y a veces se conseguía la dominación por acuerdos de paz y otras luchando.
“Muchos fallecieron en las guerras y otros por los excesos de la esclavitud a la que fueron sometidos, pero no cabe duda de que la principal causa de mortandad fueron las enfermedades”, dice la profesora Gisela Von Wobeser, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
Con la intención de menoscabar el prestigio de la Monarquía hispánica, dueña absoluta del continente durante casi un siglo, los holandeses, los ingleses y los hugonotes franceses exageraron las conclusiones del libro "Brevísima relación de la destrucción de las Indias", escrito por el fraile dominico Bartolomé de Las Casas. Este fraile que acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje no había imaginado que su texto iba a ser la piedra central de los ataques a España cuando denunció el maltrato que estaban sufriendo los indígenas. Las traducciones y reediciones se multiplicaron entre 1579 y 1700, escritas en neerlandés, en francés y en inglés. Lo que todos obviaron cuando emplearon a Las Casas para atacar al Imperio español es que él mismo representaba a un grupo de españoles con el coraje de denunciar el asunto, la mayoría misioneros, y a una creciente preocupación que atrajo el interés de las autoridades. Los críticos consiguieron que en 1542 las leyes nuevas recordaran la prohibición de reducir a los indios a esclavitud y sancionaron el fin del trabajo forzoso, la encomienda.
Bartolomé de las Casas
Curiosamente, los enciclopedistas franceses, muy críticos con todo lo referido a España en otras cuestiones, fueron los primeros en ver que las cifras presentadas por de Las Casas, 20 millones de muertos causados por los métodos de los conquistadores, eran del todo imprecisas. En "El Ensayo sobre las costumbres" (1756), Voltaire afirma que Las Casas exageró de forma premeditada el número de muertos e idealizó a los indios para llamar la atención sobre lo que consideraba una injusticia. «Sabido es que la voluntad de Isabel, de Fernando, del cardenal Cisneros, de Carlos V, fue constantemente la de tratar con consideración a los indios», expuso en 1777 el escritor francés Jean-François Marmontel en una obra, «Les Incas». La Revolución francesa y la emancipación de las colonias en América elevaron a Las Casas a la categoría benefactor de la Humanidad.

Más allá del brutal impacto de las enfermedades, es cierto que la violencia de la Conquista de América provocó la muerte directa e indiferente de miles de personas. El que existiera un grupo de personas críticas con los métodos empleados por los conquistadores –un grupo de hombres que perseguían como principal objetivo el hacerse ricos– o que los Reyes españoles plantearan soluciones –aunque fueran incompletas e incluso hipócritas– no exime a España de sus pecados y del daño cometido, pero sí la diferencia de precisamente los países que censuraron una actuación que luego ellos mismos practicaron. 
Sin entrar a valorar el fangoso proceso llevado a cabo por los anglosajones en Norteamérica, la explotación de caucho en el África negra dejó a sus espaldas 10 millones de muertos en el Congo Belga. "La colonización europea de los siglos XIX y XX fue culpable de crímenes semejantes a los cometidos por los conquistadores españoles. La única diferencia es que no encontraron a un Las Casas para denunciar las injusticias con tanta repercusión", sentencia el hispanista Joseph Pérez en el citado libro.

miércoles, 30 de abril de 2025

VICTORIA KENT - AB0GADA Y POLÍTICA

Málaga, 6 marzo 1892 – Nueva York, 25 noviembre 1987.
En Madrid vivió en la Residencia de Señoritas fundada por la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en 1915, y vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. Por aquel entonces, dirigía la Residencia la pedagoga María de Maeztu. Precisamente, Victoria se costeaba sus estudios, además de con clases particulares, enseñando en el Instituto-Escuela de Enseñanza Secundaria que desde 1918 dirigía también la propia Maeztu.


En Madrid, donde gozaba de una mayor libertad, se afilió a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, a la que también pertenecía Clara Campoamor, y al Lyceum Club del que fue vicepresidenta.
En 1924 obtuvo el doctorado con una tesis sobre la reforma de las prisiones, y solicitó su ingreso en el Colegio de Abogados de Madrid, siendo la primera mujer que entró a formar parte de dicho Colegio en 1925.
También, tras proclamarse la República, ingresaría en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
en 1930 su nombre saltó a la prensa nacional e internacional al convertirse en la primera mujer que actuó como abogada en un Tribunal Militar. Su defendido ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina, el dirigente republicano Álvaro de Albornoz, había sido procesado y detenido por el delito de “sublevación para la rebelión militar” por haber participado en los preparativos para un levantamiento contra la Monarquía de Alfonso XIII. El Consejo de Guerra del 20 de marzo de 1931 tuvo mucho eco en la prensa de la época y la brillante actuación de Victoria Kent al obtener la absolución de su defendido (“el maestro que le había contagiado el fervor de la justicia”) le otorgó una gran popularidad y prestigio.
Ese mismo año, su confesada “vocación política combativa” la llevó a unirse al Partido Republicano Radical Socialista, fundado en 1929 y liderado por el propio Álvaro de Albornoz y por Marcelino Domingo, que se convertiría —tras las primeras elecciones generales de la República— en el tercer grupo parlamentario, aunque más adelante se fusionaría con Acción Republicana dando lugar a Izquierda Republicana.


Victoria Kent obtuvo el acta de diputada por Madrid en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931 e intervino activamente en las deliberaciones sobre el proyecto de Constitución de la República.
Era una de las tres únicas mujeres diputadas junto a Margarita Nelken y Clara Campoamor, y con la excepción de los temas relacionados con la igualdad de sexos y con el voto femenino, su actuación parlamentaria no fue especialmente relevante.
No obstante, es muy conocida su participación en el debate sobre el derecho al voto de las mujeres porque —a pesar de sus ideas feministas y progresistas (como revela su defensa del divorcio)— no se mostró partidaria de introducir en la futura Constitución republicana el derecho al voto para la mujer, porque estaba convencida de que la falta de instrucción y preparación social y política de las mujeres españolas de la época beneficiaría a la derecha católica y perjudicaría a la República. No confiaba en la capacidad de las mujeres y pensaba, en definitiva, que el voto de la mujer sería un “voto dado por el confesor” y, por tanto, peligroso para la República. De ahí que se mostrara partidaria de que se aplazara el reconocimiento del sufragio femenino, aunque ello supusiera renunciar a sus ideales por una cuestión de oportunidad o pragmatismo político.
En 1931, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, un liberal, le otorgó el cargo de la Dirección General de Prisiones, que dependía del Ministerio de Justicia, a cuya cabeza se encontraba entonces Fernando de los Ríos, el ilustre profesor e histórico dirigente socialista, a quien ella admiraba por su lucha por el cambio social. Como ella misma confesó, ningún otro cargo podría haberle complacido más.

Niceto Alcalá-Zamora 
En esta Dirección, aunque estuvo sólo catorce meses, llevó a cabo una intensa labor que, aparte de darle una gran popularidad. Siguiendo la tradición de su admirada Concepción Arenal, nombrada visitadora de cárceles en el siglo XIX, Kent creía firmemente en la necesidad de humanizar las cárceles. Su objetivo consistía en “corregir al delincuente con el propósito de devolverle a la sociedad como un hombre útil”.
Sin embargo, la situación de las prisiones españolas de la época estaba muy lejos de estos ideales.. Porque dentro del duro mundo de las prisiones, la situación de las mujeres presas era todavía peor que la de los hombres.
Por todo ello, el Instituto puso en marcha la preparación de un personal civil femenino que sustituyera a las monjas de las órdenes religiosas que hasta entonces trabajaban en las cárceles de mujeres con más buena voluntad (en el mejor de los casos) que conocimientos penitenciarios.
Tras la deliberación de las medidas en el Consejo de Ministros que presidía Manuel Azaña ella comprendió que no contaría con su apoyo ni con el del resto del Gobierno, por lo que decidió dimitir.
Una vez aceptada su dimisión, dio conferencias y mítines por diversas ciudades españolas y se volcó en la actividad parlamentaria y en la promoción de la unidad de todos los republicanos progresistas que culminó con la creación de la Federación de Izquierda Republicana en 1934 cuyo Comité Político dirigiría la propia Kent.
En las siguientes elecciones generales de 1933 no salió elegida diputada. Precisamente, en 1934, presidió la Sección Jurídica del Comité Nacional pro- Thälman, dirigente comunista alemán encarcelado por los nazis y que moriría en Buchenwald.
En las elecciones de febrero de 1936 consiguió de nuevo un acta de diputada por la provincia de Jaén, pero el estallido en julio de ese mismo año de la Guerra Civil dio un nuevo rumbo a su trayectoria política.
En junio de 1937 el Gobierno de la República la nombró secretaria de la embajada de España en París para el cuidado de las evacuaciones de refugiados, especialmente los niños, a medida que caían los frentes republicanos.
Entre sus tareas estaba la de buscarles asilo en Francia.
Al finalizar la guerra, permaneció como exiliada en París colaborando en la salida de refugiados españoles hacia América, pero al no poder huir ella misma debido a que las compañías de navegación francesas habían suspendido sus viajes a México, tuvo que vivir oculta bajo el nombre de Madame Duval durante la ocupación alemana, tratando de evitar que la Gestapo la encontrara y entregara a las autoridades franquistas, que habían advertido a las autoridades de Vichy (Victoria Kent había pertenecido, además, a la organización “Mujeres Antifascistas” junto con otras destacadas republicanas, socialistas y comunistas, como la misma Dolores Ibárruri). De este modo, entre 1940 y 1944, pasó la época más difícil de su vida, viviendo solitaria y encerrada, primero en la embajada de México en París durante casi un año, y luego en un apartamento del Bois de Boulogne gracias a la protección de su amiga Adèle Blonay, dirigente de la Cruz Roja. Estos cuatro años de su vida son los que relata su álter ego masculino, Plácido, en su libro Cuatro años en París, publicado por primera vez en 1947 y cuya reedición presentaría años más tarde, en 1978, en su última visita a su país natal.
Después de la liberación de la capital francesa, de haber recibido la Cruz de Lorena que otorgaban las mujeres de la Resistencia, de haber creado la Unión de Intelectuales Españoles con un grupo de exiliados (entre ellos, su amigo malagueño Picasso) y haber trabajado en una editorial durante la posguerra, marchó a vivir a México donde, además de dar conferencias en la Academia Mexicana de Ciencias Penales, dio clases de Derecho Penal y charlas en la Universidad de la capital, y fundó la Escuela de Capacitación para el Personal de Prisiones, de la que fue directora dos años. Además, continuó teniendo contacto con exiliados españoles. También en Argentina colaboró con su antiguo profesor Jiménez de Asúa.
Sin embargo, en 1950, se trasladó a Nueva York a petición de la Organización de las Naciones Unidas, que le ofreció trabajar en la Sección de Asuntos Sociales. Desempeñó el cargo hasta 1952, año en que dimitió por parecerle el trabajo excesivamente burocrático y con poco espacio para su propia iniciativa.
En 1953, en la misma ciudad, con sus propios ahorros y gracias a la ayuda que le prestaron algunos amigos fundó y dirigió la revista mensual Ibérica, órgano del exilio español en Nueva York y expresión de los valores republicanos, en cuyo primer número, aparecido en enero de 1954, colaboró Salvador de Madariaga —que sería también su presidente de honor— y que dejaría de publicarse veinte años después ante las expectativas de la muerte del dictador. La revista se editó primero en español y en inglés, y desde 1966 sólo en español.
Por eso, la revista publicaba las noticias llegadas desde España con el fin de informar de la situación real bajo la dictadura de Franco.
El 11 de octubre de 1977, Victoria Kent, tras largos años de exilio, regresó a España para una estancia breve acompañada de su amiga Louis Crane, en cuya residencia de Manhattan vivía ya desde hacía mucho tiempo.
A su llegada a la capital de España criticó que se silenciara la voz del republicanismo. Asimismo, hizo un llamamiento a la concordia y pidió la amnistía total y el restablecimiento de las autonomías. Mantuvo su residencia en Nueva York, ciudad en la que falleció el 25 de septiembre de 1987. Un año antes había recibido la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort del Ministerio de Justicia como reconocimiento a su
labor, aunque ya no pudo acudir a recogerla.
 
 

ESPAÑA, NAPOLEÓN Y LA ILUSTRACIÓN

La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual europeo especialmente en Francia e Inglaterra, que se desarrolló desde fines del sig...