martes, 7 de febrero de 2017
EL LEVANTAMIENTO POPULAR DEL 2 DE MAYO
Jean-Baptiste Grivel, militar francés nos cuenta que en su ruta a Madrid, se encontró con Fernando VII en Vitoria camino de Bayona, y que el pueblo estaba entusiasmado en ver a su rey. La gente saludando efusivamente, con gritos al coche del rey, pensaban que querrían raptarlo. Y lo hubieran podido hacer. En realidad lo estaban llevando al secuestro. El rey continuó hacia Bayona y él hacia Madrid. Aquella primera visión del pueblo español para el francés fue lo que le hizo sospechar que las cosas podrían torcerse y complicarse. Ningún acto de violencia se había producido en todo el país aún, pero sabían que el lugarteniente de Napoleón en Madrid, el general Murat, no había reconocido a Fernando como rey, no consideraraba la abdicación de Carlos IV nada más que como una rebelión y una actitud forzada y además había tomado bajo su protección al valido del rey Carlos, Godoy, al quien el pueblo odiaba. Al llegar a Madrid vio que la ciudad estaba realmente tomada por las tropas francesas. La verdad es que era una ciudad triste, vacía.
Napoleón tenía retenidos al rey Carlos, a su hijo, Fernando, a la reina y a Godoy. Además pidió a Murat que enviase a Bayona al resto de la familia. A su vez la Junta de Gobierno que había dejado Fernando para gobernar el país en su ausencia, estaba ahora a las ordenes practicamente de Murat. Y las noticia iban llegando.
La decepción. Querido amigo lector imagínate que en aquel momento tú, una persona de cultura y que, convencido de que las luces, la ilustración y el progreso que recorrían Europa iban a sacar a España del pozo siniestro donde reyes incapaces, curas fanáticos y gentuza ladrona y oportunista nos habían tenido durante siglos. Y crees que por fin a llegado la Francia napoleónica, hija de la Revolución de 1789 y que eso era el foco de luz adecuado; el faro que podía animar a los españoles de buen criterio a sacudirse el polvo miserable en el que vivían rebozados y hacer de éste un país moderno y con futuro: libros, ciencia, deberes ciudadanos, responsabilidad intelectual, espíritu crítico, libre debate de ideas y otros etcéteras. Pues hubieras recibido con alborozo la noticia de que España y Francia son aliadas y que en adelante van a caminar de la mano, y comprende que ahí se abre una puerta estupenda por la que tu patria, convertida en nación solidaria, va a respirar un aire diferente al de las sacristías y calabozos. Y todas tus ilusiones se van al carajo cuando ves que los ejércitos franceses, nuestros aliados, entran en España con la chulería de quienes son los amos de Europa. Y que a Carlos IV, su asquerosa esposa, el miserable de su hijo Fernando y el guaperas Godoy, se los llevan a Bayona medio prisioneros, mientras Napoleón decidirá poner en España, de rey, a un hermano suyo. Un tal Pepe. Entonces comprenderás que eso la gente no lo traga, y empieza el cabreo cuando los militares gabachos empiezan a pavonearse. Y pasa lo que en este país de bronca y navaja tiene que pasar.
Sabidas estas cosas, en la noche del 1 al 2 de mayo de 1808, el letrado Juan Villamil es nombrado miembro de una Junta Suprema de Gobierno, clandestina, para reemplazar a la que ya los franceses dominaban.
Murat había recibido la orden de enviar al resto de la familia real a Bayona y estas noticias llegaron al pueblo de Madrid. Villamilse encontraba en su casa de Móstoles. Allí fue donde recibió la comunicación que el pueblo se había revelado cuando las tropas francesas sacaban del Palacio Real al infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia, el 2 de mayo de 1808. El pueblo madrileño se alzó en armas, es un decir ya que apenas si tenían. El ejército español tenía orden de su rey de amistad con los franceses, por lo que además de estar en clara diferencia numérica era una desobediencia militar al rey. Pero el pueblo recibió la ayuda de algunos destacamentos del ejército y los capitanes del parque de artillería Daoíz y Velarde, que probeyeron de armas y ante los hechos, fueron atacados por los franceses muriendo en la refriega.
Juan Villamil, jurista, redactó un oficio que fue firmado por Andrés Torrejón y Simón Hernandez, y que sería distribuido por todo el país. Se trataba de una declaración de guerra a Napoleón. Un pueblo, que no un gobierno, el alcalde de un pueblo que practicamente sin armas, le declaran la guerra al Emperador europeo, al mejor ejército del mundo en aquellos años. ¡Con un par de huevos! Encendida estaba la llama de la lucha por la libertad del sometimiento.
Goya retrató magistralmente con sus pinceles dos escenas de la gloriosa jornada: la carga de los mercenarios egipcios que servían a sueldo en el ejército francés, los llamados mamelucos, en la Puerta del Sol, así como los fusilamientos de la Moncloa aquella misma noche, a la luz de los faroles. Así se comenzó la Guerra de la Independencia.
Ni la corte ni el ejército pensaban en la resistencia frente al invasor francés en aquél momento, después del Motín de Aranjuez, donde Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII, el mayor traidor que hubo en España. El dos de mayo no fue realizado por el Estado Español, sino por las clases populares de Madrid contra el ocupante tolerado (por indiferencia, miedo o interés) por gran cantidad de miembros de la administración. A la madrugada del día 2 de mayo el pueblo veía como se llevaban a la reina María Luisa con los dos infantes. Alguien dio el aviso voz en grito y “mueras” a los franceses y se fue creando una multitud, que llevaron a las armas para evitar que se llevaran a los infantes. Apareció entonces el infante don Francisco de Paula, emocionado por el acto del pueblo, solo tenía doce años. Su aparición provocó un estallido de entusiasmo en la gente. El alboroto hizo llegar a los franceses que dispararon contra la muchedumbre. Lo que causó que se extendiera la rebelión. Se trató de un acto espontáneo, carente de preparación y medios. Murat, el francés, disponía de 50 mil hombres armados. Los militares españoles no eran más de 5 mil y estaban a las afueras, no obstante fueron avisados. Se acuartelaron pero el pueblo no se retiró. Hasta soltaron a los presos que pidieron sumarse a la lucha. Armados con palos, agujas, barras de hierro, cuchillos y poco más. Cargaron contra un destacamento francés y le robaron el cañón. En fin, que los españoles hicieron lo que pudieron frente a un ejército profesional. Al final fueron conducidos a una emboscada donde los “mamelucos”, soldados musulmanes del ejército francés, se despacharon a gusto con sus cimitarras.
Se dice que el Goya pudo ver desde una ventana la matanza. Al día siguiente comenzó una represión cruel.
Los franceses, no conformes con haber aplacado el levantamiento, se plantearon tres objetivos: controlar la administración y el ejército español, aplicar un riguroso castigo a los rebeldes para escarmiento de todos los españoles y afirmar que ellos gobernarían España. Reprimida la protesta por las fuerzas napoleónicas presentes en la ciudad, se extendió por todo el país una ola de proclamas de indignación y llamamientos públicos a la insurrección armada que desembocaría en la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) que sí fue un enfrentamiento militar entre España y el Primer Imperio Francés, provocado por la pretensión de Napoleón de instalar en el trono español a su hermano, José Bonaparte. Sin embargo, la sangre derramada no hizo sino inflamar los ánimos de los españoles y dar la señal de comienzo de la lucha en toda España contra las tropas invasoras. La guerra de la Independencia había comenzado. Yo prefiero llamarla la guerra de la Liberación.
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