El reinado de Isabel II fue una precariedad política. Hubo de nombrar en total 32 Jefes de Gobierno. No obstante la etapa de Isabel fue fecunda en otros campos. Se construye el ferrocarril, cuya primera línea unía Mataró con Barcelona. El entramado del capitalismo se desarrolló, como por ejemplo con la Ley de Bolsa o la constitución de Bancos de emisión. La Ley de Puertos, la Ley de Ferrocarriles, de 1851, el Canal de Castilla, el Canal de Isabel II, y comienza la canalización del Ebro hasta el mar. No obstante Isabel siempre fue ajena a todos estos cambios. Era incapaz de comprenderlo, por su falta de preparación para tan alta responsabilidad. Mientras y de paso la oligarquía catalana se forró el riñón de oro con la industria textil. Si había protestas obreras se la reprimía vía ejército y a otra cosa. Por su parte, las Provincias Vascongadas, (Sabino Arana todavía no había aparecido) la burguesía y la oligarquía vasca al igual que la catalana y las de Murcia o de Cuenca, estaban integradas en la parte rentable de aquella España que, aunque renqueante, iba hacia la modernidad. Lo cual no quiere decir que no existieran manifestaciones y revueltas, propias de la Revolución Industrial, que era frenada por la intervención policial, por jueces corruptos y políticos demagogos. Nada nuevo bajo el sol.
Isabel y su hermana Luisa Fernanda se casaron el mismo día. La razón en realidad era la prevención de que el marido de Isabel no dejara descendencia, como así fue. Dado que su cuñado sería el duque de Montpensier, Gran Bretaña consideró que esos matrimonios eran una maniobra francesa y entendía incumplidos los acuerdos entre ambos países.
MANIFESTANTES DETENIDOSLa crisis de 1848 fue un punto álgido, de pánico en la Bolsa de Madrid, al saber que la oleada revolucionaria en París. En España llegó en marzo a Madrid, protagonizada por militares jóvenes, estudiantes, artesanos y trabajadores en paro. Pero existió una creciente conflictividad obrera, como la primera huelga general de nuestra historia, que se extendió por Cataluña ondeando banderas rojas con el lema Pan y trabajo, anuncio de lo que se venía. El gobierno sacó a la policía y luego al ejército. Pero las revueltas siguieron en Sevilla, Barcelona y Valencia. Narváez disolvió las Cortes, suspendió las garantías Constitucionales, detuvo a los cabecillas y se dictaron penas de muerte, que luego fueron conmutadas. Se supo después que el embajador inglés estaba detrás de las manifestaciones, al comunicar por escrito que se diesen explicaciones por los encarcelamientos de miembros del Congreso. Esto suscitó un rechazo e indignación por la intromisión en asuntos del país. Retirados los embajadores se rompieron relaciones diplomáticas y a partir de aquí Gran Bretaña apoyó descaradamente los intereses y conspiraciones progresistas. Narváez gobernaba y los moderados cerraron filas. Los liberales se dividieron y hasta llamaron la “Dictadura de Narváez” a ese período. Narváez se mantuvo firme y ganó en popularidad, no solo en España sino en toda Europa, al nivel del zar Nicolás I de Rusia.
El
mantenimiento continuo del poder en manos de los moderados provocó la corrupción
que el importante personaje Donoso Cortés denunció en el Congreso, y sin quererlo
provocó la dimisión de Narváez en enero de 1851, subiendo al poder Bravo
Murillo. También cayó éste por las presiones al querer aprobar una nueva
Constitución. Las cosas empeoraron hasta que O´Donnell que estaba fuera de la
cuestión, pudo pronunciarse en junio de 1854, que en realidad no pasó a
mayores. Durante dos años hubo un gobierno progresista, Espartero y O´Donnell,
que con la crisis económica de 1857, dadas las pocas perspectivas de futuro,
terminó por agotar el proyecto moderado.
La
política exterior fue desarrollándose y en 1858 España intervino en una campaña
en la Cochinchina, donde la verdad nada se nos había perdido. Bueno, habían
ejecutado a un obispo español, pero sin establecer objetivos ni financiación
para allá que fuimos y conjuntamente con Francia se tomó Saigón, retirándose
poco después a Manila. En 1862 se firma un Tratado de paz, que en realidad
establece el imperio colonial francés en Indochina. España se quedó a verlas
venir, y cobró por su intervención mal y tarde.
Una
partida de moros atacó la guarnición española de Ceuta pese al convenio que se
había firmado en 1859. Esta exaltó el nacionalismo español y el apoyo de las
potencias europeas hacia España. Y en este ambiente calentado se declara la
guerra al sultán el 22 de octubre de 1859.
La
reacción popular fue tan favorable que desde Cataluña y las Vascongadas se
organizaron oficinas de reclutamiento voluntario en el que se alistaron
numerosos carlistas, procedentes de Navarra. Todo un movimiento patriótico
desconocido desde la invasión francesa. Y comienza la guerra y se toma Tetuán.
Luego la sangrienta batalla de Wad-Ras y dos días des pues se firma el tratado
de “Paz y Amistad” en Tetuán. De aquí
sale victorioso el general Prim.
Así
en 1861 se proclamó la ansiada soberanía de España en Santo Domingo, dado que
el pueblo saludaba con el grito de ¡Viva
Isabel II! Ya que no querían caer de nuevo ante el dominio del gobierno negro
de Haití. Sin embargo también alentó a
los independentistas dominicanos
apoyados por los EE UU. Las diferencias en la religión cristiana, el
sistema impositivo, que para ellos era algo nuevo e irritante, hicieron que se
fuera barajando la posibilidad de abandonar Santo Domingo, cosa que hizo
Narváez en 1865. Se realizó una expedición que termina con el bombardeo del
puerto del Callao en Perú y de Valparaíso en Chile, y algunas escaramuzas. Unas
acciones estúpidas que no hicieron sino crecer la hispanofobia. Un Armisticio
firmado en Washington llevaría a reconocer la independencia de Perú y la paz
definitiva con Chile.
El 22 de junio de
1866, en el cuartel de San Gil, situado junto a lo que hoy es la Plaza de
España de Madrid, un grupo de militares comandados por el capitán Baltasar
Hidalgo de Quintana se sublevaba contra el Gobierno del general Leopoldo
O’Donnell. Las fuerzas del orden responderían con presteza y acabarían
sofocando una rebelión que se saldaría con cerca de 200 muertos, más de 600
heridos y hasta 184 condenas de ejecución.
Aquella no era sino una prueba más de la amenaza a la monarquía de Isabel II. La reina no tuvo dudas y el 10 de julio entregaba el mando del Gobierno a Ramón María Narváez. A sus 66 años, el conocido como Espadón de Loja, se había mostrado en sus más de veinte años al frente del Partido Moderado como el más firme valladar contra la amenaza de la revolución que se cernía sobre España, al igual que sobre casi todo el continente europeo.