La palabra castillo es un diminutivo de “castro”, y significa fortaleza aislada. Construida casi siempre en un lugar dominante para la defensa de pueblo o de las comarcas. El origen se remonta a tiempos primitivos ya que las tribus conquistadores o colonizadores se aseguraban en lugares estratégicos, a ser posible favorecidos por defensas naturales como mesetas, cumbres de cerros, etc. El hombre, desde siempre necesitó defenderse de animales u otros enemigos con construcciones de algún tipo. Así nacieron los castros y fortificaciones en colinas.
Los romanos al llegar a estos territorios encontraron enemigos que se defendían en colinas fortificadas. Aunque primitivas, eran efectivas y requerían del uso de armas y otras técnicas de asedio para superar las defensas. Los mismos romanos construyeron obras levantadas sobre el terreno por los ejércitos en campaña, hasta construcciones permanentes en piedra. Los fuertes romanos se construían con planta rectangular y torreones con esquinas redondeadas. Establecieron para la seguridad de sus fronteras muchos puestos militares, campamentos permanentes y cuando no pudieron disponer de fuerzas suficientes para guarnicionarlos, por los continuos ataques de los bárbaros y necesitaron aumentar el valor defensivo de las obras, surgiendo los castillos fronterizos en puntos estratégicos para la custodia de campamentos, costas, caminos y poblaciones. Nos han llegado hasta nosotros aquellos castros, (castellum) que los invasores iban devastando en su irrupción y solo nos han llegado el recuerdo de sus cimentaciones. Torreón de planta cuadrada, recios muros elevados y rematados por terraza superior almenada. Luego, Roma se retiró y tras la dominación de los visigodos, que no fue larga, no dejó apenas rastro de su importancia militar.
Si bien los primeros castillos datan del IX, su origen es más antiguo y tienen precedentes en la arquitectura militar de la Grecia clásica. En la Alta Edad Media, se utilizaba como cerco defensivo una mera empalizada de madera, pero la evolución del armamento y de las técnicas militares hicieron inservible este procedimiento; más adelante, se confió en la solidez de las construcciones en piedra y en la altura de los muros que con este material podía alcanzarse.
En la lucha contra los árabes, de mayor permanencia, tras la batallas de la Reconquista, es cuando los castillos en España consigue su apogeo. La necesidad de conservar las conquistas realizadas por los reyes cristianos, tan sacrificadas, laboriosas y sangrientas, como costosamente conseguidas, impusieron la necesidad de realizar las fortificaciones al punto de ser escasos los pueblos que se quedaron sin castillo. O cuando menos sin murallas con foso y almenas. Los más antiguos, siglos IX a XI eran de piedra toscamente labrada. Y posteriormente se instalaron con vivienda señorial, al principio sencilla y a partir del siglo XIV más amplios y decorados. Los primeros eran incómodos, promiscuos y de malas condiciones para el personal, y luego con el apogeo de las residencias castellanas, son el fastuoso dominio de la nobleza.
MANZANARES EL REAL
Fueron surgiendo las más variadas edificaciones militares hasta los complicados y vastísimos ejemplares que aún podemos contemplar. Castillos señoriales, castillos-palacios, algunos imponentes más que la de la realeza, producto del feudalismo. Lujosas dependencias para los señores. Torres del homenaje, patios de armas cuartel para la tropa, cuadras, alojamientos varios, aljibes, prisiones, etc. en realidad eran un exceso de vanidad de una clase privilegiada y una constante amenaza al poder real.
Pero esta profusión de fortalezas, finalmente vino a ser exceso de poderío de una ambiciosa clase noble, que el poder real llegó a verla como una amenaza, y la atacó por sus cimientos., con estrategias políticas desmantelando por peligrosos los que no se acomodaran a la sumisión del rey.
Fueron surgiendo las más variadas edificaciones militares hasta los complicados y vastísimos ejemplares que aún podemos contemplar. Castillos señoriales, castillos-palacios, algunos imponentes más que la de la realeza, producto del feudalismo. Lujosas dependencias para los señores. Torres del homenaje, patios de armas cuartel para la tropa, cuadras, alojamientos varios, aljibes, prisiones, etc. en realidad eran un exceso de vanidad de una clase privilegiada y una constante amenaza al poder real.
Pero esta profusión de fortalezas, finalmente vino a ser exceso de poderío de una ambiciosa clase noble, que el poder real llegó a verla como una amenaza, y la atacó por sus cimientos., con estrategias políticas desmantelando por peligrosos los que no se acomodaran a la sumisión del rey.
Desde el siglo XIV muchos castillos fueron derribados. Primero por orden de Enrique IV en el siglo XV, más tarde por los Reyes Católicos. Y finalmente por el Cardenal Cisneros. Esto nos parece una barbaridad hoy en día, pero respondía a la necesidad de aplacar el poder militar de muchos nobles y casas nobiliarias rebeldes a los reyes del momento.
El descubrimiento y el uso cada vez más habitual de las armas de fuego cambió las estrategias y la forma de lucha por completo.
Pero los románticos enamorados de lo retrospectivo, de la historia y de la arquitectura con mayúsculas, no nos interesan estos asuntos en sí mismos, sino las edificaciones, lo que encierran, las aventuras y desventuras que inundan su vida, que es la de nuestro país. Son testimonio de tiempos que no han de volver, peo que poseen un encanto, un misterio y embrujo al que no son ajenos la literatura, el cine y la pintura.
El descubrimiento y el uso cada vez más habitual de las armas de fuego cambió las estrategias y la forma de lucha por completo.
Pero los románticos enamorados de lo retrospectivo, de la historia y de la arquitectura con mayúsculas, no nos interesan estos asuntos en sí mismos, sino las edificaciones, lo que encierran, las aventuras y desventuras que inundan su vida, que es la de nuestro país. Son testimonio de tiempos que no han de volver, peo que poseen un encanto, un misterio y embrujo al que no son ajenos la literatura, el cine y la pintura.
CASTILLO DE JADRAQUE
Felipe II en el siglo XVI mandó hacer una estadística de los castillos existentes, pero quedó incompleta. Se sacó la impresión del lamentable estado de abandono, que ya en su momento tenían por su papel secundario a que los relegó el invento de las armas de fuego. Otros por su hermosura o por su fortaleza fueron habitados o transformados en residencias palaciegas por las casas nobiliarias. No siendo ya necesarios, fueron reduciendo su material y la dotación del personal hasta quedar solo con sus domésticos que ya se retiraron a vivir en el poblado.
Los castillos vacíos se llenan de poesía y en los claros de las lunas heladas resuenan canciones de amor y hierro. Muchos han sucumbido, y otros siguen dando la cara a la desgracia, tal como el Cid cabalgando sobre Babieca después de muerto.
Con el tiempo, tanto en España como en Francia y en toda Europa la guerra cambió la suerte de los hombres y de la vida, y con los señoríos se hundieron los castillos. Hoy son esqueletos de su pasado, recuerdo de hechos épicos y también sueños de vanidad, orgullo y alardes de conquistas.
Castillos guerreros, señoriales, monásticos y de distinto origen aparecen hoy igualados en su fin: la ruina, el abandono y el expolio. Sólo algunos mimados por la suerte perduran, bien cuidados por sus propietarios, pero los más, el recuerdo de su épicas acciones, hechos políticos de trascendencia y románticas leyendas, amenazan perecer, con estos monumentos a la historia de la nación, que en su día enseñoreo al mundo y como la hiedra trepadora de sus muros, descarna finalmente, llevando consigo la memoria de un pasado que debemos defender, como quien defiende a su propia familia.
Por suerte unos pocos se han convertido en Paradores Nacionales, bien conservados y que es un gusto pasar en ellos unos días, como hoteles de primera que son.
Felipe II en el siglo XVI mandó hacer una estadística de los castillos existentes, pero quedó incompleta. Se sacó la impresión del lamentable estado de abandono, que ya en su momento tenían por su papel secundario a que los relegó el invento de las armas de fuego. Otros por su hermosura o por su fortaleza fueron habitados o transformados en residencias palaciegas por las casas nobiliarias. No siendo ya necesarios, fueron reduciendo su material y la dotación del personal hasta quedar solo con sus domésticos que ya se retiraron a vivir en el poblado.
Los castillos vacíos se llenan de poesía y en los claros de las lunas heladas resuenan canciones de amor y hierro. Muchos han sucumbido, y otros siguen dando la cara a la desgracia, tal como el Cid cabalgando sobre Babieca después de muerto.
Con el tiempo, tanto en España como en Francia y en toda Europa la guerra cambió la suerte de los hombres y de la vida, y con los señoríos se hundieron los castillos. Hoy son esqueletos de su pasado, recuerdo de hechos épicos y también sueños de vanidad, orgullo y alardes de conquistas.
Castillos guerreros, señoriales, monásticos y de distinto origen aparecen hoy igualados en su fin: la ruina, el abandono y el expolio. Sólo algunos mimados por la suerte perduran, bien cuidados por sus propietarios, pero los más, el recuerdo de su épicas acciones, hechos políticos de trascendencia y románticas leyendas, amenazan perecer, con estos monumentos a la historia de la nación, que en su día enseñoreo al mundo y como la hiedra trepadora de sus muros, descarna finalmente, llevando consigo la memoria de un pasado que debemos defender, como quien defiende a su propia familia.
Por suerte unos pocos se han convertido en Paradores Nacionales, bien conservados y que es un gusto pasar en ellos unos días, como hoteles de primera que son.
DE CASTROJERIZ
Los castillos son parte importante de nuestra historia, porque al fin y al cabo, de aquellas gentes venimos, y para bien o para mal, están también allí, nuestras raíces.
Hechos y personajes como la batalla de Las Navas de Tolosa, las luchas del Cid, los Reyes Católicos, Fernando el Santo, las órdenes religiosas-militares como Los Templarios, Los de Calatrava, la enorme cantidad de batallas y guerras habidas, la dinastía Borgoña, la de los Trastámara, etc. todo esto sigue viviendo en los libros de historia y debería ser bien conocido por las nuevas generaciones.
Seguro que sabríamos valorar lo que hemos tenido, lo heredado y lo que realizamos por el bien de este maravilloso y antiguo país, que se llamó Hispania, doscientos años a.C.
Los castillos son parte importante de nuestra historia, porque al fin y al cabo, de aquellas gentes venimos, y para bien o para mal, están también allí, nuestras raíces.
Hechos y personajes como la batalla de Las Navas de Tolosa, las luchas del Cid, los Reyes Católicos, Fernando el Santo, las órdenes religiosas-militares como Los Templarios, Los de Calatrava, la enorme cantidad de batallas y guerras habidas, la dinastía Borgoña, la de los Trastámara, etc. todo esto sigue viviendo en los libros de historia y debería ser bien conocido por las nuevas generaciones.
Seguro que sabríamos valorar lo que hemos tenido, lo heredado y lo que realizamos por el bien de este maravilloso y antiguo país, que se llamó Hispania, doscientos años a.C.