Los cristianos de Alfonso II (760-842) colonizaron parte de las tierras vacías señaladas y comenzaron a construir fortalezas para protegerse de los musulmanes, quienes las llamaban “al-qila” (castillo) hasta el punto de ser llamada Castilla (literalmente, tierra de castillos). Fue en este lugar donde el contacto entre los dialectos vulgares del latín que hablaban las diferentes tribus y la influencia del vasco darían origen al idioma castellano
Aquí, en esta naciente Castilla fue donde el conde Rodrigo (850-(873) ejerció el gobierno encomendado por el rey astur Ordoño I. Muerto éste, en el 873 el conde cedió el condado de Castilla a su hijo Diego Rodríguez Porcelos (873-885) que fundó la ciudad de Burgos en el 884, la futura capital de Castilla.
El rey Ramiro II de León nombró conde de Castilla en el 931 a Fernán González. Fue conde de Castilla, Burgos, Álava, Lantarón y Cerezo (931-944 y 945-970).
En los años 930-970, Fernán González, conde de Castilla entró en la leyenda medieval y que provechó las tensiones de los reinos limítrofes de León y Navarra, para engrandecer Castilla a la que solo le faltaba la corona para ser un reino. Consiguió agrupar su autoridad sobre los condados de Burgos y Castilla en el 931. Luchas de poder con el rey leonés Ramiro II, se saldan con la boda de Ordoño III (el leonés) con hija del conde González, doña Urraca. A partir de él fue hereditario el título de conde.
En el 951 muere Ramiro II de León y se considera como el momento de la independencia de Castilla. Le sucede su hijo que concedió títulos de nobleza a militares a caballo, importante papel para el predominio de Castilla sobre León. Su hijo amplió las fronteras hasta Guadalajara y Madrid. Heredó Castilla doña Mayor, que estaba casada con Sancho el Mayor de Navarra y se nombró a su hijo García Fernández heredero del condado.
Sancho García también había heredado las parias (tributos) del reino Taifa de Zaragoza. A su hermano Alfonso el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León, que tenía derechos sobre las parias de Asturias, León, Astorga, y Zamora y Toledo. A su hermano García le dio Galicia, para lo que creó nuevos derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz y parte de Portugal hasta Coímbra. A Urraca, de dio el señorío de Zamora, con título y rentas. A su otra hija Elvira, le dio la ciudad de Toro.
La herencia recibida trajo serios conflictos entre los hermanos. Sancho y Alfonso querían unir los reinos y acordaron repartirse Galicia. Atacaron a García y tuvo que huir del reino que fue repartido por los hermanos.
En 1007 Sancho García realizó una incursión en territorio musulmán en la que destruyó el castillo de Atienza y llegó hasta Molina. Apoyó al califa Sulayman en la luchas cordobesas en las que en el 1009 saqueó Córdoba. El moro le regaló varias plazas en la línea del Duero, Osma, Esteban de Gormaz, Berlanga, Sepúlveda y Peñafiel.
Sancho García murió en el 1017. Heredó su hijo García Sánchez (1017-1029). Heredó con siete años por lo que su tía Urraca y varios nobles ejercieron la tutoría. Pero el rey de Pamplona Sancho Garcés III era su cuñado y protegió sus derechos frente a los castellanos y al rey leonés, ejerciendo de facto el gobierno de Castilla.
Pero el niño fue asesinado en León cuando se iba a reunir con su prometida. Después de ajusticiados los asesinos Sancho Garcés III dirigió los destinos de Álava y Castilla como esposo de la hermana del asesinado proclamando a su hijo Fernando como heredero de su madre.
Los asesinos eran los de la familia de los “Vela”. Sancho III de Pamplona mandó ejecutarlos y además se quedó con las tierras entre el Cea y el Pisuerga, posesiones de León y aprovechó para extender sus dominio por tierras castellanas, que eran la dote y por sus derechos al estar casado con la hermana del asesinado.
La sucesión de Castilla recaía así en Munia o Mayor, esposa del Rey de Pamplona. Se había procedido enseguida a cierta acomodación del patrimonio de la familia condal castellana en una asamblea (concilium) de magnates, celebrada en Burgos (7 de julio de 1029) y el escriba que redactó la oportuna acta completó la fecha con la referencia habitual, en este caso, “reinando en Castilla por la gracia de Dios el príncipe Sancho y su hijo el conde Fernando”. El término siempre genérico de “príncipe” (princeps) define aquí las prerrogativas de hecho del rey Sancho sobre un territorio que en rigor pertenecía a un espacio soberano diferente, el leonés.
Se significa que Sancho “reina en Castilla” porque es “rey” a título personal (de Pamplona), aunque en aquel territorio desempeñaba funciones de conde, en nombre de su joven cuñado García, luego de su mujer y, en último término, como mandatario del Rey leonés.
El nuevo Monarca pamplonés adquiría, pues, aquí los rendimientos y asimismo las funciones propias de un conde, rango que formalmente lo convertía en vasallo del Rey de León, como su hermano Fernando a quien, tras haber cooperado con sus progenitores en el gobierno de todo el condado, habría correspondido ahora sólo la “Castilla Nueva”, burgalesa y duriense. Semejante superposición de investiduras en las tierras castellanas, de soberanía leonesa y ahora con dos titulares de alcurnia regia en el desempeño de funciones teóricamente condales, es decir subalternas, era difícilmente viable como no tardaría en demostrarse en tiempos inmediatamente posteriores.
Antes de morir dispuso en su testamento que su hijo Ramiro I recibiría el condado de Aragón, el primogénito García Sánchez recibiría Pamplona y gran parte del condado de Castilla y su hijo Fernando gobernaría un menguado condado de Castilla. Todos rendirían vasallaje a García Sánchez III, pero el testamento no fue respetado.
En (1029-1065) Fernando I era conde de Castilla y rey consorte de León. Se le solía designar el primer rey de Castilla, pero actualmente se considera que este reino se inicia a la muerte de este monarca. El conde Fernando de Castilla y rey I de León, dejó en herencia la división de los territorios entre sus hijos.