lunes, 30 de noviembre de 2020

48.- CASTILLA Y ARAGON -13-

La Ceremonia de la Val de Lozoya fue el acto que se celebró en de octubre de 1470 en la que el rey Enrique IV de Castilla desheredó a Isabel, declarando nulo los acuerdos de los Toros de Guisando, ya que Isabel se había casado sin su permiso, y se leyó la dispensa papal dispensando de los juramentos prestados y declaró heredera al trono del Reino de Castilla a Juana la Beltraneja. Los historiadores con los años pudieron confirmar que la dispensa era falsa, pues no consta en los registros vaticanos. Pero lo de Val de Lozoya tuvo un efecto rebote. Muchos vieron la jugada de Pacheco en esto. Según Manuel Colmeiro, de la Academia de la Historia, en su libro “Introducción a Cortes de los antiguos Reinos de León y de Castilla” nos dice : “Es sabido que Enrique IV, muerto su hermano el Príncipe D. Alonso, mandó jurar Princesa y heredera de sus reinos a la Infanta Doña Isabel el 19 de Setiembre de 1468 en la venta de los Toros de Guisando. Concurrieron a esta ceremonia muchos prelados y caballeros. Un pueblo innumerable fue testigo de aquella solemnidad, a la cual faltó, para ser completa, la presencia de los procuradores de las ciudades y villas del reino. Subsanaron la falta, la presencia de las Cortes de Ocaña de 1469.
Confirmada la jura de la Princesa en las Cortes inmediatas, se desvanecen todos los escrúpulos acerca del derecho de sucesión en la Corona que asistía a doña Isabel; derecho declarado por el único tribunal competente. Por lo tanto no pudo invalidar el posterior acuerdo en el Ayuntamiento de Val-de-Lozoya, porque no se reunieron allí los tres estados del reino, como era necesario, para anular la concordia de los Toros de Guisando” Se refiere aquí el historiador al repudio realizado por el rey por la boda de Isabel y Fernando en 1469, que no contaba con su aprobación como señalaba los Pactos de los Toros de guisando. El rey reconoció nuevamente los derechos de su hija Juana en la Ceremonia de la Val de Lozoya en noviembre de 1470, porque no asistieron allí representantes de los tres estados del reino, como era preceptivo para anular el pacto anterior. Fernando iba tomando decisiones importantes, se supone con el visto bueno de Isabel. Tenían ambos en la cabeza y desmontando poco a poco las influencias que nobles y prelados tenían sobre la monarquía. Los tiempos iban cambiando y se terminaba la Edad Media y lentamente aparece el Renacimiento con la Edad Moderna.
Fernando se desprendió de Carrillo, lo que parecía una locura, pero con eso demostró que las cosas cambiarían, nada de validos ni consejeros directos, sino realizar Consejos, y secretarios que ejecutaran las decisiones. Digamos, con prudencia, más democrático. El reino se iba desintegrando porque Enrique se estaba quedando con el culo al aire. Tenía el poder, pero no el favor del pueblo. Para los intereses de Roma la cuestión política no primaba. Era la salud de la Iglesia. Y los nuevos príncipes ofrecían la misma o mayor garantía y además un futuro continuado en este asunto. El 1 de noviembre de 1471 figuran dos bulas confirmando la legitimidad de la boda de Fernando e Isabel por el nuevo papa. Desde Valencia comunicó Fernando la buena nueva a Isabel, que se hallaba en Torrelaguna. Y hemos de recordar aquí que esa localidad fue la cuna de un hombre fundamental para los posteriores Reyes Católicos, se llamaba Gonzalo Jiménez de Cisneros, el famoso Cardenal Cisneros. Poco a poco la aceptación del reino parecía asegurada, cada vez recibían más adhesiones y no solo de la nobleza. Pacheco, por otro lado, ya no era el mismo, su salud se iba minando. Los partidarios de la niña aceptaron la propuesta de casarla con el nieto de Fernando de Antequera, Enrique Fortuna, pero la jugada indujeron al muchacho y su madre a saber que eran utilizados en los avatares castellanos, con lo cual se marcharon a Aragón. En su guerra con Francia Juan II de Aragón aunque recuperó el Rosellón, quedó cercado en Perpiñán. Luis XI ordenó el ataque y el aragonés pidió ayuda. Isabel escribió a los “Consellers” de Barcelona, que salía Fernando con cuatrocientas lanzas, que era de lo que podía disponer. Les escribió para decir eso y para decirles, subliminalmente, que los consideraba como sus súbitos. Aquél fue el primer servicio que, tras el matrimonio, Castilla pudo prestar a Cataluña, pero no el único.
Fernando estaría en Rosellón un año luchando. La presencia de Fernando con tropas suyas, castellanas le presentaba como uno de los protagonistas del conflicto. Inglaterra, Borgoña, Nápoles y el papa le consideraban el futuro rey. Portugal guardaba silencio. Mientras Pacheco, fiel a sí mismo, urdía un plan funesto para los príncipes. Se haría con el tesoro real, con Segovia e influiría en los pueblos en contra de los judíos y conversos de forma que se pusieran a su favor como protector y a la vez en contra de Isabel. Enterada de esto, Isabel movió sus hilos con nobles y señores para hacer ver que ella era la mejor garantía de hacer cumplir las leyes de Castilla, con lo cual protegía a los judíos en esos momentos. En esos días, Isabel fue una defensora de los judíos. Aviso a navegantes. Con la ayuda de Cabrera y su mujer, Beatriz de Bobadilla, que pudieron habar con el rey y explicarle que en caso de que Pacheco se hiciera con los mandos de Segovia, la infanta Juana quedaba sin protección. Era importante casarla con alguien apropiado y abandonar la idea de la sucesión. En esos días llegó Fernando. Isabel, disfrazada y con una pequeña escolta llegó y entró en Segovia, donde estaba Enrique. Ante el rey se inclinó y besó sus manos en señal de respeto y éste la abrazó. La reconciliación se había realizado, en los momentos más apremiantes. El 1 de enero de 1974 se conocieron Fernando de Aragón y Enrique IV de Castilla en el Alcázar. A partir de aquí los príncipes actuaban como sucesores de la corona sin problema alguno y con la consideración de todos.

200 AÑOS DE LA BATALLA DE AYACUCHO