domingo, 14 de septiembre de 2025

ALFONSO V DE ARAGÓN Y NÁPOLES

Alfonso V  de Aragón al fallecimiento prematuro de su padre le hizo ceñirse la corona, con tan sólo veinte años.
En 1419 surgieron las primeras discrepancias con las cortes catalanas, que no sólo exigían la destitución de sus consejeros castellanos, y también se oponían, paradójicamente, a proseguir la secular expansión de Cataluña por el Mediterráneo, debido al previsible perjuicio que la ausencia real provocaría en los estados hispánicos de la Corona de Aragón. 


El rey zarpó hacia Cerdeña y consolidó el dominio catalán pero renunció dado el apoyo que la ciudad de Génova prestaba a los corsos en 1421.
En mayo de 1432, Alfonso V dejó  su  Corte Aragonesa y partió definitivamente hacia Italia, para instalarse en Sicilia. En 1435 intentó asediar Gaeta, pero en la batalla de Ponza cayó prisionero de los genoveses, aliados del nuevo soberano napolitano, Renato de Anjou. Años después en Milán, Alfonso se hizo amigo de Felipe María Visconti, duque de Milán y señor de Génova. Esta amistad facilitaría, en 1443, después de años de lucha con Venecia, Florencia, el Papado y los angevinos, la conquista de Nápoles por parte del rey aragonés. Estableció su corte en Nápoles, convirtió la ciudad un gran centro humanístico y se dedicó por completo a la política italiana. Dejó el gobierno de sus reinos hispánicos, sucesivamente, a su esposa, la reina María de Castilla y al hermano de ésta Juan de Navarra (su hermano y padre del que sería Fernando el católico).
Este bello reino, como casi toda Italia, andaba tiempo hacía miserablemente revuelto y turbado, y hallábase, así interior como exteriormente, en un estado deplorable de agitación y de desorden. 


La reina Juana II después de haber retirado la mano de esposa que había ofrecido, había hecho encerrar en una prisión a su esposo. Libre la reina Juana del freno de su marido, entregose a rienda suelta a sus desenvueltas e impúdicas pasiones, y atrevidos aventureros se disputaban con las armas los favores y el poder de una reina indigna de este nombre.
Pasó pues la armada aragonesa a las aguas de Nápoles: a su aproximación Sforza y el rey Luis levantaron el cerco: la reina, fiel por esta vez a su palabra, entregó a los aragoneses y catalanes los castillos que dominaban el puerto y la ciudad, ratificó la adopción de Alfonso, de acuerdo con los grandes de su reino, mandando que fuese obedecido y acatado como si fuese su hijo legítimo y heredero del trono, y aquel pueblo inconstante saludó con gritos de júbilo al monarca aragonés, si bien no faltaba quien viese con asombro las extrañas mudanzas de aquella reina.
La fortuna en los combates favorecía al monarca aragonés no menos que su valor y su política. Sus naves lograron una señalada victoria sobre las genovesas, y Génova determinó darse al duque de Milán. El mismo Alfonso tuvo cercado en la Cerra al de Anjou, y aunque Sforza acudió a protegerle, era tal el temor que infundía ya en Italia el poder del aragonés, que el mismo papa Martín V pudo alcanzar que se estipulase una tregua entre los dos príncipes.
Eran no obstante muchos los enemigos que Alfonso tenía en Italia, los unos por adhesión al de Anjou, los otros por temor de que llegase a reunir las dos coronas de Nápoles y Sicilia. El gran senescal, privado de la reina, era también secretamente su enemigo; y como a la misma reina la empezase a disgustar que el que había llamado y adoptado por hijo lo gobernase todo en el reino, tan ligera y fácil en aborrecer como en amar, tomó pronto aversión, no solo al rey don Alfonso, sino a todo lo que fuese español.
No era esto tan secreto que no llegase a noticia de don Alfonso. Sforza no vaciló en acudir a la defensa de la reina con la esperanza de tener todo el reino a su mano; su gente era poca y mal vestida; mejor equipados y más en número eran los españoles. Diose pues al combate entre angevinos y aragoneses y los nuestros se vieron envueltos y derrotados.


Crítica era la situación de Alfonso de Aragón; reducido estaba a dos castillos de Nápoles sin bastimentos el que pocos días antes disponía de todo el reino siciliano. Por fortuna suya arribó oportunísima y felizmente al puerto de Nápoles una flota catalana de treinta fustas, que era la que se decía iba a buscar la reina Juana para traerla a Cataluña. Con tan poderoso refuerzo cambió tanto la situación de las cosas, que determinó el rey don Alfonso combatir la ciudad desde los castillos, desde las galeras, por tierra y por mar, y entrarla por todas partes a sangre y fuego. Así se hizo; combatió furiosa y sangrientamente en las calles de Nápoles. Sforza peleaba heroicamente y se batió pero después de una lucha horrible de dos días, se retiraron. Sforza logró sacar a la reina del Castillo de Capuana.
Quedó otra vez Alfonso de Aragón dueño de Nápoles (junio, 1423).
Reunidas las fuerzas de Sforza, y haciendo alianza con el duque de Milán y señor de Génova, determinaron tomar la ofensiva. Conociendo Alfonso la dificultad de resistir, resolvió reembarcarse para sus reinos de España.
Salió, pues, de Nápoles el rey don Alfonso, y a mediados de octubre (1423) se dio a la vela en Gaeta con diez y ocho galeras y doce naves. Pero antes de regresar a Cataluña quiso acometer una grande empresa. La rica, fuerte y populosa ciudad de Marsella pertenecía a su enemigo Luis de Anjou, y Alfonso se propuso o conquistarla o destruirla. La embistió, pues, y atacó resueltamente. Acudieron allí los marselleses en gran número, pero rechazados y arrollados por los intrépidos marinos catalanes y por los briosos soldados de Aragón, se retiraron de calle en calle.
Abandonó la ciudad así destruida sin querer dejar en ella guarnición, y embarcándose la gente arribó la armada victoriosa a Cataluña
Allá en Nápoles continuaba el gran senescal apoderado del ánimo y del corazón de la reina y del gobierno del reino, relegado el de Anjou en su ducado de Calabria.


Mas por otro lado dio no poco disgusto al rey la injustificada defección de don Fadrique, conde de Luna, que ya se aliaba con la reina de Nápoles, ya con el rey de Castilla y don Álvaro de Luna, lo cual movió al aragonés a quitar a los castellanos todas las fortalezas y guarniciones que tenían en Sicilia.
Alfonso V retorna a Italia en 1432 pero debe posponer la toma de Nápoles debido a la liga militar que, con el apoyo del papa Eugenio IV y del emperador Segismundo, forman Venecia, Florencia y Milán y que le obliga a firmar en 1433 una tregua de diez años con Juana II de Nápoles.
La tregua permite a Alfonso fijar su atención en África donde ya, en 1432, había dirigido una expedición militar contra la isla de Yerba.
En 1434 fallece Luis III de Anjou por lo que la reina Juana nombra nuevo heredero al trono de Nápoles al hermano de aquel, Renato. Sin embargo, ante la muerte de Juana al año siguiente, el papa Eugenio IV no da su aprobación por lo que Alfonso ve llegado el momento de conquistar Nápoles. Acompañado de sus hermanos Juan, Enrique y Pedro toma la ciudad de Capua y pone sitio a Gaeta en cuyo auxilio acudió una flota genovesa, que derrotará a la aragonesa en la batalla de Ponza que se desarrolla el 4 de agosto de 1435 y en la que fueron hechos prisioneros el propio rey y sus hermanos Juan II de Navarra y Enrique que son entregados al duque de Milán Filippo María Visconti.
En 1436, el duque liberó a Juan de Navarra quien regresa a la Península y sustituye a la esposa de Alfonso V como regente del reino de Aragón, por lo que María quedó únicamente al frente del principado catalán.
Alfonso negocia su libertad y llega a un acuerdo con el duque de Milán por el que ambos firman una alianza que le permitirá volver a conquistar Capua y Gaeta en 1436 y poner sitio a Nápoles, en el que fallecerá su hermano Pedro en 1438. Tras tomar varias ciudades en Calabria, entrará triunfalmente en Nápoles el 23 de febrero de 1443, obteniendo el reconocimiento de Eugenio IV a cambio de que Alfonso le apoyara en su enfrentamiento contra los Sforza
Alfonso no regresaría nunca más a sus reinos de la Corona de Aragón estableciendo su corte en la fortaleza de Castel Nuovo,
El eco de la Corona de Aragón resuena aún en las calles de Nápoles. Entre la magnificencia del Vesubio y la vibrante vida del Golfo, se esconde un legado histórico y cultural que vincula a la ciudad italiana con nuestro país de una forma indeleble. Durante más de dos siglos, desde la conquista de Alfonso V el Magnánimo en 1442, el reino de Nápoles fue parte importante del dominio aragonés.


Alfonso V no fue un mero conquistador. No solo marcó el destino político de esta zona italiana. Convirtió a Nápoles en epicentro del Renacimiento europeo. Como monarca-humanista que fue mecenas de las artes.
Su corte se llenó de intelectuales, poetas y artistas, atraídos por un ambiente de fervor cultural y libertad creativa. Este esplendor fue continuado por su hermano y sucesor, Fernando I, quien mantuvo a Nápoles como una capital de primer orden. La ciudad se convirtió en un crisol de ideas, donde el arte gótico aragonés se fundió con las nuevas corrientes renacentistas italianas, dando lugar a un estilo único y grandioso.
El símbolo más palpable de este glorioso pasado es el majestuoso Arco de Triunfo del Castel Nuovo o también denominado Maschio Angioino. Esta imponente puerta, construida para conmemorar la entrada de Alfonso V en la ciudad, es una obra maestra del Renacimiento. Sus esculturas y relieves, que narran la victoria del monarca, son un testimonio de su visión y poder, y un punto de conexión visual entre Aragón y Nápoles. El arco no solo es un monumento, sino una declaración de intenciones que marcaba el inicio de una nueva era.
Pero el legado aragonés no se detuvo en el arte y la arquitectura. El periodo de su dominación trajo una estabilidad política que impulsó la economía de Nápoles, fortaleciendo su papel como puerto comercial vital en el Mediterráneo. Las redes mercantiles y los intercambios culturales entre ambas orillas del mar se multiplicaron, enriqueciendo a ambas partes. Aquel castellano de entonces se convirtió en una lengua de la élite, mezclándose con el napolitano y dejando su huella en el dialecto local.
Hoy, pasear por el centro histórico de Nápoles es caminar sobre las huellas de esta época. Las calles, plazas y antiguos palacios susurran historias de reyes aragoneses. Su herencia es un patrimonio vivo, un recordatorio de un tiempo en el que una misma corona unía a Zaragoza y a Nápoles, forjando un destino compartido. Este legado, menos famoso que el de los musulmanes en la península ibérica pero igualmente fascinante, invita a redescubrir la profunda e inquebrantable relación entre dos tierras unidas por la historia y el arte.
Fue Rey de Aragón y Valencia y Conde de Barcelona desde 1416 a 1458 . Fue  Rey de Nápoles desde 1442 hasta su muerte en 1458

sábado, 13 de septiembre de 2025

VENTURAS Y DESVENTURAS DE CERVANTES

En algún lugar de América, de cuyo nombre ni puedo acordarme, hace mucho tiempo vivía un villano, que en su día se encontró con la obra fundamental de la novela mundial. 
D. Miguel de Cervantes Saavedra es el autor de la primera novela moderna, una de las mejores de la literatura universal y unos de los libros más editado y traducido de la historia, el “Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” que fue hace tiempo considerado la obra cumbre de la literatura universal y una de las máximas creaciones del ingenio humano.


El Quijote es un libro externamente cómico e íntimamente triste, un retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados a la mísera realidad; no son pocos los paralelos que se han querido establecer con la España imperial de los Austrias, potencia hegemónica destinada a gobernar el mundo en el siglo XVI y a derrumbarse en el XVII, y con la vida de su autor, gloriosamente herido en el triunfo de Lepanto y abocado luego a toda suerte de desdichas. Los caracteres de Don Quijote y Sancho Panza son una representación del alma humana elevada a la plenitud. Se puede entender que Don Quijote representa la melodía en el desarrollo de la vida, la voz cantante, la ilusión, la imaginación y la aventura. Mientras Sancho es la conciencia, la razón, la lógica de las cosas. Entre ambos se desarrolla la armonía. En general, armonía es el equilibrio de las proporciones entre las distintas partes de un todo, y su resultado siempre connota belleza y lógica. Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá, Madrid, entre el 29 de septiembre y el 9 de octubre de 1547, fecha en que fue bautizado.

Su abuelo Juan, que era juez de la Santa Inquisición, se fue a por tabaco y dejó de trabajar, dejó la familia, y se dejó crecer las barbas y las ganas de no hacer nada. Por lo que el padre de Cervantes se vio obligado a ejercer su oficio de cirujano barbero, dando tumbos con su familia por la ancha Castilla. El destino de Miguel no pintaba bien. Pero asentados en Córdoba en 1555 Miguel ingresó en el colegio de los jesuitas. Fue un lector muy precoz y sus dos hermanas sabían leer, cosa muy poco usual en la época, aun en las clases altas. Por lo demás, la situación de la familia era precaria. Un año después partieron hacia Sevilla con el fin de mejorar económicamente, pues era la puerta de España a las riquezas de las Indias y la tercera ciudad de Europa en la segunda mitad del siglo XVI. Los Cervantes se trasladaron en 1566 a la nueva capital del reino, Madrid. No se sabe con certeza que Cervantes hubiera asistido a la universidad, en cambio, su nombre aparece en 1568 como autor de cuatro composiciones en una antología de poemas en alabanza de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, fallecida ese mismo año. 


CERVANTES EN LA BATALLA DE LEPANTO 
En el año de 1569 Miguel fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano derecha por herir a un tal Antonio de Segura. La pena, corriente, se aplicaba a quien se atreviera a hacer uso de armas en las proximidades de la residencia real. No se sabe si Cervantes salió de España ese mismo año huyendo de esta sanción, pero lo cierto es que en diciembre de 1569 se encontraba en los dominios españoles en Italia, provisto de un certificado de cristiano viejo. En 1571 Venecia y Roma formaban, con España, la Santa Alianza, y el 7 de octubre, comandadas por Juan de Austria, las huestes españolas vencieron a los turcos en la batalla de Lepanto. Fue la gloria inmediata, una gloria que marcó a Cervantes, el cual relataría muchos años después, en la primera parte del Quijote, las circunstancias de la lucha. En su transcurso recibió el escritor tres heridas, una de las cuales, si se acepta esta hipótesis, inutilizó para siempre su mano izquierda y le valió el apelativo de «el manco de Lepanto» como timbre de gloria. Junto a su hermano menor, Rodrigo, Cervantes entró en batalla nuevamente en Corfú, también al mando de Juan de Austria. En 1573 y 1574 se encontraba en Sicilia y en Nápoles, donde mantuvo relaciones amorosas con una joven a quien llamó «Silena» en sus poemas y de la que tuvo un hijo, Promontorio Cervantes se propuso conseguir una situación social y económica más elevada dentro de la milicia mediante su promoción al grado de capitán, para lo cual obtuvo dos cartas de recomendación ante Felipe II, firmadas por Juan de Austria y por el virrey de Nápoles, en las que se certificaba su valiente actuación en la batalla de Lepanto. Con esta intención, Rodrigo y Miguel de Cervantes se embarcaron en la goleta Sol, que partió de Nápoles el 20 de septiembre de 1575. A poco de zarpar, la goleta se extravió y fue abordada, por tres corsarios berberiscos. Tras encarnizado combate y la consiguiente muerte del capitán cristiano, los hermanos cayeron prisioneros. 

CERVANTES EN EL MERCADO DE ESCLAVOS EN ARGEL 
Las cartas de recomendación salvaron la vida a Cervantes, pero serían, a la vez, la causa de lo prolongado de su cautiverio: el corsario convencido de hallarse ante una persona principal y de recursos, lo convirtió en su esclavo y lo mantuvo apartado del habitual canje de prisioneros y del tráfico de cautivos corriente entre turcos y cristianos. Esta circunstancia y su mano lisiada lo eximieron de ir a las galeras. Cervantes protagonizó, durante su prisión, cuatro intentos de fuga. Temía un traslado a Constantinopla. Hassán retuvo a Cervantes hasta el último momento, mientras los frailes negociaban y pedían limosna para completar la cantidad. Por último, en 1580, fue liberado. Tenía treinta y tres años; reflejaba en cierto modo la profunda crisis general del imperio, que se agravaría luego de la derrota de la Armada Invencible en 1588. Al retornar, Cervantes renunció a la carrera militar. 

Mientras tanto, fruto de sus relaciones clandestinas con una joven casada, Ana de Villafranca, nació una hija, Isabel, criada por su Madrid. A los treinta y siete años, Cervantes contrajo matrimonio; su novia, Catalina de Salazar y Palacios. Tenía sólo dieciocho años. Meses antes, el escritor había acabado su primera obra importante, La Galatea, una novela. El editor Blas de Robles le pagó 1.336 reales por el manuscrito. Esta cifra nada despreciable y la buena acogida y el relativo éxito del libro animaron a Cervantes a dedicarse a escribir comedias. Entre 1585 y 1600 Cervantes solía visitar Madrid, allí alternaba con los escritores de su tiempo, leía sus obras y mantenía una permanente querella con Lope de Vega. Ingresó en la Academia Imitatoria, primer círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario real de abastos (recaudador de especies) para la Armada Invencible. También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la Iglesia por su excesivo celo recaudatorio y fue excomulgado; en Castro del Río fue encarcelado (1592), acusado de vender parte del trigo requisado. Al morir su madre en 1594, abandonó Andalucía y volvió a Madrid. Pero las penurias económicas siguieron acompañándole. Cervantes dio con sus huesos en prisión, esta vez en la de Sevilla, donde permaneció cinco meses. 


MONUMENTO A CERVANTES EN MADRID 

En esta época de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote. Entre 1604 y 1606, la familia de Cervantes, su esposa, sus hermanas y su aguerrida hija natural, así como sus sobrinas, siguieron a la corte a Valladolid, hasta que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid. En 1605, a principios de año, apareció en Madrid El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Cuando en junio de 1605 toda la familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por unas horas a causa de un turbio asunto, don Quijote y Sancho ya pertenecían al acervo popular. Cervantes escribió a un ritmo imparable: las Novelas ejemplares vieron la luz en 1613. Ese mismo año lo sorprendió la aparición, en Tarragona, de una segunda parte espuria del Quijote escrita por un tal Avellaneda. Así, enfermo y urgido, y mientras preparaba la publicación de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, acabó la segunda parte del Quijote, que se imprimiría en el curso del mismo año. El 19 de abril redactó "Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...". Un tal Márquez Torres, le había mandado una recomendación en la que relataba una conversación mantenida en febrero de 1615 con notables caballeros del séquito del embajador francés: "Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?". Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plaga a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo". En efecto, ya circulaban traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes supo que con el Quijote creaba una forma literaria nueva. Sus contemporáneos no vislumbraron la profundidad del descubrimiento del Quijote. Así, entre el 22 y el 23 de abril de 1616, murió en su casa de Madrid, asistido por su esposa y una de sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue enterrado en el convento de las trinitarias descalzas. 


ESTATUA DE CERVANTES EN MADRID 

Cervantes estuvo en las glorias imperiales de Lepanto y en las derrotas de la Invencible. Fue un producto claro de su tiempo. Fue genial escritor, valiente luchador y desgraciado, incomprendido por los poderosos, reconocido en el extranjero y por la historia. 
Y orgullo español siempre. 

viernes, 12 de septiembre de 2025

PEDRO DE ALVARADO

En este 2025 se cumplen 500 años de que Pedro de Alvarado ordenara fundar la villa de San Salvador, en un sitio no confirmado, como un campamento militar con cabildo, para detener el avance de las expediciones enviadas desde Nicaragua. Aun así, la villa fue abandonada a los pocos meses de su fundación. Como primer alcalde fue nombrado Diego Holguín, un regidor del cabildo de Santiago de Guatemala, ciudad fundada el 25 de julio de 1524.

Como vemos, su inicio en la aventura americana fue como la de muchos otros hidalgos empobrecidos que buscan en las Indias lo que no pueden conseguir en la península: riquezas y honor. Pedro de Alvarado pertenece a la misma hornada que Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Vasco Núñez de Balboa o Alvar Núñez Cabeza de Vaca, los conquistadores y exploradores.
Bien es cierto que desde el inicio del descubrimiento, conquista y colonización de América se alzaron voces en defensa de los nativos e incluso en contra de la conquista, ahí tenemos a Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas o Toribio de Benavente. La mayoría de los grandes conquistadores de la época eran individuos fruto de su época, no más crueles que los soldados incas o aztecas que sometían a los pueblos vecinos. Pedro de Alvarado, en cambio, fue un gran guerrero, pero cruel, despiadado y sanguinario, una figura controvertida y discutida ya entre sus coetáneos.
Pedro es un joven obsesionado con el honor, la honra y la milicia y, al igual que sus siete hermanos, se traslada pronto a las Indias dispuesto a enriquecerse y, sobre todo, a alcanzar gloria semejante a la de sus antepasados. Allá le espera Diego de Alvarado y Messía, hermano de su padre, pacífico colono que había llegado a La Española entre los primeros españoles, en 1499.
Llega a América en 1510, en la misma nao que sus hermanos Gonzalo, Gómez y Jorge. Apenas unos meses después de desembarcar en La Española se enrola en la expedición de conquista de Cuba que lidera Diego Velázquez.
Sus hermanos también participan en numerosas expediciones de conquista, y todos ellos pecan de los mismos males que Pedro: valientes hasta la temeridad, crueles, despóticos y sanguinarios.
Pedro, en Cuba, Diego Velázquez le nombra capitán y le recompensa con una importante encomienda de indios. No lleva siquiera tres años en las Indias, y ya ha conseguido lo que otros no alcanzan sino en años. Es entonces cuando empieza a mostrar su carácter: pendenciero con sus compatriotas, despótico y cruel con los indios. Continúa explorando la península del Yucatán y el golfo de México. Es precisamente allí cuando toma contacto con el Imperio azteca. Diego Velázquez organiza un ejército de setecientos españoles.

HERNÁN CORTÉS 

Saben que están bien vigilados desde la costa. Los conquistadores parten entonces hacia Veracruz, donde Cortés funda la ciudad de la Villa Rica de la Vera Cruz y donde se asienta el ejército momentáneamente. Cortés ordena entonces avanzar hacia el norte con el objetivo siempre presente de apresar la capital azteca. Pasan los días entre avances, las tropas españolas se enfrentan durante diez días a continuos ataques de los tlaxcaltecas, a los que vencen una y otra vez, y con los que finalmente se alían en su avance.
Hacia Tenochtitlán y la barbarie. Alvarado participa en la conquista de Tlaxcala. A mediados de noviembre, la tropa hispana llega a la villa de Cholula, a apenas una semana de camino de Tenochtitlán. Los capitanes españoles sospechan que se está armando una emboscada contra ellos. Cortés ordena, en represalia, atacar inmediatamente. Tlaxcaltecas y españoles arrasan la villa a sangre y fuego en la que es conocida como la matanza de Cholula. Pedro de Alvarado participa activamente en la matanza. Tras la escabechina, los cholultecas, hasta entonces fieles vasallos de los aztecas, se alían con Cortés. La conquista del Imperio azteca se muestra, expedita, en el horizonte.
El 8 de noviembre entran los hispanos en la capital azteca, abrumados por las riquezas que observan a su derredor y por la belleza de la ciudad, como ninguna otra que hayan contemplado antes. Seis días más tarde, Cortés toma como rehén al jefe Moctezuma.

Tenochtitlán (siglo XVI)

Alvarado y los demás capitanes españoles procuran familiarizarse con los mexicas hasta que vuelve a ganar triste protagonismo. Con el grueso del ejército, Cortés abandona a Tenochtitlán y parte al encuentro de Pánfilo de Narváez, enviado por Diego Velázquez para detenerle. Cortés deja al mando de los que quedan en Tenochtitlán a Pedro de Alvarado.  
Se celebra la gran fiesta de Toxcatl, en honor de los dioses sobre los impresionantes templos de la capital azteca. Miles de nobles mexicas acuden al Templo Mayor para rendir pleitesía. Alvarado, temiendo un levantamiento mexica, ordena descabezar a los aztecas de toda su clase dirigente. Si matamos a los nobles se quedarán sin líderes, explica a sus soldados.
El centenar de soldados tlaxcaltecas, hasta entonces las principales víctimas de los sacrificios humanos mexicas, y los conquistadores españoles irrumpen sorpresivamente en el Templo Mayor de Tenochtitlán y arrasan vilmente con los asistentes que, al estar desarmados, apenas pueden defenderse. Las crónicas españolas e indias que dan cuenta del episodio no dejan lugar a dudas. “Acuchillan, alancean a la gente. con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás. A otros les rebanaron la cabeza”, narran los mexicas al fraile Franciscano Bernardino de Sahagún.

Tlaxcaltecas

A la vuelta de Cortés, el odio y la rebelión contra los europeos están tan extendidos que los españoles deciden abandonar la ciudad la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, en la que de nuevo Pedro de Alvarado dará muestras de su valor. Después, la reorganización de los españoles, el asedio y la caída de Tenochtitlán a manos de los conquistadores españoles, en la que día sí y día también destaca don Pedro de Alvarado.
A partir de entonces, Alvarado pasa a ser el capitán español más odiado y temido entre los indios. Los mexicas le apodan “Tonatiuh”. A finales de 1523, Cortés le confía el mando de unos trescientos españoles y unos mil indios tlaxcaltecas, cholultecas y mexicas, con el mandato de conquistar los diversos reinos de Centroamérica. Alvarado sabe que Cortés desea la mayor extensión de territorios posible, y que él no es más que un peón, pero él mismo, en persona, pedirá la gobernación de todas sus conquistas al emperador Carlos I.
Alvarado se dedica desde entonces a recorrer batallando. Primero arrasa la costa de Chiapas y después se dirige a la actual Guatemala. Se dirige primero a los pueblos sometidos. Tal y como sucedió con los tlaxcaltecas en México, ocurre ahora en Guatemala: tras breves refriegas con los indios nahuas y cachiqueles, estos se alían con él. El líder quiché, alertado, prepara un poderoso ejército y se enfrenta a él. Los arcabuceros y ballesteros españoles diezman a los guerreros quichés mientras estos se enfrentan a las tropas auxiliares indias al servicio de Alvarado. La caballería española carga contra el entorno al líder quiché. Es entonces cuando Pedro de Alvarado descubre a Tecún Umán, batiéndose con fiereza, a apenas unos metros de distancia. A su alrededor los indios de uno y otro ejército gritan su sobrenombre azteca, ¡Tonatiuh, Tonatiuh!. Tecún Umán fija su mirada en Pedro de Alvarado. A lomos de su caballo, a la  vanguardia de los españoles, el barbudo rubio y de penetrantes ojos azules no puede ser más que Tonatiuh. “Sin duda, ese es el líder de los quiché”, piensa Alvarado. Tecún Umán desafía a gritos a Alvarado mientras blande una sensacional macuahuitl, la espada nativa de madera con filos de obsidiana a lado y lado. Alvarado azuza a su caballo, que se abalanza sobre el líder maya. Salta del caballo y lanza tal mandoble sobre Tecún Umán que quiebra el escudo de su adversario. El quiché se abalanza sobre el hispano, y su arma el macuahuitl de Tecún Umán se parte en dos. ¡Santiago! brama Alvarado antes de asestar el golpe final al quiché. El reino quiché cae ante las armas de Alvarado.


Encuentro entre Cortés y Moctezama II 
La ambición del pacense no tiene límites y conquistan todos los pueblos del oriente guatemalteco, pasando al actual El Salvador. En 1524 regresa a Guatemala, funda la villa de Santiago de los Caballeros y viaja a España, donde le acusan de trato inhumano a los indios y de apropiarse de parte del oro que le correspondería por derecho a sus soldados. Las acusaciones a las que se enfrenta en Castilla son rebatidas por el flamante conquistador de Guatemala con una mezcla de arrogancia y cinismo. El emperador, fascinado por sus triunfos militares le nombra caballero de la orden de Santiago y adelantado y gobernador de Guatemala. Alvarado no cabe en sí de gozo: ¡por fin es libre de la tutela de Cortés! En 1530 vuelve a Guatemala. Paradójicamente, el gran fracaso de Alvarado llega en la primera expedición que organiza en 1534. Después de preparar una enorme expedición de doce barcos.
Ambiciona hacerse con parte del territorio y de las riquezas del incanato, pero el soberbio de Alvarado no cuenta con que ni Diego de Almagro ni Francisco Pizarro están dispuestos a compartir lo que han conquistado.  El ejército de Alvarado desembarca en la costa ecuatoriana y se lanza. Pero el ímpetu y su enorme mesnada decae a medida que erran por la costa selvática ecuatoriana durante meses, cada vez más agotados por las enfermedades, el cansancio y las inclemencias del tiempo. Tres meses llevan cuando Alvarado ordena avanzar hacia los Andes, desesperado al contemplar el estado lamentable de sus hombres. Entonces las dificultades son otras: el viento gélido y las constantes nevadas merman aún más su ejército. El 25 de agosto, agotados, se topan con el ejército de Diego de Almagro y Sebastián de Belalcázar en la sierra de Ambato, a más de dos mil quinientos metros de altitud. Almagro sabe cómo es Pedro de Alvarado, pero él no le teme. Y Alvarado, consciente del deplorable estado de su ejército, doblega la cerviz ante Almagro. Diego de Almagro es un caballero de palabra y le ofrece un trato más que cortés: le compra los barcos y acogerá a cuantos soldados de la expedición de Alvarado decidan quedarse en el Perú junto a él y Pizarro. A cambio, pagará por ellos una indemnización más que generosa a Alvarado.

Diego de Almagro

Un año más tarde, de vuelta en Guatemala, don Pedro recibe del gobernador de Honduras, una petición angustiosa: los indígenas de la región se han rebelado y están al borde de la derrota. Alvarado decide sofocar la revuelta india antes de partir de nuevo a España. Volver a la patria habiendo aplacado la revuelta india sería la carta de presentación más valiosa de cara a defenderse. Marcha con su ejército hacia Honduras, aplaca la revuelta y, en agradecimiento, el gobernador le cede el gobierno del territorio. Ante el emperador Carlos I, Alvarado logra la suspensión del juicio de residencia y le es confirmada la gobernación de Guatemala. Logra una capitulación imperial que le autoriza a organizar una expedición de conquista a las ansiadas islas de las Especierías.
En Guatemala en septiembre de 1539, se dedica al gran proyecto: la conquista de las islas de las Especias, El Dorado. Arma una flota de doce navíos, setecientos soldados españoles y cientos de guerreros aliados indios. Se lo ha jugado todo en esta empresa, mayor incluso que la de Hernán Cortés en la conquista de México. Por fin, en agosto de 1540, Alvarado abandona Guatemala por última vez. Zarpa rumbo al puerto de la Purificación de Jalisco. Allí, el virrey Antonio de Mendoza y Pacheco le ofrecen sufragar a medias los gastos de la expedición, con la condición de repartirse luego entre ambos las riquezas de la Especiería. Alvarado, que ha invertido todo su patrimonio en la expedición, acepta. En el puerto de Jalisco recibe una petición de ayuda del conquistador de Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate. En ella, Oñate le informa de que los indios caxcanes y chichimecas se han rebelado, haciéndose fuertes no lejos de donde se encuentran Alvarado y su enorme ejército. A pesar de las advertencias de Oñate, que le previene de la fiereza de los sublevados y de la ventajosa situación de las tropas rebeldes, atrincheradas en lo alto de un monte bien defendido, el arrogante Alvarado hace caso omiso y parte únicamente con cien de sus hombres. El 24 de junio de 1541 llega a la vanguardia de su mesnada  pero les es imposible tomarlo por la fuerza y ordena un repliegue. Es entonces cuando a un soldado español se le encabrita su corcel y soldado caen rodando y atropellan en su caída a Alvarado. Mortalmente herido, el temible y temido, sufre durante diez días una terrible y atroz agonía.
Muere el 4 de julio de 1541.
Su hija Leonor, hija de la princesa tlaxcalteca Luisa Tecuelhuetzin Xicoténcatl traslada en 1568 sus restos hasta la catedral de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Leonor de Alvarado tuvo hacia su padre un enorme respeto, y compasión. Es el símbolo de la generación nacida tras la conquista española de América: la primera generación “hispanoamericana”

jueves, 11 de septiembre de 2025

BARCELONA - 11 DE SEPTIEMBRE DE 1714.

Acabada la guerra de Sucesión en España en 1713 y firmado el Tratado de Utrech, retiradas las tropas inglesas y sus aliados, las Cortes catalanas debían decidir si se entregaban a Felipe V, tal como habían pactado una semana antes los representantes imperiales y borbónicos en el Convenio de Hospitalet. La Diputación de Cataluña proclamó la resistencia. La nobleza se opuso prestando obediencia a Felipe V. También el clero y las ciudades de Vich y Valls. La Diputación editó un folleto en el que se justificó seguir la lucha, no por defender la secesión sino por un estado federal y por la lucha de la libertad de España.


Las tropas borbónicas sitiaron Barcelona a finales de julio de 1713. en las luchas por ambos bandos se cometieron atrocidades, quemados, torturados, etc.
En abril de 1714 comenzó el bombardeo de Barcelona por la artillería borbónica que no pararía hasta su rendición, que se produciría el 14 de septiembre de 1714.
Ese día se rindieron las tropas catalanas en Barcelona a las del rey Felipe V, terminando así su lucha por conseguir que el ya Emperador Carlos de Habsburgo fuera rey de España, en contra del rey Felipe V. No es cierto que en el famoso 11 de septiembre combatieran catalanes contra castellanos, pues hubo castellanos defendiendo Barcelona del mismo modo que el ejército de Felipe V contó con miles de voluntarios catalanes. Los catalanes austracistas no eran separatistas, al contrario, presumieron de ser los más españoles de todos.
Durante el sitio de Barcelona por las tropas de Felipe V, todos, sitiadores y sitiados, ven claramente que la ciudad tiene los días contados porque el asedio es poderoso y los límites de la resistencia de los defensores están a punto de alcanzarse. Por ello, sus propias autoridades lanzan un último llamamiento a los defensores y demás habitantes de Barcelona para que acudan a las murallas rotas para el esfuerzo final. Pero al poner un plazo para ello y la condición de que aparezcan fuerzas suficientes para continuar la lucha, están revelando que lo que desean es agotar la última posibilidad y llegar a negociaciones sobre los términos de la rendición.
Proclaman sus deseos con un escrito que finaliza así:
“Derramar su sangre por su rey y por la libertad de toda España. Dado en la Casa de la Excelentísima Ciudad residente en el portal de San Antonio, estando presentes los citados Excelentísimos señores y personas asociadas, a 11 de septiembre, a las 3 de la tarde, de 1714.”

FELIPE V 
Por entonces no existía el derecho individual de cada uno para elegir en cada ocasión en qué bando luchar. Por lo tanto, hubo súbditos de Felipe V que, por decisión propia, se convirtieron ante él en reos de Lesa Majestad al haberse puesto de parte de los que querían arrebatarle la corona. Y fueron castigados conforme a los estándares europeos de aquel siglo XVIII. Las instrucciones precisas de Felipe V sobre el trato que debía dar a los resistentes cuando la ciudad cayera, en las que se decía que “se merecen ser sometidos al máximo rigor según las leyes de la guerra para que sirva de ejemplo para todos mis otros súbditos que, a semejanza suya, persisten en la rebelión”.
Así como el rey castigó la deslealtad, premió la lealtad de diversos modos. Por ejemplo, Cervera (Lérida) fue agraciada con la única universidad autorizada en Cataluña, y el escudo de Murcia recibió un león coronado que sujeta una flor de lis y un lema laudatorio, en reconocimiento del apoyo que había prestado al rey. Honores similares fueron concedidos a otras localidades españolas.
Como se suele decir, “Después de un incendio, no se dejan rescoldos”. Y eso ha pasado siempre después de una guerra.
Por supuesto que todo es cuestionable y en una guerra cada bando tiene sus razones para luchar, pero hoy en día se cuenta una historia falsa en algunas provincias y por algunos medios, y esto es lo que pretendemos, contar el porqué lucharon los catalanes después de terminada la Guerra de Sucesión Española en 1713 con la firma del Tratado de Utrech.
La fecha en Cataluña es la celebración de lo que se llama "la Diada", día de Cataluña.
Bien mirado están celebrando una derrota o el fin de la resistencia de algunos.

RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN.

Nació en Villanueva de Arosa, en 1869 - Murió en Santiago de Compostela, 1935. Narrador y dramaturgo. Se le considera, junto con Federico Ga...