Alfonso V de Aragón
al fallecimiento prematuro de su padre le hizo ceñirse la corona, con tan sólo
veinte años.
En 1419 surgieron las primeras discrepancias con las cortes catalanas, que no sólo exigían la destitución de sus consejeros castellanos, y también se oponían, paradójicamente, a proseguir la secular expansión de Cataluña por el Mediterráneo, debido al previsible perjuicio que la ausencia real provocaría en los estados hispánicos de la Corona de Aragón.
En 1419 surgieron las primeras discrepancias con las cortes catalanas, que no sólo exigían la destitución de sus consejeros castellanos, y también se oponían, paradójicamente, a proseguir la secular expansión de Cataluña por el Mediterráneo, debido al previsible perjuicio que la ausencia real provocaría en los estados hispánicos de la Corona de Aragón.
El rey zarpó hacia Cerdeña y consolidó el dominio catalán pero renunció dado
el apoyo que la ciudad de Génova prestaba a los corsos en 1421.
En mayo de 1432, Alfonso V dejó su Corte Aragonesa y partió definitivamente hacia Italia, para instalarse en Sicilia. En 1435 intentó asediar Gaeta, pero en la batalla de Ponza cayó prisionero de los genoveses, aliados del nuevo soberano napolitano, Renato de Anjou. Años después en Milán, Alfonso se hizo amigo de Felipe María Visconti, duque de Milán y señor de Génova. Esta amistad facilitaría, en 1443, después de años de lucha con Venecia, Florencia, el Papado y los angevinos, la conquista de Nápoles por parte del rey aragonés. Estableció su corte en Nápoles, convirtió la ciudad un gran centro humanístico y se dedicó por completo a la política italiana. Dejó el gobierno de sus reinos hispánicos, sucesivamente, a su esposa, la reina María de Castilla y al hermano de ésta Juan de Navarra (su hermano y padre del que sería Fernando el católico).
Este bello reino, como casi toda Italia, andaba tiempo hacía miserablemente revuelto y turbado, y hallábase, así interior como exteriormente, en un estado deplorable de agitación y de desorden.
En mayo de 1432, Alfonso V dejó su Corte Aragonesa y partió definitivamente hacia Italia, para instalarse en Sicilia. En 1435 intentó asediar Gaeta, pero en la batalla de Ponza cayó prisionero de los genoveses, aliados del nuevo soberano napolitano, Renato de Anjou. Años después en Milán, Alfonso se hizo amigo de Felipe María Visconti, duque de Milán y señor de Génova. Esta amistad facilitaría, en 1443, después de años de lucha con Venecia, Florencia, el Papado y los angevinos, la conquista de Nápoles por parte del rey aragonés. Estableció su corte en Nápoles, convirtió la ciudad un gran centro humanístico y se dedicó por completo a la política italiana. Dejó el gobierno de sus reinos hispánicos, sucesivamente, a su esposa, la reina María de Castilla y al hermano de ésta Juan de Navarra (su hermano y padre del que sería Fernando el católico).
Este bello reino, como casi toda Italia, andaba tiempo hacía miserablemente revuelto y turbado, y hallábase, así interior como exteriormente, en un estado deplorable de agitación y de desorden.
La reina
Juana II después de haber retirado la mano de esposa que había ofrecido, había
hecho encerrar en una prisión a su esposo. Libre la reina Juana del freno de su
marido, entregose a rienda suelta a sus desenvueltas e impúdicas pasiones, y
atrevidos aventureros se disputaban con las armas los favores y el poder de una
reina indigna de este nombre.
Pasó pues la armada aragonesa a las aguas de Nápoles: a su aproximación Sforza y el rey Luis levantaron el cerco: la reina, fiel por esta vez a su palabra, entregó a los aragoneses y catalanes los castillos que dominaban el puerto y la ciudad, ratificó la adopción de Alfonso, de acuerdo con los grandes de su reino, mandando que fuese obedecido y acatado como si fuese su hijo legítimo y heredero del trono, y aquel pueblo inconstante saludó con gritos de júbilo al monarca aragonés, si bien no faltaba quien viese con asombro las extrañas mudanzas de aquella reina.
La fortuna en los combates favorecía al monarca aragonés no menos que su valor y su política. Sus naves lograron una señalada victoria sobre las genovesas, y Génova determinó darse al duque de Milán. El mismo Alfonso tuvo cercado en la Cerra al de Anjou, y aunque Sforza acudió a protegerle, era tal el temor que infundía ya en Italia el poder del aragonés, que el mismo papa Martín V pudo alcanzar que se estipulase una tregua entre los dos príncipes.
Eran no obstante muchos los enemigos que Alfonso tenía en Italia, los unos por adhesión al de Anjou, los otros por temor de que llegase a reunir las dos coronas de Nápoles y Sicilia. El gran senescal, privado de la reina, era también secretamente su enemigo; y como a la misma reina la empezase a disgustar que el que había llamado y adoptado por hijo lo gobernase todo en el reino, tan ligera y fácil en aborrecer como en amar, tomó pronto aversión, no solo al rey don Alfonso, sino a todo lo que fuese español.
Pasó pues la armada aragonesa a las aguas de Nápoles: a su aproximación Sforza y el rey Luis levantaron el cerco: la reina, fiel por esta vez a su palabra, entregó a los aragoneses y catalanes los castillos que dominaban el puerto y la ciudad, ratificó la adopción de Alfonso, de acuerdo con los grandes de su reino, mandando que fuese obedecido y acatado como si fuese su hijo legítimo y heredero del trono, y aquel pueblo inconstante saludó con gritos de júbilo al monarca aragonés, si bien no faltaba quien viese con asombro las extrañas mudanzas de aquella reina.
La fortuna en los combates favorecía al monarca aragonés no menos que su valor y su política. Sus naves lograron una señalada victoria sobre las genovesas, y Génova determinó darse al duque de Milán. El mismo Alfonso tuvo cercado en la Cerra al de Anjou, y aunque Sforza acudió a protegerle, era tal el temor que infundía ya en Italia el poder del aragonés, que el mismo papa Martín V pudo alcanzar que se estipulase una tregua entre los dos príncipes.
Eran no obstante muchos los enemigos que Alfonso tenía en Italia, los unos por adhesión al de Anjou, los otros por temor de que llegase a reunir las dos coronas de Nápoles y Sicilia. El gran senescal, privado de la reina, era también secretamente su enemigo; y como a la misma reina la empezase a disgustar que el que había llamado y adoptado por hijo lo gobernase todo en el reino, tan ligera y fácil en aborrecer como en amar, tomó pronto aversión, no solo al rey don Alfonso, sino a todo lo que fuese español.
No era esto tan secreto que no llegase a noticia de don
Alfonso. Sforza no vaciló en acudir a la defensa de la reina con la esperanza
de tener todo el reino a su mano; su gente era poca y mal vestida; mejor
equipados y más en número eran los españoles. Diose pues al combate entre
angevinos y aragoneses y los nuestros se vieron envueltos y derrotados.
Crítica era la situación de Alfonso de Aragón; reducido estaba a dos castillos de Nápoles sin bastimentos el que pocos días antes disponía de todo el reino siciliano. Por fortuna suya arribó oportunísima y felizmente al puerto de Nápoles una flota catalana de treinta fustas, que era la que se decía iba a buscar la reina Juana para traerla a Cataluña. Con tan poderoso refuerzo cambió tanto la situación de las cosas, que determinó el rey don Alfonso combatir la ciudad desde los castillos, desde las galeras, por tierra y por mar, y entrarla por todas partes a sangre y fuego. Así se hizo; combatió furiosa y sangrientamente en las calles de Nápoles. Sforza peleaba heroicamente y se batió pero después de una lucha horrible de dos días, se retiraron. Sforza logró sacar a la reina del Castillo de Capuana.
Quedó
otra vez Alfonso de Aragón dueño de Nápoles (junio, 1423).
Reunidas las fuerzas de Sforza, y haciendo alianza con el duque de Milán y señor de Génova, determinaron tomar la ofensiva. Conociendo Alfonso la dificultad de resistir, resolvió reembarcarse para sus reinos de España.
Salió, pues, de Nápoles el rey don Alfonso, y a mediados de octubre (1423) se dio a la vela en Gaeta con diez y ocho galeras y doce naves. Pero antes de regresar a Cataluña quiso acometer una grande empresa. La rica, fuerte y populosa ciudad de Marsella pertenecía a su enemigo Luis de Anjou, y Alfonso se propuso o conquistarla o destruirla. La embistió, pues, y atacó resueltamente. Acudieron allí los marselleses en gran número, pero rechazados y arrollados por los intrépidos marinos catalanes y por los briosos soldados de Aragón, se retiraron de calle en calle.
Abandonó la ciudad así destruida sin querer dejar en ella guarnición, y embarcándose la gente arribó la armada victoriosa a Cataluña
Allá en Nápoles continuaba el gran senescal apoderado del ánimo y del corazón de la reina y del gobierno del reino, relegado el de Anjou en su ducado de Calabria.
Reunidas las fuerzas de Sforza, y haciendo alianza con el duque de Milán y señor de Génova, determinaron tomar la ofensiva. Conociendo Alfonso la dificultad de resistir, resolvió reembarcarse para sus reinos de España.
Salió, pues, de Nápoles el rey don Alfonso, y a mediados de octubre (1423) se dio a la vela en Gaeta con diez y ocho galeras y doce naves. Pero antes de regresar a Cataluña quiso acometer una grande empresa. La rica, fuerte y populosa ciudad de Marsella pertenecía a su enemigo Luis de Anjou, y Alfonso se propuso o conquistarla o destruirla. La embistió, pues, y atacó resueltamente. Acudieron allí los marselleses en gran número, pero rechazados y arrollados por los intrépidos marinos catalanes y por los briosos soldados de Aragón, se retiraron de calle en calle.
Abandonó la ciudad así destruida sin querer dejar en ella guarnición, y embarcándose la gente arribó la armada victoriosa a Cataluña
Allá en Nápoles continuaba el gran senescal apoderado del ánimo y del corazón de la reina y del gobierno del reino, relegado el de Anjou en su ducado de Calabria.
Mas por otro lado dio no poco disgusto al rey la injustificada defección de don Fadrique, conde de Luna, que ya se aliaba con la reina de Nápoles, ya con el rey de Castilla y don Álvaro de Luna, lo cual movió al aragonés a quitar a los castellanos todas las fortalezas y guarniciones que tenían en Sicilia.
Alfonso V retorna a Italia en 1432 pero debe posponer la toma de Nápoles debido a la liga militar que, con el apoyo del papa Eugenio IV y del emperador Segismundo, forman Venecia, Florencia y Milán y que le obliga a firmar en 1433 una tregua de diez años con Juana II de Nápoles.
La tregua permite a Alfonso fijar su atención en África donde ya, en 1432, había dirigido una expedición militar contra la isla de Yerba.
En 1434 fallece Luis III de Anjou por lo que la reina Juana nombra nuevo heredero al trono de Nápoles al hermano de aquel, Renato. Sin embargo, ante la muerte de Juana al año siguiente, el papa Eugenio IV no da su aprobación por lo que Alfonso ve llegado el momento de conquistar Nápoles. Acompañado de sus hermanos Juan, Enrique y Pedro toma la ciudad de Capua y pone sitio a Gaeta en cuyo auxilio acudió una flota genovesa, que derrotará a la aragonesa en la batalla de Ponza que se desarrolla el 4 de agosto de 1435 y en la que fueron hechos prisioneros el propio rey y sus hermanos Juan II de Navarra y Enrique que son entregados al duque de Milán Filippo María Visconti.
En 1436, el duque liberó a Juan de Navarra quien regresa a la Península y sustituye a la esposa de Alfonso V como regente del reino de Aragón, por lo que María quedó únicamente al frente del principado catalán.
Alfonso negocia su libertad y llega a un acuerdo con el duque de Milán por el que ambos firman una alianza que le permitirá volver a conquistar Capua y Gaeta en 1436 y poner sitio a Nápoles, en el que fallecerá su hermano Pedro en 1438. Tras tomar varias ciudades en Calabria, entrará triunfalmente en Nápoles el 23 de febrero de 1443, obteniendo el reconocimiento de Eugenio IV a cambio de que Alfonso le apoyara en su enfrentamiento contra los Sforza
Alfonso no regresaría nunca más a sus reinos de la Corona de Aragón estableciendo su corte en la fortaleza de Castel Nuovo,
El eco de la Corona de Aragón resuena aún en las calles de Nápoles. Entre la magnificencia del Vesubio y la vibrante vida del Golfo, se esconde un legado histórico y cultural que vincula a la ciudad italiana con nuestro país de una forma indeleble. Durante más de dos siglos, desde la conquista de Alfonso V el Magnánimo en 1442, el reino de Nápoles fue parte importante del dominio aragonés.
Alfonso V no fue un mero conquistador. No solo marcó el destino político de esta zona italiana. Convirtió a Nápoles en epicentro del Renacimiento europeo. Como monarca-humanista que fue mecenas de las artes.
Su corte se llenó de intelectuales, poetas y artistas, atraídos por un ambiente de fervor cultural y libertad creativa. Este esplendor fue continuado por su hermano y sucesor, Fernando I, quien mantuvo a Nápoles como una capital de primer orden. La ciudad se convirtió en un crisol de ideas, donde el arte gótico aragonés se fundió con las nuevas corrientes renacentistas italianas, dando lugar a un estilo único y grandioso.
El símbolo más palpable de este glorioso pasado es el majestuoso Arco de Triunfo del Castel Nuovo o también denominado Maschio Angioino. Esta imponente puerta, construida para conmemorar la entrada de Alfonso V en la ciudad, es una obra maestra del Renacimiento. Sus esculturas y relieves, que narran la victoria del monarca, son un testimonio de su visión y poder, y un punto de conexión visual entre Aragón y Nápoles. El arco no solo es un monumento, sino una declaración de intenciones que marcaba el inicio de una nueva era.
Pero el legado aragonés no se detuvo en el arte y la
arquitectura. El periodo de su dominación trajo una estabilidad política que
impulsó la economía de Nápoles, fortaleciendo su papel como puerto comercial
vital en el Mediterráneo. Las redes mercantiles y los intercambios culturales
entre ambas orillas del mar se multiplicaron, enriqueciendo a ambas partes. Aquel
castellano de entonces se convirtió en una lengua de la élite, mezclándose con
el napolitano y dejando su huella en el dialecto local.
Hoy, pasear por el centro histórico de Nápoles es caminar sobre las huellas de esta época. Las calles, plazas y antiguos palacios susurran historias de reyes aragoneses. Su herencia es un patrimonio vivo, un recordatorio de un tiempo en el que una misma corona unía a Zaragoza y a Nápoles, forjando un destino compartido. Este legado, menos famoso que el de los musulmanes en la península ibérica pero igualmente fascinante, invita a redescubrir la profunda e inquebrantable relación entre dos tierras unidas por la historia y el arte.
Fue Rey de Aragón y Valencia y Conde de Barcelona desde 1416 a 1458 . Fue Rey de Nápoles desde 1442 hasta su muerte en 1458
Hoy, pasear por el centro histórico de Nápoles es caminar sobre las huellas de esta época. Las calles, plazas y antiguos palacios susurran historias de reyes aragoneses. Su herencia es un patrimonio vivo, un recordatorio de un tiempo en el que una misma corona unía a Zaragoza y a Nápoles, forjando un destino compartido. Este legado, menos famoso que el de los musulmanes en la península ibérica pero igualmente fascinante, invita a redescubrir la profunda e inquebrantable relación entre dos tierras unidas por la historia y el arte.
Fue Rey de Aragón y Valencia y Conde de Barcelona desde 1416 a 1458 . Fue Rey de Nápoles desde 1442 hasta su muerte en 1458
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