El hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, ni bien murió en 1833 Fernando VII, emitió el Manifiesto de Abrantes, en el que declaraba su ascensión al trono proclamándose como Carlos V. Y de esa forma surgió el Carlismo. La nobleza se adhirió al bando isabelino en su mayoría y también la mayor parte del estamento militar. Los apoyos al movimiento carlista provenían de las clases populares y muy especialmente de los campesinos. Con todas las limitaciones que se quiera pero el carlismo se extendió por las regiones del interior de las regiones vasco-navarras, por el Maestrazgo y por la montaña catalana, la serranía de Ronda y la de Córdoba. Se daba una curiosa paradoja: el pretendiente don Carlos, que era muy religioso pretendía imponer en España un régimen absolutista y centralista, y era apoyado sobre todo por navarros, vascos y catalanes, es decir precisamente donde el celo por los privilegios forales y la autonomía política y económica era más fuerte. El campo solía ser de ellos; pero las ciudades, permanecieron fieles a la jovencita Isabel II y al liberalismo. Al futuro, dentro de lo que cabe, o lo que parecía iba a serlo. Don Carlos, que necesitaba una ciudad para capital de lo suyo, estaba obsesionado con tomar Bilbao; pero la ciudad resistió y Zumalacárregui murió durante el asedio, convirtiéndose en héroe difunto por excelencia. En cuanto al otro héroe, Cabrera, lo apodaban el tigre del Maestrazgo, era una verdadera mala bestia. Y cuando los gubernamentales fusilaron a su madre, él mandó fusilar a las mujeres de varios oficiales enemigos. Ése era el tono general del asunto.
TOMÁS DE ZUMALACÁRREGUI
La
Primera Guerra Carlista se desarrolló en tres fases muy diferentes. La primer
se prolongó hasta julio de 1835. Aparecieron partidas ordenadas por oficiales
del ejército durante la Época Ominosa. Este alzamiento fue sofocado por tropas
leales al gobierno de Madrid.
La
segunda fase de la guerra duró hasta septiembre de 1837 y se caracterizó por un
cierto dominio de los carlistas. El ejército de la regente María Cristina no
estaba bien pertrechado. Poco apoyo extranjero y un plan ineficaz de contención
en la zona vasco-navarra. Carlos llegó hasta Arganda, no entrando
inexplicablemente en Madrid que estaba prácticamente desguarnecido.
La
guerra civil, como todas, se desarrollaba con ferocidad y crueldad. Los
humildes párrocos broncos sin el menor complejo, se echaban al monte con boina
roja, animaban a fusilar liberales. El caso es que la sublevación carlista,
léase, campo contra ciudad, fueros contra centralismo, tradición frente a
modernidad.
Esto
fue una de las barbaridades tan españolas, donde la violencia, la delación, el
odio y la represalia infame, estallaron y ajustaron cuentas, fusilándose
incluso a madres, esposas e hijos de los militares enemigos. Lo expresaba muy
bien Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, “La pobre y asendereada España
continuaría su desabrida historia dedicándose a cambiar de pescuezo, en los
diferentes perros, los mismos dorados collares”.
La
tercera fase finalizó en julio de 1840 y fue de clara hegemonía gubernamental
al terminar la reorganización del ejército que llegó a la cifra de cien mil
hombres y también aprovechando la división del carlismo en dos facciones, el
partido navarro, exaltado y el castellano, moderados.
BALDOMERO ESPARTERO
Inglaterra
se ofreció como mediadora. Los comisionados británicos consiguieron el Convenio
de Vergara. Así la guerra terminó con
“El abrazo de Vergara” entre los generales Espartero y el carlista Maroto, en
agosto de 1939. “Soldados nunca
humillados ni vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la
patria; cual tributo de paz olvidaron sus rencores y el abrazo de fraternidad
sublimó tan heroica acción, tan español proceder” escribió Maroto.
La
Segunda Guerra Carlista se originó al nombrar a Isabel como futura reina de
España. Iniciada en 1846 fue provocada por no llevarse a cabo el matrimonio
entre la reina y Carlos Luis de Borbón, hijo de Carlos (autoproclamado Carlos
V) y por lo tanto se denominaría Carlos VI en la genealogía carlista.
Los
hechos se circunscribieron casi exclusivamente a Cataluña con pequeños
levantamientos armados. La esperada llegada del llamado Carlos VI a España
desde su exilio en Londres nunca se produjo, lo que provocaría la disolución en
1849 de los últimos reductos sublevados.
Y
el tercer intento carlista, en esta ocasión Carlos VII, sobrino del anterior se
produjo en 1872 y se enfrentaría hasta 1876 en la época del reinado de Amadeo I
de Saboya, también efímera Primera República y por último el reinado de Alfonso
XIII. Carlo VII abanderó la contienda desde su partido Comunión
Católico-Monárquica de raíces absolutistas con un ejército que se
autoproclamaba el “ejército de Dios, del Trono de la Propiedad y de la
Familia”.
La
lucha se centró de nuevo en Cataluña y también el País Vasco y Navarra, donde
resultaron un estrepitoso fracaso como el intento de tomar Bilbao. El general Martínez Campos erradicó el
carlismo de Cataluña y en Pamplona donde entró Alfonso XII en 1876 provocando
la retirada de Carlos VII.
Pero
estamos aún en 1835 y ante la presión carlista María Cristina decidió acercarse
a los liberales pues era la única manera de defender el trono de su hija. Sin
embargo, la separación de lo que se ha denominado las dos Españas era mucho más
compleja. Con Don Carlos se encontraban la mayoría de la opinión de País Vasco,
parte de Cataluña y Navarra, hostil a la dinastía que les había privado de sus
libertades particulares (fueros). La nobleza en cambio, al frente de los
grandes latifundios apoyaba a la Corona, que era el régimen en que se habían
perpetuado esos privilegios.
El
importante retraso que España había acumulado con respecto a las otras
potencias europeas a nivel económico y social no fue solucionado después de la
guerra.
Rompiendo
toda relación con el liberalismo, pero también con los absolutistas más
radicales que luego apoyarán a Don Carlos, sólo consiguió atraerse las críticas
de la mayoría de la población. En ningún momento quiso recurrir a las ideas
liberales y persiguió implacablemente a todo aquel que las defendía. Sólo se fio
en su camarilla sin percatarse de que los miembros de esta cuidaban más de sus
intereses personales que de los de la nación.
FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Las provocaciones de los antiguos voluntarios realistas y la presión ejercida por algunos militares llevaron a la regente a aceptar la existencia de un régimen representativo basado en el trabajo del importante personaje Martínez de la Rosa, que puso en pie el Primer Parlamento Bicameral con la promulgación del Estatuto Real. Más adelante, los estallidos revolucionarios que se produjeron entre 1834 y 1836 hicieron posible la transición desde la fórmula del Estatuto Real a la Constitución de 1837 que imponía ciertas limitaciones al rey, en este caso la reina regente, en el ejercicio de sus funciones y le obligaba a compartir la soberanía con la nación.
La
Constitución duró solamente ocho años, hasta 1845. Permitía la alternancia en
el gobierno de los dos partidos liberales.