martes, 16 de septiembre de 2025

NACIMIENTO DE CASTILLA

Surgió en el siglo IX como un conjunto de territorios en la pare oriental del reino de Astur. Entre las montañas cántabras y una serie de castillos levantados en el valle del Ebro que originalmente se llamó Bardulia o Bardulias, nombre antiguo ubicado al norte de la provincia de Burgos, zona fronteriza entre la actual provincia de Burgos, Cantabria y País Vasco conocida hasta aquel momento como Bardulia, por el pueblo de los Várdulos  y situada en el límite entre el Reino de Asturias, el Emirato de Córdoba y las tribus vasconas que se desplazaban hacia el oeste. Era una zona de desfiladeros, atajos y alturas, fácilmente defendibles de los musulmanes.


Entre el 739-757- Alfonso I de Asturias, fue obligado a defenderse del Califato cordobés en la zona fronteriza del reino Astur. Para ello construyó varias fortalezas. Ya aparece el nombre de Castilla a un condado mencionado en un documento del año 800 y que señalaba desde el sur de la cordillera cantábrica hasta La Rioja. Ni lo nobles ni el clero se aventuraban mucho en zonas tan peligrosas por lo que apenas se produjeron divisiones de clase y no hubo latifundios. Esto marcó un grado de libertad, muy diferente al leonés, que fue la semilla del elemento diferenciador del hombre castellano de aquella época.
Los cristianos de Alfonso II (760-842) 
colonizaron parte de las tierras vacías señaladas y comenzaron a construir fortalezas para protegerse  de los musulmanes, quienes las llamaban “al-qila” (castillo) hasta el punto de ser llamada Castilla (literalmente, tierra de castillos). Fue en este lugar donde el contacto entre los dialectos vulgares del latín que hablaban las diferentes tribus y la influencia del vasco darían origen al idioma castellano
Los condados eran territorios concretos que era gobernados por unos jueces, llamados condes, nombrados por el rey astur al que debían obediencia. La región castellana fue colonizada por cántabros y vascos poco romanizados, que se regían por códigos y que hablaban una lengua romance derivada del latín vulgar.

Diego Rodríguez Porcelos - Burgos

Aquí, en esta naciente Castilla fue donde el conde Rodrigo (850-(873) ejerció el gobierno encomendado por el rey astur Ordoño I. Muerto éste, en el 873 el conde cedió el condado de Castilla a su hijo Diego Rodríguez Porcelos (873-885) 
que fundó la ciudad de Burgos en el 884, la futura capital de Castilla.
Nace el reino de León en el 910 cuando Alfonso III traslada la sede del reino Astur de Oviedo a León.
El rey Ramiro II de León nombró conde de Castilla en el 931 a Fernán González. Fue conde de Castilla, Burgos, Álava, Lantarón y Cerezo (931-944 y 945-970). 
En los años 930-970, Fernán González, conde de Castilla entró en la leyenda medieval y que provechó las tensiones de los reinos limítrofes de León y Navarra, para engrandecer Castilla a la que solo le faltaba la corona para ser un reino. Consiguió agrupar su autoridad sobre los condados de Burgos y Castilla en el 931. Luchas de poder con el rey leonés Ramiro II, se saldan con la boda de Ordoño III (el leonés) con hija del conde González, doña Urraca. A partir de él fue hereditario el título de conde.
En el 951 muere Ramiro II de León y se considera como el momento de la independencia de Castilla. Le sucede su hijo que concedió títulos de nobleza a militares a caballo, importante papel para el predominio de Castilla sobre León. Su hijo amplió las fronteras hasta Guadalajara y Madrid. Heredó Castilla doña Mayor, que estaba casada con Sancho el Mayor de Navarra y se nombró a su hijo García Fernández heredero del condado. 

Almanzor 

Este conde en el 981 ayudó al famoso guerrero Almanzor para derrotar en Atienza a su hermano Galib. Almanzor después tomó Zamora y Salamanca y venció a la coalición de Ramiro III de León, Sancho Garcés II de Pamplona y García Fernández de Castilla en la batalla de Rueda y éstos perdieron numerosas fortalezas castellanas en Atienza y Sepúlveda. En una batalla cayó herido García Fernández y murió poco después en el 995. Heredó su hijo Sancho García. Éste dirigió una campaña con aliados contra Almanzor. Pero fueron derrotados en la batalla de Cervera que le permitió a Almanzor el saqueo de Burgos. Posteriormente el conde de Castilla Sancho García llegó junto a Sánchez Garcés III de Pamplona y Alfonso V de León al pueblo de Calatañazor, año 1002, donde Almanzor tuvo que huir sin luchar ya que estaba enfermo. Almanzor moriría poco meses después en la villa cercana de Medinaceli.
Sancho García también había heredado las parias (tributos) del reino Taifa de Zaragoza. A su hermano Alfonso el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León, que tenía derechos sobre las parias de Asturias, León, Astorga, y Zamora y Toledo. A su hermano García le dio Galicia, para lo que creó nuevos derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz y parte de Portugal hasta Coímbra. A Urraca, de dio el señorío de Zamora, con título y rentas. A su otra hija Elvira, le dio la ciudad de Toro.

Fernán González 

La herencia recibida trajo serios conflictos entre los hermanos. Sancho y Alfonso querían unir los reinos y acordaron repartirse Galicia. Atacaron a García y tuvo que huir del reino que fue repartido por los hermanos.
En 1007 Sancho García realizó una incursión en territorio musulmán en la que destruyó el castillo de Atienza y llegó hasta Molina. Apoyó al califa Sulayman en la luchas cordobesas en las que en el 1009 saqueó Córdoba. El moro le regaló varias plazas en la línea del Duero, Osma, Esteban de Gormaz, Berlanga, Sepúlveda y Peñafiel.
Sancho García murió en el 1017. Heredó su hijo  García Sánchez (1017-1029). Heredó con siete años por lo que su tía Urraca y varios nobles ejercieron la tutoría. Pero el rey de Pamplona Sancho Garcés III era su cuñado y protegió sus derechos frente a los castellanos y al rey leonés, ejerciendo de facto el gobierno de Castilla.
Pero el niño fue asesinado en León cuando se iba a reunir con su prometida. Después de ajusticiados los asesinos Sancho Garcés III dirigió los destinos de Álava y Castilla como esposo de la hermana del asesinado proclamando a su hijo Fernando como heredero de su madre.
Los asesinos eran los de la familia de los “Vela”. Sancho III de Pamplona mandó ejecutarlos y además se quedó con las tierras entre el Cea y el Pisuerga, posesiones de León y aprovechó para extender sus dominio por tierras castellanas, que eran la dote y por sus derechos al estar casado con la hermana del asesinado.

BARDULIA - PRIMITIVA CASTILLA 
Castilla, sin embargo, pertenecía al ámbito soberano de León cuyo monarca, Alfonso V, había aprovechado a su vez el fallecimiento de Sancho García para intentar restablecer su autoridad directa en la turbulenta “mesopotamia” del Cea y el Pisuerga. La posterior injerencia de Sancho el Mayor en estas tierras pudo tener carácter arbitral o mediador más que imperativo, como parece corroborar el matrimonio de Alfonso V, viudo de la noble dama gallega Elvira Menéndez, con Urraca, hermana del monarca pamplonés (1023), renovando así las tradiciones de parentesco. Muerto Alfonso V ante los muros de Viseu (7 de agosto de 1028), su hijo y sucesor Vermudo III con sólo once años de edad no estaba capacitado para hacer frente a la nobleza levantisca de aquel extenso reino, por lo que el soberano pamplonés promovió el matrimonio del “infante” García con Sancha, hermana del pequeño Vermudo. Pero cuando se disponía a celebrar sus esponsales en la ciudad de León, el joven conde castellano fue asesinado (13 de mayo de 1029) por miembros exiliados de un linaje alavés resentido tiempo atrás con Fernán González.
La sucesión de Castilla recaía así en Munia o Mayor, esposa del Rey de Pamplona. Se había procedido enseguida a cierta acomodación del patrimonio de la familia condal castellana en una asamblea (concilium) de magnates, celebrada en Burgos (7 de julio de 1029) y el escriba que redactó la oportuna acta completó la fecha con la referencia habitual, en este caso, “reinando en Castilla por la gracia de Dios el príncipe Sancho y su hijo el conde Fernando”. El término siempre genérico de “príncipe” (princeps) define aquí las prerrogativas de hecho del rey Sancho sobre un territorio que en rigor pertenecía a un espacio soberano diferente, el leonés.
Se significa que Sancho “reina en Castilla” porque es “rey” a título personal (de Pamplona), aunque en aquel territorio desempeñaba funciones de conde, en nombre de su joven cuñado García, luego de su mujer y, en último término, como mandatario del Rey leonés. 

ESCUDO DEL CONDADO DE CASTILLA 
El extenso condado de Castilla pertenecía ciertamente a la herencia de la reina Munia y, por tanto, debía recaer en sus hijos, aunque siguiera inscrito en la órbita soberana de la realeza leonesa. 
El nuevo Monarca pamplonés adquiría, pues, aquí los rendimientos y asimismo las funciones propias de un conde, rango que formalmente lo convertía en vasallo del Rey de León, como su hermano Fernando a quien, tras haber cooperado con sus progenitores en el gobierno de todo el condado, habría correspondido ahora sólo la “Castilla Nueva”, burgalesa y duriense. Semejante superposición de investiduras en las tierras castellanas, de soberanía leonesa y ahora con dos titulares de alcurnia regia en el desempeño de funciones teóricamente condales, es decir subalternas, era difícilmente viable como no tardaría en demostrarse en tiempos inmediatamente posteriores.


Antes de morir dispuso en su testamento que su hijo Ramiro I recibiría el condado de Aragón, el primogénito García Sánchez recibiría Pamplona y gran parte del condado de Castilla y su hijo Fernando gobernaría un menguado condado de Castilla. Todos rendirían vasallaje a García Sánchez III, pero el testamento no fue respetado.
En (1029-1065) Fernando I era conde de Castilla y rey consorte de León. Se le solía designar el primer rey de Castilla, pero actualmente se considera que este reino se inicia a la muerte de este monarca. El conde Fernando de Castilla y rey I de León, dejó en herencia la división de los territorios entre sus hijos.

lunes, 15 de septiembre de 2025

VICENTE BLASCO IBAÑEZ

Nacido en Valencia el 29 de enero de 1867,  es uno de autores más respetados e influyentes de finales del siglo XIX y principios del XX, además de uno de los miembros más destacados de la Generación del 98. Antimonárquico y republicano declarado, participó activamente de la política española de su tiempo. El autor valenciano plasmó sus ideas en El Pueblo, el periódico que fundó en el año 1893, unas ideas que acabarían llevándole a la cárcel en más de una ocasión.

En su juventud, Blasco Ibáñez estuvo muy ligado al famoso editor y escritor aragonés Mariano de Cabrerizo, cuya influencia hizo del joven un ávido lector. Según el historiador valenciano Ramiro Reig, Los Miserables, del escritor francés Víctor Hugo, marcaría de tal manera al joven Blasco Ibáñez que a "partir de ese momento tuvo claro lo que iba a ser: un escritor revolucionario".

A Blasco Ibáñez le fascinaba profundamente la huerta valenciana, un paisaje que dejó huella en su alma cuando de pequeño recorría con su madre, Ramona, aquellos terrenos exuberantes. Sería precisamente este paisaje de su juventud el escenario de su primera obra titulada Carmen, quizás inspirada en un primer amor.


Cursó la carrera de Derecho, y empezó a asistir a las reuniones que organizaba el Partido Republicano Federal en el casino de las Juventudes Federales. Algunos de sus discursos lo acabarían llevando una treintena de veces a prisión. Cuando el marqués de Cerralbo, un líder carlista estaba en Valencia, hizo entonces un llamamiento a boicotear su presencia en la ciudad desde el periódico La Bandera Federal. Acusado de injurias, el escritor tuvo que huir a París, y trabajó de periodista entre 1890 y 1891.

En París su obra “Historia de la revolución española” empezó a escribir. Asimismo, desde la capital francesa, Blasco Ibáñez presentó su candidatura como diputado a las elecciones de 1891 por el partido Unión Republicana.

Blasco Ibáñez se casaría con María Blasco del Cacho. Fundó junto a su amigo Miguel Senent la editorial La Propaganda Democrática y junto a Francisco Sempere editó La Historia de la Revolución Francesa. También fundó la editorial Prometeo, con la que publicaría obras de Shakespeare, Quevedo y Tolstoi, entre otros autores universales.

La sublevación en Cuba, en 1896, que supuso el envío inmediato de tropas a la isla, motivó la ira de Blasco Ibáñez que en un artículo titulado El rebaño gris se expresaba en estos términos: "Los que sobrevivan, si pueden volver a España, tienen asegurado el porvenir. Entre los que les despidieron ayer no faltará quien les compre los abonarés irrisorios con un descuento del 99 por 100. Si quedan inválidos, pueden aprender a tocar la guitarra para pedir una caridad a cualquiera de esas familias enriquecidas en Cuba y es posible que, desde sus carruajes, les arrojen dos céntimos".

Participó en una manifestación ilegal contra Estados Unidos, por lo que fue de nuevo condenado a prisión, aunque logró escapar y refugiarse en una barraca de Almàssera, donde escribiría un cuento titulado “Venganza moruna”, que constituiría el germen de una de sus novelas más celebradas, “La barraca”. De hecho, durante aquellos años de activismo político verían la luz algunas de las que están consideradas como sus mejores novelas: Arroz y tartana (1894), Flor de Mayo (1895) Entre naranjos (1900) y Cañas y barro (1902).

Publicó La Catedral en 1903. De esta nueva etapa son El Intruso (1904), La Bodega (1905) y La Horda (1905). Blasco Ibáñez conoció a una mujer chilena llamada Elena Ortúzar, que marcaría de manera decisiva su vida y su obra (con Elena se casaría en segundas nupcias en 1925, tras enviudar de María). De ese período son la publicación de La maja desnuda (1906), Sangre y arena (1908) y Los muertos mandan (1909).

Blasco Ibáñez emprendió entonces un viaje por Europa que lo llevaría hasta Turquía. Más fascinante sería para el autor su viaje a Argentina, donde impartió conferencias relacionadas con temas de la actualidad española. También viajó por tierras chilenas. Finalmente, en 1914 regresó a París.

Con el estallido la Primera Guerra Mundial, Blasco Ibáñez publicó Historia de la guerra europea de 1914, Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), Mare Nostrum (1918) y Los enemigos de la mujer (1919).

Tras su viaje alrededor del mundo escribió “La vuelta al mundo de un novelista” (1924).  Instaurada en España la dictadura de Primo de Rivera, reaparecería el Blasco Ibáñez más combativo. A esto hay que añadir sus virulentos ataques contra Alfonso XIII.

Retirado en la Costa Azul, Blasco Ibáñez publicó varias obras más: El Papa del mar (1925), A los pies de Venus (1926) y, de manera póstuma, En busca del gran Kan y El caballero de la Virgen (1929). Un día antes de cumplir los sesenta y un años, el 28 de enero de 1928, el prolífico escritor valenciano murió como consecuencia de una neumonía.

La obra de Blasco Ibáñez ha traspasado fronteras y algunas de sus novelas, con los años, darían el salto a la gran pantalla. Podemos decir que el escritor valenciano triunfó en Hollywood. Así, algunos de sus guiones fueron adquiridos por la Metro, como por ejemplo Los cuatro jinetes del Apocalipsis en 1921 y Sangre y arena en 1922. Ambas películas fueron protagonizadas por el galán de la época, Rodolfo Valentino.

Más adelante fueron nuevamente filmadas con otros actores y director. En España muchas de sus novelas han sido llevadas al cine como La barraca (1979), Cañas y barro (1954 y 1978), de nuevo Sangre y arena (1989) y Entre naranjos (1998). La última ha sido Arroz y Tartana, de Antonio Escrivá, en el año 2003.

domingo, 14 de septiembre de 2025

ALFONSO V DE ARAGÓN Y NÁPOLES

Alfonso V  de Aragón al fallecimiento prematuro de su padre le hizo ceñirse la corona, con tan sólo veinte años.
En 1419 surgieron las primeras discrepancias con las cortes catalanas, que no sólo exigían la destitución de sus consejeros castellanos, y también se oponían, paradójicamente, a proseguir la secular expansión de Cataluña por el Mediterráneo, debido al previsible perjuicio que la ausencia real provocaría en los estados hispánicos de la Corona de Aragón. 


El rey zarpó hacia Cerdeña y consolidó el dominio catalán pero renunció dado el apoyo que la ciudad de Génova prestaba a los corsos en 1421.
En mayo de 1432, Alfonso V dejó  su  Corte Aragonesa y partió definitivamente hacia Italia, para instalarse en Sicilia. En 1435 intentó asediar Gaeta, pero en la batalla de Ponza cayó prisionero de los genoveses, aliados del nuevo soberano napolitano, Renato de Anjou. Años después en Milán, Alfonso se hizo amigo de Felipe María Visconti, duque de Milán y señor de Génova. Esta amistad facilitaría, en 1443, después de años de lucha con Venecia, Florencia, el Papado y los angevinos, la conquista de Nápoles por parte del rey aragonés. Estableció su corte en Nápoles, convirtió la ciudad un gran centro humanístico y se dedicó por completo a la política italiana. Dejó el gobierno de sus reinos hispánicos, sucesivamente, a su esposa, la reina María de Castilla y al hermano de ésta Juan de Navarra (su hermano y padre del que sería Fernando el católico).
Este bello reino, como casi toda Italia, andaba tiempo hacía miserablemente revuelto y turbado, y hallábase, así interior como exteriormente, en un estado deplorable de agitación y de desorden. 


La reina Juana II después de haber retirado la mano de esposa que había ofrecido, había hecho encerrar en una prisión a su esposo. Libre la reina Juana del freno de su marido, entregose a rienda suelta a sus desenvueltas e impúdicas pasiones, y atrevidos aventureros se disputaban con las armas los favores y el poder de una reina indigna de este nombre.
Pasó pues la armada aragonesa a las aguas de Nápoles: a su aproximación Sforza y el rey Luis levantaron el cerco: la reina, fiel por esta vez a su palabra, entregó a los aragoneses y catalanes los castillos que dominaban el puerto y la ciudad, ratificó la adopción de Alfonso, de acuerdo con los grandes de su reino, mandando que fuese obedecido y acatado como si fuese su hijo legítimo y heredero del trono, y aquel pueblo inconstante saludó con gritos de júbilo al monarca aragonés, si bien no faltaba quien viese con asombro las extrañas mudanzas de aquella reina.
La fortuna en los combates favorecía al monarca aragonés no menos que su valor y su política. Sus naves lograron una señalada victoria sobre las genovesas, y Génova determinó darse al duque de Milán. El mismo Alfonso tuvo cercado en la Cerra al de Anjou, y aunque Sforza acudió a protegerle, era tal el temor que infundía ya en Italia el poder del aragonés, que el mismo papa Martín V pudo alcanzar que se estipulase una tregua entre los dos príncipes.
Eran no obstante muchos los enemigos que Alfonso tenía en Italia, los unos por adhesión al de Anjou, los otros por temor de que llegase a reunir las dos coronas de Nápoles y Sicilia. El gran senescal, privado de la reina, era también secretamente su enemigo; y como a la misma reina la empezase a disgustar que el que había llamado y adoptado por hijo lo gobernase todo en el reino, tan ligera y fácil en aborrecer como en amar, tomó pronto aversión, no solo al rey don Alfonso, sino a todo lo que fuese español.
No era esto tan secreto que no llegase a noticia de don Alfonso. Sforza no vaciló en acudir a la defensa de la reina con la esperanza de tener todo el reino a su mano; su gente era poca y mal vestida; mejor equipados y más en número eran los españoles. Diose pues al combate entre angevinos y aragoneses y los nuestros se vieron envueltos y derrotados.


Crítica era la situación de Alfonso de Aragón; reducido estaba a dos castillos de Nápoles sin bastimentos el que pocos días antes disponía de todo el reino siciliano. Por fortuna suya arribó oportunísima y felizmente al puerto de Nápoles una flota catalana de treinta fustas, que era la que se decía iba a buscar la reina Juana para traerla a Cataluña. Con tan poderoso refuerzo cambió tanto la situación de las cosas, que determinó el rey don Alfonso combatir la ciudad desde los castillos, desde las galeras, por tierra y por mar, y entrarla por todas partes a sangre y fuego. Así se hizo; combatió furiosa y sangrientamente en las calles de Nápoles. Sforza peleaba heroicamente y se batió pero después de una lucha horrible de dos días, se retiraron. Sforza logró sacar a la reina del Castillo de Capuana.
Quedó otra vez Alfonso de Aragón dueño de Nápoles (junio, 1423).
Reunidas las fuerzas de Sforza, y haciendo alianza con el duque de Milán y señor de Génova, determinaron tomar la ofensiva. Conociendo Alfonso la dificultad de resistir, resolvió reembarcarse para sus reinos de España.
Salió, pues, de Nápoles el rey don Alfonso, y a mediados de octubre (1423) se dio a la vela en Gaeta con diez y ocho galeras y doce naves. Pero antes de regresar a Cataluña quiso acometer una grande empresa. La rica, fuerte y populosa ciudad de Marsella pertenecía a su enemigo Luis de Anjou, y Alfonso se propuso o conquistarla o destruirla. La embistió, pues, y atacó resueltamente. Acudieron allí los marselleses en gran número, pero rechazados y arrollados por los intrépidos marinos catalanes y por los briosos soldados de Aragón, se retiraron de calle en calle.
Abandonó la ciudad así destruida sin querer dejar en ella guarnición, y embarcándose la gente arribó la armada victoriosa a Cataluña
Allá en Nápoles continuaba el gran senescal apoderado del ánimo y del corazón de la reina y del gobierno del reino, relegado el de Anjou en su ducado de Calabria.


Mas por otro lado dio no poco disgusto al rey la injustificada defección de don Fadrique, conde de Luna, que ya se aliaba con la reina de Nápoles, ya con el rey de Castilla y don Álvaro de Luna, lo cual movió al aragonés a quitar a los castellanos todas las fortalezas y guarniciones que tenían en Sicilia.
Alfonso V retorna a Italia en 1432 pero debe posponer la toma de Nápoles debido a la liga militar que, con el apoyo del papa Eugenio IV y del emperador Segismundo, forman Venecia, Florencia y Milán y que le obliga a firmar en 1433 una tregua de diez años con Juana II de Nápoles.
La tregua permite a Alfonso fijar su atención en África donde ya, en 1432, había dirigido una expedición militar contra la isla de Yerba.
En 1434 fallece Luis III de Anjou por lo que la reina Juana nombra nuevo heredero al trono de Nápoles al hermano de aquel, Renato. Sin embargo, ante la muerte de Juana al año siguiente, el papa Eugenio IV no da su aprobación por lo que Alfonso ve llegado el momento de conquistar Nápoles. Acompañado de sus hermanos Juan, Enrique y Pedro toma la ciudad de Capua y pone sitio a Gaeta en cuyo auxilio acudió una flota genovesa, que derrotará a la aragonesa en la batalla de Ponza que se desarrolla el 4 de agosto de 1435 y en la que fueron hechos prisioneros el propio rey y sus hermanos Juan II de Navarra y Enrique que son entregados al duque de Milán Filippo María Visconti.
En 1436, el duque liberó a Juan de Navarra quien regresa a la Península y sustituye a la esposa de Alfonso V como regente del reino de Aragón, por lo que María quedó únicamente al frente del principado catalán.
Alfonso negocia su libertad y llega a un acuerdo con el duque de Milán por el que ambos firman una alianza que le permitirá volver a conquistar Capua y Gaeta en 1436 y poner sitio a Nápoles, en el que fallecerá su hermano Pedro en 1438. Tras tomar varias ciudades en Calabria, entrará triunfalmente en Nápoles el 23 de febrero de 1443, obteniendo el reconocimiento de Eugenio IV a cambio de que Alfonso le apoyara en su enfrentamiento contra los Sforza
Alfonso no regresaría nunca más a sus reinos de la Corona de Aragón estableciendo su corte en la fortaleza de Castel Nuovo,
El eco de la Corona de Aragón resuena aún en las calles de Nápoles. Entre la magnificencia del Vesubio y la vibrante vida del Golfo, se esconde un legado histórico y cultural que vincula a la ciudad italiana con nuestro país de una forma indeleble. Durante más de dos siglos, desde la conquista de Alfonso V el Magnánimo en 1442, el reino de Nápoles fue parte importante del dominio aragonés.


Alfonso V no fue un mero conquistador. No solo marcó el destino político de esta zona italiana. Convirtió a Nápoles en epicentro del Renacimiento europeo. Como monarca-humanista que fue mecenas de las artes.
Su corte se llenó de intelectuales, poetas y artistas, atraídos por un ambiente de fervor cultural y libertad creativa. Este esplendor fue continuado por su hermano y sucesor, Fernando I, quien mantuvo a Nápoles como una capital de primer orden. La ciudad se convirtió en un crisol de ideas, donde el arte gótico aragonés se fundió con las nuevas corrientes renacentistas italianas, dando lugar a un estilo único y grandioso.
El símbolo más palpable de este glorioso pasado es el majestuoso Arco de Triunfo del Castel Nuovo o también denominado Maschio Angioino. Esta imponente puerta, construida para conmemorar la entrada de Alfonso V en la ciudad, es una obra maestra del Renacimiento. Sus esculturas y relieves, que narran la victoria del monarca, son un testimonio de su visión y poder, y un punto de conexión visual entre Aragón y Nápoles. El arco no solo es un monumento, sino una declaración de intenciones que marcaba el inicio de una nueva era.
Pero el legado aragonés no se detuvo en el arte y la arquitectura. El periodo de su dominación trajo una estabilidad política que impulsó la economía de Nápoles, fortaleciendo su papel como puerto comercial vital en el Mediterráneo. Las redes mercantiles y los intercambios culturales entre ambas orillas del mar se multiplicaron, enriqueciendo a ambas partes. Aquel castellano de entonces se convirtió en una lengua de la élite, mezclándose con el napolitano y dejando su huella en el dialecto local.
Hoy, pasear por el centro histórico de Nápoles es caminar sobre las huellas de esta época. Las calles, plazas y antiguos palacios susurran historias de reyes aragoneses. Su herencia es un patrimonio vivo, un recordatorio de un tiempo en el que una misma corona unía a Zaragoza y a Nápoles, forjando un destino compartido. Este legado, menos famoso que el de los musulmanes en la península ibérica pero igualmente fascinante, invita a redescubrir la profunda e inquebrantable relación entre dos tierras unidas por la historia y el arte.
Fue Rey de Aragón y Valencia y Conde de Barcelona desde 1416 a 1458 . Fue  Rey de Nápoles desde 1442 hasta su muerte en 1458

sábado, 13 de septiembre de 2025

VENTURAS Y DESVENTURAS DE CERVANTES

En algún lugar de América, de cuyo nombre ni puedo acordarme, hace mucho tiempo vivía un villano, que en su día se encontró con la obra fundamental de la novela mundial. 
D. Miguel de Cervantes Saavedra es el autor de la primera novela moderna, una de las mejores de la literatura universal y unos de los libros más editado y traducido de la historia, el “Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” que fue hace tiempo considerado la obra cumbre de la literatura universal y una de las máximas creaciones del ingenio humano.


El Quijote es un libro externamente cómico e íntimamente triste, un retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados a la mísera realidad; no son pocos los paralelos que se han querido establecer con la España imperial de los Austrias, potencia hegemónica destinada a gobernar el mundo en el siglo XVI y a derrumbarse en el XVII, y con la vida de su autor, gloriosamente herido en el triunfo de Lepanto y abocado luego a toda suerte de desdichas. Los caracteres de Don Quijote y Sancho Panza son una representación del alma humana elevada a la plenitud. Se puede entender que Don Quijote representa la melodía en el desarrollo de la vida, la voz cantante, la ilusión, la imaginación y la aventura. Mientras Sancho es la conciencia, la razón, la lógica de las cosas. Entre ambos se desarrolla la armonía. En general, armonía es el equilibrio de las proporciones entre las distintas partes de un todo, y su resultado siempre connota belleza y lógica. Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá, Madrid, entre el 29 de septiembre y el 9 de octubre de 1547, fecha en que fue bautizado.

Su abuelo Juan, que era juez de la Santa Inquisición, se fue a por tabaco y dejó de trabajar, dejó la familia, y se dejó crecer las barbas y las ganas de no hacer nada. Por lo que el padre de Cervantes se vio obligado a ejercer su oficio de cirujano barbero, dando tumbos con su familia por la ancha Castilla. El destino de Miguel no pintaba bien. Pero asentados en Córdoba en 1555 Miguel ingresó en el colegio de los jesuitas. Fue un lector muy precoz y sus dos hermanas sabían leer, cosa muy poco usual en la época, aun en las clases altas. Por lo demás, la situación de la familia era precaria. Un año después partieron hacia Sevilla con el fin de mejorar económicamente, pues era la puerta de España a las riquezas de las Indias y la tercera ciudad de Europa en la segunda mitad del siglo XVI. Los Cervantes se trasladaron en 1566 a la nueva capital del reino, Madrid. No se sabe con certeza que Cervantes hubiera asistido a la universidad, en cambio, su nombre aparece en 1568 como autor de cuatro composiciones en una antología de poemas en alabanza de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, fallecida ese mismo año. 


CERVANTES EN LA BATALLA DE LEPANTO 
En el año de 1569 Miguel fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano derecha por herir a un tal Antonio de Segura. La pena, corriente, se aplicaba a quien se atreviera a hacer uso de armas en las proximidades de la residencia real. No se sabe si Cervantes salió de España ese mismo año huyendo de esta sanción, pero lo cierto es que en diciembre de 1569 se encontraba en los dominios españoles en Italia, provisto de un certificado de cristiano viejo. En 1571 Venecia y Roma formaban, con España, la Santa Alianza, y el 7 de octubre, comandadas por Juan de Austria, las huestes españolas vencieron a los turcos en la batalla de Lepanto. Fue la gloria inmediata, una gloria que marcó a Cervantes, el cual relataría muchos años después, en la primera parte del Quijote, las circunstancias de la lucha. En su transcurso recibió el escritor tres heridas, una de las cuales, si se acepta esta hipótesis, inutilizó para siempre su mano izquierda y le valió el apelativo de «el manco de Lepanto» como timbre de gloria. Junto a su hermano menor, Rodrigo, Cervantes entró en batalla nuevamente en Corfú, también al mando de Juan de Austria. En 1573 y 1574 se encontraba en Sicilia y en Nápoles, donde mantuvo relaciones amorosas con una joven a quien llamó «Silena» en sus poemas y de la que tuvo un hijo, Promontorio Cervantes se propuso conseguir una situación social y económica más elevada dentro de la milicia mediante su promoción al grado de capitán, para lo cual obtuvo dos cartas de recomendación ante Felipe II, firmadas por Juan de Austria y por el virrey de Nápoles, en las que se certificaba su valiente actuación en la batalla de Lepanto. Con esta intención, Rodrigo y Miguel de Cervantes se embarcaron en la goleta Sol, que partió de Nápoles el 20 de septiembre de 1575. A poco de zarpar, la goleta se extravió y fue abordada, por tres corsarios berberiscos. Tras encarnizado combate y la consiguiente muerte del capitán cristiano, los hermanos cayeron prisioneros. 

CERVANTES EN EL MERCADO DE ESCLAVOS EN ARGEL 
Las cartas de recomendación salvaron la vida a Cervantes, pero serían, a la vez, la causa de lo prolongado de su cautiverio: el corsario convencido de hallarse ante una persona principal y de recursos, lo convirtió en su esclavo y lo mantuvo apartado del habitual canje de prisioneros y del tráfico de cautivos corriente entre turcos y cristianos. Esta circunstancia y su mano lisiada lo eximieron de ir a las galeras. Cervantes protagonizó, durante su prisión, cuatro intentos de fuga. Temía un traslado a Constantinopla. Hassán retuvo a Cervantes hasta el último momento, mientras los frailes negociaban y pedían limosna para completar la cantidad. Por último, en 1580, fue liberado. Tenía treinta y tres años; reflejaba en cierto modo la profunda crisis general del imperio, que se agravaría luego de la derrota de la Armada Invencible en 1588. Al retornar, Cervantes renunció a la carrera militar. 

Mientras tanto, fruto de sus relaciones clandestinas con una joven casada, Ana de Villafranca, nació una hija, Isabel, criada por su Madrid. A los treinta y siete años, Cervantes contrajo matrimonio; su novia, Catalina de Salazar y Palacios. Tenía sólo dieciocho años. Meses antes, el escritor había acabado su primera obra importante, La Galatea, una novela. El editor Blas de Robles le pagó 1.336 reales por el manuscrito. Esta cifra nada despreciable y la buena acogida y el relativo éxito del libro animaron a Cervantes a dedicarse a escribir comedias. Entre 1585 y 1600 Cervantes solía visitar Madrid, allí alternaba con los escritores de su tiempo, leía sus obras y mantenía una permanente querella con Lope de Vega. Ingresó en la Academia Imitatoria, primer círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario real de abastos (recaudador de especies) para la Armada Invencible. También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la Iglesia por su excesivo celo recaudatorio y fue excomulgado; en Castro del Río fue encarcelado (1592), acusado de vender parte del trigo requisado. Al morir su madre en 1594, abandonó Andalucía y volvió a Madrid. Pero las penurias económicas siguieron acompañándole. Cervantes dio con sus huesos en prisión, esta vez en la de Sevilla, donde permaneció cinco meses. 


MONUMENTO A CERVANTES EN MADRID 

En esta época de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote. Entre 1604 y 1606, la familia de Cervantes, su esposa, sus hermanas y su aguerrida hija natural, así como sus sobrinas, siguieron a la corte a Valladolid, hasta que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid. En 1605, a principios de año, apareció en Madrid El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Cuando en junio de 1605 toda la familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por unas horas a causa de un turbio asunto, don Quijote y Sancho ya pertenecían al acervo popular. Cervantes escribió a un ritmo imparable: las Novelas ejemplares vieron la luz en 1613. Ese mismo año lo sorprendió la aparición, en Tarragona, de una segunda parte espuria del Quijote escrita por un tal Avellaneda. Así, enfermo y urgido, y mientras preparaba la publicación de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, acabó la segunda parte del Quijote, que se imprimiría en el curso del mismo año. El 19 de abril redactó "Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...". Un tal Márquez Torres, le había mandado una recomendación en la que relataba una conversación mantenida en febrero de 1615 con notables caballeros del séquito del embajador francés: "Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?". Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plaga a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo". En efecto, ya circulaban traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes supo que con el Quijote creaba una forma literaria nueva. Sus contemporáneos no vislumbraron la profundidad del descubrimiento del Quijote. Así, entre el 22 y el 23 de abril de 1616, murió en su casa de Madrid, asistido por su esposa y una de sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue enterrado en el convento de las trinitarias descalzas. 


ESTATUA DE CERVANTES EN MADRID 

Cervantes estuvo en las glorias imperiales de Lepanto y en las derrotas de la Invencible. Fue un producto claro de su tiempo. Fue genial escritor, valiente luchador y desgraciado, incomprendido por los poderosos, reconocido en el extranjero y por la historia. 
Y orgullo español siempre. 

RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN.

Nació en Villanueva de Arosa, en 1869 - Murió en Santiago de Compostela, 1935. Narrador y dramaturgo. Se le considera, junto con Federico Ga...